Recordando a Mario Vargas
A propósito del Premio Nobel de Literatura
Guillermo Ruiz Torres
bolpress
En pleno fragor de la campaña presidencial de 1990 tuvo lugar un debate entre los principales contendientes, Alberto Fujimori, quien después sería elegido presidente con dramáticas consecuencias para la mayoría expoliada del país, y el laureado escritor Mario Vargas Llosa. El genocida Fujimori era ya asesorado por agentes del servicio de inteligencia que habían estudiado los puntos débiles del escritor. Con la consabida malicia que caracteriza a estos personajes le recomendaron a Fujimori que se dirigiera a su contrincante en el debate televisivo como “Mario Vargas” y no como “Mario Vargas Llosa”.
Los esbirros sabían que el escritor era muy sensible a ser llamado “Vargas” lo que significa, en el Perú clasista, racista y post-colonial, ser cualquier hijo de vecina. “Vargas Llosa” suena, por otro lado, bien; se lo asocia con la élite y la plutocracia peruana. Y así fue. Tras ser llamado repetidas veces “Vargas” el escritor perdió los papeles y demandó enérgicamente ser llamado con sus dos apellidos. Punto para Fujimori.
Esta anécdota dice mucho sobre Mario Vargas Llosa que acaba de ser galardonado con el Premio Nobel de Literatura. Y dice mucho sobre un escritor que siendo joven, y quizás siguiendo los vientos alborotados de los 60, se reputaba de izquierda para irse convirtiendo con el tiempo en uno de los más acérrimos defensores del sistema neoliberal. Esto, aunado a su protagonismo político, hace del escritor un personaje controvertido sobre todo en el Perú. En estos momentos casi la totalidad de los políticos, periodistas e intelectuales peruanos llaman a cerrar filas apoyando el Premio Nobel más allá de circunstanciales desavenencias ideológicas o políticas. Hasta medios periodísticos y políticos que se dicen de izquierda celebran con algarabía la condecoración al escritor peruano. Todos parecen olvidar el personaje político y público Vargas Llosa, es decir qué y a quién defiende este desde hace ya más de tres décadas.
Nadie puede negar la calidad de Vargas Llosa como escritor. La Academia Sueca no esta muy lejos de la verdad al afirmar que se encuentra en su obra una realizada “cartografía de las estructuras del poder y aceradas imágenes de la resistencia, la rebelión y la derrota del individuo”. El nobel peruano posee una capacidad impresionante para captar personajes y realidades, y plasmarlas en tinta en sus más intrincados vericuetos. Eso lo demuestra, por ejemplo, en Conversación en la Catedral: una obra donde salda cuentas con una izquierda más radical en la cual tuvo una militancia fugaz. Vargas Llosa desliza su crítica a las taras de una izquierda atrapada en su rigidez y falta de creatividad, así como a muchos de sus militantes de estratos pequeñoburgueses que no pueden vencer su mediocridad y falta de consecuencia. Curiosamente, la etapa más rica del escritor peruano, con obras como la arriba mencionada Conversación en la Catedral o su excepcional La Guerra del Fin del Mundo, fue durante su época más progresista. Pero más allá de elucubraciones respecto a una posible correlación entre una obra lograda y el compromiso político, se debe dejar sentado una vez más que nadie niega la capacidad literaria del recientemente galardonado peruano.
Es necesario recordar, sin embargo, quién es el personaje político Vargas Llosa a quien el mundo entero hoy vanagloria, no sólo por sus cualidades literarias, sino por su defensa de la libertad. Refresquemos la memoria. Su papel más nefasto lo cumplió cuando fue miembro de la Comisión Investigadora sobre los Sucesos de Uchuraccay sobre la masacre de ocho periodistas peruanos. Cabe recapitular los hechos. En 1983, un grupo de periodistas fue a Ayacucho, una provincia en el sur de los Andes peruanos, a cubrir una nota sobre el ajusticiamiento de presuntos miembros de la guerrilla del PCP-“Sendero Luminoso” a manos de la comunidad campesina de Huaychao cercana a la población de Uchuraccay. Por esa época, las Fuerzas Armadas comenzaban a usar la táctica de armar a campesinos para enfrentar a los alzados en armas que también eran en gran parte campesinos quechuahablantes. Es la misma táctica contrarevolucionaria que se usó en Vietnam, Nicaragua y Guatemala de enfrentar pueblo contra pueblo.
