Por una economía con un rostro humano.
Crítica a la filosofía utilitarista neoliberal a partir del caso argentino*
Hernán Fair**
Resumen***
En los últimos treinta años asistimos a la expansión mundial de un sistema económico caracterizado por la voracidad capitalista en pos de la obtención y maximización a cualquier costo de ganancias para los núcleos del establishment nacional e internacional. Este sistema voraz dejó a un lado la defensa del bien común para resguardar la búsqueda puramente particular de intereses individuales del sector privado. De este modo, la economía, en lugar de estar al servicio de la sociedad, se refugió en su propio interés egoísta. Este trabajo se propone contribuir a la expansión de un nuevo modelo de desarrollo que coloque en primer lugar la ética y la solidaridad pública, por sobre el amparo egoísta de los intereses particulares. Para ello, se sostiene que previamente se deben cuestionar ciertos principios sedimentados que llevan a creer que la búsqueda de una mayor rentabilidad económica debe ser el objetivo ´natural´ que ha de desarrollar todo individuo situado dentro del actual sistema capitalista. Partiendo desde esa base, se intentan desmontar algunos de los postulados de sentido común que suelen acompañar este tipo de discurso hegemónico.
1. Introducción
“Una economía con rostro humano”, tal es lo que ha señalado recientemente como esperanzadora propuesta para el futuro el economista Bernardo Kliksberg (2009). En efecto, en los últimos treinta años asistimos a la hegemonización mundial de un sistema socioeconómico, político y cultural caracterizado por la voracidad capitalista en pos de la obtención y maximización a cualquier costo de ganancias destinadas a los núcleos más concentrados del poder económico nacional e internacional. Este sistema voraz dejó a un lado la defensa de un principio colectivo de bien común, para resguardar la búsqueda puramente particular de intereses individuales del sector privado empresarial. De este modo, la economía, en lugar de estar al servicio de los sectores populares y del conjunto de la sociedad, se refugió en su propio interés egoísta.
La consecuencia de este modelo de economía maximizadora de ganancias y autonomizada de la parte ético-social, es la presencia de fuertes restricciones que limitan la posibilidad de alcanzar un desarrollo sostenido en el tiempo. En efecto, diversos estudios (Bustelo 1993; Nun 2001) han mostrado que asistimos en las últimas décadas a un mundo mucho más desigual e injusto socialmente que el observado a mediados del siglo pasado. Como señala Kliksberg, en países donde más se incentivó este tipo de modelo carente de principios ético-solidarios, cuyo caso prototípico es Estados Unidos, epicentro de la reciente crisis financiera mundial, podemos observar en la actualidad índices de desocupación del orden del 9,4%, llegando al 20% en la población juvenil y más del 30% en los jóvenes de color (Kliksberg 2009). En la Unión Europea, por su parte, la cantidad de desocupados ya suma un total de 26 millones de personas (Clarín, 04/06/09). Sin embargo, la peor parte se la lleva América Latina que, en consonancia directa con la aplicación más profunda de las reformas neoliberales en las últimas décadas, constituye la región más desigual del planeta.1 En dicho marco, según ha calculado de forma reciente la Organización Internacional del Trabajo (OIT), tras la crisis mundial de Wall Street iniciada a fines del 2008, existen en Latinoamérica 18,1 millones de desempleados (Página 12, 12/01/10).
El siguiente trabajo se propone contribuir a la expansión de un nuevo modelo de desarrollo que coloque en primer lugar a la ética comunitaria y la solidaridad pública, por sobre la búsqueda de beneficios puramente individuales y la defensa egoísta de los intereses particulares. Entendemos, en efecto, que esta filosofía utilitarista guiada por la racionalidad meramente instrumental y el afán de lucro privado, debe ser reemplazada por una nueva filosofía social humanitaria que promueva la racionalidad ética y solidaria. Sin embargo, para llevar a cabo esta lucha contrahegemónica se requiere previamente dejar a un lado ciertos principios largamente sedimentados que llevan a creer que la maximización de beneficios o la búsqueda de una mayor rentabilidad, como también se le denomina desde el campo empresarial, debe ser el objetivo natural que debe desarrollar todo individuo situado dentro del actual sistema económico capitalista. Es por eso que en este artículo intentaremos desmontar algunos de los postulados de sentido común que suelen acompañar a este tipo de discurso hegemónico.
2. Algunos factores que explican el auge de las filosofías utilitaristas
La famosa fórmula de Adam Smith, para quien los vicios privados son virtudes públicas, sintetiza la premisa fundamental de la filosofía utilitarista e instrumental que ha llegado a su apogeo en los tiempos (hiper)modernos. Esta lógica instrumental de búsqueda de la maximización a cualquier precio de la rentabilidad individual a partir de las bondades derivadas de la supuesta ´autorregulación´ del mercado, tiene, entonces, largos antecedentes históricos que desde los orígenes de la Modernidad han servido de fuente de legitimidad del sistema (Coraggio 2003; Leff 2008). Sin embargo, el afán incesante de lucro privado no representa la ´naturaleza´ humana, como creen y hacen creer los teóricos del fundamentalismo de mercado. En efecto, ya en la Grecia Antigua de Aristóteles la acumulación de riquezas por el hecho mismo de hacerlo era visto como negativo, e incluso antinatural, siendo bien considerada, en cambio, la búsqueda del bien, en tanto vinculada necesariamente a la felicidad de la comunidad (polis) en su conjunto.2
En el pensamiento social cristiano de Tomás de Aquino también se hacía presente a su modo una defensa del concepto de bien común vinculado con los principios de la ética pública y la solidaridad comunitaria (Michelini 2007), y lo mismo podemos decir de los teólogos cristianos y su ética a favor del trabajo como conducta mundana debida no guiada por el afán de riqueza (Monares y Schmal 2004). Incluso en el enfoque teórico del padre del liberalismo económico, un modelo individualista y cientificista prácticamente antagónico al comunitarismo social aristotélico-tomista, todavía se hallaba como premisa de base la defensa de algún principio de solidaridad social, en el momento en el que la ´mano invisible´ del mercado no lograba la famosa autorregulación espontánea (Gómez 2003; Medina Ávila 2007). Sin embargo, el residuo de ética cristiana que aún se hallaba presente en Smith, pronto dejaría todo vestigio con los aportes de la economía política ´científica´ de David Ricardo y su teoría ´objetiva´ a favor del máximo lucro posible del capitalista (Monares y Schmal 2004).
Más allá de estas salvedades, que de ningún modo dejaban de colocar como prioridad absoluta de la conducta para los individuos la búsqueda del interés meramente particular, resulta importante destacar que es recién a partir de los aportes ricardianos, durante el siglo XVIII, y la posterior expansión de la doctrina (neo)liberal a escala mundial, en la segunda mitad de la centuria pasada, que la maximización de los beneficios económicos individuales ha llegado a ser considerada un bien en sí mismo. Peor aun, desde entonces la acumulación de riquezas y el consumo masivo de mercaderías ofertadas parece ser la única lógica válida que debe aplicar todo individuo para alcanzar la (supuesta) felicidad. De este modo, se trasmuta el orden de prioridades desde la tradicional noción de ciudadano preocupado por la marcha de los asuntos públicos-comunes y el desarrollo de un proyecto ético y colectivo de integración social, a la de cliente-consumidor individual de mercancías que busca su propio interés egoísta y se despreocupa e ignora los intereses, demandas y preocupaciones de su semejante (García Delgado 1994).
En los últimos veinte años, a partir de la relación orgánica establecida desde los núcleos del poder del establishment entre régimen democrático y liberalismo económico (Ezcurra 1998), una relación conceptual y política que nada tenía de ´natural´ y necesaria, y que incluso había aparecido como divorciada hasta entonces, esta filosofía utilitaria ha adquirido su forma más extrema y feroz. Así, aunque ya hace mucho tiempo el modernismo de Rousseau, considerado para algunos teóricos “el más rotundo cariz crítico sobre su época” (Casullo 2007:355), había criticado este afán de lucro de las Luces de su tiempo, señalando la necesidad de incorporar un principio de igualdad social y de piedad entre los hombres frente a la voracidad de la economía de mercado y el individualismo competitivo (Rousseau 1996), es recién a partir de la hegemonización del neoliberalismo a escala global, en las décadas del ochenta y especialmente de los noventa, que la búsqueda de la obtención de ganancias a cualquier costo ha llegado al extremo.
