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Enero 2014

La visión de los hispanos en el arte norteamericano

Alejandro Hermosilla Sánchez*

Universidad Veracruzana

Me parece necesario para hablar de la cuestión hispana en Norteamérica, en primer lugar, volver la vista -aunque sea brevemente- a la afroamericana, debido a que, comparando las problemáticas particulares de dos de los grupos étnicos más desfavorecidos del país, pienso que podrá entenderse mejor parte de mi discurso. En este sentido, quisiera diferenciar los problemas que ambas comunidades tuvieron para integrarse en el nuevo país a partir de dos situaciones muy distintas y bien definidas: 1) la afroamericana, que debía confrontarse a la situación inicial de la esclavitud y 2) la hispana y mestiza, que se enfrentaba a  la lucha y rivalidad por la tierra y el espacio, su pérdida y su posterior necesidad de recuperarlo.

Al contrario que con los hispanos, con los afroamericanos no existió un problema migratorio. (O al menos no fue el principal). Transportados como esclavos hacinados en barcos desde la costa occidental africana, se ganaban el derecho a estar en la nueva tierra con su sola presencia. Por lo que la lucha que sostuvieron durante siglos fue más por su reconocimiento como seres humanos libres, por ser vistos como personas iguales que por reivindicar su derecho a ocupar la tierra. No es difícil, en este sentido, resumir su historia sobre la que existe un relato más o menos consensuado y decenas de testimonios. Desde la novela de Harriet Stowe, La cabaña del tío Tom (1852), Las aventuras de Tom Sawyer (1876) y las de Hulckeberry Finn (1884), de Mark Twain o las de William Faulkner hasta clásicos cinematográficos como El nacimiento de una nación (1915).

En esencia, por tanto, hay consenso y acuerdo sobre su historia.  Los afroamericanos fueron traídos en contra de su voluntad por un raza de hombres que se consideraba elegida a una tierra prometida, en la que se necesitaba de mano de obra lo más barata posible para implantar allí la civilización. Y, más tarde, cuando gracias a la revolución industrial, los utensilios de trabajo fueron más baratos de producir y efectivos, ya no fueron tan necesarios en el norte del país que abogó por su liberación frente al sur produciéndose una guerra que  terminaría con la prohibición de su esclavitud y pondría, en primer plano, desde entonces, la lucha por su reconocimiento e integración en la sociedad. Con el tiempo, y a medida que el capitalismo se desarrolla, las élites ceden ciertos territorios para evitar conflictos e introducirlos como consumidores o trabajadores asalariados en su sistema, aspirando a una convivencia más o menos pacífica con ellos de la que surgen, a medida que sus cantos y bailes son tenidos en cuenta, el jazz, el soul o el blues como, por ejemplo, Terence Malick dejó retratado en una escena bellísima de su inolvidable Días del cielo (1978). Y, finalmente, un siglo después de la Guerra de Secesión (1861-1865) con más o menos esfuerzo, van a ir siendo escuchados y cobrando más importancia. Tanto en el terreno artístico y político, como ponen de manifiesto Martin Luther King, Sun Ra, Sly Stone, Malcom X, James Brown, Litle Richards, Chuck Berry o, en las últimas décadas, Spike Lee o Public Enemy, hasta en el mediático tal y como ejemplifican las vidas de actores como Bill Cosby o Morgan Freeman y deportistas como Michael Jordan, Magic Johnson o Tiger Woods. 

Realmente, esto no ha producido un cambio a nivel global en su situación dado que en la mayoría de los casos siguen ocupando el nivel más bajo del sistema. Y baste, a este respecto, echar un vistazo a la serie de David Simon, The Wire (2002-2008), que sí muestra que ha habido una seria y necesaria reflexión sobre el tema, además de, en cierto modo, una expiación más o menos interesada y superficial (ahí ya no entro), que ha permitido por ejemplo que Barack Obama llegara a la presidencia del país o bien, que Quentin Tarantino pudiera ajustar sus particulares cuentas con la historia al tiempo que pedía perdón y entonaba el mea culpa de manera sumamente divertida en su Diango desencadenado (2012) o como, de otra forma muy diferente, había realizado anteriormente Steven Spielberg con su adaptación de la novela de Alice Walker, El color púrpura (1982).

