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Diciembre 2014

BOLIVARIANISMO, PERONISMO Y VOCACIÓN FRENTISTA DE LOS MOVIMIENTOS HISTÓRICOS EN AMÈRICA LATINA

Diego Tagarelli

La construcción histórica de movimientos nacionales en América Latina presentan características particulares que, sin embargo, son inseparables de experiencias comunes y de proyectos estratégicos de unificación latinoamericana. A pesar de su remoto origen, la unidad latinoamericana es constantemente recomenzada por los movimientos nacionales y regionales; y esto en la medida que no sólo sus condiciones periféricas establecen dichas exigencias, sino por cuanto sus procesos de desarrollo independiente se revelan insostenibles sin una estructura socioeconómica y política regional articulada que permita “desconectarse” relativamente de los poderes hegemónicos mundiales. Pero, fundamentalmente, ha sido a lo largo de la historia nacional y latinoamericana una respuesta visceral frente a la tragedia por construirnos en una gran Nación Latinoamericana.

En consecuencia, es indispensable recuperar la dinámica histórica desde una concepción regional que permita percibir las diversas luchas políticas y sociales originadas en América Latina que se plantearon y plantean objetivos integracionistas. Por otro lado, entendemos que es imposible producir una lectura correcta sobre los procesos de unidad latinoamericana sin indagar las composiciones estructurales y las diversas características frentistas que poseen los movimientos nacionales a lo interno de cada Nación. Es decir, se presenta inevitable una doble lectura: comprender histórica y analíticamente la necesidad unificadora en la región y, al mismo tiempo, advertir las cualidades internas que se exhiben dentro de los movimientos nacionales en cada país. Por ello, tomaremos comparativamente el caso de la revolución bolivariana y la experiencia del Kirchnerismo, sus actores, alianzas, coyunturas históricas, construcción de poder, el Estado y sus propuestas transformadoras.

La independencia, la revolución y la integración latinoamericana, tienen no sólo la obligación de originar un proceso de “desconexión” frente al imperialismo en el marco de una revolución popular y sobre la base de nuevas alianzas estratégicas en Latinoamérica, sino además que su deber es superar las contradicciones internas que yacen en sus movimientos nacionales internos, venciendo a las fuerzas conservadoras y corrigiendo sus desviaciones. En esto radica la importancia histórica de los movimientos nacionales; es decir, en reanudar y sostener los procesos revolucionarios inconclusos que se expresaron históricamente a través de distintas experiencias nacionales.

Bolívar, el bolivarianismo y la revolución hispanoamericana

Veamos previamente algunas consideraciones históricas, inherentes al desarrollo de las ideas y experiencias en América Latina. Detengámonos en la figura de Simón Bolívar, que no obstante bien puede extenderse a diversos actores de aquellas gestas revolucionarias del siglo XIX. Quizás el rasgo más sobresaliente y original del pensamiento de Bolívar radicase en considerar a “Hispanoamérica” en conjunto como objeto de análisis y, asimismo, como propósito definido de su lucha política y militar: el esfuerzo por hallar la identidad común de los pueblos latinoamericanos y, complementariamente, el intento por encontrar la distinción necesaria a Europa y Estados Unidos. Bolívar es -como lo fueron muchos de los líderes latinoamericanos, dirigentes y caudillos nacionales a lo largo de nuestra historia-, uno de los precursores más importantes del pensamiento latinoamericano e impulsor del antiimperialismo.

Para conocer y repensar sobre el pensamiento de Simón Bolívar, es indispensable contextualizar sus ideas en el marco de la revolución e independencia hispanoamericana. No sólo con el objetivo de reflejar la importancia que tuvieron las grandes figuras libertadoras en aquel periodo socio histórico, sino además para comprender la intensidad y los cambios que se producen en el pensamiento de Bolívar (es imposible reconocer el pensamiento y experiencia bolivariana sin remitirse a los orígenes sociohistóricos que permiten su emergencia, como así también su transformación radical que opera a lo largo de la lucha política).

Veamos brevemente. La sublevación del pueblo español en mayo de 1808 (episodio conocido como “Guerra de Independencia”), fue noticia que llegó a las capitales de la América colonial en fechas y bajo circunstancias diferentes. Al entrar en crisis el poder metropolitano como resultado de la invasión francesa bonapartista en España, las colonias americanas entran consecuentemente en un agudo periodo de conflicto político y social, puesto que la prolongación política y geográfica de la monarquía española en América resultaba quebrada frente a los acontecimientos en Europa. Esta es una de las causas fundamentales para comprender el origen revolucionario e independentista en toda la región americana y, por lo mismo, el origen histórico de muchas figuras militares, políticas y sociales que la vida social y política colonial canalizará contradictoriamente en América Latina.

La decadencia de España, cuyas circunstancias deben buscarse en la debilidad orgánica de su burguesía española, incapaz de desarrollar un capitalismo nacional como el resto de Europa a partir del control político y la superación del yugo feudal, ocasionarán un fuerte enfrentamiento entre las fuerzas conservadoras y los nacientes núcleos de poder conducidos por las burguesías europeas. La unión de la monarquía, la Iglesia y la nobleza fue fatal para el crecimiento económico de España que, a diferencia de algunos países europeos, vedaban un proceso interno para el desarrollo de las fuerzas productivas emergentes surgidas al calor de las condiciones capitalistas y las conquistas de la revolución francesa en 1789.

Al ingresar en el siglo XIX, España estaba gobernada por Carlos IV, un Borbón que había intentado contagiar a España del espíritu de modernidad que soplaba desde Francia revolucionaria. Este régimen de los Borbones será conocido como el régimen del despotismo ilustrado, que respondía en cierto modo a la peculiar situación española: las ideas más avanzadas del siglo, que eran las liberales, cundían por todas partes, pero en España el predominio social de los nobles y la Iglesia constituían poderosos obstáculos. Como el país exigía la adopción de una política burguesa (desarrollo de una industria, educación común, etc.) la burocracia borbónica se hizo intérprete de esa necesidad. Pero el despotismo ilustrado pretendía aburguesar el país desde arriba, sin producir transformaciones profundas y estructurales desde las bases sociales emergentes”. 1 Sin embargo, vemos encarnadas en España las fuerzas sociales, políticas y económicas que profundizarán sus conflictos a partir de los sucesos de 1808: el liberalismo borbónico, la reacción feudal y el pueblo en armas que comienza a conducir un proceso de revolución nacional.

Pues bien, a América habían transmigrado estas tendencias políticas e ideológicas, y el levantamiento revolucionario en toda América no podría entenderse sino a partir de la prolongación en el Nuevo Mundo de la conmoción nacional de España a partir de 1808, fundamentalmente cuando el pueblo español no sólo se encamina hacia una revolución nacional para expulsar al ejército francés liderado por José Bonaparte, sino para transformar las relaciones feudales instauradas por la monarquía absolutista española y, por lo mismo, asumir por sí mismo un proceso de revolución nacional.

No nos queremos extender en estos acontecimientos históricos (que excederían los propósitos de este trabajo), pero si creemos indispensable señalar que la revolución originada en toda América desde 1809 y 1810 reconoce sus causas fundamentales (no las únicas) a partir de estas contradicciones vividas en España y que termina por profundizarse por la acción de las Juntas Españolas y su particular intervención frente a las colonias americanas. El alzamiento del pueblo español, creando direcciones locales que toman el nombre de “Juntas” y se coordinan luego reconociendo una dirección nacional en la Junta Central de Sevilla, inicia una lucha de liberación nacional que comienza a profundizar sus reivindicaciones: los derechos del pueblo a gobernarse por sí mismo, los Derechos del Hombre, las transformaciones necesarias para concluir con el atraso y la injusticia reinantes, la imposición de impuestos a los capitalistas, la orden a la Iglesia para que coloque sus rentas a disposición de las comunas, la disminución de los sueldos de la alta burocracia estatal, etc. En fin, un proceso de revolución democrática que, no obstante las vacilaciones originadas por buena parte de sus actores moderados en la Junta de Sevilla, reconoce el cambio sustancial que se opera en la revolución. El 22 de enero de 1809, la Junta Central declara que “los virreinatos y provincias no son propiamente colonias o factorías”, y que “deben tener representación nacional inmediata y constituir parte de la Junta a través de sus diputados (…)”.2 Incluso la Junta Central de Sevilla llegará a enviar un comunicado a todas las capitales de América convocando a los pueblos a erigir Juntas Populares.

Por otro lado, la revolución en América será regional y de ningún modo puede atribuirse a la capacidad de los actores liberales criollos por extender y producir de forma aislada los levantamientos populares.

Bolívar, del mismo modo que San Martín, Artigas o Mariano Moreno, asumirá en América la corriente más avanzada de aquella Europa revolucionaria. Pero contradictoriamente, las condiciones americanas actuarán de manera decidida para ejercer un cambio gradual y, asimismo, radical en el pensamiento y la acción política de aquellos hombres. Si bien gran parte de nuestra literatura ha pretendido presentar a Bolívar como un jefe militar moderado, nacido de las élites “mantuanas”, existe una corriente histórica popular, latinoamericana y revisionista que intenta develar los rasgos más revolucionarios del libertador, en tanto representante de la idea de la Nación en armas contra la reacción absolutista española, la unificación regional y los intentos por bloquear las maquinaciones y pretensiones de expansión hegemónica por parte de Estados Unidos.

Todo este conjunto de contradicciones predeterminaron, en el terreno económico y social, la intensidad de la lucha de clases, y en el terreno ideológico, la revelación de la lucha de clases en el campo de las ideas. Su pensamiento va transitando diferentes etapas: en una reflexión determinante de su visión sobre América Latina nos dice: “Tengamos presente que nuestro pueblo no es el europeo ni el americano del Norte; más bien es un compuesto de África y América que una emanación de Europa” (Bolívar: Congreso de Angostura, 1819). O como afirmara en su Carta de Jamaica, en 1817: “Nosotros somos un pequeño género humano… No somos indios ni europeos, sino una especie intermedia entre los legítimos propietarios del país y los usurpadores españoles: en suma, siendo nosotros americanos por nacimiento y nuestros derechos los de Europa, tenemos que disputar éstos a los del país y que mantenernos en él contra la invasión de los invasores”.

Entre 1809 y 1811 las Juntas Revolucionarias proclamaron la separación de las colonias hispanoamericanas de su Metrópoli y ante la reacción de España luego del regreso de Fernando VII, la independencia tuvo que ser defendida en los campos de batalla hasta que en 1824 la victoria de Ayacucho terminó por expulsar a los últimos bastiones del ejército realista.