En esos años, la fase crítica y más profunda del sistema de globalización neoliberal (Fair 2008), asistimos, de la mano de la privatización de lo público, la desregulación económica, la apertura comercial y, en especial, la liberalización financiera del capital y su lógica de especulación cortoplacista (Monares y Schmal 2004:294-295), a un mundo guiado por el pleno individualismo y la ausencia casi absoluta de algún principio de solidaridad social entre los hombres (García Delgado 1994). Parecía, en ese entonces, y aun es así, que el primero de los objetivos, el más ´natural´, era y debía ser la búsqueda de la maximización de las ganancias económicas y la defensa del derecho al hedonismo particular de los individuos, expresado en el consumo masivo de mercancías innecesarias y la lógica subyacente del darwinismo social (Harvey 1998). En ese contexto, que tiene como base de apoyo, por un lado, la lógica utilitaria de maximización de la satisfacción y el placer puramente individual, tal como fue planteado por Jeremy Bentham en el siglo XVIII (Carosio 2008), y la posterior reinterpretación de la doctrina evolucionista spenceriana por parte del teórico neoliberal Friedrich Von Hayek (Gómez 2003), y por el otro, la ética calvinista y su ´espíritu protestante´ en favor de la acumulación individual como vía de acceso a la glorificación (Monares y Schmal 2004), la solidaridad pública y la ética al servicio del bien común se hallaban ausentes, en tanto principios considerados ´irracionales´, o bien poco ´espirituales´.
Para intentar comprender esta hegemonización mundial de la doctrina utilitarista del neoliberalismo debemos tener en cuenta, más allá de estos importantes antecedentes legitimantes, la función crucial ejercida por los grandes medios de comunicación de masas. En efecto, estos conglomerados económicos han adquirido una importancia cada vez mayor en los últimos años al compás de la crisis de representación de los partidos políticos tradicionales y el Parlamento (García Delgado 1994). Como es sabido, estos núcleos de poder mediático tienen en sus manos la capacidad crucial de priorizar temas a partir de su visibilidad pública, señalando y marcando los contenidos prioritarios en la agenda social y política (agenda setting). Pero además, los medios masivos, especialmente la televisión, cuya expansión ha sido mucho más notable que otro medios tradicionales como los diarios y la radio a partir de su masividad y su capacidad de interpelar a la ciudadanía en su conjunto desde la pantalla del televisor (Manin 1992), tienen la función fundamental de contribuir, si bien no de forma mecánica y unidireccional, a formar y conformar la opinión de los ciudadanos, que se ven absorbidos por la presencia constante de sus protagonistas y sus imágenes simplificadas y sensacionalistas (Muñoz Torre 2003). Ahora bien, ¿por qué los medios masivos de comunicación han ejercido un papel crucial en la legitimación de esta filosofía utilitarista? En primer lugar, porque ellos mismos, en su gran mayoría, son empresas privadas y, como tales, buscan maximizar sus ganancias de acuerdo a la lógica subyacente estructural que los trasciende como empresas al servicio de intereses particulares.
Pero, más allá de este punto, que en el caso de los multimedios como Televisa de México, Cisneros de Venezuela, Globo de Brasil y el Grupo Clarín de Argentina, es aun más delicado, al ser oligopolios mediáticos “altamente concentrados” (Mastrini y Becerra 2006:43 y ss.), lo que queremos destacar es que con su función de priorización arbitraria de los temas y valores socioculturales considerados importantes, los medios masivos como la televisión, en particular a partir de las propagandas mediáticas desreguladas, han invadido a la sociedad con mensajes constantes y cíclicos en los que se incentiva y promueve este tipo de racionalidad instrumental como modelo y ejemplo a seguir. Así, desde el discurso hegemónico se bombardea a los sujetos mediante el recurso de la propaganda con la ´necesidad´ perentoria de consumir todo tipo de mercaderías, desde electrodomésticos al estilo “Llame ya”, hasta autos equipados que deben ser cambiados cada año, o zapatillas último modelo que son ofertados como necesarios, o peor aun, como indispensables, para lograr la felicidad individual y elevar el status social, pese a que no son más que elementos innecesarios y muchas veces inútiles.
Este constante bombardeo de gadgets ofrecidos como necesidades mediante las propagandas sin control, y potenciados por la creciente mercantilización de la vida cotidiana, ha sido criticado desde múltiples perspectivas contemporáneas que incluyen desde la teoría social contemporánea (Bauman) y la sociología y la antropología cultural (Bourdieu, Lash, García Canclini), hasta la filosofía de origen marxista (Jameson, Zizek), aunque los antecedentes históricos nos remiten a los aportes iniciales del psicoanálisis (Lacan) y de la teoría crítica (Adorno, Horkheimer, Marcuse).3 Su proceso de (re)producción se legitima, básicamente, mostrando a consumidores, muy a menudo jóvenes blancos y simétricos físicamente, en reuniones y fiestas siempre felices y divertidas. Al mismo tiempo, las grandes empresas transnacionales que actúan como su soporte, insisten en que la búsqueda de mayores ganancias y el éxito económico debe ser el objetivo primordial a seguir, si bien “hay cosas que el dinero no puede comprar”, como señalaba casi aceptando resignado los límites inmanentes en un comercial publicitario la tarjeta MasterCard. Además, como lo muestra el ejemplo de las propagandas en diversos eventos y obras culturales, la lógica utilitaria del capitalismo globalizado ha terminado por invadir casi todos los campos sociales, generando una economía cultural, en los términos acuñados por Pierre Bourdieu, guiada por el mero afán de lucro capitalista4 (Lash 1997).
Por otra parte, debemos considerar que es precisamente en los medios masivos de comunicación, y nuevamente la televisión es el ejemplo más destacable, donde podemos ver actualmente la presencia de empresarios ´exitosos´ que han logrado triunfar haciendo negocios privados ajenos a cualquier tipo de solidaridad y bien social, más allá de la mera acumulación de riqueza individual y, en la mayoría de los casos, a partir de la creciente explotación social (aunque siempre ´brindando trabajo´) de los trabajadores. De allí que, pese al crecimiento simultáneo de los índices de pobreza, desempleo e inequidad social generados por la aplicación de este tipo de lógica individualista y gerencial, sean ejemplos a seguir casos de empresarios ´exitosos´ como el premier italiano Silvio Berlusconi y el dirigente político chileno Sebastián Piñera, quien recientemente ha logrado ser electo como Presidente de su país en el marco de un discurso meritocrático que promueve una especie de cultura de nuevo rico que atrapó a vastos sectores de la sociedad chilena (Gerber 2010), y lo mismo podemos decir del dueño del canal de noticias CNN Ted Turner o de banqueros como George Soros.
Argentina, por supuesto, no ha sido ajena a este tipo de ´ejemplos´, tal como se puede observar si notamos que los empresarios y conductores de televisión como Susana Giménez y Marcelo Tinelli son considerados en algunas encuestas locales como los más importantes representantes de personas ´exitosas´ que han logrado ´triunfar en la vida´ a partir de su ´esfuerzo personal´ (Clarín, 04/05/09). Esta lógica economicista subyacente, que por supuesto no se desprende necesariamente del capitalismo, sino que se deriva de su significado contextual inserto en el modelo estadounidense dominante en la actualidad, y de la modalidad hegemónica de autonomización de la política, la economía y la sociedad promovida por los grandes poderes políticos y económicos (Coraggio 2003), sólo puede ser comprendida entonces, en toda su magnitud, si partimos de la base, nuevamente, de que la maximización de la ganancia económica, el hacerse millonario y triunfar económicamente sin importar cómo, es visto y promovido como el objetivo a seguir y el ejemplo primordial a cumplir.
De este mismo modo es como puede entenderse, asimismo, el éxito de empresarios devenidos políticos como el actual Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Mauricio Macri y, más recientemente, del diputado nacional reelecto Francisco de Narváez. El primero de ellos, además de ser favorecido por su agraciada figura, joven y relativamente bella a los ojos de aquella Argentina blanca y de ojos claros que, siguiendo el discurso liberal dominante desde el siglo XIX, cree ser de origen europea (Larriqueta 2004), basa su éxito, precisamente, en el triunfo en el aspecto empresarial. Así, su buena ´administración´ en su ex empresa de autos (SEVEL S.A.) y sobre todo, su exitosa ´gestión´ al frente del club local Boca Juniors, el más popular de Argentina, le dan la llave para presentarse como una persona de bien que puede ´gestionar´ una ciudad, tal como gestionó sus empresas privadas y tal como logró administrar el club de fútbol más popular del país5 (Gallo 2008a). Para De Narváez, por su parte, el éxito radica nuevamente en su éxito en el sector empresarial, lo que lo convierte en un hombre que ha logrado superarse y triunfar en el competitivo mundo de los negocios.6 Ambos se presentan, paralelamente, como personas simples y exitosas a quienes no les interesa el poder político y su descarnada lucha de poder asociada.7 Como destaca Thwaites Rey, estos ´políticos-gerentes´ se diferencian de las formas más tradicionales de hacer política por ser refractarios a las discusiones ´ideológicas´ y al trabajo de tipo ´militante´, al que consideran “superado por la historia” (Thwaites Rey 2001:7).
