Agosto 2013
Los libros de la cárcel de Felipe Quispe
Christian Jiménez Kanahuaty
Antecedentes
En un libro denominado Los Anormales el filosofo francés Michel Foucault (2003) mencionaba la relación entre el saber y el poder. Foucault establecía una relación directa entre aquel que porta un determinado tipo de saber y el poder (cantidad) que poseía y con el cuál influía y determinaba el rumbo de personas y de colectividades. La idea sin embargo fue complejizada poniendo también otro tipo de saber al descubierto: Un saber sometido. El saber sometido era aquel que termina invisibilizado por las reglas instituidas e institucionales del saber verdadero y reglamentado. Me explico: para Foucault, el saber occidental un saber verdadero es: La democracia representativa es el sistema de gobierno por excelencia y el que hay que defender; las diversidades sexuales deben ser eliminadas y sólo debe primar la binariedad Hombre-Mujer. La locura debe de ser castigada con la exclusión y la vigilancia constante, etc. Este tipo de saber fue conformando sus límites en la ciencia y en el positivismo de corte racional y empirista. Así es que los conocimientos de culturas precoloniales y no occidentales quedaban como saberes sometidos y alejados de cualquier pretensión de producción o reproducción. Los saberes, por ejemplo, que se trasmiten oralmente y por medio de las tradiciones o de los mitos, quedaban de ese modo enclaustrados, trayendo como consecuencia no sólo su olvido sino que su contenido histórico y subversivo eliminado.
Pienso que esta noción nos permite alcanzar otro aspecto: El punto de unión entre la tradición oral y el momento de la escritura, como posibilidad de la permanencia; es decir, de ganar posteridad. La única forma de destruir un supuesto es desbaratándolo desde su origen, en este caso, desde el lenguaje y desde la exclusión.
Los saberes sometidos fueron también fundantes de las historias de los pueblos colonizados. La visión de los vencidos fue eliminada de la historia y borrada de la antropología cultural, por la siguiente razón: afectaban el orden de cosas existentes y proponían su trasformación a través de la revelación de otra verdad.
Ahora bien, lo excluido tiene también relación con lo prohibido y lo prohibido en la Bolivia de los años setenta y de la primera mitad del ochenta, era cuestionar una forma de gobierno que castigaba por un lado vertientes ideológicas disidentes al gobierno de entonces, pero sobre todo, prohibía ciertas formas de discurso. Formas de hacer visibles y tangibles los olvidos (intencionados o no) de la historia oficial.
Uno de esos olvidos era el problema indígena y la situación colonial de la cual proveníamos como Estado y como nación. Pero este discurso naciente, el de la subversión, el de la guerrilla indígena y el de los atentados dinamiteros a las antenas de comunicación o las detonaciones en sedes partidarias proclives a los designios de Estados Unidos, eran sin duda violentos. Un discurso no sólo es verbal es también acción, es decir, actos físicos y colectivos. Por ello el discurso tiene que ser violento para entrar a escena, tiene que golpear los nudos del anterior discurso y desatarlo formando un nuevo entramado léxico, una nueva formulación de la realidad a partir de la constatación de una voz reveladora. Esa voz reveladora puede ser encarnada en un Mesías, en un líder carismático, en un líder histórico o como sucedió en Bolivia con el Ejército Guerrillero Tupak Katari (EGTK), y ser formulado desde un colectivo ideológicamente preparado para golpear; un estilo de ejercicio del poder que como última misión tenía la eliminación sistemática de todos aquellos que pensaran, sean y actuaran de forma diferente a lo establecido como normal.
El EGTK funciona como un ente que devuelve la memoria a una porción poblacional, es decir, que funciona como la evocación de algo que se creía perdido en las arenas del tiempo. Trae la memoria de las luchas entre indígenas y blancos, trae la lucha por la liberación, la lucha en última consecuencia, por la autodeterminación. Para que los pueblos indígenas especialmente quechuas y aymaras puedan liberarse de las cadenas de la opresión militar, partidista y neoliberal.
Pone de nuevo en el tapete aquello que Fausto Reinaga proponía como una visualización de la Bolivia contemporánea: Una Bolivia donde anidan dos Bolivias, que sin duda es también eco de aquella formulación realizada por Tristán Platt (1982) sobre la conformación del territorio a partir de una república de indios y una república de blancos, que al mismo tiempo podría ser la resonancia de ese ayllu que pervive hasta hoy, como proceso de resistencia al orden colonial republicano. Este orden de situación de las naciones originarias es revelado por el EGTK, por sus escritos ahora casi perdidos o de circulación mínima.
La exclusión ¿Por qué escribir?
