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Bolivia sufre de ÉLITES ENFERMAS
Pablo Mamani Ramirez 1
ubnoticias.org

“Así el verdadero pueblo enfermo como el que ha tratado de mostrar Alcides Arguedas no es el indio, sino Bolivia sufre de una enfermedad profunda: tiene élites enfermas” (P. Mamani, 2005).

Miseria de las élites

Bolivia al parecer es el territorio endémico de los fracasos estrepitosos de los proyectos de las élites “modernizantes”, por una parte, y, colonizadoras, por otra, en su historia: la de los terratenientes agrarios, mineros estañíferos, banqueros y empresarios de la comunicación y los agroexportadores del último periodo.

¿Por qué de estos fracasos? ¿No era que la modernidad y el liberalismo eran proyectos incontestables? ¿O la colonia la “mejor sociedad” posible en nuestras tierras “incivilizadas”? ¿Y en el último tiempo el neoliberalismo como el nuevo universalismo irrefutable al que hay que unirse para no quedar fuera del mundo actual? ¿Dónde queda la tan apreciada culta racionalidad de las élites que se mostraban como las portadoras de la modernidad, de la cientificidad, de la racionalidad, de la administración impersonalizada de la cosa pública, modelos a copiar para mostrase como “civilizados”?, ¿dónde queda la tan altisonante pedantería de sus conocimientos académicos como verdades únicas e incontestables?

La primera respuesta provisional a estas preguntas es que Bolivia sufre, entre otros problemas sustanciales, de un profundo problema estructural: tiene élites enfermas. Y no es que las élites sean el motor de la sociedad sino porque éstas influyen siempre. Alcides Arguedas uno de los cumbres del pensamiento social darwinista y positivista en Bolivia y portadores de la ideología de las élites y racista junto a Nicomedes Antelo, Gabriel René Moreno, Bautista Saavedra hasta el propio Franz Tamayo había sostenido que el fracaso de la joven Bolivia de entonces se debía a que tiene: pueblo enfermo (Arguedas, 1982). Y el centro de este pueblo enfermo para Arguedas era el indio aymara y el mestizo, aquel por su irreductible apego a la tierra e impenetrable ser que tiene miradas esquivas que no permite saber qué piensa y los qhiswas inkásicos por sus atavismos culturales y biológicos junto con la accidentada geografía andina que imposibilita el desarrollo de la economía y de la sociedad nacional.

Antelo para superar este atraso imperdonable había propuesto la extinción del indio para entrar de este modo a la “civilización” ya que el indio era, según él, “inferior” por “naturaleza” frente a la “superior” “raza” “blanca” pura purificada portadora de la “civilización” (Moreno, 1989). Saavedra en esta misma lógica había sostenido, pese a defender a los indios en el proceso de Mohoza en 1902, que hay que “explotar a los indios aymaras y quechuas en nuestro provecho, o hemos de eliminar, porque constituye un obstáculo y una rémora en nuestro progreso, hagámoslo así franca y enérgicamente” (Saavedra, 1987: 146). Hasta Tamayo sostuvo que el indio no tiene cualidades intelectuales como el blanco (particularmente el blanco europeo), sino sólo posee el carácter y la energía moral (Tamayo, 1987). Actualmente los temas de debate del siglo XIX y XX han vuelto con gran fuerza y con ella la miseria de las élites dominantes y sus pensamientos. En el último tiempo escritores como J. Mendoza, Mariano Baptista G., Manfredo Kempff, Eduardo Pérez, Cayetano Llobet, Robert Brockmann dejan traslucir y otros la sostienen sin tapujos que los indios no habíamos superado la antigua indianidad como el de actuar en montoneras para convertirse de pronto en “criminales” reales o en potencia. No tienen, según esa lógica, racionalidades liberales de actuar como individuos racionales o “libres” de las ataduras comunales sino actúan siempre “como siempre han actuado”: en montoneras e influido por sus emociones o odios contra el blanco para ser así de facto irracionales, hasta llegar a la locura o salvaje sostenida por José Luís Paredes y Carlos Mesa (P. Mamani, 2005) o el de la Nación Camba (Peña y Jordan, 2006) entre otros. O el “así nomás había sido” de Llobet. Para este último, según X. Soruco donde retorna con el neoliberalismo la narrativa arguediana muestra que “la élite boliviana..(ante)…crisis o incertidumbre de continuación del (neo) liberalismo (1997), se desnuda del ropaje 'multicultural' para mostrarse tal como es: señorial y colonial” (Soruco, 2000: 6). F. Patzí al criticar los argumentos del cura Pérez y Brockmann que habían sostenido que el aymara es una lengua de analfabetos e inferior por tanto. Patzi dice para retrucarlos: “Si comprendieran esto los dos señores antiaimarista serian capaces de salir con su sotana y fusil a matar a los aimaras, ya que jamás estarían de acuerdo con la organización sociopolítica de los aimaras” (Patzi, 2000: 7). Es decir, los aymaras tienen gran posibilidad de universalizar sus sistemas de organización y la lengua. Es lo que F. Reinaga diría sobre estos razonamientos la alma de la Bolivia blanca (Reinaga, 1969). La “posmodernidad” parece no haberles sacado todavía de la ilusión de la modernidad a muchos de ellos.