En ese marco, estos gerentes de la Cosa pública vienen a ´gestionar´ y a ordenar las finanzas de la ´empresa estatal´ como si fueran administradores eficientes y limpios, por lo que, entonces, ´no hacen política´ (por supuesto que en el sentido negativo y despreciativo del término, asociado a la pura lucha por el poder). En el caso de De Narváez, accionista mayoritario del canal de televisión abierta América y dueño de varios medios masivos locales,8 el empresario insiste en afirmar, además, como si fuera un factor que debería ser visto como positivo, que es multimillonario, por lo que, entonces, se debería confiar en que ´no va a robar´ en la función pública, tal como se espera de todo administrador confiable al que uno lega responsabilidad en el manejo y toma de decisiones.
Ahora bien, para entender el auge de esta filosofía utilitarista, de la que sólo damos algunos ejemplos,9 no alcanza con el análisis contextualizado que hemos intentado realizar hasta aquí. Para comprenderlo más cabalmente debemos destacar un nuevo, y muchas veces descuidado, factor como es el deseo inconsciente. Este factor nos lleva a analizar este punto desde un enfoque exploratorio totalmente diferente al corrientemente abordado por la bibliografía especializada, en particular por la derivada del conductismo y las teorías racionalistas de la política, al incluir como variable interviniente los aportes de la teoría psicoanalítica y, más específicamente, de las motivaciones inconscientes, y por lo tanto irracionales (aunque racionalizables), del accionar del sujeto. Desde este enfoque poco explorado de forma aplicada, el deseo inconsciente es uno de los factores que guían a los individuos en su accionar cotidiano. Este inconsciente, como es sabido desde Freud en adelante, no tiene fecha, principio ni final: es eterno en todos los sujetos desde que existe la palabra y hasta la fecha de muerte de todos y cada uno.
No vamos a extendernos aquí en el análisis de los lineamientos y proposiciones que definen a la compleja teoría psicoanalítica (véase, por ejemplo, Lebrun 2003), aunque podemos decir que, especialmente desde su vertiente lacaniana, que ha sido trabajada en detalle por autores como Slavoj Zizek (1992, 2005), se parte de la base de que existe un deseo inconsciente de alcanzar un tipo de sociedad transparente en la que la falta estructural, el elemento de ausencia constitutivo del objeto de deseo original (la Madre), es eliminado de su seno. En ese contexto, que expresa ese deseo inconsciente por la vía de un lenguaje estructurado de forma coherente (el llamado goce fálico), es como se entiende la crítica de Lacan al consumismo irrestricto que fomenta el capitalismo, en tanto pretende evitar el componente de falta estructural Real del sujeto, en pos de una realidad social imaginaria en la que todo es posible (o nada falta) a partir de la Ciencia (Lacan 2006, 2008). En dicho marco, el consumo cíclico de bienes y mercancías innecesarias que son creadas para causar su deseo, puede ser entendido como un intento entre otros de evitar (forcluir) este componente de ausencia de completitud social (Alemán 2009).
En otras palabras, la lógica consumista que promueve el capitalismo global cumple una función no racional que permite satisfacer el deseo inconsciente (el fantasma o fantasía primordial) de acceder a un mundo de la total plenitud (el Uno todo, en tanto ausencia de la castración). De este modo, como ya lo había notado mucho antes Heidegger,10 se encubre la inevitable finitud del ser que se hace presente en la muerte (la nada, en tanto ya no ser ahí) y, por lo tanto, las limitaciones estructurales que impiden al sujeto vivir sin límites intrínsecos, para trascenderlos de forma imaginaria por la vía del consumo pulsional. Esta lógica cíclica termina por otorgar una felicidad narcisista que, no por ser pasajera y fugaz, en tanto la pulsión resulta constitutivamente imposible de ser satisfecha plenamente, deja de ser fuente de goce para el sujeto11 (Fair 2009).
Por supuesto que en la actualidad, con la declinación de la tradicional imagen paterna generada por las transformaciones socioculturales e históricas de las últimas décadas, entre ellas un mayor avance de los derechos de la mujer, cambios en las relaciones tradicionales de parentesco y múltiples progresos en el campo de la medicina, estos límites constitutivos son más fácilmente quebrantables. Se produce, entonces, una transformación de la imagen paterna que, para algunos, no sólo anuncia su declinación, tal como Lacan criticara a Freud, sino también, y sobre todo, un cambio de registro (Berdiel Rodríguez 2009). De ahora en más, asistimos a una nueva función paterna que, en tanto metáfora de la declinación del Padre del período Moderno, reemplaza a la tradicional imagen de autoridad y limitación de las pulsiones de muerte (creación de leyes y normas que restringen el deseo de destrucción social y constituyen la cultura que genera, de este modo, malestar) y de amor (prohibición del incesto), por una Ciencia racional que directamente ocupa el lugar del Padre y nos incentiva a gozar del deseo inconsciente de alcanzar la unidad social.
Es precisamente en ese marco supletorio que caracteriza a los nuevos tiempos hipermodernos, favorecido por el mandato superyoico imperativo de gozar (¡goza!) (Zizek 1992, 2005), promovido por los medios de comunicación masivos a través de las propagandas desreguladas y sus voceros, como puede entenderse desde el psicoanálisis lacaniano la importancia crucial que adquiere el discurso de la ciencia y del consumo innecesario de mercancías en los tiempos actuales carentes de limitaciones al goce del sujeto (Lebrun 2003; Alemán 2009). En otras palabras, si en la época en la que escribía Freud y su “Malestar en la cultura”, el Padre era la imagen de la autoridad que instauraba los límites superyoicos sobre el sujeto, aquel que restringía la posibilidad de gozar de la Cosa, en la actualidad la Ciencia, mediante el ofrecimiento de todo tipo de mercancías que prometen felicidad y plenitud, no restringe al sujeto, sino que lo incentiva como imperativo a que goce libremente de ese mundo en el que se promueve que los límites dejan de existir para siempre (Berdiel Rodríguez 2009). Para decirlo muy resumidamente, en los actuales tiempos ´pospolíticos´, la Ciencia erosiona la imagen tradicional del Padre y ocupa su lugar como una función que en lugar de restringir (no debes acceder al cuerpo de la Madre), se comporta como un Padre perverso que incentiva el libre goce superyoico del sujeto (debes, en tanto ahora puedes, gozar de su cuerpo). No obstante, si por un lado la Ciencia promueve el goce obsceno, en los términos de Lacan (Zizek 2005), al mismo tiempo ese (plus de) goce pulsional es un circuito interminable, en tanto hemos visto que la satisfacción pulsional es siempre parcial y luego retorna necesariamente a su fuente inicial, relanzando nuevamente el deseo hasta el infinito.
La necesaria angustia que proviene de esa falta constitutiva que intenta llenarse ahora mediante nuevos consumos que prometen lo imposible (eliminar la imposibilidad de la relación sexual cuerpo a cuerpo), como es el caso de la droga y de psicofármacos y anestesiantes que no hacen más que intentar cubrir el síntoma social de forma provisoria e inútil (Fair 2009), es la emergencia de síntomas individuales (como depresión, delito y violencia familiar) y su correlato -nunca separable de forma estricta- en la emergencia de síntomas sociales (violencia social proyectada al exterior en inmigrantes, judíos, o pobres, o en nuevas formas de protesta social de los sectores excluidos del sistema que se hacen presentes en la forma de antagonismo al discurso dominante).12
3. Para una crítica a la lógica utilitarista dominante
Hemos señalado hasta aquí, brevemente, algunos de los componentes socioculturales que nos permiten entender el éxito hegemónico de esta filosofía utilitaria en la actualidad. Se trata de una filosofía perversa que, de la mano de la aplicación de las políticas neoliberales y sus efectos excluyentes y segregativos, ha logrado casi por naturalizar la existencia, según la Organización Internacional de Trabajo (OIT), de 218 millones de niños de entre 5 y 11 años que se ven obligados a trabajar, muchas veces en oficios peligrosos y en condiciones cercanas a la esclavitud, en lugar de dedicarse a la escolarización (Clarín, 13/06/09). En ese contexto, que cuenta con la inestimable ayuda, ya sea consciente o inconsciente, planeada o no concertada, de los máximos representantes del poder económico y político, ¿cómo pensar en una alternativa que no incentive la búsqueda puramente particular de ganancias a cualquier costo?, ¿existe la posibilidad de pensar en una economía diferente, guiada por la solidaridad con los semejantes y la búsqueda de un principio colectivo de bien común? Entendemos que sí, aunque sólo barriendo previamente a este tipo de discurso dominante de sentido común.
