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Noviembre 2011

CARTA ABIERTA A LOS JÓVENES SOCIÓLOGOS E INTELECTUALES DE AMÉRICA LATINA

Diego Tagarelli

Finaliza un nuevo año del siglo XXI. El tiempo avanza, y con él, marcha la humanidad oprimiendo su propia existencia. Mientras las patrias sublevadas del tercer mundo intentan detener el atropello desmedido de los poderes concentrados, mientras los pueblos irrumpen con fuerza heroica para señalar nuevos rumbos, el capitalismo mundial asoma en el siglo XXI como un sistema decidido enérgicamente a destruir y arrasarlo todo. La realidad se expone ante todos sin que los "velos ideológicos" puedan ocultar totalmente las condiciones de opresión en el mundo: ¿quién puede dudar, en nuestros días, que el capitalismo se sostiene sobre la explotación de los recursos naturales y la fuerza de trabajo en los países periféricos, oprimidos históricamente por las potencias mundiales de turno? ¿Quién puede dudar ahora que el imperialismo norteamericano precisa extender una política guerrerista en el mundo para sostener una crisis orgánica que afecta los intereses del sistema hegemónico? ¿Quién puede dudar que no hay otra perspectiva futura bajo el capitalismo que la propia destrucción del mundo, la naturaleza y la subsistencia humana?

Cuando en las últimas décadas oscuras del siglo XX los ideólogos del capitalismo mundial y muchos intelectuales de izquierda desde los estamentos educativos superiores, sostenían las tesis neoliberales y postulaban, cada uno a su manera, el fin del socialismo y la consolidación de la hegemonía mundial del capitalismo, los pueblos desangrados de nuestras naciones comenzaban a levantarse. Cuando las corrientes del pensamiento funcionalista se fortalecían como conocimiento institucional y muchos intelectuales de izquierda huían del campo científico para abrazar las teorías pos-marxistas y, en el terreno político, afirmaban la lucha de tendencias sectarias o funcionales al sistema de dominio imperialista, por otro lado, los oprimidos de ahora y de siempre se lanzaban a transformar el destino, iluminando el camino que debía perseguir el pensamiento nacional, la ciencia social, el materialismo histórico.

Los jóvenes sociólogos de América Latina que levantamos las banderas del marxismo, tenemos la obligación de no petrificar el desarrollo dialéctico, rectificador, crítico y revolucionario de la ciencia materialista, así como, del mismo modo, no podemos caer en las modas pos-marxistas que pretenden negar las categorías fundamentales de la ciencia que el marxismo inauguro desde su aparición histórica. Pero también tenemos la obligación de articular el desarrollo del marxismo con el desarrollo del pensamiento nacional y regional, adherido fuertemente a las luchas populares que nutrieron y nutren los procesos históricos. Hay muchas enseñanzas que los jóvenes debemos extraer de los procesos que vive la región. Pero esas enseñanzas deben servir para reimpulsar un pensamiento popular, un aprendizaje dinámico, permanente, adherido a estas patrias sublevadas desde los pueblos oprimidos; un conocimiento que emane de las condiciones populares y consiga enriquecer teóricamente el marxismo científico para, en consecuencia, enriquecer la práctica del socialismo científico.

No obstante, es imprescindible desarrollar una fuerte autocrítica hacia la práctica teórica y hacia la práctica real de vida que motivan muchas de las aspiraciones de los jóvenes, sociólogos e intelectuales de América Latina. Una autocrítica que actúe, definitivamente, para desgarrar las máscaras ocultas que sostienen y deforman una realidad al servicio de las minorías intelectuales, o sea, de las minorías dominantes. Un gran sociólogo argentino, al cual le irritaba la palabra "intelectual" porque le parecía un artificio elitista que designaba a personas arribistas, ególatras y sin compromisos colectivos, decía que muchas expresiones intelectuales son portadoras de elementos conservadores y reaccionarios en la medida que sus efectos propios conducen potencialmente a una sociedad jerarquizada donde se privilegia a los sectores económicos e intelectualmente dominantes. Los jóvenes sociólogos e intelectuales de América Latina tenemos el bello desafío de volcarnos hacia las realidades populares desde los propios espacios que las masas construyen. Esto no significa desarrollar un trabajo de campo pintoresco de tipo antropológico, extrayendo reflexiones desde posiciones académicas o pequeñas burguesas sobre el mundo popular, es decir, desde posiciones distantes que reproduce las formas de dominación. Más bien, se trata de ejercer un verdadero trabajo intelectual renunciando, antes que nada, a permanecer como INTELECTUAL.

