Mayo 2013
ÉLITES Y ORGANIZACIONES SOCIALES
Christian Jiménez Kanahuaty
Partida
Partamos de una constatación: las organizaciones sociales no son conjuntos sociales monolíticos y uniformes donde la vida política no acontece, no están exentos de relaciones de poder y de situaciones de dominación y por ende, la subordinación es algo invisible, pero real.
Relación de élites
Dentro de la ciencia política se ha escrito y reflexionado extensamente sobre el rol de las élites en tiempos de democracia representativa, dentro del sistema político y claramente, dentro del ámbito de los partidos políticos. Las élites atraviesan las construcciones económicas de los Estados y también las formas estatales de las naciones. De hecho para muchas de las teorías existentes, son las élites las que se encargan de modernizar el Estado y funcionar de este modo: Estado con Nación, determinando incluso por este medio la estructura productiva y el patrón de acumulación que acontecerá en determinado interior estatal.
Pensar el universo de lo político sin élites sería algo así como pensar la poesía sin metáforas o sin imágenes; existen sí, pero son poco comunes. Y es en ese sentido que los estudios sobre las élites en sociedades como las latinoamericanas se hace aún más urgente.
Ahora trabajaré sobre el caso Boliviano donde ya no solamente las teorías sobre élites se deben aplicar para analizar y reflexionar sobre el interior de los partidos políticos o la Confederación de Empresarios Privados de Bolivia o la cultura política que es construida por élites regionales. Un buen punto para analizar las élites son las organizaciones sociales. Tanto para desvirtuar ciertos juicios construidos de forma preliminar sobre ellas, como para establecer las transformaciones que acontecen en su interior cuando tiene lugar su articulación con el gobierno actual, el gobierno encabeza por Evo Morales.
Élites en organizaciones sociales
Las élites tienen la labor de ejercer influencia sobre sus bases sociales y al mismo tiempo, son las que promueven un determinado tipo de debate político sobre ciertos tópicos, que en sí podrían ser resumidos y condensados en dos: 1) Proyectos y Propuestas de desarrollo organizacional y 2) Propuestas y Proyectos de transformación estatal. Cuando se acercan al primer tópico, las discusiones giran sobre el "tiempo", es decir, sobre cuándo es oportuno llevar a cabo las modificaciones planteadas. En cambio, cuando se acerca al tópico dos, la cuestión gira en los términos del "Cómo", es decir: ¿Cómo hacer las reformas planteadas?, ¿De qué forma deben ser construidas? Esta distinción no es casual porque responde a los medios y a los fines buscados. Unos atenderán al consenso y otros a la confrontación. Se entremezclarán visiones institucionalistas-normativas con reformas político-ideológicas construidas en el tiempo largo de la vida de la organización social que nos enfrentemos a analizar. Y ese tiempo organizacional se yuxtapondrá al tiempo del Estado, en el entendido que el Estado como suma de institucionalidades tiene su propio ritmo político y por tanto, su propia agenda de gestión.
Sin embargo, esta yuxtaposición no significa amalgama, sino que simula más bien un juego condensado entre sincronía y diacronía. La sincronía del Estado busca la gobernabilidad, aún en tiempos de cambio, aún en tiempos donde el "gobierno de los movimientos sociales" se piensa a sí mismo como una entidad capaz de gestionar las demandas de las organizaciones sociales. En cambio, la diacronía, sería el tiempo fuerte de la construcción plural de políticas públicas. Pero, ésta última faceta del tiempo político, no acontece generalmente bajo el manto del diálogo, el consenso y la puesta en práctica de la mejor y consensuada fórmula, sino que es impuesta desde arriba. Es en ese momento donde los operadores políticos tanto del Gobierno como de las organizaciones sociales traman alianzas, acuerdos y pactos, que generalmente son desconocidos por las bases de la organizaciones, casi hasta último momento: cuando ya no hay nada qué hacer, ni posibilidad de modificar los marcos de los acuerdos.