Ya hemos criticado anteriormente a los medios masivos de comunicación por exacerbar esta lógica individualista iniciada en los orígenes del capitalismo, pero que ahora adquiere nuevos ribetes al compás de los tormentosos tiempos hipermodernos, en los que la ciencia es “elevada al discurso Amo” que previamente ocupara la religión (Zizek 2005:160). Señalamos, además, algunos ejemplos concretos que muestran de qué modo en la actualidad se incentiva y promueve el predominio de esta lógica instrumental que no hace más que intentar solucionar la ´cuadratura del círculo´ por la vía del consumo masivo y la acumulación incesante de capital. En este último apartado pretendemos profundizar la crítica sociocultural y política inicial con algunos ejemplos concretos de la Argentina contemporánea. Intentamos, de este modo, brindar algunas herramientas teóricas que, extendidas al resto de los países de la región, posibiliten oponerse y luchar más eficazmente contra este tipo de discurso hegemónico de sentido común.
Veamos, en primer lugar, la matriz discursiva de los líderes formadores de opinión. Más allá de los casos ´exitosos´ de la actriz y conductora de televisión Susana Giménez y del conductor de televisión y empresario Marcelo Tinelli, que sin lugar a dudas han contribuido con su accionar a generar un sentido común a favor del modelo utilitario neoliberal, lo que resulta de mayor interés para pensar en una sociedad diferente a la que actualmente asistimos son los ejemplos de los empresarios Mauricio Macri y Francisco De Narváez, quienes han logrado índices de popularidad envidiables a partir de sus discursos de ´gestión´ (supuestamente) no política de la cosa pública.13 Estos políticos-gerentes basan su fuente de legitimidad, como señalamos, en su éxito económico en el sector privado y en su imagen construida por fuera de los intereses político-ideológicos que caracterizan a la política partidaria. De allí infieren y hacen creer a la ciudadanía que pueden gestionar al país (palabra que no por casualidad es del agrado de ellos, que prefieren aquel término al de gobierno, de connotaciones negativas) como si fuera una empresa más que tiene que cerrar el balance positivo o equilibrado.
La consecuencia de esta visión ingenieril de la gestión pública, que tiene importantes antecedentes en la distinción mítica de teóricos como Weber, Popper y Hayek, entre hechos y valores y entre política y administración (Thwaites Rey 2001; Gómez 2003), y que se extiende, además, a la lógica educacional,14 es la creciente tecnocratización de la política. De este modo, la definición positiva de la política de la Grecia Antigua en tanto búsqueda y defensa del bien común de la polis, aquella que en Rousseau es vinculada a la soberanía del pueblo y en Gramsci a la formación de una voluntad colectiva nacional- popular, pasa a ser relacionada ahora con una definición liberal e individualista netamente negativa, asociada a la lucha descarnada por el poder personal o grupal y la defensa de las ´antiguas´ y ya ´superadas´ ideologías.
En dicho marco, frente a la crisis de las grandes narrativas que otorgaban significación al accionar colectivo (Lyotard 1992) y la consecuente emergencia de un orden ´pospolítico´, en el que “los únicos conflictos legítimos son los conflictos étnico-culturales” (Zizek 2005:19), se trata de elegir ahora a una ´buena administración´, a un administrador experto que gestione de forma eficiente y sin intereses políticos o ideológicos que sólo alteran la buena marcha de la economía y las leyes del ´Dios mercado´, erigido en la ´nueva divinidad´ a la que debemos respetar (Gómez 2003:33).
Como destacan Aberbach y Rockman, la lógica de legitimación política que se encuentra detrás de este tipo de discursos es la llamada Nueva Gestión Pública (New Public Management). Este modelo de gestión empresarial sostiene que las opciones políticas se aplican, en realidad, bajo la forma de reformas administrativas ´técnicas´, lo que permite trascender la ´lentitud´ e ´ineficiencia´ del sector público mediante reglas organizacionales flexibles, eficaces y orientadas al cliente, que a partir de allí pasa a ocupar el primer lugar (Aberbach y Tockman 1999). En ese contexto, se realiza una diferenciación, que ya se hallaba presente en el ex Presidente de Estados Unidos Woodrow Wilson, entre la política (vinculada al desorden) y la administración (vinculada al orden y la regularidad) (Thwaites Rey 2001).
Ahora bien, en primer lugar, pensar a un país o a un estado como si fuera equivalente a una empresa privada, una cuestión que incluso se hace presente en las desafortunadas metáforas empresariales que aplica un teórico modernista de la talla de Max Weber, parte precisamente de la lógica utilitaria e instrumental dominante. Así, en lugar de pensar en las demandas de la ciudadanía, especialmente de los sectores más vulnerables, el Pueblo, como aquellos sectores sociales que deben ser prioritariamente defendidos, en razón de su situación desventajosa y su fuente real de toda soberanía democrática (Nun 2001), se busca que las cuentas (fiscales, comerciales) cierren, que los números macroeconómicos de la caja den equilibrados. Es decir, que se coloca en primer lugar a la economía y su lógica de racionalización maximizadora de ganancias, por sobre las diversas demandas insatisfechas de la sociedad, desligando ambas disciplinas en campos independientes y sin conexión entre sí, cuando en realidad sabemos que cada una de ellas se encuentran en una lógica de interdependencia mutua, del mismo modo que la economía como disciplina no puede ser entendida, a no ser que se la piense necesariamente como una economía social, y no sólo política, que apunta a promover la solidaridad y la ética del bien común (Coraggio 2003; Gaiger 2004).
Para dar un ejemplo de esta creciente autonomización de campos, un modelo despolitizador de la economía y autonomizado de la sociedad que se extiende, además, al campo tecnocientífico actual, guiado por la creciente especialización y autonomización poco dialógica entre disciplinas (Heller 2009), lo que termina siendo funcional al modelo empresarial y apolítico de gestión instrumental (Rubinich y Langhieri 2009), durante la década de 1990, el ex Presidente argentino Carlos Menem (1989-1999), uno de los máximos exponentes de la filosofía neoliberal a escala global,15 señalaba que como los trenes nacionales daban pérdidas en los balances, había que cerrarlos. La famosa frase “ramal que para, ramal que cierra”, sintetiza esta lógica instrumental guiada por la priorización de la mercantilización económica por sobre los intereses comunes de toda la sociedad. En dicho marco, decenas de caminos que conectaban a las diversas provincias y regiones entre sí, fueron cerrados y el sur, y especialmente el norte del país, quedaron sin la posibilidad concreta de ampliar el comercio y expandir el desarrollo social de las regiones más pobres, aquellas zonas que dejaban de tener importancia estratégica, ya que ´no daban ganancias´ a los grandes capitalistas a cargo del proceso de privatización.
En la misma línea, durante aquella década infame de los noventa, que contó con la aceptación pasiva de gran parte de la sociedad, que se guiaba por la esta lógica utilitaria del “sálvese quien pueda” y miraba para otro lado con su “pizza con champán” y sus viajes a Miami y Punta del Este en el marco de la Convertibilidad 1 a 1 con la moneda estadounidense, mientras se desguasaba al estado benefactor de posguerra y se ampliaba la brecha social con los sectores más pobres, se privatizaron decenas de empresas públicas como Aerolíneas Argentinas (octubre de 1990) y la petrolera estatal YPF (septiembre de 1993) que, como daban nuevamente pérdidas económicas o bien funcionaban de forma ineficiente, había que dejarlas en manos del sector privado, por definición más eficiente y responsable que el sector público y su ´excesiva burocracia´ (Thwaites Rey 2003). Es decir, que en la década de 1990, la defensa del interés común se hallaba del lado de los empresarios y el sector privado en general, mientras que el sector público, encargado de velar por él, terminaba asociado con la defensa de intereses meramente particulares.
