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LAS METAMORFOSIS DEL IMPERIALISMO

Capítulo I del Libro LA GUERRA DE ORDENAMIENTO MUNDIAL,  segunda y última parte

Robert Kurz, Enero 2003.

Por un lado, la guerra fría bloqueada con la contrapotencia mundial de la "modernización retrasada" ya no fue, desde el inicio, conducida al estilo de un control territorial, basado en la economía nacional, sobre un determinado "imperio mundial" sino solo, ante todo, como una estrategia de orientación a largo plazo en una escala directamente global. Como "policía mundial" con la misión autoatribuida de anular el contraimperio del capitalismo de estado y "reino del mal" (Reagan), el imperialismo americano tuvo que volverse un "imperialismo global ideal", o sea, operar en el "meta-plano", para ir más allá de la simple expansión nacional.

En este sentido, no se trataba de una nueva constelación en el interior de la antigua lógica de los conflictos, sino del carácter transitorio del propio conflicto. La misma expresión "policía mundial", inicialmente usada en sentido crítico, remite involuntariamente al hecho de tratarse de una opción por un monopolio de control global apoyado militarmente, en vez del crecimiento exterior, como extensión del propio territorio.

En este plano, ya no era decisiva una visión orientada hacia un "gran territorio" imperial y su correspondiente "economía nacional de gran territorio", sino la garantía global del modo de producción capitalista como tal. Los EEUU se convirtieron así en pura "potencia protectora" del capital, solo siendo aceptada en su forma occidental privada y competitiva y siendo las variantes del capitalismo de estado del Este y del Sur consideradas como principal enemigo perturbador.

La presión era en el sentido de destruir la cortina de hierro y de "abrir" el mundo entero al movimiento del capital privado (cualquiera que fuera su nacionalidad), o sea, de producir un sistema capitalista mundial unitario. En este sentido, los EEUU fundaron la OTAN en 1949, cuyo ámbito organizativo servia para envolver directamente los Estados nacionales europeos -transformados mientras tanto en potencias de segundo o tercer grado- en las operaciones estratégicas de los EEUU en cuanto "potencia protectora" del capitalismo mundial y para utilizarlos como "porta-aviones" del ejército norteamericano.

Pero como este estatuto de potencia mundial implicaba un "imperialista global ideal", y este ya no podía identificarse con un interés expansionista nacional imperialista, la contradicción entre los EEUU, como Estado nacional, y los EEUU como potencia mundial de nuevo tipo, se volvió claramente visible a través de crecientes perjuicios resultantes de este desacuerdo. Es verdad que los EEUU por costumbre siempre utilizaron inocentemente hasta hoy el concepto de "interés nacional" para designar su actividad de "policía mundial" y se sirvieron realmente de su posición de potencia mundial, del papel del dólar como moneda mundial, etc., naturalmente también en su propio interés, siempre que fuera posible. A pesar de esto, los perjuicios sufridos en el transcurso de la guerra fría por la potencia mundial -que al final de la segunda guerra mundial había alcanzado el estatuto de absoluta superpotencia económica-, como la reducción de su cuota nacional en el mercado mundial, la caída relativa de la productividad industrial y, finalmente, el enorme endeudamiento interno y externo, se deben en gran parte al peso del "consumo" político-militar como "potencia mundial", improductivo desde el punto de vista capitalista.

Esta situación ha sido repetidamente descrita y objeto de reclamación, últimamente por Paul Kennedy, que traza analogías con las primeras potencias de la historia de la modernización desde el siglo XVI (Kennedy, 1991/1987). El papel de "policía mundial" o de "imperialista global ideal" permanece controvertido en el debate sobre la política tanto externa como interna de los EEUU: solo que fue el desarrollo del capitalismo que condenó los EEUU a asumir ese papel.

Por otro lado, la antigua política de anexión territorial nacional imperialista se volvió obsoleta, no solo en virtud de la constelación de la política externa mundial durante la guerra fría, con su estructura bipolar, sino también debido al proceso económico interno del modo de producción capitalista – en el que la unificación política del capital privado a nivel mundial constituye el marco fundamental en gran medida creado por la superpotencia EEUU. Pues solo bajo el techo de la pax americana, se volvió en gran medida real la nueva característica estructural del capital, en cuanto a exportación de capital, apuntada por Lenin y Rudolf Hilferding.

Lenin vio la exportación de capital (en oposición a la simple exportación de mercancías) todavía en el contexto de la antigua constelación de las potencias expansionistas centradas en la economía nacional. Pero en ese nivel de desarrollo, la exportación de capital no podía asumir aún ningún papel relevante. En verdad, hasta 1913, el comercio mundial se desarrolló continuamente bajo el dominio de las economías nacionales, pero las inversiones extranjeras (sobre todo en capital fijo) permanecieron limitadas casi totalmente a las colonias o zonas de influencia, por tanto al respectivo espacio imperial nacional. En la lucha policéntrica de las grandes potencias europeas por la hegemonía capitalista otra cosa no hubiera sido posible.

