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Abril 2012

LA CONSTRUCCION DEL SOCIALISMO EN LAS COMUNIDADES CAMPESINAS DE VENEZUELA. LA COMUNA SOCIALISTA (I PARTE)

Diego Tagarelli

El socialismo en América del Sur, a lo largo de su historia, expresa una construcción práctica que la distingue y le otorga una identidad propia. Muchos procesos de construcción, de hecho, no se pronunciaron ideológicamente por el socialismo, aunque en situaciones concretas, en la práctica política, fueron construyendo las bases de una sociedad anticapitalista, antiimperialista, popularmente revolucionaria. Todo análisis concreto de situaciones concretas no puede divorciarse de esas propiedades de construcción en nuestra Nación Sudamericana (como la llamara Manuel Ugarte). Por el contrario, está obligado a reivindicar críticamente los distintos movimientos de liberación nacional que aún no han ingresado en un atapa de transición al socialismo.

No hace falta redundar sobre la desorientación que suscitaron algunas concepciones en la formación de algunas generaciones de revolucionarios: dictadura del proletariado, abolición del Estado, existencia de la burguesía nacional como clase dominante, etc. Tampoco es necesario insistir sobre el vacío científico que cierta corriente pos-moderna y neo-marxista intuyó en pensadores recientes, anulando las categorías marxistas fundamentales de la ciencia (clases sociales, poder, Estado, capitalismo desigual, imperialismo) y colocando en su lugar categorías idealistas insostenibles científicamente (masas, doble poder, sociedad civil, imperio).

Digamos por el momento que, en nuestros países, las realidades nacionales sujetas al imperialismo han intervenido en sus composiciones sociales, en las tendencias revolucionarias de grandes frentes nacionales que aglutinaron diversos sectores de la sociedad nacional y fundamentalmente, le han conferido a la lucha de clases mayores complejidades que involucran aspectos de la realidad histórica, cultural y económica de manera particular.

Para decirlo resumidamente, es imposible la construcción de un socialismo latinoamericano olvidando que las cuestiones nacionales asumen rasgos antiimperialistas y revolucionarios cuando se presentan situaciones que no necesariamente adquieren un perfil ideológico socialista: la defensa de la soberanía nacional, las alianzas policlasistas populares, el control del Estado para impulsar medidas nacionales o la naturaleza de las tareas democráticas, nacionales, revolucionarias o socialistas combinadas en un mismo movimiento, etc., son rasgos esenciales que determinan tendencias hacia formas de organización social superiores, superadoras de las sujeciones capitalistas dependientes.

Por lo mismo, es inadmisible sostener las tesis posmodernas sobre la inexistencia de clases sociales, el imperialismo o la destrucción del poder en sociedades cuyas estrategias de liberación nacional dependen de las capacidades de los movimientos populares para bloquear o luchar contra las relaciones que mantienen las clases terratenientes, burguesías comerciales y oligarquías nacionales con el capital extranjero para transformar las mismas relaciones de dependencia.

Quizás por ello, una de las grandes debilidades que conserva el pensamiento marxista latinoamericano y la ideología política de la izquierda mas abrazada a las visiones revolucionarias occidentales, es ignorar las luchas populares y las formas de construcción que provienen desde los sectores campesinos, puesto que es reconocida como una clase subordinada a las direcciones de la clase obrera o a una vanguardia intelectual pequeño burguesa.

Sin embargo, las clases campesinas, indígenas, afrodescendientes, comunidades de diversa escala socioeconómica que afirman sus condiciones materiales de producción y reproducción en los espacios territoriales rurales, sean estos aldeanos, agrarios, andinos, desérticos, etc., representan uno de los sectores sociales indispensables para las diversas formas que asume la revolución nacional, no sólo por su lugar ocupado en la estructura económica como actores sociales productivos, sino primordialmente por las situaciones históricas de sometimiento que han ido originando desde sus entrañas las fuerzas revolucionarias mas consecuentes, genuinas y relevantes de nuestra historia sudamericana.

Las clases campesinas (indígenas, afrodescendientes, obreras) agrupadas en comunidades son, quizás, una muestra clara no sólo de ciertas realidades históricas sobrevivientes de ese socialismo que lo distingue sino de condiciones existentes en nuestros días que le confieren plena vigencia. Más aún, son organizaciones sociohistóricas concretas que, en el marco de una formación social nacional y latinoamericana, brindan las condiciones actuales para la emergencia de un socialismo propio cuyas bases de sustento son los núcleos de poder popular, el autogobierno y las Comunas Socialistas.

La República Bolivariana de Venezuela está edificando un proceso de transición hacia el socialismo que ha contemplado como eje estratégico y estructural la transferencia de poder a los sectores populares organizados, cuya expresión más elevada es la Comuna Socialista, su articulación nacional en autogobiernos autónomos y el ejercicio del poder popular.

Este eje estratégico estructural ha tomado vigor a partir de los avances revolucionarios de juntas campesinas organizadas en comunas socialistas, las cuales han indicado los rumbos de organización popular, ejercicio de poder, fuerza política, desarrollo económico y autodeterminación. Sin embargo, una de sus mayores conquistas que deben ser tomadas como ejemplo para todas las formas de expresión revolucionaria en Venezuela es la capacidad de enfrentar las formas institucionalizadas del Estado burgués, los fuertes enemigos internos de la revolución y las embestidas de los aparatos de poder que obstaculizan la conformación de comunas a nivel nacional.

Sucede que la edificación de una nueva estructura de poder a través de las Comunas Socialistas, férreamente impulsadas por el presidente Chávez, representan un duro golpe al empleo de poder monopólico que atesora el Estado por medio de sus instituciones centrales de gobierno, donde las mismas superestructuras de poder son puestas al servicio de las necesidades comunales y del poder popular, siendo uno de los objetivos esenciales la transferencia de poder monopolizada por los actores políticos institucionales, donde parte de la disposición política del Partido revolucionario, gobernaciones, municipios, ministerios, etc., conforman un tejido de poder, muchas veces, opuesto a las necesidades populares.

Esto es: las relaciones de poder generadas por la Revolución Bolivariana en el seno del Estado burgués ha adquirido, bueno es decirlo, rasgos populares y transformadores en sus mismas formas de legalidad y estructura al permitir la intervención política de los sectores populares en las luchas de clases internas. Pero del mismo modo, ha generado una burocracia, una maquinaria interna de poder y un aparato político complejo legitimado que no ha sabido comprender su papel transitorio dentro del proceso revolucionario. Por el contrario, ha colocado como prioridad política el mantenimiento de sus intereses particulares y por lo tanto, existen sectores que resisten las alternativas que vienen irrumpiendo fuertemente desde el poder popular.