Esta paradoja notable de resignificación sociocultural del estado de bienestar en “Estado de Malestar” (Bustelo 1993:126), sólo fue posible con la ayuda inestimable de los grandes medios de comunicación masivos y de sus principales ´intelectuales orgánicos´,16 incluyendo, por supuesto, a los propios organismos multilaterales de crédito, que calificaron en reiteradas ocasiones a la Argentina de Menem como el “mejor alumno” y como el caso “más exitoso” en la aplicación de las reformas neoliberales que ellos mismos pregonaban como la panacea (Bembi y Nemiña 2007:25-26).
En dicho marco, potenciado por la capacidad de interpelación simbólica de estos sectores de poder, en un contexto más general de crisis de los grandes relatos identitarios (Lyotard 1992), se terminó por fomentar una cosmovisión hegemónica en la que el agua, el gas o la electricidad no eran entendidos como bienes sociales o servicios públicos para el conjunto de la sociedad, sino más bien como sectores que debían ser privatizados para mejorar su funcionamiento y eficiencia17 (Thwaites Rey 2003). Es decir, no se pensaba el bien social universal que podían fomentar y su expresión a favor de los sectores más desposeídos, ni tampoco se tenía en cuenta el vaciamiento presupuestario de la que habían sido víctimas las empresas públicas (Bustelo 1993:127), sino que se apelaba al sentido común de la ineficiencia en la prestación de los servicios, la corrupción del sector público y la excesiva burocratización del aparato estatal -más allá de que efectivamente muchas de estas críticas partían de presupuestos válidos-, para fomentar y justificar su necesidad de dejarlo en manos del por definición más eficiente y superior sector privado. En otras palabras, se partía de una premisa neoliberal como es el efectivo funcionamiento irregular y la corrupción de parte del sector público (que, además, se “lleva los impuestos que todos pagamos al fisco en la corrupción y el clientelismo del Estado”), y la supuesta supremacía a priori del sector privado, para legitimar la conclusión, también neoliberal, que exigía que el mercado y los empresarios privados se hicieran cargo de las funciones colectivas y públicas. La consecuencia de esta lógica eficientista y mercantilista,18 que terminaría por convertir a los ciudadanos en verdaderos consumidores-clientes individuales de mercancías ofrecidas en el mercado (Thwaites Rey 2003), fue la eliminación de flotas de aviones y hasta de vuelos, la referida eliminación de trenes y la ausencia de conexiones telefónicas para los sectores más alejados, más pobres y rezagados (Karol 2002:37), ya que los mismos no lograban maximizar las ganancias y minimizar costos, tal como sostiene la famosa tesis racionalista del utilitarismo liberal.
Muchas son las críticas que es posible hacer a esta visión gerencial y deshumanizada de la política, entre las que destacamos su creencia de que el Estado no debe tomar en su práctica cotidiana decisiones vinculantes que resultan de intereses antagónicos, favoreciendo y perjudicando a distintos sectores sociales con cada toma de decisiones públicas (Oszlak 1980). Además, debemos tener en cuenta que no sólo en la sociedad, sino dentro de la propia estructura burocrática, existen también diversos conflictos y contradicciones de intereses que impiden, de este modo, la efectiva subordinación del aparato de implementación al marco normativo formal del estado (Oszlak 1984:275). En segundo término, debemos considerar que la propia burocracia (conformada por gente concreta que desempeña tareas en el estado) tiene una estrecha relación con el sistema político, porque las tareas y modalidades que ejecuta son definidas precisamente en función de proyectos políticos cuya elaboración la trasciende.
En ese marco, resulta necesario recordar nuevamente que no sólo la definición de un plan de acción es una cuestión política, sino que dentro del proceso de ejecución administrativo interviene también la cuestión de las relaciones de poder, torciendo, adaptando, cambiando y/o reformulando el rumbo y las estrategias. Es decir, que en las cuestiones en apariencia ´técnicas´, en realidad persisten valoraciones, opciones e intereses políticos que muchas veces entran en contradicción entre sí (Thwaites Rey 2001:11). Como destaca Camou, “toda cuestión ´técnica´ importante conlleva, constitutivamente unida a ella, cuestiones de ´política´; y parejamente, cualquier cuestión ´política´ relevante, donde converjan intereses de alguna entidad, implica la resolución de importantes cuestiones ´técnicas´. De este modo, cuestiones ´técnicas´ y cuestiones ´políticas´ son como dos puntas de un mismo ovillo” (Camou 1997:64).
Tomando en cuenta estas importantes consideraciones, podemos afirmar que la famosa ´nueva política´ de Macri y De Narváez no es más que un discurso político de la antipolítica (Gallo 2008a, 2008b), que no sólo parte implícitamente del mito de la objetividad y la neutralidad valorativa propio del empirismo cientificista de la economía moderna (Monares y Schmal 2004), cuando en realidad es sabido que todo juicio de hecho (descriptivo) implica, necesariamente, un juicio de valor (normativo) (Gómez 2003:76 y ss.), sino que, además, y como derivación, hace creer que la necesidad (imposible) de alcanzar una gestión eficiente y sin conflictos internos, como es el caso al que aspira toda empresa capitalista, puede ser extendido a un Estado en el que los diversos sectores sociales poseen intereses antagónicos, la famosa ´manta corta´, que perjudica inevitablemente a unos mientras beneficia al mismo tiempo a otros y viceversa.19
Esta lógica tecnocrática de la gestión pública defendida por este tipo de discursos de la ´nueva derecha´ moderna, centrados en gran medida en imágenes simplificadas e imprecisas que buscan aparecer como despolitizadas y desideologizadas frente a la opinión pública para atraer el mayor número de votantes de todo el arco político (Gallo, 2008a), ha logrado transformarse en la actualidad, insistimos que con la ayuda inestimable de los grandes medios de comunicación masivos,20 en un nuevo sentido común hegemónico que representa una de las máximas consecuencias, más que una causa, de la nueva filosofía utilitarista dominante. Es la misma lógica discursiva que pudo llevar al economista y miembro de la fundación ultraliberal FIEL Ricardo López Murphy, en marzo de 2001, a intentar, como ministro de Economía del ex Presidente argentino Fernando de la Rúa (1999-2001), un fenomenal plan de ajuste de dos mil millones de dólares, que incluía recortes en las asignaciones familiares y en las universidades públicas que terminaban en su arancelamiento selectivo, con el objeto de afrontar los pagos de la deuda externa (Bembi y Nemiña 2007).
Sólo la digna oposición de los trabajadores y sectores medios estudiantiles articulados pudo oponerse a este verdadero intento de asumir la lógica de la eficiencia deshumanizada en la función pública; una lógica excluyente que luego se profundizaría en el mes de julio de 2001, con el ajuste del 13% a los empleados públicos de menores ingresos decretado por el entonces nuevamente ministro de Economía, Domingo Cavallo, para intentar evitar el drenaje de capitales hacia el exterior y la desconfianza de los agentes del mercado frente a una posible salida del Régimen de Convertibilidad (Bembi y Nemiña 2007).
En todos estos casos, y son sólo un par de ejemplos entre muchos otros,21 la filosofía instrumental hegemónica se repite. Así, lejos de buscar una racionalidad alternativa que defienda un proyecto colectivo guiado por un principio ético-político de búsqueda del bien común y de integración económica y social de las masas excluidas; lejos de buscar un gobierno que tenga en cuenta el derecho de los miembros de la colectividad a “gozar de todos los derechos de ciudadanía” (Nun 2001:98), mediante este tipo de privatizaciones y ´ajustes´ del ´gasto´ público (término que no casualmente reemplaza a la noción más acorde de inversión pública), se incentiva un modelo elitista y excluyente de ´democracia´ gestionaria y meramente formal que sólo defiende los intereses particulares de los grandes empresarios y accionistas en su asociación directa con el estado y los problemas económicos de caja (tal como ocurriría con la famosa ley de ´déficit cero´ de De la Rúa). En ese contexto, la defensa de las demandas del pueblo, en tanto concepto sociopolítico clave que, en su versión de ´inclusión radicalizada´, se refiere a la satisfacción de las diversas demandas insatisfechas de los sectores excluidos del orden de la comunidad (Barros 2006), por mucho los más necesitados de la intervención y regulación estatal, quedan en un lugar marginal y sólo se hacen presentes cuando los propios problemas de caja del estado y los propios intereses capitalistas de los grandes empresarios voraces de acumular más y más ganancias, los requieren para su propia supervivencia.
