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Falacias sobre la crisis del Estado nacional

En memoria de los mártires de la masacre en Chechenia.

Jorge M. Tirado Almendra.

1. La crisis y virtual desaparición de los Estados nacionales, ha sido uno de los mitos construidos por la propaganda liberal radical, impulsada por el conservadurismo financiero internacional y sus socios instalados dentro de Corporaciones Multinacionales, los gobiernos nacionales y los centros académicos. La extinción de los Estados nacionales, de acuerdo con ellos, sería un efecto de la globalización y de las presiones surgidas en el interior de ellos mismos.

En este ensayo, sostenemos que tal mito cumple una función: justificar la aplicación, por conducto de los gobiernos nacionales, de medidas tendientes a desregular o liberar los movimientos de capitales financieros, industriales y comerciales controlados por las Corporaciones Multinacionales, sedes centrales del poder social. Dichos monopolios, han sido obligados por la recesión a gestionar (1) u organizar la defensa de sus inversiones, para lo cual han promovido privatizaciones y reprivatizaciones, despidos masivos de personal en entidades públicas y privadas, regresiones contra los derechos laborales, impuestos contra el consumo popular, y fomentado, en cambio, la desnacionalización y la transferencia al “sector privado” transnacional de aquellas empresas situadas en las áreas más lucrativas y estratégicas de las economías nacionales (2).

Quienes difunden como amenaza la crisis e inminente desaparición de los Estados nacionales, consideran que la reciente reorganización internacional del capitalismo (1970-1990) ha hecho de los Estados estructuras superfluas y, aún más, obstáculos nocivos para el progreso de los países. En general, los detractores de la intervención de los Estados efectúan dos argumentaciones complementarias. La primera argumentación, sostiene que la integración mundial de las finanzas, la relocalización y descentralización de las inversiones industriales y comerciales, la estandarización mundial de modelos de consumo individual, y la reducción de los tiempos y las distancias por los medios de comunicación, han constituido cuatro fuerzas tendientes a suprimir a los Estados nacionales (3). La segunda argumentación, señala que las presiones ejercidas por los movimientos autonomistas han erosionado las estructuras de gobernabilidad de los Estados, los cuales, al ser incapaces de satisfacer las demandas sociales, han experimentado problemas de integración (4). En resumen, los Estados nacionales serían víctimas de dos tendencias simultáneamente desorganizadoras/reorganizadoras, capaces de crear una especie de orden supranacional coordinado en lo esencial por el “Mercado”, visto como agente creador de un orden mundial estable (5).

En contraposición con lo anterior, en este escrito se afirma que los Estados nacionales, lejos de desaparecer, continuarán multiplicándose al menos en el transcurso de los próximos 100 años, como resultado de una tercera tendencia secular peculiar del capitalismo histórico, encaminada a descentralizar sus unidades de organización política (los Estados nacionales) conforme progresan otras dos tendencias seculares peculiares y centrales del sistema: el aumento de la riqueza y su mayor centralización, de un lado, y la mercantilización/precarización de las masas trabajadoras, del otro. La multiplicación de los Estados nacionales, ha tenido la función de compensar con relativo, limitado, discontinuo y contradictorio éxito, los conflictos y daños de la polarización social sobre las estructuras y los procesos de la incesante acumulación de capital.

Lo anterior equivale a decir que la génesis, multiplicación y transformación (institucional, organizativa, geopolítica y tecnológica) del sistema de Estados nacionales, ha permitido al capitalismo superar las dificultades coyunturales experimentadas por el avance de la acumulación, envuelta siempre en la contradicción entre la creciente centralización de los medios de apropiación de la riqueza y el creciente empobrecimiento de las masas de trabajadores consumidores, se encuentren ocupados o en el desempleo. La evolución progresiva y a la vez discontinua del sistema, ha registrado al menos cuatro etapas de crecimiento y estancamiento estructurales: cada fase de avance tecnológico, geográfico y económico de las estrategias capitalistas, ha sido sucedida por otra fase de estancamiento, que ha obligado a su reorganización estratégica para recrear las redes de producción y apropiación de plusvalía (6). En cada etapa, han cambiado los regímenes estatales de acumulación, y con ello los centros geopolíticos de la economía mundial. Cada régimen estatal en situación de supremacía (hispano/genovés, holandés, británico y norteamericano), ha sido cada vez más sofisticado tecnológicamente, así como más amplio mercantil y planetariamente, y sus ritmos de acumulación han sido cada vez más acelerados; pero en virtud de estos mismos atributos, su duración ha sido cada vez más corta (7), al punto de que el régimen norteamericano de acumulación parece haber entrado en una fase de senilidad que limita las posibilidades de recuperación del capitalismo histórico (8).