En fin, supongo que puede resultar innecesario realizar esta revisión al tema afroamericano, pero me parecía importante hacerla para verificar cómo hay un relato muy claro, una narración -con la que más o menos podemos estar de acuerdo- sobre ésta misma, en toda Norteamérica y no tanto sobre la cuestión hispana. En parte, porque traer forzosamente a los africanos al continente implica un paternalismo, una responsabilidad de la que no se puede delegar, dado que es imposible recolocar a tantos seres humanos en el continente africano de nuevo. Aquello que obliga a las élites y clases medias blancas norteamericanas al menos a conocer esta historia y, en cierto sentido, reconocerse en ella. Para bien o para mal. Y esto es algo que no ocurre con los hispanos. O al menos, no del mismo modo.  De hecho,  la historia entre hispanos y el pueblo norteamericano se  encuentra llena de claroscuros, tibiezas, culpas que se ocultan, responsabilidades que no se reconocen, cuerpos que desaparecen y, en definitiva, zonas imprecisas, muy poco diáfanas en que hay que bucear ampliamente para ponerlas en claro. Y es porque responden a otra problemática muy distinta que la afroamericana: problemas de espacio, pertenencia de la tierra, además de  rivalidad y confrontación.

Intentaré explicarme mejor. Para la construcción de los actuales Estados Unidos fue esencial acabar con los nativos americanos. No hace falta hablar mucho sobre esta cuestión. No creo que haya muchas personas que no sepan ni hayan oído hablar de la Conquista del Oeste o haya visto alguno de los cientos y, en algún caso, magníficos westerns que se rodaron. Acabar con los nativos americanos implicaría, en principio, retener todo el espacio (repito, tema central del problema hispano) que éstos guardaban, como forma de librarse en sus futuras reivindicaciones. Y a esto se aplicaron con más o menos fortuna durante décadas. Sucede que al mismo tiempo que se estaba colonizando Norteamérica y despojándolo de sus nativos, se estaba produciendo, a su vez, la colonización de México y otras partes del continente americano. Pero, en este caso, a las matanzas y rituales de sangre cometidas por mis ascedientes contra la población indígena del actual Perú o Colombia, pongamos por caso, había que añadir un hecho que, en principio, no sucedió -al menos regularmente- en EE.UU: el mestizaje. Los españoles cruzaron su sangre, ya sea por lascivia, lujuria o amor verdadero, con los nativos americanos a quienes no pudieron exterminar, permitiendo que su herencia perviviese. Algo que  provoca uno de los primeros malentendidos y conflictos con Norteamérica y puede explicar en parte, el vacío que se hizo sobre los hispanos a lo largo de los siglos. Pues, no había de ser agradable para las élites, los hijos de Abel norteamericanos, "el pueblo elegido," saber que al otro lado de su frontera pervivían muchas personas con idénticos rasgos  a  los de los primeros habitantes de América, contra los que, en esos momentos, luchaban por ocupar sus tierras.

Tanto es así, que en cuanto pudieron,  el  calificativo de mestizo pasó pronto a convertirse en denigrante y muchos de los hijos de españoles y aborígenes fueron retratados, vistos o pensados como monstruos: seres que no pertenecían a ninguna cultura y estaban a medio de camino de ninguna parte. Probablemente muy cerca del infierno por ser fruto de una mezcla de sangre impura. Visión que intentaba borrar un hecho como que el mestizo es,  en realidad, hijo de ambas culturas, (Europa y América por lo general) y, en cierto sentido, el producto y consecuencia natural de la historia de este continente en los últimos siglos que tendrá, como sucederá más tarde, con el blues o el jazz, en la mezcla de nacionalidades y culturas su principal característica y baluarte para forjar su leyenda y poder. 

