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Desarrollo y Dominación Hacia la descolonización del pensamiento subordinado al conocimiento autorizado por el más fuerte 1

José de Souza Silva2

E-mail: souzasilva2003@hotmail.com

San José, agosto de 2004

Resumen

Con la emergencia de los movimientos étnicos-sociales, los grupos históricamente silenciados están rompiendo el mapa hegemónico del conocimiento que hace del Tercer Mundo un receptor de valores, premisas, conceptos, teorías, modelos, paradigmas, etc., creados por “otros actores” en “otros lugares”. Ellos ya no aceptan que lo válido, relevante o verdadero sólo está presente en ciertas lenguas y viene sólo de ciertos lugares. Esta dominación epistémica influencia la forma de ser, sentir, pensar y actuar hasta de intelectuales progresistas que afirman pensar sistémica y críticamente la sostenibilidad del “desarrollo”. En sus prácticas discursivas, ellos no cuestionan al “desarrollo” mismo, solamente a sus adjetivos calificativos, reproduciendo siglos de hegemonía epistémica eurocéntrica.

Este trabajo es una deconstrucción de la idea de desarrollo; una invitación a la descolonización del pensamiento eurocéntrico, contribuyendo con: (i) un marco interpretativo desde una ética de la indignación con imperialismos antiguos y nuevos, quitándoles la máscara de cordero que oculta el rostro de lobo del “desarrollo” como hipocresía organizada para la dominación; (ii) un marco histórico de esta hipocresía durante el colonialismo imperial y en el actual imperialismo sin colonias; y, (iii) un marco ético para inspirar nuevos esfuerzos hacia la construcción de otro futuro, posible y necesario, donde la injusticia imperial no florezca y la felicidad de la mayoría sea una posibilidad. Su conclusión es un epitafio para la idea de desarrollo por organizar la hipocresía y legitimar la injusticia.

Palabras claves: desarrollo, dominación, pensamiento eurocéntrico, conocimiento, resistencia, poder.

Introducción

“Los esfuerzos masivos para desarrollar el Tercer Mundo…no fueron motivados por consideraciones puramente filantrópicas sino por la necesidad de traer el Tercer Mundo a la órbita del sistema comercial occidental para crear un mercado en continua expansión para nuestros [de Estados Unidos] bienes y servicios y como fuente de mano-de-obra barata y materia-prima para nuestra industria.

Este fue [también] el objetivo del colonialismo especialmente en su última fase…Existe una continuidad impresionante entre la era colonial y la era del desarrollo, tanto en los métodos usados para lograr sus objetivos como en las consecuencias ecológicas y sociales de aplicarlos” (Eduard Goldsmith, en Development as Colonialism; en Goldsmith 1996:253)

El trabajo construye un epitafio para la idea de desarrollo, a través de su deconstrucción desde la indignación de los subalternos con los paradigmas eurocéntricos y su hegemonía epistémica que nos hace rehenes del pensamiento subordinado al conocimiento autorizado por el más fuerte.

Disfrazado por muchos nombres (civilización, progreso) y oculto bajo varios rostros (colonización, globalización), el “desarrollo” ha sido desde 1492 la más atractiva idea galvanizando a gobiernos, líderes y sociedades, independiente de raza, religión e ideología. Sin embargo, por nunca cumplir sus promesas, funcionando apenas para organizar la hipocresía y legitimar la injusticia, esta idea ha fracasado. Para nuestra felicidad sostenibilidad de todas las formas de vida en el planeta, esta idea concebida por el más fuerte para explotar al más débil debe ser sepultada.

Históricamente, la idea de desarrollo ha sido validada a partir de falsas premisas, falsas promesas y soluciones inadecuadas. A través de regímenes de poder que controlan factores estratégicos de naturaleza material y simbólica, diferentes imperios han subordinado a personas, grupos sociales, comunidades, sociedades, economías, regiones y hasta continentes. Para legitimar las injusticias que emanan de las contradicciones que les son inherentes, estos imperios establecen un discurso hegemónico — para justificar su régimen de poder — del cual emanan reglas, premisas, prácticas sociales, objetos, verdades, realidades, etc., para institucionalizar su “derecho” a la dominación.

En occidente, el derecho del poder—el derecho del más fuerte—ha prevalecido sobre el poder del Derecho. Para justificar su régimen de injusticia, la civilización occidental creó una cultura cínica y otra del miedo. La cultura cínica permite a muchos gobiernos usar la mentira como filosofía de negociación pública para ocultar la injusticia que privilegia intereses particulares, mientras con la cultura del miedo se pueden moldear mentes obedientes y cuerpos disciplinados para banalizar la injusticia social. Cambian los actores y sus estrategias, eufemismos y metáforas engañosas, pero no cambian sus falsas premisas, promesas y “buenas intenciones” en apoyar a los desfavorecidos.

Tampoco cambia la naturaleza injusta de su dominación.

Dando sentido y organización a esta hipocresía está la idea de desarrollo. No siempre planteada bajo este nombre, esta idea ha sido conveniente para la dominación, como un imperativo moral y evolucionista que separa la economía de la política y la política de la justicia, estableciendo un enfoque que culpa a la misma víctima. Esto ocurrirá hasta que esta injusta civilización colapse bajo las contradicciones que la hacen insostenible. Mientras tanto, el espectáculo de hipocresía organizada ofrece escenas abominables e indignantes de crueldad e injusticia. Un ejemplo es la mentira compartida por los gobiernos de los Estados Unidos, Reino Unido y España para legitimar la ilegal invasión de Irak, conveniente para el oportunismo de un imperio decadente e injusto que sin la fuerza del argumento usa el argumento de la fuerza y del miedo para sustituir la etiqueta del comunismo por la del terrorismo como el “enemigo” público número uno de la humanidad.

Sin embargo, no se puede esperar por el “colapso natural” de este régimen de injusticia. El 11 de septiembre ha demostrado que el imperio es vulnerable. No es intocable. Pero el terrorismo no es la mejor forma de hacerle inviable. Hay mil y una formas de minar su ya precaria sostenibilidad imperial. Pero no existe una luz al final del túnel; hace falta osadía ética, política, social e intelectual para construirla y ponerla al final de múltiples túneles, para contagiar a muchos con la esperanza y la energía ética que emerge con los movimientos étnico-sociales.

Estos surgen de la insatisfacción y de la indignación con la banalización de la injusticia social (Dejours 2000), para construir una globalización contra-hegemónica (Escobar 2004a).

Hay alternativas al neo-mercantilismo denunciado por Petras (2003) que emerge en un contexto descrito por Escobar (2004a) como un orden económico-militar-ideológico—globalidad imperial— centrado en los Estados Unidos, cuyo lado oscuro es la colonialidad global: la supresión y marginalización del conocimiento y cultura de los grupos subalternos. Otro mundo mejor es necesario y posible, pero no bajo los mismos marcos hegemónicos que criticamos. Un esfuerzo epistémico diferente puede construir paradigmas científicos, sociales, políticos, etc., contextuales, vinculados a lugares y a pueblos, principalmente a los lugares invizibilizados y a los pueblos silenciados, que deben emerger, respectivamente, como espacios de interacción y comunidades interpretativas libres del pensamiento subordinado al conocimiento autorizado por el más fuerte.

Este esfuerzo epistémico contextualizado comenzó en varios lugares con la osadía política e intelectual de ciertos autores (Ej.: Fidel 1999; Lander 2000; Mignolo 2001; Quijano 2002; Walsh et al. 2002; Santos 2003; Escobar 2004a, 2004b) que revelan como el legado del colonialismo imperial nos mantiene subalternos ante una epistemología dominante construida a partir de paradigmas eurocéntricos que aun persisten durante el imperialismo sin colonias liderado por los Estados Unidos. Esta hegemonía epistémica depende de la geopolítica del conocimiento que sostiene la colonialidad del poder con fines de dominación. La geopolítica de los saberes define los lugares y las lenguas dominantes, mientras que la colonialidad del poder traduce el poder de crear/legitimar un patrón epistémico-ideológico dominante.

De esta colonialidad emergen falsas dicotomías forjando categorías superiores e inferiores, que fracturan comunidades, desintegran sociedades y dividen incluso la humanidad, definiendo la superioridad de unos y la subalternidad de otros. Con la emergencia de los movimientos étnicos sociales, los silenciados gritan rompiendo el mapa hegemónico del conocimiento/saberes que hace del Tercer Mundo un mero receptor de valores, premisas, promesas, conceptos, teorías, modelos, paradigmas, etc. Ya no se puede aceptar que lo válido, lo relevante o lo verdadero sólo está en determinadas lenguas y viene solamente de ciertos lugares. Esta dominación epistémica consigue influenciar las formas de ser, sentir, pensar y actuar hasta de intelectuales progresistas que hoy afirman estar pensando sistémica y críticamente la sostenibilidad del “desarrollo”. Ellos no perciben que están reproduciendo quinientos años de hegemonía epistémica eurocéntrica.

Inspirado en algunos de estos esfuerzos epistémicos contextualizados3, este trabajo realiza una deconstrucción de la idea de desarrollo. Esta invitación a la descolonización del pensamiento eurocéntrico hegemónico, que prevalece desde 1492, (i) construye un marco interpretativo desde una ética de la indignación con imperialismos antiguos y nuevos, quitándoles la máscara de cordero que oculta el rostro de lobo del “desarrollo” como hipocresía organizada para la dominación; (ii) comparte un marco histórico para percibir esta hipocresía practicada durante el colonialismo imperial y hoy durante el imperialismo sin colonias; y, (iii) propone un marco ético para inspirar nuevos esfuerzos hacia la construcción de otro futuro, posible y necesario, donde la injusticia imperial no florezca y la felicidad de la mayoría sea una posibilidad. Su conclusión es un epitafio para la “idea de desarrollo” por organizar la hipocresía y legitimar la injusticia.

3 Principalmente Sachs (1992, 1999), Rist (1997), Escobar (1998), Álvarez-González (2003, 2004).

Marco interpretativo

El “derecho del más fuerte” en la historia

“El más fuerte no lo es jamás bastante, para ser siempre el amo o señor, si no transforma su fuerza en derecho y la obediencia en deber” (J. J. Rousseau, en El Contrato Social; Rousseau 1985:38)

Rousseau escribe sobre el derecho del más fuerte, revelando que éste nunca está satisfecho en ser el más fuerte en su relación con el más débil, sino que busca transformar el uso de su fuerza en un derecho y la obediencia en un deber del más débil. El más fuerte intenta institucionalizar la relación desigual creando artificialmente un tipo de asimetría “legítima” para asegurarse la parte del león en la apropiación de los beneficios. Eso ocurre cuando hay intención de dominación.

Donde hay dominación hay ejercicio del poder para controlar factores materiales y simbólicos estratégicos, y un discurso para justificar la dominación entre los dominados como si la misma fuera parte del orden “natural” de las cosas, para viabilizar también una “agenda oculta” que es el blanco de los intereses y esfuerzos del poder hegemónico ejercido estratégicamente a través de relaciones que ocultan el mismo poder. Así, la trama de relaciones dentro y entre sociedades es rica en discursos — y contra-discursos — que la constituyen y son por ella influenciados. Bajo el concepto de poder como relación, algunos discursos forjan la ideología de los dominadores; otros permiten imaginar una utopía que inspira el arte de la resistencia de los dominados.

Discursos, dominación y el arte de la disimulación-resistencia

Uno de los aspectos críticos para comprender el poder como relación, desde el punto de vista de la psicología social, es su tendencia a ocultarse, a quedar disfrazado, incluso a negarse como poder. Según Foucault, el poder como relación se presenta como exigencia natural o razón social.

El poder se transforma en valor que a su vez justifica al poder, negando su existencia misma, camuflándose en las prácticas sociales y configuraciones institucionales que genera. El discurso ideológico genera reglas, prácticas, verdades y arreglos incorporados en las instituciones y en los comportamientos sociales. La alianza entre razón y poder se da como una imbricación entre saber y poder, entre discurso y poder, porque saber y poder se articulan en el discurso. En dicha relación, poder produce saber y saber genera poder; ellos implican uno al otro. No existe una relación de poder sin la correspondiente constitución de un campo de conocimiento, ni existe conocimiento que no presuponga o constituya simultáneamente relaciones de poder.

