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Debates

Malestar en las civilizaciones

John Brown

    “Global universal values are not given to us; they are created by us. The human enterprise of creating such values is the great moral enterprise of humanity. But it will have a hope of achievement only when we are able to move beyond the ideological perspective of the strong to a truly common (and thus more nearly global)apreciation of the good.”

Immanuel Wallerstein /1

Para situar la propuesta de Alianza de Civilizaciones formulada en septiembre de 2004 por el presidente del gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, es necesario entender el planteamiento al que, de forma explícita, se opone. Se trata de la famosa tesis de Samuel Huntington conforme a la cual las relaciones internacionales se

caracterizarían hoy por la existencia de un choque de civilizaciones, particularmente grave en lo que se refiere al Islam y Occidente.

Huntington es un viejo conocido de la derecha norteamericana, pues ya fue en 1975 uno de los firmantes del famoso informe de la Comisión Trilateral sobre la Crisis de la democracia. En aquel texto se fijaban las directrices fundamentales para restablecer la gobernabilidad" de las democracias tras la crisis de finales de los 60 y principios de los 80 marcada por la derrota norteamericana en Vietnam y anteriormente por la de Francia en Argelia, y en el interior

por la oleada masiva de rechazo al consenso "fordista" que se identifica simbólicamente con 1968.

Para Huntington y los coautores del informe, en los años 70 la gobernabilidad del sistema occidental había llegado a su límite, por lo cual correspondía a sus élites autoinstituidas la misión de resolver la crisis, reforzando el poder de las élites y reduciendo el acceso de las mayorías sociales a los resortes del poder.

El programa de reforma política incluía una limitación del acceso de las masas a la enseñanza superior y a la información y un refuerzo de los poderes ejecutivos frente a los demás poderes del Estado. La Trilateral se configuraba así como el brazo político e ideológico de la incipiente revolución neoliberal. Pero ahí no termina la larga hoja de servicios al imperio de Huntington.

I. El choque de civilizaciones

Una vez logrados los principales objetivos del Informe al haberse generalizado el modelo neoliberal y desplomado el bloque soviético, Huntington advierte en un artículo titulado “El choque de las civilizaciones” publicado en 1993 en la revista Foreign Affairs del nuevo peligro que, acabada la guerra fría, amenaza al sistema: un

enfrentamiento entre Occidente y las demás civilizaciones, entre las que destaca el Islam.

Frente al optimismo inicial marcado por el discurso de los “dividendos de la paz” y las perspectivas de un nuevo orden mundial basado en la democracia y el libre mercado, Huntington recuerda que otros enemigos, ya no ideológicos sino "culturales" amenazan el orden democrático liberal. Las tesis de Huntington parecieron por otra parte confirmadas por el choque muy real de los aviones dirigidos por activistas árabes contra las torres gemelas y otros objetivos el 11 de septiembre de 2001.

En esa insólita agresión contra la metrópoli imperial perpetrada por árabes musulmanes vio rápidamente la derecha norteamericana y, con ella, a través de los medios de comunicación, buena parte de la opinión norteamericana y mundial el efecto del fanatismo islámico sobre la población árabe.

Pocos consideraron que pudiera tratarse de una respuesta, ciertamente terrible, de militantes árabes frente a la dominación neocolonial que ejercen las potencias occidentales sobre el mundo árabe e islámico, ni una réplica a la prolongada y brutal situación

colonial que sufre Palestina. La única interpretación posible que permitía evitar esa segunda hipótesis sumamente molesta para los grandes medios de comunicación y los gobiernos “occidentales” era que los países árabes e islámicos, víctimas de un incomprensible fanatismo, sentían odio y resentimiento por la libertad y los logros

materiales de “Occidente”. Unas sociedades cultural y materialmente atrasadas se enfrentaban así a la vanguardia de la civilización mundial.

