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Chile 2010: Espejismos y pesadillas

Álvaro Cuadra

SANTIAGO, MAYO DE 2005.-

1.- El sueño chileno

En un libro reciente, Eugenio Tironi(1) aborda diversas aristas de lo que él llama "el sueño chileno". Su diagnóstico apunta a un cierto proceso revolucionario que habría vivido nuestro país, en cuanto a que nuestro modelo de organización social habría transitado desde un modelo de tipo europeo hacia uno de tipo norteamericano. Así, el Chile actual está tensionado por un excesivo individualismo y un marcado espíritu de competencia, ambas, fuerzas centrífugas respecto de toda instancia integradora de lo social. Este paso de lo europeo a lo norteamericano se habría verificado en dos momentos revolucionarios claros, primero como una radical transformación tecnoeconómica durante la década de los ochenta y una restauración de un modelo político democrático durante los años noventa. Esto trae como consecuencia un debilitamiento de la identidad – país. Chile adolece de un déficit comunitario, las experiencias traumáticas de las décadas precedentes explicarían esta carencia, de suerte que la gran tarea de hoy es reinventar la nación, la familia y la educación como instancias de cohesión comunitaria. En palabras De Tironi: "Para avanzar en la dirección de reinventar la identidad chilena es necesario revitalizar sin complejos los mitos fundacionales de la nación... producir un "sueño chileno" capaz de aglutinar, dotar de sentido y proyectar a esta "comunidad imaginada" llamada nación"(2) Aunque el mismo autor reconoce los límites en que se inscribe su visión al señalar que "...no han sido superados los recelos y temores provocados por una época traumática de la historia reciente..."(3), entiende por época traumática la violación del derecho de propiedad de empresarios y terratenientes y la violación de los derechos humanos de los trabajadores. Es interesante hacer notar cómo el autor hace equivalentes dos momentos históricos, aunque parece olvidar que lo que él llama violación del derecho de propiedad correspondió a una demanda por justicia social de amplios sectores de la población planteada por un gobierno democrático, en un estado democrático y que, se vio frustrada, precisamente, por un cruento golpe de estado que hizo de la violación de los derechos humanos una forma de gobierno. No parece haber términos de equivalencia – ni éticos ni políticos - entre ambas realidades.

Tampoco se hace tan evidente que a las transformaciones de orden tecnoeconómico se siga una verdadera consolidación democrática. Admitamos, por de pronto, que a partir del año noventa cambia en nuestro país el vector que orienta la actividad política, ello indica más bien el inicio de un proceso y no la cristalización de un modelo. Tanto es así que, todavía hoy, siguen pendientes temas cruciales para un estado democrático, cuestiones que van desde las reformas constitucionales (ley de elecciones, legislación laboral, legislación tributaria, entre otras) hasta asuntos más contingentes y puntuales. Como sea, es claro que nuestro país dista mucho aún de lo que pudiera llamarse la consolidación de un modelo democrático. Creer que los gobiernos concertacionistas han resuelto la cuestión política en Chile no sólo es ingenuo sino de una inquietante miopía histórica.

No obstante todas los reparos que merece la argumentación a la que ya nos tiene acostumbrados este autor, subsiste una pregunta no exenta de interés y que podríamos formular en los siguientes términos: ¿es concebible la nación (cualquiera sea la acepción que tomemos del concepto) en una sociedad como la chilena de hoy? ¿Es posible sostener la idea misma de nación en un mundo en creciente mediatización – globalización?.

En el caso de nuestro país, el mentado "sueño chileno" encuentra dos claros límites que lo acotan. En primer lugar, existe una evidente limitación histórica y social ; en segundo lugar, existe un límite de época y que remite a la cultura contemporánea.