De todas formas, en un principio, en Norteamérica no se reconoció esta circunstancia puesto que habría significado perder el poder de disfrutar las tierras recién conquistadas. Y como acabo de indicar, no sólo se demonizó a esta figura, el mestizo, sino a la raza europea que había cometido tal pecado, la hispana, cuya pureza se puso en entredicho al tiempo que se destacaban gran parte de sus características negativas y se divulgaban algunos de sus más horrendos actos cometidos en el continente, dando lugar a su famosa leyenda Negra, que si bien era cierta tampoco podía ocultar la anglosajona. Aunque, en cierto modo, a sus propios ojos, la justificaba. Un hecho absolutamente necesario teniendo en cuenta que, a diferencia del  afroamericano (que viene de fuera), el mestizo es una presencia amenazante que por su mera existencia, muestra la usurpación y el latrocinio cometido en estos parajes. Recuerda el crimen sin tener que nombrarlo. Hace referencia al mismo, sin tener que decir una sola palabra. Y muestra las contradicciones de la ocupación americana con naturalidad. Siendo, por tanto, una figura incómoda sobre la que, por estas razones, se me antoja que todavía no se ha reflexionado lo necesario y ha costado tanto integrar dentro de un imaginario sano en Usa. Donde, en muchos casos, se lo sigue  considerando como alguien peligroso o lejano, al que es  muy  sencillo culpabilizar. (Véase lo que ocurrirá con el joven indiano al que, en una de las primeras temporadas de Breaking Bad, Walter White responsabiliza del robo acaecido en su Instituto, de los tubos que utiliza para fabricar la droga). Y, asimismo, es bastante más fácil caricaturizarlo (como sucede en Nacho Libre (2006), la película de  Jarod Hess) que comprenderlo.

De hecho, no es extraño que se lo vea por momentos como una especie de animal sin alma con el que, por tanto, no habría que tener excesiva piedad como, de manera absolutamente descarnada, pone de manifiesto el nombre, "la bestia", del tren que transporta a los emigrantes mexicanos hacia EE.UU que descarriló a fines de agosto o el crudo film de Gregory Nava, El norte (1983). De una manera un poco más sutil, muestra la muerte de Melquiades Estrada en la película de Tommy Lee Jones, Los tres entierros de Melquiades Estrada (2005) que, en parte, cumple una función similar a la realizada por Tarantino en Django desencadenado y prueba que algo está cambiando lentamente. Aunque en eso entraremos un poco más adelante.

En cualquier caso, que la relación entre hispanos y norteamericanos sería tensa y compleja, parecía claro desde la guerra entre Inglaterra y España del siglo XIV, pero es que además, la forma en que se produjeron ciertos hechos históricos, únicamente podía acentuarlo. Por ejemplo, no fue un aglosajón sino un vasco, Alvar Núñez Cabeza de Vaca, el primer occidental en desplazarse por estos vastos terrenos.

Una circunstancia que, en mi opinión, se convirtió en algo más que una cicatriz molesta en la piel de los futuros Estados Unidos de Norteamérica, al manchar y poner en duda esa historia heroica que todos los imperios y estados necesitan para construir su leyenda; puesto que, de forma sutil, anunciaba que el nuevo territorio sería no tanto un lugar destinado a una sola raza, sino una especie de Melting Pot, una nueva Babel, donde todas ellas estarían destinadas -les gustase más o menos- a convivir. Algo que desde luego se puede interpretar muy positivamente, pues probablemente, el problema de Babel era la torre en sí misma y no su caída que obligó a que los seres humanos, sin importar las razas, etnias o procedencias, se relacionaran entre sí. Por lo demás, viéndose obligados a hacer un esfuerzo por comprender al otro, valorando las diferencias y la importancia que cada una de sus culturas, con sus respectivas particularidades, tenía. Y entendiendo, finalmente, que no había una, por supuesto, que fuera más importante que otra.

