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Abril 2013

Política, ideología y simbología. La Lucha simbólica por el legado de Hugo Chávez

Diego Tagarelli

La política latinoamericana no puede concebirse correctamente ignorando los componentes simbólicos populares que impregnan las prácticas, discursos, enunciados, programas o representaciones de los diversos actores sociopolíticos. Si bien el campo simbólico posee sus propias determinaciones, como asimismo lo posee el campo político, es inapropiado reconocerlos como espacios absolutamente separados entre sí y, por lo mismo, es incorrecto no considerar las características simbólicas particulares que asumen los dirigentes, guías o líderes políticos como componentes claves de los procesos históricos.

Todas las relaciones sociales, dadas históricamente, requieren de elementos simbólicos para sostenerse, identificarse, vincularse, distinguirse o enfrentarse. Y esto en la medida que las relaciones sociales, sujetas a condiciones materiales históricas, precisan de componentes ideológicos necesarios para reproducir o transformar las propias relaciones sociales, es decir, para subsistir como tales. Ahora bien, si el campo de las ideas, de la ideología, existe en función de relaciones sociales que dependen de intereses desiguales, contradictorios o antagónicos, indudablemente la función inherente a toda ideología no puede ser otra que la de presentar los intereses de determinado grupo, sector o clase como intereses generales del mundo social, al mismo tiempo que se propone negar la naturaleza social e ideológica de los restantes grupos sociales.

Sin embargo, los intereses antagónicos manifestados en las relaciones sociales históricas, como dijimos, se encuentran sujetos a condiciones materiales, es decir, obedecen al lugar ocupado en la estructura económica y los espacios de poder político. En este sentido, los elementos ideológicos de los sectores desposeídos o que ocupan posiciones de subordinación en el terreno económico y político, no poseen la misma capacidad o potencial que los sectores o clases dominantes para ejercer una fuerza ideológica capaz de manifestarse, establecerse, imponerse. En este sentido, la función de la ideología dominante no puede ser otro que el de ocultar las relaciones reales de existencia y, al mismo tiempo, desplazar a un campo imaginario los conflictos materiales reales de existencia para resolver en el plano ideológico las luchas sociales. Esa es su mayor victoria y su extraordinaria capacidad para perpetuarse.

Pero es desde allí, precisamente desde estos espacios económicos, políticos y sociales (sean estos propios de los intereses dominantes o propio de los sectores sometidos) donde la ideología articula sus prácticas para reafirmar el predominio y las formas de lucha social de un grupo sobre otro. Esto significa que toda ideología mantiene una estrecha vinculación con el campo político y económico a fin de manifestarse. Por lo mismo, toda ideología debe materializarse en aparatos, mecanismos o dispositivos de poder que permitan infundir las formas y contenidos de determinados intereses. La ideología religiosa de las clases señoriales y aristocráticas dominantes se materializa en todas aquellos aparatos religiosos específicos. La ideología dominante de las clases burguesas se materializa en los diversos aparatos escolares, así como en los aparatos comunicacionales, lingüísticos y artísticas. En consecuencia, podemos decir que toda fuerza económica material, toda fuerza material productiva (desde la producción de alimentos hasta la elaboración de productos materiales instrumentales, supongamos: vestimenta, televisores, viviendas, automóviles, etc.) debe contemplar asimismo los elementos ideológicos y simbólicos.

Es allí donde el hecho simbólico encuentra su medio de existencia, es decir, en la propia materialidad de la ideología. Así como la realidad económica material debe contemplar los intereses ideológicos y simbólicos de determinadas clases, igualmente los diversos elementos simbólicos de la vida social (productos culturales, artísticos, imaginarios, etc.) deben contemplar los intereses económicos y políticos dominantes inmersos en las relaciones sociales.

