Por: Carlos Sánchez Almeida
âLo perdimos todo, pero por eso mismo apostamos por algo
que sólo te pueden arrebatar matándote: el conocimiento.â
Sari Nusseibeh
1.- A modo de prólogo: Cántico por Leibowitz
Este texto está dedicado a Manuel Hernández, un carmelita descalzo que, en los dÃas que escribo, y según informa Ramón Lobo para El PaÃs, es el último español residente en Irak. Se ha quedado allà para defender la biblioteca de su convento, sin armas, de la única forma que se pueden defender las bibliotecas: ordenando, limpiando y clasificando sus libros. Con sus santos cojones âcon perdón- y con una provisión de chorizo en la despensa. En la entrevista comenta con amargura que se pasa las tardes peleándose con Internet: âNo consigo ver periódicos españoles; todos piden clave de accesoâ. Entre ellos, aquel en el que se publica su entrevista, dado que el grupo mediático al que pertenece se ha empeñado en poner candados a la información, sea en Internet o a través de las señales de radiodifusión televisiva, mientras vende los libros de Saramago a veinte euros.
Un hombre solo, encerrado en su biblioteca, empeñado en salvar un montón de libros. Como tantos monjes anónimos a lo largo de la historia, como el hermano Francis de âCántico por Leibowitzâ, como tú, Hipatia.
2.- La nueva AlejandrÃa
Cuando Ignasi Labastida, coordinador del proyecto de traducción de las licencias Creative Commons, me pidió que preparase un texto para la presentación, lo primero que pensé es que yo no era la persona adecuada. Y no sólo porque hay otras personas que en nuestro paÃs han hecho mucho más que yo por la difusión del copyleft; sin ir más lejos, Pepe Cervera y Javier Candeira, que hoy nos acompañan en esta mesa, o mi compañero y amigo Javier Maestre, cuyos conocimientos de inglés jurÃdico le han permitido abordar un gran trabajo de traducción. Hay otra razón más importante, que me convierten en una persona âinadecuadaâ, y es que yo no creo ni en el copyright ni en el copyleft: en lo que de verdad creo es en la piraterÃa.
No se me asusten: cuando hablo de piraterÃa me estoy refiriendo a la libertad de copia total, sin restricciones. Al derecho de cita en su sentido más amplio, a los hombros de gigantes sobre los que se sentaba Newton, para ver más lejos que nadie hasta entonces. A lo que ha venido haciendo el ser humano desde el principio de los tiempos: compartir el conocimiento.
La cuestión es que no podÃa defraudar la inmerecida confianza que los organizadores de este acto habÃan depositado en mi, asà que me vi en el brete de improvisar unas palabras para defender algo en lo que no creo. Algo tremendamente complicado para un abogado âno se rÃan, por favor-, casi tanto como lo serÃa improvisar sermones para un cura ateo. Como es lógico, dados mis antecedentes, decidà recurrir a la piraterÃa.
Tratándose de copiar ideas, lo primero que me vino a la cabeza es un viejo texto de Carl Sagan, publicado en su monumental obra âCosmosâ, donde explicaba la historia de la Biblioteca de AlejandrÃa, cómo registraban todos los barcos que llegaban a su puerto en busca de libros. También lo cuenta Simon Singh en âEl enigma de Fermatâ. Se confiscaban todos los libros que los barcos llevasen consigo, y pasaban a manos de los escribas. Ãstos copiaban los volúmenes y donaban el original a la biblioteca mientras que al propietario podÃan ofrecerle con displicencia un duplicado de la obra. Gracias a este meticuloso servicio de reproducciones para los antiguos viajeros, los historiadores de hoy mantienen cierta esperanza de que una copia de algún gran texto perdido pueda aparecer en un desván de cualquier rincón del mundo. Eso es lo que ocurrió en 1906, cuando J.L. Heiberg descubrió en Constantinopla un manuscrito, el Método, que contenÃa algunos de los escritos originales de ArquÃmedes.