Según Escobar (1998), un discurso es un régimen de representación que crea una cierta realidad y un marco cultural para percibirla y reproducirla. Un discurso crea una coherencia para informar modos de interpretación y genera prácticas que construyen correspondencia entre el discurso y los modos de intervención que lo (re)producen, implementan y perpetúan. Un régimen de representación articula valores, objetos y prácticas que institucionalizan la interrelación y manejo de significados, al mismo tiempo que establece un espacio técnico que se transforma en el mundo de los expertos, donde la ciudadanía tiene poca o ninguna influencia.

Nuestra existencia se desarrolla en medio a una trama de discursos—y contra-discursos—que coexisten en una jerarquía de relaciones donde algunos se vuelven hegemónicos. No es lo mismo el poder del discurso que el discurso del poder. El poder del discurso es centrado en la relevancia de la aplicación (dimensión práctica) e implicaciones (dimensión ética) de su contenido para una mayoría para quien (e idealmente con quien) el discurso es construido. Ya el discurso del poder es centrado en los intereses particulares—agenda oculta—de sus representantes, pero nunca de la mayoría supuestamente representada; excepto los intereses de una pequeña élite entre los dominados, que hace alianzas — agenda oculta — con los dominadores a cambio de beneficios y privilegios particulares. El éxito del discurso del poder depende del poder de sus autores, que usan el argumento de la fuerza. El éxito del poder del discurso deriva de motivos humanos, sociales, ecológicos y éticos de sus autores, que optan por el uso de la fuerza del argumento.

El discurso hegemónico—discurso del poder—intenta justificar la injusticia de la dominación, mientras el discurso contra-hegemónico—poder del discurso—denuncia y subvierte el discurso hegemónico y sus correspondientes prácticas imperialistas, a la vez que genera nuevas reglas y prácticas. El discurso del poder está asociado a una ideología de los dominadores donde el éxito depende de la falta de escrúpulos en cometer injusticias. El poder del discurso está asociado a una utopía de los dominados cuyo éxito depende de su capacidad de indignarse colectivamente.

Como regla, un discurso ideológico intenta hacer invisible el ejercicio del poder. Pero no existe sólo un tipo de discurso. Tampoco los discursos son una exclusividad del dominador. En Los Dominados y el Arte de la Resistencia, James C. Scott (1995) revela distinciones inspiradoras entre el discurso público y el discurso oculto de ambos, dominador y dominado.

El discurso público del dominador es una síntesis de sus relaciones explícitas con los dominados.

Dicha construcción discursiva impresiona, afirma y “naturaliza” el poder de las elites dominantes, y oculta o eufemiza la “ropa sucia” del ejercicio de poder. Es el autorretrato de los dominadores.

Para legitimar su discurso y hacer que este positivo autorretrato tenga fuerza retórica frente a los subordinados, hacen concesiones a los intereses de estos, porque deben convencerlos que gobiernan en su nombre. Es peligroso para la dominación que uno de sus representantes actúe públicamente contradiciendo un principio explícito de su poder, o revelando parte de la “agenda oculta” en el ejercicio del poder. Podría causar indignación colectiva. Cada forma de dominación tiene su espacio específico y su propia “ropa sucia”, que no debe ser lavada en público. Los que dominan bajo la premisa de una inherente superioridad dependen de la pompa, leyes, insignias, rituales, ceremonias públicas de tributo, etc. Estos ritos públicos crean el “espectáculo de la unanimidad, fidelidad y decisión” entre los dominadores, que es montado para impresionar a los dominados y parte de los dominadores que necesitan tener su convicción cultivada y sostenida.

El discurso oculto es contexto-céntrico.

Es específico de un espacio social determinado y de un conjunto particular de actores; es construido de forma clandestina en espacios de la intimidad privada, en el caso de ambos dominadores y dominados. Contiene actos de lenguaje y una extensa gama de prácticas que contradicen el discurso público, razón por la cual se les mantiene fuera de la vista y en secreto. Los grupos dominantes tienen mucho que esconder y en general cuentan con los medios para hacerlo. Algo semejante ocurre con los grupos subordinados, pero éticamente no es idéntico al caso de los dominadores, porque se trata de una reacción a la opresión, y no de una estrategia voluntaria para dominar, explotar, etc. El discurso oculto obliga a dominadores y dominados a actuar públicamente a través de una “máscara” para el manejo de las apariencias; cuanto más amenazante sea el poder, más gruesa será la máscara. La subordinación exige representar convincentemente la humildad y el respeto, mientras la dominación exige actuar con altanería y dominio. Para los subordinados, el peligro está en que sus rostros pueden terminar identificándose con la máscara usada por mucho tiempo, porque la práctica de la subordinación genera, con el tiempo, su propia legitimidad.

La frontera entre el discurso público y el oculto es un espacio de conflictos entre dominadores y dominados. Gran parte del poder de los dominadores es derivado de su capacidad de definir y (re)reconfigurar lo que es relevante dentro y fuera del discurso público. Cada grupo se familiariza con el discurso público y el oculto de su círculo de relaciones. La calma superficial de la vida política es una falsa prueba de armonía entre las clases sociales. Cada clase, por conveniencia para su sobrevivencia, evita prudentemente confrontaciones públicas irrevocables. Según Scott, para sobrevivir, los dominados han desarrollado “el arte de la resistencia”, a través de cuatro formas de discurso, de los cuales derivan distintas estrategias y prácticas correspondientes:

• El discurso de aceptación de la dominación. Este discurso adopta integralmente como válido el halagador autorretrato de las elites dominantes, sus premisas, promesas y soluciones. Eso ocurre con muchos intelectuales que antes se declaraban de izquierda pero que capitularon ante la ideología del mercado, como Fernando Enrique Cardoso, uno de los padres de la Teoría de la Dependencia en el pasado.

• El discurso oculto. Éste revela la emergencia de una cultura política disidente que nace de la indignación individual y colectiva con la injusticia, la humillación y la falta de respeto a la dignidad humana. Es lo común entre (y dentro de) los grupos subalternos.

• El discurso (y las prácticas) del disfraz. Éste nace de la necesidad de proteger a sus autores y simpatizantes, incluyendo chistes, canciones, eufemismos, ritos y códigos. Es muy común dentro de los grupos subalternos; estas prácticas fueron comunes durante las dictaduras militares en Argentina, Brasil y Chile, por ejemplo.

• El discurso oculto hecho explícito. Éste expresa un desafío o una oposición abierta, que se transforma en un acontecimiento político explosivo de ruptura, de trasgresión de la frontera entre el discurso público y el oculto. Es un acto desde la indignación que rompe con la etiqueta de las relaciones de poder, perturbando una superficie de silencio, con la fuerza de una simbólica declaración de guerra, diciendo una verdad social al poder. Las declaraciones de Fidel Castro, los escritos de Eduardo Galeano y las conferencias de Noam Chomsky son ejemplos de discursos ocultos hechos explícitos.

En los espacios públicos, dominadores y dominados se comunican a través de sus respectivos discursos públicos, cada uno con el suyo, y cada uno llenando la expectativa del otro. En los espacios privados, dominadores y dominados actúan con su discurso oculto. En determinadas circunstancias, el discurso oculto toma por asalto la escena, creando tensión en las relaciones de poder, porque desafía al poder del “discurso del poder” al romper las “reglas del juego” de la dominación, cuyo guión no incluye actos de insubordinación pública. Algunos actores del grupo subordinado se sienten con la misión riesgosa de desafiar al poder hegemónico abiertamente, creando precedentes para facilitar la actuación osada de otros subalternos en espacios públicos.

En síntesis, el discurso público del dominador es marcado por la generosidad, altanería, fuerza, nobleza, superioridad, firmeza, osadía, promesas, certeza, auto-elogio, bravura, etc. En cambio, el discurso público del dominado es marcado por la humildad, respeto, prudencia, aceptación, miedo, agradecimiento, admiración, sometimiento, fidelidad, complicidad, etc. El discurso oculto del dominador es marcado por la hipocresía, cinismo, egoísmo, desprecio, arrogancia, falta de escrúpulos, indiferencia, etc. El discurso oculto del dominado incluye la indignación, orgullo, ira, astucia, solidaridad, venganza, lealtad, osadía, esperanza, etc. Entonces, es posible oponerse al ejercicio del poder con fines de dominación. Sin embargo, hace falta precisar la idea genérica más utilizada en los discursos del poder con fines de dominación. Históricamente, una idea ha infiltrado los discursos hegemónicos de la civilización occidental: la “idea de desarrollo”.

La idea de desarrollo en el “colonialismo imperial”

La génesis de la idea de desarrollo se remonta a la Grecia antigua, pasa por una reinterpretación Cristiana y otra transformación durante la Ilustración. En el discurso público de los dominadores la idea de desarrollo es articulada bajo una analogía evolucionista que implica la existencia de fases, etapas, en fin, estados de desarrollo. Bajo la influencia de etiquetas que construyen y visibilizan su nueva identidad (“bárbaro”, “primitivo”, etc.), el más débil es presionado a imitar al más fuerte para alcanzar su “estado superior” de civilización.

En Methaphysica, Aristóteles definió a la ciencia como la teoría de la naturaleza, como sinónimo de crecimiento en el sentido evolucionista de la teoría del ciclo de vida, que transfiere para la sociedad la lógica biológica: en la realidad todo nace, crece, decae y muere. En City of God, San Agustín reconcilió la filosofía de la historia con la teología Cristiana, una analogía del ciclo de vida para la historia de la humanidad. En su idea de la salvación como un plan de Dios, el mundo había sido creado, había crecido y había desarrollado, pero estaba decayendo y llegaría a su final.

Bernard Le Bovier de Fontenelle fue decisivo para la victoria de los Modernos sobre los Antiguos, pues la analogía evolucionista les aseguraba un estado de desarrollo intelectual superior al de los filósofos que vivieron durante la “infancia” del pensamiento humano.

Fue al final del siglo XVIII, con la consolidación de la ciencia moderna durante la Revolución Industrial, que la idea de desarrollo dejó la pureza de la naturaleza y dispensó la bendición de Dios para asumir el rostro técnico de un progreso racional, ilimitado y “bueno para todos”. Ahora la analogía evolucionista ya no se refería a la teoría del ciclo de vida, con nacimiento, crecimiento, declinación y muerte, sino a la posibilidad de un desarrollo—progreso o crecimiento material—

gradual, lineal e ilimitado. La analogía biológica fue usada como marco heurístico para explicar cómo las sociedades se desarrollan y para justificar la forma de intervención que hace posible ser “desarrollado”. Por ejemplo, Justus Moser, el conservador que creó la historia social, usó la palabra Entwicklung para hacer alusión al gradual proceso de desarrollo social. Esta metáfora ganó un poder colonizador violento cuando los políticos pasaron a usarla con fines de dominación.

Sin embargo, este cambio de significado al final del siglo XVIII no ocurrió sin oposición, como la de Rousseau, Hume y Ferguson que, a su vez, encontraron oposición en Buffón y Condorcet. Buffon creía que, en el mundo de clima templado, el hombre blanco se vuelve más perfecto y que, por ser más civilizados, los europeos son responsables por el mundo en evolución. Ya Condorcet dividió la historia en diez fases, la última de las cuales permitiría la abolición de la desigualdad entre naciones, el progreso de la igualdad dentro de cada nación y la real perfección de la humanidad. Todo dependía de la asistencia—ayuda—de los “civilizados” a los “primitivos”.

Nacía en el corazón de occidente la idea de que el desarrollo de las sociedades, del conocimiento y de la riqueza responde a un principio natural con su fuente independiente de dinamismo. Dios ha muerto, y el hombre lo reemplaza. En el libro de Adam Smith, Un Estudio sobre la Naturaleza y Causas de la Riqueza de las Naciones, el progreso de la opulencia es presentado como el orden natural de las cosas impuesto por una necesidad derivada de la inclinación natural del hombre.

Bajo esta visión, el orden de las cosas—progreso, crecimiento económico—no puede parar. El desarrollo no es una opción sino una finalidad—y fatalidad—de la historia.

Para consolidar las premisas que perfeccionaban el colonialismo imperial, ganó legitimidad en el siglo XIX el Darwinismo Social, que se estableció con Herbert Spencer, no con Charles Darwin.

