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Irak: a un año de la invasión, el imperio desconcertado

Adrián Sotelo Valencia (*)

El 9 de abril de 2003 Estados Unidos sembró la ilusión mediática de la "caída" de Bagdad cuando las tropas norteamericanas y la opinión pública mundial presenciaban el derrumbe de la enorme estatua de Saddam Hussein en el corazón mismo de la capital del país asiático. Un mes después, el 1 de mayo, Bush proclamaba a viento y marea el "fin de los combates" y agitaba con arrogancia el --efimero-- "triunfo" de las tropas invasoras desde que comenzó el ataque el 20 de abril de 2003.

Hace un año los comandantes del imperialismo norteamericano-anglosajón y su "coalición" integrada por personajes siniestros como el castilla Aznar --hoy derrotado en las urnas-- encabezados por George Bush y sus halcones del pentágono hacían cuentas alegres respecto a haber logrado la "derrota" del "régimen sanguinario" de Hussein y de su Guardia Republicana. De manera cínica el primer ministro británico, Tony Blair, en julio de 2003 ante el congreso de Estados Unidos justificó la guerra imperialista contra Irak al afirmar que "la historia perdonará a ambos países" (en referencia a Inglaterra y Estados Unidos), aunque en el futuro se revelaran falsas --como en efecto ocurrió-- las acusaciones sobre armas de destrucción masiva que se enarbolaron para justificar la invasión. De la misma manera cínica agregó que "Si nos hemos equivocado, habremos acabado con la amenaza del terrorismo, y eso es algo que la historia nos perdonará (http://www.elmundo.es/elmundo/2003/07/17/internacional/1058474525.html, 18 de julio de 2003). Por lo menos el pueblo iraquí, hasta ahora, no los ha perdonado.

Por su parte el día que proclamó "el fin de los combates", superman-Bush apareció en las cámaras televisivas de audiencia global con actitud prepotente, engolosinado y amenazante para advertir al mundo entero que esto era el comienzo de la destrucción del "eje del mal" --lo había sido antes el ataque a Afganistán-- y que de ese momento en adelante la "potencia única" iba a reinar absoluta en el mundo del "imperio" ayudada por los rastreros gobiernos que en busca de dólares devaluados se ponían a sus órdenes: España, Polonia, Italia, Japón, Corea del Sur, El Salvador, Nicaragua, etcétera, a la sombra de la nueva "doctrina " de la "guerra preventiva" de destrucción masiva que supone la previa eliminación del "enemigo" simplemente porque el imperio sospecha que es eso: su enemigo.

Por supuesto, las transnacionales estadounidenses, la derecha y ultraderecha mundial y norteamericana, fueron los principales celebradores del "gran acontecimiento" de sangre y terror: se habían apoderado de los enormes yacimientos petrolíferos del país árabe y, al mismo tiempo, apropiado de un territorio que ocupa una superficie de 437.072 km2 que en la lógica neoimperial y expansiva por su ubicación geoestratégica iba a servir como plataforma para imponer la hegemonía absoluta de Estados Unidos en esa región del planeta, al mismo tiempo que para socavar --o limitar-- la eficacia de verdaderas potencias nucleares (virtuales enemigas) como Corea del Norte, China o Rusia.

En el fondo, el objetivo de la agresión imperialista de la coalición perseguía cambiar el mapa político de Medio Oriente a favor de Estados Unidos y desde allí fortificar su expansión planetaria.

El pretexto "científico" que había esgrimido la administración Bush para lanzar su aventura genocida y ocupar el país --básicamente la presunta existencia de armas de destrucción masiva que nunca se encontraron simplemente porque no existían más que en la cabeza de los agresores del pentágono-- fue socavado por hechos contundentes: no existían tales armas destructivas, tampoco ninguna relación del régimen Iraquí de Saddam Hussein con Osama bin Laden ni con los atentados del 11 de septiembre de 2001 que produjeron la caída de las Torres Gemelas de New York.

Lo cierto, lo incontrovertible, fue la invasión y la ocupación efectivas del territorio Iraquí por las fuerza militares y paramilitares de Estados Unidos e Inglaterra, a pesar de la franca violación que ello significó de las resoluciones de las Naciones Unidas que, dígase de paso, hasta la fecha junto con su secretario general, Koffi Annan, mantienen una actitud de complicidad con dicha invasión al no haber implementado sanciones contra los gobiernos invasores de Bush y Blair.

A pesar de la evidencia de que no se encontraron las famosas armas de destrucción masiva -- que por cierto, sólo existen en los arsenales estratégicos de Estados Unidos-- y de haber derrotado a Saddam Hussein y, posteriormente haberlo capturado con vida y mantenerlo hasta la fecha en cautiverio, sin embargo sigue la ocupación y la agresión por parte de los ejércitos de la "coalición" al pueblo de Irak.

De manera descarada el personero impuesto por Bush (el gringo Paúl Brener) mal llamado "administrador civil de Irak", ha declarado que Estados Unidos no va a abandonar el país y que, por el contrario, buscaran a toda costa legitimar la invasión imponiendo, después del 30 de junio de 2004 --fecha supuestamente límite para "entregar" el mando a los Iraquíes-- un gobierno títere similar a los gobiernos que Estados Unidos impuso sistemáticamente durante las décadas de los años sesenta y setenta del siglo pasado en América Latina mediante el aliento, apoyo y consolidación de una ola de dictaduras militares que se extendieron desde la brasileña de 1964, pasando por la de Pinochet en Chile en 1973 y aterrizando con las de Argentina y Uruguay en 1976, cuando da fin el largo ciclo de dicha onda expansiva que también cubrió Centroamérica y El Caribe, aunque con la actual ocupación de Haití por Estados Unidos luego de la caída del gobierno constitucional de Jean-Bertrand Aristide, parece dar comienzo un nuevo ciclo de este tipo.

