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EL TRÁNSITO A LA OLIGARQUÍA.

SIC TRANSIT

Federico García Morales

La "transición" es un momento del concepto que resuena en todas partes. Tiene que ver con lo que no es, con lo que todavía no llega a ser, con lo que no se despide de lo que fue, con una diferencia que no se manifiesta o no acaba de declarar su identidad. Es, por fin, "la verdad indiferente". En este sentido, la "transición" viene también a dar alivio al oportunista y al académico "objetivo", que no tendrán que desvelarse precisando términos a lo mejor enojosos, que pudieran llevarlos a manifestar identificaciones vergonzosas de aceptar, u oposiciones que puedan llevar al martirio o a solidaridades de las que es "mejor" escapar…

La "transición" pareciera tener base en un mundo reconocidamente inestable, donde llega a ser ideológicamente conveniente el recurso de la indiferencia. De este modo no se defienden causas y se ofrece poco. Así cualquier situación política estirada hacia "el tránsito" puede seguir manejando una enojosa estabilidad, y rechazar su negación. Eso pasó con "el tránsito a la democracia" que se ha cacareado en tantos rincones, y que eventualmente pudo ser una manera disimulada de encarar el establecimiento o la continuidad de odiosas oligarquías. En América Latina, este slogan da a suponer que es efectivo un creciente apoyo de las masas a la reproducción del dominio burgués e imperialista, y que efectivamente la democracia es una dimensión saludable de la globalización, que va acarreando paulatinamente mayor presencia social en todos los niveles de decisión, en el estado, en las regiones, en las empresas, en las escuelas.... Pero bien claramente eso no está ocurriendo.

Y la evidencia en contrario cunde. Y una profunda desconfianza amenaza a las instituciones de portada de una democracia frustrada, aplastada en su "tránsito".

La democracia, exhibida como estandarte, y en realidad aplastada por la transición, se sobrevive como una vieja demanda de la burguesía en ascenso, pero que nunca encontró espacio de crecimiento hacia la igualdad, la libertad y el autogobierno, frente a la fuerza expansiva de los intereses egoístas de esa misma burguesía. Y esta democracia ambigua constantemente debió experimentar una represión apoyada en la diferenciación social y económica del ordenamiento de un mundo de opresión y jerarquía. Donde la extensión de toda suerte de poderes anulaban la emergencia de sujetos efectivamente democráticos. El capital-poder cosifica al hombre. El mundo del capital y de sus ideologías (al caso, el neoliberalismo), es un mundo de cosas. En el centro tanto como en la periferia, pero con el agravante de que en las colonias es también la miseria. Hasta ahora la realidad de esa transición avasalladora no es la democracia, sino el capital y el puñado de favorecidos que lo controlan.

La Globalización que no democratiza...

Desde luego la propia Globalización se ve a sí misma como una "transición" carente de polaridades, de estaciones de salida o de llegada, en cuyo recorrido no puede definirse nada que no sea ese movimiento perpetuo de un Big Bang en estado estacionario, donde la mejor aproximación a la definición "indiferente" es la interrelación entre todas las transiciones en busca del mercado abierto, en manos del sistema corporativo que viene dominando este proceso: sólo en el terreno económico el establecimiento corporativo globalizante controla el 80% del producto bruto global, y así está en condiciones de controlar el mundo; en política, sus circuitos tienen más poder que los estados.. Y no es este un poder democrático. Es un poder excluyente, concentrado entre quienes toman las decisiones que convengan a los intereses del sistema corporativo. Sus aperturas de mercado requieren de gobiernos dóciles y del establecimiento en su seno de mafias secuaces también concentradoras de poder., y como se sabe a esas corporaciones las controlan tenedores de acciones. tecnócratas y directorios muy reducidos. La Globalización es por eso, un programa oligárquico. En crisis, pero todavía al mando y operando activamente en su insaciable búsqueda de poder y de ganancias. Las corporaciones transnacionales, con mucho realismo, contabilizan su participación en este recorrido. Y, para satisfacción de los creyentes, lo ponen como "crecimiento bruto global". En medio del tránsito, un informe de Naciones Unidas que ya no llama mucho la atención, nos dice en estos días que el siglo XXI será el siglo del hambre.¿Cómo se entiende esto? ¿Es que en el seno de la Globalización indefinida también hay transiciones con direcciones opuestas?

