Exonérame, Evelyn
Juan Guillermo Tejeda*
El MostradorMira Evelyn, guapa, cuando vino el Golpe, el pronunciamiento que dicen ustedes los de centroderecha, estabas creo en Londres estudiando piano con un discípulo de Arrau (algo es algo) mientras tu padre, el tío Fernando al decir de Bachelet, era agregado aéreo o militar o una cosa de esas, que de agregarse siempre se agrega gente al aparato diplomático, y cobraba su sueldo (hasta el día de hoy, vitalicio, como el tuyo, estatal) no como exonerado sino limpiamente del presupuesto fiscal, del dinero de todos los chilenos, etc., etc., para qué seguir. Él había aprendido inglés en sus entrenamientos en Alabama, donde quizá qué cosa más le enseñaron.
Dejaste el piano y tu padre la embajada, enfilando tú hacia la academia católica (que es una forma específica de academia) y él a dirigir la Academia de Guerra de la FACh donde torturaban a la gente de manera horrorosa. Quien pasara por allí podía ver las novedades que los norteamericanos habían recomendado para el cono sur de América y que en Chile se aplicaban con esmero, no fueran a decir que somos flojos: golpes de pies y puños en distintas partes del cuerpo, destrucción de las uñas con objetos punzantes, el pau de arara donde el detenido debe abrazar sus piernas y por el espacio que queda debajo de sus rodillas se introduce un palo, aplicación de corriente eléctrica en partes sensibles del cuerpo como genitales, ano, cabeza, lengua, en fin, aplicándose estos procedimientos reglamentarios con el detenido encapuchado y desnudo. Pero el general Matthei, a cargo de estas instalaciones desde diciembre de 1973 hasta 1976 no se percató de nada, en verdad, y así fue haciendo carrera. Hoy figura en un listado de los que si viajan los toman presos por genocidio o algo, cosas del juez Garzón. Vacaciones locales.
En Chile las cosas, en verdad, se habían torcido, la tragedia griega picoteaba el cuerpo herido de esa gente que por tantas razones había creído en Allende: la explotación laboral, la miseria infantil, los niños de población, los cabros a pata pelada que nos daban a los demás niños con zapatos una como envidia selvática porque tenían algo parecido a un calzado natural de su propia piel. Pero sobre todo, y más allá de lo pintoresco, esa pequeña muerte personal y atroz que es la humillación. Humillados por ser pobres, por ser rotos, por ser ateos, por ser de campo, por ser obreros, por ser lavanderas, incluso ustedes los europeos no españoles, humillados por la gente bien por ser alemanes, o italianos, o croatas, de una manera cruel que ahora ya no opera, por suerte.
Así es que los pobres, los humillados, los morenos de bigote negro y cigarrito huidizo salieron a la Alameda y conquistaron la primera mayoría para Salvador Allende Gossens, mierda, con la borrosa y tibia ayuda de algunos de los que, como yo, veníamos de colegios de curas, de ese infierno, y nos daba puntada al pecho ver las micros con la gente colgando mientras otros surcaban la ciudad en sus autos, y nos escandalizaban la miseria o la desnutrición, y es que eran niños desnutridos, guaguas que se morían por no tener leche, y de Allende se reían por el medio litro de leche pero en fin, él les dio ese medio litro. Que si la justicia iba a venir de manos del marxismo o de lo que fuese, no pensábamos entonces en eso. Ideologías más, ideologías menos, lo que uno veía era esa hambre, esos ojos en la calle, la miseria atroz, la maldición y vergüenza de ser chilenos. Pero el discurso allendista no gustaba a todos, y a muchos les resultaba confrontacional, para qué seguir explicando lo que todos sabemos.
No le salió bien al Presidente su gesta, y el último día de su mandato se las vio con un comunicado o bando o cosa de la autodenominada Junta de Gobierno, que lo destituía por motivos diversos, todos muy severos y ácidos. Fue él el primero en quedarse sin trabajo, y a mucha honra. Un saludo desde aquí para él, primer exonerado de la república.
Allende era un marxista, un admirador de Fidel, un Presidente al que no le salían bien las cosas, pero también un republicano, un parlamentarista, un hombre de derecho, y a él no le venían ni siquiera las cuatro ramas de las Fuerzas Armadas a destituirlo, antes muerto. Por lo que decidió resistir. Y tú en Londres, con Beethoven y Schumann.
De tal manera que el intrépido general Leigh ordenó a sus Hawker-Hunter bombardear el Palacio de La Moneda, y dentro estaba el Presidente resistiendo con sus allegados, no muchos. La guardia de Palacio se retiró majestuosamente. Allende mostró su lado luchador, y se batió balazo a balazo, muerto a muerto. Cuando se vio perdido ordenó a quienes le acompañaban que abandonaran el edificio, y los despidió a cada uno dándoles la mano. Con su casco de combate, regresó a su escritorio, cerró la puerta, cogió el rifle ametralladora que alguna vez le había regalado Fidel, y poniéndoselo entre las piernas disparó dentro de su boca. El cráneo le saltó hecho pedazos y la masa encefálica se desparramó manchando las paredes y los tapices franceses que se habían colocado allí en otro tiempo.