Pensar un "sueño chileno" en una sociedad en que la inequidad es uno de sus sellos distintivos a nivel mundial parece, por lo menos, fuera de lugar. Durante los años ochenta, Chile era mirado en la comunidad internacional como un lamentable país del tercer mundo que mostraba las llagas de una dictadura atroz que expulsaba y torturaba a sus ciudadanos; sus emblemas a nivel internacional eran la población La victoria, donde se asesinaba sacerdotes, el Estadio Nacional, convertido en los setenta en un campo de concentración, en fin, el mismo palacio de La Moneda donde se inmoló el Presidente Salvador Allende en medio de dantescas llamaradas fue la triste postal de esta república sudamericana. Si bien durante los noventa se intentó un "blanqueo" de la imagen – país y se comenzó a hacer creer al mundo que aquí se verificaba el "milagro chileno", tal como se habló del "milagro brasileño" tras el golpe de 1964 o del "milagro venezolano" gracias al alza petrolera de 1973, no debemos perder la perspectiva. Los países no pasan de una dictadura tercermundista al desarrollo en una década, eso no ocurre ni ha ocurrido nunca. Más allá del delirio capitalista de algunos, lo cierto es que las cifras concretas del Chile real hablan de un país que, es cierto, ha crecido económicamente, pero mantiene grandes carencias de orden social, cultural y político. Bastará observar lo que acontece con los magros índices en calidad educacional, el hecho brutal de un quinto de nuestra población en los límites de la pobreza, el escaso impacto tecnológico en el crecimiento del PIB o formas arcaicas y poco democráticas en nuestro poder legislativo, por no mencionar algunos signos de la consabida y "típica" corrupción latinoamericana que se ha instalado en nuestra sociedad. Un diagnóstico moderado debiera mostrar el perfil de una democracia postautoritaria marcada por la impunidad y por la desigualdad, un país que apenas sale de una pobreza que arrastró por decenios y que tímidamente se asoma al mundo. En suma, el "sueño chileno" está asediado por una serie de pesadillas y fantasmas, que dista mucho del Mundo feliz imaginado por Tironi.

Un segundo aspecto que debiera ser considerado a la hora del pensar el "sueño chileno" dice relación con el contexto de época en que se plantea el asunto. No se puede negar que junto a los procesos de globalización, crece con renovada fuerza el énfasis en lo local, esto no significa, empero, que los grandes temas contemporáneos sean pensables en los límites de los estados nacionales. Esta lección la ha aprendido muy bien Europa que le muestra al mundo un "sentido comunitario" más amplio, rico y generoso que aquel enmarcado en la idea de nación.

El sueño chileno reclama, a esta altura, sensatez. Esto quiere decir que Chile debiera reinsertarse en la comunidad latinoamericana, privilegiando en sus relaciones no sólo la hegemonía económica mercantil sino y, muy especialmente, un "sentido comunitario" regional en que nuestra cultura, nuestros valores democráticos y nuestro reclamo de dignidad fuese nuestra bandera. Las naciones se constituyen, a nuestro entender, como un reclamo de dignidad. Ello implica construir una sociedad justa, pacífica y generosa que sirva de ejemplo a otras naciones. Si hemos de tener una presencia en el mundo globalizado, ésta será una presencia compartida con aquellos pueblos que han compartido en gran medida nuestra historia, nuestra lengua y nuestro dolor.

2.- La polución de Santiago de Chile

Por estos días, las autoridades españolas han resuelto eliminar de Madrid la última estatua que celebraba al dictador Francisco Franco. De algún modo, la sociedad española va depurándose de toda la simbología que permanecía como una mancha de su propio pasado histórico. Es obvio que la historia no se puede rescribir, nadie puede borrar ni las muertes ni el dolor de aquellos años. Se puede, no obstante, evitar que se glorifique y se celebre en el espacio público hechos y personajes que más bien reclaman luto y recogimiento.

En nuestro país, tras el fin de la dictadura de Pinochet, aún persisten símbolos que aluden a aquellos años funestos. Por de pronto, existe una avenida que como una insolente daga clavada en la ciudad rememora la triste fecha de un golpe de estado. A esto habría que agregar toda una retahíla de "estatuas vivientes" que, con uniformes y sin ellos, desfilan impunes por la vida pública y ocupan altos cargos en el poder legislativo o en gobiernos locales.

El repertorio simbólico de una ciudad no es una cuestión menor y, querámoslo o no, éste nos habla del estado en que se encuentran las cosas en nuestro país. El hecho lamentable de que pervivan entre nosotros los signos de la dictadura, nos hace evidente que estamos muy lejos de haber dejado atrás dicha experiencia. Todavía hoy el manto oscuro y silencioso del régimen militar tiñe nuestro imaginario y cubre nuestras calles.

Quizás, lo más preocupante sea, precisamente, que no hablemos de ello. Pareciera que la sociedad chilena hubiese naturalizado esta presencia como un aire de cementerio que se cuela por los meandros de esta urbe que, al mismo tiempo erige imponentes torres de cristal. Así, cada vez que las retroexcavadoras hunden sus dientes para construir un nuevo rascacielos, aparecen osamentas que, como una pesadilla, vuelven una y otra vez.

Nuestra ciudad capital lleva en sí, a más de treinta años, las cicatrices que marcaron su historia reciente. Tal vez es ya hora de ir restañando estas heridas urbanas, borrando los nombres de avenidas que ofenden y humillan a las nuevas generaciones con su vetusto griterío golpista de antaño. Tal vez ha llegado ya el tiempo de que el viejo coro cómplice del dictador comience a retirarse a sus cuarteles de invierno.