Por el contrario en el marco de la pax americana después de la segunda guerra mundial, no solo el sistema mundial fue subsumido al concepto bipolar del "sistema de conflictos" entre capitalismo privado y capitalismo de Estado, sino que, al mismo tiempo, el hemisferio occidental estaba ya dirigido monocéntricamente. Bajo la batuta política de este monocentrismo fue posible crear las condiciones para un rápido crecimiento de la exportación de capital: principalmente, la posibilidad de exportar capital en una medida nunca vista en el ámbito de los propios países capitalistas industriales desarrollados, o sea, de abrir grandes empresas de producción en antiguos "países enemigos". En este aspecto, la pax americana no significó otra cosa que las grandes empresas multinacionales surgidas en este contexto comenzaron gradualmente a autonomizarse del marco de la economía nacional. Se volvieron así visibles los primeros contornos de la estructura de crisis de una nueva contradicción entre el capital, por un lado, y la economía nacional y el Estado nacional respectivo, por otro.

Del pacifismo nacional "de los hombres buenos" al belicismo global intervencionista

En el proceso de la globalización empresarial, la ideologia del imperialismo americano transformado en "imperialista global ideal" sufrió una metamorfosis especial que la transformó, en consonancia con el estatuto de los EEUU, en ideologia global del capitalismo privado occidental. En los EEUU existió siempre, contra la antigua política imperial de anexión, una oposición "de los hombres buenos", que se alimentaba de las ilusiones democráticas sobre el carácter del capitalismo y se reclamaba del ideal burgués (una "paz perpetua" kantiana entre naciones comerciantes) contra la realidad del capitalismo de entonces (guerras de rapiña nacional-imperialistas). Este pacifismo originalmente anti-imperialista se reveló en la posguerra progresivamente como una nueva legitimación del renovado papel de "policía mundial" de los EEUU.

Si esta ideología era en la anterior constelación, esencialmente "aislacionista", es decir, dirigida contra las intervenciones externas de los EEUU, la nueva constelación, con los EEUU como única superpotencia occidental, podía de repente pasar a funcionar como legitimación de intervenciones. Porque ahora ya no se trata, en primer lugar, de la expansión de un "gran territorio" definido por el imperialismo nacional norteamericano, sino del mantenimiento global y de la expansión del "principio" del capital privado y del liberalismo económico y de su marco de legitimación democrática. El ideal burgués podía en este sentido ser llamado a dar cobertura a la realidad capitalista, todavía insatisfactoria, porque ya no se trataba de evidentes intereses nacionales de rapiña, sino del supuesto mantenimiento e implantación de la "paz mundial democrática" contra los llamados "enemigos de la paz no democráticos", definidos luego, en la estructura bipolar de las superpotencias, como "reino del mal" totalitario del Este y sus vasallos.

El nuevo papel de potencia mundial de los EEUU podía por lo tanto ser asumido con un empeño casi religioso: la superpotencia occidental se transforma en propagandista global y hasta en misionera del modo de producción y del modo de vida capitalista competitivo, incluyendo sus componentes culturales ("American way of life"). En este sentido, el Presidente Truman, después en 1947, puso de lado la doctrina Monroe, limitada a la perspectiva nacional imperialista, y, con la "doctrina Truman", prometió la ayuda de los EEUU a los "pueblos libres amenazados en su libertad", lo que implicaba el intervencionismo en un meta- plano del sistema mundial, más allá del simple interés nacional expansionista.

Truman no operó en un espacio ideológicamente vacío. Solo prosiguió con el espíritu de la ideología de la "comunidad de los pueblos", enraizada en el antiguo idealismo americano originalmente anti-intervencionista, tal como fue formulada por el Presidente norteamericano Woodrow Wilson (1856-1924) en su programa de catorce puntos de 1918, anticipación del posterior liderazgo doctrinal americano.

En esta construcción idealista, correspondiente a la harmoniosa visión del mundo de las tradicionales clases medias democráticas, la competencia brutal y la lucha por la supervivencia en el mercado mundial fueron solemnemente redefinidas como colaboración pacífica entre Estados animados de buena voluntad y legitimados por la "soberanía popular"; una interpretación cada vez más falseadora de la realidad mundial del capitalismo, que apadrinó tanto la creación de la llamada Sociedad de Naciones (1920), sugerida por Wilson, como su renovación al final de la segunda guerra mundial como Organización de las Naciones Unidas (ONU).

Que la Unión Soviética, como contrapotencia mundial de la "modernización recuperadora" tuviese que dejarse inscribir en unas Naciones Unidas indiscutiblemente dominadas por los países occidentales bajo liderazgo de los EEUU, fue solo

la consecuencia lógica, en el plano político, del hecho económico de que el capitalismo de Estado, como sistema productor de mercancías, participaba por su propia naturaleza en el mercado mundial y tenía que adaptarse a sus criterios. Con el colapso de la contrapotencia mundial desde 1989 y el ascenso de los EEUU a última potencia mundial, su papel de "imperialista global ideal" de un sistema capitalista mundial de ahora en adelante unificado se alteró una vez más.

