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Mato Grosso: el frente olvidado de la Guerra del Paraguay

Florencia Pagni y Fernando Cesaretti.

Escuela de Historia. Universidad Nacional de Rosario

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http://grupoefefe.blogspot.com

En nuestro imaginario colectivo la Guerra del Paraguay "es" determinados escenarios, canonizados a lo largo del tiempo como los únicos lugares de ocurrencia de la misma. Hubo sin embargo otro escenario hoy casi olvidado, menor y periférico sin dudas, que tuvo su propia dinámica por casi cuatro años. Ese escenario fue el frente del Mato Grosso.

Guerra civil, guerra regional, guerra internacional

Con acertado poder de síntesis el historiador brasileño Francisco Doratioto afirma que la Guerra del Paraguay fue el resultado de las contradicciones imperantes en la región del Plata a mediados del siglo XIX, teniendo como última razón de ser, la consolidación de los emergentes Estados nacionales de esa parte de América Latina. Estas contradicciones se cristalizaron en torno de los episodios ocurridos en la débil República Oriental del Uruguay, cuando en los primeros años de la década de 1860 el gobierno argentino apoyó desembozadamente a la facción colorada sublevada contra el gobierno de Montevideo detentado entonces por la facción blanca. A esa intromisión en la cuestión oriental por parte del mitrismo porteño devenido tras la farsa bélica de Pavón en gobierno de todo el hinterland argentino, se sumó también la intervención de Brasil y Paraguay, a favor de los colorados el primero y de los blancos el segundo. Sin embargo esa múltiple intervención no debía desembocar forzosamente en un conflicto bélico. Si la guerra terminó por concretarse, ello se debió a que esta era la salida que más convenía a todos los Estados involucrados.

Los gobernantes de los mismos previeron una guerra de corta duración en el cual se alcanzarían los objetivos con el menor costo posible. Mala información, tanto del contexto regional como de los potenciales enemigos, sumado (en especial en el caso paraguayo) a un voluntarismo optimista e irreal, alimentaron esta idea del conflicto rápido en beneficio propio.

En ese estadio de escalada de tensiones que se van sumando desde 1863 a 1865 no existen "buenos" y "malos" como pretende con falsa ingenuidad el revisionismo histórico, sino simplemente intereses en pugna.

Así, para el dictador paraguayo Francisco Solano López la guerra era vista como la herramienta con la que podría ubicar a su país como una potencia regional al lograr el acceso al mar por el puerto de Montevideo gracias a su alianza con los blancos orientales y eventualmente con los federales argentinos aglutinados en torno a la figura de Urquiza.

Para el gobierno presidido por Bartolomé Mitre la guerra era la forma adecuada de consolidar el Estado centralizado en base a la hegemonía de la provincia de Buenos Aires, al eliminar los apoyos externos que recibían los federales argentinos tanto de parte de Paraguay como de los blancos orientales.

Para el gobierno blanco oriental la guerra significaba el definitivo apoyo militar paraguayo, forzosamente necesario para terminar con la recurrente injerencia de argentinos y brasileños en el Uruguay. Vencida esta facción, para los triunfantes colorados acaudillados por Venancio Flores, la guerra era a la vez el pago al Imperio por la imprescindible ayuda brindada por este para el acceso al poder como así también una forma de continuar en terreno internacional la vieja disputa con el enemigo interno, toda vez que las huestes blancas tras su inicial dispersión no tardaron en reagruparse en el exilio, procediendo a incorporarse a las filas paraguayas.

Para el Imperio del Brasil, aunque la guerra no era esperada de la manera en que estalló, una vez producido el ataque paraguayo se la instituyó como un escenario ideal para terminar con los problemas limítrofes y las amenazas a la libre navegación que tanto afectaban a su provincia de Mato Grosso, y también como un vehículo ideal para consolidar el poder político de la facción liberal en el gobierno desde 1862. Esta facción dentro de la vasta geografía del Imperio se expresaba por medio de los dirigentes de Río Grande do Sul, demasiado receptivos a los supuestos ultrajes sufridos en la Banda Oriental por sus "comprovincianos" los hacendados gauchos, y por ende mucho más agresivos en política exterior que la facción conservadora compuesta en su gran mayoría por la élite burocrática carioca.

Son entonces estos intereses divergentes de los flamantes Estados nacionales los que tornan a la guerra como una expectativa deseable en pos de la rápida concreción de tales intereses.

El imaginario de una guerra

Sin embargo nada fue rápido en esa guerra. Cinco años y medio, desde diciembre de 1864 a marzo de 1870, imprimieron a la Guerra del Paraguay características específicas que impiden categorizarla en comunión a las empresas bélicas predominantes en los siglos anteriores. Y no solo por su duración. Fue un conflicto de inmediata repercusión mundial, dada la magnitud geográfica de los participantes y la puesta en marcha por parte de estos de un esfuerzo militar que comprometió todos sus recursos humanos, políticos y financieros, concientes de la trascendencia que para el desarrollo de su historia posterior tendría el resultado de las acciones bélicas.

En ese sentido la Guerra del Paraguay es equiparable solamente en el siglo XIX a la Guerra de Secesión estadounidense. Ambas entran en el concepto moderno de "guerra total" al movilizar directa o indirectamente a la sociedad en su conjunto. Los dos conflictos fueron un formidable campo de experimentación en armamentos, logística, conducción, sanidad, comunicaciones, etc. En ambos se aplicaron experiencias aprendidas en precedentes contiendas, especialmente en la Guerra de Crimea. No en vano la prensa mundial denominó (exageradamente) a la fortaleza de Humaitá como la Sebastopol paraguaya en recuerdo al inexpugnable bastión ruso. También en ambas guerras quedó claro que por su carácter "total" y de larga duración, detrás del ejército combatiente debía funcionar otro en la retaguardia que le otorgara al primero operatividad y continuidad en su poder de fuego a través de una afiatada logística. Dato no menor en el desarrollo de ambos conflictos es la falencia logística de quienes finalmente resultaron vencidos: la Confederación Sudista y la República del Paraguay.

Todos estos ingredientes convirtieron a la Guerra del Paraguay en una permanente fuente de interés cuyos episodios eran reproducidos con mayor o menor grado de fidelidad por la prensa mundial. Inmediata sucesora cronológica de la Guerra de Secesión, la Guerra del Paraguay suplió en los grandes diarios europeos a aquella, con información variopinta que alternaba la veracidad con la fabulación, el comentario simplista con el análisis de enjundia.