Resaltamos, de acuerdo con el sentido de este ensayo, que cada etapa contradictoria del desarrollo capitalista (estancamiento - transformación - crecimiento - estancamiento), ha ido acompañada no sólo por la ampliación numérica del sistema interestatal, sino también por el cambio de régimen o estrategia capitalista y el desplazamiento de sus centros de coordinación geopolítica. Esta tríada orgánica de cambios cuantitativos y cualitativos, ha tendido a compensar con relativa eficacia, como arriba señalamos, los peligros de interrupción de la dinámica capitalista, causados por la polarización social que el mismo sistema ha provocado de manera creciente. Este proceso es verificable en la historia de las mutaciones geopolíticas de la economía mundo moderna, encuadradas en lo que G. Arrighi (1999) conceptualiza como “ciclos sistémicos de acumulación de capital” (9).

2. Histórica y conceptualmente se acepta, sin dejar de polemizar, que el Estado, como fenómeno de centralización política y entidad dotada de dispositivos para la regulación de la reproducción social, (10) ha sido una estructura de duración milenaria (10,000 a.C.), sin la cual no hubiera sido posible la expropiación/apropiación de riquezas, ni bajo los “imperios-mundo”, ni bajo la economía “mundo-capitalista” (11). La diferente naturaleza y el distinto funcionamiento de los Estados, han establecido las diferencias entre al menos dos tipos históricos de estrategias de acumulación (12): las tributarias o “antiguas” (propias de los imperios demográfico territoriales), y las capitalistas o “modernas” (eclécticas, versátiles, y por tanto capaces de adoptar cualquier método con tal de avanzar, sin comprometerse siquiera con las figuras exhibidas por los capitalistas que en tiempo y espacio las han sostenido) (13).

El objetivo primario de la centralización política, de la formación, funcionamiento y reproducción de los Estados imperiales, era la apropiación de las riquezas sociales producida por los pueblos conquistados. Tal centralización no sólo era política, simultáneamente era cultural, militar y económica, como cultural, política, económica y militar podía ser la riqueza social aportada por los sometidos. Bajo este formato organizativo, la humanidad, en especial la fuerza de trabajo, ha vivido al menos durante los últimos 5000 años (14), otros tantos de trabajo explotado civilizadamente (15). Los Estados imperiales se valían de sofisticados sistemas burocráticos, de estrategias militares prebendarias, y de filosofías regionales de corte sincrético (que aportaban unidad a su policromía cultural), para dominar bastos territorios habitados por diversas poblaciones. Egipto y Sumeria (3000 a.C.), Asiria, Babilonia e India (2500 a.C.), China (2000 a.C.), Grecia (600 a.C.; helenismo 300 a.C.), el Islam (600 a.C.), fueron ejemplo de ello, entre otros más (16).

Por su parte, los modernos Estados nacionales han sido un producto de la evolución institucional de la economía mundo capitalista: de las tensiones y luchas derivadas de sus ampliaciones geográficas, de sus diversificaciones económicas y regionales, de sus logros comerciales, financieros y tecnológicos sobre sus redes mercantiles. Dicha evolución institucional discontinua ha consumido entre cinco y siete siglos; ha pasado por una sucesión de etapas, cuyo progreso ha significado el mejoramiento capitalista de las tecnologías o estrategias de despojo, enajenación, apropiación y centralización de riquezas.