A pesar de todos los desmentidos, de todas las idealizaciones y falsas esperanzas, la crisis mundial progresiva y la globalización del capital ligada a ella constituyen el telón de fondo que explica la razón por la que la pax americana, ahora efectivamente universal, no da lugar a un mundo pacificado. Mucho antes de que se volvieran superfluos para la dominación capitalista universal, la importancia de los EEUU como policía mundial, por el contrario, aumentó, como demuestran sus dos guerras por el orden mundial de los años 90. No se trata ahora ya de combatir una supuesta contrapotencia claramente definida, sino de conseguir mantener, bien o mal, el sistema capitalista unificado, aunque él no pueda ser ya reproducido en el ámbito global, para la gran mayoría de la humanidad. Con otras palabras: la propia lucha del "policía mundial" y de sus cherifs ayudantes europeos contra la crisis de las categorías capitalistas tiene forzosamente que asumir el carácter de una batalla contra espectros o, ya casi al estilo de Don Quijote contra molinos de viento.

En esta refriega globalizada contra los demonios de la crisis capitalista mundial, se desvanece, todavía más que en los tiempos de la guerra fría, el paradigma de los "Estados de expansión territorial". Esta metamorfosis en curso tiene también un momento político-militar y un momento económico. De forma mucho más fuerte que en el caso del estrangulamiento del sistema del capitalismo de estado, la "geopolítica" centrada en cualquier estado nacional se volvió irrelevante y contraproducente en la lucha sin esperanza por una "pacificación" del proceso de crisis mundial del capitalismo. El mundo fue supranacionalmente unificado por el capital, pero por debajo de la fina capa de barniz del sistema mundial común se propaga la crisis que conduce, hoy aquí y mañana acullá, a las erupciones catastróficas. Tanto política como militarmente ya solo es posible una estrategia de "intervención flexible" en el ámbito mundial, a través de una diplomacia ambulante de crisis, de "fuerzas móviles de intervención" y de ataques aéreos.

A esto corresponde simultáneamente la metamorfosis del capital, consecuente con la economía de crisis, en una globalización directa de la economía empresarial, más allá de la mera exportación de capital. Donde la gran mayoría de los "brazos" se vuelven superfluos desde el punto de vista capitalista, la "apropiación" de territorios y de sus pueblos ya no constituye, ni soñando, una opción para la acumulación; las anexiones territoriales perdieron definitivamente el sentido en la lógica capitalista y solo podrían constituir un peso, en vez de un lucro. Al mismo tiempo que la reproducción del capital en términos de economía empresarial entra en conflicto con los estados nacionales, el capital financiero y real transnacional, expandido por todo el globo (naturalmente con densidades extraordinariamente diversas), ya no permite la formulación de una estrategia de expansión capitalista centrada nacionalmente.

En consonancia con esta nueva situación mundial, la ideología intervencionista occidental de "freedom and democracy" (originariamente enraizada en el pacifismo "de los hombres buenos" de los EEUU) desarrollada durante la guerra fría, fue de la noche a la mañana, transmutada en la paradójica "guerra de mantenimiento de la paz" de la OTAN bajo el liderazgo de los EEUU. Y es así como el actual discurso hegemónico liberal interpreta las reacciones de Occidente a la crisis global causada por su propio terrorismo económico "objetivo", con el repertorio fraseológico de la misma filosofía charlatana que ya dominó la época precedente.

En Europa, en pocos años, el pacifismo idealista "de los hombres buenos" de los movimientos por la paz fue substituido consecuentemente por un belicismo favorable al intervencionismo global. De esta forma, las "buenas personas" de la izquierda europea solo repiten aquel cambio y metamorfosis seguida por sus primos norteamericanos, desarrollada desde los tiempos del Presidente Wilson. La contradicción ideológica interna del capitalismo entre políticos nacional-imperiales de interés intervencionista e idealistas anti-intervencionistas se desmorona definitivamente con la crisis mundial: la inexorable sustentación del sistema, la afirmación del capitalismo a cualquier precio y las manoseadas frases democrático-idealistas son idénticas en la "doctrina de policía mundial", contra los frutos aparentemente generados en los abismos de la historia.

Las expediciones punitivas conducidas por Occidente contra la periferia capitalista sumergida en el caos a partir del salto histórico de 1989 son presentadas, de acuerdo con ese espíritu, como acciones legítimas de la "comunidad internacional", de la "comunidad democrática de los pueblos", etc. El consenso mundial, de forma fraudulenta, omite sistemáticamente el hecho de que es la maravillosa economía mundial de mercado la que es el regazo que, conjuntamente con la crisis y el colapso de la reproducción socio-económica, abriga aquel "belicismo" contra el que entonces la amistosa humanidad dominante, impregnada de idealismo y con bombardeos extensivos, impone a economía de mercado mundial. La falsedad de esta legitimación se revela, desde luego, por el hecho de estar acompañada de un histérico espíritu de cruzada, sobre el cual los medios de comunicación democrático-capitalistas gritan al unísono, como si estuviesen todos bajo las órdenes de un censor todopoderoso.