El ensayo muy interesante de Franz Barrios para este tema como crítica al proyecto neoliberal de ajuste estructural en Bolivia en el último periodo, es importante. Pues así las teorías de “raza” y la globalización o “modernidad” acentúan la conflictividad social que hace directa referencia al problema estructural que planteamos. Sostiene Barrios (2005), después de pasar revista a lo que él llama el “neoliberalismo criollo”, para afirmar que estos han transpuesto los modelos y sentidos de este proyecto de manera acrítica y irreflexiva de realidades distantes a las nuestras, de los países “maduros” sobre la experiencia neoliberal para aparentar, desde estos discursos, una gran capacidad científica y certeza de la historia inobjetable de la que no hay que salir: la globalización. La privatización de las empresas nacionales resume posiblemente esta tragedia. Es una tragedia industrial, aunque en ella curiosamente se ha promocionado el “capital humano” en un país sin industrias para este “capital humano”. Este es una ilusión nefasta. Ahora quienes encarnan esto son Gonzalo Sánchez de Lozada, Hugo Bánzer Suárez, ciertos grupos empresariales-terratenientes agrupados en Santa Cruz en el Comité pro Santa Cruz, Federación de Fraternidades Cruceñas, Unión Juvenil Cruceñista, Nación Camba, CAINCO (Cámara de industria, Comercio, Turismo y Servicios, Cámara de Hidrocarburos, Cámara Forestal, Cámara Hotelera) y Cámara Agropecuaria del Oriente (CAO), de apellidos croatas, alemanes entre otros que más que producir un “capital institucional moderna” la trastoca y la hace colonial como lo hacía S. Patiño, Arce, Pacheco y otros en el pasado. Un grupo reducido de los científicos sociales son parte ineluctable de este y las élites “empresariales” de aquella. En el primer caso hay una intelectualidad autoreferida hasta “incestuosa”, dice Barrios, donde destacan J. Lazarte, A. Mayorga, C. Toranzo y otros, porque han creando: a) un eclecticismo ideológico, b) y las criticas al neoliberalismo son tildados de apasionamiento ideológico, y c) promueve eliminar la vieja diferencia entre la derecha y la izquierda para así promover la verdadera ciencia, d) esto mediante la neutralidad axiológica, e) y descalifica a la clase política (aunque es lo más rescatable), y f) apego irreflexible a las modas de la globalización en base a la democracia pactada, g) continuismo propositivo como un hecho realmente positivo (F. Barrios, 2005:75-76). Es decir, las élites intelectuales y las empresariales-terratenientes es la encarnación del desconocimiento y invisibilización de la realidad propia de nuestros mundos y posiblemente las suyas propias que en el pasado ya han sido acusados de estos defectos y no han superado.