Pero es precisamente esta experiencia del imperialismo histórico la que está fallando en la actual estrategia norteamericana de invasión, ocupación e imposición de gobiernos títeres y afines a Washington.

En primer lugar, porque no es lo mismo el siglo XX que el XXI, en donde es más evidente el desgaste y el declive de la "legitimidad" de Estados Unidos en el plano global por más que todavía exhiban la brutalidad e "inmunidad" de su fuerza militar, aún, después de la caída del régimen estalinista en la ex-URSS y del advenimiento de la llamada "posguerra fría".

En segundo lugar, porque hoy los pueblos (y no necesariamente sus gobiernos) van tomando conciencia de que sólo luchando es posible preservar su cohesión y su unidad nacional, territorial, política y cultural frente a los intentos de desintegración y balcanización de los Estados que promueven las fuerzas globalizadoras de las empresas transnacionales y de los intereses estratégicos del imperialismo en el mundo.

En tercer lugar, cabe apuntar, que frente a las racistas teorías occidentales protocapitalistas y neoliberales del "choque de civilizaciones" (Huntington) y del "fin de la historia" (Fukuyama) que han esgrimido y echo suyas los personeros del imperio, hoy las fuerzas sociales, políticas y culturales progresistas del mundo entero, oponen y desarrollan la solidaridad, el multiculturalismo, la convivencia pacífica, la producción y el consumo comunitarios, la democracia popular y representativa del pueblo y de sus intereses de clase, étnicos, religiosos, de nacionalidad y de región.

Lo anterior queda comprobado en Irak donde por primera vez chiítas (70 % de la población) y sunitas (20 % de la población) se unen para constituir frente a la agresión imperialista un amplio movimiento de unidad nacional que, como expresó un analista, se estimuló luego de la ofensiva contra la ciudad de Faluja en el oeste de Bagdad que reforzó un sentimiento nacional Iraquí contra la ocupación que no estaba prevista en los objetivos estratégicos de los invasores norteamericanos. Y este sentimiento nacional, enraizado en los intereses populares, puede constituir en el futuro la piedra de toque de la unidad de los pueblos para poner fin a la aventura imperialista y guerrerista del reparto del mundo, de los recursos naturales y humanos y de la apropiación indiscriminada de pueblos, individuos y sociedades que parece perfilarse en el siglo XXI.

A un año de haber proclamado el "fin de la guerra", hoy los combates se extienden prácticamente a todo el territorio Iraquí según informa la prensa mundial, causando enormes bajas a los ejércitos extranjeros invasores y a sus "brazos civiles"; se han tomado rehenes y el pueblo árabe parece decidido a proclamar que no cesará su lucha hasta que salga el último invasor del suelo patrio.

Si bien no se puede magnificar una lucha desigual que enfrenta al ejército del terror y de la agresión más poderoso del mundo, sin embargo, se puede aseverar que la lucha que ha emprendido el pueblo Iraquí (que ha sido sistemática y permanente desde la primera Guerra del Golfo, en 1991), no se resuelve en sus "propias fronteras" o al interior de su territorio; sino que constituye un eslabón más dentro de la larga cadena de luchas sociales, protestas y manifestaciones de todo orden que se extienden --y extenderán--por todo el planeta.

A pesar de la apatía y complicidad (hasta ahora) de los gobiernos de la región asiática frente al genocidio que con sus instrumentos de la muerte están perpetrando las tropas extranjeras de la colación contra mujeres, niños y ancianos de la población civil (que también denuncia la prensa independiente), sin embargo, es posible extraer la sabia enseñanza de que cuando un pueblo se decide a sacudirse la opresión interna (Hussein) y externa (Bush y Cía.) puede avanzar pasos agigantados hacia la consolidación de la democracia y la soberanía para garantizar su preservación y su seguridad en un mundo multiclasista, global y altamente contaminado por las fuerzas de la desintegración y la incertidumbre que, valga decirlo, promueven todos los días los medios de comunicación (CNN, CNI, BBC, etcétera) al servicio del imperialismo.

Desde mi perspectiva, la única fórmula de solución del conflicto en Irak consiste primero en una salida inmediata e incondicional de todas las fuerzas ocupantes civiles y militares extranjeras de la nación árabe. En segundo lugar, en un pronunciamiento urgente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y de su Secretario General, condenando la brutal agresión de que es víctima el pueblo Iraquí mediante bombardeos sistemáticos contra la población civil. Tercero, a petición de las fuerzas iraquíes que combaten contra las fuerzas de la ocupación --y no del pseudo gobierno títere impuesto por George Bush-- que sea la ONU el organismo internacional encargado de garantizar un período de transición en el que el pueblo Iraquí sea el único sujeto que defina el rumbo que habrá de seguir, así como las formas de gobierno que adoptará de acuerdo con sus costumbres, cultura y creencias ancestrales sin ninguna interferencia de poderes externos a su nación.

La del pueblo soberano de la República de Irak es una lucha que concierne a toda la humanidad porque junto a las luchas que se libran en Colombia, Venezuela, México y América Latina, configuran el escenario de los procesos de liberación y de la (nueva) configuración de las nacionalidades que se habrá de procesar en el curso del siglo XXI. De sus logros y resultados dependerá la posibilidad de que individuos, pueblos y sociedades construyan –alternativamente juntos-- las nuevas formas libertarias de vida, de cultura y de trabajo que hoy están seriamente amenazadas por la bancarrota del imperialismo.

(*) Adrián Sotelo Valencia es Profesor-investigador del Centro de Estudios Latinoamericanos de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

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