La ciudad, nuestra ciudad, como un hogar común, será un lugar grato y habitable siempre y cuando aprendamos a limpiar su rostro de lágrimas y heridas. Si queremos una ciudad más amable para todos, es el momento de descontaminarla de aquellos infaustos signos. A lo mejor así logramos que nuestros muertos descansen al fin en paz. A lo mejor así logramos que vuelva a florecer la vida, siempre la vida, entre nosotros.

3.- El discreto encanto de la corrupción

Nuestro continente ha sido terreno propicio a toda suerte de irregularidades de todo tipo. Se podría argumentar en el sentido que la anormalidad, lo irregular, constituye uno de nuestros rasgos característicos. Es por esto que nuestros grandes pensadores latinoamericanos (pienso en Ángel Rama, pienso en Octavio Paz, entre muchos) han propuesto la "disglosia" como impronta cultural de nuestra América. Dos lenguajes coexisten entre nosotros, la lengua, la escritura plasmada en una Constitución republicana que como una marmórea estatua habla de nuestras grandezas y dignidades, cada Carta Fundamental parece arrancada de un libro de historia y debe ser leída con la voz del tribuno. El otro lenguaje lo constituye la realidad cotidiana, la vox populi, la práctica soterrada de nuestra cotidianeidad.

Esta dualidad de voces se traduce en que una cosa es la realidad escrita de nuestras leyes y otra muy distinta es cómo funcionan en la realidad aquellas normas ideales. Esto se constata en todas la repúblicas latinoamericanas, pues más allá de los discursos altisonantes de nuestros próceres, vivimos sumidos en la medianía de prácticas irregulares y anómalas, formas eufemísticas de nombrar la corrupción.

Cuando pensamos en la corrupción, se nos viene, casi automáticamente, a la cabeza la idea de algún "banana country", alguna república de cartón piedra emplazada en zonas tropicales o caribeñas, así, mentalmente vamos de Guatemala a Panamá. Con algún esfuerzo reconocemos que hay corrupción mayúscula en Colombia, Paraguay o Bolivia, pero nos cuesta admitir que las mismas prácticas se encuentran en grandes países como México, Brasil o Argentina. Y nos resulta casi imposible imaginar tales prácticas en casa. Me excuso de citar bochornosos ejemplos, más por economía que por pudor. Lo cierto, empero, es que la corrupción, como las pulgas de un can, está presente en todas y cada una de nuestras repúblicas. Diríase que es un rasgo estructural de nuestras precarias formas políticas.

Chile, ciertamente, comparte esta lacra con las naciones de la región. Su tortuosa historia reciente, con su secuela de cadáveres y dolor, no logra ser opacada todavía por los brillos de una presunta modernidad. Por el contrario, el regreso de la "democracia" hizo mucho más sutil aquella "disglosia" en que nos movemos, al extremo de caer en un ethos indiferenciado en que todos coinciden en celebrar el presente para silenciar el pasado. Chile es uno de los países más corruptos de nuestro continente, en cuanto ha naturalizado, en sus prácticas sociales y políticas, un estado de corrupción permanente.

Hemos perdido la costumbre de decir las cosas de manera clara y directa, todo se torna evanescente y equívoco: la disglosia trae consigo la amnesia. La política misma se ha transformado en una extensión del discurso publicitario y la farándula. De este modo, el político se convierte en un buhonero y saltimbanqui que entretiene a su público con sus payasadas. El verdugo de ayer se ha travestido en figura pública u hombre de negocios.

Hoy nuestro país vive con fuerza la disglosia y la amnesia. La disglosia asegura que el lenguaje edulcorado de una Constitución "democrática" no guarde relación con la realidad cotidiana del país que asiste a la impunidad de civiles y uniformados y a la consagración de la única libertad posible en el Chile de hoy: la libertad de comercio. La amnesia borra del imaginario todo signo que recuerde la felonía, los años oscuros de persecución y muerte. Este doble lenguaje hace que la distancia entre lo correcto y lo incorrecto quede abolida.

Abolir la diferencia entre lo legal y lo ilegal, la diferencia entre el negocio lícito y el dolo, en fin, la diferencia entre un sano patriotismo y el crimen liso y llano, representa la forma más sutil, profunda y refinada de corrupción.

4.-Políticamente Incorrecto

Ahora que Chile se aproxima a un proceso eleccionario, es bueno poner en el tapete los "grandes temas", aquellos, precisamente, que no van a estar en la agenda de los candidatos, aquellos de los que hablar no es políticamente correcto.