Más allá de estas últimas reflexiones, lo cierto es que  -volviendo al tema principal- las tensiones entre hispanos y norteamericanos llegarían finalmente a su máximo punto de ebullición a mediados del siglo XIX, debido a la guerra entre México y EE.UU: un conflicto -que únicamente era cuestión de tiempo que se produjera- esencial para entender la actual relación entre las dos poblaciones. Pues, debido a la victoria anglosajona, se firmó en 1848 el tratado de Guadalupe de Hidalgo, por el que los EE.UU se apropia de los estados de Arizona, California, Nevada, UTA, Nuevo México y partes de Colorado y Wyoming. Y desde entonces, la visión sobre los hispanos en EE.UU fue lenta pero progresivamente modificándose teniendo en cuenta que tanto el mestizo como el mexicano pasaron de ser un "otro"; una especie de "monstruo" despreciable a encontrarse en el propio territorio; a ser parte de los Estados Unidos de Norteamérica con todo lo que ello significa.

Se estable desde ese momento la base y raíz para la futura eclosión de un sincretismo artístico, que al cabo de un siglo terminará desembocando, vía afroamerica, en el jazz y el blues latinos; la particular forma de interpretar la salsa de Tito Puente y las melodías rockeras de Sixto Díaz Rodríguez; o bien, las coloridas novelas de Sandra Cisneros, los frescos humorísticos sobre la sociedad estadounidense del escritor dominicano Junot Díaz; el clásico del rock chicano y universal como "La Bamba" de Ritchie Valens o ciertos rhythm and blues de Willy Deville y Tom Waits o las pegadizas canciones de la reina del tex-mex, Selena Quintanilla; el cocktail de funky rítmico de Gloria Estefan y la Miami Sound Machine; los merengues de Juan Luis Guerra, algunas experimentaciones musicales de David Byrne (el líder de Talking Heads) entre otras muchas creaciones que de no producirse esta mezcla no hubieran eclosionado exactamente como lo hicieron. 

A este respecto, es muy importante destacar que desde ese momento, mediados del siglo XIX, lo hispano comenzó a quedar maniatado a lo anglosajón, (como casi cien años después retrataría con gran brío y humor Carlos Berlanga en Bienvenido Mr. Marshall) y que tras la guerra de Cuba, (1898), este proceso llegaría a su fin, quedando la relación entre ambos mundos, más o menos en la forma que las conocemos actualmente. Comenzándose a continuación, a teorizar seriamente sobre las características de las dos culturas. Es entonces, de hecho, cuando se divulgan, instituyen y casi que se hacen oficiales una serie de visiones y tópicos arrastrados a lo largo del tiempo, sobre las dos cosmovisiones (como si fueran inobjetables verdades científicas). Por ejemplo, en 1891, José Martí  diferencia entre dos propuestas: la de USA (expansionismo, agresividad, guerra) frente a una fundamentada en el amor y el reconocimiento de los derechos de los más débiles, que podría corresponder, si se hicieran los esfuerzos debidos, a los pueblos latinoamericanos. E igualmente, en el año 1900, José Enrique Rodó escribe su Ariel donde, basándose en la obra de William Shakespeare, La tempestad, y los personajes Ariel y Calibán, diferencia el espíritu e idealismo (Latinoamérica) de la materia y el utilitarismo (Norteamérica).

En definitiva, es en este momento cuando quedan fijados de manera general en la conciencia colectiva de las dos culturas toda una serie de comparaciones duales:

Tópicos que tienen algo de verdad. Y, en algún caso, como ocurre con el que incide en la excesiva aun grata relajación de los pueblos hispanos, tanto en su sentido positivo como negativo, son reactualizados constantemente. Por ejemplo, en Breaking Bad, cuando Walter White necesita disponer de tiempo para resolver sus asuntos relacionados con la droga, no dudará en decirle a su mujer que ha decidido viajar a México por si es posible que con las hierbas de los chamanes y curanderos, su corazón encuentre tranquilidad suficiente para sanar de su cancer. A su vez, en pocas ocasiones, se va a mostrar más sonriente Michael Scott en la versión norteamericana de la serie The Office, que cuando anuncia a sus  subordinados en el trabajo que va a pasar unas relajantes y gratas vacaciones en Cancún mientras chapurrea un pobre español. Y es difícil olvidarse de cómo es visto uno de los pocos latinos, Roberto Mendoza, que aparecen en la primera tempora de El ala Oeste de la Casablanca (The West Wing) quien siendo candidato al Tribunal Supremo, es detenido en Connectitut, sospechoso de conducir ebrio. Acusación que luego sabremos que es falsa pues se debe a motivos racistas. 

