Nuevos desafíos
Juan Diego GarcíaLos recientes triunfos electorales de Hugo Chávez y Rafael Correa suponen desafíos nuevos e imponen retos adicionales. Ya no se trata solamente de afianzar las áreas de poder ya alcanzadas sino de dar pasos cualitativamente diferentes con miras a la superación del capitalismo y la construcción de un orden nuevo, socialista, tal como han propuesto ambos gobernantes al electorado.
Los logros alcanzados hasta ahora afianzan sin duda la legitimidad de ambos gobierno; unos logros posibilitados en buena medida por la disponibilidad abundante de recursos que permite el buen comportamiento de los precios de las materias primas en los mercados internacionales en los últimos años, pero fundamentalmente fruto de la decisión política de hacer frente a la inmensa deuda con las mayorías sociales.
Se podría objetar que la proporción del gasto destinado a la cuestión social (educación, salud, vivienda, subsidios a los alimentos, pensiones, etc.) encierra riesgos evidentes de convertir esas medidas en formas clásicas de clientelismo y despilfarro. Sin embargo es necesario considerar que buena parte de ellas constituyen en realidad inversiones de futuro (educación y ciencia, por ejemplo) mientras otras obedecen a prioridades sociales impostergables para poblaciones mayoritaria y tradicionalmente excluidas. En el caso de Venezuela la situación no deja de ser paradójica: los beneficios del petróleo sirvieron siempre para alimentar la corrupción y la fuga de capitales de la oligarquía local y para sostener grupos escogidos de la pequeña burguesía convertidos así en clientela electoral y base social del sistema, y son los mismos sectores que ahora se quejan amargamente por los despilfarros del gobierno bolivariano.
Las medidas populistas de estos gobiernos tienen además una característica que impide precisamente que estas ayudas se conviertan en fuente de parasitismo: las personas beneficiarias se comprometen a participar en planes de estudio, formación para el empleo y a vincularse a planes productivos destinados a superar la pobreza y la marginación.
Pero una parte muy importante de los recursos que genera el petróleo se destinan también a la inversión productiva (nuevas empresas, sistema de crédito, infraestructuras, etc.) con la intención de terminar su condición de países principalmente productores de materias primas -por lo general sin ningún procesamiento- algo que afianza y reproduce la típica relación de dependencia tradicional. Se supone que las inversiones deben permitir abandonar su rol de naciones secundarias en el tejido económico mundial, de simples complementos o apéndices menores de las economías centrales del sistema, incapaces de producir bienes y servicios con alto valor agregado.
Ahora bien si Venezuela, Ecuador o Bolivia apuestan en verdad por el socialismo (en su versión propia y original) se enfrentan a una doble tarea. Por un lado, echar las bases materiales indispensables para salir del atraso (alcanzar un determinado estadio de desarrollo de las fuerzas productivas) sobre las cuales sea posible avanzar hacia la socialización de los medios de producción, y, por otro, generar una nueva cultura de manera que los productores no solo sean propietarios formales de estos medios sino sus dueños afectivos, con todo el poder de decisión que ello supone.
Salir del atraso implica realizar aquellas reformas que la burguesía local fue incapaz de llevar a cabo, es decir, hacer real la consigna del desarrollo. Se trata de generar un mercado interno dinámico mediante la reforma agraria y en general mediante una radical redistribución de la riqueza, pero el objetivo central no es otro que construir un tejido económico que funcione con suficiente autonomía mediante un desarrollo dinámico y equilibrado de la agricultura, la industria y los servicios. Pero el socialismo no supone solamente superar el atraso y la dependencia; es igualmente importante la promoción vigorosa de un entramado democrático amplio que haga efectiva la participación de las mayorías, que combine de forma adecuada diversas formas de democracia representativa y de democracia participativa. Se trata de hacer efectiva la democracia por representación (electoral, sindical, etc.) corrigiendo los enormes vicios que la desvirtúan por completo como canales de expresión de la voluntad ciudadana (un mal que no solo afecta a América Latina). Los avances en esta dirección son innegables en Venezuela, Ecuador y Bolivia (y en general, también en los casos de los demás gobiernos de progreso en la región). Solo la derecha local, minoritaria y montaraz, eleva denuncias infundadas sobre los resultados electorales que le son adversos y continúa alimentando planes de desestabilización cada vez que alguna coyuntura lo propicia (la actual enfermedad de Chávez, por ejemplo). Por contraste, son muchas las voces autorizadas que afirman la limpieza de los comicios y dan por plenamente legítima la elección de Chávez, Correa o Morales.