Se sucedían los bandos de la Junta, que eran espantosos. En uno de ellos se declaraba el estado de sitio en todo el territorio nacional, que en buen chileno quiere decir que si te vienen a buscar y te fusilan no hay mucho que agregar. Tarea para los militares de uniforme y brazalete blanco con estampados que cambiaban cada día, la de rastrear extremistas, comunistas, socialistas, marxistas y en general cualquier cosa terminada en ista, lo que nuestros uniformados cumplieron con entusiasmo. Mientras, los vecinos callaban. Aprendimos tantas cosas en esos días.
En otro decreto o bando se declaraban desiertos todos los puestos de trabajo de las jefaturas de servicio de todo el territorio nacional, o sea varios miles de exonerados, cosa nimia en comparación del compadre al que le estaban sacando los dientes con un alicates en el sur, o le machacaban las manos con las botas en el Estadio Nacional. Exonerados también los ministros, que fueron a dar en gran número a Isla Dawson, donde hace más frío incluso que en Londres. Entretanto y sin saber cómo, quizá por efecto del estado de sitio, se clausuró el Congreso Nacional completo, con toda su democracia, sus elecciones, sus diputados, sus senadores.
Un cartel tipo Jesse James ponía precio a la cabeza de Oscar Guillermo Garretón, Luis Corvalán, Clodomiro Almeyda, Jaime Gazmuri, Carlos Altamirano y otros dirigentes. Un nuevo decreto con fuerza, era que no, de ley, disolvió todas las municipalidades, lo que significa calculadora en mano unos treinta mil concejales o alcaldes a la calle, exonerados, y a ver si a la hora del toque venían además a buscarlos, es decir a los de izquierda porque la vida, para los otros, empezó a tener una suavidad, una levedad muy graciosa.
Otro de los bandos de la Junta dispuso que sólo podrían circular los diarios El Mercurio y La Tercera, con lo que se entendía, se especificaba allí, que todos los demás se clausuraban. ¡Cuánto exonerado adicional!
Así empezaron las exoneraciones, que eran en verdad la cosa menor, porque mucho peor fue lo demás, las ejecuciones, torturas, exilios y demás. Las cifras de la represión de la dictadura que ninguna vergüenza le da hoy a quienes, como tú, la han defendido son algo así como 28 mil torturados, más de dos mil de ellos ejecutados y sobre mil doscientos detenidos desaparecidos, una figura novedosa en la historia del sufrimiento humano. Además unas 200 mil personas han sufrido el exilio. ¿Cuántos son los que en este horror habrán perdido su trabajo? ¿Es preciso pedir, como sostiene la Contraloría, un contrato de trabajo en todos los casos? ¿Y los que se sintieron amenazados? ¿Los que pituteaban?
Pero no se trata hoy coyunturalmente de estos temas en los que siempre la gente de la centroextremoderecha ha querido dar vuelta la página, sino de revivir el exoneramiento porque ahí se le puede rebañar algo a Michelle. La opinión más facha y en crecimiento del país sostiene que los políticos son una mierda y la izquierda es lo mismo pero el doble, y lo que conviene es dejarlo todo en manos de empresarios y militares, de banqueros, en fin, de esa gente con buen cutis.
El problema que tienen se llama Bachelet. Por alguna razón esta dama, hija de un general de la Fuerza Aérea que murió torturado, llegó a ser Presidenta de Chile. Y quiere serlo otra vez, sus razones tendrá. Longueira y Allamand también quieren cada uno de ellos convertirse en jefes del Estado, con todo derecho, y se percatan con horror a cada encuesta de que Bachelet les gana lejos.
Allamand, un buen chico de corazón democrático con huesos pinochetistas que defendió mucho al indefendible dictador en el plebiscito aunque dice que va a votar siempre para democratizar el sistema pero al final a él mismo le explosiona o implosiona su propio sistema convirtiéndose en un partido de rugby con efectos especiales adquiridos de su última gira por los Estados Unidos y resultado práctico cero.
Longueira es un loco carismático que tuvo el mayor índice de visitas por semana a Londres a ver a Pinochet en Virginia Waters, o sea no flaqueó jamás cuando todos los demás se iban ladeando un poquito, y eso gusta. Promete un Chile más justo, y siendo acólito del dictador más injusto que jamás hayamos tenido, uno siente como un swing interior.
Pero los méritos de estos jóvenes quedan eclipsados por la personalidad o la leyenda bacheletiana. De tal manera que se trata no ya de ganar la presidencia sino de hundir a Michelle. Y lo ensayan todo, es feroz ver el ballet conjuntado y melodioso de los argumentos radiofónicos, televisivos, parlamentarios, noticiosos y de lo que venga, todo está como programado y pauteado. Escupos. Acusaciones. Campañas raras. Artículos retorcidos. Y uno, que es perezoso y no cree quizá demasiado en Bachelet, comienza a interesarse por ella. ¿Por qué tanto encono?