Esta visibilidad mundial contemporánea a los hechos tuvo una consecuencia que llega a nuestros días. Para la mayoría de nuestros contemporáneos la Guerra del Paraguay "es" determinados escenarios, canonizados a lo largo del tiempo como los únicos lugares de ocurrencia de la misma. Así en nuestra comprensión de hechos ocurridos siglo y medio atrás, las imágenes de los mismos vuelven recurrentes sobre las misma geografías: seguimos los avances iniciales de los ejércitos de Francisco Solano López por Corrientes y por Río Grande do Sul, nos replegamos con ellos a la confluencia de los ríos Paraná y Paraguay y la línea de defensa construida para formar lo que la historia con geométrico sentido común denominó Cuadrilátero, el lugar de las grandes batallas (Curuzú, Tuyutí y Curupaytí) y las grandes inacciones. Luego de casi dos años de estas últimas, forzamos el paso del río con la escuadra brasileña en Humaitá, y asistimos primero a la caída de Asunción y luego a los últimos combates en los que la diferencia de poder de fuego entre los contendientes transformaron a los mismos en una serie de matanzas asimétricas que culminan en la cacería final de Cerro Corá.

Hubo sin embargo otro escenario, menor y periférico sin dudas, hoy casi olvidado en el imaginario popular de la guerra, que tuvo su propia dinámica por casi cuatro años. Ese escenario fue el frente del Mato Grosso.

Una lejana provincia bandeirante

Las incursiones bandeirantes que en los siglos XVII y XVIII se aventuraron desde su base paulista hacia el poniente en busca de oro y diamantes, dieron origen en el siglo XIX a la provincia mas alejada en términos geopolíticos del Imperio del Brasil. Situada longitudinalmente entre la selva amazónica y el gran pantanal de llanuras permanentemente inundadas, la meseta de tierras altas físicamente denominada Planalto del Mato Grosso, se constituyó pasada la fiebre aurífera en el centro de una economía pastoril que ocupó gradualmente el espacio a partir del avance de los establecimientos ganaderos y las pequeñas villas y ciudades que viabilizaban el comercio y la circulación. Hacia 1850 Matto Grosso era una inmensa provincia casi despoblada, un ariete de penetración del Imperio hacia el interior que por irónica paradoja de la desaforada geografía sudamericana encontraba su comunicación con los centros de poder brasileños a través de una ruta fluvial que discurría por territorio extranjero. De Río de Janeiro o San Pablo la única forma práctica de llegar a Cuiabá, capital de la alejada provincia, era remontar a partir del estuario del Plata, los ríos Paraná y Paraguay. Esto tornaba potencialmente explosiva la relación del Imperio con los países situados en las márgenes de esos cursos de agua. En especial con el Estado Paraguayo. Ambas naciones reivindicaban como propio el territorio situado entre los ríos Blanco y Apa, espacio geográfico que deslindaba el sur del Mato Grosso con el norte guaraní. Cada uno de los gobiernos exhibía sus propios títulos sobre la zona, interpretando discrecional y arbitrariamente a su modo los tratados suscriptos en el siglo anterior entre las coronas de Portugal y España. El Imperio había tomado en los hechos la iniciativa de ocupación efectiva al establecer en años recientes pese a las protestas paraguayas, colonias militares en los lindes de las tierras en litigio. Lo cual había originado continuos incidentes y escaramuzas, que si bien menores y localizados, mantenían en tensión permanente a la frontera.

Por otra parte el territorio en conflicto producía yerba mate. La disputa era entonces también por los mercados de consumo de la misma. Paraguay tenía claro que la ampliación de sus exportaciones de yerba mate debía darse necesariamente a costa de eliminar la competencia de los yerbales brasileños. El avance territorial sobre la zona de cultivo de Mato Grosso debía compensar necesariamente la depresión del precio por la sobreproducción reinante.

Consecuencia de todo ello es el hecho que en la década de 1850 se asistió a un endurecimiento en las relaciones bilaterales, fricciones estas exteriorizadas en los permanentes obstáculos que el presidente paraguayo Carlos Antonio López puso a la navegación de los navíos brasileños hacia Mato Grosso, supeditando el libre paso de las naves imperiales a la firma de un tratado de límites acorde a las aspiraciones guaraníes. El Imperio actúo con prudencia, articulando medidas militares (que luego se evidenciarían como insuficientes) con movimientos diplomáticos. Se llegó entonces a una especie de status quo que por espacio de un lustro permitió una tensa convivencia que superó incluso el liminar año 1862 en el que en Paraguay la muerte del presidente vitalicio López elevó a protagonismo de gobernante igualmente vitalicio a su hijo Francisco Solano; en el Imperio del Brasil el gabinete conservador fue reemplazo por otro de tinte liberal; y dato no menor, surgió un tercer estado con afilado apetito para intentar obtener tajada en el entuerto aprovechando las fintas belicosas entre los otros dos: la República Argentina, entendiendo por tal a la burguesía mercantil porteña liderada por el joven y antiguo artillero de Montevideo, La Paz y Santiago de Chile, Bartolomé Mitre, que emergía presidente al frente de una estructura política administrativa centralizada, aunque duramente cuestionado por las oligarquías y élites regionales.

En esa ambigua situación enmarcada en un explosivo contexto regional, permitiendo el mantenimiento de un status quo de hecho que no de derecho, ganaban brasileños y paraguayos. Pero era una solución de circunstancia a la que los acontecimientos de 1864 pusieron rápido fin. Los sucesos de la República Oriental del Uruguay, no solamente sirvieron de catalizadores de una guerra deseada por todos los estados participantes como ya con precedencia en este trabajo hemos visto. También permitieron contingentemente que el larvado conflicto de límites sostenido a lo largo de décadas por ambos países tuviera un rápido desenlace manu militari a favor del Paraguay…aparentemente.

Captura del Marqués de Olinda e inteligencia previa

En esos años de tensa calma que precedieron a la tempestad, ciertas voces lúcidas en el Brasil habían llamado la atención sobre la falta de preparación militar y la indefensión en que se hallaban tanto Río Grande do Sul como en modo especial Matto Grosso, donde las exiguas tropas destacadas carecían hasta de cuarteles. El gabinete liberal escuchó y actuó: armas y pertrechos fueron enviados a Mato Grosso… pero sin destinar la tropa necesaria para utilizarlos. La inmensa provincia no contaba siquiera con un millar de soldados para enfrentar a una posible invasión de un enemigo que disponía (por lo menos sobre el papel) con decenas de millares de efectivos.

El gabinete liberal tomó también algunas otras medidas de carácter logístico y político. Entre ellas se contaba la subvención apenas encubierta de la Compañía de Navegación a Vapor del Alto Uruguay que permitía mantener una línea fluvial regular entre Montevideo y Cuiabá, la capital matogrossense.

Una de las naves de la Compañía, el Marqués de Olinda, llegó el 11 de noviembre de 1864 a Asunción. La capital paraguaya hervía desde hacía un mes y medio atrás en rumores sobre la consumación finalmente de la intervención brasileña en el Uruguay, con el cruce de la frontera del ejército imperial en carácter de decisivo brazo auxiliar de los colorados en su guerra civil con los blancos. Pese a tal intervención que culminaba un año de tensiones, el Imperio no le había declarado la guerra a Paraguay aunque Francisco Solano López fingía que así había sido, a sabiendas que tal suceso no había ocurrido. Es más, durante esas semanas el representante blanco oriental en Asunción había tratado infructuosamente que el dictador López cumpliera su promesa de ayuda a Montevideo, negándose este bajo el curialesco argumento de que la entrada del ejército imperial al Uruguay "no tenía carácter oficial".