Pensemos en algunos ejemplos, teniendo en cuenta estas reflexiones preliminares sintéticas:

La Existencia de Cristo ha sido y es para los intereses históricos de las cúpulas eclesiásticas, como así también para ciertos factores de poder económico y político, una creación divina de Dios que asume una "existencia" providencial, ilusoria, irreal. Esa "existencia" o inexistencia tiene varios aspectos económicos, políticos e ideológicos de suma importancia. Por un lado, un fuerte interés económico y político de la vieja aristocracia feudal de no solo despojar los elementos políticos y sociales del Cristo humano para alejarlo de los intereses revolucionarios de la época y transformarlo en un ser divino al servicio de las minorías dominantes que controlan los aparatos económicos, políticos e ideológicos, sino además para conservar el hecho religioso como un hecho económico de prestigio que convierte a las clases dominantes en las viejas herederas de la riqueza de Cristo. Obviamente, aquí existe un fuerte contenido ideológico (difícil de asimilar a otros ejemplos históricos, debido al grado de influencia social que conservaba el aparato ideológico de la Iglesia como aparato exclusivo y excluyente). Solamente reflexionemos sobre la vieja idea astronómica-religiosa que supuso durante siglos la preexistencia del Planeta Tierra como centro del Universo, que en términos políticos y económicos dominantes se traducía en la necesidad de justificar la propia existencia de Dios a través del centro terrenal que ocupaban los Reyes, Clérigos y Monasterios, únicos portadores del mensaje divino. Podemos también reflexionar sobre el significado cristiano que tiene para el mundo occidental, en nuestros días, la existencia o inexistencia de Jesús para autorizar a las clases ideológicas y económicas dominantes, con el apoyo de las cúspides religiosas, las intervenciones militares en el mundo musulmán, etc. Igualmente, aquella manifestación irreal, ilusoria o providencial de Cristo no asume socialmente un comportamiento irreal, ilusorio o providencial, sino que posee una materialización real. Paradójicamente, la inexistencia de Cristo (o su existencia en un campo imaginario) se halla materializada en la coacción material del poder ideológico de las Iglesias, de las prácticas religiosas, los comportamientos sociales del "orden moral", el castigo, la culpa, el exhibicionismo morboso, la sentencia, el perdón, etc.

Pero por otro lado, existen posiciones sociales creyentes y cristianas que sostienen la idea de un Cristo humano, estrictamente político. Más allá de las concepciones alimentadas por los teólogos de la liberación, sacerdotes tercermundistas y párrocos que formaron filas en las corrientes revolucionarias de América Latina, existe toda una práctica popular en las clases oprimidas (fundamentalmente, pero no exclusivamente) que vincula la religiosidad con los fenómenos simbólicos populares y con las identidades colectivas diversas, produciendo una correspondencia entre la realidad y la ficción religiosa que asume negativamente las desigualdades sociales, rompiendo así con los esquemas dominantes de la ideología religiosa de desplazar a un terreno imaginario y fugaz los conflictos y luchas sociales.

Otro ejemplo es el caso de los grandes libertadores Sudamericanos, como lo es el de Simón Bolívar. Las clases dominantes se ocuparon sistemáticamente de enterrar durante casi dos siglos el significado político e ideológico del Libertador. Condenado a meras figuraciones simbólicas fosilizadas en el pasado histórico, el pensamiento y la acción política, militar e ideológica de Bolívar fue encubierta por las oligarquías venezolanas y colombianas.

Pues bien, estas prácticas ideológicas de las clases dominantes, prácticas que tienen una profunda articulación a los intereses económicos y políticos, asumen una proyección simbólica: Los símbolos religiosos (desde la arquitectura eclesiástica de templos, ceremonias papales hasta la vestimenta sacerdotal y el uso del crucifijo) en el caso de la religión. Los símbolos patrios y nacionales (banderas, himnos, proclamas, monumentos, imágenes, colores, fechas, etc.) en el caso de los líderes libertadores como Bolívar o San Martin. Los símbolos formativos y pedagógicos (el uniforme, la jerarquía, el prestigio, la ubicación geográfica de aulas y direcciones, las columnas de filas humanas para formar orden, etc.) en el caso de las escuelas, universidades o liceos. Los símbolos artísticos y culturales (premios, etiquetas, vestimenta, lenguajes, etc.) en el caso del mundo del arte. Los símbolos comunicaciones (logos, figuras, lenguajes, colores, imágenes, discursos, etc.) en el caso de los medios de comunicación, televisión e internet fundamentalmente.

No obstante, el común denominador de todas estas proyecciones y empirismos simbólicos es su inherencia a una práctica ideológica determinada y a los espacios de poder político-económicos particulares. Y quizás, uno de los instrumentos fundamentales para la manifestación de los modelos simbólicos e ideológicos sea la Política y, con ella, sus liderazgos.

