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El No y crisis en Francia y en la Unión Europea

Isaac Bigio
Analista internacional
www.bigio.org

El rechazo a la constitución europea ha producido la mayor crisis de la Unión Europea desde que hace 48 años se firmó el Tratado de Roma. Este no se ha dado con un levantamiento popular violento como los que Francia solió conocer entre 1879 y 1870 o con huelgas como las de 1968 sino mediante una consulta popular que ha demostrado un distanciamiento creciente entre los electores y sus representantes pro-europeos. También implica la muerte de la actual carta magna que tanto trabajo costó aprobar cupularmente entre los gobiernos europeos.

Entre Julio y Octubre 2004 intensas negociaciones condujeron a que los mandatarios de la UE adoptasen una extensa constitución de 448 páginas en las cuales se aprobaba seguir acercándose a una super-Estado continental. La UE no era una simple unión económica (como lo son el resto de bloques comerciales que hay en el mundo desde el MERCOSUR o las comunidades andina o centroamericana) pero tampoco una nueva unión política (tipo Estados Unidos de América).

Implicaba un modelo intermedio. Cada uno de los 25 países componentes de la UE mantendría su propia soberanía, leyes y jefe de estado, pero se rendirían algunas de sus leyes y derechos (como comercio exterior, mercado interno, agricultura, pesca o medio ambiente) a un ente supranacional conjunto. La UE - quien ya tiene en común una bandera, himno, servicio civil, corte suprema y parlamento – avanzaría a tener una presidencia y cancillería propias.

Si bien Europa quisiese avanzar hacia una única política externa, esto se ha demostrado inviable durante la guerra iraquí (donde el coro central se opuso a la guerra y los ‘nuevos’ miembros tendieron a respaldar a Bush y Blair). Sin embargo, la idea era tener un portavoz internacional que trate de lograr consenso para que los 25 componentes de la UE tengan una sola voz externa en muchos puntos.

Cuando el 4 de Marzo se convocó en Francia al referendo la opinión pública estaba inicialmente (un 60% contra 40%) a favor de la nueva constitución. Una de las principales naciones promotoras del proyecto europeo sentía un natural deseo de respaldar a las jefaturas de sus dos principales fuerzas políticas: la gobernante centro-derechista UMP y la oposición socialista.

Los artífices de la constitución europea han sido las dos grandes fuerzas internacionales que gobiernas distintos países europeos: la centro-derecha y la socialdemocracia. Ambos sectores esperaban el rechazo de la extrema derecha nacionalista quien siempre busca explotar los temores populares a la rendición de aspectos de la soberanía nacional y a un flujo masivo de inmigrantes. También preveían un rechazo por parte de los anti-capitalistas.

Lo que ellos no calcularon era que el rechazo pudiese extenderse hacia la mayoría del electorado tradicionalmente socialdemócrata e izquierdista. En Francia, mientras una mayoría de los militantes del Partido Socialista respaldaron al Sí, el 60% de los votantes de dicho partido optaron por el No. El rechazo a la constitución europea se centró en las capas asalariadas temerosas que la nueva carta magna socave derechos laborales y el sistema de bienestar social. Este ha sido contundente. Votó más del 70% de los inscritos y entre el 55 y 56% se pronunció por el No.

Ciertamente España ratificó la constitución en un referendo con una alta tasa de abstención y otros 8 países (Austria, Grecia, Hungría, Italia, Lituania, Eslovenia, Eslovaquia y Alemania) han votado a favor de éste a escala parlamentaria, pero el rechazo francés tiene cuatro grandes características. Una, implica un fuerte veredicto popular. Dos, parten de una de las principales potencias europeas. Tres, elimina la imprescindible unanimidad que debería haber. Cuatro, amenaza con producir un No en Holanda (y con ello en dos de los cuatro miembros fundadores) y generar una ola popular de descontento.

El eje del No galo han sido clases trabajadoras y sectores opuestos al ‘neo-liberalismo’. Esto ha puesto a la izquierda como el principal motor del movimiento de rechazo.

Tras el No es de esperar una fuerte crisis en el gobierno. Chirac podrá sacrificar a su impopular primer ministro Raffarin y querrá sobrevivir en la presidencia. No obstante, sus dos últimos años en palacio serán como las de un ‘muerto en vida’.

A escala europea buscarán crecer socialmente los ultra-nacionalistas, pero, sobre todo, una izquierda que se venía sintiendo marginada tras el desplome soviético y el giro de la socialdemocracia hacia el centro. Ello, incluso, podría alentar a una ola de marchas callejeras.

Del No también sacarán provecho los neo-conservadores en EEUU (quienes quieren evitar que se consolide un polo alternativo y crítico al norteamericano) y también sectores ultra-conservadores católicos hostiles a que en la UE entren estados musulmanes.

Un hecho interesante es que una de las principales caras públicas del No ha sido Laurent Fabius, quien en 1984-86 fuera primer ministro socialista francés. El hombre que antecedió a Blair en la necesidad de acomodarse a las reformas monetarias, se ha reciclado y devenido en un crítico a éstas. Gracias a ello ha recobrado popularidad y podría acabar disputándole a Holland la candidatura de la izquierda en las presidenciales galas del 2007. En Reino Unido también existe una tendencia dentro del laborismo a distanciarse del ‘nuevo laborismo’ de Blair y regresar hacia posiciones primigenias. La izquierda socialdemócrata buscará valerse de los resultados galos para pedir que se pare la adaptación el ‘monetarismo’ y se busca restablecer antiguas políticas de ‘protección social’.

El No francés no destruye al euro o a la UE pero si crea una parálisis y crisis internas. Implica un golpe al intento de cooptar nuevos miembros (en particular Turquía) y debilita al euro.

Lo más probable es que tras el resultado francés se produzca un reacomodo cupular y se busca un consenso para salvar puntos en los que muchos están de acuerdo (una sola chancillería y nuevo sistema de presidencia). Es también posible que el corazón de la UE se diferencie de los nuevos miembros. La guerra iraquí mostró fisuras. Ahora hay un centro que puede marchar hacia una política exterior, social y militar común mientras que la periferia es más propensa hacia una mayor apertura al libre mercado y a ligarse más a Bush.

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