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Pobreza mundial, pauperización y acumulación de capital

Samir Amin

En estos días ha llegado a estar de moda un discurso sobre la pobreza, la necesidad de reducir su magnitud, si es que no erradicarla por completo. Es un discurso sobre la caridad, en el estilo del siglo XIX, que no intenta entender los mecanismos económicos y sociales que generan la pobreza, aunque los medios tecnológicos y científicos para erradicarla están ahora al alcance.

El capitalismo y la nueva cuestión agraria

Todas las sociedades anteriores a la época moderna (capitalista) eran sociedades campesinas. Su producción estaba regida por diversos sistemas y lógicas –pero no por aquéllos que gobiernan al capitalismo en una sociedad de mercado, tales como la maximización del beneficio del capital.

La moderna agricultura capitalista –que conjunta las haciendas familiares ricas con el agrobusiness corporativo—está lanzada en un ataque masivo sobre la producción campesina del tercer mundo. La luz verde para esto fue encendida en la sesión de noviembre del 2001 de la Organización Mundial de Comercio (OMC) en Doha, Qatar. Hay muchas víctimas de este ataque—y la mayoría son campesinos tercer mundistas, que todavía constituyen la mitad de la humanidad.

La agricultura capitalista está gobernada por el principio del beneficio a favor del capital. Está localizada casi exclusivamente en Norte América, Europa, Australia y en el Cono Sur de América Latina, y emplea sólo unas pocas decenas de millones de agricultores que ya no son campesinos. Dado el nivel de mecanización y el extenso tamaño de las haciendas, dirigidas por un solo agricultor, su productividad generalmente alcanza entre 1 a 2 millones de kilos (2 a 4.5 millones de libras) de cereales por agricultor.

En agudo contraste, tres mil millones de agricultores están en la agricultura campesina. Sus campos pueden agruparse en dos sectores, con muy diferentes escalas de producción, niveles, eficiencia y características sociales y económicas. Un sector, capaz de beneficiarse con la revolución verde, ha obtenido fertilizantes, pesticidas, semillas mejoradas y tiene algún nivel de mecanización. La productividad de estos campesinos va de entre 10 000 y 50 000 kilos (entre 20 000 y 111 000 libras) de cereales por año. Sin embargo, la productividad anual de los campesinos excluídos por la nueva tecnología se estima entre 1000 kilos (2000 libras) de cereales por agricultor.

La tasa de productividad del segmento capitalista más avanzado en la agricultura mundial de los más pobres, que era de 10 a 1 antes de 1949, se va aproximando ahora a una razón de 2000 a 1 ¡ esto significa que la productividad ha progresado más desigualmente en el área de la agricultura y de la producción de alimentos que en ninguna otra área! Simultáneamente esta evolución ha llevado a la reducción de los precios relativos de los productos alimenticios (en relación a otros productos industriales o de servicios), a una quinta parte de lo que era hace cincuenta años. La nueva cuestión agraria es el resultado de este desarrollo desigual.

La modernización siempre ha combinado dimensiones constructivas y destructivas. Sobre todo la acumulación de capital y la productividad creciente,se combina con aspectos destructivos—la reducción del trabajo al estado de una mercancía que se vende en el mercado, a menudo destruyendo la base ecológica necesaria para la reproducción de la vida y de la producción, y polarizando la distribución de la riqueza a una escala global. Siempre la modernización ha integrado a algunos, a medida que los mercados en expansión creaban empleo, y excluído a otros, que no quedaban incluídos en la nueva fuerza de trabajo luego de haber perdido sus posiciones en los sistemas previos. En su fase de ascenso, la expansión global capitalista integraba a muchos al lado de sus procesos excluyentes. Pero ahora, en las sociedades campesinas del tercer mundo, está excluyendo masivamente multitudes de gente, mientras incluye a relativamente pocos.

La pregunta que nos hacemos aquí es precisamente si esta tendencia continuará operando con respecto a los tres mil millones de seres humanos que todavía producen y viven en sociedades campesinas en Asia, África y América Latina.

