Junio 2013
Movimiento obrero en Bolivia: Apuntes contextuales
Christian Jiménez Kanahuaty
Partida
El presente artículo no tratará de agotar el tema del movimiento obrero en Bolivia, sino más bien, desprendiéndose de la actual coyuntura, intentará establecer el marco contextual y político de futuras colaboraciones y reflexiones sobre el tema. Lo que se traza, por tanto, es establecer la situación del movimiento obrero en Bolivia, en la actualidad, es decir, dentro de los marcos que establece el Estado Plurinacional.
Primer momento
Un primer momento, ineludible para explicar y trazar la historia del movimiento obrero boliviano es el que tiene su piedra de toque en las políticas de ajuste estructural, o como se denominó luego: Reformas de segunda generación -21 de agosto de 1985, fecha en que se promulga el Decreto Supremo 21060-. Estas políticas que entre otras cosas tenían el objetivo de modernizar el Estado y también establecer conexiones más fluidas entre el mercado, las ciudades y los centros capitalistas y con ello reducir el nivel de incidencia del Estado en la economía. Al tiempo se liberalizó la banca y las empresas internacionales tuvieron mayor margen de acción para "invertir" en áreas sobre todo ligadas a la explotación de recursos naturales. Pero el principal tema fue la "relocalización" minera. "Relocalización" fue un eufemismo neoliberal que ocultaba el despido de más de 50 mil trabajadores mineros y el cierre de fábricas sin indemnización al proletariado. Al seguir esta política impulsada por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, Bolivia, se desligaba de empresas que evaluaba como poco rentables y escasamente sostenibles. Así, dejando bajo el amparo del consenso de Washington el desarrollo y la industrialización del Estado.
En ese sentido, la relocalización minera significó la desmovilización de la fuerza minera y la pérdida de identidad del movimiento, porque tuvieron que trasladarse no sólo hacia otras fuentes de trabajo, sino hacia otras regiones. Las minas están asentadas en la parte andina del país: Potosí, Oruro, sobre todo. Y los mineros, tras la relocalización tuvieron que marchar hacia ciudades como Santa Cruz, El Alto y Cochabamba. Si bien en dichas zonas se reorganizaron y reprodujeron su organización, sus tareas ya fueron otras.
De ese modo, la larga noche neoliberal los acorraló y los puso contra las fronteras del Estado. Se marginó a la fuerza obrera y se empezó un proceso de crisis de identidad, donde los mineros que quedaron, se preocuparon de pensar más en lo reivindicativo que en lo estratégico.
Entonces, si bien durante buena parte del siglo XX la fuerza minera había sido la protagonista y la vanguardia de procesos de transformación estatal, como la nacionalización de las minas tras la revolución nacional de 1952 o asimismo, la propuesta de cogobierno a inicios de la década de los sesenta, en ese momento su capacidad de interpelación al Estado fue diezmada.
Segundo momento
Este segundo momento arranca precisamente desde 1985 hasta el 2009. Estos 24 años han sido no solamente intensos a nivel social, sino que en el terreno de lo político, las fuerzas sociales gravitantes han sido otras. Ciertamente las formas de organización han sido la Asamblea, el sindicato y el Cabildo. Cada uno desde una vertiente diferente. La Asamblea a tenido tintes sindicales obreros pero también campesinos; el sindicato sobre todo el ubicado en la zona del trópico de Cochabamba, zona donde se cultiva la hoja de coca, ha sido la forma organizativa por excelencia dado que en términos ideológicos también se ha visto interpelada por el discurso marxista. De hecho la fuerza del campesinado de esta zona del país ha radicado en su fuerte querella contra el imperialismo y la utilización de países como colonias, con el fin de extraer de ellos los recursos naturales que necesitan para sostener y reproducir su economía. Así también, uno de las críticas fue hacia el Estado primario exportador que es incapaz de generar materia prima con valor agregado. No apuesta por la industrialización, si no que se ha conformado con ser exportador de materia prima barata.
En ese sentido, el Cabildo, que es una forma organizativa de los pueblos indígenas de tierras bajas, ha sido la que menos se ha permeado ante esta discusión. Su postura ha girado sobre la autodeterminación, entendida en principio como lograr tener autoridades propias en la administración estatal y la segunda, tener posesión real sobre el territorio donde desarrollan su vida. Estos presupuestos son muy cercanos a los que esgrime buena parte del movimiento indígena-campesino de tierras altas. Ya desde finales de la colonia, el movimiento indígena, sobre todo el indianista, propuso un gobierno con cabeza propia y autodeterminación. Ello generó una amplia ola de fundación -creación- o ejercicio de fuerzas político partidarias desde mediados de 1950 en el país, las cuales influyeron en algunas de las políticas más importantes de mediados del siglo XX, como fueron la reforma agraria o el voto universal.
Sin embargo, toda esa acumulación histórica hoy se ve reflejada no sólo en un gobierno que está encabezado por un indígena, sino que presenta al mismo tiempo, como era de esperarse, contradicciones en el seno del Estado y en los principios de funcionamiento gubernamental.