La democracia representativa (el poder delegado) cuando realmente refleja el sentir mayoritario de la población resulta necesaria para el funcionamiento normal de las sociedades modernas. Es obvio que muchos asuntos solo se pueden gestionar con responsabilidad y eficacia mediante la delegación del poder en grupos especializados de políticos y técnicos. Es una cuestión de división del trabajo, una realidad que se impone por la complejidad de algunos temas y por la imposibilidad práctica de participar directamente en su gestión. Pero la democracia representativa por sí sola no satisface los requisitos que exige la construcción de un orden socialista. Como complemento inicial -y paulatinamente como forma principal de participación- se trata de impulsar diversas formas de democracia directa, de protagonismo personal en los procesos de toma de decisiones.
En el caso particular de Venezuela se destacan en este sentido algunas iniciativas que dan forma a la democracia directa. Los comités de barrio y los comités en los centros de producción son los más significativos. Que la ciudadanía decida sin intermediación alguna sobre asuntos que le afectan de manera directa en su lugar de residencia es una primera forma de participación. Se decide sobre el destino del presupuesto local, sobre proyectos productivos o de servicios, sobre eventos educativos y de cultura y otros asuntos similares, sin excluir la defensa nacional. Si estas formas de democracia directa son aceptables en algún cantón de Suiza, ¿por qué no en el caso de Venezuela?
Igualmente importante resulta la participación directa en los centros de trabajo. Si son de propiedad colectiva, es obvio que así debe ser dada su misma naturaleza; si se trata de empresas de propiedad pública, la gestión conjunta (cogestión) en todos los asuntos constituye una magnífica oportunidad para que todo lo que afecta a los trabajadores se debata democráticamente y se armonice con los intereses de la comunidad. De esta forma la planificación nacional o regional resulta realista y permite superar el centralismo asfixiante y la burocracia ineficaz. En las empresas de propiedad privada, se propicia la existencia de un sindicalismo fuerte y moderno para modular en lo posible las condiciones de la explotación de la mano de obra. Cooperativismo, sindicalismo y cogestión han funcionado muy bien en países del centro y norte de Europa (Alemania o Suecia, por ejemplo). No hay razones de peso para pensar que estas formas de participación no pueden resultar igualmente positivas en la América del Sur. Asumir protagonismo sin intermediarios, siempre que se haga de forma realista, se convierte así en la mejor escuela del socialismo que se pretende construir.
La participación directa en el barrio o en el lugar de trabajo - la democracia directa ojalá con votación a mano alzada cuando las circunstancias lo hagan posible- constituye el mejor camino para avanzar hacia el socialismo, para la emancipación del trabajo, para hacer efectiva una de las principales consignas del movimiento obrero. Se trata de que los productores de la riqueza sean no solo propietarios formales de los medios de producción sino sus verdaderos amos. Esa es una de las grandes enseñanzas de la experiencia socialista del pasado.
Juan Diego García para La Pluma, 22 de febrero de 2013
*Juan Diego García (Cali, 1945). Doctor en sociología, Universidad de Frankfurt/RFA Reside en España desde hace varios años. Escribe una columna semanal que publican diversos medios. Corresponsal de La Pluma dice lo que el hombre calla...
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