Sobre la captura del EGTK se ha escrito relativamente, pero al mismo tiempo se ha dicho poco. Últimamente se recuerda al grupo, su encierro y sus actos porque uno de sus miembros ocupa una alta función en la administración del Estado. Aunque a partir del año 2000 una de sus figuras hizo de alguna forma temblar el piso institucional del entramado democrático liberal de nuestro país.
Felipe Quispe cuando es encerrado no se dispone a ser un preso institucionalizado, sino que haciéndonos de nuevo parte de las de ideas de Foucault vertidas esta vez en El orden del discurso (2002), podríamos decir que Quispe entabla una relación con la realidad y la verdad. A partir de una idea y de una figura: Tupak Katari, su descuartizamiento y su sentencia final "Volveré y seré millones." Foucault decía que "los nuevo no está en lo que se dice sino en el acontecimiento de su retorno" (pp. 29). Quispe entonces hace retornar a Katari a partir de su evocación; más propiamente a partir de la evocación de su lucha, del cerco a La Paz y de su propuesta de un gobierno de indios. La autodeterminación como fin político. La autodeterminación como proyecto futuro, políticamente articulado a partir de la historia en tanto saber sometido que ahora se revela como saber subversivo.
Esta tarea la desarrolla a partir de la escritura, pero no es una escritura simple ni por entretenimiento, sino que es más bien una escritura que sirve de piso para una reactualización de la historia y a partir de ella, encarar un proyecto de amplias dimensiones que tengan como vimos desde el año 2000, a un partido político como eje de articulador entre dos mundos, entre el mundo democrático representativo y el mundo sindical originario.
En consecuencia, Quispe cumple lo que se propone desde ese espacio de reclusión, exclusión e invisibilización. Para aquellos que lo apresaron este acto tendría que haber servido para anularlo y despojarlo de su identidad y de su voz; pero más al contrario, es en este espacio en el que su voz alcanza mayor énfasis y obtiene a pesar del encierro una visión más abarcadora y profunda de la realidad nacional; no en vano se matricula como estudiante de la carrera de Historia, en ese momento ya hay una decisión efectiva de traer al discurso político la historia como fundamento ideológico.
"Se le pide que revele, o al menos que manifieste ante él, el sentido oculto que lo recorre; se le pide que lo articule, con su vida personal y con sus experiencias vividas, con la historia real que lo vio nacer. El autor es quien da al inquietante lenguaje de la ficción sus unidades, sus nudos de coherencia, su inserción en lo real" (pp. 31)
Es en este sentido, trabajar la historia como si fuera una ficción en principio, pero luego dotarla de contenido y darle un giro descolonizador. Ahí radica el momento inicial de escritura; en la necesidad de que ésta se reconoce y que la historia ha dejado de tener sentido, que sus contenidos han sido vaciados y han sido por sobre todo, utilizados en beneficio de una elite y de una casta; en otras palabras: se ha instrumentalizado a la historia para solventar un régimen político.
El giro propuesto por Quispe es descolonizador porque llena de nuevo contenido a la historia de los libros de texto escolares; pone de manifiesto una historia de exterminio y de exclusión desplegada desde el momento de la fundación de la República, que había sido sistemáticamente eliminada de los libros de historia y si se los había tratado, se los recogía de forma esquemática, volviéndolos de bajo el paraguas de la objetividad, en algo neutro. La verdadera historia era sólo material de investigaciones sociológicas e históricas con tintes antropológicos, que en muy poca medida recogían el contenido político e ideológico de los "acontecimientos".
Los Libros de la cárcel
El ahora reeditado Tupak Katyari vive y vuelve... carajo, publicado por vez primera por Ofensiva Roja en 1990, se constituye en el primer libro de Felipe Quispe en el cuál a partir de datos históricos duros, reconstruye la lucha de Katari y sus huestes, la herencia en términos de ejemplo que ha dejado con la posibilidad de cumplir su designio y su sueño de independencia. Pero también como espectro probable, muestra el castigo que desde el poder republicano se da a quienes osan revelarse y liberarse de él.