Los métodos de este sistema son los de la exclusión y los del autoritarismo extremo, pero su ideología es "el tránsito" hacia lo que no existe, o quizás, está destruyendo.

Y allí también transitan otras partículas: los estados --- que en la transición globalizante no encuentran todavía condiciones para disolverse-- pues los encontramos a todos transitando, pero como en un desfile—"hacia la democracia". Claro que en el desfile, esos estados y sociedades son encabezados por un estado mayor, y hasta por un emperador, y las demás delegaciones, también por estados mayores y reyezuelos —elites políticas, se hacen llamar. Elites –sólo ellas—a cargo de la construcción de los novísimos "Estados de competencia", que deben sacrificar todo a las ventajas del mercado.

¿Por qué el Estado de competencia no es democrático?

Porque para posicionarse en el mercado, para atraer, por ejemplo a la "inversión extranjera que genera crecimiento" debe extremar las medidas para hacer explotable a su población trabajadora, doblegándose a la colonización de las cadenas productivas, la flexibilización laboral, el aislamiento del trabajador como unidad productivista, encerrado en la angustia carcelaria y autoritaria de los galpones maquileros o en la angustia alienada de la marginación y el desempleo, hasta hacerlo desaparecer como sujeto político.

El Estado de competencia elimina la solidaridad obrera, destruye los sindicatos, interviene y aplasta toda otra forma de organización de los de abajo, partidos políticos incluidos. No es casualidad que el modelo neoliberal en América Latina haya tenido como prólogo necesario a feroces dictaduras. La dependencia de la cadena productiva construye en América Latina la dependencia colonial del Estado de competencia. Y proyecta un clima a la vez autoritario y sometido, que precisa de una legislación que resguarde los intereses corporativos, entregándoles esferas de autonomía no regulada, que santifique la dependencia financiera y el retraso, y que impida la expresión de las mayorías. La educación de este estado, educa para la productividad y la competencia, y construye minorías. Y los aparatos militares se homogenizan detrás de los aparatos del estado imperial, que fuerza aquí su presencia como "estado global". El estado de competencia no puede ser un estado de competencia democrática.

La reforma estructural no repone un sistema de decisiones donde se estime en algo a la soberanía popular. Con ella surge una nueva política, en donde discuten , negocian y deciden ejecutivos y tecnócratas transnacionalizados, henchidos de preocupaciones mercantiles. Esta es una política de minorías, y así lo reconoce "el pueblo" que se retira de las justas electorales y levanta la bandera de la abstención, ya que no ve las ventajas en votar sin alternativa por alguno de los candidatos seleccionados por la empresa, que vegeten sobre la cáscara del partido político siempre neoliberal. La nueva política –o también Nuevo Orden—responde al lema del reaccionario De Maistre, "el pueblo no vale nada". Es ya extensamente un sistema social regresivo, con sus nidos de esclavos y semi-esclavos. La "democratización" de la Globalización tiene como señal los 27 millones de esclavos que contabilizaba hace unos números la revista National Geographic Magazine.. Pero debe sumarse a ellos todos los obreros, obreras y niños de las maquilas, con sus salarios de miseria. ¿Y dónde poner, y con qué paramentos de presencia política, y de voz en las decisiones, a los 250 millones de pobres de América Latina?

Irak también transita.

¿Qué tránsito es ése? Ya para siempre descartado el pretexto mentiroso de la existencia de armas de destrucción masiva, a Bush y a Blair no les queda otra cosa más convincente que asegurar que "no quedaba otra alternativa que la invasión" para alcanzar el tránsito de Irak a una democracia estable. En todo caso una democracia con muchos apellidos, ya que es "concedida", carente de poderes legislativos o judiciales autónomos, una democracia ocupada, donde el pueblo no puede elegir otro destino que la sumisión.

Seguramente las tropas de EEUU en Irak—y las de sus sirvientes--- están empeñadas en provocar allí "el tránsito del autoritarismo a la democracia". Al menos así lo repiten majaderamente los conductores del gobierno norteamericano, Bushes y Kerries.

Ese tránsito estabilizador se construye según la doctrina Bush, mediante la eliminación de los movimientos patrióticos iraquíes y la creación de algo que haga sustentable la permanencia de los intereses norteamericanos en la zona. En estos días la cuestión de método es la tortura, el abuso que permite quebrar a la gente. Un modelo de transición que se ve sancionado por los silencios de las Naciones Unidas.

