Estados Unidos y Europa de 1945 a la fecha
Immanuel Wallerstein
Desde 1945, uno de los objetivos primarios de la política exterior estadunidense fue mantener a Europa como pieza subordinada y altamente integrada de sus recursos geopolíticos estratégicos. Esto fue fácil de lograr en la resaca de la Segunda Guerra Mundial, cuando, por efectos de la conflagración, el viejo continente se hallaba económicamente exhausto, y cuando la mayoría de sus poblaciones -y más sus elites políticas y económicas- tenían temor de las fuerzas comunistas, debido a la potencia militar de los soviéticos y a la fuerza popular de los partidos comunistas en Europa occidental.
El programa estadunidense tomó forma en el Plan Marshall, de asistencia económica para la recuperación europea, y en la creación de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
En este contexto se emprenderon las maniobras para crear las instituciones europeas. Al principio estos esfuerzos se limitaron a seis países -Francia, Alemania occidental, Italia y los tres países del Benelux (o Países Bajos: Bélgica, Holanda y Luxemburgo). También se tomaron las primeras medidas para crear las estructuras militares europeas, pero no dieron resultado. Moverse en esta dirección obtuvo fuerte respaldo de los partidos democratacristianos europeos, pero también de los partidos socialdemócratas. Los partidos comunistas en estos países se opusieron rotundamente, pues vieron estas estructuras como parte de la guerra fría.
Desde el punto de vista de Estados Unidos, las estructuras europeas parecían positivas porque fortalecerían las economías europeas (haciéndolas mejores clientes en el esquema de inversión y exportación estadunidense), y porque parecía la forma de conjurar los temores de Francia de un posible resurgimiento militar de Alemania, en su integración a la OTAN.
Para 1960, desde el punto de vista estadunidense comenzaron a cambiar dos elementos de esta ecuación. Primero, Europa occidental se fortalecía. Emergía como par económico de Estados Unidos y como tal se convertía en serio competidor potencial en la economía-mundo. Segundo, Charles de Gaulle asumía el poder en Francia, una vez más. Y De Gaulle deseaba estructuras europeas que fueran autónomas políticamente, es decir, que no fueran segmentos subordinados de los recursos geopolíticos estratégicos de Estados Unidos. En ese momento, el entusiasmo estadunidense por la unidad europea comenzó a enfriarse. Pero Estados Unidos se vio imposibilitado, en lo político, de expresarlo abiertamente. Los partidos comunistas de Europa occidental se debilitaban en el ámbito electoral, y sus políticas comenzaron a virar hacia lo que entonces se llamó eurocomunismo. A consecuencia de este viraje, cambió también la posición de estos partidos en torno a las estructuras europeas, y comenzaron cautelosamente a respaldarlas, o por lo menos tolerarlas.
Este periodo coincidió con el momento en que Estados Unidos perdía la guerra en Vietnam, lo que afectó seriamente su posición geopolítica. Este revés político militar y el surgimiento de Europa occidental y Japón como importantes competidores en lo económico significaron, combinados, el fin de la indisputada hegemonía estadunidense en el sistema-mundo y el inicio de un lento declive. Estados Unidos se vio obligado entonces a emprender ajustes en su política exterior, lo que menguó la simple y directa dominación que detentaba en el periodo previo. El ajuste comenzó con Nixon: se relajaron las relaciones con la Unión Soviética y, lo que es más importante, Nixon viajó a Pekín, transformando las relaciones Estados Unidos-China.
Nixon inició la política que yo llamo "multilateralismo suave", política que habrían de impulsar todos los presidentes subsecuentes hasta Clinton, incluidos Reagan y George W. Bush.
Pensando en Europa, la consideración principal era cómo retardar su tendencia hacia una autonomía política. Estados Unidos ofreció a Europa una "sociedad" geopolítica (es decir, algún grado de consulta) en dos frentes: la continuada guerra fría con la Unión Soviética, y las luchas político económicas del Norte contra el Sur. Se suponía que esto habría de instrumentarse mediante multitud de instituciones, entre otras la Comisión Trilateral, las reuniones del Grupo de los Siete y el Foro Económico Mundial de Davos. El programa relativo a la guerra fría dio por resultado los acuerdos de Helsinki. El programa Norte-Sur tuvo por resultado un impulso contra la proliferación nuclear, el Consenso de Washington (en favor del neoliberalismo y en contra del desarrollismo) y la construcción de la Organización Mundial de Comercio.
Se podría afirmar que en los setenta y ochenta, este ajuste en la política exterior obtuvo logros parciales. Pese a que aumentaba la autonomía política de Europa -recuérdese la Ostpolitik alemana y el gasoducto que vinculaba la Unión Soviética con Europa occidental-, en lo general Europa no derivó muy lejos en su distanciamiento geopolítico de Estados Unidos. En particular, los intentos de formar un ejército europeo fueron bloqueados con suma eficacia por la continuada oposición estadunidense. En la práctica, aunque no con palabras, Estados Unidos asumió una postura hostil hacia la unidad europea.
La política estadunidense tuvo logros mayores en el frente Norte-Sur. Casi todos los países del tercer mundo se alinearon a las políticas de ajuste estructural del Fondo Monetario Internacional; aun los países socialistas de Europa central y del este se movieron en esa dirección. La desilusión popular con los movimientos de liberación nacional en el poder, y con los regímenes comunistas del bloque socialista, enmudeció cualquier resto de militancia y creó un sentido de pesimismo morboso entre la izquierda mundial. Y por supuesto, el "triunfo" final fue el colapso de la Unión Soviética.