Sin embargo, durante todo ese periodo, las repúblicas en vías de formación que los diversos sectores económicos y políticos separatistas buscaban establecer a espaldas de las luchas populares, dieron un golpe fatal para la conformación un Estado Nacional que integrara a los diversos territorios. En este sentido, las relaciones instauradas entre los diversos sectores comerciales y terratenientes portuarios con Inglaterra y Estados Unidos fueron determinantes para la posterior fragmentación latinoamericana. Estados Unidos sostenía con interés estos intentos separatistas: la Resolución que aprobó el Congreso de Estados Unidos expresaba: “Se mira con amistoso interés el establecimiento de soberanías independientes por las provincias hispánicas de América (…); cuando esas provincias hayan logrado la condición de Naciones, el Senado y la Cámara de representantes se unirán al Ejecutivo para establecer con ellas aquellas relaciones amistosas y comerciales”3 La “neutralidad” y el “reconocimiento” a las nacientes repúblicas fueron instrumentos efectivos de la política exterior de Estados Unidos. Incompatiblemente, durante 1819 y 1820, Estados Unidos no reconoce el Gobierno de la Gran Colombia (Quito, Bogotá, Panamá, Caracas) a pesar de haber presentado un proyecto de Constitución.

Desde muy temprano los Estados Unidos obstaculizan el proyecto integrador que sustentara Bolívar. En este sentido, Bolívar fue uno de los primeros políticos en interpretar aquellas pretensiones. Bolívar vislumbra el imperialismo norteamericano. Tiene conciencia clara de que la unidad de Hispanoamérica cerraría el camino a la hegemonía de los Estados Unidos, y que su desintegración le favorecía. “Pero una Hispanoamérica dividida en un grupo de Estados que lucharon entre sí (balcanización) era el marco perfecto para los expansionistas británicos y norteamericanos que se proponían suplantar a España. A esos propósitos se sumaron los “mantuanos” de Venezuela, los “pelucones” de Chile, los plutócratas de Nueva Granada, los mercaderes de Buenos Aires, etc.”4 Es aquí, donde tropezaban abiertamente los intereses que defendía Bolívar y los intereses que defendían las élites criollas económicamente dominantes. Evidentemente que el imperialismo no podía sobrevivir a su expansión sin el consentimiento de las nacientes oligarquías locales y sin esa comunidad de intereses que forman estos sectores dominantes.

Desde 1815 (carta de Jamaica) hasta 1830 (año de su muerte) Bolívar no deja de formular severas críticas hacia Estados Unidos por su política de simples espectadores, “de fingida neutralidad frente al esfuerzos que llevan a cabo los pueblos de Hispanoamérica en su afán por liberarse del yugo español”. Los califica de “egoístas”, “los peores”, “capaces de vender a Colombia por un real”. En este sentido (y no sólo por eso), Bolívar fue uno de los precursores del pensamiento antiimperialista hispanoamericano. Pero no sólo en cuanto a su visión y sus reflexión propia que logró formular en sus diversos escritos, proclamas o discursos, sino también, y fundamentalmente, por su práctica revolucionaria a favor de la liberación continental en su lucha por la independencia y la integración de Latinoamérica.

El 7 de octubre de 1824, dos días antes de la batalla de Ayacucho, Bolívar cursó una “Invitación a los gobiernos de Colombia, México, Río de La Plata, Chile y Guatemala” a formar el “Congreso de Panamá”. Para repeler la amenaza extranjera, afirmaba que era indispensable formar un cuerpo, al que comienza a llamar “anfictiónico”, que diera impulso a la defensa de los intereses comunes de los Estados que antes habían sido colonias españolas. El departamento de Estado de los Estados Unidos envió sendas instrucciones a sus agentes diplomáticos en Hispanoamérica para que impidieran la constitución del cuerpo anfictiónico.

Pero la unidad latinoamericana no podía alcanzarse por acuerdos o disposiciones previas, sino como producto de la lucha armada y a través de ella. Las tendencias conciliatorias y vacilantes de los “mantuanos”, que ocuparon posiciones políticas contrarrevolucionarias una vez conquistado el poder, condujeron a Bolívar a modificar su estrategia política y militar. Había triunfado como conductor de tropas pero no había podido unificar al pueblo para desencadenar la guerra revolucionaria. Comprende que el ideal independentista no ha calado en las masas populares. Por esto afirma: Vuestros hermanos y no los españoles han desgarrado vuestro seno, derramado vuestra sangre (Felipe Larrazába: Vida y Correspondencia general del Libertador Simón Bolívar.)

Es recién desde su destierro, (en Haití, donde la revolución haitiana y sus líderes, al que debemos destacar Toussaint Louverture y Alexandre Petión que, cada uno en su momento, encauzaron una guerra popular de liberación nacional), donde se produce esa transformación del terrateniente “revoltoso” al revolucionario consciente; del admirador de las instituciones foráneas al reafirmador de la revolución autóctona de América Latina. Desataquemos, sólo a modo de comprender este proceso, que en enero de 1816, A. Petión le ofrece a Bolívar su colaboración en la expedición a Venezuela. En este sentido, puso a la disposición del Libertador: soldados, municiones, víveres y dinero para la expedición. Solicitó sólo a Bolívar que proclamara la abolición de la esclavitud. Apenas desembarcó Bolívar en Venezuela, cumplió con su promesa a Petión, al proclamar la abolición de la esclavitud en Venezuela. Los negros de Boves, antes opuestos al Libertador, se pasaron de inmediato al ejército patriota y los soldados haitianos integraron el ejército de Bolívar en el Alto Perú y tuvieron un papel destacado en la Batalla de Ayacucho.

Las masas populares, por lo tanto, no continuarían fuera del proceso revolucionario. El planteamiento bolivariano comienza a profundizar sus aspiraciones revolucionarias, arraigado a las condiciones específicas de América del Sur. En este sentido, el desarrollo económico resultaba indispensable para el sostenimiento de las fuerzas revolucionarias. Decreta en 1818 el derecho a la confiscación de los bienes de los españoles y criollos económicamente dominantes. Dice Bolívar: “Los americanos, en el sistema español que está en vigor,… no ocupan otro lugar en la sociedad que el de siervos propios para el trabajo, y cuando más, el de simples consumidores”. Por ello, este sistema, dice: “impone restricciones chocantes: restricciones del cultivo de frutos de Europa, el estancamiento de las producciones que el rey monopoliza, el impedimento de las fábricas, los privilegios exclusivos del comercio hasta de los objetos de primera necesidad, las trabas entre provincias americanas, en fin: ¿quiere usted saber cuál es nuestro destino? Los campos para cultivar el añil, el café, la caña, el cacao y el algodón, las llanuras solitarias para criar ganados, los desiertos para cazar las bestias, las entrañas de la tierra para excavar el oro que no puede saciar a esa nación avarienta”. (Visto en Francisco Pividal: “Bolívar: Pensamiento precursor del antiimperialismo”)

En la oración inaugural del Congreso de Angostura, Bolívar expone sus ideas políticas, democráticas y republicanas. El Discurso de Angostura (así conocido) encierra una síntesis del ideario bolivariano: Unidad para la lucha: “Después de quince años de sacrificios consagrados a la libertad de América, por obtener el sistema de garantías que, en paz y en guerra, sea el escudo de nuestro nuevo destino, es tiempo ya de que los intereses y las relaciones que unen entre sí a las repúblicas americanas tengan una base fundamental que eternice la duración de estos gobiernos y su pueblo”.

Concluida la independencia, hay que marchar hacia la unión para respaldar “un nuevo destino”. Bolívar sugerirá una autoridad supranacional que tuviera las siguientes facultades: “1ro. Dirigir la política de los gobiernos hispanoamericanos. 2do. Mantener, por influjo, la uniformidad de principios. 3ero, Evitar los desordenes. Lo supranacional no es más que una autoridad federal en grande y no una reunión de pequeños Estados cargados de contradicciones”.

Auge y fracaso de las acciones bolivarianas

Llamada durante el periodo colonial “Virreinato de Nueva Granada”, Bolívar logró agrupar en un territorio común a las diversas regiones que incluía Santa Fe de Bogotá, las provincias de Panamá, San Francisco de Quito y la Comandancia de Caracas. “Cuando se sucede la victoria en Boyacá en 1819 (culminación de 77 días de la campaña iniciada desde Venezuela por Simón Bolívar para independizarse de aquel virreinato déspota) que dio origen al Congreso de Angostura, Bolívar había propuesto reunir a las provincias liberadas bajo el nombre de la Gran Colombia. Y de hecho así sucedió: La nueva y gigantesca República incluyo durante la época victoriosa bolivariana las actuales repúblicas de Colombia, Venezuela, Panamá y Ecuador”. 5 El Vicepresidente por Cundinamarca (actual Colombia) era el General Santander, un bachiller en leyes que encarnara al poco tiempo las aspiraciones puramente regionalistas del partido liberal, aquellos exportadores de cacao, café, añil, algodón y oro.

Al día siguiente de fundar Colombia, Bolívar puso en práctica su propósito de iniciar la Confederación de los Nuevos Estados Hispanoamericanos. La idea de reunirlos en el istmo de Panamá cobró forma. Los representantes de Centroamérica, Perú, Colombia y México concurrieron a la reunión, mientras que las Provincias del Rio de la Plata, adeptas a las resinas porteñas, nos asistieron. Lo mismo ocurrió con Chile, donde O’Higgins ya había perdido el poder y su sucesor el General Freire, si bien adhería al proyecto bolivariano, reculó ante las protestas de Gran Bretaña. La reciente creada república de Bolivia, con sus mineros y terratenientes finalmente no concurrieron. Y en cuanto a Paraguay tampoco asistió ante su política de aislamiento que la misma metrópoli porteña y sus aliados extranjeros habían impuesto y que el Dr. Francia supo aprovechar para la formación de un país autosuficiente”.6 

Al concluir el Congreso de Panamá, Bolívar se encuentra en el punto más alto de su prodigiosa carrera. Es presidente de la Gran Colombia, director del Perú y Presidente de Bolivia, al mismo tiempo que ejerce el poder directo en el territorio de seis repúblicas. Por añadidura, el General Guerrero, de México, le ofrece el cargo de generalísimo de los ejércitos americanos. La república de Centroamérica (hoy dividida en 5 Repúblicas) ordena colocar su retrato en las oficinas del Estado. Después de la batalla de Carabobo, la actual república Dominicana se incorpora a la Gran Colombia.