La OTAN como prolongación supranacional del "imperialista global ideal"

La OTAN constituye el encuadramiento político-militar de la pax americana y de la globalización de la crisis del capital que se inicia en esta época. En este campo de referencia, ella tiene que distinguirse, desde luego de una forma fundamental, de las constelaciones de las alianzas imperiales anteriores. No podía tratarse de una relación solo exterior, entre una potencia hegemónica y los respectivos vasallos en el sentido imperial tradicional, ni de una alianza entre potencias imperialistas nacionales, que se encuentran más o menos en pié de igualdad. Antes el contradictorio estatuto doble de los EEUU, como estado-nación o economía nacional por un lado y como "capitalista global ideal" por otro, exigía una metamorfosis análoga de los estados europeos del centro capitalista que se habían vuelto secundarios, dotados de un carácter igualmente contradictorio: por un lado, tal como los EEUU, no pueden dejar de ser estados-naciones; por otro lado, tienen que integrarse todavía en la nueva estructura de una pretensión de control a nivel global, sin poder volverse pura y simplemente una parte integrante de los EEUU.

De este modo contradictorio la OTAN se transformó, más allá de la función meramente militar, en la instancia política común de todo Occidente, con el fin de integrar los estados europeos del centro capitalista en el sistema hegemónico del nuevo "capitalista global ideal" y, es decir, encuadrarlos en este sistema, o sea, para hacer también que "potencias" solo de segundo orden del viejo tipo se transformen, ellas mismas, en partes integrantes de un "imperialismo global ideal". La alternativa ya no consiste en escoger entre un estatuto independiente como vieja potencia imperialista nacional y un estatuto de vasallo frente a la superpotencia de los EEUU, sino entre un estatuto de mayor o menor peso en el seno de la OTAN, como prolongación política y legitimadora de la hegemonía mundial de nuevo tipo de los EEUU.

De este modo, por un lado la OTAN demuestra ser de hecho una estructura supranacional con una pretensión de control capitalista global, frente a un mundo tomado al asalto por una globalización económico-industrial y una simultanea disgregación de crisis. Por otro lado, la OTAN ni siquiera puede ser imaginada sin el aparato de administración de la violencia de alta tecnología de los EEUU, que continua centrado en y controlado por un estado-nación, y cuya falta de paralelo mantiene en pié la hegemonía de los EEUU en el seno de la obra de arte integral del imperialismo mundial. En un orden bárbaro, en última instancia, quien manda acaba siendo siempre aquel que ha sido capaz de blandir la mejor espada. Y en el ámbito de los criterios capitalistas y de la tecnología capitalista, Europa nunca más podrá tener la mejor espada.

El raciocinio burgués europeo enjuicia este asunto de una forma lapidaria y sobria; por ejemplo en el diario económico "Handelsblatt": "Una identidad europea en términos de seguridad es en principio deseable, pero no es realizable de momento. Los programas armamentistas que para esto serían necesarios no pueden ser financiados... La reciente intervención en Kosovo reveló, una vez más, hasta qué punto los europeos son inferiores a los EEUU cuando se trata de proyectar poder militar más allá de las propias fronteras nacionales. Casi el 80% de todas las misiones de combate y el 90% de las bombas y mísiles utilizados lo fueron por cuenta de los EEUU. Hasta delante de sus propias puertas los europeos no conseguirán aportar más que una contribución marginal para derrotar a una potencia militar de tercer orden... Mientras los EEUU continúen siendo un socio de seguridad fiable, no debe proseguirse ninguna política armamentista europea que perjudique la consolidación alcanzada" (Wolf 1999).

En efecto, los estados europeos del centro capitalista no tienen capacidad de intervención militar en una escala mayor, ni uno ni otro por sí solo, ni todos en conjunto. Para ello faltan pura y simplemente los medios militares, como pueden ser flotas de bombarderos estratégicos, portaviones y arsenales de mísiles; y eso no se verifica solo en términos cuantitativos, sino igualmente en lo que respecta al nivel tecnológico. Si hoy Alemania, por ejemplo, se encuentra a este respecto aproximadamente al nivel de un guarda de aldea global, Gran-Bretaña y Francia, a pesar de sus experiencias con guerras post-coloniales y de las pretensiones militares desde entonces hasta ahora, no se encuentran en situación mucho mejor. En la absurda guerra de las Malvinas, los británicos consiguieron imponerse a la marina argentina por muy poco; y las diversas mini-intervenciones francesas en África mal merecen el epíteto de militares. La prensa francesa se burló del desastre del portaviones "Charles de Gaulle", que sufrió una avería cuando apenas había entrado en servicio, teniendo que ser remolcado con mucho coste por su predecesor ya retirado, el "Clemenceau".

Si tenemos en cuenta que en el seno de la UE entre el 60 y el 70 por ciento de todos los medios gastados en el desarrollo y aprovisionamiento militar son responsabilidad de Gran-Bretaña y Francia, queda claro el estrecho margen europeo para un programa armamentista e intervencionista. No es extraño que la planeada fuerza militar de la UE sea luego de entrada designada como "tropa de papel".