Este proceso contradictorio dentro de la revolución bolivariana ha dejado en claro que para trascender las relaciones capitalistas e instaurar un socialismo bolivariano es necesario fortalecer las articulaciones dentro del poder popular, acelerar la conformación de Comunas y enfrentar, a través del mismo juego político que brinda la revolución y el apoyo del líder máximo, a los sectores políticos que asedian, por dentro y por fuera, la realización de los principios socialistas bolivarianos.

Obviamente, esto no significa adoptar una posición litigante frente a la existencia del Estado ni, mucho menos, buscar por medios políticos inviables el antagonismo con toda expresión proveniente de la institucionalización que ha canalizado la revolución bolivariana. Error éste que ha seguido alimentando la sectorización de grupos de izquierda alejados de las masas y no ha sabido diferenciar dentro de las filas de la revolución los intereses populares de aquellos intereses contrarrevolucionarios. El ejemplo de Venezuela es sumamente claro al respecto.

Pero, ¿cuál es la naturaleza del socialismo en América Latina? ¿Democrática? ¿De liberación nacional? ¿Con cierta etapa de desarrollo capitalista reiterando el modelo clásico o rápidamente pasando a las transformaciones socialistas? Pero, en este último caso: ¿cómo hacer posible la construcción del socialismo dado el atraso de las fuerzas productivas? Por otra parte, una administración y planificación rigurosa de los recursos en función de las industrias de base para suplir la carencia de una acumulación capitalista previa: ¿No generaría una burocracia autoritaria capaz de imponer injusticias y privilegios? Asimismo, esos procesos iniciados como movimientos democráticos y antiimperialistas, teñidos de reivindicaciones nacionales: ¿no corren el riesgo de derivar en políticas nacionales reproductoras de los vicios capitalistas de las grandes potencias? Estos interrogantes son los que vamos a intentar responder a partir de un análisis concreto de las comunidades campesinas inmersas en el proceso revolucionario de Venezuela.

PRIMERA ACLARACION: LA IMPORTANCIA DEL SER POPULAR O LA POSICION TEORICA DE CLASE

Al pensar el socialismo, la mayoría intelectual legitimada por el progresismo académico pasa por alto, casi sin darse cuenta, que para avanzar e intensificar un conocimiento científico alentador para la construcción del socialismo es necesario asumir una posición teórica dentro de las clases populares revolucionarias para producir nuevos análisis concretos de situaciones concretas que, asimismo, ayuden a rectificar, potenciar y vigorizar el proceso mismo de la ciencia revolucionaria.

Al brindar las condiciones conceptuales para comprender los alcances reales y prácticos del socialismo, la ciencia revolucionaria -el marxismo- no puede permanecer como monumento intelectual petrificado en las formas teóricas, sino que debe producir constantemente nuevos descubrimientos en consonancia con las nuevas realidades y construcciones políticas, sociales e ideológicas que los sujetos reales orientan históricamente. Esto es: emprender una práctica teórica. Lo cual quiere decir que, hoy más que nunca, el contexto actual por el que atraviesa Latinoamérica amerita un esfuerzo de los intelectuales revolucionarios por desembarazarse de ciertos patrones de conducta distantes y formar parte activa del tejido social, cultural y popular que se desprenden de las masas.

Al asumir una posición teórica de clase, es decir una posición social que permita reflexionar desde las clases populares, el pensamiento social se transforma en una práctica teórica cuyo trabajo adquiere un sentido dialectico, rectificador. Insisto en el término rectificación puesto que no puede haber un avance revolucionario en la ciencia sin producir los necesarios elementos críticos y autocríticos de su desarrollo, mas aun tratándose del marxismo, que como ciencia histórica permite desmontar los dogmas que impiden su crecimiento.

El desarrollo del capitalismo dependiente en nuestros países fue clausurando gradualmente los espacios de relación social entre los intelectuales y las masas populares, confinándolos a cultivar sus capacidades intelectuales en esferas académicas cada vez más aisladas de los procesos populares. Y cuando el impulso espontaneo del intelectual conmueve su pasión humana por conocer las razones exóticas de las masas populares, entonces aparecen en bandadas heterogéneas los turistas intelectuales que concurren a la antropología más egocéntrica y vanidosa para argumentar con trabajos de campo sus aportes a la sociedad. Y aquí nos hallamos con uno de los errores metodológicos y científicos de mayor amenaza para la explicación científica de la realidad social concreta.

Desarrollar un análisis concreto de situaciones concretas no puede desligarse del cuerpo conceptual que aporta las categorías científicas básicas del marxismo. No pueden indagarse acertadamente fenómenos de la realidad social sin recurrir a elementos conceptuales que posibilitan su sistematización. Y esto porque, por un lado permite distanciarse de las normas ideológicas que las relaciones de clase dominante colocan como única concepción valida de la realidad y por otro lado, porque los sujetos sociales establecen una relación practica con sus condiciones reales de existencia a través de las relaciones que estos mantienen con la ideología dominante, cuya prioridad histórica es impedir a los sectores sometidos el conocimiento de sus propias condiciones reales de existencia.

Sin embargo, sería igualmente incongruente indagar una determinada problemática concreta para convalidar, verificar o confirmar el valor científico que posee el marxismo. En este caso, el error radicaría en subordinar la realidad empírica a los conceptos de la teoría (la identificación entre el objeto teórico y el objeto real, propio del modelo empirista), volviendo la ciencia en un dogma religioso destinado a convertirse en una fuerza de orden natural (error este que ha costado grandes derrotas para el movimiento popular revolucionario. Abundan los ejemplos: Stalin es el más claro de todos ellos).

La ciencia marxista es una práctica en si misma concebida de manera abstracta para comprender los procesos históricos. Brinda las leyes generales sobre el funcionamiento del capitalismo y permite sistematizar un modo de producción dado históricamente. Pero jamás la ciencia marxista ha sido concebida para adaptar la realidad a sus exigencias teóricas formuladas, menos aún cuando se sostienen principios políticos de elevada carga ideológica. Al indagar una problemática específica, en un tiempo y espacio determinado, hay que diferenciar entre el objeto real y el objeto teórico. El objeto real, la realidad empírica, no exhibe sus relaciones reales de existencia como indica la ciencia marxista. Nunca la realidad habla por sí misma. Por otro lado, el objeto teórico, la ciencia, no existe para intervenir políticamente sobre la realidad empírica.