Pero este triunfo no sirvió de nada a los intereses de la política exterior estadunidense, por lo menos en Europa occidental. La razón es que deshizo el principal argumento para aceptar una subordinación geopolítica hacia el "liderazgo" estadunidense en todo el mundo. Saddam Hussein aprovechó el momento para desafiar a Estados Unidos de un modo que no habría sido posible en el periodo previo de guerra fría. La guerra del Golfo terminó en una pronta tregua, la cual, conforme avanzó la década, fue más y más inaceptable para Estados Unidos. No obstante, Clinton mantuvo la política Nixon del "multilateralismo suave" en los Balcanes, el Medio Oriente y Asia oriental, mientras los europeos occidentales continuaban evitando romper abiertamente con Estados Unidos en cualquier aspecto que fuera central. Pero para asegurar que Europa occidental se mantuviera alineada, Estados Unidos pujó fuerte por incorporar a los ahora estados no comunistas de Europa central y del este, a las instituciones europeas (y a la OTAN), sintiendo que podrían estar ansiosos de mantener y reforzar sus ligas con Estados Unidos. Se equilibraban así los emergentes sentimientos autonomistas en Europa occidental.
Y luego llegaron George W. Bush y los halcones. Para ellos, la política exterior que había prevalecido de Nixon a Clinton era increíblemente débil y contribuía nodalmente al declive continuado del poderío estadunidense en el mundo. Les molestaba profundamente tener que depender de las estructuras de Naciones Unidas y estaban muy ansiosos de restringir las aspiraciones europeas de autonomía política. Desde su punto de vista, la forma de lograr esto era haciendo valer el poderío estadunidense militarmente, de manera unilateral, flagrante, por la fuerza. Su objetivo expreso, muy anunciado de antemano durante los noventa, fue Irak, por tres razones: la guerra del Golfo había sido "humillante" para Estados Unidos porque Saddam Hussein sobrevivió; Irak podría ser un sitio excelente para asentar bases permanentes en medio Oriente; Irak era un objetivo militar fácil, justo porque no contaba con armas de destrucción masiva.
La teoría de los halcones era que la conquista de Irak demostraría la superioridad militar imbatible de Estados Unidos, y como tal tendría tres efectos: intimidaría a los europeos occidentales (y en segundo lugar a los asiáticos orientales) y pondría fin a toda aspiración de autonomía política. También intimidaría a las posibles potencias nucleares y las induciría a abandonar toda pretensión de allegarse tales armamentos. Metería miedo a todos los estados de Medio Oriente, y los induciría a renunciar a cualquier posible autoafirmación geopolítica, haciéndolos acceder a un arreglo entre Israel y Palestina que fuera aceptable para Israel y Estados Unidos.
Esta política fue un fiasco total. Irak, el supuesto blanco fácil, resultó no serlo en absoluto. Hoy la ocupación estadunidense enfrenta una resistencia y un creciente alzamiento que en su menor expresión puede culminar con un gobierno iraquí que no sea del gusto de Estados Unidos, y en su máxima expresión puede terminar con el retiro total de las fuerzas estadunidenses, como ocurrió en Vietnam. El intento por partir Europa en dos campos -la llamada "vieja Europa" y la "nueva Europa"- tuvo logros momentáneos. Con las elecciones españolas, la ola cambió por completo, y Europa está a punto de establecer, por primera vez desde 1945, su autonomía geopolítica. La proliferación nuclear no afloja el paso. Está acelerándose. Los Estados del Medio Oriente se alejan de Estados Unidos (con la excepción de Libia, a partir de una política que no parece vaya a durar). El conflicto Israel-Palestina se halla en una trabazón total, que persistirá hasta que estalle y no pueda haber contención alguna.
Ha fracasado la unilateralidad machista de los halcones, y el respaldo a su política, en Estados Unidos, disminuye notablemente, aun entre los republicanos conservadores. Sin embargo, ¿cuál es la alternativa? ¿Qué ofrecen los republicanos moderados, o los demócratas centristas dirigidos por John F. Kerry? El "multilateralismo suave" de los años de Nixon a Clinton. ¿Puede éste funcionar ahora? Lo dudo mucho. Lo más probable es que, en los próximos 10 años, la sirena del armamentismo nuclear atraiga con su canto a unos 12 estados, por lo menos, y que pasemos de ocho a 25 potencias nucleares en el próximo cuarto de siglo. Este es un cincho real al poderío militar estadunidense. No parece haber posibilidades de que la realidad de Medio Oriente se mueva en alguna dirección favorable a Estados Unidos. Esto es particularmente cierto en el caso de Israel-Palestina.
Y¿qué ocurre con Europa? Europa es la gran interrogante de la geopolítica mundial del momento. Aun los más "atlantistas" de los europeos se distancian del gobierno estadunidense, o de un Estados Unidos "multilateralista". Pero Europa comparte todavía un interés con Estados Unidos: la lucha Norte-Sur.
La adopción de una Constitución europea, seria, está aún en duda, especialmente cuando el voto negativo de cualquier país en algún referendo puede deshacer cualquier acuerdo. La izquierda europea, en particular, no está curada de sus dudas posteriores a 1945 en torno a la unidad europea, y como tal no está preparada aún para lanzarse con los brazos abiertos a la construcción de Europa. Esto es particularmente cierto en los países nórdicos y en Francia, pero existen reticencias semejantes en casi todas partes.
Una Europa fuerte y autónoma es el primer tabique -esencial- en la construcción de un mundo multipolar. Una Europa autónoma que estuviera dispuesta a trabajar en pos de la restructuración fundamental de la economía-mundo, en direcciones que de hecho comenzaran a remontar la continuada polarización Norte-Sur, constituiría un cambio mucho mayor en el escenario mundial. Ambos aspectos son muy plausibles. No hay certeza absoluta.
Traducción: Ramón Vera Herrera