Y claro, ella es sumamente exonerada, de una familia de exonerados, de un partido socialista escalonista espantoso de gente escasamente cool y generosamente exonerada, y Michelle anda buscando nadie sabe por qué el apoyo comunista, un partido donde la matanza y la tortura y el exilio y también, por qué no, la exoneración, fueron notables. De tal manera que se han dedicado esas mentes estratégicas de la derecha o centroderecha o extremoderecha a encontrar o producir basura en las reparaciones tardías y torpes que este país ha dado a los humillados por la dictadura.
¿Sabes Evelyn lo que es tener, como yo, una madre torturada e internada durante meses en un campo de concentración? Campo de concentración, como en las películas de los nazis, pero aquí, cerca de Santiago. Con todo tipo de instalaciones. Resorts de la indignidad humana. Alambradas, salas de interrogatorio, cajas de castigo, somieres eléctricos. Mi madre salió de ese infierno y murió mucho después, a los 86 años, disfrutando de una jubilación ridícula y de una atención médica vergonzosa por Fonasa, después de haber hecho imposiciones toda su vida.
Y yo por eso defiendo a cada exonerado, y me asquea ese nombre porque es como si quisieran etiquetar a los más débiles. Mi madre no quería que se supiera su desventura en la Academia de Guerra de tu padre, ni en Londres 38, ni en Tres Álamos, ni en Cuatro Álamos, y logró salir de esas atrocidades.
Y digo yo, que si ahora aparecen unos exonerados dudosos, con sus formularios de miserias y abusos recibidos no del todo bien cumplimentados según criterios de la Contraloría, para mí que es culpa de los exoneradores, jamás de los exonerados. Baldón y pecado y remordimiento de tu gente, de tus generales, de tu Academia de Guerra, de esa cultura del exterminio y de falta integral de valores humanos.
Pero no son ustedes los que pagan hoy monetariamente estas reparaciones. Paga el país por la chambonada de la derecha. Pagan incluso con el IVA los propios exonerados, los familiares de los desparecidos, de los torturados. Y ustedes, encima, ahora reclaman y se indignan. Frescos hay en todas partes, si no pregúntenle a la familia Pinochet, que del banco Riggs nunca más se supo, exonérame esa. Sí, que se castigue, en fin, a los aprovechadores. Pero que no se perdone jamás, y que se levante un anti monumento de luz negra y murciélagos eternos a todos los que tienen su felicidad construida sobre la angustia y el sufrimiento de sus conciudadanos.
Te presentaste a las primeras elecciones de la democracia con unos cartelitos bien diseñados que decían: Te quiero representar. Princesa de la dictadura, reina de la democracia. Es lo que yo digo admirativamente, cómo hace cierta gente para que le toque siempre la parte del bistec sin nervio. No soy ningún desfavorecido, para nada. Pero lo que le hicieron a mi madre no tiene nombre. Y a esos perros que la detuvieron y torturaron en 1974, entre ellos el guatón Romo instalado con sus secuaces quince días en la casa de mi mamá esperando a ver quien llamaba o quien venía para llevárselo, incluida la nana de la casa, asquerosos, los voy odiar mientras viva.
Exonerados. Los que creyeron en algo. Los que habían ganado un cargo por méritos, por votos. Los que debieron marcharse del país amenazados. Sus esposas. Sus hijas. Toda esa gente destruida y apaleada que había creído en un Chile menos indigno. Familias en el vacío de otros países extraños, que parece muy bonito pero es espantoso. Mis compañeros de universidad, una generación entera diezmada, una horda de mentes creativas que se fue o se sumergió para dejarle el país a la Patricia Maldonado y a los caracoles y a las ridículas plantaciones de kiwi.
Hoy enfrentan ustedes una campaña electoral. Y no dudan, una vez más, en humillar a la gente decente. No ha sido malo este gobierno, yo pienso, ni tan doctrinal, ni tan represivo, y la economía harto bien, pese a la falta de empatía de Piñera con el sentido común de la gente o incluso consigo mismo. Algo no le cuaja. Ustedes tienen como tarea del semestre hundir a Bachelet. No importa que haya que pisotear la honra de tanta gente decente.
Desde tu perspectiva, adivino, un exonerado es alguien que, en principio, ha hecho mal las cosas, un ineficiente, un ser residual. Y si encima recibe alguna pensión estatal es eso, y además un corrupto. Bien, bien.
Pues sabes qué te digo, que prefiero la más indigna de las exoneraciones a tu pureza infernal, y que son mejores mis peores pecados que tus mejores virtudes. No soy nada, lo sé. Pero más respeto con mi gente, con mis muertos, con mis caídos, con mis dolores. Más respeto.
http://www.elmostrador.cl/opinion/2013/06/07/exonerame-evelyn/
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