Hugo Gutiérrez Vega
La Jornada
Detrás de la garrulería de los mercachifles y de la vulgaridad de los medios masivos que se han apoderado de la tradición olímpica, está la Grecia entendida como una superposición de culturas, como un ejemplo notable de mestizaje racial y espiritual. Todos llevamos una Grecia en el alma y en la imaginación.
En ella se agitan las presencias del mundo clásico, la irrupción romana, los largos años de ese imperio que inició su decadencia al día siguiente de su instalación, el Bizantino; las invasiones de los bárbaros de todos los grupos y etnias; la larga noche de la dominación otomana, la lucha por la independencia, la monarquía organizada por los centros de poder de Europa, la creación del sistema parlamentario, los esfuerzos republicanos, la invasión de los fascistas y de los nazis; la resistencia popular en la que lucharon codo a codo los curas ortodoxos y los comunistas; la liberación, la entronización del sistema capitalista; la temblorosa monarquía, el cuartelazo de los coroneles, la restauración del sistema republicano que actualmente rige a Grecia y la realidad contemporánea hecha de contrastes y que transcurre mediante una eficiente democracia electoral que permite la alternancia y tiene como eje fundamental al Boulí (el parlamento), instancia en la que se dirimen todos los aspectos de la vida pública.
El punto de partida de la Grecia moderna está en el momento de la independencia, conquistada en las primeras décadas del siglo XIX. Pienso en Lord Byron luchando, junto a los filohelenos de todas las razas, en la batalla de Mesolonghi y en Alí Pachá huyendo rumbo a Estambul; recuerdo a los poetas del Eptaneso: Solomós, Kalvos y Valaoritis defendiendo desde sus islas y desde su poesía tanto a la causa independentista como a la lengua demótica, la hablada durante siglos y siglos por el pueblo griego.
Consumada la independencia e instaurada una monarquía manipulada por los poderes europeos nace la preocupación por limpiar la lengua popular de presencias ajenas a la tradición clásica.
La Academia organiza una nueva lengua a la que da el nombre de Katarevuza (lengua pura). Se trata de una hermosa experiencia académica que nunca caló hondo en la tradición popular que se aferró a su impuro y bellísimo demótico.
Las lenguas son fenómenos sociales sujetos a los vaivenes históricos. Por eso Darío, en sus Letanías a nuestro señor Don Quijote, dice "de las academias líbranos Señor". Pasado el tiempo la Katarevuza, usada en la liturgia ortodoxa y en los trámites del notariado, se ha convertido en un buen arsenal de palabras y de formas gramaticales que ha venido a enriquecer al demótico.
Por esto podemos decir que el pueblo griego tiene tres lenguas, aunque el demótico sea la oficial: el antiguo griego, la Katarevuza y el demótico. A ellas debemos agregar otras formas lingüísticas nacidas en el mundo helenístico, particularmente en Alejandría.
El poeta Konstantino Kavafis es un buen ejemplo de la utilización de todas las voces de la lengua griega que forman una riqueza inmarcesible.
En los primeros años de la vida independiente, regidos desde varias capitales viajeras y que por fin se estableció en Atenas, los partidos que se disputaban la mayoría parlamentaria estaban ligados a Francia, Inglaterra o Rusia.
Esta etapa tiene en Capodistria su figura principal, ya que fue de los primeros organizadores del Estado griego. Más tarde, otra figura política, Venizelos, encabeza los esfuerzos por modernizar al sistema y, en las primeras décadas del siglo XX, inspirado en lo que se llamó megali idea (la gran idea) intentó recuperar una parte del Asia Menor que, por tradición y cultura, perteneció siempre al mundo helenístico.
El modernizador de Turquía, Mustafá Kemal Pachá (Ataturk) echó por tierra el proyecto derrotando al ejército de Venizelos expulsando a varios millones de griegos de Esmirna y de otras ciudades del Asia Menor.
A la derrota del nazi-fascismo siguió una cruel guerra civil en la que participaron los comunistas y las derechas apoyadas por Inglaterra y, de manera muy especial, por el presidente Truman.
Triunfó la derecha y reinstaló el parlamento y la monarquía. El siguiente paso lo dan los coroneles golpistas que se aprovechan de la debilidad del rey Constantino, lo cercan y acaban por expulsarlo, estableciendo una dictadura militar especialmente autoritaria y con un apodíctico discurso regeneracionista.
La ciudadanía griega acaba con la junta militar y hace que regrese el sistema republicano. Karamanlís reorganizó el estado y en ese momento se consolidaron los dos grandes partidos: Nueva Democracia y el Partido Socialista, que tenía una vieja tradición de lucha en favor de las causas populares.
El Partido Comunista, más tarde dividido en dos corrientes: la tradicional y la eurocomunista, participó también activamente en los debates parlamentarios y en las contiendas electorales.
Tal vez el aspecto más sobresaliente de la cultura griega moderna sea el de la poesía. A fines del XIX y a principios del XX brillan dos figuras, la de Palamás, gran poeta académico, y la del alejandrino Kavafis que revoluciona, sin tocarlas, las formas poéticas. Los sigue la generación del 30 con escritores como Odisseas Elytis y Yorgos Seferis, ambos premio Nobel de Literatura; los surrealistas Embirikos y Gatsos y, un poco antes, el poeta de la nueva anfictionía, Sikelianos.