En esa circunstancia López ordenó la captura del Marqués de Olinda, que tras haberse reabastecido en el puerto asunceño navegaba ya aguas arribas rumbo a Mato Grosso. El vapor llevaba en su pasaje al nuevo Presidente de esa provincia, Carneiro de Campos. Tanto este como los oficiales del barco fueron hechos prisioneros hasta el final de la guerra (al menos los que tuvieron la suerte de sobrevivir a los malos tratos que les prodigaron los paraguayos). La marinería en cambio fue trasladada liberada a Buenos Aires (un generoso rasgo humanitario que los paraguayos no repetirían a lo largo de la guerra).

El casus belis se había consumado y sendas cartas enviadas por los flamantes beligerantes vía país neutral (entonces la Argentina) confirmaron el estado de guerra existente.

La invasión al Mato Grosso había sido cuidadosamente planeada por el gobierno guaraní, habiendo recogido este en los años precedentes valiosa información sobre el territorio a ocupar por medio del espionaje. En 1862 una patrulla paraguaya recorrió sin ser interceptada el distrito de Miranda. Poco después un oficial enviado por Asunción en aparente misión de buena voluntad fue recibido por las autoridades brasileñas de Corumbá y Dourados, sin que estos se percataran de la verdadera finalidad del visitante que no era otra que la de recabar información acerca del estado de las defensas imperiales en esos puntos. La situación militar brasileña en la zona también era conocida en Asunción por fuentes tan diversas como los dudosos informes de soldados desertores del fuerte de Coimbra, o la mas precisa que proporcionó en 1864 el coronel Francisco Resquín (el mismo que unos meses después comandaría una de las columnas invasoras), que camuflado como hacendado supuestamente interesado en comprar tierras, recorrió amplias regiones.

Todas estas fuentes dieron al gobierno de Asunción el convencimiento de que el potencial enemigo brasileño apostado en la línea meridional del Mato Grosso no contaba con capacidad de combate, no solo material sino también moral. En efecto y a manera de ejemplo, en el fuerte de Coimbra, epicentro del sistema de defensa imperial en la región, los efectivos no solo eran escasos sino además se encontraban menoscabados en su espíritu de lucha por el hecho de que no habían sido relevados desde hacía cuatro años.

Todo lo cual explica la euforia que reinó en vastos sectores de la población paraguaya cuando a fines de 1864 sus columnas militares se pusieron en marcha rumbo al norte.

La blitzkrieg guaraní: un despreocupado paseo militar por agua y tierra

El 23 de diciembre de 1864 el autócrata paraguayo Francisco Solano López pasó revista a las tropas que al día siguiente iban a salir por vía fluvial rumbo a Mato Grosso con el fin de capturar las principales posiciones de dicha provincia, teniendo como primer objetivo al fuerte de Coimbra. Eran unos 4.200 efectivos al mando del coronel Vicente Barrios, cuñado de López. Este, corroborando que lo primero que muere en la guerra es la verdad, leyó a los soldados una proclama donde afirmaba que pese a los esfuerzos que había hecho para mantener la paz, los mismos habían resultado infructuosos por la perfidia de un Brasil que le había declarado la guerra al Paraguay, no quedándole entonces más remedio que aceptar la contienda en salvaguarda del honor nacional ultrajado en sus "más preciados derechos". De esta cínica manera al negar el orden en que sucedieron los acontecimientos, el gobierno paraguayo que había sido el agresor se presentaba como agredido.

Al día siguiente partieron los expedicionarios a bordo de cinco barcos a vapor (entre ellos el capturado Marqués de Olinda) que remontaron el río Paraguay sin encontrar oposición alguna hasta llegar en el anochecer del 26 de diciembre al estuario situado frente al fuerte de Coimbra. Los cañoneros tomaron posición para bombardear la fortaleza enemiga y los cuerpos de infantería se aprestaron para el asalto a sus murallas.

Ese mismo día 26 partía de Villa Concepción (última población paraguaya en la frontera norte) un contingente de caballería de alrededor de 3.500 hombres bajo el mando del coronel Resquín, con la misión de ocupar los territorios comprendidos entre los ríos Apa y Blanco. Esta fuerza marchaba por tierra siguiendo la línea Concepción-Bella Vista-Nioaqué-Miranda-Coxim, y estaba destinada inicialmente a dar apoyo a la expedición naval, neutralizando posibles movimientos de refuerzo y abastecimiento logístico que desde el Este pudieran intentar los brasileños en ayuda a sus guarniciones situadas sobre el río Paraguay.

Este contingente dividido en dos columnas fue ocupando en los días siguientes puestos y villas que los brasileños abandonaban precipitadamente ante la llegada de un invasor notablemente superior en número. En su apurada huída las tropas imperiales no tuvieron tiempo de destruir sus arsenales, dejando entonces intactos armas y pertrechos que pasaron a poder del atacante.

Mientras tanto en el Oeste, en el frente de operaciones fluvial, terminados los preparativos para el bombardeo y ataque al fuerte de Coimbra, Barrios envió el 27 de diciembre un ultimátum al comandante brasileño, coronel Hermenegildo Portocarrero, intimándole rendición en el plazo de una hora, caso contrario tomaría el fuerte por la fuerza.

Portocarrero rechazó el ultimátum y en consecuencia los paraguayos abrieron fuego sobre la fortaleza enemiga. La misma se encontraba defendida por una guarnición de poco más de un centenar de hombres, a todas luces insuficientes para operar la treintena de piezas de artillería montadas en batería. Esa desproporción entre elementos humanos y recursos materiales mostraba la errónea política de defensa que había tenido el gobierno imperial en esa región, al proveerla de abundante armamento pero no de la tropa necesaria para operar con eficiente poder de fuego el mismo.

El día 28, mientras los vapores agresores proseguían el bombardeo, una tropa de reconocimiento paraguaya llega a sobrepasar las murallas, siendo repelida a duras penas por los defensores. Esta acción llevó a que Portocarrero decidiera la evacuación del fuerte, realizando la operación de retirada hacia el norte en el mayor sigilo posible. La decisión del comandante de guarnición brasileño fue muy criticada en su momento por sus compatriotas. El nuevo presidente de Mato Grosso lo hizo responsable de no haber resistido como correspondía, argumentado que contaba con munición suficiente y que su línea de comunicación con la retaguardia no había sido cortada.

No obstante y visto en retrospectiva, la decisión de Portocarrero de retirarse de la fortaleza se justifica si se considera la gran superioridad numérica de los atacantes, así como la imposibilidad de que los supuestos refuerzos de Corumbá llegaran a tiempo para inclinar la balanza del lado brasileño. Por otra parte es improbable que sacrificar a la guarnición defensora en Coimbra hubiera llegado a tener algún resultado militar de importancia, salvo retardar unas horas el avance paraguayo.