Cuando los periodistas llegaron a Uchuraccay indagando sobre lo que había pasado la semana anterior en el poblado vecino, se encontraron con una masa enardecida que les dio muerte a golpes y machetazos. En esta comunidad, la Marina, que había sido enviada para “pacificar la región”, apoyaba una fuerza paramilitar que llamaron eufemísticamente “ronda campesina”; más tarde recibirían el pomposo nombre de “Rondas de Defensa Civil”. Tras algunas investigaciones independientes, se llegó a la conclusión que los pobladores de Uchuraccay le habían dado muerte a los periodistas por considerarlos “terroristas”. Esta había sido la consigna que les había dado la Marina, la de matar a cualquier extraño en la zona. Y lo habían hecho a pesar que los periodistas habían suplicado de rodillas por sus vidas, tal y como lo demostró el material gráfico encontrado poco después de la masacre. Las Fuerzas Armadas trataron desde un principio de tergiversar los hechos para eximirse de cualquier responsabilidad.
La citada Comisión Investigadora presidida por Vargas Llosa llegó a la conclusión que la masacre era producto de la existencia de “diferencias culturales entre los campesinos quechuahablantes y los periodistas provenientes de un mundo urbano” y que las “Fuerzas Armadas no habían tenido ninguna responsabilidad en el hecho”. Conclusiones que estaban reñidas con todas las evidencias y la lógica más simple, sobre todo teniendo en cuenta que los pobladores victimarios estaban en contacto constante con militares y policías. De esta manera, Vargas Llosa exculpó al Estado peruano y las Fuerzas Armadas de toda responsabilidad en la masacre, y formuló la tesis que los pobladores andinos eran pobres ignorantes, semi-salvajes que se hallaban atrapados en una suerte de vorágine de “violencia propia del mundo andino”. En una entrevista posterior dada a la revista Caretas el novelista sostiene incluso que la masacre era resultado de la existencia de “dos Perús”, uno compuesto por hombres que viven en el siglo veinte y otros, como los pobladores de Uchuraccay, que viven en el siglo 19 o incluso en el siglo 18. Esta era la oportunidad para criticar la política de militarización de los Andes peruanos y la abdicación del Estado de Derecho que costaba la vida ya a miles de peruanos. Vargas Llosa prefirió avalar una política contrainsurgente violatoria de derechos humanos entrando así con méritos propios al nefasto libro negro de la infamia en la ya de por si negra Historia del Perú oficial.
El novelista ha seguido demostrando su desprecio por la cultura indígena, que él la considera como símbolo del atraso, enemiga del llamado progreso y de la modernidad. En su ensayo La utopía arcaica. José María Arguedas y las ficciones del indigenismo, Vargas Llosa pretende romper con el mito del indigenismo que es una corriente literaria que reivindica el mundo andino. Afirma que fue “una ficción ideológica, de corte pasadista y reaccionaria...colectivista, mágica, irracionalista, antimoderna y antiliberal”. Más allá de que uno pueda coincidir con alguna de las tesis de Vargas Llosa, con respecto a la idealización del mundo andino, lo central es que lo niega en sus valores, en tanto espacio socio-cultural que forme parte de un proyecto de sociedad. De esta manera, Vargas Llosa representa el lado oscuro de la modernidad: el de negar la validez de realidades que contradicen el principio uniformizante de la modernidad y del llamado progreso. El Indigenismo contribuyó ostensiblemente a la revaloración del mundo andino que había sido percibido (y aún hoy) como sinónimo de atraso y pobreza de espíritu. El Indigenismo contribuyó, a su vez, para fortalecer la conciencia rebelde de intelectuales y pobladores andinos sobre las injusticias y el maltrato milenario que los ha acosado.
Esta negación explícita de otras realidades que no son las suyas, así como su papel de librar de responsabilidad al Estado peruano y a las Fuerzas Armadas en la masacre de Uchuraccay, están reñidas con su reputada imagen de paladín de la libertad. Y es que Vargas Llosa no es un defensor acérrimo de la libertad entendida como la capacidad de poder decidir. Es un denodado defensor de la libertad de las transnacionales. Para él, la libertad es sobre todo la libertad de invertir a costa de los pulmones de los mineros destrozados en los socavones de las empresas mineras, a costa de tierras arrasadas por el monocultivo y pesticidas impuestos por las multinacionales de las industrias alimenticias. Sobre todo en los últimos años, el novelista peruano se ha cuidado de no dejar la imagen de un filo fascista. Se ha pronunciado contra el racismo en Europa, contra el vil asalto de fuerzas israelitas a una fragata de solidaridad que pretendía hacer ingresar alimentos a Gaza este año o contra los decretos que recientemente ha intentado aprobar el gobierno de García Pérez en el Perú para garantizar la impunidad de militares y policías responsables de la desaparición y el asesinato de miles de peruanos en el marco de la lucha contrasubversiva. Pero el que pesa largamente es el Vargas Llosa que desde hace años despotrica contra Cuba, Castro, Chávez, Morales, Sendero Luminoso, las FARC, el Foro Social y contra todo aquello que huela mínimamente a proyecto revolucionario o social o incluso a derechos colectivos. Vargas Llosa propugnaba y propugna la “libertad individual”. Una libertad individual que no puede ejercer un obrero que recibe un sueldo miserable de la clase empresarial a la que Vargas Llosa apoya a capa y espada. Una libertad individual que no puede ejercer plenamente un campesino quechuahablante analfabeto, cuyas tierras comunales, que otrora eran inalienables, Vargas Llosa propugnaba dejar a merced de la pujanza de las transnacionales de los alimentos. Una libertad individual que no puede ser ejercida plenamente por millones de peruanos, víctimas del racismo de esas élites que Vargas Llosa defendía y sigue defendiendo.