La ciencia marxista es una práctica teórica que no se aplica a la realidad empírica, sino a una representación ideológica de ésta que las clases dominantes construyen para ofrecer su visión sobre la realidad social. En el capitalismo, estas representaciones ideológicas (reflejos de las condiciones de existencia de la burguesía como clase dominante) están caracterizadas por las ideas jurídicas (el derecho burgués a la propiedad), las ideas económicas (el hombre como sujeto de necesidades) y las ideas filosóficas (la libertad humana). Entonces, el objeto de conocimiento científico no es la realidad ni los datos o hechos empíricos, sino ideas generales, representaciones ideológicas que materializan determinadas condiciones de producción.

Cuando Marx afirma que hay que ir de lo abstracto a lo concreto está diciendo, sencillamente, que hay que transformar un producto ideológico (abstracto) en un producto científico (concreto). Es decir, las relaciones que todo investigador tiene con la realidad empírica están sujetas a las relaciones que mantiene el investigador con las relaciones ideológicas que lo conectan con determinada realidad. De lo que se trata es de separar esa ideología que asigna una visión determinada sobre la realidad. Y esto en la medida que toda concepción ideológica es un reflejo deformado de la realidad. De modo que la teoría científica puede ver los hechos que la ideología impide ver. Sin embargo, la teoría científica no modifica la realidad empírica sino a sus representaciones simbólicas que la ideología dominante ha construido.

Para el empirismo, lo que vemos, tocamos o sentimos es, en definitiva, esencialmente cierto. Por ende, el objeto del conocimiento es el objeto real. Lo que se estudia en las ciencias físicas o en las ciencias sociales son objetos reales dado en su inmediatez. En cambio, para el marxismo, los hechos sociales concretos están ligados entre sí a las normas de la ideología (morales, religiosos, políticas). Lo cual significa que todo análisis concreto de situaciones concretas debe contemplar a las categorías científicas aportadas por el marxismo para eliminar las representaciones ideológicas construidas sobre esa realidad. A su vez el estudio de situaciones concretas no debe identificar las categorías conceptuales con la realidad empírica que establece todo investigador, puesto que esa misma realidad está atravesada por relaciones de clase concretas que sujetan a los individuos con concepciones y prácticas ideológicas y no presenta a las condiciones reales de existencia como revela la teoría científica marxista.

Por eso para conocer científicamente hay que asumir una posición teórica de clase. Es necesario reflexionar desde donde es posible pensar científicamente. Y Solo es posible pensar científicamente transformando el mundo, es decir desde el lugar en que los intereses histórico o de largo plazo son los de la transformación de la sociedad. "Los filósofos (los intelectuales, científicos, ideólogos) solo han especulado (reflejado) el mundo (la sociedad, las relacione sociales dominantes) de lo que se trata es de transformarlo (y no de reproducirlo)". Tesis que si se lee atentamente indica que solo hay dos posibilidades: de reflejar el mundo o de explicarlo, reproduciéndolo o transformándolo. Esto es, ajustarse a la realidad del objeto real no para reproducirlo (la sociedad) sino para apropiarlo cognitivamente a fin de transformarlo.

En este sentido, cuando hablamos de la necesaria unidad dialéctica entre la teoría y la práctica revolucionaria es para expresar que esas unidades no provienen de la identificación entre la realidad y la teoría, sino más bien para reconocer que toda indagación concreta de problemáticas específicas depende del lugar ocupado en los espacios populares. Son esos espacios los que permiten una articulación entre la teoría y la práctica, como así también los que permiten articular los nuevos descubrimientos teóricos surgidos de esas problemáticas concretas con los grandes aportes teóricos del marxismo. Ahora bien: ¿Cómo surgen esos descubrimientos teóricos que refieren a problemáticas concretas? ¿Cuáles son las prioridades o pasos metodológicos para acceder a la comprensión de situaciones concretas?

Digamos brevemente que al indagar una problemática concreta hay que ocupar una posición de clase específica dada por la capacidad de formar parte de sus luchas, intereses, prácticas culturales, etc. Es en ese espacio, ocupando posiciones populares y revolucionarias, donde las representaciones ideológicas son transformadas en interpretaciones científicas. Por lo mismo, es en esos espacios o situaciones concretas donde las luchas revolucionarias irán otorgando dinamismo para la emergencia de nuevos descubrimientos teóricos. Por último, son esas luchas populares las que, en el proceso político concreto, asimilaran esos descubrimientos y aportes teóricos para colocarlos como armas de lucha política.

Quería brevemente hacer esta acotación porque, ante las nuevas puertas que se abren en América Latina, suelen desbordar los intelectuales que desde sus realidades pequeñoburguesas juzgan con sentencia destructiva los procesos populares o imaginan los procesos históricos actuales a la altura de sus exigencias teóricas que, por el propio funcionamiento metodológico de sus conceptos políticos, encierran peligros no menores.

Pero fundamentalmente, esta aclaración introductoria viene al caso para procurar establecer con la mayor exigencia posible una mirada crítica sobre el proceso revolucionario en Venezuela desde el acercamiento directo y practico a comunidades campesinas que construyen una forma particular de socialismo, dado sus componentes históricos, sociales y territoriales.

En consecuencia, todo esto quiere decir que mi práctica teórica en estas comunidades no está concebida por un trabajo de campo antropológico, contingente e inestable con el objetivo de reflejar las formas de lucha revolucionaria que se ejercen desde su interior. La intención es, sin duda, formar parte de esas luchas, a través de prácticas y posiciones políticas ocupadas en estos espacios, con el objetivo de producir nuevas interpretaciones teóricas que sirvan, posteriormente, para articularlas con los principales elementos teóricos del materialismo histórico y finalmente, producir reflexiones colectivas dentro de esos espacios.

Estas reflexiones deben adquirir un lenguaje coloquial, popular, coherente a las relaciones sociales establecidas.

SEGUNDA ACLARACION: LA COMUNA SOCIALISTA COMO NATURALEZA DEL SOCIALISMO VENEZOLANO

Planteemos de nuevo la pregunta: ¿Cuál es la naturaleza del socialismo en América Latina? La Comuna Socialista en la República Bolivariana de Venezuela ha demostrado, principalmente, que el Poder Popular constituye el núcleo principal para la transición y consolidación de un modo de producción y una formación social de carácter socialista. Ella es la instancia primordial para sentar las bases de una sociedad socialista. Hay que decir que la adopción de la Comuna como núcleo de poder no representa un modelo a-histórico, teóricamente valido para todo tiempo y toda sociedad, sino más bien una edificación propia que en su mismo proceso de construcción adquiere sentido político.

En este sentido, no podemos percibir sus alcances reales ni, mucho menos, otorgarle validez histórica como única perspectiva de construcción socialista. Pero, no obstante, podemos afirmar que, en el proceso actual de Venezuela, las conformaciones comunales socialistas han incidido fuertemente para el desarrollo de tendencias políticas en la revolución bolivariana.