El 29 de diciembre entonces, los paraguayos tomaron Coimbra y una vez establecidas las nuevas posiciones, el Coronel Barrios avanzó sobre las guarniciones de Albuquerque y Corumbá. Los vapores brasileños en huída fueron perseguidos por sus pares guaraníes, consiguiendo estos dar alcance a la flota enemiga, batiéndola completamente al hundir algunos barcos y apresar otros.

Albuquerque cayó sin lucha el primer día del año 1865. El camino fluvial quedaba libre hacia el próximo objetivo: Corumbá. El lugar contaba con una respetable urbanización para ese tiempo y lugar: mas de mil habitantes, cuarteles del ejército y de la marina, y lo más importante: una defensa constituida por medio millar de soldados, un parque de artillería abundante en cañones, armamento portátil y munición. Todo ello al mando del coronel Carlos de Oliveira. Era posible sostener la defensa de la villa manteniendo a los paraguayos río abajo mientras que desde río arriba llegaban los prometidos refuerzos de Cuiabá. La resistencia militar constituía una obligación no solo militar sino moral, pues ella debía dar tiempo a evacuar a los civiles en los esperados barcos de la flotilla imperial. Más aún cuando por orden de Oliveira se había prohibido a los civiles alejarse de Corumbá, dando a estos la impresión que aquel iba a resistir ante los paraguayos.

Sin embargo el 2 de enero Oliveira, su Estado Mayor y la oficialidad de la guarnición de Corumbá, abandonaron la plaza en el único vapor disponible, el Anhambaí, el cual tomó el rumbo del norte con destino a Cuiabá. Oliveira desembarcó dos días después en el puerto de Sará y tras un azaroso periplo terrestre llegó a la capital a principios de marzo, donde fue destituido por el presidente de Mato Grosso, quien calificó como "desastroso" su abandono de Corumbá. Nunca recuperó su grado ni funciones y finalmente fue retirado del servicio activo por el gobierno imperial.

La huída de Oliveira resultó trágica para la población civil y los soldados rasos. Al verse abandonados intentaron escapar en improvisadas lanchas que no estaban en condiciones de emprender la travesía fluvial. Estas al no tener prácticos a bordo, encallaban en los bajos del complicado cauce del Alto Paraguay, quedando entonces a merced de los navíos paraguayos que dominaban totalmente esa zona del río tras haber avanzado hasta el puesto naval de Dourados. Este punto situado en la margen izquierda del río Paraguay, contaba con un astillero y un depósito de municiones de la marina imperial, que el 6 de enero tras una breve refriega pasó a poder de los paraguayos. Ese fue el límite septentrional del avance fluvial paraguayo.

Las instrucciones originales de Barrios le ordenaban tomar Cuiabá, lo cual hubiera separado en los hechos a Mato Grosso del Imperio. Existía un camino en buenas condiciones entre Dourados y la capital provincial. Barrios sabía de su existencia. Era la ruta de Piquirí, por donde se podría trasportar artillería, hombres y pertrechos. Supuestamente defendida por 2.000 soldados imperiales, la moral de estos sin embargo era tan baja como la del resto de la población matogrossense, sorprendida por las rápidas victorias paraguayas y asustada por las atrocidades que según contaba el creciente número de refugiados que llegaba del sur en condiciones deplorables, cometían las tropas invasoras.

Sea porque no se sintió seguro para avanzar por vía terrestre y consideró a la fluvial aún más improbable al no contar con barcos adaptados a la difícil navegación del Alto Paraguay hasta Cuiabá, o simplemente porque López cambió de planes, lo cierto es que el comandante paraguayo detuvo su avance y se limitó a ocupar el territorio en disputa original con el Brasil.

La campaña inicial del ejército guaraní se pareció más a un ejercicio de entrenamiento que a una invasión. Resistencia militar solo encontró (y débilmente) en Coimbra y en Dourados. Todo lo demás se reduce a tareas punitivas asimétricas sobre tropas desmoralizadas en desbandada y civiles abandonadas a su suerte.

Valga el ejemplo de lo ocurrido el 6 de enero de 1865, fecha en que culmina como ya expresáramos la blitzkrieg fluvial guaraní comenzada apenas dos semanas antes. Ese día es capturado el Anhambaí, que luego de poner a salvo en su vergonzosa retirada al jefe y los oficiales de la guarnición de Corumbá, había retornado a esa zona tratando de ayudar a los civiles que huían del invasor. Tras encallar por una mala maniobra, fue abordado por los soldados paraguayos. Pocos marineros brasileños lograron escapar con vida. A los que se encontraban a bordo, pese a haberse rendido los degollaron con armas blancas, y a los que intentaron ponerse a salvo nadando, los mataron a tiros. Una muestra de lo mucho que iba a sufrir la población civil matogrossense bajo la dominación paraguaya.

La ley del saqueo

A mediados de enero de 1865 las noticias de la rápida conquista paraguaya de la zona en disputa con Brasil, llegaron a Asunción. De inmediato mujeres de la élite gobernante, entre ellas algunas parientes de Barrios y de López, se dirigieron convenientemente protegidas hacia Coimbra y Corumbá con el pretexto de cuidar a los soldados guaraníes heridos. El objetivo real de estas "filantrópicas" era el saqueo liso y llano.

Existía en Corumbá en palabras del comandante paraguayo "un botín de inmenso valor" cuya mayor parte pasaría por la vía femenina citada a poder de la clase dominante asunceña. Ese botín se había obtenido por medios violentos. Una vez ocupado Corumbá, la villa fue saqueada en su totalidad. El conjunto de su población no había tenido oportunidad de escapar por la defección y huída del comando militar que debería haber organizado la evacuación de los civiles. Estos, capturados por los paraguayos en las improvisadas embarcaciones que encallaban en el río, o en los montes circundantes, fueron sometidos por el invasor a las peores sevicias. Las mujeres sufrieron ultrajes sexuales, en muchos casos en presencia forzada de sus esposos e hijos. El propio coronel Barrios se quedó con una adolescente luego de amenazar al padre de la misma con fusilarlo si oponía resistencia. Los hombres de Corumbá fueron sometidos a interrogatorios sobre bienes o tesoros ocultos. Menudearon en ellos las más refinadas torturas. Algunos fueron asesinados a lanzazos bajo la acusación de espionaje. Esta conducta de las tropas de ocupación se daba de bruces con las instrucciones originales que había recibido el comandante de las mismas en el sentido de tratar con humanidad y respeto a los civiles si estos no cometían actos de hostilidad.

De igual manera que Barrios se comportó el jefe de la columna terrestre, coronel Resquín, al ordenar el saqueo de las casas y fazendas que los matogrossenses abandonaban apresuradamente para esconderse en los bosques y matorrales cercanos. Cuando esta indefensa población civil caía capturada en manos de los paraguayos, los hombres eran sometidos a los mismos rigurosos interrogatorios para que declararan sobre supuestos o reales tesoros escondidos y las mujeres eran violadas y muchas veces convertidas por largo tiempo en forzadas compañeras sexuales de oficiales y sargentos.