En términos de uno de los principales inspiradores de Huntington, el arabista Bernard Lewis “A veces este odio va más allá de la hostilidad hacia intereses, acciones, políticas o incluso países específicos, convirtiéndose en un rechazo de la civilización occidental en sí misma, no sólo de lo que hace, sino de lo que es, y de los principios y valores que practica y profesa. Éstos se consideran ciertamente como intrínsecamente malvados y a quienes los promueven o aceptan se les considera "enemigos de Dios” /2.

El punto de vista de Huntington parecía confirmarse en la realidad. Rápidamente surgieron distintos corifeos de estas tesis como Kagan /3 o, más cerca de nosotros, el responsable de la política exterior de la UE y colaborador de Solana, Robert Cooper /4, que vinieron a echar leña al fuego del enfrentamiento entre civilizaciones

describiendo a Estados Unidos como la vanguardia militar de las democracias occidentales en ese inevitable enfrentamiento o formulando una teoría de las diferencias políticas entre Estados (postmodernos, modernos y premodernos) que, según Cooper, justifica el uso de normas políticas y morales diferenciadas en el trato con todos los que no sean tan postmodernos como Estados Unidos o los Estados miembros de la Unión Europea y sus aliados de Asia y del Pacífico. Lo que, dicho sea de paso, inaugura un nuevo estilo discriminatorio en el derecho internacional en ruptura explícita con la Carta de Naciones Unidas.

La vieja línea divisoria colonial entre la metrópoli donde había que respetar la democracia liberal y las colonias donde la administración podía recurrir sin tapujos a la violencia directa quedaba restablecida, atrás quedaban las independencias de colonias y protectorados de los años 60 y la estructura de Estados soberanos y formalmente iguales en que se basa el derecho internacional de la segunda mitad del siglo

XX. Todo ello se justificaba con el “choque de civilizaciones”.

El acceso de las colonias a la forma de Estado occidental y su integración en la asociación de Estados que son las Naciones Unidas no era ya título suficiente para que se tratara formalmente a los Estados del tercer mundo en pie de igualdad con las viejas potencias imperiales.

Una vez terminada la guerra fría, el sistema mundial de Estados soberanos iguales se disipó como lo que siempre fue: un sueño. La invasión y la ocupación de Irak, la barbarie sionista desatada contra la población palestina, la perpetuación de las más siniestras

dictaduras (los “Pinochet árabes”, según la acertada expresión de François Burgat /5) en los países árabes y musulmanes son buena muestra de ello. Israel, de ser una realidad colonial relativamente aislada en el contexto de un mundo prácticamente descolonizado, pasa a convertirse en un modelo para el conjunto de “Occidente”,

en la ilustración del carácter ineludible del conflicto entre civilizaciones.

En cierto siniestro sentido, “todos somos Israel”. La guerra permanente contra el “terrorismo” hace del conjunto de los países occidentales, con Estados Unidos a la cabeza, “clones” del Estado sionista. Como Israel, las potencias occidentales se niegan a reconocer la soberanía de los países del tercer mundo y el derecho de autodeterminación de sus pueblos, como Israel, erigen muros y barreras para garantizar su inmunidad frente a un mudo exterior crecientemente hostil.

La idea del choque de civilizaciones no es, así, nada nuevo, pues Israel la viene aplicando a sus relaciones con el mundo árabe desde su propia fundación como Estado; lo que es nuevo es su generalización al conjunto de las relaciones internacionales por parte de los países del centro capitalista tras la masiva involución en los procesos de descolonización que vivimos hoy día en nombre de la mundialización y de la “guerra contra el terrorismo”.

II. La Alianza de Civilizaciones

La iniciativa de Zapatero pretende, como dijimos, oponerse a esta doctrina. La iniciativa se enmarca, además, en el marco de una nueva política exterior española marcada por la retirada de tropas de Irak y el aumento del contingente español en Afganistán. Frente a las libertades que se tomara el anterior presidente del gobierno Aznar con la legalidad internacional, Zapatero desea presentarse como un cumplidor ejemplar de ésta. En este contexto se enmarca una nueva política exterior y de seguridad que comparte con la anterior los diagnósticos y objetivos.

