Marzo 2014
Izquierda y progresismo ante la integración y la globalización
Eduardo Gudynas
En los últimos tiempos el progresismo parece estar tomando un sendero distinto al de la izquierda que le dio su origen. Esta divergencia que asoma también se expresa en cómo se aborda la globalización y la integración latinoamericana.
La situación actual es heterogénea, por momentos contradictoria. Se debe celebrar, por ejemplo, contar con ámbitos de discusión polÃtica como UNASUR o CELAC, rompiendo con las tutelas de Estados Unidos. Pero persisten estrategias conservadoras de liberalización comercial, como las de la Alianza del PacÃfico.
Unas cuantas razones de esa heterogeneidad se encuentra en la divergencia entre izquierda y progresismo, y para explicar esas circunstancias es apropiado un breve repaso histórico. La izquierda latinoamericana que maduró en la década de 1990 tenÃa unas cuantas ideas bastante claras sobre la integración. Su proyecto polÃtico iba mucho más allá de la liberalización comercial, defendiendo coordinaciones en manejar inversiones y endeudamiento, protección de los migrantes, y apoyos a obreros y campesinos, especialmente por medio de polÃticas productivas regionales. Buscaba romper la dependencia ante la globalización y cuestionaba institucionalidades como las de la Organización Mundial del Comercio (OMC).
La lucha contra el ingreso de México al TLCAN, o ante los tratados de libre comercio de Chile, Perú, Colombia y varias naciones centroamericanas con EE.UU., obligó a explorar otras opciones económicas y polÃticas de la integración. TodavÃa más se aprendió en las coordinaciones de amplios sectores de izquierda en las negociaciones del Ãrea de Libre Comercio de las Américas (ALCA), lideradas por EE.UU., con el apoyo de Canadá.
Muchos de esos aprendizajes explican muchas de las medidas que se tomaron cuando la izquierda conquistó varios gobiernos. Se cambió la postura en el seno de los bloques regionales, se detuvo el ALCA, y se lanzaron innovaciones, algunas especÃficas (como la idea boliviana de tratados de comercio entre los pueblos, el Banco del Sur, o un mecanismo propio de pagos recÃprocos, el SUCRE), o incluso más ambiciosos (como el ALBA, y sus estructuras asociadas). Pero a medida que el impulso inicial de izquierda fue reemplazado por el pragmatismo del progresismo, se afectaron muchas posturas. Ese cambio se puede ilustrar con algunos ejemplos.
El primero se refiere a la iniciativa en infraestructura sudamericana, conocida como IIRSA, una iniciativa inicialmente alentada por Brasil, sin duda era funcional a la ideologÃa del ALCA. A tono con el espÃritu neoliberal, apostaba a una red de carreteras e hidrovÃas extrovertidas hacia la globalización, que permitiera enviar materias primas desde el corazón del continente a los grandes puertos oceánicos. Las izquierdas latinoamericanas criticaron duramente IIRSA; no podÃa ser de otra manera dada su estrecha asociación al proyecto ALCA. A su vez, las alternativas de izquierda postulaban otra integración fÃsica continental. A pesar de ello, a medida que se consolidó el progresismo, se aceptaron las ideas de IIRSA, aunque ahora reubicadas como Consejo Suramericano de Infraestructura y Planeamiento (Cosiplan), dentro de UNASUR (1). Todos los gobiernos, sin distinciones entre conservadores o progresistas, lo financian.
En la misma lÃnea, en 2006, Evo Morales presentó a los presidentes y pueblos sudamericanos una carta proponiendo otra integración continental Âpara Vivir BienÂ. DefendÃa, por ejemplo, la complementariedad entre las economÃas, el comercio justo, fondos económicos para compensar asimetrÃas, y una articulación fÃsica distinta a la de IIRSA (2). Aunque en su carta estaba el espÃritu de una integración desde la izquierda, no tuvo mayor acogida, y con el paso del tiempo, el progresismo actual parecerÃa que la ha olvidado.
Estos ejemplos ilustran vÃas desde las que asoma la divergencia entre izquierda y progresismo, una distinción planteada en un artÃculo anterior (3), en este caso ante la integración y la globalización. No es que desaparecieran todas las posturas y sensibilidades previas, ya que muchas de ellas siguen presentes, explicando elementos como la resistencia a los TLCs y la retórica latinoamericanista.
Pero el progresismo, al seguir priorizando las exportaciones de materias primas, termina en paÃses que compiten entre ellos en acceder a los mercados globales. Los paÃses cafeteros y sojeros compiten entre sÃ, y otro tanto hacen los exportadores de cobre, hierro, plata y otros minerales, y asà en otras materias primas. También compiten en atraer el capital necesario para esos proyectos, en flexibilizar las condiciones sociales y los permisos ambientales, e incluso en asistencias en infraestructura o energÃa barata.