Sin dudas más importantes que este botín esquilmado violentamente a la población civil, fue la gran cantidad de armamento tomado en la rápida campaña. Los capturados arsenales del Mato Grosso proporcionaron al ejército paraguayo medio centenar de cañones que junto a las municiones y pertrechos igualmente por derecho de conquista obtenidos, se constituirían en el material bélico que atendería casi todas las necesidades del Paraguay a lo largo de la guerra que comenzaba.

Prisioneros militares y cautivos civiles

En febrero de 1865 remitidos por el general Barrios desde Corumbá, llegaron por vía fluvial a Asunción las primeras centenas de prisioneros de guerra brasileños. Una parte de los mismos fue destinada a Villa Occidental, paraje chaqueño situado frente a la capital, donde sobrevivieron dedicándose a una muy primaria agricultura de subsistencia en penosas condiciones. Similar trato sufrió el resto de la remesa, sometida a prisión rigurosa en precarios galpones del puerto. Allí se separó a civiles de militares, prohibiéndoseles comunicarse entre sí.

Tanto estos como los derivados al poniente del río Paraguay, constituyeron en el verano de 1865 la avanzada de una modalidad que el gobierno guaraní mantendría en los próximos tres años: la deportación de buena parte de la población del Mato Grosso ocupado. Fue un proceso constante que alcanzó algunos picos. Por ejemplo en julio de 1866 cuando por orden del dictador paraguayo ya por entonces devenido en alucinado autócrata, a casi medio millar de civiles matogrossenses sin distinción de sexo ni edad se les ordenó bajo amenaza de fusilamiento embarcarse en menos de tres horas en la flotilla guaraní. Amedrentados, partieron al cautiverio sureño apenas con la ropa puesta, mientras contemplaban como las tropas ocupantes saqueaban sus bienes y propiedades. Estas redadas humanas sobre la población vencida volvieron a efectuarse con similar magnitud en marzo de 1867, continuado con menor intensidad hasta febrero del siguiente año.

Los civiles brasileños cautivados no recibieron alimento ni vestimenta de las autoridades paraguayas. Solo los prisioneros militares obtenían a la cansada comida, por lo general en mal estado. Avanzada la guerra estos soldados brasileños fueron destinados a trabajar de día en obras públicas o de defensa, regresando por la noche a la prisión. Un comerciante italiano de Corumbá que pese a su neutral nacionalidad había sido obligado a residir en Asunción, en un viaje en tren que emprendió desde esta al campamento militar de Cerro León, pudo observar el duro trato que recibían esos soldados a lo largo de la vía férrea, siendo su tarea el mantenimiento operativo de la misma, trabajando en penosas condiciones y bajo el rigor extremo de los guardias paraguayos.

El gobierno de López no temía que los prisioneros militares o civiles protagonizaran fugas de alguna entidad. Asunción y sus alrededores se habían convertido en una "Siberia Tropical". Sin mapas ni medios de transporte, con el río dominado en forma total hasta Humaitá por el peligroso y omnipresente estado policial montado por el dueño de casa y rodeados de una hostil y desconocida geografía de montes y pantanos inaccesibles, se tornaba imposible que los cautivos pudieran siquiera intentar llegar a las líneas argentinas o brasileñas.

En la más completa indigencia, los civiles matogrossenses encontraron no obstante tanto infortunio, un ángel de la guarda…

José María Leite Pereyra, un Raoul Wallenberg del siglo XIX

Desde 1855 Portugal mantenía un consulado en Asunción, el que a su vez dependía de la legación lusitana en Montevideo. En esa década el titular del mismo había sido Francisco Correa Madruga, que había aprovechado su cargo y las relaciones entabladas con influyentes miembros del gobierno guaraní para convertirse en un próspero hacendado dueño de una regular fortuna. Tal vez para poner a salvo a la misma, en noviembre de 1865 partió a Buenos Aires, negándose a retornar a su puesto con el curialesco argumento de que el bloqueo brasileño le impedía hacerlo. Esa justificación dada a las autoridades de Lisboa era falsa, ya que por esas épocas tanto el río Paraná como el Paraguay seguían abiertos a barcos de países neutrales en misión oficial o diplomática.

La deserción de Correa Madruga dejó a cargo de la representación consular a su secretario y yerno, José María Leite Pereyra, el cual fue reconocido por el gobierno paraguayo como "gerente de consulado". Existía en teoría por arriba de ese cargo un vicecónsul. En teoría, porque la realidad mostró que el mismo, un medroso personaje llamado Antonio Vasconcellos, dadas las circunstancias hizo inmediato y prudente "mutis por el foro".

Leite Pereyra venía teniendo actuación desde la llegada de la primera remesa de prisioneros desde Corumbá a principios de 1865. Se había ocupado de repartir a pedido del ministerio de relaciones exteriores brasileño con anuencia del gobierno de Portugal, vestimenta a los soldados capturados cuyo costo fue resarcido al consulado portugués en Buenos Aires por la tesorería imperial.

Una vez al frente de hecho del consulado por la deserción de su suegro, Leite Pereyra puso sus afanes en ayudar a todos los cautivos, sin distinción de condición o nacionalidad. Con modestia justificó su humanitario accionar como la simple acción de cumplir con el Reglamento Consular de Portugal, que ordenaba a los agentes diplomáticos no solo proteger los intereses de sus compatriotas sino de todas aquellas personas en peligro que no tuvieran representantes consulares propios. En la ocasión actuó como lo haría tres cuartos de siglo después el representante sueco ante la Hungría del régimen católico fascista en descomposición del Almirante Horthy, sometida a los dictados raciales de la política nazi. Si miles de seres humanos salvaron su vida en la Budapest ocupada por los alemanes gracias a la valentía y decisión de Raoul Wallenberg, también la salvaron cientos en Asunción gracias a José María Leite Pereyra. Judíos allá, mattogrossenses acá, el compromiso con la vida fue el mismo.

Con la media palabra afirmativa del canciller guaraní José Bergés, convirtió a su casa de la ciudad y a su chacra de las afueras en refugios de los civiles más comprometidos. Decenas de estos pasaron a habitar las mismas, hasta que en abril de 1867 la policía paraguaya las avasalló violentamente, trasladando a los asilados a la cárcel. Privados estos de agua y comida por las autoridades, sobrevivieron solo gracias a los esfuerzos de Leite Pereyra quien se las arregló utilizando tácticas que iban desde la presencia de ánimo para invocar su discutible rango diplomático frente a burócratas hostiles y temerosos del imprevisible dictador paraguayo, hasta lisa y llanamente el soborno a los guardias para pasar alimento a los detenidos.

Con sus acciones humanitarias Leite Pereyra fue siendo considerado cada vez más un molesto estorbo por el gobierno paraguayo. Este apeló a diversos procedimientos para neutralizarlo. En 1867 intentó vincularlo infructuosamente al tráfico de monedas, abriéndole un amañado proceso judicial. Al no poder comprobar nada, recurrió a procedimientos más expeditivos para terminar con la influencia del "gerente de consulado".