Un paso "seguro" hacia esa democracia ha sido designar a la pandilla que hace de Consejo de Gobierno bajo la batuta del interventor Brener, un especie de sátrapa. Como lo es también asegurar el mantenimiento de tropas de ocupación por muchos años, y que a no dudar, estarán capacitadas para organizar cualquier comicio futuro. Tras las huellas de las tropas e intervenciones norteamericanas, se han levantado indudablemente numerosos regímenes que podrán servir de antecedentes para el intento en curso. Muy recientemente tenemos, poco antes, el caso de Afganistán, y antes, los numerosos ejemplos africanos, el resultado chileno (con un golpe de estado y una dictadura y secuelas ampliamente auspiciados por EEUU), lo que sea hoy Croacia, Kosovo, etc. Y más lejos, la Nicaragua de Somoza. Lo que está pasando en Irak, no es muy diferente a lo que viene ocurriendo en la Palestina ocupada. Y la democracia no tiene nada que ver con eso, mucho menos como punto de llegada de la amarga travesía.

Hay indudablemente una transición, pero es hacia un sistema de poder concentrado, no consensuado. Un poder donde las decisiones se adoptan muy lejos del pueblo. Irak nos permite descubrir el doble lenguaje que encubre la operación. Pero en América Latina no tenemos motivos para ufanarnos de nuestras institucionalidad democrática. Es que aquí también encontró su fe de bautismo el tema de las transiciones democráticas que llevaban a otra parte.

América Latina y la transición oligárquica.

Es un festín para los sociólogos del poder concentrado de principios del siglo XX, como Mosca, Pareto y Michels...

Sólo que si en la teoría de Pareto la élite se caracterizaba por la posesión de una "cualidad eminente"—nada de eso puede rastrearse entre los personajes que dominan la escena en América Latina. Goza sin embargo de popularidad el uso del término "clase política", de Mosca, pero acá también esa designación se ve decaída, ya que el poder completo se le escapa, por ser si una clase, una clase colonizada. Un bajo fondo en las estructuras del poder global.

Cuando los organismos supranacionales tratan de aproximarse a la situación de los países Latinoamericanos, lo primero que hacen resaltar es de que se trata de "economías en proceso de reajuste estructural", queriendo señalar con eso, que están en una transición hacia economías abiertas a la inversión corporativa internacional. Esto es, que están incluidas ya de una extensa manera en una situación de creciente concentración de la riqueza, pero en realidad en una sutuación de extorsión colonial.. En manos de agentes tanto externos como internos. Luego siguen otras observaciones, que ya tienen algo de ritual, en el sentido de que estas sociedades vienen a ser las más extremadamente polarizadas del planeta en lo que respecta a riqueza y pobreza.

Si tomamos en consideración solamente estos dos puntos, y nos preguntamos como llegan a su tan clara manifestación, y nos trasladamos a la esfera política para establecer puntos de impulso y tolerancia a una economía política de estas consecuencias, nos damos con un conjunto de Gobiernos para los que estos señalamientos vienen a ser virtudes, ya que todos comparten el ideario y los mitos del neoliberalismo. Y en esta unanimidad encontramos gobiernos de derecha como en Colombia, Nicaragua, México o El Salvador, gobiernos populistas como el de Brasil, Perú o Argentina, gobiernos de "socialistas renovados" como el de Chile. Y hay más, en todos se ha dado una práctica consistente con el ideario, en esto de las aperturas de puertas, pago de la deuda, privatizaciones, solidaridad con la política colonial de EEUU en esta y otras regiones, y aceptación de los niveles crecientes de pobreza. Aquí. los agentes de derecha dicen que "la globalización llegó para quedarse", mientras los agentes "de izquierda" de este sistema suelen matizar que será dentro de la globalización donde deberá darse la lucha por "la justicia social". Y ambos están de acuerdo en la conveniencia de la inversión extranjera "que crea oportunidades", sobre todo en materia de explotación de una fuerza de trabajo "competitiva" (barata y productiva ¡!) .

En el interior de cada país nos encontramos con que "la leal oposición" permite todo esto, y lo aplaude ya que también comparte los mismos idearios y mitos, llegando a constituirse entonces un sistema de apoyos recíprocos y de complicidades que no deja espacio a alternativas. Pareciera entonces que la esfera política latinoamericana apostara únicamente a la continuidad. Básicamente a que no se rompan las reglas del juego instaladas con el predominio estratégico y corporativo de los EEUU en la zona, que otorgan también una cierta capacidad de juego y enriquecimiento a los agentes locales de esta turbia solidaridad.