Podemos decir que el hecho simbólico, para sostenerse políticamente, debe mantener una articulación activa entre las necesidades ideológicas de las diferentes clases sociales y los discursos, enunciados y prácticas del campo político dirigente. Es decir, todo elemento o dispositivo simbólico solo adquiere trascendencia política cuando los diferentes sectores sociales han logrado transponer activamente sus contenidos y formas ideológicas o culturales hacia algún tipo de práctica política. Toda significación simbólica con contenido político no puede ser vista solamente como una suma de elementos imaginarios, religiosos o mitológicos que operan ideológicamente sobre los sujetos sociales. No pueden ser vistos como simples enunciados ideológicos producidos por intereses determinados para reproducir modelos de dominación o, igualmente, como fuerzas simbólicas sentenciadas a desplazar los conflictos materiales "reales" hacia un campo imaginario. Más bien, los hechos y fuerzas simbólicas adquieren una materialización a través de instrumentos y dispositivos reales que reflejan una disputa cultural y sociopolítica real.

Las clases dominantes han producido históricamente un conjunto de valores y productos simbólicos que poseen una solida articulación con sus prácticas ideológicas para trasfigurar la realidad a fin de reproducir diversos comportamientos económicos, políticos y sociales de sometimiento o adhesión a sus propios intereses de clase. Dicha práctica ideológica, asume, en relación a la política latinoamericana, una desviación de las identidades simbólicas populares y, al mismo tiempo, una reconfiguración de sus valores y simbologías para adecuarlos a las necesidades de los sectores dominantes.

Cuando las clases dominantes controlan políticamente los aparatos del Estado o todas las fuerzas políticas del poder real, los valores simbólicos puestos al servicio de los intereses ideológicos dominante ensayan diversas estrategias de imposición, apropiación, deformación y sumisión sobre las masas dominadas. Por un lado, una estrategia política-ideológica de colocar múltiples producciones simbólicas como espacios de pertenencia según la posición ocupada en la estructura social. Es decir, proyectar constantemente sobre los diferentes grupos sociales nuevos modelos simbólicos que consigan una adhesión conveniente hacia las relaciones dominantes.

Esta proyección o imposición de nuevos modelos simbólicos tienen características heterogéneas, según las clases, grupos o sectores para mantener y controlar las desigualdades sociales, pero sin afectar la naturalidad de sus prácticas ideológicas como prácticas generales de sometimiento. Por otro lado, una estrategia política-ideológica dirigida a ocultar, deformar y aniquilar todos aquellos valores simbólicos que personifiquen los intereses nacionales y populares de liberación, independencia o justicia social recogidas por las clases dominadas como bastiones de resistencia o acción de lucha. Es decir, promover un proceso de usurpación de los elementos simbólicos nacionales y populares, emergidos al calor de las luchas sociales históricas, para arrebatar los contenidos populares y revolucionarios de los mismos, y volcarlos como formas pasivas, distantes e inofensivas.

Por su parte, las clases y sectores sociales desposeídos o dominados han logrado producir sus propios mecanismos simbólicos para reafirmar su pertenencia social como clase explotada, los cuales no solo entran en contradicción con los valores de la ideología dominante, sino además originan diversos comportamientos culturales y sociales decididamente antagónicos a los intereses de las clases dominantes. En consecuencia, existen múltiples manifestaciones, expresiones y prácticas simbólicas provenientes de las clases populares destinadas a librar una lucha ideológica contra las clases dominantes.

Cuando las clases populares toman el poder político y asumen un proceso de revolución social, los valores simbólicos arrebatados u ocultados por dichas fracciones dominantes adquieren rasgos subversivos del orden social que comienzan a materializarse en prácticas discursivas, acciones políticas concretas, formas figurativas novedosas y trascendentales o usos cotidianos de la vida popular. El hecho simbólico dentro del campo político popular, es decir dentro de los movimientos nacionales de liberación, adquiere una característica esencial por cuanto la construcción de representaciones simbólicas es fundamental para la emergencia, desarrollo y fortalecimiento de las necesidades ideológicas-políticas de las masas.

