Noviembre 2012
UNA JUVENTUD SIN PROMESAS
Federico García Morales
Tlaxcala, 1994
En la historia de la Humanidad hay pocos momentos carentes de promesas, sobre todo de promesas para la gente joven. Hasta se podría decir que siempre ha habido alguna promesa: por último las delicias de la Otra Vida. Pero ahora no. La generación que hoy va por las prepas y las universidades (¿se hablara en algunos años de ellas como una misma generación?), es quizás la primera que carece de promesas. Si hasta sus maestros han recibido de la SEP el cariñoso recordatorio de que no deberán esperar aumentos salariales, que es imposible, que el estado ya no da para más.
Ya antes, todos tuvieron la ocasión de darse cuenta que no habría bienestar para las familias. ¿O alguien cree todavía en eso? Los muchachos que ven todos los días a los egresados, titulados y doctorados vendiendo tamales o arreglando alcantarillas o simplemente varados al sol, no pueden pensar en su sano juicio en la verdad de las promesas de sus progenitores de que educándolos les dejaban la mejor herencia posible.
Ahora, quienes cursan educación media o superior (nótese quiénes) en otras ocasiones podían esperar participar en la forma de desarrollo que hubiere, pero ahora se les dice que como van las cosas, el desarrollo recomenzará en México para el año 2030, es decir, cuando ellos hayan alcanzado la tercera edad. Y decíamos quiénes-porque hay también demasiados quienes-que no cursan estudios medios ni superiores ¡Ni qué pensarlo! porque están hundidos en presentes maquileros, exigidos de ¨productividad¨ y de ¨competitividad¨ si es que no están compitiendo en el gigantesco ejército de cesantes o de activos en la economía ¡nformal. En México, si de promesas se trata, debería haber alguna, para los 10 millones de niños que trabajan.
Después de la resignación, ya las cúpulas sindicales no tienen nada que balbucear a los obreros; después del desastre de las políticas agrarias, a los campesinos ya nada se les puede ofrecer más allá de las bondades de la sequía. Y si eres un joven obrero- probablemente cesante- o un joven campesino, sin semillas, sin tierra, tienes frente a ti una clara ruptura de propósitos.
Lo menos que ha habido en el pasado fueron promesas de crecimiento con equidad, de crecimiento sostenido: en México se fundaba una universidad con el viejo lema-quizás precortesiano-de "por mi raza hablará mi espíritu", y en Tlaxcala esta otra que anunciaba que por ¨la cultura¨ se iría ¨a la justicia social¨. La Segunda Guerra Mundial se finalizó con visiones de abundancia y democracia; y la Primera, hasta con promesas de socialismo y libertad.
En el siglo XIX los jóvenes marcharon detrás de los ejércitos revolucionarios en Europa y en América, y hasta detrás de nacionalismos y modernizaciones imperiales. Hasta en las guerras de religión en que se cerró el Medioevo, se les ofrecía algo. Y podemos seguir para atrás. Piensen en todos los que se quedaron esperando el Segundo Advenimiento. Pero ahora ya no. Ya no hay ni siquiera esperanzas de poder comprar los frijoles para la olla de mañana. Suena prosaico: ahora junto con las propuestas más sublimes, se niega también el acceso a los valores más simples.
Cabe dudar si esta situación puede perdurar. Sería como dar razón a los peores anuncios posmodernistas. Con una humanidad sin futuro, la historia habría llegado algo prematuramente a su fin. Y esto, sin atrevernos todavía a ver más de cerca lo que significa sacarnos del alma
el futuro, que también algunos llaman ¨esperanza.¨
Hoy hay términos que se ponen de moda, el de la reingeniería, por ejemplo. Aquí se ha hablado mucho, hasta en los últimos caseríos de realizar ¨reingenierías municipales¨. Quizás sería el término feliz. Ya que el futuro se quedó en el presente-y el presente en el futuro-para romper este huevo. ¿No sería posible una reingeniería del presente?
Ver qué es lo que no marcha aquí y ahora, para llegar a descubrir y enaltecer suficientemente algunas diferencias que nos pongan de nuevo a caminar con algún propósito. Y a lo mejor son los mismos jóvenes los que van a tener que realizar esta reingeniería del presente. Y para eso, partir del análisis de lo que nos es más visible y real, coincidir en lo que está más presente y más obsesivamente vinculado a nuestro 'malestar político': la economía en que vivimos. Al fin y al cabo, sobre esto tenemos mucha experiencia.
En el siglo pasado parece que hubo un tiempo algo parecido, cuando se dejó caer sobre Europa el negro manto de la Restauración, después de Waterloo, El pueblo, sobre todo los jóvenes, se quedaron sin promesas. Se agitaron algo entre los años veinte y treinta. Pero hacia el año 1844, alguien garrapateó unas pocas sentencias que contuvieron el germen de la esperanza. Fue una advertencia sobre diferencias sociales apenas vislumbrables, y la vaga, casi fantasmal recuperación de una nueva visión del hombre, de sus esfuerzos y de sus posibilidades. ¿Quién imaginaría que pocos años más tarde se alzarían los "pueblos del mundo" buscando cumplirse a sí mismos con esas promesas?
¿Es que acaso los indígenas de América hasta hace un par de años, contaban con alguna promesa? Se las han ido haciendo poco a poco, y con alguna resonancia épica, y claramente han sabido compartir su promesa entre todos los que ya no tenían esperanzas. Es el manto más magnífico que se haya repartido.
Y hay muchos síntomas: ni la libertad es un ideal infausto, ni la igualdad es imposible. La democracia no está condenada. La naturaleza no tiene por qué corromperse. Hay salidas, y los hombres, las mujeres, los jóvenes y los que vienen... están buscando. Claro que hay dificultades. No encontrar salidas, es también una de las manifestaciones de la crisis en que vivimos.
Porque hay indudablemente en oferta puertas falsas. Como conducir la enajenación a los extremos, calarse la camisa negra o parda a cambio de mendrugos; asumir el derecho a matar en nombre de cualquier autoridad real o inventada, y ayudar a sepultar en func¡ón de la propia desesperanza particular (llamemos a eso "intereses") la búsqueda legítima de esperanza de los más. Eso lleva a "promesas" como encontrar la salvación del alma en la quema de brujas, o a fundar "el imperio de mil años" o "la seguridad" -una seguridad parecida a la seguridad burguesa- garrapateando en las paredes "mueran los judíos" o como aquí, "mueran los extranjeros". Algo peor que una prosaica atávica: el despliegue de la pura bestial¡dad. Donde dos ideas no se hilan juntas.
La búsqueda de promesa es un intrincado proceso que v¡ncula el desarrollo humano, físico y psíquico con el desarrollo social. La promesa ha de ser económica, polít¡ca y educativa. No se excluye que tenga aspectos metafísicos y hasta religiosos. Y el surgimiento de una promesa poderosa, lúcida y convincente, remodela los países y marca nuevos cursos en la historia.
México ha sabido avanzar renovando sus esperanzas, y gritándolas. ¡Cuántos gritos jalonan estos cambios de curso! ¨Gritos" se llaman aquí esas propuestas que encendieron a multitudes. Hay que ver cómo se descolgaban de los cerros con sus calzones blancos, para seguir a Hidalgo. ¨Iguala¨, ¨Ayala¨ fueron otros tantos gritos. Y ahora algo está ocurriendo, que muchas veces están reclamando "un nuevo proyecto de nación".
Esto quiere decir "queremos tener esperanza, y por esa esperanza cuyo nombre todavía no conocemos, estamos dispuestos a darlo todo''.
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