Lo que proyecta todo esto hacia el tema de "la transición a la democracia" , es un mensaje de desigualdad, y el dato sobre la fuerte concentración del poder y el establecimiento de un movimiento oligárquico en las sociedades latinoamericanas, que es solidario con los poderes transnacionales en la explotación colonial del continente.

La gente, frente a esto no está ciega, y una profunda desconfianza comienza a anidar frente a los decires de los potentes. Lo que da lugar a vaivenes, incertidumbres y sorpresas que pueden conducir a la completa desarticulación del sistema político latinoamericano, tal como lo veníamos conociendo. Y en donde de no surgir una auténtica movilización democrática, socialista, anti-corporativa y anti colonial, en reemplazo el imperialismo buscará instalar nuevas monstruosidades reforzadoras de su control. Actualmente, en el centro de esta nueva situación hay una ausencia: el partido político, sea de masas, sea de cuadros. Cualquiera de esas experiencias que pudieran haber existido antes—y que podían servir como base de despegue para una "transición democrática—se han venido desplomando bajo el peso de la corrupción y la insolvencia ideológica. Su última expresión son sólo esas mafias que flotan en torno a destinos de individuos con aspiraciones de mando y fortuna, que en este tiempo de desconcierto, tan aciago para las mayorías, vienen tratando de enderezar los circos electorales.

En los diferentes países de América Latina, la "transición democrática" ha tenido sus momentos:

  • --en el establecimiento de pactos "a la Moncloa", que aseguraban cierta circulación entre élites de hombres de negocios, dirigentes de fracciones populares, representaciones oligárquicas tradicionales y hasta de las fuerzas armadas, comprometidos todos con las aperturas que precisara el capital transnacional que se viene a aclamar como "condición para el crecimiento".
  • -en la concentración del poder en ejecutivos que operan sobre un alto grado de autoritarismo –que en el fondo sólo facilita la gestión de los grandes negocios. En América Latina no hay repúblicas parlamentarias, y el control de los presidentes de la república viene a ser clave para el despegue-y la navegación- del modelo.
  • --en condiciones de independencia, y no de avanzada dominación colonial – estos ejecutivos podrían surgir y equilibrarse entre las demandas de fuerzas internas, llegando a construir hasta sistemas "bonapartistas". Pero bajo estas otras condiciones, donde las decisiones del poder norteamericano se obedecen en el sur, para que esta obediencia sea efectiva, desde hace mucho que se trata de dar entrada a esos cargos sólo a aquellos que den garantía de confianza, como haber evidenciado su aceptación al modelo, haber aceptado , por ejemplo, los Tratados de Libre Comercio, haber convivido más o menos estrechamente con las instituciones centrales del poder norteamericano (Fuerzas Armadas, Banco Mundial, CIA) o participado en alguno de los "brain trusts" o semilleros de la nueva inteligencia. Hoy toda esa gente muestra en su comportamiento una marcada aceptación de la nueva Doctrina de Seguridad Nacional de EEUU y acepta las condiciones del nuevo coloniaje. Es decir, muestra un alto grado de integración sin desviaciones, como condición para participar en la nueva oligarquía.
  • --La recomposición del proyecto democrático en una versión "poliárquica", se ve sorprendentemente favorecida por el propio rumbo económico concentrador, y por otro lado, por el desgaste de los partidos políticos latinoamericanos de todos los colores del espectro.
  • --En el sector económico, se destruyeron las reformas agrarias y se ha abierto un periodo de fuerte concentración de las tierras, los sistemas comerciales también se concentraron con la entrada de grandes cadenas de supermercados, y en lo principal se privatizaron minas, bosques, mares, aguas, energía, comunicaciones, carreteras, vias férreas, bancos,etc. La construcción de una gigantesca deuda externa transfirió poder al sistema financiero internacional que dicta condiciones. Eso llevó al inmenso enriquecimiento de unos pocos, sobre todo a la extorsión permanente de esos países por el negocio internacional, y a una situación de privación. Muy depresiva sobre la mayoría de la población.
  • -- En la recomposición ideológica. Los partidos políticos entraron en el juego de la globalización y del neoliberalismo, que comparten desde el gobierno y desde la oposición. Sus contiendas desde hace tiempo son sólo competencias de mercadotecnia, y así inevitablemente se fueron alienando convicciones y confiabilidad. Bajo el espectro del nuevo sometimiento, en la cumbre de los partidos –cumbres sin bases—flota el destino de grupos de optimates, en lucha desaforada por el poder y la riqueza--, que sólo tienen como objetivo perpetuarse en esa esfera y en los pocos escalones que tengan "hacia arriba". Eso originó, inevitablemente, una suerte de selección no de los mejores, precisamente, sino de los peores, de los que ya conocen del arte de la corrupción, del uso del doble lenguaje, de los compromisos con el capital que puede sustentar sus campañas, y de los azares del arribismo. Todo esto empuja un déficit democrático.
  • --En este debilitamiento democrático participan ya desde lejos las corrientes socialistas y populistas que abandonaron sus proyectos de transformación social y han traspasado ya los límites del reformismo más estéril para pasar a ser comparsas en la realización neoliberal. Eso, inevitablemente los aisló de sus bases y los transformó en mafias de cumbre. La desconfianza hacia ellos tiende a transformarse en una crisis de "legitimidad" cuando vienen a traicionar directamente sus promesas de "justicia e igualdad" de sus campañas electorales a favor de una dogmática neoliberal en alguna versión "light". Su última jugada ya no la realizan desde proyectos de país, desde una entrincherada crítica al modelo imperante, sino en el nivel de la pura esperanza tras alguna figura providencial, que en su aislamiento personalista miente si dice que garantiza algo. Eso se vio en el caso Lula, y antes en alguna medida, en Cardoso, o en las ilusiones que despertó la Concertación chilena, ya más allá de una década administrando el negocio que dejó Pinochet.