El fallecimiento del máximo líder de la revolución bolivariana, el Comandante Hugo Chávez Frías, ha forzado en los distintos actores políticos del país, tanto en los que ocupan posiciones diversas dentro del movimiento bolivariano y en los actores que ocupan posiciones contrarrevolucionarias en las filas de la oposición (proimperialistas y burguesías parasitarias), la adopción de una lucha simbólica por la apropiación, deformación o anulación del legado político e ideológico de Hugo Chávez. Si bien esa nueva lucha simbólica tiene sus raíces en las bases económicas, políticas y socioculturales contradictorias de la sociedad venezolana, propias de un proceso revolucionario que lleva 14 años de existencia, es ineludible en una coyuntura electoral inmediata la admisión de estrategias políticas e ideológicas que asuman un fuerte carácter simbólico, debido a la trascendencia y alcance de la figura del Comandante Chávez en los sectores mayoritarios de la sociedad.

La afluencia de millones de venezolanos en las calles de Venezuela para despedir a su líder supremo y manifestarse categóricamente por la continuidad de la revolución bolivariana en diversos pronunciamientos espontáneos, explosiones colectivas de sentimiento popular o apropiaciones genuinas e inmediatas de su legado histórico -pero presente- trascendió, evidentemente, cualquier análisis, expectativa e interés en todos los extremos políticos, de toda la esfera política. El modo en que el pueblo venezolano tomo las calles, la forma en que fueron revelados los niveles de conciencia popular y, fundamentalmente, la manera particular en que fue expuesta la relación simbólica-afectiva con el Comandante Hugo Chávez Frías, puso al descubierto que este proceso revolucionario trasciende los ejes de representación tradicional de la política. Puso al descubierto que la política, la política revolucionaria, no solo está marcada por la capacidad de modificar las relaciones productivas, agudizar las luchas de clases o legitimar el apoyo popular a través de estrategias ideológicas inexorables, sino también por una fuerte carga simbólica-emotiva.

La política ya no como lugar de lo imperturbable, hermético, sino como espacio donde el sentimiento colectivo, el amor popular tiende a manifestar simbólicamente su presencia política. Así por ejemplo, durante las ceremonias y exequias al Comandante Presidente Chávez, muchos elementos de la cotidianidad se revistieron de una simbología de alta significación nacional que expresaban una idea popular de continuidad: banderas simbolizando la Patria Nueva; el color rojo del Socialismo, las flores de la madre que llora al hijo que ha partido físicamente; las boinas rojas; las fotos que perpetúan la imagen en el recuerdo; el canto de himnos como el de los Bravos de Apure; el canto de joropos (simbolizando el arraigo cultural a las tradiciones venezolanas); colores, imágenes, cantos, personajes históricos, etc. Todos esos elementos simbólicos de homenaje, fueron, a su vez, la idea simbólica de continuidad materializada en un sentido real. Aquella frase que desde el pueblo ha emergido, "yo soy Chávez", es uno de los componentes simbólicos que traduce la materialización del protagonismo popular en el proceso revolucionario vigente en Venezuela.

Por otro lado, la oposición, sus cuadros ideológicos, los agentes del imperialismo y el poder económico, han trazado una nueva estrategia de acabar simbólicamente con el legado del líder máximo de la revolución bolivariana. Suponen que el crimen perfecto que asentaron sobre Hugo Chávez, difícil de probar en poco tiempo, aunque políticamente irrefutable, los coloca en situaciones políticas ventajosas. Pero para ello, así razonan, deben verter una verdadera guerra de manipulación simbólica que sus medios de comunicación y aparatos de colonización ideológica ya lanzaron brutalmente. Hábilmente, sus aparatos y canales ideológicos trabajan sobre el inconsciente colectivo, forjan conductas que les favorezcan e imponen discursos perversos; ese es el verdadero campo de batalla inmediato, resuelto. Operando desde laboratorios ideológicos, el objetivo evidente es enterrar todo lo que conecte simbólicamente a las masas populares con el pensamiento y la acción política de Hugo Chávez, tal como lo hicieron en su momento con Simón Bolívar. Es allí donde los movimientos que se agrupan en el frente chavista deben librar una lucha simbólica, una batalla por las ideas crucial.