Mediante la construcción de los Estados nacionales modernos, el capitalismo, durante sus expansiones y contracciones, ha construido una entidad eficiente para estimular la acumulación y corregir, en la medida de sus posibilidades, los efectos de sus contradicciones. Los Estados nacionales no han sido un derivado marginal de la acumulación de capital, sino piezas maestras de su promoción: su vida y sus mutaciones organizativas, desde su aparición hasta la fecha, han sido inherentes a las etapas experimentadas y a los regímenes adoptados por la acumulación misma.

Sin Estados nacionales no habría acumulación de capital. Ejemplificamos esta aseveración antiliberal, citando elementos generales de los regímenes de acumulación que han coordinando geopolíticamente las distintas etapas del desarrollo capitalista.

3. Una incipiente forma de Estado nacional, apareció bajo el régimen de acumulación hispano genovés. Duró aproximadamente dos siglos, el largo siglo XVI braudeliano (1460-1648). Representó el inicio de una nueva era, debido a los cambios en las estrategias de producción y apropiación de riquezas: marcó la superación del feudalismo por el ascenso del capitalismo; introdujo un nuevo tipo de esclavitud sobre la fuerza de trabajo conquistada en los territorios descubiertos y colonizados: los trabajos forzados para la producción de mercancías destinadas al mercado mundial. Encomiendas, mitas, repartimientos y otros modalidades de subordinación, cumplieron su papel en la explotación y exterminio de aborígenes (17). Fue el inicio de la explotación capitalista con métodos no capitalistas, recordado como el “encuentro de dos mundos”, el europeo y el “amerindio”. Gastos superiores a sus ingresos y la ampliación de sus fronteras más allá de sus posibilidades de gestión, hundieron al Estado y al régimen colonialista hispano genovés (18).

b) Un segundo tipo de Estado moderno, fue el holandés de los siglos XVII y XVIII (1648-1763) (19). Formado a partir de las rebeliones de banqueros, comerciantes, industriales, campesinos y artesanos de los Países Bajos contra el Imperio de Carlos Quinto (1519-1556) (20), nació de la lucha contra el régimen de acumulación hispano genovés y afinó las técnicas del mercantilismo colonialista. Fue compacto: ni tan grande territorial, burocrática y militarmente, para impedir sucumbir por su propio consumo y ser administrado racionalmente, con menores costos; ni tan pequeño, para evitar su absorción por adversarios mayores. Con sede en Ámsterdam, controló una industria y un comercio en la cuenca del Báltico capaces de abastecer exigencias externas en gran escala.

Su innovación consistió en conceder a sus empresarios facultades de gobierno en los territorios conquistados, para mejor explotar a las poblaciones nativas en Asia y América y desplazar a sus competidores europeos. Estas concesiones descentralizaron la gestión del Estado holandés, disminuyeron sus costos burocráticos y militares, e hicieron célebres a las Compañías Estatutarias por Acciones en Oriente y en Occidente, por la crueldad con que superaron a españoles y portugueses. No obstante ser un modelo para las potencias rivales, continuó siendo un Estado colonialista, dependiente de la ocupación territorial de las zonas sometidas por sus agentes administrativos y militares. El mercantilismo, la eficiencia y la brutalidad del Estado holandés y de sus redes de empresarios gobernantes, fueron víctimas de sus propios excesos, reforzados por su anquilosamiento tecnológico, financiero, naval y militar frente a sus rivales británicos (21).

c) Un tercer tipo de Estado nacional, fue el formado por el régimen británico de acumulación (1763-1931) (22). A finales del siglo XVIII, el centro de la economía mundial se desplazó hacia Londres. Respecto del holandés, el modelo británico de Estado fue más compacto, más centralizado y más eficiente burocrática y militarmente. Promovió, además de agresiones y despojos sobre sus competidores inmediatos, las exportaciones industriales algodoneras y la recepción de inversiones foráneas. La derrota de Francia en la lucha por la supremacía europea (1763) (23), declinado el poder del Estado holandés, abrió una nueva fase para el desarrollo capitalista europeo y, consustancialmente, para una mayor modernización del Estado, creando nuevas instituciones de integración social mundial subordinada.