Pero la revolución hispanoamericana ha tocado a su fin sin lograr consumar la independencia en la unidad nacional. La desproporción entre la superestructura ideológica y jurídica y la reducida infraestructura económica-social del continente esclavista y semi servil no podía ser más patética. El sector criollo terrateniente de Latinoamérica, dueño de esclavos, consignatarios de cuero, exportadores de añil, tabaco o algodón, separados entre sí, adjudicaba un límite al proceso revolucionario. El localismo Rivadaviano y santandereano brotaba de ese separatismo real de las economías de materias primas que solo podían expandirse satisfaciendo las necesidades del mercado mundial en ascenso. Las oligarquías agrarias exportadoras eran los sectores más poderosos de los nuevos Estados. Al coronar su victoriosa campaña militar y alcanzar el mayor poder político de su azarosa carrera, Bolívar advertía que también había llegado a su fin su magno programa unificador. La tentativa de imponer al Perú, la Gran Colombia y Bolivia la Constitución centralista que había concebido, desencadenó rápidamente la disgregación de todo el sistema. El caudillo llanero Páez intrigaba en Caracas y el vicepresidente Santander lo hacía en Bogotá. El año 1826, en el que se reúne el Congreso de Panamá, resulta ser, trágicamente, el año de la destrucción de la Gran Colombia. En el Perú, los mediocres jefes militares peruanos surgidos a la sombra del Libertador, conspiraban contra él para romper los lazos que unían a Perú con Bolivia y Colombia. Es ese Santander, amigo de ingleses y norteamericanos, subyugado como Rivadavia y Mitre, quien asentara a Bolívar una puñalada por la espalda”. 7

La Gran Colombia volaba en pedazos. Los encomenderos bolivianos se declaraban independientes; lo mismo hacia Perú. El general Flores, ferviente bolivariano, independizaba los departamentos del sur de la Gran Colombia y fundaba la República del Ecuador. Páez rompía el vínculo de Venezuela con Colombia y rehusaba a toda subordinación con Bolívar. 

La década siguiente a la muerte de Bolívar presenciara la fundación y disolución de la Confederación Perú-Boliviana y la caída de la República Federal de Centroamérica. Con la caída de la Gran Colombia, el Perú independiente es desgarrado por furiosas guerras civiles. En cuanto al territorio que ocupan actualmente las Repúblicas de El Salvador, Honduras, Nicaragua, Guatemala y Costa Rica, la contigüidad territorial, la unidad lingüística, la tradición histórica similar, la comunidad religiosa y la particular conformación geográfica que las habían integrado en un sistema propio, sufrió la misma fuerza separatista que el resto de América Hispana.

En síntesis, el pensamiento y la acción práctica de Bolívar tiene sus particularidades que no pueden ser calificadas como meras prolongaciones de la convulsionada Europa. Es decir, tiene sus originalidades propias de un líder militar y político inserto en un proceso revolucionario distinto a los ocurridos en el viejo continente. Por ello, es imprescindible conocer y estudiar las diferentes etapas en que va madurando el pensamiento de Bolívar. Su proyección central es: “la unidad latinoamericana” y el nacimiento de la “patria anticolonialista”.

La América Criolla, desprendida de España en las guerras de la Independencia, fue “balcanizada” por las potencias anglosajonas. Aparece en la historia del último siglo y medio como un mosaico incoherente de 20 Estados supuestamente soberanos, adornados de un sistema jurídico y democrático formal y occidental.

También el pensamiento político de la América Criolla es sometido a la “balcanización”. La historia oficial, los aparatos culturales e ideológicos dominantes y las diversas prácticas simbólicas hegemónicas inciden sobre una concepción fragmentada de nuestros pueblos y naciones. Incluso, la tradición marxista académica en América Latina y muchos partidos de izquierda han formado parte de este proceso de contradicción teórica que, precisamente, reproduce un sistema anti popular y anti latinoamericano en el pensamiento político. Desconocer desde el socialismo y el marxismo la tradición bolivariana, como así también las luchas políticas de los caudillos populares y la conformación de los movimientos nacionales en América Latina, no es más que una representación deformada de los intereses latinoamericanos y nacionales. Históricamente, muchos sectores e intelectuales adheridos a estas concepciones ideológicas no han acompañado los procesos revolucionarios en América Latina al juzgarlos por su falta de coherencia ideológica dentro de los marcos estratégicos del socialismo europeo.

Por ello, ante la ausencia de una vanguardia revolucionaria de características populares y nacionales, como así también de verdaderos partidos políticos de izquierda nacional, los movimientos de liberación en nuestra región (y en general en todos los países periféricos) se expresan a través de actores nacionalistas o dirigentes populares antiimperialistas nacidos fuera de las estructuras tradicionales académicas o partidistas, como Nasser en Egipto o Gandhi y Nehru e la India, patriotas como Sandino, nacional-democráticos como Arévalo y Arbenz en Guatemala, jefes agrarios como Villa y Zapata en México, militares como Perón, Torrijos, abogados democráticos y antiimperialistas como Fidel Castro.

Rescatar el pensamiento de Bolívar, como así también de otros grandes líderes y pensadores de la generación revolucionaria, significa adoptar una ideología política propia. En este sentido, no está de más decir que con Bolívar se establecen los principios ideológicos y políticos de nuestra liberación e unificación sudamericana, como así mismo de las características propias de nuestra realidad desde un posicionamiento propio. Por lo mismo, queda claro en el pensamiento y acción bolivariana que es imposible romper con las ataduras hegemónicas del imperialismo sin la formación de un bloque regional que exceda las utilidades económicas.

El relanzamiento en el siglo XXI de un proyecto de integración regional en América Latina, es indispensable para orientar un nuevo modelo de desarrollo e independencia nacional. Sin embargo, el perfil de la integración regional en la actualidad no sólo depende de los distintos tipos de alianzas estratégicas, sino fundamentalmente del ritmo de las luchas sociales en nuestros países. En este sentido, para reflexionar de qué manera surgen nuevos movimientos nacionales con intenciones unificadoras en la región, creemos indispensable comprender desde una mirada histórica el desarrollo durante el siglo XX del peronismo histórico, para sí detenernos en la emergencia durante el siglo XXI de nuevos procesos nacionales de liberación nacional en la región.

El Movimiento Nacional y la vocación frentista. Aportes para un análisis histórico comparativo en América Latina.

Desde aquellos orígenes separatistas en que se constituyen las repúblicas, la historia oficial comienza a relatar su versión en América Latina. Posterior al fracaso de organizar la Nación Latinoamericana, encarnada en los proyectos unificadores de la generación independentista del siglo XIX, una nueva cultura de extranjerización se volcó sobre las nacientes repúblicas nacidas al calor de la disgregación portuaria. Quizás, uno de sus mayores logros haya sido el de presentar simbólicamente a nuestros países latinoamericanos como Naciones soberanas e independientes. “Pero resulta no serlo, por motivos diversos -que precisamente traduce en el siglo XXI la emergencia de nuevos procesos revolucionarios y proyectos nacionales con objetivos culturales transformadores-: extranjerización del aparato productivo, renuncia a un Estado soberano, colonización mental de gran parte de sus habitantes, saqueo de sus riquezas”8. Es esta sumisión que tiene su origen en el siglo XIX y que nos ubica como países semicoloniales. La misma que genera, en consecuencia, la reacción  a través de movimientos nacionales que procuran quebrarla. “Estos movimientos nacionales, constituidos como víctimas del vasallaje, enfrentan a una oligarquía nativa, histórica, muy poderosa, asociada a  intereses antinacionales. Por ese motivo, resulta crucial conocer qué grupos expresan a los intereses de dominación externa y cuál y cómo se compone el movimiento nacional que lo enfrenta”. 9

Es inevitable en los frentes nacionales la existencia de alianzas o acuerdos entre fracciones y clases de distinta naturaleza socioeconómica, como así también la conformación de una superestructura política donde las mismas confluyen según sus condiciones objetivas materiales y sus ubicaciones en los aparatos del Estado. Los movimientos nacionales en América Latina asumen esa composición policlasista que le otorga rasgos particulares. Pero es un frente de lucha que suma a todos aquellos sectores objetivamente perjudicados, y por lo mismo, enfrentados a las condiciones de dependencia internacional, cuyos representantes locales son las oligarquías o nuevas burguesías terratenientes, exportadoras y financieras de las periferias.

La diferente ubicación y, sobre todo, la forma especial en que los países de América Latina son incorporados al capitalismo mundial, hace a radicales diferencias políticas, económicas e ideológicas. En el interior de esos países se da, -en el terreno económico- una unidad de intereses de distintos sectores y clases sociales que tienen su expresión en la alianza política de clases de los frentes nacionales y populares. El enemigo común: las antiguas oligarquías terratenientes o las nuevas oligarquías financieras, la burguesía comercial intermedia y el imperialismo. Y esto en la medida que las potencias extranjeras afincan sus relaciones de poder con aquellas fracciones que se distinguen por la subordinación e incorporación en la división internacional del trabajo como segmento de la economía mundial, es decir, como clase social decididamente conectada a los centros del poder mundial con claros objetivos antinacionales. Por lo mismo, significa que un proyecto es nacional y popular porque apela a los sectores sociales que representan -en la coyuntura económica y social- los intereses nacionales, siendo una condición indispensable para su desarrollo la lucha contra estas clases y fracciones dominantes. Pero esto es sólo una parte de la cuestión.  

Si bien esta determinación estructural que poseen los movimientos nacionales, con sus respectivas alianzas, acuerdos necesarios y formas de constituirse es indispensable para la formación de los frentes nacionales, es inevitable la existencia y el desenvolvimiento de contradicciones, luchas o desencuentros en su interior (tesis que desconcierta a gran parte de la ultraizquierda intelectual a la hora de analizar los procesos nacionales). Todos los movimientos nacionales, regionales e históricos en América Latina han manifestado estas condiciones comunes, según las particularidades sociales, políticas y económicas de cada país. Veamos.

El proceso revolucionario e independentista del siglo XIX en toda Latinoamérica es parte de un movimiento nacional (latinoamericano), democrático y popular que asume dichas condiciones por cuanto los diversos sectores contenidos en el mismo representan a las diferentes clases sociales enfrentadas a la dominación extranjera y a los grupos oligárquicos nacientes de las repúblicas liberales. Del mismo modo, los caudillos federales nacidos al calor de las guerras civiles en toda América fueron también, en determinado momento, la expresión de esa reacción nacional constituida en movimientos frente a los intereses oligárquicos y portuarios liberales.

En la Argentina, en el siglo XX, el Peronismo nacido en 1945 se presentó como un movimiento nacional sustentado por los trabajadores, los sectores más populares de la clase media y cierto apoyo débil e inestable de sectores empresariales nacionales, en alianza con sectores nacionales del Ejército. Y en el siglo XXI, el Chavismo, el Kirchnerismo y el resto de los proceso populares abiertos en América Latina retoman aquellas características movimientistas, revolucionarias y democráticas.

El carácter movimientista no sólo se trata de los efectos de una alianza política entre los diversos sectores sociales y económicos enfrentados a las condiciones de dependencia externa, dada históricamente una vez consolidada la división del trabajo internacional y la ubicación como países semicoloniales de nuestra región latinoamericana. Es mucho más que eso. Se refiere también a una cierta concepción de la política y del régimen del gobierno.

