Oaxaca, soledad en llamas
Adolfo Gilly
El conjunto de organizaciones políticas y sindicales
institucionales, pese a sus diferencias entre sí, en la hora de
la prueba están dejando a Oaxaca en la soledad. Nada de las
grandes manifestaciones que salieron a detener la guerra contra
el zapatismo en 1994, ni siquiera de las que se alzaron contra la
masacre de Acteal. La rutina electoral, es decir, la lógica de las
instituciones existentes, así sea para vituperarlas de labios para
afuera, los ha ganado a todos. Declaraciones hay, protestas
también, pero de movilizar fuerzas como pudieron hacer muy poco
ha en la disputa electoral, nada.
El PRD está absorbido por la disputa parlamentaria. En el
Congreso pidió desaparición de poderes y juicio político. Si no
se pudo, ni modo, ya salvamos nuestro honor y nos vamos de
puente. Los gobernadores elegidos por el PRD, todos, incluido el
del Distrito Federal, firmaron en la Conago junto a Ulises Ruiz.
La CND, motivo de tantas ilusiones y encandilamientos, ha
demostrado su inexistencia a todos los efectos prácticos, salvo
la recolección de votos y la disputa por ellos.
El viejo pacto entre el PAN y el PRI, movilizado ahora en defensa
de Ulises Ruiz y contra el pueblo oaxaqueño, ya lleva 15 muertos
en Oaxaca para sostener a un gobernador repudiado y oponerse a un
legítimo movimiento social del pueblo oaxaqueño. Ahora han metido
a la PFP y a elementos militares disfrazados de PFP, una muestra
más de su impotencia y descrédito para alcanzar soluciones
políticas, como en cambio solían lograrlo en el pasado.
El pacto PRI-PAN no es una novedad. Viene desde la fundación del
PAN en 1939, como heredero legal del sinarquismo y voz política
de la jerarquía eclesiástica y de los conservadores mexicanos.
Nunca dejó de funcionar en los momentos cruciales: en la
represión a la huelga ferrocarrilera de 1959, el movimiento
estudiantil popular de 1968, la guerra sucia de los años 70, la
restructuración neoliberal desde 1982, el fraude de 1988 (con su
secuela de cientos de muertos del PRD y otros, porque la
resistencia entonces no fue juego), la quema de las actas en
1991, la liquidación de los artículos 27 y 130 constitucionales,
la firma del TLCAN, la represión en Chiapas desde 1994, la
ruptura de los acuerdos de San Andrés y el voto contra la ley
Cocopa, el Fobaproa, el pacto de bufones donde 360 diputados de
ambos partidos votaron unidos el imposible desafuero de López
Obrador, la negativa a que se verificara el resultado electoral
de 2006 en un nuevo conteo de los votos. La lista es interminable
y no registra fallas importantes.
Hoy el PRD con sus dos máscaras, la institucional llamada Frente
Amplio Progresista y la parainstitucional llamada Convención
Nacional Democrática, no quiere ni puede movilizar, en defensa de
Oaxaca y contra la represión del gobierno federal, a las fuerzas
populares que apenas en septiembre reunió en el Zócalo contra el
fraude electoral. Por fortuna La Jornada y varios otros medios
(uno de ellos, Indymedia, ya pagó con la vida de uno de sus
reporteros), así como incontables voces individuales, mantienen
la información, la protesta y la indignación (¡salud, Blanche,
siempre en el lugar!). Pero su tarea no es, no puede ser,
organizar la movilización. Ella corresponde a quienes tuvieron en
julio 15 millones de votos y cuentan, como entonces se vio, con el
aparato adecuado. Pero por este lado, nada. Repiten con Oaxaca lo
mismo que hicieron con la represión sobre Atenco, que ya
anunciaba cuáles serían los métodos en adelante.
La carta de Andrés Manuel López Obrador, publicada el domingo 29
de octubre en La Jornada, no es aceptable. Se limita a denunciar
la acción policial, el pacto entre el PAN y el PRI y el gobierno
"siniestro y represor" de Ulises Ruiz. Declara que la renuncia de
éste es la única solución posible y recuerda que en la elección de
julio pasado la mayoría de los oaxaqueños votó por su candidatura.
Es todo.
La secuela de estas constataciones puede suponerse que sería
llamar a una gran movilización en el Distrito Federal y en otros
lugares de la República en defensa del movimiento oaxaqueño,
contra los asesinatos de los paramilitares de Ulises Ruiz y
contra la represión del gobierno federal. Un llamado así,
viniendo de quien tuvo 15 millones de votos, llenaría a desbordar
el Zócalo y otras muchas plazas de la República. Una mera denuncia
tardía y nada más, como es el contenido de aquella carta, no sirve
para nada.
Cuando escribo estas líneas, Oaxaca está siendo ocupada por las
fuerzas federales que el gobierno del PAN ha lanzado en defensa
de un gobernador asesino del PRI. Hoy hay dos muertos más. No
pido a los dirigentes de la CND que movilicen sus fuerzas en las
plazas y los centros de trabajo y estudio de la República,
primero porque no lo harán, segundo porque tampoco disponen de
ellas. Tampoco lo pido al jefe de la oposición, Andrés Manuel
López Obrador, porque su carta dice que tampoco tiene intención
de hacerlo.
Ante la indignación y el pasmo del pueblo mexicano, que contempla
atónito como una vez más las fuerzas represivas del gobierno
federal atacan a un movimiento popular masivo y legítimo y tratan
de acorralarlo y empujarlo a los extremos y a los desmanes; y ante
la protesta, las denuncias y las movilizaciones de organizaciones
populares, de derechos humanos y otras, que hoy por hoy no
disponen de fuerzas mayores, el silencio y la pasividad de las
grandes organizaciones deja a Oaxaca librada a sus propias
fuerzas, a su coraje, a su capacidad de maniobra y a su propio y
antiguo entramado organizativo.
Como en el verso inolvidable del poeta de Muerte sin fin, Oaxaca
es hoy la "soledad en llamas". El pueblo-pueblo de Oaxaca podrá
salir de esta prueba golpeado, pero posiblemente más organizado.
Los recolectores de votos, por su parte, ya tendrán ocasión de
recordar otros versos: "Arrieros somos y en el camino andamos / y
cada quien tendrá su merecido".
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