Por otra parte, creo también necesario recalcar el  que también sea aproximadamente en esta época, (entre mediados y fines del XIX) que ciertos intelectuales se van a empezar a mostrar interesados por las culturas de los nativos americanos que viven en México. Algo que resulta muy sintomático para caracterizar las relaciones entre ambos pueblos, pues no es sino hasta que casi han desaparecido del territorio de USA, -y ya no se los percibe como enemigos- que comienzan a llegar propuestas de comprensión hacia las culturas aborígenes. Como por ejemplo, refleja el extraordinario libro Incidentes del viaje a Yucatán (1843) de John Stephens donde se nos revelarán datos sobre las civilizaciones mesoamericanas que fascinarán a Edgar Allan Poe, quien no podrá ocultar una sonrisa turbia  al saber del descubrimiento de ciertos asentamiento mayas. Mismamente, tras un iniciátivo viaje a Yucatán, Charles Olson se decidira a cambiar y experimentar aún más con su escritura. Y el inglés D.H. Lawrence vivirá años inolvidables en Oaxaca donde intentará explorar el culto a Quetzalcoatl y las liturgias míticas y ancestrales pre-hispánicas en La serpiente emplumada (1926).

De todas formas, es justo decir que, más allá de la voluntad de acercamiento y conocimiento a la cultura de los nativos americanos, la mayoría de estas visiones provocarán gran  polémica en México donde  se les acusará de no haber profundizado lo suficiente; de haber visto y comprendido la "otra" cultura bajo las leyes de la propia sin perder -en ningún caso- su propia identidad occidental. Clásica polémica casi desde su nacimiento que vivió uno de sus últimos episodios -pero seguro que no el último- en los encarnizados debates que se produjeron respecto a la versión que Mel Gibson ofreció de las culturas mayas en su Apocalypto (2006). Película que hay quienes consideran una especie de Rambo a la indígena y que, acaso sin comprender ni valorar tampoco sus reales méritos -en un caso de racismo o discrimación a la inversa- ha sido descalificada totalmente al considerarla un arma imperial para doblegar conciencias. Una forma a través de la que los norteamericanos justificarían la matanza de nativos americanos teniendo en cuenta la crueldad que muchos de ellos muestran, en esa trepidante aventura en la selva.

Asimismo, a partir de la segunda o tercera década del siglo XX es que poco a poco se van a ir diferenciando dos visiones sobre los hispanos en Norteamérica y el mundo anglosajón en general:  1) La oficial, la mass-mediática y 2) la independiente promovida desde ciertas Universidades, centros contra-culturales o determinados escritores y pensadores que alcanza su cénit y apogeo a finales de la década de los 6o en Woodstock.

En cuanto a la oficial, siento que es necesario resaltar una circunstancia sobre la que apenas había prestado mucha atención hasta el momento, de redactar el texto: el hecho de que el mayor fabricante de sueños del siglo XX, Hollywood, estuviera situado en Los Ángeles. Más que nada, porque teniendo en cuenta el origen hispano de la mayoría de los habitantes de esta localidad, hubiera sido lógico que gran parte de ellos hubieran protagonizado o al menos hubieran aparecido como extras en muchos de los films. Sin embargo, esto no es así. De hecho, el hispano es uno de los grandes ausentes del cine de la era dorada de Hollywood. No aparece y si lo hace, casi no se le percibe. Como si no formara parte de la nación y hubiera que avergonzarse de él, en un momento en que Estados Unidos empieza a exportar su visión del mundo y de sí mismo a todas partes, colonizando el imaginario occidental por medio de westerns donde la figura de los nativos americanos no salía, desde luego, muy bien parada. No tanto porque los retratasen como malvados sino más bien porque no había reflexión apenas sobre ellos. Eran "el otro", el otro elevado a la máxima potencia que no se podía ni se quería comprender y por tanto. era mejor matar. 