Las tareas que desarrollan los jóvenes sociólogos en las instituciones académicas o aparatos públicos y privados son de suma importancia. Hay que advertir que la inclusión de los jóvenes sociólogos e investigadores a los aparatos y procesos de conocimiento académico es no sólo necesaria para impulsar el desarrollo de las fuerzas productivas en países oprimidos y relegados de los procesos científicos soberanos e independientes, sino además que la incorporación mayoritaria de las masas populares al proceso educativo, universitario e investigativo es una exigencia de nuestras naciones para, fundamentalmente, reducir las brechas de desigualdad social y para modificar las relaciones económicas semicoloniales por nuevas relaciones económicas que supriman las condiciones de explotación mayoritaria de fuerza de trabajo al servicio del capital transnacional.

Sin embargo, con esto no basta. Es necesario impulsar una verdadera propuesta latinoamericana para debatir los objetivos de los jóvenes sociólogos que adhieren al campo popular y revolucionario. Es necesario producir un debate sobre la trascendencia práctica y concreta del trabajo del sociólogo en América Latina, su compromiso colectivo con los fenómenos populares y el aporte desarrollado fuera de la práctica teórica. Es imprescindible, pues, alentar los esfuerzos para acompañar el proceso teórico de los jóvenes intelectuales con procesos prácticos, concretos, en las condiciones y contextos populares oportunos. En este sentido, es preciso desenmascarar algunas cuestiones de gran relevancia, entre ellas, las aspiraciones burguesas intelectuales y los efectos que de ello se derivan.

Así como en determinados aparatos represivos los sectores populares que intervienen en ellos son reeducados para negar sus condiciones como sujetos sociales oprimidos y, por consiguiente, inducidos a establecer un patrón de conducta represiva sobre su propia clase social a fin de reproducir (por la fuerza) la dominación social de las clases populares, los jóvenes pertenecientes a las masas populares con aspiraciones intelectuales se hallan sujetos a una superestructura ideológica que los reeduca constantemente, no sólo para despojarlos de las formas inherentes de comprensión que poseen según su clase social y sus elementos culturales, sino para reproducir y fortalecer el divorcio y la no-articulación entre los trabajadores manuales y los trabajadores intelectuales. Si bien aquí, a diferencia de otros campos del conocimiento, las ciencias sociales se pronuncian por una constante "lucha de clase en la teoría" que impide relativamente una reproducción ciega de la ideología dominante, existe una práctica común que afecta profundamente la formación concreta de los jóvenes.

Es decir, las instituciones, universidades, los sistemas jerárquicos, posgrados, procesos de investigación, etc., se hallan sujetos a una lógica funcional propia del capitalismo que paraliza, en cierto modo, muchas capacidades sociales de los intelectuales. Las formas de reclusión académica formal e individual, el aislamiento frente a las condiciones populares, la ausencia de unificación colectiva hacia trabajo, las estructuras mecánicas y jerárquicas que estos sistemas ideológicos poseen, el movimiento competitivo que motoriza las acciones intelectuales, sus niveles de subordinación hacia espacios de poder político conservadores, el acceso a puestos educativos claves, la burocratización del pensamiento, etc. (Podríamos ocupar muchas páginas nombrando y analizando el modo en que los aparatos reservados a los jóvenes intelectuales se ocupan de apropiarse de sus capacidades sociales como sujetos de pensamiento transformador para convertirlos en esclavos intelectuales de los sistemas ideológicos).

Más de uno dirá que, objetando lo dicho, la inclusión de las masas populares en estos aparatos y las luchas políticas que atraviesan su funcionamiento estructural deben modificar, transformar o revolucionar aquellas prácticas ideológicas dominantes que yacen en su interior. Pues yo diría que, aceptando esta perspectiva, estamos reconociendo que todo aparato institucionalizado por la ideología dominante se halla sujeto a los cambios económicos, políticos y sociales que transfieren las luchas de clases de toda sociedad. Esto es: todas las instancias ideológicas que se hallan materializadas en aparatos e instituciones, dependen y se sostienen por estructuras socioeconómicas fundamentales. Asimismo, hay que reconocer que la autonomía relativa que mantienen estos aparatos frente a la estructura y las relaciones de producción económicas dadas históricamente, le otorga cierto espacio autónomo asediado por fuertes intereses internos donde las luchas adquieren sentido bajo otras dimensiones y formas. Por lo mismo, esto conduce a pensar que no puede existir una transformación en las instancias ideológicas sin una transformación en las relaciones socioeconómicas que las sostienen y sin una intervención popular en su interior.

Esto significa que todo joven intelectual con deseos de formarse para contribuir a la transformación social e intelectual, debe volcar sus esfuerzos no sólo en modificar aquellas instancias institucionales consagradas por la ideología dominante, sino que debe involucrarse en las luchas populares de nuestro tiempo, desde los espacios y procesos que indiquen las masas populares frente a esas instituciones.