La oposición venezolana inició de inmediato una nueva estrategia de acabar con el proceso revolucionario bolivariano, cuya meta primordial es neutralizar la gran influencia que el liderazgo de Hugo Chávez tiene en la conciencia de los sectores populares. Una estrategia ha consistido en la adopción oportunista y demagógica de algunas expresiones simbólicas que recuerdan en mucho el lenguaje político de Hugo Chávez Frías, así como la utilización del nombre del Libertador Simón Bolívar y los colores de la bandera nacional que tanto vilipendiaron en el slogan de su Comando de Campana. Además, existe una feroz campaña por estigmatizar la figura de Chávez a través del ataque constante a sus políticas de gobierno, procurando distanciar la figura moral, simbólica y emotiva de Hugo Chávez (el héroe fantástico) con la figura política, económica e ideológica del propio líder (el personaje político real).

Por todo ello, se impone un difícil pero necesario desafío en las masas populares chavistas de articular acérrimamente la figuración simbólica, moral y emotiva del liderazgo de Chávez con sus figuraciones políticas, económicas y sociales. Y esto en la medida que se impone la tarea de transformar esa percepción popular de héroe en un legado ideológico, sin dogmas, que siga orientando los destinos nacionales. El asunto del Legado de Chávez no puede reducirse al amor, cariño o devoción a su recuerdo, es el debate crítico el legado más importante.

Pero, ¿por qué decimos que dicha lucha simbólica tiene sus raíces en las bases económicas, políticas y socioculturales contradictorias de la sociedad venezolana? En primer lugar, hay que detenerse y advertir cuidadosamente sobre el sentido político que posee el modelo democrático participativo de Venezuela, cuyo patrón de transición hacia nuevas estructuras representativas han impuesto continuos y diversos escenarios electorales para la consulta permanente del pueblo venezolano, como así también la necesidad de legitimar, renovar y rectificar el rumbo revolucionario en el marco de una Revolución pacífica y democrática. Venezuela es, por excelencia, un país electoralista. Estos continuos escenarios electorales (17 procesos electorales en 14 años), conservan varios aspectos de la vida política y social que son importantes considerarlos, puesto que los procesos electorales en Venezuela permiten y producen la movilización, participación y ejecución de políticas a través de la conquista de espacios, propuestas alternativas, procesos de rectificación, agudización de contradicciones internas, apropiación de simbologías, etc. Todas ellas, conforman un espacio de lucha entre los diversos sectores sociales, tanto aquellos que ocupan espacios de poder dentro de la revolución bolivariana, como de aquellos factores del poder popular y los tradicionales enemigos históricos del chavismo. Y esto nos lleva a la segunda cuestión.

El movimiento bolivariano consiguió agrupar bajo el liderazgo del Comandante Chávez a distintas fuerzas populares y revolucionarias para conformar un gran frente antiimperialista de características democráticas, nacionales y socialistas combinadas. Fuerzas sociales, políticas y económicas que, sin embargo, presentan dinámicas y desarrollos diversos dentro de las luchas políticas nacionales, lo cual origina comportamientos y posiciones contradictorias, necesarias, re-impulsadoras. Estos comportamientos, posiciones, dinámicas y desarrollos de las fuerzas y actores que componen el frente revolucionario bolivariano fueron canalizados, catalizados y equilibrados en una solida unidad nacional bajo el liderazgo directo del Comandante Hugo Chávez, que no solo permitió revelar las particularidades de los enemigos de la Patria, sino además condensar las contradicciones internas y creativas DENTRO del campo revolucionario, al interior del movimiento bolivariano.

No obstante, existe un aspecto no menos importante (yo diría el de mayor importancia) que permite el avance del proceso revolucionario y que ha marcado una radical diferencia frente a otras experiencias históricas latinoamericanas de liberación bajo movimientos populares y bajo liderazgos supremos. Dicho aspecto esta dado por la admisión por parte del Comandante y líder Hugo Chávez de posiciones revolucionarias, socialistas y populares que le otorgan al movimiento nacional una fluctuación determinante del equilibrio pendular hacia las posiciones revolucionarias que las masas organizadas en el poder popular han ido conformando a lo largo de años. Este posicionamiento estructural o determinante a favor de los sectores populares organizados y políticamente protagonistas (puesto que coyunturalmente es inevitable la admisión de posiciones diversas dentro del movimiento), originaron una trasferencia relativa de poder y una legitimidad hacia los actores del poder popular que no solo se tradujo en mayores derechos políticos, sino además en la adopción de nuevas prácticas políticas participativas, orgánicas, emergidas desde las bases mismas del proceso revolucionario que adquieren escenarios favorables para imponerse frente a las desviaciones que las propias contradicciones y pugnas internas imponen dentro del movimiento bolivariano.