De partida, ¿Qué ocurriría si la producción agrícola y de alimentos se tratara como cualquier otra forma de producción sometida a las reglas de la competencia en mercados abiertos y desregulados, como se decidió en la reunión de la OMC en Doha , en noviembre del 2001?¿ Tales principios impulsarían la aceleración de la producción?

Podemos imaginar que el alimento que hoy traen al mercado tres millones de campesinos, luego de asegurar su propia subsistencia, sea producido por sólo veinte millones de agricultores modernos. Las condiciones para el éxito de tal iniciativa incluiría: 1) la transferencia de importantes pedazos de buena tierra a manos de los nuevos agricultores capitalistas (y estas tierras habrá que tomarlas de manos de la actual población campesina); 2) el capital (para comprar equipos y provisiones); 3) el acceso a mercados de consumo. Tales agricultores por supuesto competirían exitosamente con los miles de millones de campesinos del presente. ¿Pero, qué ocurrirá con esos miles de millones de gentes?

Bajo las circunstancias, al aceptar el principio general de la competencia para los productos alimentos, como lo impone la OMC, estamos aceptando la eliminación de miles de millones de productores no competitivos, en el período de tiempo muy breve de unas pocas décadas.¿Qué ocurrirá con esos miles de millones de seres humanos, la mayoría de los cuales ya son pobres entre los pobres, que se alimentan con gran dificultad? En un plazo de cincuenta años, el desarrollo industrial, aún bajo la fantástica hipótesis de un crecimiento sostenido del 7% anual, no podría absorber ni la tercera parte de esta reserva.

El principal argumento presentado para legitimar la doctrina de la competencia de la OMC, es que tal desarrollo ocurrió efectivamente en los siglos XIX y XX en Europa y en los EEUU, donde produjo una sociedad posindustrial, urbano-industrial y moderna con agricultura moderna capaz de alimentar a la nación y aún de exportar alimentos. ¿Por qué estas mismas pautas no podrían repetirse en los países contemporáneos del tercer mundo?

El argumento no considera dos factores importantes que hacen imposible la reproducción de estas pautas en los países del Tercer mundo. El primero es que el modelo europeo se desarrolló a través de un siglo y medio acompañado por tecnologías de trabajo intensivo. Las tecnologías modernas usan mucho menos trabajo y los recién llegados del tercer mundo deben adaptarse a ellas si sus exportaciones industriales han de ser competitivas en los mercados globales. El segundo es que, durante esa larga transición, Europa se benefició de la migración masiva hacia América de sus excedentes de población.

La afirmación de que el capitalismo habría en efecto solucionado la cuestión agraria en sus centros desarrollados ha sido aceptada por grandes sectores de la izquierda, siendo un ejemplo el famoso libro de Karl Kautsky, La Cuestión Agraria, escrito antes de la Primera Guerra Mundial. La ideología soviética heredó ese punto de vista y sobre sus bases lanzó la modernización mediante las colectivizaciones forzadas estalinistas, con pobres resultados. Lo que siempre se subestimó fue que el capitalismo, mientras solucionaba la cuestión en sus centros, lo hacía generando una gigantesca cuestión agraria en las periferias, que solamente podía solucionar a través del genocidio de media humanidad. En la tradición marxista sólo el Maoísmo comprendió la magnitud del reto. Por ello, aquéllos que acusan al Maoísmo de "desviación campesina" muestran por esta misma crítica que están faltos de capacidad analítica para comprender al capitalismo imperialista, que reducen a un discurso abstracto sobre el capitalismo en general..

La modernización mediante la liberalización del mercado capitalista, como lo sugiere la OMC y sus adláteres, finalmente alinea lado a lado, sin necesariamente combinarlos, a los dos componentes: la producción de alimentos a una escala global por parte de agricultores competitivos modernos, con bases en su mayoría en el Norte, pero también posibles en un futuro en algunos bolsones en el Sur; y la marginalización, la exclusión, y todavía el empobrecimiento de la mayoría de los tres mil millones de campesinos del tercer mundo actual, para finalizar en su exclusión en algunas reservas. Combina entonces un discurso pro-modernización dominado por la eficiencia con un conjunto de políticas sobre reservas ecológico-culturales que permitirían sobrevivir a las víctimas en un estado de empobrecimiento material (incluyendo el ecológico). Estos dos componentes más que estar en conflicto, se complementan.