También cuenta Sagan que la última bibliotecaria de AlejandrÃa fue Hipatia. Y pensando en hablar de ella y para ella, me vino a la cabeza el blog que bajo el tÃtulo âMails a Hipà tiaâ, mantiene Vicent Partal, director de Vilaweb, el primer periódico en catalán de Internet. Decidà consumar mi crimen, no sin antes pedirle respetuosamente permiso a Vicent para piratear su idea. Excusatio non petita, acusatio manifesta.
Este humilde texto es una carta a Hipatia. Quiero explicarle a la última bibliotecaria de AlejandrÃa a dónde hemos llegado, desde aquel lejano dÃa en que se quedó sola, defendiendo su biblioteca. Y quiero explicárselo porque ahora, igual que entonces, son perseguidos todos aquellos que se acercan a la fruta prohibida del árbol de la ciencia. Porque en estos tiempos confusos que nos ha tocado vivir, es cuando más cerca está de cumplirse el sueño de Hipatia: la unificación, en una sola biblioteca, de todo el patrimonio cultural de la humanidad.
Y porque también ahora, la nueva AlejandrÃa corre peligro. En unos casos, mediante la censura, y en muchos más, utilizando la propiedad intelectual como mordaza.
Han pasado dos mil años, y la lucha no ha terminado. Ahora los inquisidores visten toga, y se llenan la boca de derechos de autor, asesinando a Hipatia con cada nueva demanda que presentan. Igual que aquellos fanáticos enfurecidos que arrancaron la piel de Hipatia, para después prender fuego a su biblioteca, siguiendo consignas del arzobispo Cirilo, después proclamado santo:
âun grave eclesiástico destos que gobiernan las casas de los prÃncipes; destos que, como no nacen prÃncipes, no aciertan a enseñar cómo lo han de ser los que lo son; destos que quieren que la grandeza de los grandes se mida con la estrecheza de sus ánimos; destos que queriendo mostrar a los que ellos gobiernan a ser limitados, les hacen ser miserables...âSon palabras de Cervantes, la siguiente vÃctima de esta epÃstola. Hace escasas fechas, Miquel Vidal, webmaster de Barrapunto, y otra de las personas que dignificarÃan esta mesa con su presencia, me reprendÃa amablemente por sostener que la difusión del Quijote por Europa se debió en buena parte a la piraterÃa de impresores sin escrúpulos. SostenÃa Miquel, con razón, que no podÃa hablarse de piraterÃa cuando no existÃan derechos de autor. DebÃase mi yerro a la censura del licenciado Márquez Torres a la segunda parte del Quijote:
"muchos caballeros franceses, de los que vinieron acompañando al embajador, tan corteses como entendidos y amigos de buenas letras, se llegaron a mà y a otros capellanes del cardenal mi señor, deseosos de saber qué libros de ingenio andaban más validos; y, tocando acaso en éste que yo estaba censurando, apenas oyeron el nombre de Miguel de Cervantes, cuando se comenzaron a hacer lenguas, encareciendo la estimación en que, asà en Francia como en los reinos sus confinantes, se tenÃan sus obras: la Galatea, que alguno dellos tiene casi de memoria la primera parte désta, y la novelas. Preguntáronme muy por menor su edad, su profesión, calidad y cantidad. Halléme obligado a decir que era viejo, soldado, hidalgo y pobre, a que uno respondió estas formales palabras: "Pues, ¿a tal hombre no le tiene España muy rico y sustentado del erario público?" Acudió otro de aquellos caballeros con este pensamiento y con mucha agudeza, y dijo: "Si necesidad le ha de obligar a escribir, plega a Dios que nunca tenga abundancia, para que con sus obras, siendo él pobre,haga rico a todo el mundo".
Viejo, soldado,
hidalgo y pobre. Asà murió Cervantes, pocos meses después de que se
escribiesen esas palabras, mientras en toda Europa ya se conocÃa su
obra. El autor que hiciera ricos a tantos y tantos impresores fue
enterrado con la cara descubierta, siendo sufragado su sepelio con
cargo a la beneficencia. Sea ésta la mayor, que no la última, paradoja
de los derechos de autor, que sólo enriquecen a aquellos que los roban.