En Argentina la "transición democrática" tuvo sus momentos en los gobiernos entreguistas y corruptos de Menem, de la Rúa y lo que siguió, donde la crisis y la depresión tuvieron más capacidad de decisión, provocando la descomposición del régimen político y del sistema de partidos. A eso ha sucedido una construcción extremadamente personalizada que ha generado un paréntesis en donde no se sabe qué sigue, pero en donde persiste la sombra de instituciones carentes de legitimidad, incapaces de generar vastos consensos en torno a ellas. Un suspenso que de todos modos, si no trae estabilidad, al menos conjuró una eventual revolución social. El sistema político argentino es hoy solamente un sistema de negociaciones entre el Presidente y el FMI, limitado por la eventualidad de cualquier nueva caída de la economía internacional. No puede decirse que exista en Argentina algún indicio de prosperidad para la transición a la democracia: una economía que está presidida por el desempleo, la falta completa de un proyecto viable de país, la desaparición del encanto del partido político que se ve inviable como partido de elite, de masas o de cuadros, y la gigantesca corrupción de los aparatos de gobierno... Precisamente todo empuja hacia un déficit democrático, mientras las corrientes oligárquicas y concentradoras sobre todo externas hacen su negocio.

En Bolivia, el viejo atractivo popular de los partidos surgidos tras la Revolución, el MNR. el MIR, se desvaneció hace tiempo, tras una historia de alianzas increíbles.. La masa refugia sus demandas en una renovación de organizaciones más originarias, más cercanas a su situación de clase: sindicatos, comunidades indígenas, cuya movilización sólo puede cumplir sus objetivos en una línea de enfrentamientos con el estado neocolonial y sus aliados. La democracia en Bolivia agotó su oferta cuando sólo fue bandera de unos pocos que tampoco creían en ella, porque estaban contra todo principio de justicia e igualdad, e hicieron del Gobierno una máquina para favorecer sus intereses y su perpetuación en los sitiales del poder y de las oportunidades sobre mayorías explotables. Aunque no cabe dudas de que la caída de Sánchez de Lozada fue un golpe para esas fuerzas. Hoy, la representación política refugiada en el Congreso, no camina por las calles.

La situación de Bolivia puede volverse extremadamente trágica, dada la codicia que comienza a crecer entre las burguesías del entorno y de los países centrales por sus riquezas en hidrocarburos.