Eso por un lado. Por el otro lado, la idea es que las élites no sólo conducen un determinado proceso político o la reforma interior de una organización, sino que imponen una forma de dominación al interior de las organizaciones; una dominación simbólica, no tanto fáctica. Porque son las élites dentro de las organizaciones las que establecen asimetrías entre las organizaciones y al interior de la suya. Cuando las élites establecen asimetrías entre organizaciones es cuando entran a disputar las formas en que el Estado y los gobiernos redistribuyen el excedente (en términos de capital, es decir, la renta que se obtiene a través de la explotación, comercialización y exportación de los recursos naturales) o los favores políticos (cargos de mediana o alta jerarquía dentro de la administración pública).
En ese sentido, algunas organizaciones a través de sus élites se construyen como interlocutoras válidas y otras se invalidan a sí mismas a partir de la radicalidad discursiva y fáctica de sus élites. Ahora bien, dentro del segundo punto, cuando la élite de una organización se presenta dominadora al interior de su organización, presenta básicamente una suerte de redistribución de privilegios y oportunidades. Se sabe que al interior de una organización existen varias fórmulas, varias otras organizaciones (o tendencias) que responden a lógicas territoriales. Una organización es nacional cuando en su interior se encuentran diversas organizaciones regionales, departamentales, locales, municipales y cantonales. Todas ellas tienen sus propias demandas, pero la élite de sus organizaciones, cuando se acerca el momento del conflicto "ordena" todas esas demandas acumuladas y las va "priorizando". Y es ahí cuando aparecen una serie de problemas que desatan la dominación-porque es cuando ocurre la disputa política-y la cadena de influencias y presiones entre élites y bases para poder "consensuar" el orden de las demandas, puede llegar a límites y dimensiones tan amplias y profundas que o bien puede erosionar la legitimidad de la organización o dividirla en dos facciones.
Si bien se tiene la idea de que las demandas de una organización son construidas entre todos sus miembros, en los hechos no ocurre así tanto por tiempo como por razones logísticas. Lo cual no es bueno ni malo en sí mismo, sino que genera un cierto tipo de "resultados políticos" que muchas veces no coinciden con las expectativas al interior de la organización. Aquí es cuando se revela la importancia de las comisiones y secretarias que forman el armazón institucional de una organización social. Ocurre que las "carteras" con real potencial para tomar decisiones políticas, económicas y sociales recae o en manos de dirigentes que han cursado una larga trayectoria dentro de la organización o han sido "apadrinados" ya sea por dirigentes notables o por representantes del partido político en funciones de gobierno que necesitan de la organización social para llevar a cabo cierto programas y proyectos. Y esto se suma a que generalmente las "carteras más importantes recae en manos de dirigentes varones, las dirigentas están relegadas a mandos intermedios, es decir, que cuando una mujer ocupa un cargo dentro de la dirigencia de una organización es la cartera de hacienda, o de bienestar social. Carteras que según el criterio de la propia organización se fusionan con el rol que la mujer desempeña en la sociedad: administra el hogar y se preocupa por el cuidado de los hijos. Aunque como bien se sabe, existen organizaciones sociales, donde sus miembros sólo son hombres. Las decisiones que se tienen dentro de la organización con referencia a determinada política pública también está cruzada por esta realidad, que si bien es explicita, es más fácil ignorar o relativizar.
Procesos de evaluación
Existen, sin embargo, procesos de evaluación de las élites: ya puestos sobre el terreno de la organización social, élite puede ser considerado como un sinónimo de "dirigencia". La dirigencia tiene una labor delegativa, de responsabilidad directa con las bases, una cuestión donde ciertamente la representación política adquiere otro significado, porque ahí sí existe el denominado "acompañamiento crítico". Las bases de las organizaciones cuando reconocen y sienten que sus dirigentes responden a sus demandas, acompañan el proceso encarado porque saben que hacer gestión no es fácil. Pero cuando esa dirigencia se convierte en una élite, es la que capta recursos tanto políticos como económicos y los reparte entre sus allegados, que es lo mismo que decir, entre el sector de la organización social por la cual siente más preferencia; o bien las distribuye sólo entre la parte de la organización hacia la que se siente más deudor.