Elytis es uno de los poetas esenciales de la literatura de todos los tiempos y junto con Seferis, autor de un libro fundamental, El estilo griego, logró la consolidación de la lengua demótica en la expresión literaria.
Por otra parte, esta generación se abrió a todas las influencias y novedades europeas y venció al aislamiento impuesto por la ubicación geográfica y por las ensimismadas luchas internas. La poesía puede consolidar una lengua, decía T.S. Eliot. Eso sucedió en la Grecia moderna y los poetas nombrados fueron elementos determinantes en esa consolidación.
Otros escritores colaboraron en esa causa, desde la perspectiva de sus irreductibles individualidades. Pienso en Engonópoulos, Livaditis, Karouzos, Kavadías, Sajturis y, muy especialmente, en Nikos Kazantzakis, el gran cretense autor de Cristo de nuevo crucificado, La última tentación de Cristo y Zorba el griego, entre otras muchas obras excelentes.
Los nuevos escritores, Patrikios, Denegris, Valaoritis, Kiki Dimoula, Katherina Angelaki, Maía María Rousso y muchos más dan a la literatura griega su rostro original y, al mismo tiempo, moderno.
En esta empresa debemos recordar a los grandes ensayistas como Castoriadis y Poulantzas, a los poetas que enfrentaron a la dictadura militar, Ritsos y Bretakos, al músico contemporáneo Xenakis y a los compositores populares Teodorakis y Hatsidakis. A la distancia presiden esta mezcla de la cultura popular con la académica el pintor Teóphilos y el artífice de la prosa, Papadiamandi.
Esta fuerza cultural da a Grecia su fisonomía especial en Europa y demuestra, ante la prepotencia de las naciones centrales, la importancia y la originalidad de la llamada periferia.
En la actualidad gobierna Grecia una mayoría parlamentaria del partido Nueva Democracia, que preside Karamanlís, sobrino del presidente de la restauración. Este partido engloba en su seno a distintos grupos de la derecha y oficialmente maneja un programa de centro derecha que asegura los privilegios del capitalismo, que sería totalmente salvaje si no fuera por la permanencia del sistema parlamentario y de la democracia electoral.
Los ataques a las formas de planeación social, derivadas del Welfare State socialista y los intentos por desmantelar las organizaciones laborales, son los datos principales del régimen de la derecha.
Una buena parte de las últimas décadas del siglo XX la llena una figura política de especial relevancia, Andreas Papandreu, líder de los socialistas y varias veces primer ministro.
Personaje de enorme popularidad, sus primeros gobiernos abrieron a Grecia a las influencias europeas y consolidaron algunas de las organizaciones del Welfare State y de la independencia en materia de relaciones exteriores. Una serie de escándalos y la fragilidad de su salud opacaron sus últimos pasos políticos.
A pesar de eso, su figura sigue inspirando respeto e interés. A últimas fechas la alternancia es cada vez más indiferenciada. El anterior ministro socialista, Simitis, hizo un gobierno centrista que satisfizo al aparato de coherencia interna de la oligarquía tradicional formada por los navieros, los operadores de turismo, los banqueros y algunos grandes empresarios.
Ya hemos hablado de la eficacia de la democracia electoral y del crecimiento de las clases medias. Las conquistas laborales permanecen a pesar del embate de la derecha, pero el desempleo crece y los jóvenes carecen de oportunidades y, por lo mismo, manifiestan su inquietud y su desconfianza de la política tradicional.
Sin embargo no pierden el entusiasmo que los lleva a realizar obras de solidaridad y de fraternidad en su propio país y en otras latitudes. Recordemos la noble empresa del colectivo griego en Chiapas que construyó una escuela de capacitación para promotores culturales en la comunidad de Culebra. Estos mismos jóvenes, pertenecientes a todos los sectores de la sociedad griega, mantienen su actitud de rebeldía, pacifista pero activa, frente a las instituciones del neoliberalismo y del capitalismo salvaje.
La Grecia continental y la insular son gobernadas por un sistema centralista y, sobre todo, por los ayuntamientos que, recordando la antigua tradición, tienen una gran importancia en la vida política. Gracias a ellos se suavizan un poco los excesos del centralismo ateniense.
Pensemos en las otras ciudades como Salónica, Ioanina, Heraklio, Volos o Drama. Son muy débiles frente al poder central, pero las defienden los fueros de las municipalidades.
El problema principal de la política exterior griega es el de la liberación de Chipre, isla invadida primero por el ejército y más tarde por los colonos turcos. La convivencia de las dos etnias es casi imposible y Grecia insiste en la reunificación de la isla.
Muchas culturas laten en el seno de la Grecia moderna. Los que asistan o vean por televisión los juegos olímpicos apenas percibirán un destello mediatizado de ese esplendor humanístico. La neurosis competitiva y la vulgaridad mercachifle, a duras penas les permitirán asomarse a la Grecia eterna y a la problemática y fascinante Grecia contemporánea.
La Acropolis preside desde lo alto la ciudad capital de la Heleniki Demokratia. Muchos siglos dan sentido a esa democracia inicial que, a pesar de sus contrastes, encontró la mejor manera de gobernar que en el mundo ha existido y que, sobre todas las cosas, defiende los valores humanos.