3.- Si la propiedad es un robo, los derechos de autor son un timo
Habré
de confesarme de un nuevo pecado: a mi codicia le sumo la ignorancia.
No hará ni dos años que descubrà las Creative Commons, de la mano del
periodista, músico, y sin embargo amigo, Nacho Escolar, en cuyo blog Escolar.net
aparecÃa un curioso sÃmbolo gris con la leyenda âSome rights reservedâ,
algunos derechos reservados. Mofándome de él, quedé de lo más corrido,
y mi penitencia no es otra que estar hoy aquà defendiendo la magna obra
de Lorenzo Lessig, traducida a los idiomas de Cervantes y Ausiàs March.
Quien
publica en Internet desde hace años, y conoce las reglas no escritas
del medio, sabe que nada puede reclamar cuando le copian. Como mucho, y
con buena voluntad, podrÃa conseguirse el respeto por una de esas
normas consuetudinarias: la etiqueta de la Red, por la cual aquel que
cita a otro, debe informar al lector de la fuente original. Una regla
vulnerada sistemáticamente por los medios convencionales que invadieron
la Red en busca del Dorado, y que no contentos con haber intentado
convertirla -fracasando- en un gran bazar, ahora quieren mutarla en
campo de batallas judiciales.
A medio camino entre los
mercaderes del copyright y los piratas, Lessig se me antojaba un iluso,
un parvenu, alguien que no llegó a tiempo con la primera generación de
ciberactivistas, y que en consecuencia tenÃa que buscar nuevas vÃas de
negocio, abriéndose camino para buscar su nicho ecológico entre los
dinosaurios de la Electronic Frontier Foundation.
Reconozco mi
error, como tendrán que reconocerlo a medio plazo todos aquellos que
aún desprecian el fenómeno weblog. Creative Commons, sea o no un
negocio para Lessig, es una iniciativa imprescindible. Y lo es porque
de ella depende la supervivencia del espÃritu Internet.
A lo
largo de los últimos años hemos visto ridiculeces de todo tipo. De
entre todas, se llevan la palma las de aquellos leguleyos que
planteaban acciones judiciales contra los enlaces de hipertexto, que
son la esencia de la Red. Mercaderes que pretenden poner candados a la
información, en nombre de la sacrosanta propiedad intelectual, al
tiempo que imponen condiciones leoninas a sus creadores. Una especie
que todavÃa tiene mucho poder en el mundo real, en la medida que los
polÃticos profesionales les obedecen, redactando las leyes a su
dictado. Pero también una especie que desconoce las reglas no escritas
de la Red, con las que se han estrellado una y otra vez.
En este
panorama, un mirlo blanco como Lessig es necesario. Y lo es porque
ofrece un lenguaje inteligible a dos sectores hasta ahora
irreconciliables: ofrece un texto jurÃdico que pueden entender tanto
los que adoran la ley como los que, despreciándola, sólo creen en la
etiqueta de la Red. Un texto que eleva la norma no escrita de Internet
a rango de ley entre las partes. Las licencias Creative Commons
conjugan el respeto a la autorÃa, el reconocimiento al creador
original, con la posibilidad de que su obra se difunda entre el mayor
público posible. Algo esencial para el nuevo tejido comunicacional que
conforman los weblogs.
En pocos años no recordaremos cómo era
posible pasarnos una mañana visitando sitios: pasarán a la historia los
medios que no sindiquen sus contenidos mediante agregadores como Feedmania o Bloglines.
En esa nueva Internet, Creative Commons será la ley. Y lo será porque
de ello depende la supervivencia de Internet como la Nueva AlejandrÃa,
como gran tesoro del conocimiento humano.