Curiosamente, la vulnerabilidad creciente de Leite Pereyra se originaba en su propio superior diplomático. Leonardo Azevedo, Barón de Souza, era el ministro portugués destacado en Montevideo, con mandato de representación de los intereses lusitanos ante todos los países de la cuenca del Plata. Azevedo era también informante pago desde 1864 del gobierno paraguayo, a quien se había ofrecido expresamente para cumplir esa rentada función.

En 1868 el canciller guaraní José Bergés informó a Azevedo que su gobierno ya no seguiría reconociendo a Leite Pereyra como "gerente de consulado". Azevedo en lugar de defender a su subordinado, aceptó la imposición de Bergés, contestándole que el consulado de Portugal en Asunción estaba acéfalo desde la partida de Correa Madruga, y que si alguien podía eventualmente asumir la representación del mismo era el vicecónsul, que no era otro que el fantasmal Vasconcellos que se había llamado a silencio tras la partida de Correa Madruga.

Leite Pereyra no fue informado por su superior de su defenestración diplomática. Se convirtió entonces en presa fácil de sus enemigos. Fue acusado de participar en una conspiración contra Francisco Solano López. Desesperado, alcanzó a refugiarse en la única legación que aún funcionaba en Asunción: la norteamericana. Pero sobre el jefe de la representación yanqui, Charles Washburns, pesaba igual acusación, por lo cual este no se sentía seguro en su propia sede diplomática. Ante las presiones paraguayas Washburns se vio obligado a entregar a Leite Pereyra, el que tras un simulacro de juicio fue fusilado el 25 de agosto de 1868. Pagó con su vida su compromiso con la vida.

Reacción brasileña: las dificultades de la movilización

La invasión paraguaya al Mato Grosso obró como un revulsivo en el Imperio. Una ola de indignación recorrió el territorio brasileño ante la perpetración de un acto considerado por la opinión pública como una agresión traicionera e injustificable. En esos primeros días de 1865 a medida que llegaban las noticias del avance paraguayo, miles de brasileños se presentaron voluntarios a alistarse para el frente de batalla.

Sin embargo con el correr de las semanas el entusiasmo fue decayendo y el voluntariado tuvo que ser reemplazado por el reclutamiento forzoso. Un problema no menor en formar una fuerza de combate para afrontar la guerra era la mala opinión que se tenía del Ejército, considerado un lugar marginal de castigo y degradación donde los soldados vivían en las peores condiciones, sin instrucción ni capacidad bélica alguna. De allí la recurrencia del Brasil en sus anteriores intervenciones en el Plata en la década de 1820 y a principios de la de 1850, a incorporar en sus filas a mercenarios europeos (mayoritariamente alemanes) para suplir la deficiencia numérica de tropa propia.

Existía también la Guardia Nacional. En realidad su nombre se presta a equívoco pues era una guardia regional que dependía en cada provincia de la élite dominante. Usualmente era utilizada políticamente tanto como fuerza de presión local como lugar de sociabilidad y prestigio de una oficialidad constituida por los miembros de las clases privilegiadas. Los gobiernos provinciales fueron reacios a enviar sus efectivos a los frentes de combate sureños. La excepción estuvo dada por las nordestinas provincias de Bahía y Goias, que sí cumplieron su compromiso movilizando contingentes hacia el teatro de operaciones.

En Bahía especialmente, la guerra generó entusiasmo a punto tal que los cuarteles se vieron colmados de voluntarios. Muchos de ellos se alistaban para aprovechar los generosos sueldos y ventajas ofrecidos por el gobierno. No sospechaban que la guerra sería larga ni preveían en su inicial optimismo las condiciones de salubridad que les esperaban. Provenientes del cálido y seco Sertao, sufrirían en grado sumo el brusco cambio de temperatura. Sin ropas ni alimentaciones adecuadas, los húmedos y fríos inviernos de la región del Plata causarían en ellos muchas más bajas que la metralla paraguaya.

Con todo este elemento humano alistado voluntaria o forzosamente en la Guardia Nacional y el Ejército, se formó en teoría una fuerza de 50.000 hombres. En ella se sustentaba la viabilidad de un plan elaborado por el general de mayor prestigio militar y político del Imperio, el marqués de Caxias.

El plan suponía la existencia de tres columnas. La mayor de ellas, fuerte de 25.000 efectivos, debía avanzar por Paso de los Libres y en combinación con la Marina Imperial forzar el paso del río Paraguay neutralizando la fortaleza de Humaitá para finalmente tomar Asunción. Otra columna de 10.000 hombres a partir de Río Grande do Sul debía ocupar Itapuá, desde donde cuidaría el flanco de la columna principal.

Finalmente la tercera columna, también de 10.000 hombres, debía avanzar por vía terrestre desde San Pablo hasta Mato Grosso, recuperar la provincia y tomar Concepción, evitando así una posible retirada hacia el norte de las fuerzas paraguayas en huída desde Asunción. Los restantes 5.000 soldados quedarían en reserva en Brasil.

Todo este plan terminó en mera teoría, no se cumplió en tiempo y mucho menos en forma. La guerra discurrió por años ya convertida en conflicto internacional de características totales que superaron la esperanza brasileña de que una fuerza considerable en afortunada campaña, terminase rápidamente con el enemigo. El Plan de Caxias había nacido muerto. Veremos a continuación como operó más allá de la mera teoría de este plan, la realidad de las operaciones bélicas en el frente del Mato Grosso.

La lucha contra los paraguayos… y contra la geografía

En abril de 1865, en el mismo momento en que Buenos Aires respondía al ataque paraguayo a Corrientes declarando la guerra a Asunción y formalizando alianza con Río de Janeiro, el gobierno imperial comenzó a organizar la denominada Columna Expedicionaria de Mato Grosso convocando a guardias nacionales de las provincias de Goias, Minas Gerais y San Pablo en la capital de esta última. El plan de Caxias preveía 10.000 hombres, el gobierno ordenó alistar 12.000. Sin embargo la realidad golpeó de manera contundente las optimistas previsiones teóricas. Menos de un millar de efectivos constituyeron la fuerza inicial que partió de San Pablo hacia el oeste

Llegados estos a Campinas, permanecieron allí más de dos meses, ocupada la oficialidad en una intensa vida social de bailes y diversiones. Toda esta inacción ocurría en el mismo tiempo en que por distintos conductos llegaban a Río de Janeiro los angustiosos pedidos de auxilio del presidente de Mato Grosso, quien no contaba para defenderse frente a una eventual reanudación del avance paraguayo más que con 3.000 soldados pésimamente pertrechados. En Cuiabá se había perdido todo contacto con el resto de Brasil desde diciembre. El gobierno matogrossense estaba junto al resto de la provincia que aún controlaba, librado a su propia suerte.