La iniciativa de la Alianza de civilizaciones “pretende despertar la conciencia mundial sobre los riesgos de que se eleve un muro de incomprensión entre Occidente y el mundo árabe e islámico, y que el

anunciado y temido “choque de civilizaciones” pueda hacerse realidad” /6.

El problema fundamental al que pretende hacerse frente mediante la Alianza es, así, la incomprensión entre las distintas civilizaciones. La incomprensión procedería del prejuicio inculcado interesadamente en la población por espíritus fanáticos: tanto en Occidente como en el mundo islámico circularían imágenes distorsionadas de la otra parte.

En Occidente, según Zapatero, se manifiesta un creciente rechazo de los valores árabes e islámicos que se consideran intransigentes y se vinculan a la violencia e incluso el terrorismo. En los países árabes e islámicos, prosigue el presidente del Gobierno español, “se difunde una imagen distorsionada de un Occidente agresor (por la creciente disposición a hacer uso de la superioridad militar), discriminador (en la aplicación de la legalidad internacional) e insensible antes sus justas reivindicaciones políticas (por ejemplo, en el caso de Palestina)”.

Lo chocante es que este punto de vista árabe que responde bastante bien a la realidad se considere una imagen “distorsionada”; como si, una vez debidamente informados, pudieran o debieran reconocer los palestinos o los iraquíes la justicia de su miserable situación y el error de resistir empecinadamente a la ocupación de sus países. De hecho, cabe preguntarse qué pretenden hacer los patrocinadores de la

Alianza para superar la “incomprensión” de los habitantes de Gaza o de Bagdad y hacerles comprender que no han sido víctimas de agresión ni de discriminación alguna y que se reconoce la justicia de sus reivindicaciones.

La solución a este difícil problema está en provocar un diluvio de palabras. Para ello nada mejor que la constitución de un grupo de alto nivel encargado de desarrollar los planteamientos básicos de la Alianza de Civilizaciones, grupo éste que se estructuraría en torno a dos mesas: una mesa política y de seguridad y una mesa cultural.

Los temas de la primera serían los siguientes:

• La “consolidación de un orden internacional más justo, la promoción de la democracia, la cohesión nacional y los derechos humanos en el marco de iniciativas ya existentes, como el proceso euromediterráneo de Barcelona o el Medio Oriente Ampliado”;

• La seguridad mundial y la concertación y cooperación internacional en la lucha contra el terrorismo, las operaciones de mantenimiento de la paz;

• El multilateralismo eficaz en el marco de las Naciones Unidas y la erradicación del uso “ilegítimo” de la fuerza como medio de resolución de los conflictos.

La mesa cultural estaría centrada en la promoción del diálogo de culturas y el estudio y tratamiento de las amenazas comunes (migración, integración cultural, prevención de la discriminación y de la violencia racial y étnica). También abordaría “las percepciones en los medios de comunicación” con el fin de promover “un mejor

conocimiento exento de prejuicios” y la educación como forma de promover el diálogo de civilizaciones y prevenir la intolerancia y el conflicto.

Sobre los objetivos y medios enunciados cabe destacar la insistencia en los aspectos jurídicos en su aspecto más abstracto tanto a nivel internacional como en el ordenamiento interno de los países. Se consideran a este respecto “valores comunes” la democracia y los derechos humanos.

Es particularmente esclarecedora la referencia al proceso del Medio Oriente Ampliado patrocinado por los Estados Unidos y cuya primera etapa ha sido la invasión y destrucción de Irak. La democracia

al estilo occidental se convierte en uno de los elementos de un “kit” político que pretende formatear al conjunto del planeta según el modelo “occidental”: derechos humanos, elecciones, mercado, Estado de derecho, a partir de procesos exógenos más o menos pacíficos o consentidos por las poblaciones.