En primer lugar, el movimiento, a diferencia de los partidos, no representa al ciudadano en abstracto sino que representa la confluencia de los intereses de los sectores que lo componen. Es decir, los movimientos nacionales no interpelan a los sujetos sociales como “individuos”; “ciudadanos” integrantes de una sociedad regida por el derecho jurídico que los ubicarían en condiciones de igualdad que, por tanto, se expresarían democráticamente a través de sus partidos políticos y el voto electoral. Por el contrario, en el movimiento su representación se haya vinculado al lugar ocupado en la estructura social. Es un lugar ocupado por determinados sectores sociales, radicalmente desigual al lugar ocupado por los sectores históricamente dominantes, razón por la cual esta representación le otorga un grado de legitimidad que trasciende lo estrictamente jurídico para colocarse en el terreno de lo político, es decir, en la participación concreta de determinados sectores para la modificación de las relaciones sociales.

En segundo lugar, y en relación a lo anterior, los representantes de los diferentes sectores no lo son por sufragio universal sino por extensión a los lugares que ocupan en las distintas organizaciones sociales (gremiales, organizaciones populares, campesinos, juventud, de derechos humanos, etc.). Con esto queremos decir, sencillamente, que el movimiento no se reduce a una mera representación electoral, sino más bien que sus identificaciones representativas están dadas por el carácter orgánico del movimiento que se materializa en diferentes espacios de poder popular; los mismos que les otorgan validez y trascendencia al movimiento.

Y en tercer lugar, la organización propiamente política del movimiento nacional, que es el partido, funciona en los hechos como herramienta del movimiento y tiene un rol coyuntural y limitado a los procesos electorales generales. A diferencia de los partidos políticos que subyacen de las clases dominantes, donde su estructura jerárquica y sus mecanismos participativos funcionan como maquinaria expropiatoria de poder y concentra en sí mismo todos los factores políticos condensados en el Estado, el movimiento apela a la construcción de un partido político para unificar las fuerzas de los diversos sectores en coyunturas electorales y para neutralizar los factores de poder opositores que conviven dentro de los aparatos estatales. Más no para determinar el rol y funcionamiento del movimiento nacional. Si se lo piensa bien, este tipo de organización (el Partido) no está muy lejos de las concepciones leninistas del partido político de clase y el centralismo democrático como forma de conducción.

Por ello, antes de centrarnos específicamente en el tema que nos importa, es decir, en el análisis de la realidad política latinoamericana en sus intentos unificadores durante el siglo XXI con el chavismo y el kirchnerismo, intentaremos ahondar sobre las particularidades históricas del peronismo como frente nacional surgido en el siglo XX, en tanto, desde nuestra visión representa uno de los procesos que más incidencia tendrá en América Latina durante buena parte del siglo XX. .


El Peronismo Histórico como movimiento nacional en América Latina.

Como vimos anteriormente, no fueron en América Latina (como sucedió en Europa), las burguesías emergentes de características autónomas sino los pequeños grupos portuarios exportadores los que, en conexión estrecha con las metrópolis europeas, inducirán nuevas relaciones de sometimiento que obstaculizarán un desarrollo autocentrado en base a la defensa de los recursos nacionales. Exportadores y burguesía comercial, fueran bogotanos, caraqueños, guayaquileños o argentinos, tales fueron los factores del separatismo regionalista que harán estallar en mil pedazos la Nación Sudamericana impulsada por la generación revolucionaria independentista. Santander en Colombia, Paz en Venezuela y Marino en el Oriente, como en el sur de América lo hiciera Rivadavia en Argentina, crearan las bases de las pequeñas patrias del tamaño de sus ambiciones. Aquellas patrias microscópicas serán la clave del fracaso latinoamericano. La revolución hispanoamericana de principios de siglo XIX no logró consumar la independencia en la unidad nacional”. 10

Es decir, a diferencia de Europa y Norteamérica, en toda Sudamérica la construcción de una nueva Nación soberana por la vía revolucionaria que integrara a los diversos territorios y sectores (integración que el propio sistema colonial español había edificado y heredado bajo el régimen virreinal), se vio arruinada por los intereses separatistas que fundaran a lo largo de todo el siglo XIX sistemas republicanos dependientes de los centros europeos. Sistemas republicanos que encontrarán en la edificación de nuevas fronteras nacionales la condición de posibilidad para la existencia de Estados Nacionales débiles, impregnados de sistemas jurídicos burgueses pero con estructuras socioeconómicas y políticas arcaicas, organizadoras de un nuevo orden dependiente.

Los movimientos nacionales en el siglo XX en toda América Latina reaparecen, por tanto, no sólo como reacción a esas condiciones instituidas en el siglo XIX, posterior al fracaso unificador, sino también como resultado de la crisis mundial del imperialismo y por las condiciones de opresión semicolonial impuestas por las oligarquías exportadoras. Y esto también en la medida que la cuestión nacional cambia de carácter en Latinoamérica cuando la constitución del imperialismo capitalista a fines del siglo XIX abre la época de saqueo general de pueblos y continentes enteros. En el siglo XX la cuestión nacional se vincula íntimamente a la cuestión colonial y a la lucha contra el imperialismo mundial.

En tales condiciones, los movimientos nacionales de los países atrasados ya no liberan su lucha contra el feudalismo interno sino contra el imperialismo exterior, al que debilita en sus propios cimientos.” 11 Esta lucha se da a partir de la alianza que establecen los sectores nacionales -la clase trabajadora, la pequeña burguesía, la burguesía industrial y algunas fracciones de clase media-. Por lo tanto, no constituye una defensa hacia el orden establecido de la semicolonia sino la subversión del mismo, como así también la incorporación de los sectores populares que participan de un proceso de liberación nacional que admite sus propias luchas populares, obreras, campesinas, de clase media, estudiantes y pequeña burguesía nacional. Pero al mismo tiempo, estos movimientos nacionales, delimitados por sus fronteras territoriales y por las condiciones de los Estados Nacionales, procuran sin embrago trascender sus propias diferencias nacionales para incorporarse como parte de un movimiento regional integracionista a través de alianzas estratégicas con el resto de los países, en tanto se presenta como condición ineludible para el desarrollo de sus propios procesos nacionales y para una “desconexión” frente a las pautas de dependencia extranjera, la puesta en práctica de políticas que superen las disgregaciones nacionales. En este sentido, muchos de estos movimientos nacionales rescatan, como dinámica propia, las acciones y tendencias unificadoras de Bolívar, San Martín y los grandes líderes históricos populares. El caso del Peronismo y el Chavismo en América Latina son paradigmáticos para comprender estos aspectos integracionistas.

El peronismo es, básicamente, la expresión política de la unión de la nueva clase obrera y la burguesía industrial. Esta alianza se produce a partir de 1945 y enfrenta a la alianza de la burguesía terrateniente, la burguesía comercial y financiera y el imperialismo británico. “El conflicto tuvo un punto de inflexión en las elecciones de febrero de 1946 donde triunfa la alianza nacionalista popular. Si bien el gobierno del general Perón arrancaba en condiciones excepcionales en cuanto a reservas de divisas y oro, el secreto de su éxito radica en otra parte. Y el secreto no es otro que el cambio de destino en la renta diferencial que hasta allí embolsaba la burguesía terrateniente (la “oligarquía”). El fantástico humus de la pampa húmeda hacía que los productos agrícolas-ganaderos que allí se producían tuvieran un costo varias veces inferior al costo europeo y mundial. El peronismo comenzó a transferir hacia el sector industrial parte de esa renta a través de mecanismos como el control de cambios, la nacionalización de los depósitos bancarios y la estatización del comercio exterior. Con esta enorme masa de recursos se pudo mantener la alianza de la clase obrera y la burguesía nacional durante diez años”. 12 Como señalamos arriba, la existencia de esta alianza no significaba que no se desarrollaran luchas entre ellos, sino que se establecen en un lugar distinto que es el movimiento. 

No obstante ello, el peronismo en Argentina, va a inaugurar un proceso que surge como síntesis original de la cual es indispensable detenerse. Algunos objetivos del peronismo pueden sintetizarse en los siguientes propósitos:

1- Industrializar y diversificar la matriz productiva del país, modificando el perfil agroexportador y permitiendo la sustentabilidad de un modelo de desarrollo endógeno.

2- Recuperar la capacidad del Estado nacional para organizar y tomar las decisiones de política interna y de política externa independiente, latinoamericanista y tercerista.

3- Emancipar social, educativa y culturalmente a los trabajadores y a los empresarios nacionales, generando condiciones de vida dignas para todos los habitantes del país

Con estos objetivos, el peronismo llevó adelante diversas acciones, materializadas en el Primer Plan Quinquenal, que contempló numerosas reivindicaciones nacionales: creación del Banco Industrial y nacionalización de depósitos bancarios; aplicación de medidas arancelarias; disminución del costo de los servicios (ferrocarriles o flota mercante); promoción del mercado interno; nacionalización de los servicios públicos (ferrocarriles, comunicaciones, gas, etc.-) y del comercio exterior (Instituto Argentino de Promoción del Intercambio); mejoramiento del rendimiento agrario y distribución de la renta agraria diferencial en obras públicas, salud o educación; establecimiento de la gratuidad universitaria, creación de escuelas técnicas, de la Universidad Obrera Nacional; legislación en materia social garantizando las 8 horas, vacaciones pagas; derechos de los peones del campo y los arrendatarios; derecho a la vivienda por intermedio de la creación de barrios populares financiados por el Estado; sanción de la Constitución argentina de 1949 reconociendo los derechos de los trabajadores, la existencia de empresas del Estado y la defensa de los recursos naturales; ingreso de las mujeres a la vida política a partir del voto femenino.

Con estos objetivos y acciones -señala Barrientos- la Argentina se industrializó y a partir de aquí, nuestro país eliminó el desempleo y puso freno a las crisis económicas frecuentes que eran producto de las variaciones de los precios internacionales de nuestros productos agropecuarios. La estabilidad y el crecimiento económico industrial, fueron apuntalados a partir de una distribución de la riqueza con perspectiva nacional que pasó de las manos de los grandes terratenientes y de los grupos extranjeros, al servicio de los trabajadores y los empresarios argentinos.” 13

Más allá de estas cuestiones arriba señaladas, consideramos muy importante analizar aquellos elementos estructurales que le otorgan relevancia al peronismo como movimiento. Y esto en la medida que se manifiesta, desde su nacimiento, como la expresión política de una confluencia de sectores nacionales que procuran quebrar el sistema de la dominación extrajera. Es decir, se trata de un frente antiimperialista o frente nacional capaz de llevar a cabo esa ruptura de la dependencia, que puede calificarse de liberación nacional en tanto no sólo reafirma posiciones soberanas y de ruptura en el orden internacional, sino además por el juego contradictorio que se establece dentro de los sectores que componen el movimiento peronista y por sus políticas de integración regional.