La incomprensible demora en Campinas de la columna expedicionaria fue acompañada por epidemias y deserciones. Finalmente en julio retomó la marcha en dirección norte hasta Uberaba, en los deslindes de San Pablo con Minas Gerais, donde se les unió una brigada mineira de Ouro Preto, fuerte de 1.200 hombres. Estos eran producto del reclutamiento forzoso. Acompañados por sus mujeres e hijos, estaban prontos a desertar a la primera oportunidad. De allí el trato de prisioneros antes que de soldados que la oficialidad les daba.

En Uberaba se repitió la extraña detención de Campinas, perdiéndose otros dos valiosos meses.

Finalmente en setiembre de 1865 esta fuerza exigua de apenas 2.000 hombres (la quinta parte de lo que establecía el plan de Caxias) dividida en dos brigadas y munida de doce piezas de artillería, retomó el camino hacia la capital de la provincia de Mato Grosso. Fue una marcha lenta y exasperante por el camino más largo para evitar pasar por Coxim, supuesta última avanzada paraguaya.

A fines de octubre recibieron nuevas órdenes. Ya no era Cuiabá el destino de la columna sino el distrito de Miranda, el cual debían restituir a la soberanía territorial brasileña. El gobierno imperial había por entonces recibido información acerca de que los paraguayos habían retrocedido hasta el río Apa, abandonando Coxim. A este punto llegó el cuerpo expedicionario sobre finales de año, pasando entonces a denominarse oficialmente Fuerzas en Operación al Sur de la Provincia de Mato Grosso.

Estos dos millares de combatientes junto a una cantidad similar de agregados (la Guerra del Paraguay mantendría pese a sus modernas innovaciones esa vieja costumbre del soldado marchando a campaña junto con su familia), permanecieron en Coxim más de seis meses, aislados en ese punto por las inundaciones. En junio de 1866 cuando las provisiones comenzaban a escasear y la pésima calidad de las mismas las convertían en campo propicio para las epidemias, el jefe de la columna, coronel Fonseca Galvao, se decidió a dar cumplimiento a las órdenes recibidas y emprendió la marcha hacia la Villa de Miranda. Era un trayecto de cuatrocientos kilómetros de pantanos pestilentes donde debían avanzar con el agua a la cintura. Unos cuantos soldados y un número mayor de mujeres y niños murieron ahogados, tragados por las ciénagas. Terreno tan insalubre ocasionó fiebres y epidemias que mataron a muchos, entre ellos al coronel Galvao.

El 17 de setiembre de 1866 luego de tres meses de marcha desde Coxim y de haber recorrido dos mil kilómetros desde su salida año y medio atrás de San Pablo, la fuerza brasileña recuperó sin lucha Miranda, abandonada horas antes por los paraguayos. Si ningún combate habían tenido con estos, ello no implicó que no tuvieran que sufrir bajas considerables: un tercio de la columna expedicionaria había desaparecido a consecuencia de las epidemias, los accidentes de la larga travesía y las deserciones.

La villa de Miranda estaba ubicada en un lugar aún más insalubre que Coxim. Los ocupantes paraguayos la habían saqueado prolija y concienzudamente. Al retirarse habían destruido los edificios de algún valor. Sin lugares para alojar a la tropa y rodeada por bajos inundados permanentemente que favorecían las epidemias, no se justificaba mantener al cuerpo expedicionario allí. Sin embargo eso fue lo que hizo su nuevo jefe, el inepto coronel Albino de Carvalho

La recuperación del honor perdido de un coronel

Solo la llegada en enero de 1867 de un nuevo jefe, el coronel Morais Camisao, permitió que el buen criterio de este trasladara a la columna -ya reducida a 1.300 efectivos- a una zona de clima agradable poblada de bosques surcados por arroyos de agua potable. A doscientos kilómetros de la insalubre Miranda, Nioaqué fue el lugar elegido para establecer al cuerpo expedicionario.

Al contrario que sus antecesores, el coronel Camisao no quería inmovilizar la fuerza a su mando en el ocasional lugar de guarnición manteniéndose estático dominando solo el territorio circundante abandonado por el invasor guaraní. Nioaqué debía constituirse simplemente en un lugar saludable desde donde una vez recuperada la tropa, avanzar hacia el próximo objetivo. Este no era otro que la paraguaya Villa de Concepción, localidad esta que dada su ubicación geográfica, resguardaba por el norte el camino por el río Paraguay hasta Asunción, de la misma manera que por el sur lo hacía Humaitá.

Era un objetivo difícil de cumplimiento casi imposible dadas las falencias numéricas de la columna y el nulo apoyo logístico del que la misma podría disponer. Eso no amilanó a Camisao que en febrero de 1867 se puso en marcha. Tan intrépida resolución tal vez se originara en el hecho de que Camisao había sido uno de los oficiales destacados en Corumbá que en enero de 1865 abandonaron a su suerte a civiles y soldados, huyendo de la población sitiada por los paraguayos en el único vapor disponible. Herido en su honor por ese vergonzoso episodio, entendió que esta era una oportunidad para reivindicarse ante la opinión pública matogrossense.

A principios de marzo la columna llegó a inmediaciones del río Apa. Las patrullas de reconocimiento enviadas a los alrededores sirvieron para advertir de su presencia a los paraguayos, eliminando entonces el factor sorpresa. En ese estadio y con el hambre acechando, Camisao convocó a un consejo de oficiales, los cuales finalmente decidieron seguir adelante.

En abril de 1867 la columna brasileña compuesta por 1.600 efectivos de infantería (a los que deben sumarse mujeres, niños y hasta comerciantes) cruzó a territorio paraguayo. Eufórica y temerariamente tomó el nombre de Fuerzas Expedicionarias en el Norte del Paraguay, una eufóricamente optimista necedad nominativa porque en poco tiempo retrocederían a su propio territorio. Sin artillería ni caballería, carentes de línea de abastecimiento, los brasileños avanzaban hacia su declarado objetivo de Concepción por una ruta dictada antes que por la estrategia militar, por las necesidades del hambre.

El abandonado fuerte fronterizo paraguayo de Bella Vista fue tomado el 21 de abril. Allí tuvo Camisao noticias que apenas a treinta kilómetros, en la hacienda de la Laguna, una de las tantas dudosas y recientes propiedades por "donación espontánea del pueblo paraguayo" de Francisco Solano López (que confundía de modo promiscuamente precapitalista, patrimonio personal con estatal), existía un gran rebaño de ganado y animales de tiro que permitirían alimentar a su tropa para seguir al objetivo final. Pero en Laguna no encontraron ganado sino soldados guaraníes mal armados y sometidos por los sargentos capangas a un régimen de terror, trabajando sin paga en esa ex "Estancia de la Patria" junto a negros esclavos y peonaje servil indígena. Un microcosmos demostrativo del trato que recibían las clases subalternas en el Paraguay de los López. Sin motivación ni temor a perder nada más que sus cadenas en ese sector de frontera donde el largo brazo del estado policial de Asunción pareció detenerse frente a la columna expedicionaria, no es extraño entonces que los paraguayos en número de 800 fueron derrotados y puestos en fuga por 600 brasileños que solo perdieron un hombre frente al centenar de bajas del enemigo.