En Chile, joya de tanta "transición" , se sigue respetando la Constitución de Pinochet, se sigue fortaleciendo a las Fuerzas Armadas, --en los gobiernos de la Concertación se ha gastado más en armas que en los años de la Dictadura--, se ha privatizado más, y la colaboración con los negocios y el gobierno norteamericano se ha hecho más estrecha. En este país la mayor desfiguración política afectó al Partido Socialista, que junto con la subcorriente PPD terminó asumiendo ideario y mito neoliberales. Pero con cierta autonomía de los partidos de la Concertación—o corrompiéndolos—jugó una burocracia de estado todavía más corrupta, que asumió completamente la continuidad en un ensamble absoluto con los intereses corporativos y de la preeminencia colonial norteamericana.

La Derecha aquí jugó también su rol en un amplio pacto de gobernabilidad .

Esta situación que ya lleva unos catorce años, se ve asombrosamente como "nueva", pues ha sido en la última gestión cuando ha mostrado más claramente su sentido. Probablemente, en una perspectiva histórica, se llegue con el tiempo a ver a la "Concertación" y a sus pactos fundadores, como un gran engaño. Esto, ya comienza a cobrar un precio: el exceso de identidad entre las políticas de la Concertación y de la Alianza por Chile, por ejemplo, también aquí ha conducido a un vacío político, que en vano se trata de llenar con más circo con payasos con fraternidades norteamericanas y "Colombinas" por candidatos. Si el planteamiento de la Derecha es la ambigüedad que intenta disfrazar su pinochetismo prístino, con un fondo de conflictos entre dos asambleas que caben en un salón, el planteamiento de la "Concertación" se limita a la difícil búsqueda de alguna postura de izquierda todavía en algún oscuro rincón de recuerdos, o la substitución de decisiones partidarias ya imposibles, por la fachada del atractivo femenino que pudieran despertar una incondicional del gobierno norteamericano, la que negoció la venta del destino del país en el Tratado de Libre Comercio, o la que escogió como destino dilapidar el ingreso nacional rearmando al ejército y amparando aventuras bolivianas y haitianas..

El posicionamiento tan falaz de estos grupos, tiene algunos ejes: 1) la rendición ante el decálogo neoliberal y pinochetista de la "realidad"; 2) la continuidad en la aparente concentración del poder en la figura presidencial que sirve de pantalla al poder real de los aparatos "fácticos": empresarios, imperialistas y FFAA. 3) la congruencia con que se han conducido los pactos de "la Transición" entre Concertación y Alianza. 4) el envejecimiento apernado, y sancionado por el principio de reelección de una estrecha mafia de gestores políticos con una ideología económica común, que vela por los intereses corporativos y su enriquecimiento personal. Todo esto no es democracia ni transición a la democracia. En el concepto más general pero también más preciso de democracia hay un signo de igualdad, que aquí se encuentra ausente. La transición democrática, si alguna vez fue un designio sincero, se hundió sin remedio en Chile, cuando los gobiernos de la Concertación abrazaron el modelo económico neoliberal implantado por la dictadura, y se proclamaron súbditos de la Constitución implantada por las mañas de la dictadura. De ahí en adelante vino la devaluación democrática del país y la desaparición de instituciones que fueran motores de democratización. La maquinaria electoral indudablemente todavía persiste, pero no ya para producir alternativas, ni siquiera insinuarlas. Sólo para profundizar en el sistema de exclusiones y de bárbara entrega de los recursos del país.

Dejamos al lector el inventario de los caminos oligárquicos en tantos otros países. Pero no olvidemos lo que está generándose en los países centrales mayores, en EEUU en particular y en las otras grandes áreas geopolíticas.

Los tratadistas a la Bobbio , Dahl o Sartori , podrán deambular vanamente, con lámparas encendidas en pleno día, buscando algún sendero de transición democrática en el continente, --en El Salvador de Arena, en la Colombia de Uribe, en el Perú de Toledo o el Ecuador de Gutiérrez---, y podrán alumbrar entre los Andes y los ríos amazónicos, hasta sumar a esta crisis política el agotamiento de sus baterías. Y tal vez vuelvan a decidir que en vez de democracia deberán hablar de "poliarquía de elites"—para no aludir al fondo escandalosamente oligárquico del experimento en curso, o que la Democracia es un anhelo que no puede ir más allá de los escenarios electorales, y que si de transiciones se trata, éstas son el simple traslado de una gran carga de miseria y de despotismos que ahí va, buscando perpetuarse, a la sombra de una nueva recaída colonial. Pero alguna vez, hasta Aristóteles anotó que las oligarquías encuentran su límite en la sublevación. (Política V).

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