La crisis venidera en 1950, es decir, en términos económicos-financieros: la caída de los precios internacionales que afectaron las economías exportadoras, sumado a la recuperación de las economías europeas pasada la II Guerra Mundial, fueron condicionando la permanencia de algunos sectores industriales en el frente nacional. Deserción que se tradujo en el golpe de Estado en 1955. A partir de allí el “régimen” golpista trató infructuosamente de integrar el peronismo en una democracia limitada y prefirió procurar la liquidación de peronismo como política e ideología, aun al precio de borrar las instituciones democráticas.

Se producen los levantamientos populares de la década del sesenta (el Cordobazo, el Mendozazo, etc.), lo que conduce por primera vez desde 1955 a las elecciones sin exclusiones. Triunfa el peronismo en marzo del 73 y en mayo Perón vuelve a la presidencia de la Nación por tercera vez. Es necesario señalar que amplios y complejos procesos mundiales, como la guerra de Vietnam, la revolución cubana, el conflicto Chino-Soviético y la crisis de los aparatos educacionales (el Mayo Francés del 1968) comienzan a radicalizar a la pequeña burguesía de todos los países capitalistas. En los países semicoloniales y particularmente en la Argentina esto produjo el fenómeno de las “formaciones especiales”, donde la pequeña burguesía radicalizada (clase media nacional) ocupa la conducción del peronismo, forjando políticas que trascendían, incluso, los limites históricos del peronismo, lo que conducirá al golpe de 1976 y a la eliminación de militantes del campo nacional y popular. 

Retomada la democracia con el gobierno Radical en 1983 el peronismo se vuelve “renovador” en el sentido que se producen ciertas desviaciones ideológicas con respecto al peronismo de los sectores populares a los cuales representó históricamente. Menem es su fiel expresión y termina volcando el movimiento nacional hacia tendencias neoliberales que culminan en una exclusión absoluta de los sectores populares y en una mayor profundización del proyecto económico comenzado por el terrorismo de Estado en 1976. Por otro lado, obviamente, el mundo no emergía de una gran guerra como en 1945, sino del comienzo del fin de la bipolaridad y de la emergencia de una hegemonía sin precedentes del capitalismo monopolista contemporáneo dirigido por Estados Unidos. Poco a poco todo el peronismo comienza a bascular desde posiciones nacionales hacia posiciones neoliberales sustentadas por sus adversarios políticos y económicos.

Hasta aquí un breve resumen de algunos elementos históricos, imprescindibles para comprender la situación del peronismo como movimiento nacional con vocación frentista.

Sabemos que, más allá de las alternativas políticas que surgieron durante la década del noventa, el peronismo no representó ninguna posibilidad concreta de cambio. Por el contrario, las políticas neoliberales son ejecutadas, precisamente, por el Partido Justicialista. No obstante, las masas populares (sectores sociales incondicionales del peronismo y nuevos actores sociales territoriales) crearan las bases para la emergencia de nuevas organizaciones sociales de características novedosas, adheridas a modelos políticos alternativos desde espacios territoriales populares, marginales y autónomos. Sería inoportuno no detenerse en esta cuestión, por demás interesante, por cuanto la sociedad argentina asume nuevos mecanismos de organización popular que marca un punto de inflexión en la historia nacional. Sin embargo, lo retomaremos en otra oportunidad para no perder de vista el objetivo tratado en este trabajo. Por el momento, digamos brevemente que durante toda la década del noventa, en el marco de un profundo proceso de exclusión socioeconómico y político, los sectores populares y nacionales ligados históricamente al peronismo y las franjas de clase media devienen en sujetos sociales oprimidos por los aparatos de poder, lo que desencadenará un periodo de fuertes antagonismos y la construcción de alternativas políticas organizativas por fuera de los partidos políticos tradicionales para canalizar las luchas sociales populares.

En este contexto, la Argentina ingresará en una etapa de ingobernabilidad y en una crisis hegemónica sin precedentes que culminará en el estallido popular del 2001. Con la aparición del Kirchnerismo en el 2003, la política argentina vuelve a retomar los cauces institucionales para una disputa de poder que se traduce plenamente al interior del Estado. “Si el peronismo se mantuvo hasta nuestros días como fuerza política, se debe a su flexibilidad ideológica y por su base popular que, precisamente, adhiere ideológica e históricamente al peronismo. Por eso hemos asistido, durante décadas, al fenómeno de la capacidad del peronismo de superar los ciclos de desgaste de sus gobiernos —mientras los radicales, por caso, absorben sus propios desgastes en bloque—.”14

Con esto, hemos querido identificar al peronismo como un espacio político histórico relevante y trascendental por sus propias condiciones movimientistas. Sin embargo, resta precisar sobre sus propósitos integracionistas en la región latinoamericana. Sólo vamos, por el momento, a destacar algunas breves cuestiones elementales.

Durante el peronismo, hasta 1955, la Argentina asiste a una serie de nuevas relaciones internacionales y nuevas iniciativas en el marco regional, que se pueden sintetizar en tres grandes campos de acción: la diversificación de la política exterior a partir de la apertura de relaciones con los países socialistas, manteniendo vínculos con Europa y de manera conflictiva, con los Estados Unidos; la promoción de la unidad latinoamericana con el tratado entre Argentina, Brasil y Chile (ABC) y la firma de convenios con los países limítrofes o a través de la promoción de una estructura sindical latinoamericana (ATLAS); y finalmente, el desarrollo de la Tercera Posición distante del capitalismo liberal y del comunismo soviético.

Los años del peronismo en materia internacional estará dada por esta característica: la búsqueda de una alianza estratégica en la región, y la relativa separación frente a las nuevas pretensiones hegemonistas de Estados Unidos. En este sentido, para Perón era indispensable reunir a las economías más poderosas de la región (Argentina, Brasil y Chile) puesto que terminaría por sumar e incorporar inevitablemente al resto de las naciones que se jugaban contradictoriamente entre la dependencia extranjera hacia Estados Unidos y la apertura de un proceso de crecimiento para la independencia nacional.

A Chile, Paraguay, Bolivia y otras naciones les propuso pactos que abolirían las tarifas aduaneras, incrementarían el intercambio y proveerían de fondos para préstamos e inversiones. La unión aduanera se acordará con Chile, Paraguay, Ecuador y Bolivia, con el propósito de reorientar el comercio hacia Sudamérica. Perón expresará: “América del Sur desea unirse, tal como lo permiten los estatutos de ONU y de OEA y tal como se están organizando, con rótulos y realidades progresivas, los Estados de Centro América y los Estados de Europa Occidental...”.

Por otro lado, no ratificará la Carta de Bogotá (OEA), los Acuerdos de Bretton Woods (FMI-BM)  y el tratado de La Habana (GATT). El gobierno argentino se oponía a toda idea de supranacionalidad que encubriese la hegemonía de EUA.

Para organizar las negociaciones bilaterales con los Estados vecinos implementará los Consejos de Unión Económica Nacional. Estos órganos tenían carácter permanente. La Confederación General del Trabajo (CGT) y la Confederación General Económica (CGE), estaban representadas en las Comisiones Nacionales de la Unión Económica. La función de estas Comisiones, era realizar estudios técnicos para el cumplimiento de los objetivos y finalidades previstas en el Tratado de Unión Económica y debían relacionarse con la Comisión del Estado co-contratante, para facilitar el desempeño de las funciones de ambos órganos.

Otro de los métodos que empleó la política exterior justicialista para difundir sus ideas fue la designación de agregados obreros “que formarán parte de la representación diplomática de la sede en que actúen...” (Ley de servicio exterior N° 12951, Boletín Oficial, Marzo 5, 1947). Guiada por este plan de difusión doctrinaria fundará  la Asociación Latinoamericana de Trabajadores Solidaridad (ATLAS), iniciativa de formación de un movimiento sindical que escape por igual a las influencias de la ORIT (pro-norteamericana) y de la Federación Sindical Mundial (pro-soviética).

Vemos en consecuencia, como el peronismo fue pionera en los procesos de integración regional durante este periodo, como así también ha sido partícipe activo de la nueva oleada de acuerdos regionales y de regionalismo económico y político. Aunque con distintos enfoques y opciones nacionales, se ha asentado la idea de que el regionalismo constituye una estrategia adecuada para mejorar la inserción internacional de los países de la región; para incrementar la influencia en las organizaciones multilaterales o en las negociaciones comerciales; para promover una gestión más eficaz de las interdependencias regionales, y por todo ello, se ha configurado como un componente esencial de la agenda de desarrollo, apto para el resto de los países de la región.



El Kirchnerismo y el Chavismo. Nuevo análisis comparativo para comprender los nuevos procesos integracionistas.

Las luchas de las masas populares que se intensifican fuertemente durante la década del noventa en toda la región latinoamericana, da lugar al nacimiento de nuevos actores políticos nacionalistas y revolucionarios capaces de ejercer rupturas efectivas con el modelo neoliberal en toda la región. El nacimiento del Kirchnerismo y del Movimiento Bolivariano en Venezuela es el resultado político de estas condiciones que se condensan fuertemente. Por lo mismo, es el resultado de una crisis regional que consigue interpelar los fundamentos históricos del bolivarianismo y el peronismo.

Hemos tomado aquí las experiencias argentinas y venezolanas por considerarlas como parte de dos procesos históricos que, más allá de sus relativas diferencias, poseen una fuerte capacidad por generar en el campo político e ideológico latinoamericano fuertes estrategias integracionistas vinculadas, asimismo, a una ideología popular histórica como son el pensamiento nacional y latinoamericano bolivariano y peronista, respectivamente. Ambos indispensables para reformular desde una visión histórica los intentos por la libración nacional y la integración latinoamericana.

Por lo mismo, creemos importante considerar estas dos experiencias, en tanto los procesos nacionales internos de Argentina y Venezuela producen, a partir de la emergencia del chavismo y el kirchnerismo, la constitución de frentes nacionales volcados a la participación de las masas populares y la creación de nuevas alternativas de poder dentro de sus movimientos nacionales.

Sin embargo, -y aquí aparece uno de las primeras dificultades para una correcta interpretación- no estamos en presencia de un contexto internacional favorable (como lo fueron la década del 30 y 40 en varios países de la región, pongamos por ejemplo la emergencia del peronismo en Argentina) que permita un equilibrio sostenido entre los diversos sectores a través del crecimiento industrial (la burguesía industrial ya no tiene una existencia objetiva que la coloque como actor económico nacional fundamental), ni a partir de la retención de una parte de la renta internacional y la acumulación de capital nacional; ni estamos en presencia de un contexto económico y político nacional donde la burguesía nacional pueda sostener alianzas con el campo popular. Más bien, América Latina (y en el caso retomado en nuestro trabajo de manera particular: Venezuela y Argentina) que asistió durante el neoliberalismo a un contexto de desindustrialización, una reconfiguración corporativa transnacional de la economía y a una profundización del modelo rentístico. Estamos hablando, en consecuencia, de la compradorización de la burguesía nacional y del empobrecimiento masivo de las clases populares.