Así, como se ha puesto de manifiesto en la reciente crisis financiera mundial, estos defensores de la filosofía utilitaria, que lejos de ser ortodoxos de la teoría neoclásica son más bien pragmáticos encubiertos,22 no dudaron en exigir al estado que interviniera masivamente en la economía para incentivar el consumo interno y ´salvarse´, de este modo, de la caída en el estatus alcanzado, al tiempo que se lograba resguardar su seguridad personal de los efectos sintomáticos generados por la propia lógica capitalista subyacente (robos, violencia social, inseguridad).
4. Conclusiones: hacia una nueva filosofía social ética y solidaria
En este trabajo interpretativo nos hemos propuesto criticar la idea hegemónica actual que tiende a ver a la lógica instrumental del utilitarismo liberal como la única válida y posible, y, peor aún, como el objetivo y ejemplo primordial a seguir para alcanzar la felicidad individual. Con la ayuda inestimable de los grandes medios de comunicación de masas, especialmente la televisión y muchos de sus intelectuales orgánicos, incluyendo también a gran parte del establishment nacional e internacional, este modelo de ´gestión´ supuestamente apolítico basado en la lógica individualista costo-beneficio, ha logrado constituir un nuevo sentido común hegemónico que deja “fuera del juego” a quienes intenten plantear una alternativa diferente no guiada por el mero afán de lucro como objetivo ´natural´ a seguir. Sin embargo, no por ser difícil, la lucha contra este modelo promotor de la exclusión social resulta imposible.23
Para ello, como señalamos, se debe luchar de forma prioritaria por terminar con las ideas fuertemente sedimentadas en el seno de las sociedades. En efecto, actualmente, en particular tras la reciente crisis de Wall Street, asistimos a una crítica demoledora de los principios del modelo de acumulación neoliberal que ha dominado a escala mundial en las últimas décadas. Esta crítica incluye, además, a muchos de los políticos, teóricos y ´analistas simbólicos´ que, hasta no hace mucho tiempo atrás, defendían sus principales lineamientos como una verdad revelada e incuestionable. Ahora, estos mismos sectores del establishment apoyan una mayor intervención selectiva del estado para garantizar la ´gobernabilidad´ política del sistema, tal como se puso de manifiesto en el reciente ´salvataje´ del estado estadounidense de la multinacional automotriz General Motors, para no hacer mención a la inyección monetaria expansiva, y muy poco neoliberal, que han aplicado la mayoría de los países centrales con el objeto de fomentar la recuperación económica.
Sin embargo, dejando de lado esta saludable crítica a la teología neoliberal, la lógica pulsional de ganar más y más dinero como sea y la promoción del consumismo irrestricto como método de alcanzar presumiblemente la felicidad individual, del mismo modo que el modelo de gestión empresarial tecnocrático del espacio público, ¿son puestos en cuestión de la misma forma? En otras palabras, ¿existe en la actualidad una verdadera crítica a los valores de la racionalidad instrumental y utilitaria que acompañe a la crítica a los efectos regresivos generados por las políticas de reducción de la función social del estado benefactor? El ejemplo de empresarios políticos ´exitosos´ como Silvio Berlusconi en Italia, Mauricio Macri en Argentina y, más recientemente, el electo presidente Sebastián Piñera en Chile, dueño de una fortuna estimada en 1.000 millones de dólares y actual titular del club de fútbol Colo-Colo y del canal de televisión Chilevisión, nos muestra que no.
Es por eso que hemos intentado contribuir a este debate en las páginas precedentes. Intentamos mostrar que la presencia de esta lógica dominante que sólo busca racionalizar costos para maximizar beneficios del sector privado, una lógica del homo economicus que ha llegado al extremo en los últimos años al compás del éxito hegemónico del neoliberalismo y la expansión mundial de la lógica mercantil, no duda en anteponer los números fríos de la economía y la defensa de intereses meramente particulares, por encima de las demandas insatisfechas de la sociedad y la defensa de los sectores más desposeídos, aquellos sectores históricamente despreciados por el establishment que deberían ser prioritariamente protegidos por los gobiernos. De este modo, se coloca siempre como variable de ajuste a los sectores sociales más necesitados, defendiendo como principal prioridad el equilibrio macroeconómico de las finanzas y la defensa del ´ethos de clase´ empresarial.
En ese contexto en favor de una democracia excluyente y segregativa, que en realidad nada tiene de verdadera democracia más que su formalidad, queda claro que para la lógica empresarial aplicada a la política, los servicios sociales que deberían ser una función indelegable del estado al servicio de necesidades públicas universales, cuya insatisfacción genera graves carencias, se trasmutan por el nuevo discurso hegemónico en bienes que deben buscar como objetivo principal la eficiencia y la maximización de ganancias económicas individuales del sector privado. En dicho marco despolitizador de la economía y autonomizado de la sociedad, los ciudadanos pasan a ser ahora considerados consumidores y usuarios, favoreciendo la lógica utilitaria del modelo de gestión restrictivo y particularista, en desmedro de la función de universalidad y derechos comunes que debería ser el ejemplo en una sociedad democrática e incluyente (Karol 2002).
Pero además, se sigue pensando que el modelo desideologizado y despolitizado de gestión empresarial, el modelo del ´mundo de los negocios´, constituye el ejemplo a seguir y a promover en la función pública. Los actuales casos ´exitosos´ de empresarios devenidos políticos como los que hemos abordado en este artículo, no son más que algunos ejemplos entre muchos otros que nos permiten poner en evidencia que la lucha política debe comenzar por la batalla por las ideas. Se trata, en ese sentido, de colocar el eje en la lucha hegemónica, intentando deshacer mediante diversos argumentos y ejemplos concretos y fundamentados en una base ético-social (por lo tanto, política),24 estas lógicas hegemónicas de sentido común que han logrado sedimentarse como verdades tácitas y universales que, como tales, quedan fuera del ámbito formal de discusión y debate público.
Como lo ha destacado recientemente el célebre historiador inglés Eric Hobsbawn (2009), la única forma de terminar de enterrar este ´fundamentalismo libremercadista mundial´ que ha fracasado en todo el planeta una y otra vez, consiste en promover un conjunto de iniciativas públicas mixtas que dejen de pensar en el crecimiento económico y la defensa de los ingresos personales del sector privado como objetivos prioritarios. En su lugar, se debe comenzar a valorizar y enfatizar el mejoramiento social colectivo y los principios clásicos de justicia social en beneficio de todas las vidas humanas. Es decir, se trata de terminar con la lógica de promoción del crecimiento económico de los más ricos para el posterior ´derrame´ de las riquezas hacia las capas más pobres (una cuestión que, por otra parte, ha mostrado en reiteradas oportunidades su carácter puramente mítico), para pensar ahora en los beneficios colectivos derivados de la redistribución progresiva de las riquezas, en un marco de crecimiento económico, hacia los sectores más desfavorecidos.
Esta nueva meta a defender, que incorpora una dimensión ética de carácter comunitaria que ya se hallaba implícita en la definición original aristotélica de lo que representa toda polis, no debe ser pensada como una propuesta meramente irracional, lo que nos retrotraería al discurso hegemónico. Por el contrario, debe entenderse como instituida dentro de una nueva racionalidad solidaria de carácter colectiva y dialógica. Una nueva racionalidad que tiene como objetivo fundamental plantear una alternativa antagónica al modelo dominante centrado en el egoísmo y la satisfacción del interés puramente individual.
Pero además de integrar a la economía con la ética social y la defensa de los más necesitados, un imperativo que se acrecienta en un mundo en el que, según datos oficiales de la FAO, más de mil millones de personas pasan hambre y una sexta parte de la humanidad se encuentra desnutrida,25 se debe pensar necesariamente a la economía en su interrelación recíproca con el (inherente) poder político, luchando contra la hegemonía de las visiones tecnocráticas y gerenciales. Estas visiones empresariales afirman que se debe administrar y gestionar la Cosa Pública como si el estado fuera una empresa más que debe limitarse a buscar consensos, diálogo y cooperación deliberativa entre las partes. De este modo, lo que se logra, ya sea de forma intencional o no, es despolitizar completamente a la economía, eliminando del seno de la sociedad el conflicto y la presencia de cosmovisiones antagónicas que resultan constitutivas de todo ordenamiento social.
