(Home page) Febrero 2011

Las lecciones del gasolinazo:

Evo Morales, rehén de su quimera

Pedro Portugal Mollinedo

Pukara

¿Cómo entender que un gobernante, el líder carismático al cual —se afirmaba— la masa le obedecía ciegamente, termine siendo un presidente cuyo retrato es pisoteado en las calles por el pueblo enfurecido?

Cuando Evo Morales ganó las elecciones del año 2005 en Bolivia, convirtiéndose en el Primer Presidente Indígena de este país, su acceso al gobierno provocó excepcional expectativa y esperanza en Bolivia como en los países del mundo.

En Bolivia, las mayorías indígenas postradas por la miseria, el racismo y la exclusión, percibieron en Evo Morales la posibilidad de lograr la solución a estos males mediante el acto descolonizador por excelencia, que es el acceso al poder. Posibilidad viable por dos experiencias previas: La inclusión de Víctor Hugo Cárdenas como vicepresidente de Bolivia de 1993 a 1997 y la tremenda insurgencia aymara motivada por Felipe Quispe, el Mallku, del 2000 al 2003. Fue el fracaso de esas dos aproximaciones para que el indio acceda al poder, lo que posibilitó el arribo de Evo Morales al gobierno.

Víctor Hugo Cárdenas representó la fase más alta y gloriosa de una práctica política dentro de los límites de la democracia llamada formal. Experiencia, sin embargo, prisionera en sus linderos coloniales: la cooptación del indio por fuerzas políticas dominantes y ajenas. De esa manera, la potencialidad de Cárdenas se vio coartada y disminuida; su identidad menoscabada y su autonomía política anulada.

Felipe Quispe significó también un momento relevante de una forma de lucha originaria: el levantamiento contra el poder colonial. Con el liderazgo del Mallku, alrededor del año 2000, las fuerzas indígenas toman nueva conciencia de su poder. Un temblor profundo remueve el campo y las ciudades y la autoestima india ve posible la conquista de metas más amplias y ambiciosas. Sin embargo, esa potencialidad se desgasta en provocaciones y en la sola desestabilización de gobiernos, sin poder alcanzar el poder para sí.

Víctor Hugo Cárdenas y Felipe Quispe son, por el fracaso de sus estrategias políticas, promotores de la emergencia y éxito de quien, sin hacer parte de la trayectoria de lucha indianista y katarista, cambió fácilmente de identidad política usurpándoles la legitimidad de intentar culminar el camino de la descolonización.

También la izquierda nacional tuvo expectativas en Evo Morales. Una izquierda forjada en las luchas contra las dictaduras militares y que por ello tenía vivo los ideales de la Patria Grande, de la Revolución Social y de la Liberación Nacional. Esa izquierda, a pesar de su nobleza, era impopular y jamás se hubiese planteado seriamente el acceso al gobierno mediante elecciones, a no ser por la providencial figura de Evo Morales.

La izquierda boliviana, endeble en su inserción popular, sí era fuerte en la administración de Organizaciones No Gubernamentales, las famosas ONG’s. Estas, como laboratorio de políticas y en tanto depositaria de importantes recursos institucionales y financieros, impulsarán el ascenso político del MAS y de Evo Morales. Esta colaboración les será bien retribuida: En sus inicios, el gabinete de Evo Morales será constituido en dos tercios por miembros y funcionarios de ONG’s. Uno de ellos declarará suelto de cuerpo: “en Bolivia gobiernan las ONG’s”.

Estos elementos bases en el ascenso de Evo Morales, se soldaron mediante una ideología imprecisa, dudosa y contrahecha, conocida posteriormente como pachamamismo. Este pachamamismo no refleja de ninguna manera el pensamiento político de las corrientes indianistas y kataristas, ni representa el contenido de experiencias históricas, como la rebelión de Tupak Katari. Pero sí expresa una degeneración del pensamiento izquierdista y una imposición de las ideas culturalistas occidentales en el contexto político nacional.

La capitulación económica, política e ideológica del mundo socialista ante el capitalista —que tiene en la caída del muro de Berlín una magistral alegoría— catalizó en la mente de vastos sectores de militantes izquierdistas una mutación caracterizada por el retorno al utopismo comunitarista pre marxiano y por la desestructuración del pensamiento racional socialista en provecho de la consolidación de derivas irracionales e irrazonables, que antes el marxismo aborrecía y execraba.