Richard Stallman, en
una de sus maravillosas metáforas, ha definido las patentes de software
como un campo minado: cuesta muy poco sembrar los campos con ellas, y
muchÃsimo trabajo eliminarlas. En el campo colectivo del conocimiento,
cada señal de copyright es una mina contra la inteligencia, un atentado
criminal al patrimonio cultural de la humanidad.
Sólo podremos
reconstruir la Gran Biblioteca si mantenemos su integridad, y para ello
hemos de volcar todo el conocimiento en la Red, de forma libre y
gratuita. Y para conseguir ese objetivo, tenemos que vencer a los
mercaderes de la cultura, desterrando de la Red a su areópago de
leguleyos. Y en ese contexto de guerra total, Creative Commons es un
arma de creación masiva.
4.- Si tiene copyright, no lo compres
La
marca de los justos, frente a la que nada podrá hacer el ángel
exterminador del copyright: eso es lo que representa Creative Commons
para la nueva Internet. Un sello gris que informa al lector,
diciéndole: lo que aquà encuentres pertenece a todos: su autor lo ha
creado para que lo veas, para que lo copies, para que lo compartas,
para que puedas crear tú también. Para que la galaxia de la creación
común se multiplique como granos de arena. Para que las nuevas
luminarias de la creación libre guÃen la inteligencia humana, más allá
de los agujeros negros del copyright.
Lawrence Lessig y Creative
Commons han abierto una senda en el campo de minas, colgando en
Internet un buscador de obras bajo licencia procomún, que permite
encontrar todo tipo de creaciones intelectuales copyleft. No
necesitamos a los grandes medios: en toda nuestra vida, no tendremos
tiempo de leer todo aquello que ya es patrimonio común.
Cuando
empresas como Disney, -que como ha denunciado Lessig, deben buena parte
de sus tÃtulos al reciclado de obras que ya estaban en el dominio
público- consiguen que los partidos polÃticos amplÃen el plazo de
copyright hasta los 95 años; cuando los dos partidos polÃticos
mayoritarios en España redactan un Código Penal a la medida de los
grandes editores, la apuesta por el copyleft se convierte en militancia.
Normas
como la Ley Orgánica 15/2003, que criminaliza la simple difusión de
información, cuando ésta perjudique a los titulares de los derechos de
autor, nos obligan a tomar partido. Ante la represión, sólo cabe la
revuelta; y la revuelta, hoy, es renegar del copyright. Si no tiene un
sello gris que permita difundir libremente la cultura, si no es
copyleft, no lo compres. No lo leas, no lo escuches, no lo copies. No
interesa.
Lo confieso, soy un sectario: me han obligado a serlo
aquellos que me amenazan con cárcel mientras se llenan la boca de
derechos de autor. Y por ello propongo desde aquà tomar partido: o con
la cultura, o con el copyright. Como si fuese una consigna
revolucionaria: si tiene copyright, no lo compres.
Que se
guarden sus textos, sus canciones, sus pelÃculas. Si ensucian su obra
con la rúbrica âTodos los derechos reservadosâ, la enterrarán para
siempre.
5.- "Quant el preu, tan mòdic es, que penso no cobrar res"
A raÃz de la caÃda de Málaga durante la Guerra Civil, el poeta León Felipe escribió un poema titulado âLa insigniaâ. En su preámbulo escribió la más bella definición del copyleft que he podido encontrar:
âEste poema se inició a raÃz de la caÃda de Málaga y adquirió esta expresión después de la caÃda de Bilbao. Asà como va aquà es la última variante, la más estructurada, la que prefiere y suscribe el autor. Y anula todas las demás anteriores que ha publicado la prensa. No se dice esto por razones ni intereses editoriales. Aquà no hay Copyright. Se han impreso quinientos ejemplares para tirarlos al aire de Valencia y que los multiplique el viento.âEl copyright restrictivo es un inmenso cementerio de libros, condenados a la podredumbre por miserables que jamás los leerán. A sus turbios manejos polÃticos, como destapa Lessig en Free Culture, les debemos, por poner un ejemplo, que la Edad de Oro de la Ciencia Ficción siga en manos de editores mediocres. Obras maravillosas, que deberÃan haber pasado hace mucho tiempo al dominio público, duermen en el limbo del olvido.