Actores con los más diferentes intereses adoptaron el evolucionismo social de diferentes formas y para distintos usos. Aún cuando sus perspectivas estaban en conflicto, todos asumieron en común la existencia de fases o etapas inevitables del “desarrollo” de la humanidad. Pero Charles Darwin había hablado de selección natural y no de evolución biológica.

Antes de Darwin, Herbert Spencer había presentado su teoría de la complejidad creciente donde su evolucionismo social se volvió una filosofía de la historia. Pero la legitimidad ganada por el evolucionismo social de Spencer ocurrió más tarde, principalmente por su semejanza semántica con el Darwinismo (de ahí, Darwinismo Social). Al nivel teórico, el evolucionismo social reconcilió la diversidad de las sociedades existentes con el conjunto total de la raza humana, mientras al nivel político legitimó la nueva ola de colonización al final del siglo XIX. La palabra desarrollo asumió uso común a partir del siglo XIX cargada de tantas connotaciones que su verdadero significado nunca pudo ser claramente comprendido. En 1860, la Encyclopedia of All Systems of Teaching and Education publicada en Alemania registraba que el concepto de desarrollo se aplicaba a casi todo lo que el hombre tiene y conoce. Uno hablaba tanto del desarrollo de la Constitución de Atenas como (al inicio del siglo XX) del desarrollo urbano.

Con los impactos negativos del colonialismo imperial, el gobierno Británico innovó en el uso del concepto cuando transformó su Ley del Desarrollo de las Colonias en la Ley del Desarrollo y del Bienestar de las Colonias, para disfrazar las injusticias creadas por su dominación. La cultura del cinismo se manifestaba a través del cambio de nombre de una Ley, que en su sustancia no había cambiado absolutamente nada. La apariencia continuaba prevaleciendo sobre la esencia.

La idea de desarrollo en el “imperialismo sin colonias”

Después de la Segunda Guerra Mundial, la idea de desarrollo pasó por la más singular, profunda y virulenta metamorfosis de toda su tormentosa pero exitosa historia. El 20 de enero de 1949 constituye el punto de partida para comprender dicha transformación y sus consecuencias. En el “punto cuatro” de su discurso (público) inaugural, el Presidente Harry Truman propuso:

    “Nosotros debemos iniciar un nuevo y osado programa para hacer disponible los beneficios de nuestros avances científicos y de nuestro progreso industrial para la mejoría y el crecimiento de las áreas subdesarrolladas” (Harry Truman, citado por Rist 1997:71; subrayado nuestro)

Este discurso dividió a la humanidad en sociedades “desarrolladas” y “subdesarrolladas”. Bajo estas nuevas etiquetas, que construyen y visibilizan su nueva identidad, los “subdesarrollados”— el más débil—deben ahora emular a los “desarrollados”—el más fuerte—, de la misma manera que los “primitivos” fueron presionados a imitar a los “civilizados”.

Truman era el Presidente de la más nueva potencia hegemónica. Su discurso tenía el poder del “discurso del poder”. La emergencia del término “subdesarrollado” en el contexto político de la posguerra, al inicio de la Guerra Fría entre los Estados Unidos y la Unión Soviética, creó un nuevo significado para la idea de desarrollo. En The History of Development, Gilbert Rist concluye que el sustantivo “subdesarrollo” fue una innovación terminológica que alteró los significados previos de la palabra “desarrollo” al relacionarlo en una nueva manera al “subdesarrollo”.

La palabra “desarrollo” fue usada antes asociada con la dimensión socioeconómica. Marx la usó; Lenin escribió El Desarrollo del Capitalismo en Rusia en 1899; Schumpeter publicó su Teoría del Desarrollo Económico en 1911; Rosenstein y Rodan propusieron El Desarrollo Internacional de las Áreas Rezagadas en 1944; y la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó resoluciones aplicando el término, como La Asistencia Técnica para el Desarrollo Económico. Estos ejemplos asumen en común que el “desarrollo” es un fenómeno intransitivo que simplemente ocurre; nada puede ser hecho para cambiar la realidad. El discurso de Truman cambió radicalmente este uso.

La emergencia del término “subdesarrollo” propone la idea de cambio en la dirección de un estado final de “desarrollo”, y la posibilidad de realizar dicho cambio. Ya no es una cuestión de “cosas en desarrollo”: es posible desarrollar una comunidad, un municipio, un país, un continente entero. El desarrollo asumía un significado transitivo—una acción realizada por un agente sobre otro—, mientras “subdesarrollo” se volvió un estado de cosas que ocurre naturalmente, sin ninguna causa aparente. Por eso, el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y otros actores actúan como “agentes internacionales” de los “cambios nacionales”, para inducir un cierto patrón de “desarrollo”. El patrón que conviene al más fuerte.

El término “subdesarrollado” alteró la forma de ver al mundo y a nosotros mismos. Hasta la fecha, las relaciones Norte-Sur fueron articuladas alrededor de una dicotomía constituida de opuestos:

    civilizado vs. primitivo, colonizador vs. colonizado.

La dicotomía “desarrollado-subdesarrollado” respetaba la Carta de los Derechos Humanos y la globalización del sistema de Estados. Antes, colonizadores y colonizados pertenecían a universos opuestos donde la confrontación era inevitable. Ahora, “desarrollados” y “subdesarrollados” integrarían una única familia de naciones (no por accidente, Naciones “Unidas”), con la diferencia que muchos se ubicaban más atrás en la corrida hacia la perfección que les haría ingresar al club de los “desarrollados”.

Para alcanzar a los “desarrollados” se necesita “desarrollo”. Ser “subdesarrollado” no es el opuesto de ser “desarrollado” sino su etapa embrionaria. La aceleración del crecimiento económico es la forma de cerrar la brecha entre “desarrollados” y “subdesarrollados”. Las “leyes naturales del desarrollo” permiten que lo que le pasó a Europa en los siglos XVIII y XIX sea replicado en el resto del mundo. Después de Truman, la idea de la existencia de etapas de desarrollo ganó más legitimidad, como si los “desarrollados” no continuaran “desarrollándose”, a la espera de los rezagados. Ledo engaño. Bajo la premisa del desarrollo como sinónimo de crecimiento económico, el más fuerte se aleja del más débil que intenta emularlo.

Un único significado bajo muchos “rostros”

El mimetismo político—la capacidad para incorporar los “colores”, “olores”, “sabores”, “sonidos”, “significados”, etc., del contexto, para confundirse con él, incluso para ser aceptado como si fuera parte de él—es la habilidad propia del camaleón político. Es la habilidad más desarrollada en los que dependen de la hipocresía organizada para avanzar sus “agendas”. El mimetismo político es imprescindible para la sostenibilidad de la hipocresía organizada. Sin embargo, esta práctica necesita ser facilitada por un significado de referencia alrededor del cual todo el esfuerzo creativo de la imitación es desarrollado. Para el “desarrollo”, el significado seleccionado por el sistema capitalista fue crecimiento económico, por la racionalidad expansionista del sistema.

Independiente de los varios adjetivos y rostros asumidos, principalmente en los últimos cincuenta años, en última instancia, “desarrollo” nunca dejó de significar crecimiento económico, como propuso W. Arthur Lewis en 1944 en The Theory of Economic Growth, y que las Naciones Unidas incorporaron en 1947. El “desarrollo” tampoco dejó de ser percibido como una sucesión de fases previamente conocidas, cuya legitimidad fue reforzada en 1960. En The Stages of Economic Growth: a Non-Communist Manifesto, Walter Rostow identificó las sociedades en cinco etapas de desarrollo: (i) sociedades tradicionales, (ii) con las precondiciones para el “despegue”, (iii) donde el “despegue” ya ocurrió, (iv) que habiendo “despegado” caminan hacia la madurez del desarrollo, y (v) que alcanzaron la última fase caracterizada por un alto consumo de masa.

Bajo esta lógica evolucionista, el “desarrollo” continúa su camino hacia una catástrofe anunciada. La rutina ha sido acomodar adjetivos a la palabra “desarrollo”, sin osar cuestionar su naturaleza: apenas le adicionan nuevos “accesorios” para satisfacer a los críticos. Bajo críticas desde los años 1960, por los movimientos socioculturales, los líderes de la hipocresía organizada fueron rápidos en su mimetismo político, usando los nuevos apellidos del desarrollo propuestos por sus críticos: desarrollo “participativo”, “otro” desarrollo, desarrollo “integrado”, desarrollo “endógeno”, “eco”- desarrollo, “re”-desarrollo y, a partir de 1992, desarrollo “sostenible”. Eso ocurrió bajo estrategias exclusivas para el crecimiento económico. Pocos perciben que el problema no son los “adjetivos” del desarrollo sino el “desarrollo” mismo.

Eso es tan obvio que el desarrollo “sostenible” definido por la Comisión Brundtland apenas refuerza y legitima el crecimiento económico sin límites. En vez de reconocer límites al crecimiento, el informe sugiere el fin de los límites: “La humanidad cuenta con la habilidad para hacer sostenible el desarrollo — asegurar que el mismo atienda a las necesidades del presente sin comprometer la habilidad de futuras generaciones por atender sus propias necesidades. El concepto de desarrollo sostenible implica límites — no límites absolutos sino limitaciones impuestas por el estado actual de la tecnología y de la organización social sobre los recursos naturales…Pero tecnología y organización social pueden ser manejadas y mejoradas para abrir espacio para una nueva era de crecimiento económico. La Comisión cree que la pobreza generalizada ya no es inevitable…el desarrollo sostenible implica atender las necesidades básicas de todos y extender a todos la oportunidad para lograr sus aspiraciones de una vida mejor.

Un mundo donde la pobreza es endémica será siempre susceptible a catástrofes ecológicas y de otros tipos” (Informe de la Comisión Brundtland; citado por Rist 1997:181; subrayado nuestro)

Así, los expertos en hipocresía organizada trasforman desarrollo participativo en crecimiento económico con participación, otro desarrollo en otro crecimiento económico, desarrollo endógeno en crecimiento económico endógeno, etc. Hasta el desarrollo sostenible ha sido traducido como crecimiento económico que se sostiene por muchas y muchas generaciones. Por eso, la Comisión Brundtland lo que hizo fue legitimar la meta capitalista permanente alrededor del significado que (re)organiza todo lo demás: crecimiento económico. El objetivo del sistema capitalista es apenas acumular, y su racionalidad es su expansión incesante, a cualquier costo. Por eso, todo lo que limita esta expansión, impidiendo una acumulación cuantitativa creciente, es percibido como “barrera”, como las reivindicaciones alrededor de lo humano, lo social, lo ecológico, lo ético, etc.

El Informe Brundtland no habla de las reglas de la distribución justa de la información, riqueza y poder vinculadas a las reglas de la producción. No reconoce tampoco las relaciones asimétricas de poder institucionalizadas sino que las legitima cuando culpa a los pobres—las víctimas—por los desastres que asolan a la humanidad y al planeta, reduciendo la pobreza a una endemia cuya ocurrencia es “algo natural” que merece atención especial—ayuda—. Eso por la amenaza—el miedo—que la pobreza representa para los “desarrollados”, y no por las condiciones inhumanas—injustas—para los “subdesarrollados”, que emanan del mismo proceso de “desarrollo”.

Todo se mueve como si hubiera un único tren del desarrollo—el tren del crecimiento económico—que es la única fuente de vida, el inicio y el fin de la existencia. Lo que nos resta es solamente luchar para que permitan la entrada de mujeres y de otras minorías en el tren, que sea posible llevar representantes de la flora y de la fauna en el tren, que se respeten los derechos humanos dentro del tren, que los indígenas puedan acceder al tren, que haya justicia étnica y equidad de género dentro del tren, etc. Pero no se puede cuestionar para donde va el tren, aun cuando éste se está dirigiendo en una velocidad vertiginosa hacia un abismo donde todos perecerán.

Al inicio del siglo XXI, los cantos de sirena nos mantienen rehenes a la “idea de desarrollo” como cortina de humo para la acumulación material y simbólica del sistema económico de la civilización occidental. Somos rehenes de la civilización del tener, no del ser. Los cantos de sirena son: crecer, crecer y crecer, exportar, exportar y exportar, privatizar, privatizar y privatizar, acumular, acumular y acumular. Su canto no incluye el verbo distribuir, asumiendo que el crecimiento económico es sinónimo de bienestar. Hasta líderes supuestamente progresistas (por su pasado intelectual y/o político), como Fernando Henrique Cardoso en Brasil y Tony Blair en Reino Unido, se rindieron y capitularon ante los cantos de sirena. Ellos impulsaron la Tercera Vía hacia el cambio neoliberal apoyado por el Estado para que su dimensión pública sea subvertida por el discurso “del mercado” para promover los intereses particulares del más fuerte.