Esta dinámica impide una integración productiva y comercial genuina. Los gobiernos resisten llegar a compromisos regionales para regular la oferta, los stocks disponibles, y los precios de sus materias primas (a pesar de existir iniciativas pasadas en ese sentido). A su vez, necesitan avanzar en redes construidas bajo el espÃritu de IIRSA para asegurar sus exportaciones.
Frente a la globalización, existen algunos intentos en recuperar autonomÃa (por ejemplo, desvinculándose del CIADI). Pero, en lÃneas generales el progresismo quedó anclado en la globalización, ya que la necesita para mantener esas corrientes exportadoras y los flujos de capital. Cumplen con los acuerdos de la OMC y siguen las regulaciones globales para el comercio e inversiones. Brasil es, posiblemente, el paÃs que más ha batallado por instalarse en esa globalización (buscando la dirección de la OMC, participando activamente en el G 20 y formalizando a los BRICs). Por esas y otras razones, el progresismo no logró desglobalizarse.
Durante las campañas frente al ALCA, las izquierdas aprendieron la importancia de una articulación continental que redujera las asimetrÃas (diferencias entre economÃas grandes y pequeñas) y permitiera una convergencia (mejorando las condiciones de las economÃas más pequeñas). Al caer el ALCA, el temario de asimetrÃas y convergencias perdió fuerza. Es que discutir esos procesos dentro de América del Sur implica debatir el papel de Brasil, la economÃa más grande, una cuestión más que espinosa para gobiernos (y varios en los movimientos sociales). Es cierto que Brasil y otros paÃses aceptaron la propuesta de Chávez de transitar desde una Comunidad Suramericana de Naciones a una ÂuniónÂ, pero no puede olvidarse que uno de sus resultados concretos fue abandonar la construcción concreta de polÃticas comunes y mecanismos para reducir asimetrÃas y asegurar convergencias. Aunque el progresismo invoca el latinoamericanismo, parece haber adoptado finalmente la postura brasileña, que defiende una soberanÃa en un viejo sentido, para rechazar cualquier compromiso supranacional.
El MERCOSUR, que se suponÃa serÃa Ârefundado en los años en que todos los gobiernos de sus miembros estaban en manos del progresismo, avanzó en cuestiones como cultura o migraciones, pero no logró acuerdos en sectores claves como energÃa, minerÃa y agroalimentos. No sólo eso, sino que ha caÃdo en todo tipo de disputas internas (incluso imposiciones sobre los socios pequeños), hasta casi paralizarlo. A nivel continental también quedaron por el camino otras innovaciones audaces, como la propuesta de Hugo Chávez de Âcompartir sus recursos petroleros, mediante acuerdos recÃprocos con empresas estatales de paÃses amigos. La situación se ha vuelto tan compleja, que hasta más de un gobierno progresista ahora mira con interés a la Alianza del PacÃfico (Ecuador y Uruguay son observadores), o está dispuesto a negociar un acuerdo de libre comercio con la Unión Europea (como Brasil o Ecuador).
Sin duda que este repaso no agota una problemática por demás compleja. Tenemos claro que el camino futuro no está, por ejemplo, en esquemas como los de la Alianza del PacÃfico. Pero hay que saber reconocer el malestar con los problemas de una integración estancada o contradictoria en algunos frentes. Sus limitaciones las sufren, por ejemplo, obreros fabriles o pequeños agricultores, que como no encuentran salidas productivas dentro del continente, quedan a merced de la globalización. No siempre es fácil analizar esa cuestión, ya que cualquier observación podrá ser usada por los sectores conservadores para promover sus modelos TLCs.
La mejor manera de romper con esas trampas es retomar el espÃritu de izquierda para enfrentar la globalización y la integración. Esto es fortalecer instancias como UNASUR o CELAC, pero incorporándoles mecanismos para recuperar autonomÃas frente a la globalización y acuerdos regionales concretos. Entre las prioridades están la regulación de la oferta y stocks de materias primas, cadenas industriales compartidas entre paÃses, y la reorientación de la agropecuaria y las conexiones de transporte hacia las necesidades continentales, antes que los mercados globales. Esas y otras medidas se corresponden a aquel llamado, lanzado desde Quito, hace más de diez años atrás, Âotro desarrollo es posible, otra integración es posibleÂ, que sigue siendo válido.
- Eduardo Gudynas es analista en CLAES (Centro Latino Americano de EcologÃa Social), Montevideo. Twitter: @EGudynas
Notas:
1. La resurrección de la IIRSA, Héctor L. Moncayo, 30 octubre 2012, ALAI: http://alainet.org/active/62622&lang=es
2. Propuesta del Presidente Evo Morales: Construyamos con nuestros pueblos una verdadera Comunidad Sudamericana de Naciones para ÂVivir bienÂ, 4 octubre 2006. ALAI: http://alainet.org/active/13712
3. Izquierda y progresismo: la gran divergencia, E. Gudynas, 24 diciembre 2013, ALAI: http://alainet.org/active/70074
http://cambiopolitico.com/izquierda-y-progresismo-ante-la-integracion-y-la-globalizacion/50333/
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