Por otro lado, la ideología del movimiento obrero -y contra toda predicción- siguió viva en otras dimensiones y quizás, la Bolivia de hoy, sea el lugar donde la combinación entre marxismo e indianismo tiene nuevas condicionantes y alcances. Quizá el Perú de Juan Carlos Mariategui y de Víctor Raúl Haya de la Torre sea el paradigma sobre el cual se puede pensar esa relación; que si bien en el plano de la teoría aún deja muchos resquicios por explorar, en la práctica se decide no sólo una base dialéctica precisamente, sino a través de una forma híbrida de procesar la acción colectiva.
No es que durante estos 24 años el movimiento obrero haya desaparecido, sino que se encargó de establecer otro tipo de relación con el Estado; una relación casi instrumental donde se buscó un nuevo horizonte revolucionario. La autogestión estaba clausurada, el mismo movimiento obrero quedó dividido al generarse dos polos dentro del mismo movimiento: los cooperativistas y los asalariados. Unos que recibían mayores prestaciones y mejores salarios provenientes de la empresa privada y los otros, que aún dependen del Estado, cada reforma política, económica los involucra. Por ello, cada primero de mayo, el gobierno programa un aumento salarial simbólico.
Esto generó que el movimiento obrero asalariado se preocupe más de demandas reivindicativas: el salario, beneficios sociales y renta de jubilación han sido los tres pilares de las demandas obreras durante este período. Sin embargo, cabe decir que uno de los momentos más importantes de la historia contemporánea de Bolivia no hubiera sido posible sin su concurso.
Cuando en octubre de 2003, el pueblo boliviano se lanzó a las calles en defensa del gas, prohibiendo que se exportara este recurso hacia Estados Unidos por puertos chilenos y además, teniendo en cuenta un bajo costo y mostrando la incapacidad del gobierno de turno para industrializarlo y comercializarlo, fue la Central Obrera Regional de la ciudad de El Alto quien dio la voz de alerta y convocó a la ciudadanía a las marchas y asambleas para informar de esta política y frenar así los intereses transnacionales.
Las movilizaciones de octubre de 2003 dejaron más de 50 muertos y más de 300 heridos en las dos semanas de confrontación. Pero como contraparte, frenó la exportación de gas hacia Estados Unidos por puertos chilenos, y se propuso la idea consensuada de un Referéndum para decidir una nueva Ley de Hidrocarburos y la convocatoria a una Asamblea Constituyente. Y si bien el movimiento campesino e indígena fueron consolidándose como los protagonistas de las movilizaciones, el movimiento obrero fue quien dio la señal de que algo estaba pasando con los recursos naturales.
Dejando de lado, por razones de espacio y tiempo el proceso pre constituyente y los debates al interior de la Asamblea Constituyente, lo que importa decir es que la escasa notoriedad del movimiento obrero bajo esta coyuntura, no pudo ser capitalizada, porque en ese entonces la dirigencia obrera tomó una postura maximalista. No deseaba la Asamblea Constituyente como instrumento político reformista de cambio de orden estatal, sino que abogaba por la revolución, por la transformación en la matriz productiva y la socialización de los medios de producción. Sin embargo, esta idea no caló en los debates y fue tipificada como anacrónica y poco realista. Fue entonces que la idea de la autodeterminación indígena-campesina y la transición de un Estado republicano a un Estado Plurinacional se consolidó como un eje casi normativo, es decir, que fue la idea que logró aglutinar en su interior a la totalidad de organizaciones campesinas e indígenas, intelectuales de izquierda e indianistas, sectores de la clase media y juntas barriales. Y aunque existieron oposiciones desde fuerzas políticas de derecha o conservadoras, el proyecto político de Estado Plurinacional se impuso como una nueva razón de Estado, que terminó de cuajarse y empezó a funcionar con la promulgación de la nueva constitución política del Estado en enero de 2009.
Tercer momento
Este último momento tiene que ver con la actualidad. Aquello que sucede desde el año 2009 a la fecha. Y eso tiene que ver con no solo la promulgación de una nueva Constitución Política del Estado, ni con el tránsito de un Estado republicano a un Estado Plurinacional, ni tampoco tiene mucho que ver -aunque sí se define a través de ello- del cambio en el patrón de acumulación y en el modelo de desarrollo que se impulsa desde el Ministerio de Planificación del Desarrollo. Tiene que ver sobre todo con las organizaciones sociales, con el movimiento obrero y con las fuerzas político partidarias que están o no con el gobierno y que comparten o no las políticas públicas que éste ha desplegado y despliega a lo largo de su gestión. En ese ese sentido, que se pueden graficar estos tres momentos de la siguiente manera:
Primer momento |
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Segundo momento |
Movimiento Obrero |
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Indígenas-Campesinos |
Campesinos |
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Indígenas |
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Juntas de vecinos |
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Movimiento obrero |
Tercer momento
Campesinos
Indígenas |
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Movimiento obrero |
Lo más llamativo en este momento es que ahora existe una tácita división entre campesinos e indígenas. El gobierno a través de políticas y de redes discursivas, a privilegiado al movimiento campesino y lo ha consolidado como su interlocutor válido, y dentro del movimiento campesino sobre todo al productor de hoja de coca. El movimiento indígena de tierras bajas y altas, ligado a la lucha por la preservación de los recursos naturales y el aprovechamiento de la tierra, tanto como productora y reproductora de la vida como lugar de origen, ya ha dejado de ser gravitante en un nivel de política real.