Marco histórico

Desarrollo, hipocresía e injusticia en perspectiva histórica

No importa si los imperios se auto-denominan “civilizados” o “desarrollados”. Si son imperios, la falta de escrúpulos para cometer injusticias es común a todos ellos. Eso es precisamente lo que pasó durante el colonialismo imperial, y pasa ahora en el imperialismo sin colonias. En el pasado, los imperios europeos institucionalizaron sus “invasiones” bajo la etiqueta de “descubrimiento”, crearon arreglos institucionales en sus colonias para disfrazar su dominación, construyeron el discurso hegemónico del difusionismo europeo y perfeccionaron prácticas de intervención colonial.

En el presente, el imperio estadounidense lidera la hipocresía organizada, desde la creación de las instituciones de Bretton Woods y de la ONU (Borón 2002), pasando por la invención del Tercer Mundo (Escobar 1998), hasta el esfuerzo hacia un nuevo régimen de acumulación del capital y una institucionalidad para la gestión del neo-mercantilismo (Petras 2003). Pero el joven imperio empieza a emitir señales de decadencia: ya no logra ser respetado. Solo temido.

Cuando el más fuerte es el “civilizado”

“La colonización es una de las más nobles funciones de las sociedades que han logrado un estado avanzado de civilización” (El autor Francés Leroy-Beaulieu, en De la colonisation chez les peuples modernes; citado por Rist 1997:54)

“[El objetivo de una potencia colonial debe ser] desestimular anticipadamente cualquier señal de desarrollo industrial en nuestras colonias, para obligar a nuestras posesiones extranjeras a mirar con exclusividad al país central en búsqueda de productos manufacturados y a llenar, por la fuerza si fuera necesario, sus funciones naturales, que es la de un mercado reservado para la industria del país central” (Un Delegado de la Asociación Francesa de la Industria y la Agricultura, en 1899; citado en Rist 1997:61)

Pocos fueron más inescrupulosos que los gobiernos de los imperios de Europa occidental durante el colonialismo imperial (Francia, Inglaterra, España, Portugal, Holanda y Bélgica). Ellos iniciaron la práctica de la mentira como filosofía de negociación pública para que sus sociedades aceptaran como natural las injusticias de su dominación colonial. Las mentiras, eufemismos y metáforas de su discurso público eran dirigidos a sus sociedades, para obtener apoyo para su proyecto colonial.

Ellos no se preocupaban en convencer a sus colonias; la ecuación del poder—fuerza-dineroconocimiento—hacía innecesaria la retórica, porque la fuerza podía ser usada, y abusada.

Los líderes del colonialismo construyeron un discurso público para consumo doméstico, mientras en las colonias estos “civilizados” recurrían a medios violentos para dominar a los “primitivos” o “salvajes”. Impregnado por el Cristianismo, el discurso colonizador utilizó la metáfora de la salvación para justificar su “ayuda” destinada a salvar a los “primitivos” de su “salvajismo”, incluyendo la salvación de sus almas. El discurso público doraba la píldora bajo el eufemismo del imperativo civilizador: la colonización es un deber noble. Mientras tanto, los representantes del colonialismo hablaban entre sí—discurso oculto—sobre sus verdaderas intenciones:

    “…nosotros debemos encontrar nuevas tierras de las cuales podremos fácilmente obtener materiaprima, al mismo tiempo que podremos explotar la mano-de-obra esclava que está disponible de los nativos de las colonias. Las colonias serán también un lugar para los excedentes de los bienes producidos en nuestras fábricas” (Cecil Rhodes, británico, hombre de negocios, que usó su nombre para nombrar a Rhodesia [hoy Zimbabwe], en Goldsmith 1996:254).

¿Descubrimiento, encuentro o invasión?

América Latina fue blanco oficial del proyecto colonial de Europa occidental a partir de 1492, una fecha que las voces colonizadoras llaman “descubrimiento” y que los políticamente correctos llaman “encuentro”. Pero las voces indignadas de los grupos subalternos llaman “invasión”. Las palabras descubrimiento y encuentro no pasan de eufemismos inaceptables para describir las injusticias abominables cometidas en nombre del proyecto civilizador de Europa occidental.

La palabra “descubrimiento”, cuando aplicada a nuevas tierras, significa el descubrimiento de tierras no pobladas, desconocidas por todos, mientras la palabra “encuentro”, cuando aplicada al encuentro entre civilizaciones, implica un diálogo abierto entre dos o más partes que establecen relaciones construidas bajo reglas mutuamente aceptadas. Entonces, no hubo “descubrimientos” ni “encuentros”. Sólo “invasiones”. Los “invasores” no tenían ningún derecho de asumir como “suyas” las nuevas tierras, ni mucho menos como “sus sirvientes” a los pueblos que ahí vivían. Lo visible no era la filantropía de Europa sino el abuso del poder de sus colonizadores. Las mentiras de su discurso público eran frecuentemente desmoralizadas por el uso y abuso de la fuerza:

“En 1670 [la Compañía Holandesa de India Occidental] era la más rica corporación del mundo, pagando a sus accionistas un dividendo anual de 40% sobre su inversión, a pesar de financiar 50.000 empleados, 30.000 mercenarios y 200 navíos, muchos de los cuales estaban armados. El secreto de su éxito era muy simple. No tenía escrúpulos” (The Economist, 1998:51).

Los imperios europeos no aspiraban a civilizar—desarrollar—a los “primitivos” sino acceder a la materia-prima abundante, mano-de-obra barata, mentes dóciles y cuerpos disciplinados. Si los “primitivos” no lograban volverse “civilizados” la culpa era de las mismas víctimas. Su ignorancia era tanta que se hacía imposible elevarlos al nivel de civilización de Europa. Pero, los “generosos” europeos continuarían con su noble misión, aunque tuvieran que usar la fuerza con frecuencia. Al final, como decían los franceses, “la colonización no es una cuestión de interés sino de deber”.

La institucionalización internacional de la injusticia

Los colonizadores no fueron los primeros, los únicos ni los últimos en cometer injusticias. La Iglesia Católica era maestra en la distribución de injusticia, como durante la inquisición. En la Taxa Camarae promulgada en 1517 por el Papa León X, no había delito, por horrible que fuese, que no pudiese ser perdonado a cambio de dinero. En esta venta de indulgencias para los ricos: “La absolución del simple asesinato…se fija en 15 libras, 4 sueldos, 3 dineros…Si el asesino hubiese dado muerte a dos o más hombres en un mismo día, pagará como si hubiese asesinado a uno sólo…Por el asesinato de un hermano, una hermana, una madre o un padre, se pagarán 17 libras, 5 sueldos. El que matase a un obispo o prelado de jerarquía superior, pagará 131 libras, 14 sueldos, 6 dineros. Si el matador hubiese dado muerte a muchos sacerdotes en varias ocasiones, pagará 137 libras, 6 sueldos, por el primer asesinato, y la mitad por los siguientes” (Taxa Camarae, publicada como anexo de Mentiras Fundamentales de la Iglesia Católica; Rodríguez 2000:453-457).

Como en una promoción comercial para aumentar la riqueza del Vaticano, o su propia riqueza, el Papa León X estimuló la práctica del asesinato con sus atractivas, macabras, corruptas e injustas ofertas: mate dos en el mismo día y pague por el precio de uno; es más barato matar familiares que sacerdotes; ahorre matando sacerdotes en ocasiones variadas, etc. Como maestra en la articulación entre saber y poder, la Iglesia participó de la colonización de varias formas, incluyendo su injusta contribución a la creación de la cultura del miedo que facilitó la dominación local: miedo del pecado, del infierno, del primitivismo, del salvajismo, de Dios y de sí mismos, construyendo formas de ser, sentir, pensar y actuar a la conveniencia de los dominadores.

Más creativos que la Iglesia, los imperios crearon arreglos institucionales para asegurar el mayor beneficio de la colonización, confirmando que el más fuerte institucionaliza su fuerza como un derecho a ser respetado por el más débil. Por ejemplo, en la dimensión agrícola del proyecto colonial eso fue evidente con la creación de jardines botánicos y estaciones experimentales agrícolas, estrategias de dominación de la “agenda” de la agricultura tropical, subordinadas al grado de desarrollo de la ciencia (Busch y Sachs 1981; De Souza Silva 1998, 1996, 1997).

Cuando la botánica económica podía identificar, clasificar y comparar pero no transformar, los imperios establecieron jardines botánicos en sus colonias para estudiar la adaptación de plantas provenientes de colonias de distintas latitudes. El Jardín Botánico de Río de Janeiro, cuyo nombre inicial fue Estación de Aclimatación, es un ejemplo de la desigualdad en favor del más fuerte. La ciencia imperial era practicada sólo por científicos y naturalistas europeos. Ellos venían, veían, recolectaban y enviaban o llevaban información y materiales, sin compartirlos localmente. En 1800 ya existían 1.600 jardines botánicos en las colonias tropicales.

El robo de plantas fue muy común, como el caso del sisal de México, la papa de los Andes, y el caucho natural de Brasil. Estos robos tuvieron grandes impactos económicos y sociales. Por ejemplo, Brasil dejó de ocupar el 95% del mercado mundial de caucho natural, que existía solo en la Amazonía, y pasó a importar 60% de sus necesidades 50 años después del robo de semillas por un británico residente en la Amazonía, asesorado sobre cómo proceder por científicos de los

Jardines Botánicos de Kew, Inglaterra. El imperialismo de plantas no confirma el concepto de “ventaja comparativa” sino revela la injusticia de relaciones asimétricas de poder inescrupulosas.

Cuando el científico alemán Justus von Liebig inventó la Química Agrícola, los imperios cambiaron de estrategia. Liebig descubrió el principio de la nutrición de las plantas donde nitrógeno, fósforo y potasio son esenciales. Es posible alterar el desempeño de las plantas proveyéndoles estos nutrientes. De inmediato, los imperios crearon estaciones experimentales agrícolas en sus países para investigar las plantas de su interés económico que podían ser cultivadas en clima templado.

Después, de forma impuesta, ellos crearon estaciones experimentales en sus colonias para investigar plantas de interés para Europa, pero que sólo podían ser cultivadas en los trópicos. No por accidente, nuestras primeras estaciones experimentales investigaron los mismos productos: caña de azúcar, café, cacao, sisal, algodón, etc.; una homogeneización productiva forzada, que benefició más a los imperios europeos que a sus colonias tropicales.

Los imperios europeos capacitaron científicos de sus colonias para practicar una ciencia colonial dependiente de la tradición y cultura científicas europeas. El más fuerte controló las “agendas” de investigación y de desarrollo de las colonias. El Instituto Agronómico de Campinas (IAC), en San Pablo, Brasil, cuyo nombre fue Estación Imperial, es un ejemplo de este tipo de arreglo para institucionalizar la desigualdad asociada al “desarrollo” de la agricultura tropical. En 1930 existían más de 1.400 estaciones experimentales en las colonias tropicales de los imperios europeos. Sin embargo, al inicio del siglo XX, la hipocresía organizada por los imperios europeos, hasta entonces bajo el liderazgo de Inglaterra, ganaría un nuevo liderazgo, incluso en la dimensión del “desarrollo” de la agricultura tropical, crucial en su proyecto político para la agricultura mundial, como se puede deducir de las palabras de uno de sus ilustres representantes políticos:

“Yo he escuchado…que…personas pueden quedarse dependientes de nosotros para su alimentación. Yo entiendo que eso no debería ser una buena noticia. Para mí es una buena noticia, porque antes de hacer cualquier cosa estas personas tienen que comer. Y si nosotros estamos buscando una forma de hacer a las personas… dependientes de nosotros…me parece que la dependencia alimentaria sería fantástica” (Senador Hubert Humphrey, en U.S. Senate Comittee on Agriculture and Forestry Hearing: Policies and Operations of PL 480. 48th Congreso. First Session. 1957, P129; citado en Deo y Swanson 1991:193).