Tampoco, por ejemplo, aparecen hispanos en muchos de los cómics de superhéroes norteamericanos. De hecho, ultimamente he estado leyendo los primeros números de El asombroso Spiderman Los 4 Fantásticos y no he encontrado ninguno. Y sospecho que tampoco deben encontrarse muchos en los de Superman; un héroe norteamericano cuyo poderío y aspecto contrasta más si lo comparamos con El Santo, el héroe mexicano por antonomasia, un hombre robusto y fuerte pero que, en realidad, podría ser cualquiera. Un ser anónimo que no se toma en serio a sí mismo y junto a Superlópez, la parodia de Superman española, o actualmente, Flaman, dan idea de lo diferentes que serán los héroes hispanos de los norteamericanos. 

De todas formas, la relación oficial entre ambas culturas va a cambiar un poco -aun superficialmente- en los años 50 y 60 debido a la amenaza comunista. Pues, tras la Segunda Guerra mundial, con la intención de enfrentarse al bloque soviético, EE.UU entiende que debe reclutar aliados y ofrecer una mejor visión del país en los tiempos, además en que Ernesto Guevara recorre media América llamando a la revolución. Y es entonces que se produce un momento inenarrable protagonizado por el más grande símbolo de Norteamérica: Elvis Presley, que en Fun in Acapulco (1963) entonará la famosa canción Guadalajara del maestro José Guizar, en español. Acto cordial imposible de concebir tan sólo unas décadas antes, por el que la nación aglosajona intentaba ganarse la simpatía del resto del mundo y, desde luego, su vecino, México, al que halagaba y agradecía su apoyo con una escena que, en mi opinión, representa el principio, muy incipiente, de la aceptación y consiguiente reflexión -más o menos acertada- que lentamente se fue desarrollando en los centros oficiales norteamericanos sobre los hispanos. Quienes, no obstante, décadas más tarde, volverían a ser criminalizados por el cine al ser tipificados como narcotraficantes y camellos, en películas como El precio del poder (1983) de Brian de Palma o una serie como Corrupción en Miami (1984-1989) donde da la casualidad de que ninguno de los dos policías es hispano.

Tampoco, por otra parte, recuerdo demasiados hispanos en la creación de J.J. Abrams, Lost, (2004-2010) que se proponía como un retrato que casi caleidoscópico de la humanidad. Lo que no creo que en absoluto fuera negativo para los hispanos, pues acaso este hecho indicara que tal vez los que se encuentren perdidos precisamente, no sean ellos sino los norteamericanos entre montañas de dolares, deudas, rascacielos y comida basura. Reflexión que, en parte, se corresponde con la que realizó la generación beat que vio a México como un lugar libre, una especie de Edén donde redimirse y escapar de la máquina capitalista, continuando y llevando al extremo las reflexiones que décadas antes realizaron John Steinbeck y Tenesse Williams sobre su país vecino, como Ernest Hemingway sobre España.  Por ejemplo, Jack Kerouac al final de En el camino (1957) visualizaba México como un paraje místico, casi agreste, ideal para relajarse por primera vez de su viaje y emprender la búsqueda de su verdadero ser; William Burroughs, lo pensaba como un lugar donde escapar y contemplar de lejos el peligroso desarrollo armamentístico de su nación y el capitalismo salvaje, que amenazaba con devorar el planeta; y el inglés Malcolm Lowry-como también Allen Ginsberg- lo entendía en Bajo el volcán (1947), como un centro que evidenciaba el apocalipsis de fe vivido en Occidente.