Es decir, el gobierno al enfrentarse con las contradicciones propias de las transiciones impulsadas desde los propios aparatos jurídicos, ha privilegiado por un lado la forma del Estado como forma de organización social y política y lo ha hecho basado en criterios extractivistas en el plano de la economía. La materia prima seguirá entonces funcionando como enclave de un modelo de desarrollo primario exportador. Y la posibilidad de repensar la sustitución de importaciones, la industrialización o una economía basada en otros principios, queda si bien no anulada del todo, sí postergada y marginalizada a un plano retórico.
En ese ámbito, el movimiento obrero está de nuevo en el último lugar de los interlocutores. No ha podido repensar su situación y sigue apostando a demandas reivindicativas. El peso que tenía antaño y que le posibilitaba pensarse como sujeto protagónico de la transformación moral, intelectual y económica ha pasado sin dejarle muchos saldos positivos. Es así como ya le es imposible pensar en propuestas estratégicas. Propuestas estratégicas que hagan núcleo común con otros sectores sociales para impulsar un nuevo proyecto social y económico, a la vez que político. Se ha encapsulado al movimiento obrero y su capacidad de movilización, por tanto también se ha visto reducida y por ello necesita del magisterio, del sistema universitario y de otros sectores minoritarios para hacer sentir su presencia en las calles.
Retos y perspectivas
El gran reto del movimiento obrero en Bolivia no es el volver a ser lo que era; es ajustarse al tiempo político de la actualidad. Despojarse de prejuicios sobre los demás actores sociales y entablar nuevas relaciones con ellos.
Quizá una salida ante la crisis de identidad sea la de reunir amplios sectores del movimiento obrero nacional en procura de la fundación del PT (Partido de los Trabajadores). Una organización político partidaria propia que los represente y que por medio de ella, mantenga una distancia con respecto al gobierno y para las elecciones de 2014, se establezca como un oponente no sólo legítimo, si no importante.
En este sentido, en la actual coyuntura, las movilizaciones, paros, bloqueo de caminos, discursos, no significan en esencia otra cosa que la lucha de distintos liderazgos al interior de la COB (Central Obrera Boliviana) y con ello, para ratificarse en la dirigencia y proyectarse como candidatos rumbo al 2014. Pero por otro lado, también significa en lo cotidiano, una demostración del poder y capacidad de convocatoria que aún tiene la COB. Y es algo que el gobierno estaba soslayando y relativizando desde hace algunos años. La COB empieza a repuntar no sólo en los medios de comunicación sino dentro de la misma izquierda. Esa izquierda que al encontrase sin una matriz ideológica, transitó brevemente hacia el indigenismo o en definitiva, hacia el indianismo. Ahora se tratará de desandar el camino y repensar el Estado y sus componentes de nuevo desde esta matriz ideológica.
La perspectiva que se abre se basa en tres escenarios:
1) La consolidación del PT y el surgimiento de nuevos liderazgos dentro del movimiento obrero en Bolivia;
2) La unión entre el movimiento obrero y fuerzas -organizaciones-indígenas que el gobierno ha dejado de lado en su búsqueda por privilegiar y satisfacer los intereses de otros; y
3) La capitalización de réditos personales a partir de las movilizaciones y la no consolidación de una línea de transformación al interior del movimiento obrero. Lo que a su vez generaría dos constataciones:
i) Que el movimiento obrero se consolide como un factor preocupado sólo por lo reivindicativo y que de tanto en tanto demuestra su poder y que indirectamente sobrevive en el imaginario social a partir de esos episodios de confrontación; y
ii) Que al interior del movimiento obrero se vive una crisis ya no solamente de identidad sino de ausencia de cuadros políticos que den dirección política e ideológica al movimiento. En otras palabras: significaría la ausencia de operadores políticos que interpreten al actual Estado, para transformarlo ya no a través de los marcos de los setenta, sino con los datos que la realidad ofrece en este momento. Se trata por tanto de buscar la revolución, la socialización de los medios de producción y de repensar la matriz de desarrollo del país por otros medios y con otros instrumentos tanto teóricos como prácticos.
Si sucede algo que dé un quiebre real con el pasado, se vivirán tiempos interesantes y convulsos, además de confusos. Si no es así, sucederá la historia una vez más ya no como drama, sino como farsa.
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