Con la posibilidad de transferir ciertas características genéticas entre plantas de la misma especie, los Estados Unidos apoyaron la retomada de la genética mendeliana y lideraron la creación de Centros Internacionales de Investigación Agrícola, y de Institutos Nacionales de Investigación Agrícola como contrapartes de los primeros, para disfrazar las interferencias no invitadas que los Centros harían en las “agendas” nacionales de la ciencia y tecnología agrícola, pecuaria y forestal.

Obviamente, los centros internacionales están ubicados en las regiones de origen genética de los principales cultivos de la agricultura mundial, o de mayor diversidad genética del planeta, para disfrazar el acceso de los países ricos—pero genéticamente pobres—del mundo templado a los genes de los países pobres—pero genéticamente ricos—de los trópicos. En América Latina, el Centro Internacional de la Agricultura Tropical (CIAT) está en Colombia, el Centro Internacional de la Papa (CIP) en Perú y el Centro Internacional de Maíz y Trigo (CIMMYT) en México.

Cuando Estados Unidos apoyó la creación de una ciencia nacional, en Brasil, la Empresa Brasileña de Investigación Agropecuaria (EMBRAPA) fue creada bajo la influencia del Dr. Eduard Schuh, enviado de la Fundación Ford para asegurar que la arquitectura espacial y la orientación cultural de los centros de investigación de EMBRAPA fueran semejantes a las de los centros internacionales. La conexión entre ayuda internacional y relaciones asimétricas de poder a favor del más fuerte era obvia, según uno de los representantes de la hipocresía organizada:

“La investigación cooperativa con el Tercer Mundo beneficia a la agricultura de los Estados Unidos…a través de la infusión de materiales genéticos de alta productividad en las semillas de nuestros cultivos.

La asistencia técnica y científica continuada a los países en desarrollo es esencial y en el largo plazo proveerá la expansión de oportunidades comerciales para la agricultura y la industria de los Estados Unidos…Países como Taiwan, Brazil y Nigeria, que fueran recipientes de la asistencia técnica de los Estados Unidos, están ahora entre los mayores compradores de los productos alimentarios de exportación de los Estados Unidos” (Nyle C. Brady, Oficial Principal para la Ciencia y la Tecnología del Departamento de Agricultura de los Estados Unidos (USDA), y exDirector General del Instituto Internacional de Investigación de Arroz (IRRI), en Science, 1 de noviembre de 1985:499).

Sin embargo, ahora que la biología molecular penetra—y altera—el código genético de plantas y animales, el Grupo de los Siete (G-7) cambió la estrategia pública de la anterior Revolución Verde.

La biorevolución en la agricultura y en la agroindustria tendrá el liderazgo privado de corporaciones transnacionales. Ahora, las “reglas del juego” están ubicadas en la OMC y en la recién creada Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (OMPI). Según Busch (2001), todo empezó cuando la Fundación Rockefeller donó entre 1932 y 1957 la gran suma de USD 90 millones para que la Biología fuera transformada hasta quedarse semejante a la Física. Si Europa dominó occidente con la dictadura reduccionista de la Física, los Estados Unidos dominarían el globo con la dictadura reduccionista de la Biología. Para que no hubiera duda en cuanto a su tarea reduccionista—hacer inferencias, desarrollar proposiciones y construir generalizaciones sobre el todo a partir de sus partes, como si la dinámica del todo no dependiera de la trama de relaciones tangibles y simbólicas que atribuyen sentido a la existencia del todo y sus partes—, el esfuerzo fue liderado por Físicos. En el siglo XXI abundarán las víctimas de esta iniciativa.

El discurso Eurocéntrico y el difusionismo europeo

Durante el colonialismo, el discurso del poder fue el discurso Eurocéntrico del difusionismo europeo, que promovía la superioridad de Europa sobre todas las civilizaciones y sociedades en la época del colonialismo. Innumerables tesis de postgrados y libros han sido escritos sobre las causas del éxito de occidente en establecer su hegemonía como civilización; la mayoría asume de forma a-crítica la superioridad europea como condición natural. Este enfoque reproduce el discurso Eurocéntrico del difusionismo europeo, cuidadosamente construido por el más fuerte. De esta estrategia emergió una geopolítica del conocimiento, construida exclusivamente a partir de paradigmas Eurocéntricos. Eso revela el diseño imperial de un mapa de los saberes que produjo lo que hoy corresponde al mapa de nuestras desigualdades socio-económicas, pues, según Walsh et al. (2000), como la economía, el conocimiento está organizado mediante centros de poder.

Una única episteme—científica—monopolizó la posibilidad de crear verdades y realidades, y una cultura dominante para percibirlas e interpretarlas. En este contexto, el capitalismo industrial emergente se apropió del discurso Eurocéntrico y lo transformó a su favor, incluso influenciando los modelos interpretativos de las ciencias sociales, combinando la dimensión político-ideológicainstitucional con la ético-epistemológica, para colonizar las relaciones sujeto-objeto-contextoperspectiva -metodología-instituciones-cultura (Walsh et al. 2000). La falsa dicotomía que separa la episteme científica de las epistemes no-científicas relegó los “otros” pueblos y “otros” lugares a estudios de caso, lo que resultó en la construcción del Tercer Mundo como un mero receptor de valores, premisas, promesas, conceptos, teorías, modelos, paradigmas, etc.

En The Colonizer´s Model of the World, J. M. Blaut demuestra que la doctrina del difusionismo europeo, que promueve la superioridad de raza, clima, cultura, mente y espíritu de Europa para justificar su dominación sobre otras civilizaciones, no está fundamentada en evidencias históricas ni en geografía sino apenas en la ideología del colonialismo. Esta ideología ha ganado el estatus de paradigma social—visión de mundo—que los imperios europeos construyeron para explicar, justificar y fortalecer su expansión colonial. Blaut abunda en evidencias sobre cómo los Estados de Europa occidental, sus intelectuales, universidades y prácticas han creado y reproducido este discurso público. Aún hoy muchos “descolonizados” continúan creyendo que Europa siempre fue realmente superior. Lentamente, los imperios europeos desmoralizaron, destruyeron o transformaron las sociedades tradicionales y las economías del mundo tropical bajo sus prácticas colonialistas y valores occidentales que violentaban la realidad local.

No obstante el colonialismo iniciado en 1492 con la invasión de América, a partir de la década de los 1870 el imperialismo colonial se intensificó. El capitalismo industrial seleccionó a África como su blanco principal, porque ahí no había restricciones legales a su penetración. El continente africano debía ser incorporado a la órbita del capitalismo emergente. La intensificación del colonialismo ocurrió porque Inglaterra y otros imperios europeos estaban perdiendo su competitividad internacional. Como la farsa del “libre” mercado ya no funcionaba para los más fuertes, ellos decidieron construir nuevos mercados a partir de nuevas colonias.

Inglaterra sólo usó el discurso del “libre” mercado cuando era el más competitivo de los imperios, cosa que empezó a declinar a partir de la década de los 1870. En La Gran Transformación, Karl Polanyi escribió la crítica más seria y mejor fundamentada a la hipocresía organizada alrededor de la ideología del “libre” mercado. Polanyi demuestra que el “libre” mercado no es libre — ni justo. El único experimento de un mercado auto-regulado fue intentado por Inglaterra en el siglo XIX, pero los resultados eran tan crueles que sus autores terminaron el experimento. Con el experimento fue sepultado también el “libre” mercado, que el neo-mercantilismo finge resucitar en una versión peor que la del siglo XIX. Por eso, la ideología del “libre” mercado es apenas un ornamento retórico del discurso público de los abogados del imperialismo sin colonias.

Formas de intervención colonial

No es necesario citar las prácticas más violentas usadas durante la colonización, porque estas ya son muy conocidas. Por ejemplo, en Las Venas Abiertas de América Latina, Eduardo Galeano abunda sobre la violencia y la injusticia coloniales cometidas sin escrúpulo por los colonizadores en la región. Aquí citamos solamente algunas pocas prácticas establecidas durante la colonización, que se asemejan mucho a algunas de las prácticas actuales que muchos piensan son novedosas:

  • El reclutamiento de personal administrativo. Esta práctica no fue dejada al azar. Francia creó la Escuela Colonial en el 23 de noviembre de 1889 para enseñar las ciencias coloniales, y al inicio del siglo XX eso fue fortalecido con un curso gratis de dos semanas en estudios coloniales en la Sorbonne, con un premio anual de 20.000 Francos para el mejor estudiante, donado por la Unión Coloniale. Hoy día, esta práctica ha sido asumida por los institutos de estudios de desarrollo para formar “expertos del desarrollo”. Antes, los imperios Europeos tenían sus Ministerios de las Colonias; ahora son los países “subdesarrollados” quienes crearon sus Ministerios de Desarrollo de variados tipos.
  • El establecimiento de élites locales. El medio más efectivo para abrir mercados locales fue el establecimiento de élites criollas occidentalizadas. Para facilitar este proceso fue financiada la constitución de fuerzas armadas para apoyar a dichas élites, que tendrían la dura tarea de imponer un cierto modelo de “desarrollo económico” a su población. Aún hoy eso existe. Cerca de 2/3 de la ayuda de los Estados Unidos es para la “asistencia en materia de seguridad, incluyendo capacitación militar, armas y transferencias financieras para los gobiernos que son guardianes de los intereses de los Estados Unidos.
  • La destrucción de la economía local. Una de las primeras tareas a realizar en una colonia era destruir la estructura de su economía doméstica. Por ejemplo, en Vietnam fue la sal, el opio y el alcohol. En la India fue la industria textil. En la segunda mitad del siglo XIX, la independencia industrial relativa de Paraguay llevó el imperio británico a inducir Argentina, Brasil y Uruguay hacia una guerra cuya agenda oculta era destruir la autonomía de un “desarrollo” considerado un “mal ejemplo” para otras sociedades “primitivas”. En Sudan fue cobrado un alto impuesto sobre los cultivos alimentarios y los animales domésticos. Como no podía pagar impuestos tan altos, el pueblo abandonaba sus cultivos y animales para trabajar en las minas y en las grandes plantaciones de cultivos de exportación. Eso es semejante a lo que hace el Banco Mundial hoy al privilegiar las commodities de exportación, y el Fondo Monetario Internacional cuando impone los ajustes estructurales.
  • La construcción de deudas financieras. Los colonizadores decidieron que prestar grandes sumas de dinero a las élites locales era el método más efectivo para controlar dichas élites, sus recursos naturales, mano-de-obra y mercados. Como la mayor parte del dinero nunca era empleado en actividades productivas sino en las vanidades de las élites, estas quedaban rehenes de los que les prestaban los recursos financieros. Eso fue lo que pasó con Tunísia y Egipto en la mitad de los 1800, y es la práctica preferida del FMI, Banco Mundial y congéneres regionales en su misión de recolonizar al Tercer Mundo por otros medios, para el beneficio de corporaciones e inversionistas internacionales.

El hecho institucional más relevante del colonialismo imperial fue la creación de la Liga de las Naciones, que legitimó internacionalmente la práctica de la colonización. Al final de la Primera Guerra Mundial, el Tratado de Versalles, firmado en 28 de junio de 1919, creó la primera institución política internacional para facilitar la hipocresía organizada alrededor de la “idea de desarrollo” aún en su “misión civilizadora”. Otra vez el más fuerte institucionalizaba la injusticia legalizando su derecho a explotar a los más débiles. Los imperios transformaron su fuerza en derecho, institucionalizando el derecho de decidir sobre los nuevos territorios “disponibles” de los perdedores de la guerra. Los vencedores se regalaron a sí mismos una licencia para colonizar o anexar oficialmente los nuevos territorios, y para controlar y explotar a sus poblaciones.

Y así caminaba la humanidad hacia la Segunda Guerra Mundial, de donde una nueva potencia industrial capitalista emergería hegemónica y transformaría radicalmente la idea de desarrollo en su favor. La fuerza ya no estaría con el más “civilizado” sino con el más “desarrollado”. Serían creadas innovaciones para elevar la hipocresía organizada a niveles nunca antes imaginados. Los Estados Unidos no tenían la clase de los antiguos imperios europeos, pero abundan en la misma falta de escrúpulos para viabilizar sus intereses económicos y políticos.

