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Febrero 2012

El lado oscuro de la Patria chilena

Patricio Lepe-Carrión

Profesor de Filosofía
Dr.© en Filosofía (PUCV-Chile); Becario Conicyt 2011
patriciolepe@gmail.com

Hacia finales del siglo XVIII y principios de XIX, se cuenta de un joven chileno que, siendo hijo ilegítimo (algo aborrecible desde la mirada colonial), logra -sin embargo- sobreponerse a los embates de la discriminación bajo los auspicios de una aristocracia criolla que, lo empuja arduamente cuesta arriba en la escala social por medio de la compra de títulos y una prestigiosa educación. ¿Cómo es que aquel jovencito, apodado el 'huacho' por los criollos elitistas, y formado en sus años de niñez en hogares humildes junto a mulatos e indígenas, tendría en sus años de adultez un destacado prestigio político y militar, y una enorme fortuna distribuida en fincas, animales y esclavos?

El único modo de acceso al poder, tanto económico como social, o político y militar, que desde la colonia los europeos instauraron como modelo clasificatorio y de segregación, constaba en la negación de las manchas (macula) de tierra, y en la afirmación testificada de la pureza de sangre.

Lo paradójico de todo esto, es que la identidad chilena se sustenta bajo el paradigma del desprecio hacia la sangre nativa, del aborrecimiento y marginación de lo impuro, lo bárbaro y hasta incluso la inferioridad que significa el hecho de llevar en las venas restos de sangre manchada.

En otras palabras: ¿cómo es que la lucha por el blanqueamiento, o la desesperada búsqueda de un tesoro genealógico oculto en las entrañas de aquellas micro-historias personales, pudieron re-significar la existencia del sujeto colonial como sujetos epistémicamente validados o escuchados y ontológicamente respetados o considerados? éste es un asunto de suyo interesante y digno de reflexionar: la racialización filial del poder como sustituto del yugo colonial durante la independencia.

Don Bernardo Riquelme, llamado así durante los primeros 20 años de edad, sería sometido a este complejo proceso de blanqueamiento.

Recordemos -por ejemplo- las gestiones que Don Nicolás de la Cruz (tutor de Bernardo, quien lo albergara en Cádiz desde su salida de Lima en 1794), dada su calidad de hijo ilegítimo, no le fue permitida la compra de una 'tenencia' en el ejército español1. Por ello, tuvo que recurrir a la tramitación del envío de su acta de bautismo donde consta que efectivamente era hijo de Don Ambrosio (virrey del Perú)2. Así, Don Nicolás, escribe a su hermana radicada en la ciudad de Talca:

"me enviarás su fe de bautismo certificada de escribano y comprobada por otros tres
[testigos], pues su tío [en realidad su padre Ambrosio] me escribe desde Lima, que lo ponga a servir y le beneficie una tenencia y, en este caso, haría falta dicha fe de bautismo"

El papel que jugó Don Bernardo -y muchos otros3-, en la historia independentista de Chile, no podría haberse llevado a cabo sin esa legitimidad de su condición criolla de pureza. Y si años después, estando en el poder durante 1817, Don Bernardo ordenó abolir por decreto los títulos de nobleza y el uso de los escudos de armas, se explica por el hecho que a él mismo España se los habría negado, reconociéndole solamente su apellido y herencia, pero jamás el título de noble. De ahí que señalara: "en una República es intolerable el uso de aquellos jeroglíficos, con que los tiranos premian a sus servidores. Son una ofensa a las ideas de libertad e igualdad". Lástima que no lo haya dicho en años anteriores cuando solicitaba desde Cádiz su fe de bautismo para acceder a cargos honoríficos, o para recuperar la considerable herencia de su padre, ni menos para cambiarse el apellido de Higinz a O'higgins (ciertamente, la primera forma de escribirlo carecía de todo abolengo).

Es decir, el rol de Libertador de Chile (o de cualquier país en América [Latina]), no pudo -bajo ningún punto de vista-, llevarse a cabo por un indígena, o en último caso, muy difícilmente por algún mestizo. Sólo era posible construir los cimientos de nuestra nación en base a dicha estratificación social, y a los modos de producción y reproducción del poder, sustentados en lo que aquí denominamos "racialización filial". Es en este contexto en que Hegel (contemporáneo a O'higgins y los libertadores de América) piensa -influenciado sin lugar a dudas- por el espíritu eurocéntrico de su época ilustrada, y de la herencia irrefutable de científicos tan connotados como Buffon o Corneille de Pauw, que la independencia de América es una idea que emerge exclusivamente desde inteligencias europeas como una contribución al desarrollo de la historia universal4:

"Los únicos habitantes de América del Sur y de México que tienen el sentimiento de Independencia son los Criollos, que son descendientes de una mezcla entre nativos y ancestros españoles y portugueses. Sólo ellos han alcanzado un mayor grado de autoconciencia, y de sentir el impulso hacia la autonomía e independencia, Son ellos quienes han marcado la pauta de sus países. Pero, al parecer, muy pocas tribus nativas comparten esta actitud."
(Hegel; Lecciones sobre Filosofía Universal)

Evidentemente que Hegel ha naturalizado la condición de europeo, como el centro de referencia necesario para la comprensión de otras culturas. Nosotros, en cambio, proponemos que si existe dicha exclusividad europea en la liberación de los pueblos americanos, o del pensamiento revolucionario que dio origen a una determinada identidad nacional, es porque durante siglos se vino construyendo un imaginario de clasificación racial que, asentado en Chile (y otros países de América) por la oscuridad etnocéntrica del pensamiento ilustrado de los siglos XVII y XVIII, se reproducirá y perpetuará durante el siglo XIX, por medio de estrategias institucionales de filiación como la limpieza de sangre en el matrimonio, los mayorazgos, los títulos de nobleza, etc.