La UE dispone ya para ese formateo de todo un componente civil de su política exterior que incluye policías, jueces, expertos en derechos humanos, etc., además de un componente directamente militar y los consabidos instrumentos económicos.

La diferencia entre el punto de vista norteamericano y el europeo que se ve reflejado en las tesis de Zapatero y su ministro de exteriores estriba fundamentalmente en el tipo de legitimidad que debe

amparar el uso de la fuerza: EE UU defiende su derecho soberano a la defensa, mientras que la UE opta por una concertación en las Naciones Unidas que “legitime” el uso de la fuerza. De ahí que la retirada de Irak se compensase con una mayor participación en la ocupación “legal” de Afganistán.

Otro elemento fundamental del que ha de encargarse la Mesa Política y de Seguridad es la lucha contra el terrorismo. En esta centralidad del terrorismo coincide la posición de Zapatero con la de la actual administración norteamericana, con la peculiaridad de que la posición europea preconizada por Zapatero intenta “abordar los factores que alimentan los radicalismos y la violencia”.

El problema es que esos factores no se consideran nunca como factores objetivos sino como percepciones subjetivas erradas que es preciso corregir mediante la información y la educación con el objetivo de generar “comprensión” y superar los prejuicios.

Zapatero, siguiendo con ello, más o menos involuntariamente, los pasos de Aznar, se vale de una analogía de política interior cuando aborda la cuestión del terrorismo en el marco del conflicto de civilizaciones que él procura reconducir hacia una alianza.

En algunos de los textos en que el gobierno español presenta su iniciativa se hace referencia a la experiencia española de lucha contra el terrorismo. En el discurso ante la LIX Asamblea General de las Naciones Unidas de 21 de septiembre de 2004, afirma, por ejemplo, que en “estos últimos treinta años, los españoles y las españolas hemos aprendido mucho del terrorismo. Hemos aprendido pronto su iniquidad: hemos aprendido a conocerlo, hemos aprendido a resistir, a soportar sus golpes, y hemos aprendido a combatirlo”. El capital de experiencia en la lucha contra el terrorismo sirve a Zapatero, como antes sirviera a Aznar, de justificación para su política. Curiosamente

el análisis de la cuestión terrorista que hacen ambos estadistas coincide en aspectos fundamentales, por mucho que sus intenciones se declaren como opuestas.

En primer lugar en la idea de que el terrorismo no tiene justificación:

“El terrorismo no tiene justificación, como la peste, pero como ocurre con la peste, se puede y se debe conocer sus raíces. […] El terrorismo es la locura y la muerte y lamentablemente siempre habrá fanáticos dispuestos a asesinar para imponer su locura por la fuerza, dispuestos a extender la semilla del mal

Esta visión apocalíptica del terrorismo como encarnación del mal, como realidad diabólica sirve para incitar a los fieles demócratas a no escuchar los argumentos políticos de los terroristas. Si lo hicieran se llevarían una sorpresa, pues lo que manifiestan habitualmente los terroristas tanto vascos como islámicos son reivindicaciones políticas que también suelen coincidir con exigencias democráticas básicas como el reconocimiento del derecho de autodeterminación, el fin de

la ocupación militar extranjera o la descolonización.

En cierto modo, y a pesar de las proclamas en favor de un orden mundial más justo que ponga fin a las justificaciones de la violencia, parece que resulta más aceptable el terrorismo, la violencia ejercida por grupos políticos contra la población civil, que las reivindicaciones que formulan los terroristas, por mucho que éstas coincidan con los principios y valores básicos de la democracia occidental.

Para convertir la Alianza de civilizaciones o en el plano interior la

unión de los "constitucionalistas" o "pacifistas" contra los "violentos" en la clave de solución de todo problema político es necesario realizar una operación previa:

transformar una reivindicación política basada en una situación objetiva de violación de los principios de la democracia en una mera percepción subjetiva inspirada por fanáticos terroristas. El desarrollo de esta teología política y moral del terrorismo será, en efecto,

uno de los objetivos de la mesa cultural.