Cuando el más fuerte es el “desarrollado”

“…nosotros debemos embarcar en un nuevo y osado programa para hacer disponible los beneficios de nuestros avances científicos y de nuestro progreso industrial para la mejoría y el crecimiento de las áreas subdesarrolladas…Debe ser un esfuerzo mundial para alcanzar la paz, la abundancia y la libertad…El viejo imperialismo—explotación para el lucro extranjero—no tiene lugar en nuestro plan…La mayor producción es la clave para la prosperidad y la paz” (Harry Truman, Presidente de los Estados Unidos, en 20 de enero de 1949; citado por Rist 1997:72, 73)

“Uno de los principales objetivos de nuestro gobierno es asegurar que los intereses económicos de los Estados Unidos se extiendan en una escala planetaria” (Madeleine Albright, exSecretaria de Estado de los Estados Unidos, citada por Ignacio Ramonet en Geopolitics of Chaos, 1998:48).

“Esta creciente división entre la riqueza y la pobreza, entre la oportunidad y la miseria, es tanto un desafío a nuestra compasión como una fuente de inestabilidad…Nosotros debemos incluir cada africano, cada asiático, cada latinoamericano, cada mulsumán, en un círculo creciente de desarrollo” (George Bush, Presidente de los Estados Unidos, en su “Discurso sobre el Desarrollo Global” durante la cumbre de la OMC en Monterrey, México, 14 de marzo, 2002).

Nunca antes en la historia hubo tantos cínicos como los asociados a la hipocresía organizada para sostener el imperialismo sin colonias. La descolonización ha sido recolonización por otros medios: deudas externas, privatizaciones, ayuda internacional, etc. Una mirada atenta al nivel de interdependencia creciente entre los países revela apenas otros tipos de dependencia logrados con la convergencia tecnológica, fragmentación política, destrucción ambiental y desintegración social. Nosotros estamos cada vez más lejos de la integración de las sociedades transmitida con la metáfora de la “aldea global” y con la imagen azul de la Tierra fotografiada desde el espacio.

Diferente de Michael Hardt y Antonio Negri, que en Imperio (Hardt y Negri 2001) proponen la contradictoria tesis del imperio sin imperialismo, lo que percibimos desde el inicio de la segunda mitad del siglo XX son las prácticas de un imperialismo sin colonias, pero con imperio.

La invención del Tercer Mundo y la reorganización de la hipocresía organizada

Así como los humanos, antes de ser adultos, pasan por ciertas fases de desarrollo—infancia, adolescencia, etc—, las sociedades también pasan por ciertas etapas naturales de desarrollo.

Igualmente, como los niños y niñas deben seguir los consejos de sus padres y madres, los “subdesarrollados” deben seguir las orientaciones de los “desarrollados”. Estos ya conocen las mejores fórmulas para el desarrollo. Según nos dice el discurso público del dominador.

Cuando niños y niñas no aceptan los consejos de sus padres y madres, estos se sienten con el derecho de imponerles formas de pensar y actuar; ellos siempre quieren lo mejor para sus hijos e hijas. Igualmente, cuando los “subdesarrollados” no aceptan los modelos de “desarrollo”, los “desarrollados” también se sienten con el derecho de imponerles lo que piensan que es lo mejor para sus “menores carentes”, que necesitan ser “ayudados”. Incluso se sienten con el derecho de castigarlos si no aceptan lo que se les propone con tanta generosidad.

Mientras Truman no necesariamente imaginó lo que resultaría de su discurso a largo plazo, hizo mucho sentido el Punto Cuatro de su discurso en el contexto de los otros tres puntos. Truman propuso: (i) continuar apoyando a la ONU; (ii) mantener la reconstrucción de Europa a través del Plan Marshall; (iii) crear conjuntamente con los aliados una organización de defensa (OTAN); y (iv) extender para el resto de los países más pobres del mundo la asistencia técnica que ya era provista a partes de América Latina. En el contexto de la Guerra Fría con la Unión Soviética, los Estados Unidos tenían una macro-estrategia perfecta: conquistar el “Tercer Mundo”.

Con Trois Mondes, une planéte, del demógrafo Francés Alfred Sauvy, publicado en L’Observateur de 14 de agosto de 1952, Francia inventó el “Tercer Mundo”, incluyendo a los países que no pertenecían al Primer Mundo de los países capitalistas industrializados ni al Segundo Mundo de los países comunistas industrializados. La oportunidad para reorganizar la hipocresía organizada quedó perfecta para los Estados Unidos: (i) promover al comunismo como el (falso) enemigo público principal de la humanidad; (ii) convencer de que su estado superior de “desarrollo” puede ser logrado por todos; (iii) liderar “voluntariamente” la protección contra el comunismo; y, (iv) compartir su generosa “ayuda” para “desarrollar” a los “subdesarrollados” del Tercer Mundo.

La hipocresía organizada que emerge de este proceso histórico consiste en que los dominadores saben que los dominados no los alcanzarán, pero hay que seguir fingiendo que eso es posible, deseado, natural e imperativo. En el discurso público, el más débil tiene derecho al desarrollo, mientras el más fuerte tiene la obligación moral de ayudarlo a desarrollarse. Pero nadie sabe qué es “desarrollo”, porque el más fuerte vive reconstruyendo el concepto para incorporar las nuevas críticas del más débil, que otra vez pasa a creer en sus “buenas intenciones”, para en seguida decepcionarse, en un proceso que no tiene rumbo a seguir ni lugar donde llegar, pero donde la dictadura del crecimiento económico se mantiene de forma imperturbable.

La verdad es que el más fuerte no tiene la menor intención de que el más débil llegue a ser como él, hasta porque la homogeneidad entre sociedades con culturas, espacios geográficos, contextos sociales y realidades materiales tan distintas es una absoluta imposibilidad. Tampoco existe el deseo de las “otras” culturas por asumir la identidad del dominador; la mayoría dominada no logra ser feliz con la concepción de “desarrollo” impuesta. En última instancia, lo que el más fuerte realmente quiere de los dominados es el acceso, idealmente sin ninguna restricción, a materia-prima abundante, mano-de-obra barata, mentes obedientes y cuerpos disciplinados.

Con la desintegración de la Unión Soviética y el derrumbe del bloque socialista del Este europeo, está en marcha una estrategia para reemplazar a la ideología del Estado por la ideología del mercado. A pesar del creciente poder de las corporaciones transnacionales, este proceso ocurre centrado alrededor del poder económico-militar de los Estados Unidos, porque la desaparición de la Unión Soviética ha creado las condiciones para un mundo unipolar. Algunos procesos de cambios globales se intensificaron y están transformando nuestra forma de ser, sentir, pensar y actuar. Todo eso ocurre de forma condicionada por antiguas y nuevas contradicciones.

Tres son los procesos esenciales: el establecimiento de un régimen de acumulación para el capitalismo, la creación de una institucionalidad para gerenciar dicho régimen de acumulación y la proliferación de movimientos sociales en contra de la naturaleza injusta de ambos procesos. Son tres los epicentros de los temblores que forjan dichos procesos después de la Segunda Guerra Mundial:

  • Revolución científico-técnica. Están en marcha revoluciones en el área de la tecnociencia (fusión entre la ciencia moderna y la tecnología moderna), incluyendo la robótica, nuevos materiales, biotecnología, nanotecnología, tecnología de la información, etc. Un nuevo sistema de técnicas para transformar la realidad, cualitativamente diferente del que ha prevalecido durante el industrialismo, está surgiendo bajo una racionalidad instrumental que reduce los problemas de la humanidad y del planeta a su dimensión técnica, de tal forma que su solución depende apenas de más tecnociencia, además de nuevas formas de gestión. Una visión cibernética de mundo promueve al mundo como una máquina — un sistema de información auto-regulado — que funciona a través de redes cibernéticas, interdependientes pero supuestamente “neutrales” cuanto a las relaciones desiguales en la creación, acceso y uso de información, riqueza y poder.
  • Revolución económica. La crisis económica de los años 1980 reflejaba una crisis más amplia, lenta y creciente del régimen de acumulación y representación del capital de la época del industrialismo engendrado bajo la lógica política del colonialismo imperial. Los cambios que integran el menú de los “agentes internacionales” (Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional, Organización Mundial de Comercio) de los “cambios nacionales”, establecen un nuevo régimen de acumulación de capital y de representación de la globalidad imperial, y una nueva institucionalidad para la gestión de dicho régimen. Una visión mercadológica de mundo promueve al mundo como un mercado constituido de arenas comerciales y tecnológicas donde la existencia es una eterna lucha por la sobrevivencia a través de la competencia — cada uno por sí, Dios por nadie y el Diablo contra todos —. En un mundo con economías pero sin sociedades ni ciudadanos, la solidaridad es una virtud de los débiles. El éxito es para los gladiadores que eliminan el mayor número posible de competidores — enemigos.
  • Revolución sociocultural. Los contra-discursos y las contra-estrategias a los dos procesos anteriores emergen de la movilización de diferentes — y no siempre convergentes — movimientos socioculturales visibles a partir de los años 1960. Ellos desafiaron las premisas esenciales de la civilización occidental y los valores de la sociedad industrial de consumo, muchos cuestionan la idea de desarrollo. Ellos hacen contribuciones esenciales para influenciar la construcción de un futuro mejor. Ambientalismo, feminismo, derechos humanos, justicia étnica, cuestión indígena, reforma agraria, son ejemplos de estos movimientos. Una visión contextual de mundo prevalece entre los que intentan rescatar y sostener la importancia de lo humano, lo social, lo cultural, lo ecológico, lo ético. Ellos ven al mundo como una trama de relaciones entre diferentes formas de vida. De ahí, la complejidad, diversidad, diferencias y hasta contradicciones que caracterizan la realidad, lo que implica el uso intensivo de interacción, negociación y construcción colectivas. La solidaridad es la clave.

La comprensión de estos epicentros de los temblores globales nos permite entender algunas contradicciones del imperio que quiere ser el amo del universo. Por ejemplo, en su discurso público, Estados Unidos se presenta en el siglo XXI como el campeón del desarrollo sostenible, pero no ratifica la Convención de la Biodiversidad, el Protocolo de Kyoto y otros acuerdos que emergen de la revolución sociocultural que intentan rescatar la relevancia de lo humano, lo social, lo ecológico y lo ético. La ratificación de estos acuerdos es un obstáculo a los intereses globales y ambiciones expansionistas de las corporaciones estadounidenses que desean acceso ilimitado a materia prima abundante, mano de obra barata, mentes obedientes y cuerpos disciplinados.

La construcción de un nuevo régimen de acumulación de capital

Una economía inmaterial está emergiendo paralela a la economía productiva; su factor crítico es la información y su infraestructura esencial es la de la comunicación. Su dinámica virtual ocurre a través de redes cibernéticas por donde fluyen capital, decisiones e información, eclipsando electrónicamente la dimensión espacio-tiempo y escapando al control de muchos Estados. Estas redes de poder, donde los ricos no necesitan de los pobres, ignoran a los que de ellas no participan. Está en formación el Cuarto Mundo: el mundo de los innecesarios.

El contrato social entre el capital y el trabajo se ha roto. Bajo el eufemismo de la flexibilidad laboral, las legislaciones laborales de los países están siendo reestructuradas para facilitar la movilidad global del capital y promover la vulnerabilidad local del trabajo. El capital quiere volar sólo, sin compromisos ni responsabilidades. Los innecesarios son las víctimas del modelo neoliberal de crecimiento económico con exclusión social. En la era del acceso, los innecesarios son los desconectados del empleo, de la educación, de la salud, del pasado, del futuro, de la esperanza. El capitalismo de la época industrial fue acusado de sobre-explotación del trabajo, inspirando la “utopía” marxista; el régimen capitalista emergente es acusado de exclusión social.

El Cuarto Mundo no es un mundo geográfico sino social, y está siendo construido en Europa, Asia, Estados Unidos, África, América Latina, en fin, en todos los continentes. Los capitalistas de la época del industrialismo eran personas con una ubicación geográfica y que se orientaban por las reglas nacionales de su Estado-nación. En contraste, los capitalistas de la época emergente son corporaciones transnacionales impersonales e indiferentes, cuyos intereses globales y ambiciones expansionistas exigen reglas transnacionales, y les transforman en apátridas que no son leales ni siquiera a sus países de origen, a pesar de su dependencia en cuanto al apoyo de sus respectivos Estados.