Así las élites dominantes y sus sirvientes pobres (técnicos y políticos) en la actualidad por el referido hecho tratan con gran elocuencia y animosidad mantener el proyecto de la civilización neoliberal y los privilegios de poder que de ella derriba bajo argumentos ya conocidos como es la globalidad mundial inevitable (que es reconocible pero no es la última referencia histórica de nuestras historias), la “incapacidad intelectual” del indio, incapacidad política de sus líderes para ejercer gobierno, etc. Viven, piensan y por tanto actúan así con grandes abstracciones al igual que en el pasado, de la realidad propia y compleja que en muchos de sus sentidos estos son disonantes con la linealidad histórica del positivismo criollo. Nuestros mundos son productoras de otras racionalidades históricas, del saber y práctica social, agrícola y política dada en su riqueza histórica, cultural, lingüística, humana y espiritual de complejidades, visiones sociales diversas y múltiples. La realidad y la cultura es siempre dinámica pero esto es entendida así. Por esto estos no tienen argumentos para seguir sosteniendo su credibilidad, legitimidad y respeto al proyecto de la “civilización moderna occidental” dentro de nuestros contextos repelentes y territorios frágiles para aquellos cometidos. La “culta” sapiencia del estudio de la realidad y su comprensión de ella más que esclarecer los ha oscurecido radicalmente esta realidad material y subjetiva de estos mundos como en el colonialismo oscurantista por lo que reniegan, niegan, rechazan y criminalizan la propia realidad para imponer autoritariamente su realidad sabiendo incluso que son ajenos a la idiosincracia propia como verdad única e universal sobre nuestros universos locales, regionales y nacionales que son calificados de retrogradas, incivilizadas, o “salvajes”, expresiones radicales del redescubrimiento de la realidad social fundada en la racialización del poder y una pretendida universalidad, pero, totalitaria.

Concepciones y convicciones

Las relaciones sociales y la vida la definimos siempre desde nuestras concepciones y convicciones que tiene luego el poder y el peso específico en los resultados propios y ajenos. Las concepciones y convicciones determinan nuestros actos, sentidos, gustos, pensamiento o nuestro ser y por otro nuestras realidades vividas son parte también determinantes de aquello que al final, ambos, tienen el peso sustancial en la historia. El fracaso de las élites como proyecto de país “moderno” se debe en gran medida a sus concepciones y convicciones y sus realidades en las estructuras de la sociedad y la resistencia sociales indígenas-populares definidas también en sus propias convicciones y concepciones y la vida real tanto en lo social, histórica, económica, cultural y política. Las élites tienen concepciones y convicciones que niegan la realidad histórica, cultural, social y política de la tierra y los pueblos que habitan en ella y tienen condiciones de vida que la alejan crudamente de esta realidad. Por lo que al estar alejado de estas realidades lo único que pueden y quieren hacer es imponer dictatorialmente una civilización y gustos culturales ajenas y alienantes sobre la otra civilización previamente existente a esta que no niega, sin embargo a aquel, sino se relaciona para reafirmar sustancialmente la suya propia.

Las culturas indígenas son dinámicas y complejas dado en que están dispersos sus poblaciones en las ciudades y el campo y tienen además plasticidad lógica para reapropiarse y originalizar lo ajeno como propio. Sin embargo, el sentido y la seguridad de poseer poder y creerse como élites de poder nacidas naturalmente para mandar y ser obedecido es el trasero de su propia incapacidad intelectual y práctica que niega, las culturas indias, incluso su propio proyecto liberal: las libertades ciudadanas, democráticas, plurales, justa porque mantienen y reproduce culturas dictatoriales y líderes dispuestos a ser potenciales dictadores y genocidas. Acudiendo a T. Marof se puede decir sobre este último: matar indios y cometer genocidios no es delito en Bolivia (Marof, 1934) sino es hacer patria. La historia sobra para demostrar tal hecho. Es decir, tienen vidas sociales y convicciones ajenas a la propia realidad de nuestros medios sociales pero se creen tener un “capital cultural” para habilitarse como tales que lo que logra con ello es chocar cruelmente con las construcciones sociales de la realidad y con otros capitales culturales indígenas. Viven aquí físicamente pero viven mentalmente en Europa o Estados Unidos que en cierto modo son su madre patria. Sueñan y dan la vida por vivir en estos sitios y casarse con alemanes, italianos, croatas (nunca con los indios) y solamente cuando no es posible aquello como último recurso se resignan en vivir en la tierra que los abraza y los deja vivir. Para esto son capaces de abrazar los proyectos contrarios incluso a la suya propia y pueden adular a presidentes que sean con la única finalidad de vivir de suntuosidades superficiales y personalidades ajenas a las suyas propias. Se ilusionan efusivamente para blanquearse a lo europeo o gringo para negar su propia blanquietud porque les resuena, como en el antaño, el tener algo atravesado su cuerpo del color de estas tierras y el de su mirada. Quieren ser como el europeo en actitud, ser, visión pero no logran ser porque tiene inevitablemente la mancha de la tierra que les dio nacer: morena y propia. La naturaleza y la indianidad les han “infestado” ineludiblemente sus rasgos propios. Incluso no les interesa que después en Europa o Estado Unidos los traten de “sudaca” o “latinos” como lo tratan al indígena sino parece ser de vital importancia y de vida o muerte tener o ser la referencia de aquellas sociedades lejanas que la globalización no siempre puede cortar las distancias.