La derrota de Francia en el mar, en América y en la India, su triunfo geopolítico, la represión activa sobre sus trabajadores, así como la revolución de la producción agrícola e industrial, permitieron a los banqueros e industriales del Estado británico proclamar la libertad económica como modelo a seguir (24). Lo más importante del liberalismo económico como credo universal, fue el reemplazar al método colonialistas de dominación directa, por un método indirecto. Lo básico de éste método “indirecto”, radicó en lo que Marx nombró como “sistema internacional de peonaje por deudas” (25), el cual permitió a las potencias imperialistas prescindir de tropas y funcionarios en los territorios colonizados para garantizar la apropiación de riquezas. En adelante, pudieron hacerlo a través del control financiero de las principales actividades económicas de las colonias.

Los mecanismos financieros liberales, mejoraron a corto plazo la capacidad de lucrar a costa del trabajo de las periferias recién descolonizadas. Tal mecanismo fue una maravilla de innovación para el capitalismo, porque permitió condicionar la construcción de los modernos Estados nacionales impulsada por los movimientos de descolonización de primera generación en la economía mundo capitalista. Bajo condiciones de subordinación financiera a los centros dominantes, se multiplicaron los Estados nacionales formalmente soberanos en las Américas, durante “el largo siglo XIX” (1776 a 1931) (26).

d) Con el ascenso (1865-1919) y triunfo (1945-1970) del régimen norteamericano de acumulación, el Estado corporativo de “bienestar” mejoró la organización y el funcionamiento estatal, superando con ello el modelo de “libre empresa” del Estado imperialista británico. Las revoluciones rusa (1917), turca (1922), china (1949), la desintegración del imperio austro húngaro (1919-1920) y turco otomano (1924), así como numerosos movimientos de descolonización en Asia y África (1940-1960), enriquecieron el sistema interestatal con una segunda generación de Estados nacionales. Conquistado el poder del Estado, los movimientos revolucionarios e independentistas no dudaron en impulsar proyectos desarrollistas, fincados en la desruralización, urbanización e industrialización de sus respectivos países (27).

Finalmente, la desintegración de la URSS y de su zona de influencia en Europa y Asia (1989-1991) (28), ha dado lugar a una tercera generación de movimientos independentistas y de Estados nacionales (1991-2004). Estos se encuentran aún en proceso de integración bajo condiciones extremadamente conflictivas y complejas, por coincidir su nacimiento (29) con la recesión mundial, con las tensiones frente a sus anteriores centros de control y por la aparición de agentes que distorsionan sus aspiraciones de soberanía, como es el caso del crimen organizado (30).

4. Del estancamiento capitalista mundial (1968-2004) (31), han surgido ideologías como la de la globalización salvadora y exterminadora de los Estados nacionales durante los años 90. Tales ideologías han confundido el relativo debilitamiento del régimen (o modelo) de Estado corporativo fordista-keynesiano, con el derrumbamiento del Estado nacional. El fordismo keynesiano, o corporativismo de segunda generación (32), hizo de la intervención del “Estado nacional” el factor responsable del desarrollo. Su éxito, dio contradictoriamente lugar a una recesión que suma ya 36 años y ha exigido al capitalismo internacional reducir los costos de operación generados por el régimen corporativo keynesiano (“Estado benefactor”), liderado por el gobierno norteamericano y sus organizaciones empresariales. La desarticulación del Estado corporativo, junto con los ataques contra los derechos conquistados por las luchas sociales de los siglos XIX y XX, han sido centrales en la reducción de costos y en la defensa de las ganancias, en momentos en que el sistema no logra recrearse geográfica, demográfica y tecnológicamente (33). Bajo estas condiciones, la pérdida de consenso por los gobiernos de los estados nacionales (o de legitimidad de las formas de gobierno keynesiano corporativas), ha acentuado sus dimensiones represivas, empujándolos hacia a su militarización, no hacia su desaparición.