Una alteración fundamental de la relación de fuerzas militares –en caso de pretenderse- es de hecho utópica, incluso bajo el punto de vista financiero. Sería la ruina económica si la UE quisiera, en un tour de force en términos de política armamentista (para lo cual, además, nunca conseguiría estar suficientemente unificada), igualar el poderío militar de los EEUU. En ninguna parte se vislumbra factor alguno que demuestre como habría de conseguirse la inversión del sentido de los flujos globales de capitales que para ello seria necesario; y, si a pesar de todo se consiguiera, la economía mundial seria desestabilizada todavía más, y el ya frágil edificio del capitalismo financiero global sería llevado a la ruina.

Ni los opinion makers políticos predominantes se hacen ilusiones sobre la posibilidad de que la relación de fuerzas actuales pueda ser aún alterada un día: "No existe ninguna señal de una alteración fundamental de los pesos relativos... La base económica de Europa para desafiar eventualmente a los EEUU y a sus concepciones de ordenamiento mundial... no se ha extendido sino que ha disminuido... En el área militar, la diferencia transatlántica se destaca aún con mayor nitidez. Así, los estados europeos de la OTAN gastaron con el aprovisionamiento militar, en los últimos cinco años, solo aproximadamente la mitad de lo que fue gastado por los EEUU en el mismo período. En la categoría de investigación y desarrollo, la fosa aún se ensanchó más" (Wolf 2001). Pero estas son de cualquier modo consideraciones meramente hipotéticas, puesto que, para ir más allá de todo esto, ya ni siquiera existe un motivo económico y "materialista" para estrategias de anexión e "influencia" territorial en el ámbito de un gran conflicto entre capitalistas.

Esto no significa que no existan algunas tentativas europeas que se destaquen frente a la última potencia mundial que son los EEUU, aunque, en caso de duda, estas vienen más de Francia que de Alemania. Pero estas actitudes no pasan de disputas de competencias y de guerras de capillas en el seno del orden establecido del "imperialismo global ideal", sujeto a una hegemonía de los EEUU que está por encima de cualquier duda, no configurando la afirmación de una pretensión imperial autónoma. También cada vez más vuelven a surgir las contradicciones económicas y sobretodo comerciales entre la UE y los EEUU, pero sin que sea seriamente puesto en causa alguna vez el techo global común de la pax americana.

John C. Kornblum, hasta 2001 embajador de los EEUU en Alemania, de un trazo expresa tanto a la inevitabilidad capitalista de la alianza encarnada en la OTAN como el problema de la misma: "El miedo de que los europeos y los americanos se dividan en campos mutuamente competitivos carece de cualquier justificación. Los lazos que unen Europa con los Estados Unidos son tan fuertes que una ruptura es inimaginable... ¿Qué es lo que es tan especial en la situación actual? Raramente un nuevo gobierno americano asumió funciones en un tiempo tan volátil. Y fueron igualmente raras las veces en que los europeos y los americanos sintieran una perplejidad semejante ante este bullicio planetario" (Kornblum 2001). El "tiempo volátil" y el "bullicio planetario", una formulación en términos conceptuales tan vacua como babosa, para la caída del moderno sistema productor de mercancías en base a sus propias contradicciones internas, hace de la OTAN, después del fin de la guerra fría, todavía más la instancia del capitalismo global, cuya razón obliga a todos los conflictos internos y a todos los temas a pasar a un segundo plano.

Esto también se aplica a los puntos polémicos, como el nuevo bombardeo injustificado de Irak por los EEUU bajo el nuevo liderazgo del presidente ultraconservador Bush, los planes de Washington para una "defensa nacional contra mísiles" (NMD) o, inversamente, el proyecto de una política europea común de seguridad y defensa (PECSD). En este contexto, cada vez que se habla de "riñas" en la relación entre los EEUU y la UE, este concepto, que designa una pequeña diferencia, apunta más hacia la necesidad objetiva de una política hegemónica imperial global que hacia una ruptura de esa cohesión.

Todas esas especulaciones de que semejantes "desavenencias" mutuas podrían constituir el inicio de una alteración profunda en la constelación mundial capitalista carecen de cualquier fundamento: "Con estas reflexiones orientadas por la política cotidiana, los escépticos no aprecian debidamente... el significado fundamental de los factores estructurales que actúan a medio y largo plazo y que trabajan inequívocamente a favor de la continuidad de la asociación transatlántica. Aunque suele haber riñas, estas no conducirán a conflictos duraderos o a una rivalidad geopolítica" (Wolf 2001).

Aunque las desavenencias, las llamadas riñas, las tentativas de ganar protagonismo y las muestras de un poder arbitrario pongan en cuestión la existencia continuada de la forma del estado-nación, insustituible para la relación del capital, con su lógica intrínseca y con ello simultáneamente para las contradicciones inherentes a la estructura del "imperialismo global ideal", así y todo este asumió como tal, irreversiblemente, la forma supranacional de la OTAN. Esta inevitabilidad de la OTAN como fuerza de intervención occidental global bajo el liderazgo de los EEUU también corresponde a los intereses del capital dominante que, en el marco de la crisis y de la globalización, al final también se vuelven directamente transnacionales. Así "la integración global de los mercados da más fuerza a aquellos que sacan provecho de la globalización y que por eso se encuentran interesados en la cooperación entre estados. Esto se aplica sobre todo a las grandes empresas transnacionales, así como a los inversores de capital financiero" (Wolf 2001). Si traducimos la fórmula eufemística de la "cooperación entre estados" por la de la "guerra de ordenamiento mundial imperial global", tenemos así designado el telón de fondo real de los intereses del capital hoy dominante. Si las contradicciones en el ámbito del sistema mundial se agravaran de una forma dramática, hay que contar mucho más con acciones unilaterales de un gobierno de los EEUU cediendo al pánico que con un desafío europeo a los EEUU.