Respecto al Occidente, este conglomerado geográfico-histórico, tuvo siempre (quizás como resultado de su mismo éxito civilizatorio) una debilidad por el exotismo de los pueblos a los cuales dominaba. La imposición de sus modelos, la subordinación de las políticas locales al interés de la metrópoli, no les impedía —quizás más bien era una consecuencia necesaria— fantasear sobre la singularidad de los chinos, la peculiaridad de los negros y lo asombroso de los árabes. Así, Occidente se hacía una imagen distorsionada e ilusoriamente halagüeña de sus avasallados (lo que se conoció como el “orientalismo”) que le permitía adularlos para tener buena conciencia mientras mejor los oprimía y explotaba.

Estos dos elementos, la decadencia conceptual del marxismo ante su fracaso frente al capitalismo y la perversa imagen que Occidente siempre se forma del otro, confluyeron en influir vida a una quimera llamada Evo Morales, primer presidente indígena.

Antes de su acceso al gobierno, Evo Morales nunca participó de las luchas indígenas (habría que indicar que no participó ni siquiera cuando fue presidente, y eso lo saben bien los Mapuches de Chile quienes repetidamente le solicitaron por lo menos un pronunciamiento público sobre su causa). No hizo parte de las corrientes indianistas o kataristas en Bolivia, a las cuales más bien descreditaba indicando que pretendían un retorno al ch’unch’upacha, es decir, a la época de los salvajes.

Evo Morales fue un buen dirigente social, cocalero, en los criterios sindicaleros más estrictos. Estos criterios implican un éxtasis ante la técnica, una profunda genuflexión ante el desarrollo y una dependencia ante el sistema y modo de vida que forja justamente este sindicalismo. Y es que el sindicato no puede existir sino como —al mismo tiempo— dependencia y protesta del modelo económico, industrial y civilizatorio que lo genera.

Así el Evo Morales de la famosa chompa, fue lentamente metamorfoseado en el Evo Morales del traje presidencial con supuesta identidad indígena. Más hubiese valido que nuestro presidente conserve en Palacio la chompa con que escandalizó a reyes y funcionarios europeos.

El multiculturalismo llegó a ser doctrina oficial del gobierno y Evo Morales actuó en consecuencia: entronizaciones en Tiwanaku (por improvisados sacerdotes indígenas que después llegaron a ser publicitados narco amawt’as), utilización de seudo vestimentas rituales, institución como feriado nacional del “año nuevo aymara”, establecimiento de “matrimonios descolonizadores”, etc., etc. Mientras el principal ejecutivo se emborrachaba en una ilusoria descolonización, la política real y la reacción del pueblo iban por otros rumbos.

Ilusos en la convicción de que el pueblo y los indios estaban felices “liberando su imaginario” y remedando a Huaman Poma de Ayala, quienes evidentemente manejan el gobierno iban por otros caminos, nada pachamamistas sino estrictamente neoliberales.

Y la prueba definitiva se dio el 26 de diciembre con el gasolinazo de fin de año. ¡Sorpresa de sorpresas! ¡El pueblo no estaba adormecido con las puerilidades culturalistas, sino que era atento a lo concretamente social, a lo vulgarmente económico, a lo banalmente social!

La reacción del pueblo, que obligó a este gobierno a abrogar lo que estaba abrogando, destruye varios mitos y resalta evidentes desafíos. Principalmente destruye el mito de que la descolonización es un asunto de simple permisividad cultural. La descolonización es una tarea pendiente y sus principales manifestaciones deben ser históricas, económicas y políticas.

Destruye el mito de la seudo identidad indígena que sirvió para asentar la legitimidad del actual gobierno: Evo Morales no es el “Gran Jefe Indígena” al cual sus vasallos (que estarían navegando entre la mitología de su pasado y el miedo y rechazo al modernismo) le obedecen, con la sumisión “colectivista” que la imaginación occidental atribuye al indígena. La conducta social del indígena, como de cualquier ser humano, no está determinada por una supuesta cosmovisión, si no que obedece a los mecanismos universales económicos y sociales: Así caen la variante discursiva Madre Tierrista y las poses adoptadas en Tiquipaya y Cancún.

Lo ocurrido resalta también desafíos. Estos son políticos y de conducción. Quienes principalmente (pero no exclusivamente) deben meditar asumir esos desafíos son quienes el aire de los tiempos los determina como necesarios protagonistas: los pueblos indígenas y sus líderes. Víctor Hugo Cárdenas y Felipe Quispe, entre otros antiguos líderes, deben leer lo actual a la luz de su pasada experiencia. Pero quienes quizás tienen mayor obligatoriedad son los nuevos líderes, andinos y amazónicos, que los acontecimientos los va perfilando, ojalá, como futuros conductores.

PUKARA Cultura, sociedad y política de los pueblos originarios.

Periódico mensual enero 2011 Año 4

Qullasuyu Bolivia

Número Especial Edición Electrónica

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