Con tanta necedad ha defendido Vargas Llosa el modelo neoliberal que ha llegado verdaderamente al delirio. A raíz de la crisis económica del 2000 en Argentina, el escritor peruano escribió en El País que el culpable de la crisis eran “las secuelas de la políticas proteccionistas de Juan Domingo Perón (!!!)”. Por supuesto, el escritor peruano no lanzó ninguna crítica contra el saqueo que neoliberalismo salvaje de Menem hizo en la Argentina ni contra los bancos europeos que, al más puro estilo de embaucador y ladrón barriobajero, se fueron del país robándose los ahorros de miles de argentinos.
Consecuente con sus principios, el novelista fue candidato a presidente de la república del Perú por el movimiento Libertad que él fundó sobre la base la ideología neoliberal. El escritor prometía un cambio, pero el gran empresariado que lo acompañaba dejaba claro que si había algún cambio este sería en favor del gran capital. Al final perdió la carrera presidencial frente a Fujimori. Hacía finales de los ochenta la pobreza en el Perú alcanzaba más del 60% de la población y la pobreza extrema más del 30%. El escritor iba de la mano de esa clase empresarial que era uno de los principales responsables de dicha pobreza, y que durante años había medrado de subsidios estatales para hacer crecer sus riquezas, y que ahora reclamaba aun mayores beneficios.
Su retiro activo de la política no ha significado que Vargas Llosa se haya retirado de la misma. En las últimas elecciones presidenciales en el Perú, apoyó a Alan García quien fue responsable en su primer gobierno (1985-1990) de las mayores violaciones de derechos humanos durante la guerra contrainsurgente en los años 80 con un saldo de decenas de miles de muertos, desaparecidos, torturados y detenidos.
Más recientemente, Vargas Llosa tomó posición contra los pobladores de la provincia amazónica de Bagua en el Perú que en junio del 2009 se levantaron contra decretos que permitían la privatización de recursos forestales e hídricos con nefastas consecuencias para la vida de las comunidades nativas y el medio ambiente. Las comunidades nativas exigían tan solo ser consultadas antes que alguna empresa llevase a cabo alguna actividad exploradora o extractiva. Eran decretos con el más puro sello del lobby de las empresas petroleras y del gas. La rebelión fue sangrientamente debelada con un saldo de más de 30 muertos. El novelista apoyó los controvertidos decretos sosteniendo que la región necesitaba inversión privada. Y es que Vargas Llosa muy rara vez, si es que lo he hecho en alguna ocasión, ha afilado su pluma contra el capitalismo salvaje y depredador de las empresas transnacionales. Para criticar a Chávez, Vargas Llosa está siempre alerta. Pero no es así cuando se trata de denunciar a empresas mineras que contaminan ríos y valles, o a multinacionales que se benefician del trabajo infantil o incluso de esclavos, o los ínfimos salarios que reciben cientos de millones de obreros en el mundo que los mantienen en la miseria enriqueciendo principalmente el gran capital.
A decir de muchos, habría sido su derrotero político que lo había mantenido Vargas Llosa lejos del Premio Nobel. Pero parece que los tiempos cambian, y con ellos la Academia Sueca. Sobre todo cuando la derecha está en el gobierno ya desde años. Sin embargo, este cambio no significa que el Premio Nobel haya sido un referente. Cabe recordar que Sartre rechazó el premio en 1964. El autor de La náusea declaró, en una entrevista que le hicieran para la revista francesa Le Nouvel Observateur, el 19 de noviembre de 1964, que “si hubiera aceptado el Nobel -y aunque hubiera hecho un discurso insolente en Estocolmo, lo que hubiera sido absurdo- habría sido recuperado. Si hubiera sido miembro de un partido, del Partido Comunista, por ejemplo, la situación hubiera sido diferente. Indirectamente, hubiera sido a mi partido que el premio habría sido discernido; es a él, en todo caso, que hubiera podido servir. Pero cuando se trata de un hombre aislado, aunque tenga opiniones "extremistas" se lo recupera necesariamente de un cierto modo, coronándolo. Es una manera de decir: "Finalmente es de los nuestros". Yo no podía aceptar eso”. Vargas Llosa es uno de esos “nuestros” desde ya hace mucho tiempo, y desde hace mucha náusea política, en verdad.
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