A este respecto, hay que resaltar que la contracultura disolvió muchas de las nociones imperialistas de EE.UU. Y puso por primera vez en claro las responsabilidades cometidas contra los nativos americanos y la madre naturaleza en general. Recalcó la imposibilidad de huir de este oneroso recuerdo al que gran parte de los artistas de los años 60 dieron -con más o menos fuerza- relieve, hasta que justo en 1968, en el año de Woodstock y el amor, de la explosión liberal, apareció la famosa La noche de los muertos vivientes de George. A. Romero. Una película que me atrevo a decir -aun siendo consciente de lo atrevido de mi afirmación- que de forma extrema, mostraba toda esa mala conciencia escondida en la psique del norteamericano, que se transformaba ahora en un zombie a través del que se sentía latir el aliento vengativo, el fantasma y espíritu de aquellos nativos americanos que fueron asesinados sin haberles dado tan siquiera sepultura. Y es que la contracultura no se va a reprimir en ningún caso a la hora de ofrecernos una visión crítica de los habitantes de la nación. Casi como si fueran monstruos. Tanto es así que, desde determinado punto de vista, podría decirse que la película de George. A. Romero fue el río en el que desembocaron afluentes como las series The AddamsDark Shadows The Monsters a través de las que, al fin, con sentido del humor y sano desparpajo, los americanos se reían de sí mismos y reconocían en cierto sentido algo del esperpento cometido al colonizar su país.

De hecho, si se sigue mi razonamiento y teniendo en cuenta estos antecedentes, parece lógico que, tras las oleadas de rebeldía surgidas en los años 60, en 1970, se estrenara el film de Arthur Penn, Pequeño gran hombre, protagonizado por Dustin Hoffman donde al fin (como dos décadas más tarde realizará Kevin Costner en su oscarizada Bailando con lobos (1990)) se daría una visión humana de los nativos americanos, en lo que suponía un mea culpa por lo realizado y no exento de hipocresía -pues apenas quedaba ya ninguno de ellos vivos- pero al mismo tiempo, lentamente, posibilitaba el proceso de aceptación de los mestizos e hispanos que no ha terminado de completarse por muchas de las causas anteriormente referidas. Pero que de alguna manera, desde los años 80, ha ido acelerándose.

No en vano y con la intención de llegar incluso a más público que con Thriller, Michael Jackson se hizo rodear de todo tipo de latinos en el video de Bad (1987). Y en uno de los cartoons más famosos de la historia, Los Simpsons, son variados, irónicos e inteligentes los guiños a esta comunidad cuya influencia ha ido creciendo cada vez más en las tres últimas décadas, acaso porque se ha comprobado que los defectos que se les achacaban hace siglos, eran, en realidad, virtudes. De hecho, son ellos, con su paciencia, su sacrificio, su escaso sentido práctico pero con su corazón de oro, uno de los colectivos que más están contribuyendo a sostener el país en años de duras crisis económicas, como los que estamos viviendo y los que vienen. Comportamiento que probablemente está permitiendo que se los humanice al fin y se intente comprenderlos, como muestra por ejemplo, el que en la última temporada de El ala oeste de la Casa Blanca se nos presentará a un candidato latino, el Congresista Santos, como candidato (finalmente electo) a la presidencia de EE.UU. También una muestra tan interesante como Nuestra América: la presencia latina en el arte americano, que el Smithsonian American Art Museum estrenó el pasado octubre; y el documental Latinoamericans de 6 horas que el canal PBS comenzó a emitir en septiembre o, muy de distinta manera,  el auge de las películas de Robert Rodríguez como Machete (2010), donde el mexicano es visto como un ser capaz de aguantarlo todo, un héroe a su manera, que hay que respetar y cuidar pues de no ser así puede terminar volviéndose contra quienes lo ofenden y exterminarlos sin piedad. Visión que no contribuye a la concordia pero me parece necesaria, teniendo en cuenta el problema aun no resuelto migratorio. Y que por más que hayan existido avances, como muestran series como Breaking BadThe ShieldWeeds o la recientemente aparecida Devious Maids, en las que el latino es visto como narcotraficante o sirviente, y aún queda mucho por hacer, como con tanta lucidez y maestría manifiestan, por ejemplo, algunas de las novelas de Cormac McCarthy.

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*Alejandro Hermosilla Sánchez


Investigador de tiempo completo Universidad Veracruzana








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