En términos políticos estamos ante la emergencia, en países como Argentina y Venezuela, de frentes políticos que permite la inclusión de vastos actores sociales, económicos y políticos, sin una marcada posición política e ideológica. No obstante, en la medida que estos procesos irán madurando sus alianzas, posiciones y nuevas formas de relación con otros países a partir del surgimiento de nuevos procesos populares en América Latina, como así también la crisis mundial del imperialismo que asoma fuertemente desde los años 90, permiten una gradual reestructuración de estos movimientos que los colocan como frentes de liberación.

Las nuevas coyunturas en Argentina y la aparición del kirchnerismo.

El Kirchnerismo emerge en Argentina como una fuerza política débilmente constituida, que si bien legitima las luchas populares de los movimientos y organizaciones sociales (organizaciones barriales, desocupados, algunas organizaciones piqueteras, de derechos humanos, gremios, etc.), sólo puede permanecer como fuerza institucional por medio de acuerdos circunstanciales con sectores políticos y económicos de poder. Por ello, en los orígenes del Kirchnerismo las alianzas entre diferentes sectores socioeconómicos y políticos se manifiestan por medio de las políticas de Estado que el gobierno implementa gradualmente como políticas de corte nacional.

Si bien el Kirchnerismo es el resultado de la crisis económica nacional argentina que logra canalizar políticamente las fuertes contradicciones sociales, sus orígenes poco tienen que ver con una alianza preestablecida entre sectores nacionales de la industria y las clases trabajadoras (como lo fue el surgimiento del peronismo en los años 40). De ningún modo el Kirchnerismo es la manifestación política de una alianza preliminarmente forzada entre sectores económicos volcados al desarrollo nacional y los sectores populares trabajadores establecidos como actores políticos emergentes, nacidos al calor de un nuevo periodo industrializador. Más bien, el Kirchnerismo surge (como señalamos arriba) en condiciones internacionales y nacionales que han agotado la existencia de una burguesía industrial relativamente autónoma, como así también la presencia de una clase trabajadora volcada al proceso económico nacional. Es, por lo tanto, el resultado de una crisis orgánica del modelo neoliberal que le permiten emerger como fuerza política alternativa que necesariamente debe reconstituir nuevas alianzas por medio del Estado una vez sujeto al poder político.

El Kirchnerismo no llega al poder político para conducir un movimiento aliancista emergente, sino que es el resultado de la carencia del mismo. No son las condiciones objetivas estructurales las que determinan las nuevas políticas del Kirchnerismo para fortalecer y orientar un proceso histórico transformador. Ni son las situaciones económicas de las clases sociales enfrentadas al imperialismo las que establecen el lugar político del Kirchnerismo. Sino que son sus políticas nacionales las que determinan una nueva reconfiguración estructural del país. Es el terreno político, en este caso, lo que condiciona fuertemente un reacomodamiento ideológico y socioeconómico de las clases sociales. Por lo mismo, aparece como un espacio político que tiende a la conformación de sujetos económicos y políticos. Es una fuerza política surgida de profundas contradicciones sociales a raíz de la descomposición de la economía nacional y la deslegitimación del sistema político argentino, cuyas estrategias aliancistas están expresadas según las políticas del Estado.

Sin embargo, la realidad argentina (como la de toda América Latina), cuyas condiciones dependientes y semicoloniales le adjudican características particulares, impide que los femémonos políticos emergentes puedan condicionar y modificar las relaciones económicas sin establecer alianzas entre diversos sectores nacionales. Por ello, si bien el Kirchnerismo no puede ser distinguido como una fuerza política surgida como resultado de una verdadera alianza nacional antiimperialista o, por lo mismo, como consecuencia directa de las condiciones materiales y políticas que permitan una coalición entre sectores de la burguesía industrial y las clases populares organizadas, una vez en el poder político, determinadas políticas de Estado van a originar las condiciones necesarias para una reconfiguración estructural que permite el desarrollo de nuevas alianzas estratégicas. Es decir, es un espacio político aglutinador donde los intereses y sectores nacionales van gradualmente reconociéndose y, asimismo, conformándose al calor de las nuevas políticas económicas y sociales devenidas por el Estado. Es a partir de determinadas políticas económicas y sociales del Estado donde comienzan a crearse y fundarse nuevos sujetos y nuevas alianzas políticas. En definitiva, es un movimiento nacional que va conformándose paulatinamente, donde los diferentes sectores van formando un movimiento policlasista para nada definido, en esos orígenes, como de Liberación Nacional.

No obstante, podemos decir que, más allá de algunas alianzas estratégicas definidas, desde su aparición en la escena política, el Kirchnerismo consigue materializar una base social integrada por  trabajadores  y movimientos sociales de desocupados aliados a sectores de clase media de posiciones progresistas (en especial, democráticos, defensa de los Derechos Humanos, etc.) así como a restos del viejo peronismo histórico.

En este escenario, los grupos económicos exportadores (grandes productores agropecuarios) que habían sido afectados por la crisis económica mundial y por las propias políticas neoliberales argentinas a las que se sujetaron durante las últimas tres décadas, se suman (aunque pasivamente) a las políticas del Kirchnerismo al verse incrementado sus ganancias y las posibilidades de inserción mundial de sus bienes primarios exportables. Del mismo modo, aquellos sectores industriales rezagados y ahogados por la convertibilidad, se reconocen en las políticas del Estado puesto que los ingresos obtenidos en términos internacionales son introducidos en algunas ramas de la vieja industria argentina. En tanto, el sindicalismo argentino, trabajadores, sectores medios, organizaciones sociales y territoriales, todas ellos se suman al Kirchnerismo de manera gradual en la medida que las políticas de Estado tienden a la reivindicación de sus demandas salariales y conquistas laborales esenciales durante este periodo.

En este contexto, la superación de la crisis y la apertura de un periodo de crecimiento económico, que va del año 2003 al 2008, permitió un encuentro o “acuerdo transitorio” de diversos sectores y actores económicos con el Kirchnerismo que marcarán el inicio de una alianza incipiente entre el capital nacional, exportadores y sectores populares. Pero era una alianza coyuntural que dependía, en gran medida, de los márgenes de crecimiento ocurridos en la economía argentina, inmediatamente después de transitar una crisis estructural que había debilitado y depreciado gran parte de la estructura económica argentina y los horizontes políticos del país. Por eso, difícilmente, algunos sectores políticos y sobre todo, determinados actores económicos del país podían seguir sosteniendo el apoyo a un gobierno que se proponía defender y profundizar un proceso de crecimiento económico con inclusión social. Esto significaba: un Estado capaz de garantizar un desarrollo reindustrializador, donde el mercado interno, el consumo nacional y la defensa del trabajo fueran centrales. Más aún, cuando algunas medidas del gobierno (medidas de corte nacional y democrático) tendientes a la integración latinoamericana, la condena de militares y civiles comprometidos con la dictadura militar, la nacionalización de algunas empresas y servicios nacionales en manos del capital financiero, la ruptura con el Fondo Monetario Internacional, disminución de la deuda externa, baja de pobreza, reactivación económica, recuperación de empresas industriales, entre otras, turbaron la calma de los sectores políticos, ideológicos y económicos que nunca se identificaron, sea por cuestiones ideológicas o estructurales, con los cambios y transformaciones nacionales. El Kirchnerismo, al asumir una política nacional en cuestiones claves, origina el alejamiento gradual de los sectores políticos y económicos de poder.

¿Cuándo el Kirchnerismo adopta rasgos que lo colocan como fuerza nacional? Podemos señalar varios sucesos. Pero centrémonos en el principal. La disposición de aumentar las denominadas retenciones a la exportación de la soja provoca el alejamiento de las entidades agropecuarias y su posterior acción golpista. Por lo mismo, la reaparición de un discurso ideológico radicalizado de elementos que se creían desaparecido (las contradicciones “pueblo-oligarquía”, intereses “nacionales-populares” e intereses extranjeros, peronismo–anti peronismo; etc.), le van otorgando al kirchnerismo una nueva base de apoyo popular y una nueva conflictividad que le permite adherirse como movimiento. La llamada ley 125 que el gobierno promueve para garantizar por vía de las retenciones a las exportaciones un proceso de crecimiento y desarrollo industrial, va a traducir la inminente ruptura de alianza con los sectores exportadores: la sola idea de una ley nacional, incluso sin los mecanismos políticos instrumentales del Estado para ejercer un control directo sobre el comercio exterior, espanta a los sectores de la oligarquía financiera exportadora y de la burguesía comercial que, desde el 2003 habían sido parte de los sectores económicos más beneficiados por las nuevas políticas cambiarias.

Por todo esto, la estructura de alianzas primitivas del Kirchnerismo con los sectores exportadores (grandes y medianos productores) y algunos sectores de la pequeña burguesía a la que se sujetaban fracciones de la clase media argentina, no podía ejercerse solamente a partir de la trasferencia de ingresos recogidos de la renta extraordinaria exportadora, sino que requería de una intensa y conflictiva negociación que conduciría al mismo a fortalecer sus alianzas con los sectores populares y nacionales del país.

Ahora bien: ¿significa esto que el Kirchnerismo es, como sostienen algunas posiciones radicales de izquierda, un nuevo apéndice del peronismo que procura desarrollar un capitalismo nacional en el marco de un modelo económico “desarrollista”? ¿Estamos en presencia de un movimiento nacional de características populares que bloquea el paso para la construcción de un socialismo nacional y la apertura de un proceso revolucionario? Evidentemente, son preguntas que debemos responderlas y tratarlas en función de las determinaciones estructurales de la sociedad argentina y, como hemos querido analizar, en base a las disposiciones aliancistas producidas por el Kirchnerismo. No obstante, creemos necesario, para responder a estas preguntas, analizar comparativamente el caso de la revolución bolivariana, para de esta manera buscar algunos puntos de coincidencia.


La revolución Bolivariana y la integración latinoamericana.

Venezuela ha conservado históricamente una identidad política bolivariana, una historia particularmente marcada por su lucha antiimperialista y colonial, y siguió conservando una composición popular y nacionalista en el ejército nacional. Al mismo tiempo, las masas populares que venía enfrentando las políticas neoliberales tuvieron su explosión en el caracazo del `89, que alimentó la rebelión del `92 liderada por Chávez y su posterior victoria electoral en el año 99. Esto significa entender la experiencia chavista en el marco de descomposición del capitalismo dependiente y de la emergencia de nuevos movimientos nacionales en América Latina, como así mismo a procesos sociales y políticos de rupturas internas que se han ido desarrollando a lo largo de su desarrollo político.