El contexto imperial global y el contexto económico de la globalización también se aplican estrictamente a la propia industria armamentista que, tal como todos los demás capitales, se ha integrado a toda velocidad en estructuras transnacionales. Las fábricas de material bélico, antes dotadas de una orientación estrictamente nacional y estrechamente asociadas al respectivo aparato de estado nacional y a sus pretensiones de control y de expansión territorial, se volvieron en gran parte "global players" dotados de una amplia diversificación económico-industrial con ramificaciones tanto en los EEUU como en la UE (y en parte en el espacio asiático). En el sector armamentista existe, por eso, tal como en todas las otras áreas, participaciones transatlánticas cruzadas, "alianzas estratégicas", fusiones y adquisiciones, teniendo en cuenta que la industria armamentista de los EEUU está dominando claramente la escena.

Así, por ejemplo, basándose en motivos económicos, todas las agujas económicas fueron puestas en el sentido de la gran empresa armamentista española Santa Bárbara Blindados (SBB); en el ámbito de su privatización, no fue controlada por una empresa armamentista europea, sino por el gigante armamentista americano General Dynamics que, a través de esta adquisición, podrá también obtener una participación en la fábrica de tanques de Munich Krauss-Maffei-Wegmann (KMW); SBB controla bajo licencia el tanque Leopard de la KMW. Inversamente la gran empresa europea de material aeronáutico y espacial EADS (la casa madre de Airbus) quiere ir a construir aviones militares a los EEUU juntamente con un socio de los EEUU (Lockheed Martin o Northrop) a fin de conseguir acceder a los lucrativos pedidos del Pentágono. Entre tanto la EADS ya colabora con Boeing en la defensa anti-misil. También se encuentra decidida a tomar el control de los astilleros náuticos militares alemanes HDW a través de una participación mayoritaria del inversor financiero de los EEUU One Equity Partners (OEP), lo que es interpretado como una adquisición encubierta del gigante armamentista norteamericano General Dynamics. HDW construye y vende submarinos, desde el otoño de 2002, juntamente con la empresa armamentista norteamericana Northrop-Grumman. Aunque existan reservas por parte de la Comisión de la UE, según un lobista armamentista alemán, más pronto o más tarde toda la industria armamentista europea dependerá del mercado de aprovisionamiento de los EEUU y tendrá que adaptarse a la situación a través del establecimiento de participaciones transnacionales: "Sin América nada es posible" ([semanario económico] Wirtschaftswoche 40/2001).

Contrariamente a todas las "riñas" y tentativas de obstrucción de las clases políticas nacionales, proseguirá la transnacionalización de la industria armamentista entre los centros capitalistas occidentales; existen ya proyectos para un mercado de aprovisionamiento electrónico transnacional para las grandes empresas armamentistas y aeronáuticas.

Al final ya no hay ningún motivo esencial para que las empresas armamentistas se ciñan al plano nacional, o incluso al de la UE; los debates y las reservas a este propósito ya no son de carácter estratégico y, por eso, ya no son de primer orden, pero se desarrollan en el ámbito de disputas secundarias de competencias. No solo en lo se dice respecto a las bases económicas generales del capitalismo de crisis globalizado, sino también en términos inmediatos de la tecnología y de la economía armamentista, la OTAN constituye una fuerza de intervención imperial global y una concepción capitalista global de ordenamiento mundial.

El concepto de "imperialista global ideal", elaborado por analogía con la formulación de Marx, según la cual el estado nacional constituye el "capitalista global ideal", evidentemente, este último, no remite quizás a una toma de influencia meramente "inmaterial"; se trata más bien de un aparato repleto de violencia de alta tecnología y de intervención política en todo el mundo que intenta establecer un encuadramiento para la acción capitalista con validez universal y, en este sentido, tiene que adoptar una pretensión de control igualmente universal. Sin embargo el "imperialista global ideal" mundializado se encuentra mucho más circunscrito al plano político-militar de lo que antes lo fue el "capitalista global ideal" en el seno del estado-nación: el imperialismo global no reúne los capitales de su área de poder en un encuadramiento ordenador también económico, sino que inversamente tiene que obedecer a la competencia desenfrenada de los capitales que transvasa cualquier marco ordenador y sobre el cual ya solo puede reaccionar de forma superficial y sin capacidad de ingerencia político-económica autónoma.