Si en la conquista y la colonia fueron los nativos principalmente los desterrados y condenados en su propia tierra, durante los años previos y posteriores a nuestra independencia serían los mestizos, así como del mismo modo lo serán hoy día los denominados 'pobres' y 'minorías étnicas'; ya que son ellos quienes, por un lado, no serán escuchados, y por otro, no serán reconocidos como iguales en dignidad; es decir, que la independencia de Chile, no vino si no a determinar objetivamente la nueva administración de la diferencia epistémica y ontológica que la colonia nos heredó. Existe un desplazamiento de significados, un comportamiento mimético, que el sistema-mundo moderno va elaborando a partir de un centro hacia una periferia, de manera gradual, un concepto de civilización y de barbarie respectivamente. Los constructores de los discursos criollos que forjaron nuestra independencia (algunos de ellos anónimos), y junto con ello, nuestra identidad nacional, no advirtieron de las suposiciones eurocéntricas y racistas que conformaban los mecanismos e instituciones legitimadoras del poder. Herederos todos, de un pensamiento filosófico ilustrado francés, inglés y alemán, y de las ideas revolucionarias que estuvieran asentadas en los conflictos de América del Norte y Francia, liberaron a Chile de las opresoras influencias europeas, pero no así, de un determinado tipo de poder que permeaba nuestra cultura desde el lado más oscuro de aquello que denominamos 'modernidad' e 'Ilustración': la colonialidad del poder.

Colonialismo y colonialidad, son dos conceptos esencialmente diferentes; y se distinguen en que el primero hace referencia a un período histórico determinado de ocupación territorial (militar, jurídico, etc.); en cambio el segundo es mucho más complejo, e involucra una serie de herencias culturales heredadas implícitamente desde la colonización. Es decir, que la independencia de Chile, si bien logró paulatinamente una separación 'legal' respecto a las políticas del imperio español, no logró independizarnos de ciertas prácticas culturales -principalmente raciales- que conformaban el centro del poder colonial.

Así como el indio y el mestizo no encontraron filiación ni estatutos que pudieran sublimar su fatal e involuntaria impureza de sangre, es como se explica la total ausencia de indígenas al poder político-militar de la independencia de Chile, o más bien, de la ausencia de figuras ancestrales del pueblo mapuche en la historia de los padres de la patria. La liberación de Chile del yugo de España, sólo será posible gracias a un alquímico proceso de purificación filial; serán los blancos criollos quienes llevarán adelante el proceso de independencia, mientras que los indígenas, serán -como diría Fanon- los nuevos condenados de la tierra (Les Damnés de la Terre).


"Capitán General Bernardo O'Higgins" - José Gil de Castro


NOTAS
  1. Era muy común que los libertadores de América llevaran grados obtenidos en Europa. Véase por ejemplo, José Miguel Carrera, quien obtuvo el más alto grado que podía obtener un criollo en el ejército español, luchando incluso contra los franceses. De Don Bernardo no podemos decir lo mismo.
  2. Al final de la Acta de bautismo de Bernardo O'Higgins, después de la firma dice lo siguiente: "Bernardo Higinz, Español". No es de extrañar aquel afán por despojarse de todo rasgo local, y adjudicarse filiaciones europeas. Bernardo conoció sólo ocasionalmente a su padre, sin embargo, hizo lo que pudo por mantener su apellido. ¿amor a la patria? Quizás; pero no podemos negar que la 'patria' estaría sustentada bajo aquel supuesto de negación y marginación de lo hacendado y originario. Patria y Matria, fueron desde un inicio, dos conceptos incompatibles.
  3. Véase -por ejemplo-, la interesante discusión que surge en el año 2000 en argentina, al desvelarse un antiguo manuscrito (de Joaquina de Alvear) que estaba en posesión del genealogista Diego Herrera Vegas, en el cual se afirma que José de San Martín sería hijo natural de Diego de Alvear y de una joven indígena. Dicha discusión siguió adelante, llevándose a cabo una exhausta investigación por parte del profesor Hugo Chumbita y un grupo de investigadores.
  4. Es bien sabido que Hegel no se desprende del etnocentrismo (y a veces racismo) que le antecede en la historia de la filosofía moderna. Para Hegel, Europa (y en especial Alemania e Inglaterra) es el 'centro' de la nueva historia universal, desde donde América se visualiza como inferior tanto cultural (un nuevo concepto de humanidad) como geográficamente (plantas, animales, etc.). Con Hegel se consolidará una visión de la historia que atravesará hasta incluso el siglo XXI: Oriente es el pasado, y el Occidente europeo es el presente que desarrolla la Razón de la humanidad. Asia, constituye una etapa inferior de este movimiento del Espíritu Universal de Oriente a Occidente, mientras que África y América casi no forman parte de dicho proceso evolutivo. América es descrita como el futuro de Europa, sólo merecedora de una existencia digna en la medida que sea civilizada por Europa; es una tierra en potencia, pero jamás en acto: "Chile y Perú […] no tienen cultura propia" (Hegel; Lecciones sobre Filosofía Universal), y si llegaron a tener algún tipo de cultura, esta habría sido tan rudimentaria que, fue destruida inmediatamente en su contacto con la superioridad cultural de los europeos; de ahí también que, para Hegel, todo cuanto suceda en América tiene -en última instancia-, su origen en Europa.








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