Han transcurrido ya más de quince años desde el "retorno a la democracia" y la verdad sea dicha, vivimos la sensación de estar en una democracia puramente electoral que nos ha escamoteado muchos, casi todos, los anhelos de una generación. Para quienes votamos por el NO y luego apoyamos a los representantes de la Concertación soñábamos con un país en se hiciera justicia, llevando a los tribunales a civiles y uniformados involucrados en las felonías de la dictadura. Soñábamos con un país más justo para todos en que los débiles, los pobres, encontraran un lugar de dignidad en nuestra sociedad. Soñábamos, en fin, con gobiernos que podrían meter las patas, pero jamás las manos...

La Concertación, digámoslo con ruda franqueza, no ha estado a la altura de aquella promesa: se tiene la sensación de haber cambiado a una patota de criminales por una patota de sinvergüenzas. Uno a uno se han ido derrumbando nuestros sueños y a cambio se nos propone un discurso presuntamente neutro y tecnocrático que posterga infinitamente los sueños, anhelos y utopías de aquellos años. Se ha privilegiado a los sectores empresariales como motores del "desarrollo", se mantiene la impunidad de los protagonistas de crímenes horrendos y los mismos personeros concertacionistas no están exentos de oportunismo, codicia y malas prácticas políticas. No se necesita ideología ni militancia alguna, sólo un poco de decencia para advertir que al margen han quedado los ancianos y jubilados, los trabajadores asalariados de la salud, de la educación , los estudiantes universitarios pobres, es decir, la mayoría de los chilenos.

Hoy las cúpulas de partidos quieren maquillar tanto desatino detrás del rostro femenino, Alvear o Bachelet, hoy se nos pretende hacer creer que ahora sí, que la próxima vez todo será distinto y mejor. Las plantillas de políticos profesionales de cada partido de derechas, de centro y de "izquierdas" vuelven sobre el maloliente caldo de cuarto enjuague a vender más de lo mismo. Se nos promete esta vez un país globalizado cuando habitamos una republica con minúscula, muy escasa en igualdad para sus ciudadanos y de una imagen más que ambigua en el concierto internacional.

Una vez que pase el ruido mediático y farandulero de las próximas elecciones, pane et circus, una vez que cada cual vuelva a su rutina, ya no se volverá a hablar de los grandes temas, ya nadie recordará que el 20% más rico concentra el 60% del PIB, nadie va a recordar que alguna vez hubo chilenos que soñaron algo distinto de aquello que hoy están construyendo los dueños de Chile.

5.- La política como Reality

Las dos precandidatas presidenciales de la Concertación han protagonizado un primer debate televisivo de alcance nacional. Esta puesta en escena se inscribe en lo que podríamos llamar un "cara a cara" de las protagonistas. Aunque muy escaso en debate de ideas, con respuestas ambiguas y sin una clara diferenciación entre los argumentos políticos de una y otra, el mentado debate pareció más un Reality Show en que se ventilaron ideas difusas cargadas de emotividad y no exentas de cuestiones personales. Ni siquiera la música clásica y la escenografía lograron darle el tono de solemnidad cívica que se pretendió.

Una de los rasgos que más llama la atención de nuestros actuales candidatos o precandidatos presidenciales es su discreta estatura política. Es evidente que ninguno de ellos posee la calidad de "figura", en el sentido fuerte del término. Pareciera que no son ya los tiempos en que por el contexto épico y la naturaleza apasionada del debate emergían aquellos "monstruos" y, cuyo último exponente es – que duda cabe – el actual mandatario.

Al examinar el perfil de nuestros últimos presidentes, es claro que todos, de algún modo, remitían a un espesor histórico, a un pasado político en el que tuvieron un determinado protagonismo. Quizás, el caso más atípico lo constituyó el gobierno y la persona del presidente Eduardo Frei (hijo), en que su imagen se construyó exactamente desde aquel paréntesis, reclamando para sí una "marca registrada".

En la actualidad, ni Lavín, ni Alvear ni Bachellet, y ni siquiera los dispersos liderazgos de la izquierda, logran suscitar en la población aquella seducción apasionada de los políticos de antaño. Estamos ante unos presidenciables que se juegan más bien en el "minimalismo político", aunque sus respectivas maquinarias de marketing intenten convertir en rugidos los tímidos maullidos de cada uno de ellos.