La Comuna Socialista modifica el terreno del ejercicio del poder. ¿Ignora, por ello, la cuestión política nacional? ¿Es la Comuna la construcción de un nuevo poder, separado de las relaciones de fuerzas nacionales, estatales e institucionales? ¿Se propone erguirse como un poder paralelo, un no-poder? Al edificar autogobiernos en las instancias comunales, el sistema político y todas las superestructuras de dominio atraviesan una lucha decidida por la transferencia de poder a los movimientos populares que, con sus luchas, desgarran las formas y estructuras del Estado. Esto se traduce en una lucha a lo interno de los aparatos del Estado y su hegemonía institucional, al mismo tiempo que abre paso a nuevas alternativas del ejercicio del poder a través del poder popular.

Digamos en primer lugar que la Comuna Socialista traduce una unidad socioeconómica, política, cultural y territorial que la conforman las diversas organizaciones del poder popular (consejos comunales, movimientos populares, etc.). Si bien estas organizaciones o movimientos representan las células básicas de la Comuna Socialista, conservando su identidad, territorio y organización sociopolítica originaria, solo adquieren fuerza (es decir, poder) a partir de sus articulaciones estructurales y sus luchas contra las fuerzas de propiedad económicas dominantes y contra las fuerzas de poder contrarrevolucionarias insertas en el Estado.

Uno de sus pilares políticos de organización se sustenta en propósitos que no reproducen (aunque siempre existen desviaciones y formas espontaneas de reproducción) los patrones de organización política, económica e ideológica de las fuerzas de poder capitalistas insertas en el Estado.

Los revolucionarios y revolucionarias del país y América Latina han comprendido que la construcción del socialismo en nuestra región no puede supeditarse (por lo menos en cierta etapa de su desarrollo y transición) a la acumulación política de poder bajo las estructuras y superestructuras del Estado que son controladas por intereses antipopulares (ya sean estos provenientes de la clase dominante capitalistas o de las nuevas fracciones de poder descendientes de los frentes nacionales de liberación), sino que obedece a la necesidad de darle paso, desde abajo, a la ejecución y conformación de un nuevo Estado Comunal que tenga como principales protagonistas políticos a las organizaciones del poder popular y la creación de nuevos mecanismos participacionistas.

De manera que la construcción dinámica de las Comunas debe personificar la columna geopolítica vertebral donde los nuevos grupos humanos organizados en sus comunidades desgarren las cadenas hegemónicas de poder y la lógica reproductiva del capital. A su vez este nuevo mecanismo de organización permite avanzar hacia un nuevo modo de concepción y organización de la gestión del Estado. Son las Comunas Populares y Socialistas las que deben generar las condiciones de transformación para sustituir el Estado rentista burgués por un Estado Nacional socialista.

La transición al socialismo venezolano ha dejado al descubierto estas luchas políticas, trascendentales para el avance o retroceso de sus conquistas sociales, primordiales para que la hegemonía partidista de lugar a una nueva arquitectura política popular. Este es el sentido de la conformación del Polo Patriótico y de las nuevas directrices dictadas por Hugo Chávez. Así, la Comuna aparece como un modelo viable para la construcción de autogobiernos que sean capaces políticamente de disputar toda hegemonía de poder.

En segundo lugar, debemos señalar que las bases sociales de la Comuna Socialista dependen de las células de organización territorial que, desde hace años, vienen irrumpiendo en la escena nacional venezolana a través de los Consejos Comunales y formas de organización sociopolítica popular. El Consejo Comunal y las diversas manifestaciones del poder popular representan los primeros eslabones del ejercicio de Poder Popular.

Después del intento de destituir a Chávez en el año 2002 con el golpe de Estado ejecutado por los diversos factores de poder, la sociedad venezolana asumió distintas expresiones políticas de base que no solo fueron creadas para respaldar al líder y el proceso naciente de la revolución bolivariana, sino además para asimilar y canalizar los nuevos cambios estructurales en espacios concretos de poder que le concedieron una legitimidad trascendental. Los consejos comunales de pertenencia territorial, delimitada en comunidades rurales y urbanas estratégicas, fueron su expresión más acabada.

Sin embargo, a pesar de fortalecer sus vínculos, conquistar espacios de representación legal y desarrollar mecanismos de participación sólidos, los consejos comunales que se conforman a lo largo y ancho del país desde el 2002 solo han alcanzado relevancia para la disputa del poder, por medio de su articulación entre múltiples consejos comunales, organizaciones populares, etc., en ejes territoriales específicos que logran conformar una unidad política que los representa: La Comuna Socialista. La Comuna Socialista pasa a ser, así, una etapa superior de organización que trasciende las restricciones territoriales comunitarias para dar lugar a una nueva forma de autogobierno nacional desde instancias territoriales concretas.

Sin el sustento e integridad de la Comuna, las diversas expresiones prácticas del poder popular pueden caer en un peligroso abismo político si mantienen estructuras fragmentadas. Por un lado, la falta de integración o articulación entre las bases del poder popular organizadas en territorios específicos produce como efecto una mayor dependencia hacia las estructuras del Estado burgués. De modo que la construcción de modelos alternativos de poder popular son convertidos en meros mecanismos asistencialistas que terminan pervirtiendo el desarrollo del socialismo y consolidando ejes políticos autónomos sin capacidad para cumplir funciones de gobierno popular dadas sus limitaciones naturales en infraestructura, recursos, etc.

Por otro lado, al limitar el ejercicio político a esferas territoriales y sociales microscópicas, los consejos comunales y las organizaciones del poder popular anulan las capacidades de transformación económica puesto que toda modificación de las relaciones de producción dominantes depende de las unidades productivas que se conciertan a nivel nacional, regional o ampliamente territorial. Como resultado, muchas expresiones políticas del poder popular circunscriptas a espacios económicos restringidos y dependientes se convierten en organizaciones estrictamente políticas sin bases económicas comunitarias.

Por el contrario, cuando, las organizaciones del poder popular se encuentran fuertemente adheridas a un poder comunal amplio y profundo, las debilidades estructurales que poseen (pactos con el poder constituido, aislamiento, recursos, manipulación, etc.) son neutralizados y sofocados. Las propuestas ideológicas que reducen la Comuna a una mera suma de consejos comunales ignoran que sus unidades socioeconómicas y políticas son imprescindibles para transformar las relaciones de dominio y sometimiento. Para construir las comunas no basta con agrupar consejos comunales; más bien, se trata de articular sus vínculos en todas las dimensiones estructurales y superestructurales con el objetivo de producir cambios en las relaciones de producción.