Los integrantes de esta mesa, al igual que Zapatero y Aznar, no deben ser asiduos lectores de Spinoza, quien frente a esta teoría del

engaño por parte del Maligno como origen del mal ironizaba siglos atrás preguntándose, si el diablo engaña a los pecadores, “¿quién engaña al diablo?”.

III. Una democracia sin autodeterminación

En resumidas cuentas, tenemos así, por un lado la idea de que a nivel político es posible un consenso sobre la justicia internacional, la seguridad y la lucha contra el terrorismo así como en torno a la democracia, el Estado de derecho y los derechos humanos a los que podríamos añadir la economía de mercado a la que se refieren tanto

el proceso de Barcelona de la UE como el del Medio Oriente ampliado liderado por los norteamericanos.

En resumen, democracia representativa liberal y capitalismo para todos. Por otro lado, se pretende que este consenso sea la clave del acercamiento entre civilizaciones y de su recíproca comprensión. El problema de todo este planteamiento es que sólo en abstracto y con toda la ironía de Ghandi podría decirse que la democracia occidental que aquí se propone “sería una buena idea”. Sólo en abstracto,

porque la realidad concreta del planeta es otra muy distinta de la que aquí se plantea y su interpretación en términos de “civilizaciones” enfrentadas o aliadas sólo nos proporciona una visión mixtificada de las situaciones reales basada en un planteamiento que por ser idealista no deja de ser extremadamente cínico.

La relación entre el centro y la periferia del sistema capitalista nunca ha sido particularmente cordial desde que las potencias ibéricas colonizaron América amparándose en la doctrina humanista cristiana y universalista defendida por Ginés de Sepúlveda /7 según la cual los indígenas de América carecían de cualquier derecho a que se respetara su orden social pues no compartían valores comunes de la humanidad al practicar la idolatría y el canibalismo. Conocemos los resultados de esta primera gran guerra humanitaria: millones de muertes y la destrucción de las grandes culturas indoamericanas.

Esta misma pauta de actuación ha sido permanente a lo largo de la relación de las potencias europeas con el tercer mundo: explotación sin límites y violencia desatada coexistían con la justificación civilizadora de la colonización. Desde Ginés de Sepúlveda hasta Leopoldo II que colonizó el Congo en nombre de la lucha contra la esclavitud o Mussolini que con el mismo humanitario pretexto invadiera Etiopía, nos encontramos con un mismo esquema. Este tipo de actuación obedece a la estructuración del mundo por parte de los europeos en dos grandes sectores: Europa y el resto.

Entre potencias europeas imperaba cierta moderación en el ejercicio de la violencia. Desde la Edad Media la Iglesia prohibió la utilización de determinadas armas particularmente mortíferas en los enfrentamientos entre cristianos, armas cuyo uso era lícito cuando se trataba de infieles. Posteriormente, cuando tras la Paz de Westphalia se establece en 1648 un equilibrio europeo entre potencias soberanas sin recurrir a ningún denominador ideológico común, la violencia bélica se vio también limitada por el incipiente derecho de la

guerra. La guerra en Europa no podía ser de exterminio, pues era un enfrentamiento entre soberanos por objetivos limitados y no una guerra santa ni una cruzada.

La expansión colonial europea mantuvo sin embargo de una u otra forma estas características de cruzada y con ellas la posibilidad de desplegar una violencia ilimitada contra las poblaciones nativas. Tanto es así que, al establecerse entre los siglos XVIII y XIX regímenes liberales en los principales países de Europa, se tuvo siempre buen cuidado de separar estrictamente la administración de la metrópoli de la administración colonial, sin lo cual el régimen político de la metrópoli hubiera podido verse contaminado por la práctica colonial.