5. Pensar que la acumulación de capital es exclusivamente un fenómeno económico, es una deformación liberal, economicista. Histórica y políticamente, los Estados nacionales han servido para encerrar territorialmente, someter políticamente, dividir y diversificar culturalmente, disciplinar laboralmente, liberar imaginaria y nacionalistamente, explotar capitalistamente (de manera diferencial y estratificada), homogeneizar jurídicamente (mercantilizando y ciudadanizando) a las masas trabajadoras de los países del mundo. La creación y sofisticación de los Estados nacionales como entidades dotadas de dispositivos de control social, ha sido parte de la formación y ampliación del sistema interestatal: la regeneración de la acumulación ha dependido de su modernización institucional (34).

Si los distintos tipos históricos de Estados nacionales han estado sometidos a las necesidades del capitalismo, el problema ahora consiste en saber si es posible orientar la formación de movimientos autonomistas y la multiplicación y transformación de los Estados nacionales en un sentido no capitalista y socialista (35).

Las aspiraciones independentistas y las socialistas, a la fecha enfrentan una aportación perversa del propio “neoliberalismo”: el crecimiento del crimen organizado (asociado al narcotráfico, a los mercados negros de armamentos, mujeres, niños, hombres, especies animales y vegetales, pornografía, órganos, influencias, etc.), trágica y brutalmente mezclados con los gobiernos establecidos y con los propios movimientos autonomistas.

La criminalización de la pobreza, el fortalecimiento del crimen organizado y el más amplio crimen y terror instituidos durante décadas de manera formal por gobernantes y líderes empresariales, aumentan los riesgos y las complicaciones para la formación de nuevos Estados nacionales y, por añadidura, las dificultades para una transformación socialista mundial. Para ejemplo, el mundo mismo, y dentro del mismo mundo, la región del Caucaso, en las montañas más altas de Europa, fronterizas con Asia, donde más de 22 millones de habitantes, divididos en 53 etnias y otras tantas lenguas y proyectos, han combatido durante al menos 350 años por su independencia, (36) bajo el signo de distintos imperios (el último representado por la extinta URSS), y que a la fecha continúan luchando por romper sus ataduras tributarias. Los intentos de emancipación de los pueblos del Caucaso, lo mismo que los de los campesinos colombianos y los de numerosos pueblos del mundo africano (Sudán, Sierra Leona) y asiático (Sry Lanka, Indonesia), se encuentran en la actualidad trágicamente pervertidos por la presencia de las mafias del capitalismo internacional, tanto en el interior como en el exterior de sus fronteras.

El problema entonces, no es la crisis y virtual desaparición de los Estados nacionales, sino el sentido histórico y social de su multiplicación y de sus cambios institucionales, lo cual exige revisar críticamente las historias, las estrategias, la composición, los programas y los resultados de los movimientos de resistencia anticapitalistas y de “liberación” nacional. El reto consiste, entre otras tareas, en construir formas de integración social no sujetas a la dinámica de la monopolización de los recursos, ni a la formación de identidades nacionales sectarias; apostar por la formación de identidades internacionalistas basadas en la aceptación de las diferencias y, particularmente, apoyadas en una democracia económica contraria a la generación de asimetrías sociales en el control de la riqueza y el poder. Aunque la historia diga lo contrario, vale luchar de cualquier forma en favor de lo que parece imposible: una sociedad mundo económicamente democrática, culturalmente diversificada y políticamente descentralizada.