El capital es hoy globalmente coordinado y acumula de forma descentralizada, mientras el trabajo está siendo desagregado en su desempeño, fragmentado en su organización, diversificado en su existencia y dividido en su acción colectiva. Entre las 100 más grandes economías del mundo, sólo 49 son países; 51 son corporaciones. Adam Smith hoy escribiría sobre la riqueza de las corporaciones y no más sobre la riqueza de las naciones.

Pero en todo este proceso, el crecimiento económico continúa su reinado de objetivo único para todas las sociedades del planeta. A través del Informe Brundtland, los expertos en hipocresía organizada lograron disfrazar al lobo con la piel de cordero ofrecida por el concepto de desarrollo sostenible. Reciclando sus prácticas discursivas, ellos logran cooptar a muchos de los actores que antes criticaban las relaciones asimétricas de poder que generan la pobreza, el hambre, la mercantilización y destrucción de la naturaleza, etc. Lo único que no es reciclado es el objetivo del crecimiento económico, reinterpretado como la fuente mágica de todas las soluciones. Es increíble, pero la idea de desarrollo fue retomada bajo el concepto de desarrollo sostenible para eufemizar—y banalizar—su naturaleza injusta, después de 50 años de fracaso.

La construcción de una nueva institucionalidad para el sistema capitalista

El objetivo es desmoralizar y debilitar el Estado-nación en ciertas funciones asociadas al régimen de acumulación y representación del capital de la época del industrialismo, para reconstruirlo y fortalecerlo en nuevas funciones convenientes para el nuevo régimen de acumulación del capitalismo corporativo—el neo-mercantilismo—y de representación de la globalidad imperial.

La institucionalidad para la gestión del capitalismo industrial fue construida alrededor del Estadonación, el guardián de las reglas y de los capitalistas nacionales. Ahora que las corporaciones transnacionales concentran un poder sin precedentes en su historia, nuestras reglas nacionales son una inconveniencia para el éxito de las reglas transnacionales que establecen y sostienen el régimen de acumulación del capital financiero. Los líderes y expertos de la hipocresía organizada crean prácticas discursivas para justificar el ajuste de algunas y la destrucción de muchas reglas nacionales. Ellos etiquetan las reglas nacionales como “barreras” cuyo sentido negativo implica “derrumbarlas”. Pero sin destruir el Estado-nación que aún debe realizar algunas funciones esenciales en la época emergente, como usar la fuerza para controlar a los excluidos, creando así un “ambiente favorable”—estable y lucrativo—para las inversiones extranjeras.

Por eso, el FMI, Banco Mundial, OMC y sus congéneres locales intentan desmoralizar al Estado y al sector público, bajo la disculpa de que ambos son las fuentes de nuestros problemas actuales, mientras el mercado y el sector privado son las únicas fuentes plausibles de su solución. Con el concepto de “gobernabilidad”, el diploma de “buen gobierno” fue inventado para premiar a los gobiernos que “derrumban” las reglas nacionales y construyen las condiciones para el éxito de las reglas transnacionales. Buen gobierno ya no es el que defiende o promueve los intereses de sus sociedades nacionales, pues este será condenado como proteccionista. La relativa soberanía y autonomía de los Estados están siendo erosionadas; la democracia representativa está en crisis.

Bajo el liderazgo de los Estados Unidos, está emergiendo un gobierno mundial sin Presidente ni elecciones, donde los que deciden no son electos y los electos no deciden. La mayoría de las políticas críticas para el futuro de las sociedades son formuladas en espacios y acuerdos multilaterales, institucionalizadas en mecanismos supranacionales e implementadas por agencias multilaterales y organizaciones internacionales. Todo eso ocurre bajo la influencia protagónica de poderosas corporaciones transnacionales, lejos del escrutinio público y de la participación ciudadana. Sin representar a la mayoría, la democracia representativa fue reducida a una democracia de un día—el día del voto—, y se ha transformado en el arte de engañar al pueblo.

En este contexto, antiguas instituciones de la hipocresía organizada son reestructuradas y nuevas son creadas. Todo empezó con una conferencia internacional en Bretton Woods, New Hampshire, Estados Unidos, realizada en 1-22 de julio de 1944, que creó el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y, más tarde, el Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio, que es la actual Organización Mundial de Comercio creada en 1994. Otra conferencia fue realizada en San Francisco, creando la Organización de las Naciones Unidas (ONU), en junio de 1945. Con la sede de la ONU en Nueva York y del Banco Mundial y FMI en Washington, no había duda sobre quien era el nuevo líder de la hipocresía organizada alrededor de la “idea de desarrollo”.

Inicialmente, el FMI tenía su foco en los países más industrializados del Norte, el Banco Mundial debía ocuparse de ayudar a la reconstrucción de la Europa destruida por la Segunda Guerra Mundial y la ONU se ocuparía de la consolidación de la paz. Después, el Banco Mundial y la ONU, primero, y el FMI, más tarde, cambiaron su foco hacia el Sur. La “agenda” impuesta por los Estados Unidos pasó a ser la recolonización del Tercer Mundo por otros medios, incluyendo la estrategia de crear deudas externas que serían transformadas en deudas eternas. En nuestro continente, fue extinguida la Unión Panamericana y fue creada la Organización de los Estados Americanos (OEA), que intenta facilitar el monopolio de los Estados Unidos sobre la región.

Eso ocurría en el contexto del inicio de la llamada Guerra Fría entre el Primer Mundo liderado por los Estados Unidos y el Segundo Mundo liderado por la Unión Soviética. El “comunismo” fue la etiqueta usada para construir una cultura del miedo ante el más reciente—y falso—enemigo público número uno de la humanidad. Para contener la amenaza roja, fue creada la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). En nuestro continente, fue creado el Tratado Inter-Americano de Asistencia Recíproca (TIAR) y la Escuela Inter-Americana de Defensa (EIAD), que llegaron a apoyar crueles dictaduras militares, bajo la estrategia de confundir nacionalismo con comunismo (Borón 2002). Confirmando la naturaleza injusta de su mandato, la EIAD era elogiada por los Estados Unidos por el excepcional desempeño en la ejecución de su tenebrosa “agenda “oculta”: enseñar el arte de la tortura, de la represión armada y de convencer brasileños a matar brasileños, argentinos a matar argentinos, chilenos a matar chilenos, etc.

Más allá de su mandato oficial, la ONU fue usada por los Estados Unidos y sus aliados para, por ejemplo, neutralizar la supuesta amenaza representada por el progresista Patricio Lumumba, apoyar el cruel e injusto régimen de Mobuto, en África, y tolerar pasivamente el sabotaje al proceso de paz en Angola. De hecho, en 1951, la ONU publicó un documento que traducía la “idea de desarrollo” como “progreso económico” doloroso pero inevitable para el bien de todos: “Hay un sentido en que el progreso económico acelerado es imposible sin ajustes dolorosos. Las filosofías ancestrales deben ser erradicadas; los lazos de casta, credo y raza deben romperse; y grandes masas de personas incapaces de seguir el ritmo del progreso deberán ver frustradas sus expectativas de una vida cómoda. Muy pocas comunidades están dispuestas a pagar el precio del progreso económico” (Naciones Unidas, 1951; citado en Escobar 1998:20)

Más recientemente, la ONU fue desmoralizada por los Estados Unidos que, sin su autorización, invadió ilegalmente a Irak, destruyendo el país injustamente para en seguida aparecer como el poderoso generoso y justo durante su “reconstrucción”, cuando intenta controlar su petróleo, debilitar el poder de la OPEP y fragmentar la solidaridad latente del mundo árabe. Pero hubo intentos de los países del Tercer Mundo de utilizar la ONU a su favor. En 1974 la Asamblea General de la ONU adoptó la Carta de los Derechos y Obligaciones Económicas de los Estados, un marco legal que establecía el derecho de los gobiernos a “regular y ejercer su autoridad sobre las inversiones extranjeras…regular y supervisar las actividades de las empresas multinacionales…y para nacionalizar, expropiar o transferir la propiedad de los inversionistas extranjeros” (Borón 2002:2). Hubo también la elaboración de un Código de Conducta para las Empresas Transnacionales y la creación de un Centro de Estudios de la Empresa Transnacional.

La reacción de los líderes de la hipocresía organizada fue condenar la iniciativa con el uso de la etiqueta de “Tercermundismo”. Los Estados Unidos y el Reino Unido salieron de la UNESCO durante los Gobiernos de Reagan y Thatcher, el pago de las cuotas de sostenimiento financiero de la ONU fue retenido, hubo recortes en los presupuestos de las Agencias de la ONU sospechosas de “Tercermundismo”, la Carta fue abolida, el Código fue sepultado y el Centro de estudios fue extinguido. El nombre “Naciones Unidas” es hoy un eufemismo para suavizar su estructura no-democrática. Cinco países tienen el poder de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU, donde se presentan como los guardianes de la paz mientras sostienen una exitosa industria basada en la guerra, dejando para la ONU una misión imposible: unir a las naciones desunidas.

Las funciones más estratégicas de las organizaciones acusadas de “Tercermundismo” han sido transferidas para las organizaciones de Bretton Woods (Borón 2002). Hoy, la educación es más influenciada por el Banco Mundial que por la UNESCO. La OMC quiere transformar a la educación en un servicio a ser liberalizado para dejar la entrada de corporaciones transnacionales en este “negocio lucrativo”, con reglas transnacionales por encima de las reglas nacionales. La política laboral es fijada bajo la influencia del Banco Mundial, FMI y OMC, y no de forma autónoma por la OIT. El Banco Mundial y el FMI, más que la OMS, influencian la problemática de la salud. Ya no se envían ejércitos para conquistar a los más débiles; esta misión cabe al FMI, BM, OMC, etc.

Nuevas organizaciones han sido creadas para facilitar la gestión del régimen de acumulación y representación del capital global, como la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (OMPI), que señala un cambio desde los productos de naturaleza material hacia los productos inmateriales, de naturaleza cultural, un indicador de la relevancia del conocimiento en la ecuación del poder. Sin embargo, el nuevo orden mundial neoliberal todavía se resiente de la ausencia de dos factores, uno asociado al acceso a materia-prima abundante, mano de obra barata, mentes dóciles y cuerpos disciplinados, y otro asociado a la cultura del miedo. Para el primer caso, hubo un intento de formular en secreto el Acuerdo Multilateral sobre Inversiones (AMI) (Borón 2002). Para el segundo, fue necesario esperar por el 11 de septiembre de 2001.

El fin del Tercer Mundo, el terrorismo y la reinvención de la hipocresía organizada

Después del fin de la Guerra Fría entre los Estados Unidos y la Unión Soviética, los Estados Unidos han revelado la verdadera intención—agenda oculta—de su “guerra contra el comunismo”: ser la única potencia hegemónica del globo. Sin embargo, con el fin de la Guerra Fría, la etiqueta del comunismo se quedó obsoleta. El nuevo imperio perdió su mejor fuente de disculpas para justificar su discurso hegemónico y legitimar sus prácticas imperialistas. Pero el 11 de septiembre creó una oportunidad que cayó literalmente del cielo: la etiqueta del terrorismo. Con un alto sentido de oportunismo, el gobierno de los Estados Unidos, apoyado por las élites militares, políticas y empresariales, usó una antigua estrategia imperialista, cuyo éxito depende de la cultura del miedo—la construcción de un enemigo público—, y cuya racionalidad fue aclarada por Hermann Goering, en los Juicios de Nuremberg que siguieron a la Segunda Guerra Mundial.

“Como es natural, la gente común no quiere la guerra, pero...son los líderes de un país quienes determinan su política, y…es fácil arrastrarla, se trate de una democracia, o una dictadura fascista, o un parlamento, o una dictadura comunista. Con voz o sin voz, a la masa siempre se la puede hacer que respalde a sus líderes. Es fácil. Lo único que hay que hacer es decir que están siendo atacados y denunciar a los pacifistas por su falta de patriotismo y por estar exponiendo al país a un peligro. Funciona igual en todos los países” (Hermann Goering, citado en De Souza Silva 2004: 84-85).