Antelo tenia razón en este sentido, que el proyecto de esta “civilización” debía ser de “raza” pura purificada, aunque no lo sean realmente, que es un ejercicio duro para quitarse este lo propio y purificarse que al final resulta siendo una absurda alienación pero justificada en la modernidad, globalidad, civilización, cultura, tecnología. Y los que de todas maneras se quedan en estas tierras, piensan, actúan, escriben libros y hacen política con convicciones ajenas, de repente no a las suyas, las locales, pero si a la gran población mayoritaria para así tratar de criminalizarlos siempre. Quieren ser en lo económico fundamentalmente como el blanco europeo pero fracasan aquí y allá rotundamente. Aunque Sánchez de Lozada y Simón Patiño parecen ser la excepción. Y entonces como no pueden vivir y triunfar en esos lugares lo que finalmente hacen es transportar mecánicamente y torpemente aquellos lugares como espacio-tiempo propio aquí y no sufrir como ajenos en estos espacios pero lo hacen violenta y autoritariamente para terminar chocando y siendo rechazado duramente aquí. Esta es la tragedia de las élites que desgraciadamente no es simplemente suya sino contagian a los pueblos que la habitan estas tierras. Tratan de aparentar o igualarse a las élites norteamericanas como la que estudia W. Mills (Mills, 2005) y las aristocracias cortesanas francesas o alemanes que trata N. Elías (Elías, 1994) con gustos, gestos, actitudes dúctiles y someras y distinguirse particularmente de la indiada y el de sus sirvientes pobres que al final lo que se logra con ello es mostrar simplemente las aureolas ajenas, no suyas, fundadas en opiniones “científicas” y “técnicas”. Este último los mantiene abstraídos de la realidad pero que en los hechos los permite enseñorearse desgraciadamente como señores sobre nuestras realidades humanas y culturales justificada en el hecho de que viven actualizados con las últimas modas y avances de la ciencia, la filosofía, ética y la estética moderna. Entonces al no poder hacer realizad sus sueños realizados y modernizar la sociedad y el Estado lo que les queda es reproducir e imponer duramente sus sueños culturales sobre los indígenas para así tratar de vivir una sociedad cortesana o norteamericana pero desgraciadamente sin actos corteses ni dúctiles que hagan referencia a ella. Tal vez esto lo logran en los archipiélagos urbanos donde viven como algunas zona de la zona sur de La Paz, Equipetrol de Santa Cruz y barrios distinguidos de Cochabamba y Sucre pero, nuevamente, esto los confina a vivir en un país imaginario, ilusorio que propiamente en un país real y concreta. Esto la denuncia sus propias manos y sus vistosas pinturas de uñas, cabellos, pieles y todo lo de más que no se vé, el consumo de drogas, bebidas espirituosas y otras cosas, que contrasta cruelmente con las manos callosas, de pieles curtidas y miradas firmes y serenas de hombres y mujeres que viven originaria y originalmente sobre nuestras tierras: los aymaras, qhiswas, chiquitanos, guarayos, mojeños, lecos, que no son ni mejores ni peores, simplemente aprecian su tierra y sus culturas, tanto en las ciudades y en el campo. Tienen colegios regidas a calendarios de otros lugares o no “acata disposiciones y políticas estatales en materia educativa” (López, 2003:34) (por ej. Saint Andrew's), y círculos de consuelo propio para reproducir sus estilos de vida. Es decir, viven como parásitos que carcomen la piel cultural de nuestras historias y los recursos naturales porque viven de la corrupción, del bandidajes, de la charlatanería, de la dilapidación de los recursos naturales y del poder, como la iglesia católica, que no paga impuesto al Estado de sus bienes, pero que, sin embargo, se siguen presentándose descaradamente como los altos portadores de la moral y el bien saber de la vida. Tienen la viveza criolla.