La OTAN, igual que los EEUU, no constituye un "estado mundial" que pueda pedir cuentas de las viejas funciones del estado-nación a un nivel superior, supranacional. La OTAN no es más que el "capitalista global ideal" (ampliado), o sea, una pura instancia de violencia y de presión política, y no la instancia para una regulación más abarcadora. Siendo así, la OTAN no puede resolver la contradicción del capitalismo de crisis global, pudiendo solo, en su propia estructura contradictoria, como organismo supranacional bajo la hegemonía del estado-nación de la "última potencia mundial", expresarla en muestras periódicas de violencia.

A primera vista este "imperialismo global ideal" monocéntrico de inicios del siglo XXI podría recordar el concepto casi olvidado de un llamado "ultra-imperialismo", tal como el viejo ideólogo-mayor de los social-demócratas alemanes Karl Kautsky lo tenía creído a inicios del siglo XX, en el ámbito del debate sobre el imperialismo con Rosa Luxemburgo y Lenin. Pero la analogía no pasa de ser muy superficial. Kautsky escribió en 1914 en "Neue Zeit": "Una necesidad económica para proseguir la carrera armamentista después de la guerra mundial no se confirma, ni siquiera desde el punto de vista de la propia clase capitalista, sino como máximo, desde el punto de vista de algunos intereses armamentistas. Inversamente la economía capitalista es la primera que se ve amenazada de manera extrema por las contradicciones entre los respectivos estados. Cualquier capitalista un poco perspicaz hoy debería dirigir a sus congéneres las siguientes vibrantes palabras: ¡Capitalistas de todos los países, unios!... Como es evidente, si la política actual del imperialismo fuese imprescindible para proseguir el modo de producción capitalista, los factores acabados de enunciar no conseguirían causar una impresión duradera sobre las clases gobernantes, ni llevándolas a imprimir otra dirección a sus tendencias imperialistas. Sin embargo eso es posible si el imperialismo, el esfuerzo de cada gran estado capitalista en el sentido de expandir su propio imperio colonial en detrimento de otros imperios de tipo semejante, establece solo uno de los diversos medios de promover la expansión del capitalismo... La competencia furiosa entre empresas gigantescas, bancos enormes y multimillonarios creó la idea del cartel de las grandes potencias financieras que engullirían a las pequeñas. Del mismo modo también ahora puede resultar de la guerra mundial de las grandes potencias imperialistas una unión entre las más fuertes que pondrá termino a su carrera armamentista. Por lo tanto no está excluido desde el punto de vista puramente económico que el capitalismo conozca todavía una nueva fase, una transferencia de la política de cartel hacia la política exterior, una fase de ultra-imperialismo, contra el cual evidentemente tendríamos que luchar con la misma energía que contra el imperialismo, pero cuyos peligros serían de otra índole que la carrera armamentista y la amenaza a la paz mundial" (Kautsky 1914, 920 s.).

Queda patente que la argumentación de Kautsky estaba lejos de la realidad de su tiempo (y así continuaría todavía a lo largo de décadas), porque la época de la expansión nacional imperial a esas alturas todavía no se había agotado. Pero si miramos más de cerca, Kautsky tampoco es un buen profeta de un futuro todavía lejano. Aunque había visto con bastante acierto (de forma semejante a Lenin, sin apenas profundidad conceptual de las formas sociales capitalistas en expansión) la posibilidad abstracta de otra constelación imperial global pero está estaba para ellos no bajo el espectro de una desintegración social mundial debida a los limites intrínsecos del modo de producción capitalista, sino solo como "otros medios de promover la expansión del capitalismo". La posición de Kautsky se encontraba enteramente determinada por el discurso social-demócrata del cambio del siglo XIX para el siglo XX, que había puesto oficialmente de lado la teoría de la crisis y del colapso y apostaba por una capacidad de desarrollo ulterior del capitalismo, para ser coronada por el movimiento obrero como una transición pacífica y parlamentaria hacia el socialismo de estado.

Tal como en Lenin, también en Kautsky el tema no es la crisis (a esas alturas "impensable") ni la crítica de las formas sociales que trascendían los límites entre las clases, sino la "voluntad de clase" solo sociológicamente fundamentada y que se manifestaba de forma política en el sentido de la "explotación", por un lado, y de la respectiva superación, por otro. Contrariamente a Lenin, sin embargo Kautsky no desarrolla este análisis abusivamente simplificado en el terreno de los hechos históricos efectivos, o sea, de la real competencia entre potencias expansivas imperialistas nacionales, sino como una fantasmagoría vergonzosamente oportunista. No queda duda de que es necesaria una mezcla de ilusionismo y auto-engaño para postular, incluso en medio del tronar de los cañones que anunciaba el inicio de la guerra mundial industrial, una alianza pacífica del imperialismo global o del ultra-imperialismo para una "explotación del mundo" común después de la guerra mundial, como si la realidad de esta última ni siquiera existiese o ya hubiese pasado a la historia (una actitud hasta hoy típica del raciocinio democrático reformista a propósito de cuestiones "peligrosas").