Literalmente la oportunidad cayó del cielo, permitiendo al actual Presidente de los Estados Unidos, George W. Bush, capitanear la propaganda político-ideológica hacia la construcción de un nuevo enemigo público—el terrorismo—para reemplazar el que fue extinguido junto con la Guerra Fría—el comunismo. Hermann Goering fue tan claro que nos permite comprender las críticas a Michel Moore, autor del documental Fahrenheit 9/11, acusado en los Estados Unidos de no ser patriota por revelar la hipocresía organizada detrás de la invención de la guerra al terrorismo, que apenas legitima las nuevas injusticias necesarias para enriquecer a las élites internas y salvar el decadente imperio norteamericano. Ha sido fácil para el gobierno intensificar el uso de la cultura cínica (con mentiras) y la del miedo (con falsas alarmas de ataques terroristas), ya ampliamente practicadas por el imperio estadounidense. Todo eso, “en nombre del desarrollo”.

Marco ético

Hacia la solidaridad entre subalternos, indignados y descolonizados

“Vivimos una etapa en que los acontecimientos marchan por delante de la conciencia de las realidades…Hay que sembrar ideas, desenmascarar engaños, sofismas y hipocresías, usando métodos y medios que contrarresten la desinformación y las mentiras institucionalizadas” (Fidel Castro, en su Discurso en el Acto por el Cuadragésimo Aniversario del Triunfo de la Revolución; 1º de enero de 1999, en Castro 1999:324).

“Como el progreso, el desarrollo…no tiene un punto de llegada…Su atracción reside en su promesa de alcanzar justicia sin redistribución… [Sin embargo] la justicia implica cambiar los ricos, no los pobres” (Wolfgang Sachs, Planet Dialectics; en Sachs 1999:38)

    “Si queremos descolonizar la colonialidad del poder/saber y no ser subsumidos y silenciados, las formas disciplinarias mismas, sus metodologías y tecnologías de producir y representar los discursos tienen que ser descolonizadas” (Castro-Gómez et al. 2002:13

Existe una relación dialéctica entre indignación y ética, según el Filósofo Freddy Álvarez-González en Una Ética de la Indignación (Álvarez-González 2004). No todos los que se indignan son éticos, pero todos los que son éticos se indignan. Los demás se molestan. Pero aún los que no tienen una conciencia ética, cuando asumen conciencia de que están indignados, pueden aprender a ser éticos.

Dominadores y dominados son distinguidos por la ética. La indignación colectiva de los dominados es una fuente poderosa de la ética necesaria para osar colectivamente ante el aumento de la hipocresía organizada y la banalización de la injusticia social.

La indignación es también una fuente de solidaridad entre los grupos subalternos que integran la colonialidad global para resistir a la globalidad imperial, lo que resulta imposible sin la solidaridad.

Si algunas iniciativas son exitosas con el individualismo, otras dependen de la solidaridad. En el caso de la construcción de un mundo mejor, somos todos ángeles de un ala; no lograremos volar si no lo hacemos abrazados. Sin embargo, el primer paso para superar un desafío complejo es comprenderlo. Desde nuestra perspectiva, todo empieza con un esfuerzo para descolonizar nuestra forma de pensar, que es rehén de los paradigmas eurocéntricos, y de sus implicaciones.

La esperanza en los movimientos sociales emergentes

Desafiar las prácticas del imperialismo sin colonias liderado por los Estados Unidos requiere mucha solidaridad. Sin embargo, si la solidaridad es más fácil entre los indignados, superemos el asustador déficit de indignación colectiva de la región. Sin indignación no hay revolución. No estamos proponiendo la vieja fórmula de la revolución social armada. Siguiendo a Escobar (2004), estamos sugiriendo unirnos a los movimientos socioculturales, que son la nueva esperanza.

Desde el pensamiento de frontera y de la perspectiva de los subalternos, nosotros debemos ser constructores de caminos todavía no existentes, abandonando conscientemente el mimetismo paradigmático e institucional impuesto por la globalidad imperial que genera las injusticias que nos indignan. No se pueden superar problemas históricos bajo la misma concepción de mundo y con los mismos métodos que los generaron. El neo-mercantilismo emergente apenas renueva y aporta sofisticación a la ideología del mercado para reemplazar a la ideología del Estado. Ya no se habla de sociedades, solo de economías. Bajo la visión mercadológica de mundo forjada por el neo-mercantilismo, el mundo es un mercado constituido de arenas comerciales y tecnológicas.

Sin embargo, nosotros debemos rechazar la economía de mercado impuesta desde el Foro Económico de Davos, Suiza, y adoptar la economía con mercado propuesta en el Foro Social de Porto Alegre, Brasil. En el primer caso, la sociedad es reestructurada para servir al mercado, como dictan el FMI, Banco Mundial y OMC. En el segundo, la sociedad está en el comando, y el mercado es regulado para a servir a la sociedad, no lo contrario. Es ahí donde el principio del bienestar inclusivo puede hacer una inmensa contribución.

En caso de conflicto entre dos propuestas, el principio del bienestar inclusivo decide a favor de aquella que beneficia al mayor número de individuos, grupos, comunidades, sociedades y/o formas de vida. Este podría transformarse en el principio de los principios hacia la inclusión social.

Este principio nos permite operacionalizar a la solidaridad y condenar a la exclusión. El futuro de la humanidad está tan comprometido por la vulnerabilidad ambiental y la exclusión social que Oliveira de Panelas, repentista antiimperialista, filósofo social popular y poeta de la solidaridad, de João Pessoa, Paraíba, Nordeste de Brasil, alerta: “o se salvan todos o no escapa nadie”.

El fin del “Tercer Mundo” y la hora de los subalternos

Si los grupos subalternos fueran solidarios entre sí, todo podría ser diferente. Ahora que el fin de la Guerra Fría decretó la obsolescencia del Tercer Mundo (Busch y Gunter 1994), los subalternos no deben ser rehenes del pensamiento subordinado al conocimiento autorizado por el más fuerte.

Debemos hacer un esfuerzo de descolonización epistémica de los paradigmas Eurocéntricos, para crear la epistemología de los grupos subalternos (Walsh et al. 2002), abandonando la “idea de desarrollo” concebida por el más fuerte. Ellos nunca fueron “desarrollados” y nosotros nunca fuimos “subdesarrollados”. Nosotros siempre fuimos, somos y seremos diferentes (Escobar 1998).

Si la actual potencia hegemónica del mundo fuera de oriente (de la civilización del ser), y no de occidente (de la civilización del tener), Estados Unidos sería el más “subdesarrollado” de todos los países, porque su apego a lo material sería visto como excesivamente primitivo.

Para ser solidarios, los grupos subalternos necesitan compartir un sueño. Como dijo Dom Hélder Câmara, el fallecido Obispo de la ciudad de Olinda, Pernambuco, Brasil, “cuando uno sueña individualmente, es apenas un sueño; cuando muchos comparten el mismo sueño es el inicio de la realidad”. La construcción de un sueño hacia la felicidad y el bienestar de nuestras sociedades, bajo una democracia sin exclusiones ni excluidos (Sader 1998), implica la globalización de la indignación y de la solidaridad. Sin miedo de ser felices. Pero la realización de este sueño pasa por una especie de proceso de deconstrucción epistémica para desminar las mentes: hacer visible—para entonces sacar—las minas intelectuales y psicológicas que han sido culturalmente “implantadas” en nuestras mentes y emociones en los últimos quinientos años.

Para ilustrar, América Latina no necesita del ALCA. El ALCA no es un acuerdo para la integración de las América sino para la subordinación de América Latina a los Estados Unidos para su acceso, control y uso del petróleo, agua y biodiversidad de la región en el futuro cercano. El ALCA es un intento de reorganización geopolítica de la hipocresía organizada para mejorar el desempeño del imperialismo sin colonias en el “patio” comercial del imperio. América Latina necesita unirse en un único colegio político y constituir los consorcios latinoamericanos del agua, biodiversidad, petróleo, industria, comercio, educación, tecnociencia, deuda externa, cultura, moneda, etc. Una unión que no sea apenas comercial sino de su gente y de nuestras potencialidades. Todo sería diferente, incluso nuestro poder de negociación con cualquier actor no-latinoamericano. Al igual que el “desarrollo”, el “Tercer Mundo” no ha existido; ha sido una invención (Escobar 1998) para la dominación. Aprovechemos el fin de esta invención para ser solidarios y volar abrazados.

Unámonos en un “grito indignado” desde el pensamiento disperso, silenciado y marginado por los circuitos de dominación epistémica, política, económica y militar, para promover el cambio y la resistencia al poder hegemónico del imperio estadounidense y al poder colonizador de los paradigmas Eurocéntricos. Intentemos indisciplinar las disciplinas, los discursos colonizados de las ciencias sociales y humanas, para acceder a nuevas formas de pensar, lo que implica osar ser “anormales” en el actual océano de la “normalidad” neoliberal. Unámonos a la lucha por una globalización contra-hegemónica (Escobar 2004a). Camuflado bajo la idea de desarrollo, el imperio está imponiendo un orden mundial donde todo se vende y todo se compra, incluso la justicia (Albala 2003; Delma-Marty 2003).

Sepultemos la “idea de desarrollo”, en la forma como ha sido concebida por el más fuerte, para colonizarnos y dominarnos. Solidarios con este grito e indignados con esta idea que organiza a la hipocresía y legitima a la injusticia, a continuación se propone un epitafio para su tumba.

Seamos solidarios. Impidamos que el imperio sea exitoso en la reorganización de la hipocresía y legitimación de nuevas injusticias, al reemplazar la etiqueta del comunismo por la del terrorismo.

Como nunca cumplió sus promesas de “desarrollar” a los “subdesarrollados” en los últimos cincuenta años, el imperio ya no promete “desarrollo” sino “protección”; ya no hay beneficios que compartir, sólo riesgos. Indignémonos con este estado de cosas. Sin indignación, nosotros vamos a reproducir las condiciones injustas que permitirán al imperio continuar domesticando nuestra voluntad de cambiar al mundo. ¿Hasta cuando? ¿A qué costo?

Conclusión

Un epitafio para la “idea de desarrollo”

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Aquí yace la idea de desarrollo. Sus crímenes han sido:

  • Ser una farsa histórica.
  • Estar erigida sobre mentiras y eufemismos.
  • Prestarse a la hipocresía organizada por el más fuerte.
  • Agudizar los problemas que promete resolver.
  • Privilegiar a las economías sobre las sociedades.
  • Servir al crecimiento económico con exclusión social.
  • Someterse al discurso del poder y al derecho del más fuerte.
  • Vender ilusiones individuales y destruir sueños colectivos.
  • Apoyar la construcción de la civilización del tener y no del ser.
  • Aumentar la riqueza y el poder para pocos y la injusticia para muchos.
  • Escuchar al argumento de la fuerza y no a la fuerza del argumento.
  • Reestructurar a las sociedades para servir al mercado y no lo contrario.
  • Fracturar a la humanidad con la falsa dicotomía del “desarrollo-subdesarrollo”.
  • Crear un Estado-red corporativo supranacional—gobierno mundial—donde la autocracia corporativa reemplaza a la democracia representativa.
  • Facilitar la movilidad global del capital y la vulnerabilidad local del trabajo.
  • Transformar al mundo en un mercado sin sociedades ni ciudadanos.
  • Generar huérfanos de la esperanza y prisioneros del desamparo.
  • Ofrecer falsas premisas, falsas promesas y soluciones inadecuadas.
  • Apoyar ideologías de dominación y no utopías de liberación.
  • Ocultar la indiferencia, el egoísmo y la avaricia de pocos ante el sufrimiento de muchos.
  • Promover los intereses de una minoría como si fueran los intereses de la mayoría.
  • Servir más a la violencia y a la guerra que al diálogo y a la paz.
  • Justificar interferencias — invasiones — no invitadas.
  • Viabilizar la descolonización como recolonización por otros medios.
  • Permitir el pasaje del colonialismo imperial al imperialismo sin colonias.
  • Amputar el espíritu colectivo de los pueblos dominados y explotados.
  • Legitimar crueles injusticias del más fuerte sobre los más débiles.
  • Globalizar el individualismo y no la solidaridad.
  • Incumplir sus promesas.

Esta “idea” ha sido juzgada y condenada.

Sus hipócritas e injustos crímenes fueron en contra de lo humano, lo social, lo ecológico y lo ético.

Que descanse “en paz”, por la eternidad, sin derecho a resurrección. ¡Amén!

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