La racialidad del poder

Consecuentemente con aquello entonces se ha construido relaciones de poder y dominación en el campo económico, político, cultural y social sobre la base a dos grandes categorías: la “raza”-étnica y la clase que ambos juntamos hacen difuso y sutil dicha dominación porque no sabemos al final cuál de los dos tipos de dominación sufrimos o talvez reproducimos. Y después sobre ambos hechos se cruzan y/o mejor se desprenden de ella otras dominaciones como el de género que hacen aún mucho más compleja y difusa estas dominaciones y por su puesto también la resistencia de la anti-dominación desde los anti-poderes dispersos con el que se provoca ataques estratégicos que es desde los mundos indígenas y populares. El principio talante de esto es la construcción de un Estado monoétnica que niega absolutamente a toda la sociedad múltiple, llamada multiétnica o multisocial.

Sociológicamente la sociedad es diversa y tiene múltiples formas de constitución y el Estado de contenido blancomestizo una única: la violencia fundadora. Los espacios públicos eran y siguen siendo los espacios rutilantes de esta realidad. Los ministros, viceministros, presidentes de la república, senadores y diputados, autoridades judiciales, militares y policiales son la máxima expresión de esta pretendida “alta cultural nacional” que en el último tiempo están siendo por suerte corroídos y ridiculizados. La corbata posiblemente es la muestra más elocuente de lo ajeno sobre lo nuestro porque éste contrasta con la realidad de manos callosas, cuerpos y ropas “humildes” que la sociedad viste. Aunque ya es común usar para mucha gente este traje formal. Por eso en mayo-junio, 2005, las corbatas han sido quemadas a la vista y presencia de quienes la portaban. Son como íconos “sagrados” hereditarias de aquellas noblezas que funde las relaciones de clase y étnica como poder. Ahora con los ministros y el presidente indio, aunque al parecer incuba también éste nuevas élites no indias (Zabaleta, 2006), son desacralizados. Por esto cuando se supo que el presidente indígena (Evo Morales) no iba portar una corbata y traje formal estos han encogido los hombros y fruncidos las cejas en señal de rechazo e indignación ante tan semejante y atrevida decisión. Se han mostrado como agredidos en su ser y en su existencia por una indianidad repulsiva y atrevida que se rebela ante los modales de distinción, gusto, apariencia, presencia, representatividad, elegancia categorías que pertenecen a las viejas sociedades cortesanas europeas con el que descubrimos, sin embargo, o mejor se devela que éste había sido definido, en cuanto espacios públicos y cargo público, como suya propia y cercano incluso a su propiedad privada. Y en tanto tal era inadmisible que se insulte la tan alta magistratura de la presidencia de la república. Hasta que al fin uno se preguntó, A. Gumucio: “¿A quién diablos se le ocurrió que ese pene flácido y aplanado que cuelga del cuello de los hombres es un símbolo de elegancia?” (Gumucio, 2006: 4). Ahí cayó el iracundo desprecio a la figura y presencia del nuevo presidente indio en el palacio de gobierno. Pero el que haya caído así no significa que es definitivo y para siempre, en cuanto sentido de distinción de la “culta” sociedad, aunque sea en cuerpo ajeno, el del presidente indio. Creer así sería engañarse porque la indianidad sigue siendo parte de una alta susceptibilidad de crítica fácil e incluso burla como el que se presenta en los programas cómicos de algunos canales de televisión y programas como de Jeny Serrano y el show tralala porque este último presentaba una mujer vestida de pollera ridiculizando a la mujer de pollera real bajo el argumento de hacer humor y hacer reír, que seguramente genera plata. Con muchos de estos detalles lo único que se logra es negar el alma material y el espíritu constituyente de nuestras sociedades.