Referencias BIbliográficas

  • Bob Jessop. Crisis del Estado de Binestar. Hacia una nueva teoría del Estado y sus consecuencias sociales. Colombia, Universidad Nacional, Siglo del Hombre Editores, 1999.
  • David Harvey. La condición de la posmodernidad. Investigación sobre los orígnes del cambio cultural. Bs.As., Argentina, Amorrortu, 1998.
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  • Eric Hobsbawm. La era del imperio, 1875-1814. Argentina, Grijalbo Mondadori, 1998.
  • Eric Hobsbawm. La era del capital, 1848-1875. Argentina, Grijalbo Mondadori, 1998.
  • Eric Hobsbawm. Historia del siglo XX. Argentina, Grijalbo Mondadori, 1998.
  • Fernand Braudel. La dinámica del capitalismo. México, FCE, 1993.
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  • Giovanni Arrghi. El largo siglo XX. Madrid, Ediciones Akal, 1999.
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  • Immanuel Wallerstein. El moderno Sistema Mundial. El Mercantilismo y la consolidación de la economía mundo europea, 1600-1750. Vol. II, México, Siglo XXI, 1998.
  • Immanuel Wallerstein. El moderno Sistema Mundial. La segunda era de gran expansión de la economía-mundo capitalista, 1730-1850. Vol. III, México, Siglo XXI, 1998.
  • José María Pérez Gay (2000) “El Caucaso en llamas”, la Jornada (Septiembre 6,7,8 y 9) México.
  • Robert Fossaert. El mundo en el siglo XXI. México, Siglo XXI, 1994.
  • Samir Amin. El Capitalismo en la era de la globalización. Paidós, 1999.
NOTAS

1) S. Amin (1998) El capitalismo en la era de la globalización. Piados, España, cap. 2.

2) Todas estas medidas fueron sistematizadas por el llamado “Consenso de Washington”, en 1989.

3) K. Ohmae (1977). El fin del Estado Nación. Andrés Bello, Santiago de Chile.

4) I. Wallerstein (1998). Después del liberalismo. Siglo XXI, UNAM, México.

5) A tono con las formulaciones de Adam Smith, existentes en su obra Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones, publicada en 1776 (FEC, 1997, México). De acuerdo con ellas, en general, la libre competencia mercantil capitalista permitiría, en el corto plazo (de 15 a 25 años), la distribución equitativa de los beneficios de la acumulación de capital en virtud del continuo desplazamiento de las inversiones hacia las actividades más rentables. Con ello, todos ganarían, suprimiendo en ese corto plazo cualquier posibilidad de acumulación monopólica.

6) G. Arrighi (1999). El largo siglo XX. Akal, Madrid, España.

7) Haciendo relativa omisión del importante fenómeno de la sobreposición estructural de los regímenes de acumulación de capital estatalmente cordinados, es posible proponer la siguiente duración para cada uno de ellos en atención a la naturaleza del tipo de política económica predominante: Mercantilismo/absolutismo (1500-1800), 300 años; Librecambismo/liberalismo (1763-1931), 168 años; Corporativismo bismarkiano (1871-1945), 74 años; Corporativismo norteamericano (1930-1970) 40 años. Al modificarse el criterio de periodización, pueden construirse otras sugerencias para definir la duración de cada régimen de acumulación. Por el momento, baste la anterior par ilustrar la reducción de las estrategias coyunturales en estado de supremacía. J. Tirado (2001) Desarrollismo y Estado. U.V., México.

8) J. Beinstein (1999). Escenarios de la crisis global. Los caminos de la decadencia, http/advance.com.ar/usuarios/cepros/escenacrisis.html

9) De acuerdo con la periodización de los “ciclos sistémicos de acumulación de capital” Arrighi ha utilizado como referencia el concepto de siglos largos del Braudel, asociados a las etapas históricas de expansión estancamiento del sistema. De acuerdo con tal concepto, el largo siglo XV-XVI, tendría una duración de 220 años, destacando el ciclo hispano genovés; el largo siglo XVI, tendría una duración de 180 años, para el caso del ciclo holandés; el largo siglo XIX, 130 años, para el ciclo británico; y el largo siglo XX, 100 años, para el cíclo norteamericano. Ver: G. Arrighi, op., cit., p. 257.

10) Por Estado, en general, entendemos el complejo histórico de instituciones y aparatos institucionales cuyo funcionamiento tiene el efecto de controlar (regular de manera diferencial) la calidad de reproducción de la fuerza de trabajo. En este sentido, no existe un Estado, sino varios tipos de Estados, histórica, geográfica y sistémicamente diferenciados.