La victoria expresada en estos números contundentes no pudo disimular el hecho de que se les estaban acabando las provisiones. Careciendo de los recursos logísticos necesarios, Camisao tuvo que abandonar su plan de tomar Concepción y desandar el camino. El 7 de mayo de 1867 los brasileños abandonaron Laguna rumbo a Nioaqué. Fueron hostigados permanentemente en su retirada por las fuerzas paraguayas que les arrebataron el poco ganado que llevaban y los sumieron en el hambre. Los expedicionarios llegaron a verse obligados a sobrevivir comiendo raíces y sabandijas. La mortandad fue enorme entre los niños que acompañaban la columna. El 25 de mayo los paraguayos atacaron el campamento brasileño pero fueron rechazados a duras penas por estos.

La condición de la retirada era tan extrema que se tomó la decisión de dejar atrás a 130 soldados enfermos de cólera, con un cartel donde se pedía compasión por los mismos. Los paraguayos hicieron caso omiso del mismo, degollando a todos los abandonados.

Poco después el cólera acabó también con la vida del coronel Camisao. El resto de la fuerza expedicionaria llegó a Nioaqué el 4 de julio. Se encontraron con la sorpresa de que la tropa que habían dejado allí en reserva había abandonado el lugar, el cual fue ocupado nuevamente por los paraguayos que tras saquear la localidad la incendiaron para luego retirarse a las cercanías. Solo quedaba en pie la iglesia, pero la misma había sido dejada intacta ex profeso. Al día siguiente explotó como consecuencia de la detonación de una bomba trampa colocada por los anteriores ocupantes. Quince soldados brasileños murieron en este episodio y muchos más quedaron heridos. La columna siguió viaje, llegando finalmente el 11 de julio de 1867 al puerto de Canutos donde se hallaron a salvo de sus perseguidores. Casi un millar de hombres (y un número aún mayor de mujeres y niños) habían muerto por los combates, el hambre y las epidemias en la fallida conquista de Concepción. Entre ellos el mentor de la peligrosa empresa, ese coronel que con ella deseaba lavar su honor mancillado en la huída de Corumbá.

Reconquista y nuevo abandono de Corumbá

En febrero de 1867 el nuevo presidente de la provincia de Mato Grosso, Couto de Magalhaes, frente a la inacción del gobierno central se decidió a emprender por propia iniciativa una ofensiva contra el ocupante paraguayo. Adoptó entonces un plan que le propuso el capitán Antonio María Coelho, el cual consistía básicamente en atacar Corumbá por el sur aprovechando la inundación del Pantanal, antes que hacerlo por el norte, lugar previsible para el enemigo.

Pese a las críticas de los altos oficiales de la guarnición de Cuiabá, Couto de Magalhaes elevó a Coelho al grado de coronel y lo puso al frente de una fuerza de mil hombres que embarcada en cinco naves descendió por el inundado Pantanal hasta aguas abajo de Corumbá, a la que atacaron desde el sudoeste el 13 de junio de 1867.

La villa había sido en sucesivas razzias vaciada de su población civil, la que fue deportada a Asunción en las condiciones que con precedencia hemos visto. La guarnición paraguaya fue sorprendida por el ataque. Cuando se efectuó el mismo los soldados estaban dispersos por los alrededores ocupados en tareas agrícolas que había ordenado el comandante guaraní Hermónegones Cabral, como parte de una estrategia de supervivencia en un medio hostil. No obstante se reagruparon y opusieron una tenaz resistencia hasta que el número y el mejor armamento de los brasileños los obligó a rendirse.

De los trescientos paraguayos que componían la fuerza de ocupación de Corumbá, más de la mitad fueron fusilados una vez rendidos, entre ellos el comandante Cabral.

Los brasileños casi no tuvieron bajas en el ataque, pero muy pronto cientos de ellos cayeron víctima de la viruela. Ante la imposibilidad de defender la villa en esas penosas condiciones, el presidente matogrossense ordenó el 23 de junio su evacuación. Las fuerzas en retirada llevaron consigo un enemigo más letal que todos los ejércitos de López: la antiquísima enfermedad viral que los había empezado a diezmar en Corumbá. No existiendo previamente en todo el Mato Grosso la profilaxis de la vacunación, la viruela mató en pocos días a más de la mitad de los 10.000 habitantes de la capital provincial. Fue tal la mortandad que ante la imposibilidad de dar abasto a los entierros, por las calles de Cuiabá se veían cadáveres arrastrados por perros hambrientos.

La abandonada Corumbá fue entonces nuevamente ocupada por las fuerzas de Asunción. En ese estadio de agotamiento mutuo y epidemias catastróficas, ninguno de los contendientes intentó avanzar más allá de las posiciones alcanzadas.

Ese quietismo que las difíciles circunstancias imponían explica el modo en que se desarrollaron los últimos acontecimientos de la ocupación paraguaya. Cuando en febrero de 1868 la escuadra brasileña forzó finalmente el paso del río Paraguay por la fortaleza de Humaitá dejando expedito el camino a Asunción, López ordenó la retirada de sus efectivos en Mato Grosso para concentrar su esfuerzo bélico en el Sur. De acuerdo a esa directiva del dictador paraguayo Corumbá fue evacuado en abril al igual que el fuerte de Coimbra y los restantes puntos aún sujetos a la órbita guaraní. Pero el gobierno matogrossense recién se enteró del hecho cuatro meses después cuando a mediados de agosto de 1868 una patrulla de reconocimiento entró en la sufrida villa. La encontró desierta. Buena parte de sus antiguos habitantes llevaban años prisioneros en el sur, y aún seguirían en cautiverio (los que tuvieran la suerte de sobrevivir) por mucho tiempo más.

Las comunicaciones normales entre Mato Grosso y la corte imperial de Río de Janeiro solo se restablecerían en febrero de 1869 cuando tras la ocupación brasileña de Asunción llegaron los primeros vapores a Cuiabá. Habían transcurridos más de cuatro años desde que el anterior vapor que intentó llegar a la capital matogrossense fuera detenido por orden de un ambicioso presidente vitalicio paraguayo que entendió con irreal voluntarismo a tal operación como la excusa ideal para provocar una contienda corta y victoriosa. La rápida conquista y ocupación de la zona del Mato Grosso en disputa secular con el Brasil pareció darle la razón. Sin embargo con ese ataque desencadenó la reacción de sus enemigos que consideraron a ese frente de combate como periférico y secundario. Las grandes batallas, las operaciones y las campañas que decidieron finalmente el resultado de la larga guerra ocurrieron en otros escenarios.

Los autores de este trabajo hemos intentando dar visibilidad a una zona olvidada en el común del imaginario colectivo que desde hace siglo y medio se construye y reformula permanentemente sobre la Guerra del Paraguay, ese gran conflicto bélico que definió en la segunda mitad del siglo XIX el incipiente destino nacional de los países del meridión occidental americano.

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