Es sólo poniendo en cuestión estas ideas y valores fuertemente sedimentados del modelo hegemónico utilitarista y desideologizado, un modelo individualista que se replica parcialmente en la lógica tecnocientífica, como seremos capaces de pensar en una alternativa efectiva que sea capaz de oponerse a las formas de dominación actuales, signadas por la preponderancia de la política de la antipolítica y la defensa de la pura lógica del afán incesante de lucro capitalista.
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*** Abstract
In the last thirty years we attended to a world-wide expansion of an economic system characterized by the capitalist voracity by obtaining and maximization to any cost of gains for the centers of establishment national and international. This voracious system left to a side the defense of the communal property to defend the purely particular search of individual interests of the private sector. In this way, the economy, instead of being to the service of the society, took refuge in its own egoistic interest. This work sets out to contribute to the expansion of a new model of development that puts in the first place the ethics and public solidarity instead off the egoistic defense of the particular interests. For it, it is maintained that previously certain settled principles must be questioned that take to think that the search of a greater economic yield must be the ´natural´ objective that it must develop all individual located within the present capitalist system. Starting off from that base, it tried to disassemble some of the postulates of common sense that usually accompany to this type of hegemonic speech.
* Este artículo fue publicado originariamente en la revista Persona y Sociedad, Volumen 24, Número 1, Universidad Alberto Hurtado, Santiago de Chile, Chile, Mes de abril de 2010, páginas 85-109. ISSN: 0716-730X. Disponible en su versión en línea en: http://biblioteca.uahurtado.cl/ujah/pys/docs/2010/abril/24_1_pp85_109.pdf
** Magíster en Ciencias Sociales (FLACSO), Becario Doctoral (CONICET-UBA). Correo electrónico: herfair@hotmail.com
1 Algunos datos estadísticos de este proceso provistos por el Banco Mundial y correspondientes al año 2003, cuando es posible señalar que termina la fase extrema de aplicación de las reformas de mercado en la mayoría de los países de la región, indican que el decil más rico de la población de América Latina y el Caribe se quedaba con el 48% del ingreso total, mientras que el decil más pobre sólo recibía el 1,6%. Por su parte, en las naciones industrializadas, el decil superior recibía el 29,1%, mientras que el decil inferior recibía el 2,5%. Si se aplica este sistema mediante el denominado Índice de Gini, que mide estadísticamente la tasa de desigualdad social en la distribución del ingreso y el consumo, se puede destacar también que desde la década de 1970, hasta la de 1990, la desigualdad social en América Latina y el Caribe fue superior en 10 puntos porcentuales respecto de Asia; en 17,5 puntos respecto de los 30 países de la OCDE y en 20,4 puntos respecto de Europa Oriental (Banco Mundial 2003).
2 Cabe hacer mención aquí, de todos modos, a las limitaciones del modelo inicial aristotélico, en tanto la comunidad defendida era básicamente un modelo aristocrático en la que gobernaban los `pocos´, por sobre los ´muchos´. Al respecto, puede consultarse Penchaszadeh (2005).
3 En realidad, para ser más precisos, el antecedente inicial de la crítica de los principales teóricos de la llamada Escuela de Frankfurt al consumismo capitalista, nos remite indefectiblemente a la propia crítica de Marx al funcionamiento del sistema capitalista, un sistema que, como ya lo había destacado desde un enfoque diferente Rousseau, se basa en una lógica de alienación o separación con respecto al producto que él mismo genera. En el caso del período en el que escribía Marx, sin embargo, la alienación se producía en el momento en que “el obrero, cuantos más objetos produce, menos puede poseer” (Marx 1972:101). En la Teoría Crítica de la Escuela de Frankfurt, en cambio, los elevados salarios le permitían al obrero acceder a todo tipo de productos ofrecidos por el mercado, aunque a cambio de continuar convertido en una máquina productora que sólo vivía para consumir y trabajar, por lo que continuaba por otros medios con su alienación. Como destacaba Marcuse, “la llamada economía del consumo y la política del capitalismo empresarial han creado una segunda naturaleza en el hombre que lo condena libidinalmente a la forma de una mercancía. La necesidad de usar estos bienes de consumo, incluso a riesgo de la propia destrucción, se ha convertido en una necesidad biológica”. En ese marco, para Marcuse, “la segunda naturaleza del hombre milita así contra cualquier cambio capaz de trastornar y quizás aún de abolir esta dependencia del hombre cada vez más densamente colmado de mercancías”. Concluye, entonces, que “el proceso productivo del capitalismo avanzado ha alterado la forma de dominación: el velo tecnológico cubre la presencia descarnada y la operación del interés de clase en la mercancía” (Marcuse 1975:19). Luego veremos las transformaciones que sufre este proceso en las actuales sociedades ´pospolíticas.
4 Esta lógica hegemónica, que promueve la felicidad personal por la vía del consumo, ha llevado a algunos teóricos heterodoxos a exigir al estado una regulación de los contenidos exhibidos en los medios de comunicación, a fin de obligar a las empresas a competir explicitando los efectos potencialmente negativos a mediano y largo plazo de sus productos y no sólo los efectos positivos en el corto. El ejemplo más concreto de este hedonismo cortoplacista es la comida chatarra de las multinacionales y la promoción del consumo de tabaco y alcohol, cuyos efectos potencialmente negativos para la población son omitidos, al tiempo que se muestra, únicamente, su supuesto factor de incentivo a la felicidad y el disfrute personal (véase Medina Ávila 2007). Cabe destacar, de todos modos, que en los Estados Unidos, a pesar del fuerte lobby empresarial, el recientemente electo Presidente Barack Obama ha logrado sancionar una ley que permitirá la regulación de la producción, venta y marketing de cigarrillos y otros productos con tabaco, en lo que puede considerarse una victoria histórica contra este producto adictivo y altamente mortal (citado en Clarín, 13/06/09).
5 Estas dos estrategias discursivas, la de presentarse ante el conjunto de la sociedad como ajeno a las disputas ideológicas y al componente antagónico de lo político y, al mismo tiempo, promotor de la gestión y la eficacia en el sector público, junto con la identificación psicosocial que lograría establecer con los sectores populares a partir de su vinculación con el club local Boca Juniors, son dos de las principales claves que explican el voto triunfante a su candidatura a Jefe de Gobierno de 2007 en la Ciudad de Buenos Aires. Respecto de los límites de la explicación meramente racionalista y sociologicista del voto duro, véase el trabajo en clave crítica de Gallo (2008b).
6 Se ha señalado, además, que a comienzos de la década de 1990 De Narváez intentó suicidarse frente a la excesiva presión empresarial que sufría, aunque luego logró recuperarse y seguir adelante. En lugar de ver las ansias de acumular éxito y riqueza como desencadenantes, y criticarlo por ello, se lo suele elogiar por su capacidad de superación y triunfo. De este modo, se puede observar nuevamente la importancia que adquiere la lógica de éxito utilitaria en los tiempos que vivimos.
7 Cabe mencionar que De Narváez ingresó a la política partidaria como financista del ex Presidente Carlos Menem durante su intento de ser electo por tercera vez al frente del Poder Ejecutivo en el año 2003. Macri, por su parte, es hijo del presidente del Grupo Macri, una de las empresas más importantes de la denominada Patria Contratista, que fueran particularmente favorecidas por las prácticas de sobreprecios, regímenes de promoción industrial y subsidios estatales durante las décadas de 1970 y 1980. Al respecto, véase por ejemplo Castellani (2006).
8 En efecto, De Narváez es dueño de la radio local La Red y del diario El Cronista Comercial, además de accionista del canal de aire América TV y América 24, entre otros. Como se destacado (véase AAVV 2009), “Esta condición le fue provechosa, ya que utilizó estos medios de comunicación para realizar su campaña en las elecciones para legisladores nacionales del 28 de junio de 2009. Esta situación no sólo es ilegal (incluso la actual Ley de radiodifusión lo prohíbe) sino que constituye un atentado a la democracia. Es inconcebible que un funcionario público posea medios de comunicación donde puede hacer propaganda partidaria en su beneficio personal exclusivo”.
9 Muchos análisis críticos señalan también los efectos depredadores de esta lógica utilitaria sobre el medio ambiente y la necesidad simultánea de pensar en una alternativa que se ocupe y preocupe de los problemas ambientales y la defensa de la diversidad biocultural y la conservación biológica. En esta línea véanse, por ejemplo, los trabajos de Torrealba y Carbonell (2008) y Leff (2008).