Internet es una revolución, que nos sitúa en una encrucijada de importancia capital. De lo que ahora hagamos, tendremos que rendir cuentas ante nuestros descendientes. Cuando quieren arrebatarnos el campo común de la cultura, nuestro creative commons, nuestro procomún creativo, âel nostre empriu creatiuâ, no caben medias tintas. Poder encender el ordenador y leer, escuchar, visualizar el patrimonio cultural que nos ha hecho humanos, no puede, ni debe, ser una batalla judicial. Ha de ser una prioridad polÃtica, porque es una necesidad histórica.
Sentado sobre hombros de gigantes, y no por ello menos miope, este texto que hoy firmo no tiene importancia, es otro grano de arena, una lágrima en la lluvia. Todo cuanto hay en él se lo debo a otras personas, muchas de las cuales han muerto; afortunadamente, también hay muchas que hoy me honran con su amistad. Todos me han enseñado algo, y por ello este texto no puede tener copyright: serÃa una apropiación indebida. Es para ti, Hipatia, y para cuantos quieran leerlo, copiarlo, reutilizarlo, e incluso olvidarlo, como la tierra que un dÃa me cubra olvidará a su autor. Renunciando a cualquier derecho, para mà y para mis herederos, lo dejo sembrado en el campo común.
Y si ha de dar algún fruto, que lo multiplique el viento.
Barcelona, 1 de octubre de 2004.
Carlos Sánchez Almeida
República Internet
BibliografÃa:
-âCreative Commonsâ:
http://www.creativecommons.org/
-âCreative Commons Searchâ, buscador de obras copyleft:
http://search.creativecommons.org/index.jsp
-âDossier copyleftâ, varios autores:
http://www.sindominio.net/afe/dos_copyleft/
-âEsta guerra no se gana con F-18â, entrevista a Sari Nusseibeh, por Lluis Amiguet:
http://www.lavanguardia.es/web/20040918/51163269273.html
-âEl último español en Irakâ, artÃculo de Ramón Lobo:
http://www.elpais.es/articulo.html?xref=20040920elpepiult_1&type=Tes&anchor=elpporint&d_date=
-âCántico por Leibowitzâ, Walter M. Miller:
http://www.cyberdark.net/ver.php3?cod=64
-âCosmosâ, Carl Sagan:
http://www.geoplaneta.es/03/03_ns.asp?IDLIBRO=12333
-âEl enigma de Fermatâ, Simon Singh:
http://www.editorial.planeta.es/03/03_ns.asp?P=ON&IDLIBRO=12306
-âMails a Hipà tiaâ, Vicent Partal:
http://blocs.mesvilaweb.com/bloc/38
-âLa propiedad intelectual como mordazaâ, David Casacuberta:
http://www.kriptopolis.com/more.php?id=P52_0_1_0_C
-âEl ingenioso hidalgo Don Quijote de la Manchaâ, Miguel de Cervantes Saavedra:
http://www.cervantesvirtual.com/bib_autor/Cervantes/obra/completas.shtml
-âHow to fight software patents - singly and togetherâ, Richard M. Stallman:
http://barrapunto.com/article.pl?sid=04/09/13/1926233&mode=nested
-âLiberen la culturaâ, Lawrence Lessig, traducción de Antonio Córdoba:
http://www.elastico.net/archives/001222.html
-âLes cançons dâAriadnaâ, Salvador Espriu:
http://www.uoc.edu/lletra/noms/sespriu/index.html
-âLa insigniaâ, León Felipe:
http://www.lainsignia.org/2000/diciembre/red_001.htm
-âLos imprescindiblesâ, por lo menos para mÃ:
http://www.barrapunto.com/
http://www.dominiuris.es/
http://www.elastico.net/
http://www.escolar.net/
http://www.kriptopolis.com/
http://www.perogrullo.com/