No se trata de ignorar a las comunidades y organizaciones del poder popular autónomos, sino de articularlos como parte de una nueva esfera de participación, producción y reproducción de sus condiciones materiales que permita potenciar sus posibilidades. Las escalas comunales son, en definitiva, una condición de posibilidad de las autonomías comunitarias. Las autonomías cerradas y centralizadas en condiciones inmutables que no alcanzan a plantear articulaciones con el desarrollo nacional o ampliar el alcance del autogobierno, no sólo empobrecen el proyecto socialista sino que condena a la misma autonomía a ser inviable. Por todo ello, insistimos en la necesidad de ver al Estado Nacional como vehículo de estas posibilidades.

Si bien encierra grandes peligros que pueden concluir en la manipulación y retroceso de las potencialidades revolucionarias, es imprescindible comprender que el poder popular, en esta etapa de transición, debe establecer sus alianzas políticas con los mecanismos del Estado que involucran luchas internas determinantes. Alianzas que no significa subordinar los intereses del poder popular a las imposiciones de los aparatos e instituciones del Estado, sino para desplazar sus alternativas de poder a la matriz misma del Estado con el objetivo de emplear sus mecanismos de poder en beneficio de los intereses revolucionarios. Más aun en esta etapa de transición donde es necesario valerse del Estado para establecer estrategias de alcance nacional a través de las Comunas emergentes.

En tercer lugar, con la conformación de las Comunas Socialistas la soberanía territorial adquiere un nuevo sentido político, económico y social. En este sentido, las unidades de producción colectiva, la propiedad social y la articulación de sus aparatos productivos con el Estado deben impulsar un proceso de industrialización que potencien sus capacidades para satisfacer las necesidades humanas. Es decir, las Comunas tienen el deber de desarrollar la industrialización nacional.

La comuna de tipo socialista que se trató de experimentar en Rusia en el Koljosrohsia y en China con la Comuna de Tachaii refleja esta necesidad. En esta última, los campesinos pobres lograron, a través de sus propios medios, pasar de una simple asociación de productores agrícolas a extractores de hierro y fundición, logrando laminados de acero y otros derivados de primera calidad industrial. Igualmente, se convirtieron en extractores de petróleo y empezaron el proceso de refinación.

En un principio, la Comuna no se presenta como una forma de producción antagónica a la forma de producción individual sino como un elemento complementario que inclusive permite el fortalecimiento de la economía individual porque resuelve, de manera integral, la problemática social que la economía de tipo individual no puede resolver. La Comuna eleva hacia nuevos estadios de rendimiento el sistema productivo, con lo cual se produce mayor acumulación, la que se distribuye entre los asociados. Distribución que establece un grado de igualdad en cuanto a la apropiación de los medios materiales según sean las necesidades particulares de cada eje territorial.

Asimismo, el principio de la unidad en la diversidad permite pasar de las formas de producción individual hacia formas de producción colectivas. Esto implica redefinir los términos del "intercambio", es decir, repensar un modelo de ordenación territorial (urbana y rural) donde el criterio de intercambio económico basado exclusivamente en el "mercado" no puede tener vigencia. La competencia debe dar paso a la complementariedad en las funciones económicas básicas. Probablemente, esta complementariedad de la Comuna no solamente le daría un vuelco a las realidades rurales sino también a las realidades urbanas y citadinas.

No obstante, un sistema comunal requiere, en un primer momento, de una inversión contundente por parte del Estado Nacional que asegure mayores recursos para iniciar un proceso económico autosustentable, de manera que las comunas puedan superar las dificultades más inmediatas para, posteriormente, consolidar un modelo autosustentable diverso.

TERCERA ACLARACION: EL PAPEL DE LAS FUERZAS PRODUCTIVAS EN LOS SECTORES CAMPESINOS COMO ESTRATEGIA DEL SOCIALISMO

Al principio de nuestro texto sostenía que el socialismo en América del Sur expresa una construcción práctica que la distingue y le otorga una identidad propia. También decía que muchos procesos de construcción no se pronunciaron ideológicamente por el socialismo, aunque en situaciones concretas fueron construyendo las bases de una sociedad anticapitalista y revolucionaria. Más aun, tratándose de los sectores campesinos, la cuestión adquiere más relevancia puesto que sus luchas históricas no fueron alcanzadas por una ideología socialista de tipo occidental.

Pero sobre todo, vemos aquí que las relaciones ideológicas dominantes que sujetan a estos sectores con sus condiciones reales de existencia no han ejercido una fuerza severamente precisa. Las comunidades campesinas poseen condiciones sociales de producción y reproducción que ameritan un estudio más profundo (cuestión ésta que no entra en el presente trabajo).

Si bien las características de sometimiento histórico extendidas por las diversas formas que asumió el capitalismo dependiente son, por mucho, superiormente excesivas por los niveles brutales de violencia, saqueo y colonialismo, las comunidades y sectores campesinos no fueron empujados plenamente hacia un sistema que los anulara como sujetos de pertenencia comunitaria, lo cual contribuyo a mantener una independencia relativa con las condiciones materiales y espirituales del capitalismo, al mismo tiempo que revalidó el desafío contra las fuerzas destructivas de la dependencia colonial y poscolonial. Y esto se debe, en gran parte, porque preservaron sus relaciones socio comunitarias.

El capitalismo pre-moderno destruyó sus relaciones históricas comunitarias, pero no las ha aniquilado para siempre. El capitalismo moderno desplazó comunidades enteras a las cadenas productivas urbanas y quebró los vínculos de unidad territorial, pero no ha destruido para siempre las capacidades, resistencias y continuidades de sus procesos de reafirmación comunitaria. El capitalismo monopolista ha profundizado las desigualdades, el saqueo y la violencia sobre las comunidades, pero no las ha despojado totalmente de sus formas de reivindicación histórica.

Para aniquilar por completo sus relaciones comunitarias el capitalismo, en todas sus variantes, no sólo debe derrotar plenamente las resistencias intransigentes de las comunidades (derrotar las raíces de más de cinco siglo de resistencia), sino además debería renunciar a sus propias relaciones de explotación que se sostienen sobre la fuerza colectiva de trabajo campesina bajo condiciones de propiedad latifundistas y de dependencia poscolonial para extraer su plusvalía y ganancias parasitarias.

Pero esta fuerza de resistencia no es solo una cuestión cultural heredada por los tiempos. Es una práctica ordinaria inserta en todas las dimensiones de la vida social. No solo las condiciones socioculturales establecen rasgos de identidad comunitaria, pertenencia histórica o valores culturales de fuerte arraigo que reducen las relaciones de sujeción social. Las prácticas económicas de producción han conservado condicionalmente su carácter comunitario que, coyunturalmente, ha sido acompañado por sistemas de representación y lucha política decisivas históricamente.

