Julio 2010
El fascismo financiero
Boaventura Da Sousa Santos
SUL 21.- Hace doce años publiqué, invitado por Mario Soares, un pequeño texto (Reinventar la democracia) que, por su extrema actualidad, no resisto la tentación de evocar aquí. En él considero que una de las señales de la crisis de la democracia es la emergencia del fascismo social. No se trata del regreso al fascismo del siglo pasado. No se trata de un régimen político sino de un régimen social. En vez de sacrificar la democracia a las exigencias del capitalismo, promueve una versión empobrecida de democracia que hace innecesario y hasta inconveniente el sacrificio. Se trata, además, de un fascismo pluralista y por tanto una forma de fascismo que nunca existió. En el libro identificaba hasta cinco formas de sociabilidad fascista, una de las cuales era el fascismo financiero. Decía entonces lo siguiente.
El fascismo financiero es quizá el más virulento. Manda en los mercados financieros de valores y de monedas, la especulación financiera global, un conjunto hoy designado como economía de casino. Esta forma de fascismo social es más pluralista en la medida en que los movimientos financieros son el producto de decisiones de inversores individuales o institucionales desperdigados por todo el mundo y, además, sin nada en común entre ellos salvo el deseo de realizar sus valores.
Por ser el fascismo más pluralista es también el más agresivo porque su espacio-tiempo es el más refractario a cualquier intervención democrática. Significativa a este respecto, es la respuesta del síndico de la bolsa de valores cuando le preguntaban que era para él el largo plazo: "largo plazo son para mí los próximos diez minutos". Este espacio-tiempo virtualmente instantáneo y global, combinado con la lógica del lucro especulativo que los sustenta, confiere un inmenso poder disciplinario al capital financiero, prácticamente incontrolable y lo suficientemente poderoso para sacudir, en segundos, la economía real o la estabilidad política de cualquier país.
La virulencia del fascismo financiero reside en que, siendo de todos el más internacional, está sirviendo de modelo a instituciones de regulación global progresivamente más importantes a pesar de ser poco conocidas del público. Entre ellas, las empresas de rating , empresas internacionalmente acreditadas para valorar la situación financiera de los Estados y los consiguientes riesgos y oportunidades que ofrecen a los inversores internacionales. Las notas atribuidas - que van de AAA a D - son determinantes para las condiciones en que un país puede acceder al crédito internacional. Cuanto más alta es la nota, mejores las condiciones. Estas empresas tienen un poder extraordinario. Según el columnista del New York Times, Thomas Friedman, "el mundo de pos-guerra tiene dos superpotencias, los EEUU y la agencia Moody's". Como se sabe, Moody's es una de las agencias de rating, junto a Standard and Poor y Fitch Investors Services. Friedman justifica su afirmación explicando que "si es cierto que los EEUU pueden aniquilar un enemigo utilizando su arsenal nuclear, la agencia de calificación financiera Moody's tiene poder para estrangular financieramente a un país, atribuyéndole una mala nota".
En un momento en que los deudores públicos y privados entran en una batalla mundial para atraer capitales, una mala nota puede significar el colapso financiero del país. Los criterios adoptados por las empresas de rating son en gran medida arbitrarios, refuerzan las desigualdades del sistema mundial y originan efectos perversos: el simple rumor de una próxima descalificación puede provocar una enorme convulsión en el mercado de valores de un país. El poder discrecional de estas empresas es tanto mayor cuanto les asiste la prerrogativa de atribuir atribuciones no solicitadas por los países o deudores valorados. La virulencia del fascismo financiero reside en su potencial de destrucción, en su capacidad para lanzar al abismo de la exclusión a países pobres enteros.
Escribía estas líneas pensando en los países del llamado Tercer Mundo. No podía imaginar que lo recuperara para pensar en países de la Unión Europea.
(Traducción del portugués: Antonio Baylos)
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