En este sentido, la práctica y concepción de la Unidad Nacional asume nuevos rasgos políticos: el proceso revolucionario ha ido asistiendo a una transición conflictiva de una Unidad Nacional coyuntural a una Unidad Nacional estructural. Esto es: la necesidad de abandonar las coaliciones coyunturales con los sectores de poder internos dentro del chavismo para dar paso a una nueva Unidad entre los factores del poder popular y la nueva institucionalidad del Estado bajo el control de las masas.

Es decir, podemos afirmar que hay un Chávez rotundamente latinoamericano, antiimperialista, popular y socialista que es asimilado por los diversos actores sociopolíticos de manera particular dentro del movimiento bolivariano. Pero hay también un Chávez que representa un proceso de protagonismo popular, cuyo discurrir, en esta nueva etapa de continuación revolucionaria, es la gran incógnita desde el punto de vista político. Así, esta nueva etapa, de renacer chavista, enfrentará grandes desafíos, por demás positivos: el de profundizar el protagonismo popular, en una dinámica abierta y plural; el de volcar los esfuerzo para consolidar un poder popular que tenga como eje político la construcción de las Comunas Socialista, una profunda comunalización del territorio capaz de ejercer el poder político y económico. De lo contrario, correríamos el riesgo de consolidar una revolución de cuadros y coaliciones dirigentes, de nuevos actores y clases privilegiadas, burocratizadas, antipopulares.

Para ello, es preciso neutralizar fuertemente la influencia que tendrían los "chavistas por conveniencia", tanto aquellos sectores intelectuales neo-izquierdistas ubicados de espaldas al pueblo como aquellos sectores políticos de poder que ocupan posiciones en diversas instancias institucionales, secundando el juego manipulador de la oposición, dada su evidente falta de identificación popular y compromiso simbólico con el proyecto de la revolución bolivariana socialista. Muy contrariamente a la voluntad revolucionaria expresada por los sectores populares, los "chavistas por conveniencia" se han dado a la tarea de sembrar dudas respecto a la capacidad de liderazgo de Nicolás Maduro. Por ello, los movimientos sociales y políticos que impulsan la revolución bolivariana socialista no pueden confiarse en la inocuidad de sus acciones contrarrevolucionarias, ya que éstas tienen un claro propósito de minar la confianza manifestada a favor del candidato presidencial del chavismo, aliándose en consecuencia con las fuerzas derechistas en Venezuela.

Aquellos que, ocupando funciones políticas en la revolución, hablan del legado de Hugo Chávez pero, al mismo tiempo, establecen reglas de juego para su conveniencia particular, representan un obstáculo imprescindible de sortear en esta nueva etapa. Esas reglas de juego buscan desplazar y limitar el protagonismo popular para mantener sus intereses mezquinos. Estos sectores, que conservan cierta maquinaria de poder dentro de la revolución, perjudican la verdadera construcción de un proyecto socialista y procuran imponer una representación simbólica de Chávez como una razón individual, casi caritativa sobre los sectores populares. Si a todo eso le sumamos que las fuerzas revolucionarias deben mantener la unidad por sobre todas las cosas, la tarea por profundizar la revolución es doblemente difícil. Porque después de todo, como afirmaba el Comandante Chávez: "La Unidad por sobre todo", se impone en contextos y coyunturas pertinentes.

En tal sentido, se hace necesario identificar y confrontar en lo inmediato la maniobra que estos chavistas por conveniencia están llevando a cabo, al mismo tiempo que se hace lo propio respecto a los adversarios externos del proceso revolucionario bolivariano, a fin de preservar, ahondar y consolidar la obra y pensamiento del Comandante Chávez Frías.