El segundo libro Un Indio en Escena (1999), genera un tránsito hacia un momento de recuperación de la autobiografía, en forma de testimonio. Es decir, que Quispe se da a la tarea de mostrarnos su trayectoria política, las aguas de las cuales bebió para formar su conciencia revolucionaria y de cómo su ideología se fue fortaleciendo a través de las lecturas de Reinaga. Es un libro sin duda ejemplar porque Quispe se piensa a sí mismo como líder político de una generación y de una raza. Entonces, proyecta políticamente un programa futuro de cambios estratégicos y de cambios graduales, tanto al nivel de la conciencia de aquellos que nombra como sus hermanos y de aquellos que a pesar de ver como diferentes, se esfuerza por integrar. Y es interesante esta reflexión porque muy pocos políticos, miembros de partidos tradicionales y ex presidentes, han dejado un testimonio de su caminar sobre las arenas del mundo de la política. Quispe lo hace demostrando al mismo tiempo claridad y frescura en su narración. Aquí la narración puede ir desde la ficción hasta la realidad y de regreso. Porque no sólo se hayan plasmados los hechos tal como aparentemente sucedieron, sino que hay una fuerte mirada interior. En otras palabras: Quispe se mira a sí mismo y se evalúa constantemente sobre el peso de sus acciones pasadas y sobre sus sensaciones. Lo cual marca la experiencia vivida y trasmitida, con el fin de lograr honestidad y trasparencia ante un lector que se sabe puede ser un indio o un mestizo.
El tercer libro de Quispe denominado Mi Captura (2007) es la crónica de su captura. Cómo es que lo apresan. Que errores cometió y en quiénes confió en sus últimos días de libertad. En este libro se profundiza aún más la mirada interior expuesta años antes en Un indio en escena. A momentos, es duro consigo mismo, pero eso da cuenta de la firmeza de unos principios que se van formando al calor del recorrido sindical. Quispe se entiende y se reconoce como ejemplo, como líder, como futuro organizador de la política del país, y por tanto, la experiencia debe de ser interiorizada. Los errores deben conformar un modelo que no debe de repetirse y más aún, la búsqueda de la liberación, debe estar siempre alerta a las posibles adhesiones voluntarias de gente bienintencionada pero que a la larga serán los traidores del movimiento.
Palabras finales
Según Quispe, aún hay libros pendientes en su publicación. Pero con esta tríada tenemos una visión al menos general de quién es Felipe Quispe y qué pretende.
Al parecer Quispe transita y se mueve con soltura por la historia, por la crónica y la autobiografía. Pero no es casual. Cada forma de exposición de las ideas representa de alguna forma un juego con el orden del discurso impuesto a partir del hecho colonial; es de nuevo, jugar con las reglas del juego y con ellas fragmentar y golpear el armazón democrático liberal y el lenguaje.
El golpe desbaratará esa estructura, pero Quispe entiende que el proceso es gradual, que el proceso de la descolonización es posible en la medida de una masa critica que se libere de las taras mentales impuestas por el pensamiento occidental. Quispe arma con sumo cuidado un escenario político futuro; prepara el terreno, no quiere que esté estéril, lo nutre con cautela a partir de la historia y de su visión del mundo, pero lo fortalece a partir de su experiencia que transmite sin temor y de la forma más clara posible.
Finalmente, indirectamente Quispe pone el tema del poder de manifiesto. El poder en la colonia: Quiénes y de qué forma lo detentaban; luego el poder vuelve a aparecer pero esta vez bajo una coyuntura distinta. La coyuntura democrática revela dónde está el poder y qué se hace con él. Lo mismo sucede en tiempo de dictadura. El poder ronda los escritos de Quispe, reconociendo por tanto que cualquier lucha de emancipación tiene dos componentes: el poder y la violencia. Y es a partir del poder que se plasma una idea global de autodeterminación; pero sobre la idea de violencia en tanto fuerza y en tanto saber, también se establecen tácticas. La violencia, como manifiesta Quispe, puede ser física como verbal. Pero en el caso del movimiento que él encabeza, debe ser combinado y debe ser utilizado sólo cuando es necesario, es decir, que no se debe hacer un uso institucionalizado de la violencia. Por ello mantiene que la violencia es el brazo oculto del movimiento. Mientras que el brazo visible es ese juego y ese uso de las reglas, que la propia democracia ha creado para subsistir, incluso las idiomáticas, para desde dentro transformarlas.
Se plantean dos momentos consecutivos. El cambio en el sistema y luego un cambio de sistema. Los libros de Quispe nos muestran la dimensión de estos cambios.
Bibliografía
FOUCAULT, Michel
2002: El orden del discurso. Ed. Tusquets. Barcelona-España
2003: Los Anormales. Ed. Siglo XXI. México.
QUISPE, Felipe
1990: Tupak Katari vive y vuelve....carajo. Ed. Ofensiva Roja. La Paz.
1999: Un indio en escena. Ed. Pachakuti. La Paz
2007: Mi captura. Ed. Pachakuti. La Paz
PLATT, Tristán
1982: Estado boliviano y Ayllu andino. Ed. Instituto de Estudios Peruanos. Lima.
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