No es fácil responder a la pregunta por las causas que estarían determinando este fenómeno. Constatamos, no obstante, que en todo el espectro político se apuesta a establecer una presunta diferencia del aspirante a presidente como una mera cuestión de imagen mediática. Esto es así porque, a decir verdad, las ideas de las distintas opciones resultan difusas, de escasa originalidad y bochornosamente parecidas. Lo que resta es el "glamour" que puede exhibir cada personaje, el que debe esforzarse en besar bebés, visitar mercados populares y realizar otras actividades de proselitismo.

Las próximas elecciones presidenciales exhiben no sólo el desgaste y el cansancio de ciertos discursos sino, especialmente, las nuevas coordenadas culturales en que se inscribe la política contemporánea: mediática y minimalista. Más que al grado cero de la política, asistiríamos al ocaso de una generación que encarnó un tiempo histórico que va quedando atrás y al surgimiento de un nuevo modo en que se instala lo político en sociedades de consumo mediatizadas, con toda su carga de individualismo, frivolidad e imágenes. En los inicios del siglo XXI, Chile asistiría al nacimiento – ni más ni menos - de la política como consumo suntuario.

Los próximos eventos político electorales, incluidos, por cierto, los debates entre candidatos o precandidatos, no prometen mucho más de lo que ya hemos visto todos los chilenos: la escenificación de un Reality, algo monótono y ayuno de ideas novedosas e interesantes. Un juego insulso en que las preguntas y las respuestas resultan previsibles. Finalmente, la música clásica y el tono protocolar del evento, alcanzan apenas para una suerte de sainete de escaso vuelo, acaso para un simulacro, esperar otra cosa, a esta altura, pareciera mera ingenuidad.

6.- Globalización del "sueño chileno"

José Miguel Insulza, Secretario General electo de la OEA, logró alcanzar dicho cargo tras una serie de negociaciones con los promotores de la candidatura mexicana y, ciertamente, con altos funcionarios de la Casa Blanca, pues, parodiando aquella sentencia de Pinochet, no se mueve una hoja en Latinoamérica sin que lo sepa Washington. En este sentido, la elección del ex ministro chileno no tiene nada de inocente y se inscribe, sin lugar a dudas, en una suerte de estrategia alternativa del Imperio.

Nada nuevo bajo el sol: la OEA ha sido y es una especie de Ministerio de Colonias del gobierno estadounidense. Su papel en la historia latinoamericana ha sido y es más que bochornosa, avalando invariablemente las políticas norteamericanas en la región. No seamos ingenuos, el papel de "Bobito", como Fidel Castro ha bautizado a Insulza, no podría ser muy diferente a lo obrado hasta aquí. De hecho, cabe preguntarse sobre las condiciones exigidas por Bush para apoyar la candidatura chilena, apenas horas antes de la elección con la visita de la señora Rice a Santiago, entre las cuales los temas de Cuba y Venezuela no pudieron estar ausentes.

El papel de Chile como país modelo en el orden económico se extiende, con la elección de Insulza, a modelo político para la región. Frente a la emergencia de gobiernos con tintes de izquierda, como en Brasil o Venezuela, cuyos gobiernos comienzan a enarbolar las banderas de la soberanía frente al Imperio, el modelo político chileno aparece como un "progresismo conservador". Se trata de promover una política que exhiba toda la retórica democrática sin poner en riesgo las inversiones del trasnacionales; una democracia formal que lejos de enfrentar al capitalismo multinacional se convierta en su mejor aliado. Así, el gobierno de Santiago se propone como líder regional del nuevo orden regional, el neocapitalismo latinoamericano : el "sueño chileno" como alternativa al "sueño bolivariano".

Lo que aparece como un "triunfo diplomático" de la Concertación a nivel continental pone en evidencia la nueva estrategia de la Casa Blanca hacia América Latina. Superada la confrontación en el contexto de la llamada Guerra Fría, cuyo epicentro estuvo marcado por la Revolución Cubana y que generó confrontaciones militares locales como fueron las guerras civiles en Centro América y los cruentos golpes de estado en el Cono Sur. En la actualidad se busca, más bien, administrar Latinoamérica apelando a democracias de baja intensidad. De este modo, se logra morigerar la conflictividad social y domesticar a la población desde estrategias mediáticas y de consumo. El complejo militar industrial cede así su espacio al complejo militar mediático.

El "sueño chileno" se proyecta así a todos los países de la región, un diseño sociocultural caracterizado por una sociedad de consumo de estilo norteamericano, en que el mercado y los medios administran las demandas sociales, reconfigurando todos los fundamentos identitarios y, en el límite, rearticulando la memoria histórica de América Latina.

Notas:
1) Tironi, Eugenio. El sueño chileno. Santiago. Aguilar Chilena de Ediciones. 2005
2) Ibidém. 33
3) Ibidém 28

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