Cuando aparece el movimiento bolivariano liderado por Chávez y logra, por medio de su participación electoral, la victoria en el año 99, aparece en un contexto y bajo situaciones que sólo le permiten subsistir por medio de alianzas con algunos sectores de la burguesía comercial y ciertos factores de poder de la llamada Cuarta República. Si bien puede que esa alianza exprese una necesidad coyuntural, es parte también, por un lado, de una estrategia política de las clases dominantes de “coaptar” las iniciativas de Chávez para canalizar la crisis que vive el país por esos años hacia un proceso reformista que le permita subsistir como clase dominante y, por otro lado, de una estrategia del nuevo gobierno bolivariano que llega al poder por medio de elecciones representativas para canalizar la composición policlasista del movimiento bolivariano hacia un equilibrio nacional que permita su propia subsistencia. Es por lo tanto, al igual que el Kirchnerismo durante estos orígenes, el nacimiento de un frente político que permite la inclusión de vastos actores sociales, económicos y políticos, sin una marcada posición política e ideológica.

En cuanto al proceso bolivariano en Venezuela, los orígenes del movimiento bolivariano, si bien nace como una corriente revolucionaria o “rebelde” dentro de las filas del ejército y pasa a ser, luego de la victoria electoral del 99, la expresión política visible de una alianza entre este ejército bolivariano, las masas populares que se hicieron visibles en el Caracazo y ciertas fracciones del capital nacional, es un movimiento amplio que difícilmente puede sostener algunas alianzas. No solo porque no cuentan con una base económica que pueda sostenerlas, sino además porque la figura de Chávez ha formado una corriente revolucionaria novedosa.

Por eso, la columna vertebral del chavismo son esas clases desposeídas que, como lo hizo el Kirchnerismo, deben ser reconocidas políticamente. Por eso, inmediatamente asumido, el gobierno promueve un proceso de consulta popular para una nueva constituyente, lo que de algún modo va a traducir la inminente ruptura de alianzas: la sola idea de la constituyente espanta a los elementos de la oligarquía y la burguesía comercial que aspiraba a reformas políticas.

Por todo esto, la estructura de alianzas primitivas del chavismo no podía ejercerse solamente a partir de la trasferencia de ingresos recogidos de la renta petrolera, sino que requería el condicionamiento de la burguesía petrolera y un planteamiento político más radical. Es decir, ante la ausencia de una burguesía de características industriales nacionalistas, y ante la ausencia de una infraestructura económica que pueda sostener relativamente nuevas formas de conciliación de clases, debía ser el Estado el que cumpliese un rol que impulsase la industria a través del control de la renta petrolera y debía ser el Estado un nuevo aparato que adquiriera dimensiones revolucionarias. Como el Estado no puede adquirir esas dimensiones revolucionarias, en esta etapa, es el mismo gobierno, su líder y las masas organizadas en el poder popular los que asumen un comportamiento revolucionario de características particulares.

Ya aquí, desde aquella convocatoria a la Constituyente, desde que el gobierno nacionaliza algunos sectores de la economía, desde que se lanzan las leyes habilitantes para ejecutar una nueva Ley de Tierras y de Hidrocarburos e intenta neutralizar el poder de las empresas petroleras, el débil equilibrio social, o de coyunturas de alianzas se rompe y aparece un proceso de cambio revolucionario que ya no promueve la conciliación de clases. Sí puede actuar un frente nacional policlasista, pero con las clases populares -obreros, campesinos, intelectuales, ejercito popular, etc.- ubicados como columna vertebral y como actores protagonistas del cambio social.

El golpe de Estado del 2002 y el sabotaje petrolero en el 2003, no solo van a definir la posición de una derecha pro-norteamericana y fascista, sino que esos acontecimientos alimentaron la unidad entre el ejército y el pueblo civil, motivaron nuevas medidas nacionalistas y revolucionarias y fueron dando lugar a un discurso de izquierda en el gobierno y las masas populares que comenzó a adquirir trascendencia en las nuevas formas de participación política desde ejes territoriales concretos.

Ya en el 2006, Chávez declara la necesidad de construir en Venezuela el socialismo. El escenario político y social del país asume nuevas características, sobre todo por el abandono (no podía ser de otra manera) de parte de la clase media. Una clase media, que adopta como característica común de la clase media latinoamericana, un comportamiento suicida y peligrosamente ambiguo.

Es decir, las viejas alianzas con el capital privado y ciertos sectores de la burguesía venezolana ya están resquebrajadas y el frente bolivariano es, a partir de ese momento, un frente revolucionario que tiene una fuerte posición de clase popular. El capitalismo, el imperialismo y la burguesía son identificados como intereses de la anti patria y el Estado es una estructura de poder que debe ser eliminada para edificar el nuevo Estado Comunal Socialista.

Pero permitámonos una aclaración: ¿Por qué los sectores populares pueden adoptar las categorías ideológicas del socialismo, del antiimperialismo, del comunismo (incluso), siendo que los partidos socialistas y la misma ideología socialista no interpeló históricamente a las masas? En primer lugar, porque es el mismo Chávez el que lo postula, después de varios años, desde un movimiento popular que admite ciertas categorías ideológicas revolucionarias. Pero fundamentalmente, porque el liderazgo de Chávez está estrechamente vinculado a una ideología bolivariana que permite subordinar los conceptos y categorías ideológicas del socialismo a esa ideología popular bolivariana. Es decir, el socialismo es planteado desde un campo ideológico popular que no son más que los referentes del bolivarianismo venezolano y latinoamericano. Es allí, donde se produce una articulación de la ideología popular bolivariana con los principios del marxismo y el socialismo.

Pero además, este socialismo que planeta Venezuela es un socialismo que se plantea desde un país oprimido por el imperialismo, un país que no ha desarrollado sus fuerzas productivas, donde el Estado pierde soberanía y donde el capitalismo no desarrolló una burguesía nacional autónoma. Es un país donde el proletariado no es una clase social homogénea que libre su lucha contra esa burguesía industrial que le extrae plusvalía, etc., sino un país petrolero que produjo una temprana formación de una aristocracia obrera en las ramas emblemáticas de la economía nacional subordinada a esta economía petrolera.

Esto quiere decir que las medidas lanzadas por el Estado como medidas "revolucionarias", son lanzadas desde un espacio y un contexto económico, político y social que identifica los principios socialistas como principios nacionales y populares que permiten la realización de las tareas históricas fundamentales para el desarrollo social. Ahí es donde el socialismo es postulado como un socialismo particular porque está apoyado en un programa nacional-democrático, es decir, concretando los objetivos nacionales-democráticos (muchos de esos objetivos, incluso, parte del proyecto de las burguesías nacionales que jamás podrán concretar en nuestros países: independencia nacional, soberanía popular, justicia social, desarrollo de las fuerzas productivas) a la vez que abre los caminos hacia el socialismo. Entonces, seguimos hablando, a pesar de que es un país que se declara por el socialismo, de un movimiento nacional de liberación, un movimiento independentista.

Cuando el chavismo llega al poder político, desde sus inicios desarrolla una lucha que modifica la relación de fuerzas internas en los aparatos del Estado. Y esto, en la medida que el Estado y sus aparatos es el campo estratégico de las luchas políticas. Este largo proceso de conquista del poder por la revolución bolivariana ha consistido en desarrollar y fortalecer los núcleos de resistencia difusos que las masas populares siempre disponen en el seno de las redes estatales, pero creando y desarrollando otros nuevos, de tal forma que estos centros se conviertan en los centros efectivos del poder real.

La creación de misiones populares representa, en este sentido, un intento por transferir poder a las masas organizadas y por transformar el Estado en su conjunto. Todas estas misiones, si bien cuentan con el apoyo financiero del Estado, pasan a ser formas de construcción institucional que no cuentan con el control absoluto del Estado. Todas ellas cuentan con la articulación determinante del poder popular para ser desarrolladas.

Esta estructura de poder es la que la revolución bolivariana está edificando a través de un modelo político que brinda las condiciones para la participación de los sectores populares en los diferentes niveles económicos, políticos e ideológicos. No basta con ocupar espacios de poder en el Estado sino que hay que generar una dinámica de participación popular propia. La alternativa que viene desarrollando el gobierno revolucionario, es la conformación de un Estado revolucionario de poder popular, como bien describe Diana Raby, que demuela las estructuras del Estado Burgués y procure resolver a favor del poder popular las contradicciones internas de la revolución en el seno del Estado.15

La emergencia y conformación de los Consejos Comunales y las Comunas Socialistas son un claro ejemplo de lo que sucede en Venezuela en cuanto a la afirmación de una nueva cuestión del poder y una nueva relación de propiedad.

El eje estratégico y estructural de esta nueva dinámica de poder consiste en la transferencia de poder a los sectores populares organizados, cuya expresión más elevada es la Comuna Socialista, su articulación nacional en autogobiernos y el ejercicio del poder popular. Estamos en presencia de un proceso, que con sus obstáculos, intenta traspasar el ejercicio monopólico del poder a los sectores populares. Y aquí entramos en otra fase de fuerte contradicción.

La edificación de una nueva estructura de poder a través de las Comunas Socialistas, férreamente impulsadas por Chávez, representan un duro golpe al empleo de poder monopólico que atesora el Estado por medio de sus instituciones centrales de gobierno, donde parte de la disposición política del Partido revolucionario, gobernaciones, municipios, ministerios, etc., conforman un tejido de poder, muchas veces, opuesto a las necesidades populares.

Esto es: las relaciones de poder generadas por la Revolución Bolivariana ha adquirido, bueno es decirlo, rasgos populares y transformadores en sus mismas formas de legalidad y estructura al permitir la intervención política de los sectores populares en las luchas de clases internas. Pero del mismo modo, ha generado una burocracia, una maquinaria interna de poder y un aparato político complejo legitimado que no ha sabido comprender su papel transitorio dentro del proceso revolucionario. Por el contrario, ha colocado como prioridad política el mantenimiento de sus intereses particulares y, por lo tanto, existen sectores que resisten las alternativas que vienen irrumpiendo fuertemente desde el poder popular.

No es apresurado decir que la formación de nuevos grupos económicos que operan a la sombra del mismo proceso revolucionario es un obstáculo real que no ha sido enfrentado con políticas concretas, lo cual abre un nuevo escenario: solo es posible superar ese obstáculo con el ejercicio del poder popular. 

El plan 2013-2019 elaborado por Chávez contempla fuertemente la consolidación del poder popular y comunal para fortalecer un proyecto socialista, es decir, la trasferencia del poder a las comunas organizadas. Obviamente, no se trata de anular las gobernaciones y municipios o pretender que el Gobierno anularía las gobernaciones o alcaldías. La Comuna Socialista intenta modificar este escenario adverso sobre el ejercicio y el traspaso de poder. ¿Ignora, por ello, la cuestión política nacional? ¿Es la Comuna la construcción de un nuevo poder separado de las relaciones de fuerzas nacionales, estatales e institucionales? ¿Se propone erguirse como un poder paralelo, un no-poder? No. Al edificar autogobiernos en las instancias comunales, las superestructuras de dominio atraviesan una lucha que se traduce a lo interno de los aparatos del Estado y su hegemonía institucional, al mismo tiempo que abre paso a nuevas alternativas del ejercicio del poder a través del poder popular.