Los otros datos liberados son las últimas reacciones de políticos que dejan fluir públicamente sus veleidades antiindios cuando se dijo que el presidente tiene “lapsus lingüístico” que por tanto requiere de un intérprete de un fiel represente de la lengua legítima o la protagonizada en la asamblea constituyente en Sucre por Beatriz Capobianco de Podemos quién ha increpado a la qhiswa Isabel Domínguez que hacía uso de la palabra en esta idioma. Capobianco gritó airado en este evento: “Que hable cuando aprenda el castellano” (La Prensa, 25/08/06) o la presentación de recurso de inconstitucionalidad contra el D.S. 28701 de nacionalización de los hidrocarburos por parte de Podemos, MNR, UN. que luego se arrepienten y retiran provocando un bochorno escalofriante. Varios de estos hechos y la última particularmente son muestras elocuentes de la dependencia incuestionable a los intereses transnacionales y la racionalidad de expoliación y de contaminación ambiental, aunque niegan siempre desde las jefaturas partidarias. Es como F. Salazar dice: “señoritos reaccionarios” refiriéndose a Manfredo Kempff y otros (F. Salazar, 2006). Sobre este último, la presencia de las transnacionales al parecer es la negación del sentido de vida y la esperanza de estas élites para superarse ante sí mismo y ante los suyos y los otros, no los otros indígenas, sino los otros de la sociedad europea o norteamericana que al parecer es el final y el principio de sus auto referencias sociales, económicas, morales y corporales. La representación pública de los bustos lo dice todo. F. Reinaga constata que en las ciudades (La Paz) tienen regado monumentos a europeos y gringos que a ellos mismos. Reproducen entonces desde la interioridad social la dominación extranjera y la dominación interna como colonialismo interno. Reproducen una colonialidad visual, mental, práctica y racismo y dependencia estructural manifiesta como aprecio, sin embargo, inoculto a la lógica de apropiación de los recursos y la entrega de los territorios indígenas como suyas realizado en pasado a otros países. Y también es la expresión de la racialidad del poder que aparece, sin embargo, encubierta con sentido de clase o incluso diluida radicalmente ni siquiera como ella sino como la defensa de los intereses generales de la sociedad. Así pues estos son élites costosas y carga para el fisco y para los pueblos que habitan nuestros mundos porque es deficitaria, dependiente, tiene ideales cortesanas, baja la cabeza siempre ante los poderes foráneas y es valiente contra los indios que incluso la sostienen porque viven casi siempre de condonaciones estatales o de su apoyo pero son muy habilosos para quebrar bancos, para pelearse por el poder con el que se enriquecen rápidamente.

Hace pocos días los exportadores han pedido al gobierno que los recompense del cambio del dólar al boliviano que los desfavorece en sus exportaciones. Se entiende que en el mercado de la libre competencia compiten quienes tienen solvencia propia. Históricamente, por esto, viven de los subsidios de la mano de obra barata india y los recursos naturales. Viven de los servicios que les brindan los indígenas (como empleadas domésticas, servicios militares). Incluso no saben construir su propia casa como elemental acto de todo ser humano. Pese a ello siempre discriminan a los indígenas porque descalifica su música, aunque la bailan en Gran Poder y otros, como la “música del micro” llamada por los aymaras, jailones o q'aras (pelados) porque aprecian el halloween o la noche de brujas gringas (Lopéz y otros, 2003) o no dejan entrar a la plaza pública, el 24 de septiembre de Santa Cruz a los propios cruceños pobres cuando estos se movilizan pero que, sin embargo, se presentan como líderes del desarrollo nacional y liberales. Han endeudado al país y tiene sangrientas deudas internas con los indígenas porque en el pasado y ahora también los ha explotado y humillado hasta saciarse de la sangre humana. Sin embargo creen seguir encarnando la industria y la “civilización” porque se presentan como líderes del desarrollo nacional y liberales.

Todo esto representa las élites enfermas que siguen siendo los agentes morales y éticos de la presente sociedad pese haber llevado además hace poco al país al subcampeonato de la corrupción internacional.

1 Pablo Mamani Ramirez es sociólogo y aymara.

Bibliografía

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