El chavismo enfrenta obviamente algunos desafíos; desafíos que cierta intelectualidad progresista desea descifrar, casi como una obsesión que las academias y dialécticas preconcebidas del mundo teórico atribuyen mágicamente (es la obsesión del pensamiento filosófico idealista que impregno el conocimiento científico). Algunos intelectuales, muy cercanos al pensamiento antipopular que cierto marxismo heredo en nuestros países, hablan de un "hiperpresidencialismo heredado" en Venezuela, sea como una tradición política de notorias consecuencias históricas negativas en América Latina, sea como una suerte de caudillismo feudal que el subdesarrollo imprimió en esta parte del mundo para obstruir las demandas sociales de las clases obreras explotadas. Otros, no menos alejados de las corrientes antipopulares, evocan y enfatizan en sus escritos sobre las limitaciones del modelo socioeconómico venezolano, cuya dependencia histórica de la renta petrolera paraliza la admisión de nuevos proyectos de carácter industrial o agrario; dependencia que el gobierno bolivariano ha acentuado y del cual no ha podido o sabido trascender. Y otros, fieles a las consignas ideológicas eurocentristas, resaltan sobre el enorme rol que poseen las fuerzas armadas del ejército nacional como un sujeto político incompatible a los intereses populares.

Claro, esta corriente intelectual progresista funda un discurso ideológico muy cuidadoso donde los conceptos esgrimidos y el alcance simbólico de sus afirmaciones se presentan como análisis políticos fieles al chavismo. Pero en el fondo, en lo más recóndito de sus análisis, se trasluce el grado de antagonismo ideológico que tienen todos estos intelectuales frente al chavismo. Ya el solo hecho de utilizar conceptos como "poschavismo", "caudillismo", "hiperpresidencialismo", "régimen chavista", "populismo", nos debe llamar la atención, nos debe volcar hacia una lectura retrospectiva de sus discursos ideológicos para desenmascarar sus verdaderos intereses antipopulares. Porque, al fin y al cabo, esos conceptos son parte de una lucha simbólica que los oportunistas y ultra radicales de la política y la intelectualidad buscan conquistar para su propio beneficio.

Quisiera finalizar este breve artículo, dejando algunas frases que el propio Chávez pronuncio antes de fallecer, indispensables para reconocer y dirigir correctamente las próximas estrategias políticas e ideológicas, las mismas que asumirán, más pronto que tarde, una lucha simbólica decisiva por su apropiación, deformación o anulación de su trascendencia:

1."La autocrítica es para rectificar, no para seguirla haciendo en el vacío, o lanzándola como al vacío. Es para actuar ya."

2. "Nicolás, te encomiendo esto como te encomendaría mi vida: las comunas, el estado social de derecho y de justicia."

3."Permítanme ser lo más duro que pueda, y que deba, en esta nueva autocrítica sobre este tema, compañeros y compañeras. Rafael Ramírez, por ejemplo, ya debería tener allá en la Faja del Orinoco unas 20 comunas, con Pdvsa, pero Pdvsa cree que eso no es con ellos. El problema es cultural, compañeros".

4. "Ahora, la autocrítica; en varias ocasiones he insistido en esto, yo leo y leo, y esto está bien bonito y bien hecho, no tengo duda, pero dónde está la comuna. ¿Acaso la comuna es sólo para el Ministerio de las Comunas? Yo voy a tener que eliminar el Ministerio de las Comunas, lo he pensado varias veces, ¿por qué?? Porque mucha gente cree que a ese Ministerio es al que le toca las comunas."

5. "Yo soy enemigo de que le pongamos a todo "socialista", estadio socialista, avenida socialista, ¡qué avenida socialista, chico!; ya eso es sospechoso."

6. No debemos seguir inaugurando fábricas que sean como una isla, rodeadas del mar del capitalismo, porque se lo traga el mar."

7. "Triste es que nos quedemos callados, para que no me llamen piedrero" (tira piedra).

8. "Por qué no hacer programas con los trabajadores? Donde salga la autocrítica, no le tengamos miedo a la crítica, ni a la autocrítica. Eso nos alimenta".

Y esta es la frase que creó sintetiza con mayor fuerza del discurso de Chávez el 20/10/12:

"La autocrítica, independencia o nada, comuna o nada"










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