Con esto queremos llegar a algunas conclusiones. Si bien el kirchnerismo (como fue el caso del peronismo histórico) no ha planteado un discurso ideológico de contenido socialista o revolucionario de izquierda, es imposible negar sus elementos políticos transformadores que, incluso, se hallan inscriptos en la propia ideología histórica del peronismo. Todos los procesos emergentes durante los últimos años en América Latina, con sus diferentes ritmos, realidades nacionales, etc., han manifestado abiertamente la posibilidad de construir un nuevo programa pos-neoliberal que coloca a los movimientos de liberación nacional como condición de existencia. De aquí podemos extraer una conclusión no menos relevante: Una verdadera unidad nacional, popular y revolucionaria sólo se sostiene por la concreción de intereses populares enfrentados a las relaciones de dependencia. Por ello, es preciso decir que no es posible abordar una estrategia política de poder permanente sin considerar estas condiciones generales de los movimientos nacionales y sus formas de alianzas. Asimismo, es indispensable descubrir las contradicciones internas suscitadas a lo interno de los mismos para, desde allí, develar sus proyecciones revolucionarias, independentistas e integracionistas.

El proyecto nacional en América Latina: trascendencia, contradicciones y poder popular.

Los procesos de cambio en Latinoamérica en el siglo XXI (revolucionarios, nacionales, populares o como se les quiera denominar) nos han enseñado algo: sus triunfos, sus conquistas históricas, sus permanencias, dependen de su propia trascendencia, de su capacidad por trascender y trascenderse así mismo. Que existan gobiernos de mayorías populares y nuevos modelos de participación en América Latina traduce algo más que un cambio de modelo político, económico. Significa además la presencia de condiciones propias o internas de rectificación, reimpulso y profundización de los escenarios políticos. Significa la permanente gimnasia política para brindar las herramientas internas de cambio. Esa es la esencia de los movimientos nacionales en América Latina. Las luchas y contradicciones frente a los grupos de poder (nacional e internacional), pero también el desarrollo de luchas y contradicciones internas dentro de los proyectos nacionales. El éxito de la construcción de un nuevo modelo nacional independiente, regionalista, además del éxito sobre los sectores sociales, políticos y económicos históricos de poder, requiere de un proceso interno de autocorrección: el éxito por canalizar las unidades nacionales hacia mayores cauces de participación y profundización.

En toda la región ha despertado, dentro de los movimientos nacionales, un nuevo espacio de construcción político alternativo. Están los partidos, la institucionalidad política dentro de los aparatos del Estado, pero también están los movimientos sociales y organizaciones populares que vienen conformando un nuevo tejido para el ejercicio de poder. Refiero, obviamente, a organizaciones y movimientos sociales que plantean nuevas alternativas dentro de los proyectos nacionales, y no, como pretenden algunos sectores o grupos políticos, la creación de esferas solitarias desvinculadas y radicalmente opositoras a los gobiernos latinoamericanos progresistas (esta rara mezcla de zapatismo y oligarquía en una misma dimensión). Más bien sugiero a lo que en Venezuela, Bolivia, Ecuador o Nicaragua se denomina Poder Popular -y que en la Argentina, a mi criterio, viene emergiendo durante los últimos años-. Los líderes políticos han comprendido este fenómeno y existe un esfuerzo por otorgarle relevancia política y económica, poder.

Pero a su vez este poder popular significa, por sobre todas las cosas, una práctica política desde espacios territoriales concretos que desarticulen las estructuras de poder adheridas en las formas jerárquicas, verticalistas y burocráticas del Estado. Aquí es donde las contradicciones internas adquieren dinamismo. Sólo en la medida que existan nuevas formas de generación de poder popular, que permita suprimir las formas de concentración de poder a través de la transferencia del mismo, sólo así estas prácticas conquistarán alcances efectivos. Transferir lo que les pertenece, aquello que les ha sido expropiado, el poder. El Partido Político (y con él, el aparato) no puede ser el centro exclusivo alrededor del cual se articulen todos los procesos sociopolíticos. No es el instrumento a través del cual pueda contribuirse a la creación de una sociedad participacionsita, puesto que el mismo tiende necesariamente a concentrar poder, no ha transferirlo. Su función es extender su papel como intérprete de determinados sectores, sin transferirles poder. Esto no quiere decir que el Partido deba dejar de existir como tal. La conformación de un Partido Político nacional es una tarea indispensable de los proyectos nacionales. Es una herramienta del movimiento. Pero no el único.

Ahora bien, que las alternativas de poder popular adquieren trascendencia es sólo una parte del asunto. Por un lado, si separamos el poder popular del poder del Estado o del poder político partidista, no sólo dejamos de lado las luchas al interior de los aparatos del Estado, sino que además estamos negando el poder como una relación social de fuerzas. Suponer que el poder popular es ajeno al poder del Estado y a sus aparatos ideológicos o políticos, conduce a una posición separatista y solitaria que no tiene sustento material. Pero además, esas contradicciones y obstáculos de construcción dentro de los procesos nacionales no sólo se dan exclusivamente en el Partido o el Estado, o entre el Estado, las instituciones y el poder popular emergente, sino también dentro de las mismas organizaciones del poder popular. Quizás, uno de sus errores o desviaciones más frecuentes sea la capitulación por parte de intereses individuales, reproduciendo prácticas de poder opuestas a las necesidades colectivas (esta especie de mezcla entre organización popular y cargo político particular). Por eso, una de las herramientas más adecuadas para que estos actores y espacios no sean desnaturalizados por el juego político arbitrario, es la transferencia. No sólo de recursos, programas o asistencia, sino de herramientas jurídicas para su legitimidad como espacio de poder. (Esta experiencia se dio en Venezuela y Bolivia, donde el poder popular tiene jerarquía jurídica y política en las Constituciones y en la incidencia directa sobre las políticas públicas. Tienen jerarquía institucional, constitucional, pero sin dejar de ser espacios alternativos de poder).

Por otro lado, vemos que se viene desarrollando un modelo muy interesante de participación de militantes, organizaciones, movimientos sociales, etc., en diversas instancias y contextos territoriales. Esta nueva reaparición y protagonismo ha profundizado las contradicciones internas dentro de los proyectos nacionales. La unidad, en este sentido, es fundamental. Sin embargo, sería un error paralizar dichas contradicciones. Que esas contradicciones retarden o aligeren los cambios y determinen sus estructuras de alianzas, no significa omitir la necesidad de profundización, supeditándose a una política de “eterno acuerdo”. Por el contrario, son las contradicciones internas las que otorgan al movimiento trascendencia.

En toda América Latina estamos atravesando este escenario: por un lado, una estructura de alianzas estratégicas. Alianzas políticas nacionales frente a sectores de poder externo y a fracciones dominantes de poder local. Unidad que traduce estrategias de alianzas económicas, políticas y sociales indispensables para sostener la lucha contra el bloque de poder hegemónico mundial y local. Son alianzas nacionales que, sin embargo, incluyen a actores políticos-económicos ajenos a un proyecto de transformación estructural, profundo y, por lo mismo, mantienen una tendencia a traicionar los movimientos de liberación popular y disolver las unidades de los frentes nacionales. Por otro lado, la existencia de alianzas estructurales: alianzas entre las fuerzas populares que se trazan objetivos de transformación de mayor alcance, pero donde conviven elementos conservadores, propio del aparato político institucional.

Entonces, ¿cómo canalizar políticamente estas alianzas estructurales? A través de un mayor fortalecimiento del poder popular. Otorgándole legitimidad jurídica, transfiriendo recursos y medios de producción político para su desarrollo. La construcción del poder popular debe ser la base de la nueva política.  De esta manera es posible asegurar una victoria, por así decirlo, hegemónica. Sólo sobre la base de una sociedad empoderada económica y políticamente, los sectores hostiles a un proyecto nacional (externos e internos) son derrotados para ocupar lugares como actores subordinados al proyecto dirigente. Es imprescindible en el nuevo contexto latinoamericano, el paso o transición de las alianzas estratégicas a las alianzas estructurales. En estas alianzas, los sectores sociales incluidos no sólo están representados por su situación objetiva desigual frente a las condiciones de dependencia semicolonial, sino además por su posición objetiva y subjetiva frente al modelo de explotación capitalista. Es allí donde los proyectos nacionales se transforman en movimientos de liberación nacional y, al mismo tiempo, de liberación social.

BIBLIOGRAFÍA GENERAL CONSULTADA:

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NOTAS

1 Jorge Abelardo Ramos: “Revolución y Contrarrevolución en la Argentina: Las masas y las lanzas (1810-1862)”. Pág. 21. 2a ed. Buenos Aires: Senado de la Nación, 2006.

2 Gandía, EnriqueHistoria del 25 de Mayo, Buenos Aires”. Claridad, 1960, p. 41.

3 Francisco Pividal: “Bolívar: Pensamiento precursor del antiimperialismo”.

4 Jorge Abelardo Ramos: “Historia de la Nación Latinoamericana”. Pág. 46. Ediciones Continente 3a ed. 2012. Buenos Aires.

5 Jorge Abelardo Ramos: “Historia de la Nación Latinoamericana”. Pág. 52. Ediciones Continente 3a ed. 2012. Buenos Aires. Pág. 151

6 Ibidem, Pág. 231

7 Ibidem, Pág. 248

8 Norberto Galasso: “La historia mitrista oculta que la Revolución de Mayo fue un momento de la revolución hispanoamericana”. Entrevista. Revista Virtual: Pensamiento Nacional.

9 Ibidem.

10 Jorge Abelardo Ramos: “Historia de la Nación Latinoamericana”. Ediciones Continente 3a ed. 2012. Buenos Aires. Pág. 255

11 Norberto Galasso: “Peronismo y Liberación Nacional (1945–1955)”. www.elortiba.

12 Ibídem.

13 Eduardo Barrientos: “Primer Plan Quinquenal (1947-1951)2. Texto de cátedra. Diplomatura de Historia Argentina en Latinoamérica. Mendoza. Alberto Lettieri.

14 Manuel Mora y Araujo: Breve historia del peronismo. 16/02/2014. Texto de cátedra. Diplomatura de Historia Argentina en Latinoamérica. Mendoza. Alberto Lettieri.

15 Diana Raby (2008) "Democracia y Revolución: América Latina y el Socialismo hoy". 1ª Edición. Editores Latinoamericanos. Venezuela. 









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