Digamos rápidamente que, a diferencia de los trabajadores y obreros urbanos, muchas comunidades campesinas no fueron despojadas completamente del control relativo que poseen sobre el proceso de trabajo. Es decir, si bien los medios de producción y la fuerza de trabajo campesina son controlados por los métodos productivos y económicos del capitalismo, el desarrollo material e intelectual del trabajo ha conservado cierta posesión colectiva para ejecutar los procesos, funciones y procedimiento del régimen laboral.

Pero esta breve indicación excede por mucho la finalidad de este trabajo. Lo importante es señalar que cuando estas comunidades forman parte de un proceso nacional revolucionario, como el que se desarrolla en Venezuela, sus relaciones sociales producen un salto cualitativo que consigue potenciar sus condiciones comunitarias. Ahora bien, al iniciarse un proceso de transición al socialismo, no solo estas condiciones comunitarias son legitimadas, reforzadas y alentadas por el Estado, sino que sus bases fundadas en la solidaridad sociocultural, la representatividad política horizontal y participacionista y sus formas comunitarias de producción económicas brindan las condiciones para la emergencia de nuevas alternativas de poder que poseen fuerzas revolucionarias contra los sistemas opresivos de dominación.

Sin embargo, las estructuras económicas arcaicas y sus fuerzas de producción aplazadas por la dependencia internacional, las conexiones semicoloniales con la oligarquía nacional y las divisiones de trabajo organizadas bajo las necesidades del capital monopólico, colocan una serie de obstáculos muy complejos y difíciles de superar. Por eso, toda política económica que defienda los intereses económicos nacionales y promueva la independencia política deben, en primera instancia, impulsar un proceso de desarrollo cuyas fuerzas productivas sean movilizadas hacia los sectores productivos atrasados.

Ahora bien, las fuerzas productivas materiales que el capitalismo instauró y que son negadas a los países dependientes están sujetas a relaciones de producción económicas y a relaciones políticas, culturales e ideológicas signadas por las necesidades del capital y sus formas de explotación social. Esas relaciones establecen diversos mecanismos de sometimiento que no solo deben ser modificadas por nuevas relaciones donde las clases populares se apropien del control sobre el proceso de trabajo y los medios de producción, sino que el impulso de las fuerzas productivas materiales deben ser transferidas gradualmente a los espacios de poder popular cuidando que dicha transferencia no sea asimilada para ejercer nuevos mecanismos de apropiación individual, es decir, no comunitarios.

Por eso, al impulsar un proceso de desarrollo de las fuerzas productivas que sea extendido a los espacios relegados históricamente, las clases campesinas requieren de un sistema político propio que no solo contrarreste las manipulaciones de los intereses burgueses del Estado e impida un nuevo tipo de apropiación individual de los medios y fuerzas productivas en el seno de las comunidades, sino además para sostener e impulsar las relaciones de producción comunitarias, socialistas, revolucionarias. Podemos decir que, entre otros factores, la lucha por el socialismo en las comunidades campesinas depende de estos cambios estructurales, solo señalados aquí de manera general. Ahora bien, de manera más concreta, aparecen mayores complejidades en este fenomenal proceso de transformación.

La obstrucción de las fuerzas productivas en los espacios territoriales que ocupan las clases campesinas trastorna sus procesos productivos haciendo que los vínculos sociales sean sometidos a las reglas del mercado internacional y a condiciones de dependencia semi-feudal. Pero como resultado, el capitalismo dependiente en nuestros países y en nuestras clases campesinas no adquiere dimensiones netamente capitalistas, es decir, no admite un proceso productivo que desarrolle un crecimiento industrial autónomo que movilice las fuerzas materiales en función de la producción diversificada de la propiedad privada territorial.

Por el contrario, se desarrolla un capitalismo dependiente y desigual que promueve el latifundio, la desindustrialización y la propiedad semi-feudal de la tierra. Aunque el modo de producción capitalista adquiere un rol determinante, sus formas de propiedad convergen junto con relaciones sociales donde la burguesía nacional no asume el rol protagónico. Más bien, se trata de una burguesía terrateniente que impone relaciones de producción dependientes (muchas de ellas bajo condiciones pre-capitalistas), propiedades extensivas mono-productoras y la incorporación de la fuerza de trabajo campesina como existencia limitada para la reproducción de acumulación de capital privado.

El proceso expoliador del sistema dependiente es monopolizado por esta clase capitalista terrateniente que no obtiene acumulación de capital (aunque no exclusivamente) a través de la explotación del trabajo campesino sino por medio de las rentas adquiridas del mercado internacional en concepto de productos primarios exportados. Es decir, estas relaciones de producción dependientes de la división del trabajo internacional, originan una clase capitalista parasitaria cuya razón de existencia resulta del mantenimiento de esas relaciones históricas.

A su vez, las clases dominantes que controlan los factores productivos en estos espacios territoriales incorporan a los sectores campesinos como clases sometidas donde la fuerza de trabajo está dominada por mecanismos extra-económicos, es decir, donde la extracción de plusvalía no se realiza plenamente (como sucede con las clases obreras urbanas) dentro del proceso de producción y reproducción capitalista a cambio de un salario, sino por medio de instancias extra-económicas (fuera del proceso productivo laboral) representadas, básicamente, por instrumentos de coacción ejercidos violentamente que deben, necesariamente, recurrir a formas de sujeción sin el consenso salarial de clase.

En las clases obreras urbanas que ocupan esferas productivas industriales, comerciales o rentables por el alto nivel de ocupación de fuerza laboral, el capitalismo extrae capital acumulado estableciendo un sistema interno de producción donde parte de la jornada del trabajador no es retribuida salarialmente sino que es apropiada para reproducir la acumulación de capital. Es ese trabajo suplementario ejecutado por los trabajadores que, a través de los mecanismos de coacción ideológica, jurídica, morales o políticas, permite a las clases dominantes no ejercer mediante la fuerza o la violencia (como sucedía en los modos de producción esclavistas y feudales) la extracción de capital y la conformación de la plusvalía como relación social del trabajo.

En este caso, el salario y la jornada laboral es el instrumento determinante (aunque no exclusivo) para obtener capital. En cambio, las clases campesinas constituyen para el capital un elemento de la producción donde la coacción extra-económica es determinante (aunque no exclusiva) para reproducir relaciones de propiedad latifundista, oligárquica y colonialista de la tierra y el trabajo. Aquí, no es el salario y las reglas internas de producción capitalista sino la coacción forzosa del trabajador el instrumento fundamental para ejercer relaciones de dominación y acumulación de capital.