La descolonización pareció, en los años 60 poner un término a esta situación. Pudo creerse efectivamente que los nuevos Estados independientes podrían integrarse en un nuevo orden mundial bajo una nueva legalidad internacional amparada por las Naciones Unidas. La caída del bloque socialista y el estrangulamiento económico de

muchos de estos países mediante la deuda mostró cuán precarias eran unas independencias que sólo se mantenían gracias a la neutralización parcial de las ambiciones de poder europeas y norteamericanas por el equilibrio de fuerzas de la guerra fría.

En el mundo árabe, las independencias fracasaron en sus objetivos de desarrollo y terminaron por perder todo contenido real de autodeterminación al verse cada vez más secuestradas por oligarquías “amigas de Occidente”. Además, en esta región, el caso de Palestina manifiesta rasgos enteramente particulares, pues este país es el único del mundo árabe que no llegó a descolonizarse después de la segunda guerra mundial y en el cual prosigue, por el contrario, sin grandes obstáculos, la expulsión de la población

árabe y la ocupación de su territorio por un pueblo de cultura europea. Palestina ha sido durante mucho tiempo la excepción: hoy se esta convirtiendo en la regla.

Pretender en estas condiciones que la resistencia del mundo árabe e islámico ante la nueva ola colonial quede desarmada mediante el diálogo y el conocimiento recíproco es una broma de mal gusto cuya lógica se aproxima a la del interminable y sangriento “proceso de paz en Oriente Medio”. Pretender introducir la democracia en estos países mediante la intervención militar o el chantaje económico es disociar

la democracia de la autodeterminación de los pueblos y crear el marco jurídico de una nueva realidad colonial formateada para su correcta integración en el mercado mundial y en la globalización neoliberal.

IV. La “civilización” y los “civilizados”

La propuesta de Zapatero de establecer un diálogo entre civilizaciones una vez formateadas las demás con los parámetros de la nuestra no es ajena al concepto mismo de "civilización" utilizado tanto por los partidarios de la Alianza de Civilizaciones como

por quienes afirman la inevitabilidad del choque entre éstas. Y es que la idea misma de “civilización” tiene una genealogía muy sintomática.

Inicialmente el término se refiere a la transformación de la gente bárbara en ciudadanos, en su conversión al estatuto "civil". En el siglo XIX, el término fue utilizado en un marco explícitamente racista para diferenciar, siguiendo la clasificación de Lewis H. Morgan, a los pueblos civilizados de los bárbaros y a éstos de los salvajes. La civilización es así un grado de evolución social e individual.

Esto es lo que hizo que los colonialistas belgas denominaran a los

africanos que adoptaban las usanzas europeas "évolués", pues habían evolucionado hacia la civilización. El término "civilización" se utiliza así inicialmente en singular para designar básicamente a las sociedades del centro histórico del sistema capitalista dotadas

de Estados modernos.

Frente a la civilización estaban los semicivilizados o bárbaros

y los no civilizados o salvajes. Para los civilizados, la Sociedad de Naciones reconoció el derecho a organizarse en Estados independientes y soberanos; a los semicivilizados como los árabes se les impusieron tras la caída del Imperio Otomano protectorados

encargados de hacerles avanzar en la civilización en la perspectiva de una remota independencia; para los salvajes quedó el viejo régimen colonial.

El uso del término civilización en plural mantiene siempre un resabio de su uso singular y racista. Civilización designa un formato básico de una sociedad organizada en torno a ciudades y dotada de una multiplicidad de esferas diferenciadas y relativamente autónomas: política, economía, religión, derecho, etc. Este modelo, que corresponde bastante bien al de las sociedades liberales en las que Estado y sociedad civil, economía y política, esfera pública y esfera privada se distinguen fácilmente, es poco aplicable a otros tipos de sociedad.