Redistribuir al interior de la organización social lo que el gobierno redistribuye entre las organizaciones sociales, es también una forma de pagar favores políticos y de generar clientelas políticas que ratifican su fidelidad en cada período electoral o de crisis, es decir, cuando existen movilizaciones sociales. Puede pasar que una facción de la organización social sea reacia a establecer una confrontación callejera contra el gobierno, en tanto que la otra es proclive a realizar esta medida de presión. Cuando esto ocurre, no es el gobierno sino los medios de comunicación los que se encargan de desactivar de a poco la movilización porque a vista de las lentes de los canales de televisión, la movilización se verá "contundente", "amplía", "representativa" o "mayoritaria". En ese sentido, las clientelas se disponen a desarrollar un rol que va a contrapelo de las demandas de la propia organización, porque busca obtener réditos directos del gobierno o de partes del gobierno, es decir: Ministerios, Municipios (donde el partido de gobierno ganador es también el que ocupa la mayoría en el Ejecutivo y Legislativo) o Gobernaciones (que es el lugar por excelencia donde se replican los programas que el gobierno impulsa. La forma en que un sector de la organización es favorecida por la "ayuda brindada" en determinada coyuntura conflictiva se da cuando se inserta en el Programa de Operaciones Anuales -POA- los proyectos que esta parte de la organización ha presentado, proyectos que en sí necesitan de financiamiento).
Aun no todo está perdido. En el interior de las organizaciones sociales se encuentran mecanismos de control social donde las bases pueden interpelar a la dirigencia y cambiar de élite; pueden cuestionar el manejo de recursos y la prioridad de demandas en la construcción de la agenda de negociaciones. Ciertamente esta forma de acción social dentro de las organizaciones sociales ha sido también uno de los factores para que algunas organizaciones sociales sufran crisis internas, tanto a nivel de identidad como a nivel de divisiones internas por criterios políticos e ideológicos diversos y enfrentados entre sí.
Eso ocurre cuando las bases logran enfrentar a sus dirigentes, pero también ocurre lo contrario: las élites de la organización se enfrentan a sus bases. Algunas veces las organizaciones sociales se ven fracturadas o sin norte político, debido a que la dirigencia piensa a sus bases como desactualizadas, radicales, desinformadas y poco cooperativas. Cuando esto sucede, la dirigencia cierra sus puertas a las bases y se consolida como élite política porque justifica su accionar bajo los argumentos de que las bases no conocen del tema o les han dado su voto y por tanto, confían en las decisiones que ellos vayan a tomar sobre determinados temas. En ese sentido, la acción política de la élite dirigencial se convierte en algo cotidiano que reproduce otra serie de exclusiones, marginalizaciones y nociones que bien podrían calificarse como racistas y machistas.
Figuras calientes
Por tanto, lo que se observa cuando uno trabaja de cerca con organizaciones sociales es que son figuras políticas calientes, es decir, que en su interior la política eleva los ánimos, posiciona facciones organizacionales dentro de la misma organización y se reproducen relaciones de poder y de dominación, que a su vez construyen asimetrías sociales y hasta raciales y machistas.
Sin embargo, las organizaciones sociales poseen una visibilidad ante los medios de comunicación que antes no tenían y eso puede derivar en dos situaciones: 1) Que a priori los medios de comunicación sientan rechazo hacia las prácticas que despliegan las organizaciones para hacer escuchar (y sentir) sus demandas y 2) Que los medios de comunicación utilizan las movilizaciones de las organizaciones sociales -que en definitiva siempre son sectoriales- como un modo de enfrentamiento con el gobierno, generando su desprestigio y poniendo dudas sobre su eficiencia y eficacia en la población. En ambos sentidos las organizaciones sociales deben redefinir no sólo su acción colectiva, sino su identidad, su relación con el poder y sus proyectos de sociedad. Es, entonces, en ese campo cuando se evidencian las fracturas y faccionamientos dentro de las organizaciones sociales-algo que también los operadores políticos gubernamentales saben- que es la parte a veces más importante que el todo y cuando se tienen en escenarios de negociación con diversas partes del todo, ese todo que es la organización, empieza a caerse como un castillo de naipes tras una leve brisa.
El estado caliente de las organizaciones sociales está dentro de su vida cotidiana, pero se convierten en figuras heladas cuando tienen la oportunidad de movilizarse; es entonces, cuando se muestran como un todo sólido, homogéneo y determinado.
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