Estas condiciones, sin embargo, producen como efecto una mayor independencia de las clases campesinas frente a las relaciones económicas e ideológicas capitalistas, lo cual ha favorecido para conservar relaciones y procesos colectivos históricos que han caracterizado a las comunidades campesinas. Algunas comunidades campesinas no sólo han conservado relaciones comunitarias, sino que además la distancia que adquieren frente a las fuerzas productivas capitalistas que son negadas en estos espacios ha producido una mayor capacidad para fortalecer sus vínculos culturales de identidad. De esta manera, las comunidades campesinas cuentan con una tradición cultural que condiciona sus relaciones socioeconómicas activamente. Estas tradiciones han sido marcadas por una relativa independencia frente a las normas ideológicas del capitalismo.

Cuando los procesos nacionales de liberación irrumpen en la escena política, uno de sus pilares para la independencia económica debe sostenerse sobre el desarrollo de las fuerzas productivas para sostener un proceso autónomo de industrialización y crecimiento interno que supere la dependencia internacional como periferia y economía exportadora de productos y recursos primarios. Estos procesos nacionales a veces adquieren, en el terreno económico, rasgos transformadores débiles por cuanto sus estructuras arcaicas sólo son combatidas a través medidas nacionalistas que no consiguen romper con las relaciones capitalistas de dependencia.

Sin embargo, hay procesos nacionales que al asumir características revolucionarias logran atacar los intereses económicos dominantes radicalmente. Sin embargo, todos los procesos nacionales (sean socialistas o no) trazan como política macroeconómica un necesario desarrollo de las fuerzas productivas movilizadas hacia el crecimiento interno, donde el impulso de los espacios territoriales campesinos son contemplados como ejes estratégicos fundamentales.

Ahora bien, estas políticas macroeconómicas no deben divorciarse de las condiciones sociales campesinas ni, mucho menos, implementarse sin considerar sus relaciones culturales, sociales y económicas de pertenencia colectiva o comunitaria. Por el contrario, deben servir para fortalecer y motivar la reafirmación de las mismas, puestos que son las relaciones sociales de producción las que asentaran preponderancia sobre el desarrollo de las fuerzas productivas. Es aquí donde el socialismo y los núcleos de poder popular son imprescindibles para dirigir los procesos productivos. Es aquí donde la Comuna Socialista toma absoluta relevancia como instancia de poder necesaria.

Y esto en la medida que es el poder, las relaciones de poder las que deben transformarse (es decir, modificarse) para dirigir los asuntos económicos internos territoriales. Por lo mismo, vemos que se trata de una lucha de clases y de la profundización de las contradicciones políticas en el seno de los movimientos nacionales de liberación para asumir rasgos revolucionarios concretos.

Es bajo estas realidades, que es necesario plantear algunos interrogantes: ¿es el socialismo o los modelos nacionales independientes los que desarrollan e impulsan el crecimiento de las fuerzas productivas? Pero si esto es así (tal como hemos visto) ¿no corren el riesgo reproducir aspectos capitalistas y, en consecuencia, un nuevo orden burgués de la vida social? Y si bien las fuerzas materiales productivas, muchas de las cuales el capitalismo mundial le ha impreso sus rasgos de desarrollo económico y sociocultural, se encuentran subordinadas a relaciones de producción no capitalistas: ¿Deben las fuerzas productivas establecerse como meros engranajes de desarrollo económico?

CUARTA ACLARACION: EL PODER POPULAR COMO INSTANCIA DE DESARROLLO ECONOMICO

Podemos decir que existen dos concepciones (posiciones) políticas y teóricas desacertadas al momento de contemplar la problemática, esbozada en términos generales por los interrogantes formulados arriba. Por un lado, existe una concepción y posición negativa, adversaria de un desarrollo de las fuerzas productivas en estas comunidades. Es una concepción que niega el carácter productivo y coloca a las fuerzas productivas desarrolladas como fuerzas destructoras de las relaciones colectivas en las clases campesinas. Por otro lado, existe otra concepción y posición que podríamos denominar positiva, incondicional de todo proceso de desarrollo de las fuerzas productivas, imprescindibles para la conquista de la soberanía nacional y la consolidación del socialismo como potencia. La misma, asiente que las comunidades campesinas son favorecidas naturalmente por el alcance de las fuerzas productivas.

A grandes rasgos, digamos que la posición negativa plantea que el alcance de medidas políticas destinadas a inyectar recursos para el desarrollo de fuerzas productivas, etc., puede ser fatal para las comunidades, en tanto estaría creando las condiciones para la formación de sociedades capitalistas o células de propiedad rural capitalista desde las comunidades. Políticamente, esta posición sostiene que las fuerzas productivas en los territorios campesinos deben sujetarse a condiciones limitadas, de poco alcance o, en algunos casos, ser prácticamente nulas.

La obligación del Estado es, bajo este criterio, recuperar los medios de producción existentes usurpados por las oligarquías para que las mismas clases campesinas pongan en funcionamiento la creación de nuevas fuerzas materiales de producción socialistas. La posición positiva concibe que la asimilación natural de los sectores populares a través de sus mecanismos culturales propios suprime los instrumentos innecesarios para el desarrollo económico de la comunidad, por lo cual el Estado debe introducir las fuerzas productivas para que se desarrollen libremente.

Estas dos posiciones que se plantean como estrategias políticas en algunos sectores políticos progresistas invalida las instancias de poder popular y la creación de células de poder comunal en el seno de las comunidades campesinas. Por otro lado, mantienen una visión del desarrollo económico nacional muy abstracto y no alcanzan a percibir las situaciones concretas de las comunidades campesinas. Por si esto fuera poco, caen en una concepción economicista que desliga las luchas de poder internas dentro del proceso revolucionario. Finalmente, podemos decir que estas dos posiciones no contemplan las relaciones comunitarias como bases para generar las condiciones de un socialismo campesino que, a pesar de contener relaciones históricas comunitarias, poseen las bases para la construcción actual del socialismo en nuestras sociedades contemporáneas.

Pero hay una tercera postura, que aparece como alternativa viable, como una posición y concepción política y teórica correcta: el Poder Popular o la Comuna Socialista. Esto es, supeditar el desarrollo y alcance de las fuerzas productivas a relaciones sociales socialistas en el marco del poder popular. ¿Qué es el socialismo comunal? ¿Qué sentido adquiere el socialismo en el campo? Pues bien, el socialismo bolivariano que Venezuela está edificando ha logrado colocar al poder popular y la creación de comunas socialistas como ejes del nuevo socialismo bolivariano.