11) Categorías acuñadas por I. Wallerstein a partir de los trabajos de F. Braudel. Ver I. Wallerstein, (1998). El moderno sistema mundial (1450-1640). Vol. I, Siglo XXI-UNAM, México.

12) Entendida como expropiación, apropiación, concentración y centralización de los productos del trabajo ajeno, resueltas históricamente con diferentes formas o “modos de producción”.

13) I. Wallerstein, Ibid.; S. Amin (1998) Los desafíos de la mundialización. Siglo XXI-UNAM, México.

14) I. Wallerstein, ibid., p. 21.

15) No confundir la emergencia del Estado, supuesta a partir de la “revolución neolítica” (10, 7, y 5,000 a.C., según la región), con la aparición del los “imperios mundo” (I. Wallerstein) o grandes “sistemas tributarios” centralizados políticamente (S. Amin)

16) “Llama la atención la correspondencia entre la aparición de grandes sociedades tributarias en su forma acabada y el nacimiento de grandes corrientes filosóficas y religiosas, que habrán de dominar las civilizaciones durante los dos mil años siguientes: el helenismo (300 a. C.), el cristianismo oriental, el Islam (600 a.C.), Zaratustra, Buda y Confucio (los tres en el 500 a.C). Esta correspondencia no excluye los intercambios recíprocos que todas las civilizaciones tributarias mantienen entre sí”. Samir Amin, op., cit., pp. 22 y 23.

17) I. Wallerstein, Ibid. Cap. II.

18) P. Kennedy, maneja la tesis del sobredimensionamiento estratégico como causa de la caída de las grandes potencias, las cuales decaen cuando sus gastos de consumo reproductivo superan a sus ingresos, y se extienden más allá de las fronteras territoriales que pueden controlar. P. Kennedy (1997) Auge y Caída de las grandes potencias. Plaza y Janés Editores S.A., España.

19) De la firma del Tratado de Westfalia a la firma del Tratado de París.

20) Quien fuera Carlos I de España y V de Alemania, nació en 1500, ascendió al trono de España en 1516, y rigió el Imperio germánico de 1519 a 1556.

21) I. Wallerstein (1998), Vol. II. G. Arrighi, op., cit. Cap. II.

22) Del tratado de París firmado con Francia, al abandono del librecambismo en forma oficial por Gran Bretaña.

23) I. Wallerstein (1998) Impensar . . . Parte 1.

24) I. Wallerstein (1998ª) Vol. III. G. Arrighi, op., .cit. Cap. III. G. Lichtheim (1998), El imperialismo, Altaya, España.

25) K. Marx, (1981) El Capital. Tomo III, Vol VIII, Sección IV, Caps. XVI-XX. Siglo XXI, México.

26) De la revolución de independencia norteamericana (1776), a la revolución de independencia cubana (1998).

27 Ibid. Parte 3.

28) De la desintegración de la URRS a las sucesivas declaraciones de autonomía de lo miembros de la Federación de Estados Rusa.

29) En realidad sus proclamaciones de autonomía.

30) J.M. Pérez Gay (2000) El Caucaso en llamas », la Jornada, 6, 7, 8 y 9 de septiembre.

31) De la explosión del mercado de eurodólares (1968) a la fecha.

32) Al bismarkiano alemán corresponde ser el de primera generación, en este análisis.

33) Una nueva revolución tecnológica, posterior a la revolución informátiva, de qué serviría al capital cuando no encuentra consumidores solventes en sus grandes áreas de desempeño planetario.

34) De construir un ambiente superestructural capitalista para los métodos económicos capitalistas.

35) El llamado “Socialismo real”, nunca fue socialismo, quizá ni siquiera de manera simulada. El “socialismo real”, lo mismo que las Estados nacionales soberanos, ha existido, pero sólo en lo formal, encadenada a las finanzas, y como engaño útil para el control de masas.

36) G. Cooper (1988) Tierras prohibidas. Ayma, S.A. Barcelona, España, citado por: F. Ortega (1999) “El Caucaso: cumbres borrascosas”. Muy Interesante, Año XIII, No. 2., México. Pp. 66-71.

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