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Diciembre 2011

La escalada religiosa del neoliberalismo

Julio Herrera (Especial para ARGENPRESS CULTURAL)

Últimamente casi no pasa un día sin que llame a nuestra puerta o nos detenga en el camino algún "portavoz de la palabra de Dios" o algún nuevo "apóstol" de las numerosas sectas y religiones que hoy pululan en la sociedad, para informarnos que el fin del mundo está cerca y que sólo nuestra inmediata adhesión a su respectiva religión o secta nos librará de chamuscarnos en el fuego eterno.

Pero lo que no saben esos nuevos seudoprofetas es que ellos no son enviados por el dios de su respectiva secta sino por los encubiertos y poderosos lobbys en defensa de los mezquinos intereses del neoliberalismo.

Y es que no es una simple casualidad que la actual escalada religiosa mundial coincida con la globalizada escalada neoliberal, y precisamente cuando los pueblos tradicionalmente evangelizados se despiertan del opio religioso y cuando emergen en el mundo nuevas fuerzas opositoras contra la implacable hegemonía de las poderosas compañías multinacionales, es decir contra el neoliberalismo depredador.

Es evidente que la abyecta misión de las numerosas sectas y religiones, con inconfesable pero consabido patrocinio, es, -y siempre ha sido-, predicar la humildad y la resignación a los pueblos subyugados para entregarlos sumisos y maniatados a la insaciable avaricia de los despotismos financieros, castrar la rebeldía de los explotados ante los explotadores y césares imperiales, no solo como Dalida entregó la fortaleza de Sansón sino como Salomé entregó al César la cabeza del Bautista.

"El orden es la estabilidad", nos dicen los apóstoles eclesiásticos, militares y mediáticos de las tiranías. Y tienen razón: el orden, -es decir la sumisión abyecta- es la estabilidad del orden establecido, del stablissment impuesto, porque más que la paz bajo el despotismo es la estabilidad y la impunidad del despotismo capitalista lo que ese sofisma pretende. Los capitolios y catedrales son sedes de un mismo poder: el de la plutocracia.

Las peores dictaduras latinoamericanas tuvieron siempre a las jerarquías eclesiásticas coaligadas con ellas. Lo que los militares argentinos llamaban “obediencia debida”, el clero católico lo llama “voluntad divina, designios de Dios, ante los cuales es un sacrilegio rebelarse so pena de quemarse eternamente en el infierno".

Los miembros de ese siniestro gueto no sólo hacen voto de castidad, (como si el mundo entero no conociera tantos casos de curas violadores de niños) sino también de pobreza, pero la red de negocios con escuelas, colegios y universidades, y sus inversiones en poderosas empresas multinacionales desmienten el hipócrita sofisma del "voto de pobreza".

Lo que el clero reivindica es su inconfesable pasión por el poder financiero, el control absoluto de cuerpos y mentes en complicidad con el imperio financiero. Para ello precisa de gobiernos complacientes que promuevan el “derecho a la libertad religiosa" (el "derecho" a ser esclavos, podría decirse), y que faciliten la tarea de la educación de almas y la recaudación de diezmos.

He ahí porqué es mucho más peligroso o funesto un falso apóstol que se nos presenta con un evangelio en la mano que un kamikaze que se presenta con una bomba en el cuerpo: éste puede hacer pedazos a un hombre, pero aquél puede hacer saltar a un mundo regresándolo a la barbarie primitiva, porque es menos cruel la muerte de los cuerpos por despedazamiento material que la muerte de los pueblos por envenenamiento intelectual, y porque queda más vida en un montón de cadáveres sepultados por bombas que en un rebaño de conciencias zombis sepultadas bajo supercherías religiosas.

Ya muy pocos ingenuos siguen creyendo obstinadamente en la "tierra prometida" en los púlpitos, ni en los "paraísos terrenales" prometidos en las tribunas electorales. Ni cardenales ni generales apaciguan hoy la cólera de los que tradicionalmente han sido engañados con supercherías religiosas o con promesas políticas. Ya los condenados por las tiranías no exclaman como los condenados en el circo romano: ¡Ave César, los que van a morir te saludan! El Aleluya miserable de la resignación y el miserere de la decadencia ya no lo cantan los tumultos. A la mansedumbre abyecta del mítico Ecce Homo que murió humillado y crucificado perdonando a sus verdugos del imperio romano hoy se opone la rebeldía gloriosa de nuevos Espartacos ante el imperio de los magnates; al credo abyecto de "poner la otra mejilla" ante el agresor hoy se opone la ley del Talión: "Ojo por ojo, diente por diente"; ante el golpe aleve del bofetón no queda otra respuesta que la del puño recíproco. Ante la opresión y la represión no queda otra revancha que la rebelión. Hoy los pueblos subyugados saben que para asegurar su porvenir es indispensable librarse del peligro del regreso al pasado medieval, que hay que levantar un sólido muro humano contra los nuevos conquistadores de almas con la misma intransigencia que contra los conquistadores de pueblos; que hay que rechazar con igual firmeza a los misioneros de las religiones que a los misioneros de la fuerza bélica, porque éstos matan o mutilan hombres, pero ellos matan o mutilan las ideas y los ideales progresistas, y es menos vil cortar cabezas que pervertirlas con dogmas de sumisión, de humildad y de resignación.

La doctrina del catolicismo ha sido relativamente desenmascarada y derrotada en estos asuntos. Hoy el clero medieval ya no puede arrancarle la lengua a quien niegue que el globo es plano, y ya a nadie le importa el infierno en los casos de aborto o de divorcio, pero esos mercenarios ensotanados aún siguen sometiendo ideológicamente los pueblos incautos con supercherías narcotizantes que anulan su capacidad analítica. Su poder acumulado, político y económico, su nefasta influencia ideológica aún subsiste en miles de seres convencionales, sugestionables y faltos de una sólida conciencia crítica.

He ahí porqué las conciencias aún no contaminadas por la nueva pandemia religiosa tienen el deber de gritarles !ALERTA! ante la nueva escalada político-religiosa, ante la nueva inquisición cultural que amenaza a los pueblos oprimidos.

El deber de todo hombre digno de éste calificativo es combatir por conquistar una vida digna del ser humano, una vida digna de ser vivida, y no la perpetuación de una agonía cotidiana sin esperanza de salvación. Hay que comprender que la única teología de la liberación aceptable es la que nos libera de todas las teologías y teocracias. Porque vivir una vida de miseria, de sumisión y humillación no es vivir: es deshonrar la vida.

Las religiones son una castración, y es urgente detener esa cuchilla mutiladora y genocida, ese auténtico holocausto en el altar del neoliberalismo.

ANTE LA ESCALADA DE LAS SECTAS OPRESORAS SE IMPONE LA INTIFADA DE LOS PUEBLOS OPRIMIDOS. ¡PALABRA DE DIOS! Amén.



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