Hablar del Islam o del mundo chino como de una civilización “distinta” supone dos cosas: 1) que estén parcialmente integrados

en la mundialización capitalista al haber adoptado sus sociedades la forma Estado y el mercado, 2) que aún no correspondan totalmente al formato definitivo.

El considerar a “otras culturas” como “civilizaciones” se las sitúa en un orden de evolución, en el marco de un discurso histórico finalista cuyo culmen es la sociedad liberal occidental, fin y finalidad de la historia. Y, sin embargo, no existe mayor éxito en el diálogo de civilizaciones que el discurso, no ya, como se pudiera creer, de los árabes moderados partidarios del proceso de paz en Oriente Medio, sino del propio Aymán Al-Zawahiri, el teólogo lugarteniente

de Ben Laden en Al Qaida. Y es que Al-Zawahiri es uno de los últimos defensores a ultranza del carácter intrínsecamente democrático de nuestras sociedades "occidentales" cuando afirma que nosotros, los ciudadanos de Occidente somos enteramente responsables de la actuación de nuestros gobiernos y de los desmanes y atrocidades

que cometen o propician en el mundo árabe, en la medida en que los hemos elegido. ¿Quién puede creerse salvo Al-Zwahiri que nuestros gobiernos actúen por mandato de sus poblaciones? Lástima que la bendita ingenuidad del teólogo se destine a justificar los ataques indiscriminados de su organización contra la población civil europea y norteamericana.

Aparte de la involuntaria ironía del lugarteniente de Ben Laden, las reivindicaciones de su organización, por no hablar de las de las organizaciones islámicas y laicas palestinas o de las de la resistencia iraquí son radicalmente democráticas, pues exigen la retirada de los ocupantes, la descolonización, la autodeterminación, la igualdad de trato para las poblaciones árabes e islámicas y los europeos.

Estas reivindicaciones no sólo son aceptables para una democracia decente, deberían ser obligatoria y perentoriamente atendidas por cualquier gobierno democrático y no racista consecuente. En sí constituyen una excelente base de diálogo con las poblaciones sedientas de democracia, de libertad y de autodeterminación de los países árabes y musulmanes.

Una base bastante más útil que las acusaciones -de resonancia teológica de engaño, obcecación y fanatismo que los partidarios de la Alianza lanzan contra los sectores de estas mismas poblaciones que han optado por una justificadísima resistencia, muchas veces, bien es cierto, en nombre del Islam.

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1/ “Los valores universales planetarios no nos vienen dados, somos nosotros quienes los creamos. La empresa humana de crear esos valores es la gran empresa moral de la humanidad. Esta empresa sólo tendrá una esperanza de lograrse si somos capaces de ir más allá de la perspectiva ideológica de los fuertes y avanzar hacia una apreciación verdaderamente común (y por consiguiente más planetaria) del bien.” Immanuel Wallerstein, European Universalism: The Rhetoric of Power. New York-Londres, The New Press, 2006. VIENTO SUR Número 96/Marzo 2008 19

2/ Bernard Lewis, “Why so many Muslims deeply resent the West and why their bitterness will not easilybe modified”.

3/ Cf. su artículo “Power and weekness” publicado en la revista Policy Review de junio-julio de 2002.

4/ Autor del artículo “Why we still need empires”, publicado en The Guardian en abril de 2002, cf. http://observer.guardian.co.uk/worldview/story/0,11581,680117,00.html.

20 VIENTO SUR Número 96/Marzo 2008.

5/ François Burgat, L'islamisme en face, París, La Découverte, 2002.

6/ Iniciativa del presidente del Gobierno español sobre una Alianza de Civilizaciones, presentada en septiembre de 2004 ante la Asamblea General de Naciones Unidas, http://www.mae.es/es/Home/alianza_civilizaciones.htm.

VIENTO SUR Número 96/Marzo 2008 21

7/ Cf. Immanuel Wallerstein, European Universalism: The Rhetoric of Power. New York-Londres, The New Press, 2006. 24 VIENTO SUR Número 96/Marzo 2008




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