Esto quiere decir que para establecer un desarrollo económico nacional e industrial independiente, el punto de partida para todo proceso de transformación y revolución económica es el ejercicio del poder popular. Es decir, el desarrollo de las fuerzas productivas ya no aparece como una situación macroeconómica dirigida por las instancias del Estado, sino que están supeditadas a una lucha por la modificación de las relaciones capitalistas de producción. Entonces el poder popular es la instancia fundamental para su impulso.

En consecuencia, se presentan políticas concretas de desarrollo que, por un lado, consigan afianzar, consolidar y solidificar las relaciones ya existentes de solidaridad e igualdad en las comunidades. En lo político, a través del autogobierno. En lo económico, a través del control del proceso de trabajo y de los medios de producción. En lo cultural, a través del fortalecimiento de sus identidades y formas de reproducción simbólicas populares.

Por otro lado, acompañar el alcance de las fuerzas productivas con propuestas socio comunitarias concretas que no sólo tengan como objetivo afianzar las relaciones comunitarias existentes, sino producir nuevas redes de articulación social y nuevos elementos de participación política que generen relaciones sociales de mayor impacto para ejercer un socialismo en todas las dimensiones de la vida social.

Dijimos que el capitalismo no tiene interés en llevar y desarrollar las fuerzas productivas capitalistas. El capitalismo obstaculiza el desarrollo económico en las periferias y, más aun, en las clases campesinas y los espacios territoriales habitados por ellas. En primer lugar, porque existe una lógica capitalista mundial donde la exportación e importación está determinada por el desarrollo desigual de las economías nacionales y, dentro de estas, por el desarrollo desigual entre los diversos núcleos productivos territoriales. La existencia del latifundio, la división entre la ciudad y el campo, el monocultivo, etc., son factores estructurales determinantes.

En segundo lugar, porque estas estructuras dependientes imponen una necesidad de sobreexplotación del trabajador campesino: a menor desarrollo económico mayor productividad de la fuerza de trabajo; a menor productividad económica y mayor productividad de la fuerza de trabajo mayor es la ganancia capitalista parasitaria. En tercer lugar, porque existe un sometimiento de las fuerzas productivas a relaciones de producción, como hemos indicado más arriba, que están atravesadas por la dependencia y, por lo tanto, han consolidado condiciones semicoloniales.

El socialismo tiene interés en desarrollar las fuerzas productivas, interés en desarrollar los sectores periféricos, llevar las fuerzas productivas que el capitalismo siempre les negó. Pero no puede hacerlo bajo relaciones de producción capitalista que, en lugar de eliminar las condiciones materiales capitalistas, termine por transferir aquellas modalidades del capitalismo y reproducir nuevos escenarios susceptibles para la manipulación de las clases dominantes. Más bien, todo proceso revolucionario de transición al socialismo debe acompañar el desarrollo de las fuerzas productivas sobre nuevas relaciones de producción y sobre relaciones comunitarias que los sectores campesinos han reconstruido históricamente.

Al desarrollar las fuerzas productivas en los espacios territoriales campesinos, el Estado y los gobiernos nacionales están obligados a obedecer y reivindicar las autonomías, identidades y relaciones socioculturales comunitarias. En este sentido, debido a las relaciones de poder contradictorias dentro de las estructuras del Estado, debido a los sistemas perversos de toda institución burocrática y debido a los intereses antipopulares inscriptos en los gobiernos regionales de poder local, es necesario la conformación de las Comunas Socialistas y el fortalecimiento del poder popular. Cuestiones estas que se vienen experimentando en Venezuela, no sin dificultades (es bueno decirlo). De manera que los rasgos dominantes que se hallan enquistados en las fuerzas productivas materiales no solo puedan ser neutralizados o asimilados, sino radicalmente anulados por el control político de las Comunas sobre el desarrollo económico.

Por ejemplo, las fuerzas productivas materiales vitales para la vida social de las comunidades y el alcance de mayores niveles de desarrollo en las Comunas (infraestructura económica, educación, salud, vivienda, comunicaciones, etc.) pueden generar efectos no deseados que se colocan como instancias antagónicas para las comunidades (mano de obra asalariada, división del trabajo social, adopción de tecnologías y modelos de comunicación según los usos dominantes, anulación de los sistemas naturales de salud social, propagación de la ideología burguesa a través de sistemas educativos convencionales, etc.).

Debido a las condiciones reales de existencia en las comunidades campesinas, se producen procesos dinámicos de asimilación y resemantización, pero es un cambio estructural que corre sus riesgos. ¿Cómo contrarrestar los efectos no deseados? Consideramos que estas circunstancias adversas que pueden presentarse dependen de la conformación de un núcleo de poder popular representado por la Comuna Socialista, que consiga articular el desarrollo de las fuerzas productivas bajo un enfoque político popular y comunitario entre las comunidades, el Estado y las nuevas coyunturas nacionales.

Sin embargo, deben ser las comunidades, la Comuna Socialista emergente y sus articulaciones estructurales la columna vertebral de este núcleo de poder, enfrentando los intereses del Estado burgués y profundizando el protagonismo de la Comuna en todas las instancias de la vida política, social, económica y cultural.

Para finalizar digamos que la transición al Socialismo en América Latina debe contener las reivindicaciones económicas, políticas e ideológicas de las clases campesinas. El desarrollo de las fuerzas productivas en nuestros países conduce tendencialmente (por sus composiciones sociales, por sus formaciones políticas populares, por su lucha antiimperialista, por la traición de las burguesías criollas y por la estructura colonial burocrática del Estado burgués) a radicalizar todo proceso y adoptar el socialismo como motor de nuevas relaciones de producción. Esto no significa adherir a las tesis evolucionistas según la cual las periferias deben transitar necesaria y previamente por el capitalismo para construir el socialismo. O, por lo mismo, que el socialismo es inevitable en los países del Tercer Mundo por su propia ubicación periférica en la división internacional del trabajo. Todo lo contario, la construcción del Socialismo en América Latina es un proceso combinado que incluye en su seno las formas democráticas, revolucionarias o nacionalistas en un mismo movimiento.

En consecuencia, las masas populares, las clases campesinas, los obreros y clases medias populares constituyen la columna vertebral para la construcción de un nuevo socialismo que, para avanzar y superar las relaciones de dependencia, requiere de una mayor participación del poder popular en el ejercicio del gobierno en instancias territoriales concretas. En este sentido, la Comuna Socialista es la alternativa revolucionaria y socialista por excelencia.

Bibliografía:

Diana Raby (2008) "Democracia y Revolución: América Latina y el Socialismo hoy". 1ª Edición. Editores Latinoamericanos. Venezuela.

Poulantzas, Nicos (1979) "Estado, Poder y Socialismo". 1ª Edición. España.

Escritos varios de Mario Franco (artículos, textos y reflexiones)







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