Sin embargo es precisamente por eso que la "visión de Nostradamus" de Kautsky, de un democrático caga-sentencias de sofá, se aplica mucho menos al hoy real "imperialismo global ideal" de la OTAN. En primer lugar lo que está en causa ya no es una "explotación común" flemática de regiones del mundo todavía no accesibles al capitalismo, pero si el problema de una crisis mundial en continua progresión y que se define precisamente por el hecho de que el capitalismo del centro, a las alturas alcanzadas por su propio estándar de productividad y rentabilidad, se va volviendo cada vez más "incapaz de explotar"; y el mercado mundial va dejando tras de sí crecientes zonas de "tierra quemada" en términos económicos, que ya perdieron la capacidad de ser explotadas por el capitalismo.

Y, en segundo lugar, la OTAN también constituye una alianza poco o nada pacífica del imperialismo global, precisamente porque está de lleno entrometida en bregar con las consecuencias político-militares y barbarizantes de la crisis sin solución posible. En este caso, todavía corresponde a la realidad que ochenta años después de las tesis de Kautsky ya no exista ningún conflicto inter-imperial semejante al de la primera guerra mundial; el contradictorio carácter supranacional de la OTAN se basa en desarrollos totalmente diferentes de los que Kautsky tuvo en mente y, así, está a la vista que no se trata de una era de paz capitalista que pueda ser transformada por la vía parlamentaria, sino una guerra bárbara de ordenamiento mundial sin ninguna perspectiva civilizadora. La analogía entre la construcción de Kautsky del "ultra-imperialismo" y el real "imperialismo global ideal" de la OTAN es perfectamente superficial y está desposeída de cualquier veracidad.

Pero lo que hace creer que en el siglo XXI no vamos a asistir a una reedición de las anteriores luchas de influencia territorial imperialistas nacionales por la hegemonía mundial no son solo los factores económicos y político-militares en el contexto de la pax americana y de la globalización. También el desarrollo cultural e ideológico no aporta las mínimas señales de que las viejas potencias de la época de las guerras mundiales vendrán en breve a prepararse para iniciar el tercero round y que la OTAN podría haber sido solo una manifestación transitoria circunscrita a la época de la guerra fría.

En una constelación de conflicto, ocurre que las sociedades involucradas tienen que ser formadas y preparadas no solo en los planos político, económico y militar, sino igualmente en el ámbito cultural e ideológico. Basta ver con que enorme esfuerzo y alcance histórico fueron montadas y cultivadas las imágenes de los respectivos enemigos, tanto en la época de las guerras mundiales entre 1870 y 1945 como en la constelación bipolar de la post-guerra entre 1945 y 1989. La "pérfida Albión", Francia como "enemigo hereditario" e, inversamente, los "hunos" alemanes etc. o posteriormente el "totalitario imperio del mal" en el Este, no fue solo objeto de un cultivo y de una coloración propagandísticos, sino igualmente artísticos en el plano de la cultura tanto nacional como popular, que se prolongó hasta en los pormenores de la vivencia cotidiana. Para tal fin fueron aprovechados todos los registros mediáticos, desde las discusiones académicas hasta el libro infantil, desde la conservación del patrimonio a la poesía lírica patriótica. Nada parecido se podría decir hoy sobre una construcción sistemática de nuevas y mutuas imágenes del enemigo en el interior del campo imperialista. Hasta el tradicional antiamericanismo europeo no solo es marginal, sino que él mismo se ha "americanizado".

Esto no quiere decir de ninguna manera que los patrones culturales e ideológicos nacionalistas, antisemitas, racistas etc. no regresen o que el recurso a los mismos no se vuelva más frecuente en los procesos de crisis de la globalización. Pero, contrariamente a la época de las guerras mundiales, estos patrones no encajan en el contexto de una formación imperialista nacional para la lucha de exterminio mutuo entre las grandes potencias capitalistas en torno a "grandes espacios geo-estratégicos". Ya la imagen del enemigo del "imperio del mal" soviético había sido formada sobre una línea de base diferente; ya no reflejaba la competencia mutua entre los estados imperialistas nacionales del centro occidental del capitalismo industrial, sino la competencia del centro como un todo con los retrasados históricos de la periferia y el respectivo "contra-sistema", que no dejaba de mantenerse encuadrado en el paradigma capitalista.

Después del colapso de la Unión Soviética y del fin de la guerra fría ya no regresan las viejas imágenes anteriores del enemigo, sino que se va construyendo una imagen nueva del enemigo, substancialmente más difusa, que ya no se encuentra determinada en primera línea por alguna competencia prolongada, como política imperial en el seno del modo de producción capitalista (tan solo se aplicaba al proceso de ascensión histórico del mismo), sino, y de forma inmediata, por las manifestaciones de desintegración que puntúan la crisis mundial capitalista: se trata de exteriorizar y personificar ideológicamente estas últimas, a fin de mantener obnubilado el carácter de las manifestaciones de la crisis y encubrir las respectivas causas.

(Segunda y última parte del capítulo I del Libro LA GUERRA DE ORDENAMIENTO MUNDIAL, Robert Kurz, Janeiro 2003)

Original alemão: http://www.exit-online.org/

Versión  en  portugués: http://obeco.planetaclix.pt/

Versión  en español: Contracorriente