10 “El ser ahí cotidiano encubre regularmente la posibilidad más peculiar, irreverente e irrebasable de su ser. Esta fáctica tendencia al encubrimiento prueba la tesis de que el ´ser ahí´ es en cuanto fáctico en la ´falsedad´. Según esto, tiene que ser la certidumbre perteneciente al semejante encubrir el ´ser´ relativamente a la muerte un inadecuado ´tener por verdadero´, no precisamente una falta de certidumbre en el sentido de dudar. La certidumbre inadecuada mantiene aquello de que es cierta en el ´estado de encubierto´” (Heidegger 1991:280).
11 Este goce, que no debe confundirse con el placer (en tanto es también, en muchos casos, un goce masoquista que se basa en el placer derivado del dolor físico), es, en los términos de Lacan, “el goce que falta que no haya” (Lacan 2008:74), esto es, la posibilidad de que, mediante el acceso al consumo y el disfrute personal, se logre constituir un orden social sin la presencia de una falta estructural. En los términos de Zizek (2005), un puro orden simbólico que forcluye la dimensión constitutiva de lo Real.
12 Precisamente en ese marco, como un padre obsceno que tapa la castración, al tiempo que la promueve en un plus de goce que excede al ideal, en tanto imposible de llenar de forma plena la falta, es como puede pensarse de forma exploratoria la emergencia de un discurso capitalista como el que hegemonizó el espacio público durante la década de 1990 en muchos países del planeta, entre ellos Argentina.
13 En las elecciones legislativas realizadas en junio del 2009, el candidato a diputado por la Provincia de Buenos Aires, Francisco De Narváez, realizó una excelente elección en la que ocupó el primer lugar con el 34,5% de los votos, desplazando al segundo lugar al oficialismo. El partido de la nueva derecha moderna liderado por Mauricio Macri, conocido como Unión-PRO, obtuvo, además, una cómoda victoria electoral en la Ciudad de Buenos Aires, con poco más del 31% de los votos (Clarín, 01/07/09).
14 Como destaca Lafiosca (2009) a partir de su análisis de la Ley Federal de Educación Pública de 1993, “La lógica del modelo neoliberal primó en la orientación ideológica de esos debates, a los que imprimió su sello a través de las recomendaciones y las propuestas elaboradas por los organismos financieros internacionales y por diversos institutos de estudios económicos y políticos privados”.
15 Recordemos que durante su gobierno no sólo se llevó a cabo un proceso de desregulación, apertura y privatización inéditos con la excusa de obtener la confianza de los núcleos de poder empresarial, sino que además, esta filosofía fue llevada a un extremo, al venderse incluso los recursos naturales como el petróleo. Por otra parte, la desregulación financiera llegó al extremo de dejar a un lado la necesidad de controlar de algún modo los flujos de capitales especulativos. Esto ha llevado a algunos autores a señalar que la experiencia de reformas de mercado en la Argentina fue la más profunda de todo el planeta, sólo superada por la experiencia de la ex Unión Soviética (véase, por ejemplo, Abeles 1999).
16 Muchos seguramente recuerdan de qué modo en el programa de televisión nacional de Antonio Gasalla de los años noventa se criticaba con un sketch humorístico (la forma más sutil de expresar una ideología) a la burocratización e ineficiencia de las empresas públicas. De forma menos sutil, pero igualmente formadora de sentido común, el periodista Bernardo Neustadt señalaba también, desde su programa de televisión “Tiempo Nuevo”, la ineficiencia y burocratización que caracterizaba a las empresas del Estado, exigiendo que el sector privado se hiciera cargo de su control y ´eficientización´.
17 De más está decir que el resultado del proceso privatizador no fue ni más eficiencia ni más inversiones. Por el contrario, terminaron conformándose monopolios y oligopolios no innovadores ni transitorios en casi todas las privatizaciones y la pérdida de miles de puestos de trabajo. Al respecto, véanse Abeles (1999), Nochteff (1999) y el propio trabajo de Thwaites Rey (2003), entre otros.
18 Lógica que, por otra parte, se extiende también al campo de las organizaciones sindicales, guiadas cada vez en mayor medida por la mercantilización de los servicios sociales, tal como se pone en evidencia en el funcionamiento del Sistema de Obras Sociales y en la formación de las Administradoras de Fondos de Jubilación y Pensión (AFJP) y Aseguradoras de Riesgos del Trabajo (ART), organizadas por los sindicatos peronistas durante la década del ´90 en Argentina. Sobre las características asumidas en el caso argentino durante la década de los ´90 y la transformación identitaria de las organizaciones sindicales en “sindicatos de negocios”, véanse Murillo (1997) y Palomino (2003). Para un análisis más global de este proceso, véase el análisis comparativo de Murillo (2008).
19 De allí que, desde una visión heterodoxa que acepta los antagonismos de intereses como constitutivos y la imposibilidad del mercado de ´autorregular´ esos conflictos, sea necesario implementar impuestos progresivos que redistribuyan el ingreso desde los sectores más pudientes hacia los más desposeídos.
20 Resulta más que evidente que el sketch de humor político del programa televisivo de Marcelo Tinelli conocido como “Gran Cuñado”, que parodia a los políticos argentinos con el formato de entretenimientos de Gran Hermano, ya sea de forma consciente o inconsciente, resulta plenamente funcional al nuevo estilo de gestión antipolítica y a la idea subyacente de que se asiste a un mundo no ideológico. Para más ejemplos en esta línea desideologizante de la función pública, véase Gallo (2008a). Hemos criticado también este tipo de discursos de la antipolítica que eliminan los antagonismos constitutivos en pos de un mundo que se encuentra “más allá de la izquierda y la derecha” en Fair (2008).
21 Durante el gobierno de la Alianza (1999-2001), el ministro de Economía José Luis Machinea, por ejemplo, también llevó a cabo un ´ajuste´ en los aportes de los jubilados con el objeto de alcanzar el famoso ´déficit cero´. Es decir, nuevamente se antepusieron los fríos números de la ´ciencia´ económica, a la necesaria integración social. Además, debemos recordar que en 1993 la fundación neoliberal FIEL apoyó la sanción de una Ley Federal de Educación en la que se criticaba la gestión estatal por ´ineficiente´ y ´burocrática´ y se proponía que las políticas para ese sector fuesen públicas, pero bajo la administración y gestión privada. Al respecto, véase Lafiosca (2009).
22 En efecto, como señala en una nota Joseph Stiglitz (2008), desde Ronald Reagan en adelante, “se ha utilizado selectivamente la retórica sobre el libre mercado, aceptada cuando servía a intereses especiales y desechada cuando no”.
23 El ejemplo de ello lo dan los nuevos enfoques teóricos en favor de una ´economía solidaria´ o ´economía de la solidaridad´ que, desde su lucha iniciada hace dos décadas, han logrado convertirse en una verdadera subdisciplina de la economía que busca la inclusión de la ciudadanía en un plano de integración social conjunta. Sobre las características teóricas de este enfoque alternativo, véase Gaiger (2004). En cuanto a sus antecedentes y aplicaciones sociohistóricas en diversos países del planeta, véase Guerra (2004). Finalmente, para comprender algunos de los motivos que impiden un mayor desarrollo y expansión de este enfoque en países como Argentina, véase Coraggio (2003).
24 Como destaca el gran teórico y filósofo esloveno Slavoj Zizek, toda perspectiva ética se presenta como antipolítica (por ejemplo, Bush invadió a Irak con la perspectiva de ´libertad para el pueblo iraquí´). Sin embargo, implícitamente corresponde a la promoción de una visión general del mundo (en este caso, la liberal-individualista) que, además, “sirve a propósitos específicamente económico-políticos” (en este caso, el incremento de las ganancias de las empresas transnacionales derivado del petróleo). En ese contexto, la “suspensión política de la ética” corresponde al deber de dar cuenta del “gesto violento de despolitización” y, a su vez, de la funcionalidad de este tipo de visiones antipolíticas para “elaborar un proyecto colectivo positivo de transformación sociopolítica” (Zizek 2005, especialmente pp. 192-198).
25 Datos oficiales extraídos de http://www.fao.org/news/story/es/item/20694/icode/
En Globalización: HERNÁN Fair
Junio 2010 Las falacias del modelo neoliberal. Consideraciones a partir del caso argentino en los 90
Sept 2009 El sistema global neoliberal
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