Ahora bien, para involucrase en esas luchas y procesos populares no basta con contraer un compromiso coyuntural, es decir, no puede realizarse asumiendo un comportamiento ético y meramente humanista hacia las causas justas, en ocasiones específicas y desde los espacios controlados por las pequeñas burguesías intelectuales, sino que debe formar parte de la práctica popular misma. Conformarse ya no en un "intelectual orgánico" que defiende las causas del marxismo y las luchas de nuestros pueblos con accidentales intervenciones en congresos, manifestaciones o pronunciamientos masivos desde las academias, sino transformarse en un sujeto social con idénticas necesidades y prácticas de común acuerdo con las masas. Claro que, eso conlleva a uno de los riesgos que no todos los jóvenes "intelectuales" quieren asumir: renunciar a las aspiraciones burguesas académicas para asumir las aspiraciones populares y políticas inmediatas, sin los cuales jamás un proceso de transformación adquiriría sentido.

Para ello, toda búsqueda de nuevas respuestas, propuestas y objetivos no puede ser planteado desde los mismos sistemas de preguntas y valores que nacen desde las jerarquías académicas institucionales. Es necesario cambiar de terreno para formular las preguntas, asumir un posicionamiento radicalmente distinto para formular los objetivos que se plantean. El arsenal de conceptos, conocimientos, creencias y valores que la ideología dominante deposita sobre las condiciones de vida en los llamados jóvenes intelectuales son incorporados como prácticas de búsquedas decisivas, necesarias, determinantes. En consecuencia, toda alternativa de desarrollo intelectual que no contemple aquellas concepciones será considerada una búsqueda intrascendental, sin relevancia para el mundo académico establecido. De esta manera, el joven intelectual en América Latina pasa a formar parte del apéndice moral que precisa el sistema dominante, por cuanto reproduce una práctica sociopolítica burguesa, en espacios que niegan a los sectores populares y bajo una representación deformada sobre la realidad.

Pero ¿qué significa renunciar a los estamentos superiores del aparato ideológico? Antes que nada, digamos que no significa abandonar los estudios, la investigación o la carrera académica en las instituciones o aparatos creados para tal fin. Yo diría que significa renunciar al modo en que se aborda la inclusión en ellos. Con la mayor humildad, y con la mayor fortaleza y dignidad posible, invito a mis semejantes, jóvenes luchadores, sociólogos egresados, estudiantes, compañeros de estos nuevos rumbos que se abren desde las venas abiertas de América Latina, a encontrarse con la calle, con los barrios, con el campo, la selva y las montañas, con los hombres y mujeres de lucha, con las armas del pensamiento y las armas del pueblo para la conquista y defensa de nuestra independencia, nuestra liberación. Invito a que abracemos las banderas de la liberación nacional y el socialismo del siglo XXI desde nuevos espacios de poder popular, encauzando las luchas populares hacia adentro de las universidades e instituciones académicas para que transformen sus condiciones burguesas y elitistas en universos populares del conocimiento. Los invito a romper individual y colectivamente con las estructuras académicas establecidas. Pero para ello, no hay otra receta que ser pueblo, renunciar a la condición privilegiada de intelectuales y someterse como sujetos colectivos comprometidos con la práctica concreta de transformación.

No basta con hacer política en las universidades o afiliarse a los partidos políticos populares de nuestra región. Se trata, además, de adoptar una participación real en las manifestaciones políticas, económicas e ideológicas populares que se desarrollan extra-institucionalmente. Por lo mismo, se trata de recoger el aprendizaje de las experiencias populares, admitirlas como propias, adoptarlas como válidas intelectualmente, albergarlas como formas necesarias de autocrítica hacia las formas de hacer política según las modalidades pequeñas burguesas de las academias. Se trata, además, de profundizar la práctica teórica y la lectura sistemática de autores y corrientes del conocimiento científico. En última instancia, puesto que los vientos revolucionarios soplan cada vez más fuerte y con mayor ímpetu, en las horas decisivas habrá que elegir: o permanecer como espectadores en el mundo feliz que las fábricas de titulaciones académicas ofrecen, o lanzarse sin prejuicios al mundo herido de los pueblos para coger el tren en marcha que la revolución popular en América Latina empuja firmemente.

El éxito de una América Latina independiente y unida que señale el camino a los países del mundo, depende de una reformulación del socialismo como alternativa concreta al sistema capitalista global. Ese socialismo del siglo XXI, obedece a la capacidad de los sectores populares para permanecer movilizados en un frente nacional y regional que desmonte los intentos burocratizadores, reformistas y contrarrevolucionarios que devienen al interior de los movimientos de liberación nacional. Es allí, en esa doble lucha externa e interna, que los procesos revolucionarios en América Latina definirán su destino. Y es allí, donde los jóvenes debemos involucrarnos para no caer como intelectuales al servicio de los enemigos internos agazapados que, cubiertos de progresismo, reproducen un modelo contrarrevolucionario que hoy, más que nunca, el capitalismo intenta extender a las sombras de los cambios en América Latina.

Buen 2012 para todos. Diego Tagarelli.





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