¿Podemos imaginar otras alternativas, y si es así, se debaten éstas ampliamente? Unas en las que la agricultura campesina pudiera mantenerse a través del futuro visible del siglo XXI, pero que simultáneamente estén envueltas en un proceso de continuo progreso tecnológico y social? De este modo, los cambios podrían ocurrir en una tasa que pudiera permitir una transferencia progresiva de los campesinos hacia empleos no rurales o no agrícolas.

Tal conjunto de objetivos supone políticas complejas que combinen niveles nacionales, regionales y globales.

En el nivel nacional implicaría macro políticas que protejan de la competencia de los hacendados y corporaciones del agrobusiness –nacional e internacional--a la producción de alimentos campesina . Esto ayudaría a garantizar precios de alimentos aceptables hacia el interior—desconectados de los precios de mercado internacionales, que todavía se separan más con los subsidios agrícolas de rico Norte.

Tales objetivos políticos también cuestionan las pautas del desarrollo industrial y urbano, que debería basarse menos en prioridades basadas en la exportación (ej. Mantener bajos los salarios, lo que implica precios bajos para los alimentos) y con más atención en una expresión socialmente balanceada del mercado interno.

Simultáneamente, esto entraña un conjunto de pautas políticas para asegurar la seguridad alimentaria nacional—una condición indispensable para que un país sea un miembro activo de la comunidad global, que disfrute de un margen indispensable de autonomía y de capacidad negociadora.

A niveles regionales y globales esto implica acuerdos y políticas internacionales que se alejen de los principios doctrinarios liberales que han dirigido a la OMC—reemplazándolos con soluciones imaginativas y específicas para diferentes áreas, que tomen en consideración los temas específicos y las condiciones históricas y sociales concretas.

La Nueva Cuestión Laboral

La población urbana del planeta representa actualmente la mitad de la humanidad, al menos tres mil millones de individuos, con los campesinos haciéndolo todo pero como un porcentaje insignificante en la otra mitad. Los datos sobre esta población nos permiten distinguir entre lo que podríamos llamar las clases medias y las clases populares.

En el estadio actual de la evolución capitalista, las clases dominantes—los antiguos propietarios de los principales medios de producción y grandes empresarios asociados en traerlos al juego—representan sólo una pequeña fracción de la población global aunque la porción que obtienen del ingreso al alcance de sus sociedades es significativo. A esto agreguemos a las clases medias en el viejo sentido del término – rentistas no asalariados, propietarios de pequeñas empresas y gerentes medianos, que no están necesariamente en declinación.

La gran masa de trabajadores en los segmentos modernos de producción consiste en asalariados que constituyen actualmente las cuatro quintas partes de la población urbana de los centros desarrollados. Esta masa está dividida al menos en dos categorías, cuyos límites son visibles para los observadores externos y existen en la conciencia de los individuos afectados.

Están las que podemos llamar clases populares estabilizadas, en el sentido de que están relativamente seguras en su empleo, gracias entre otras cosas a sus calificaciones profesionales que les proporciona poder negociador con los empleadores y que, por eso, a menudo están organizadas, al menos en algunos países, en sindicatos poderosos. En todos los casos esta masa tiene consigo un peso político que refuerza su capacidad negociadora.

Otras conforman las clases populares precarias que incluyen obreros debilitados por su baja capacidad de negociación (como un resultado de sus bajos niveles de capacitación, sus estatus como no-ciudadanos, o su raza o género) así como a quienes no perciben salarios (los formalmente no empleados y a los pobres con empleos en el sector informal). Podemos llamar a esta segunda categoría de las clases populares "precario", en vez de "no integrado" o "marginal", ya que estos trabajadores están perfectamente integrados en la lógica sistémica que dirige la acumulación del capital.

De la información disponible sobre los países desarrollados y de algunos del Sur (de donde extrapolamos datos), obtenemos las proporciones relativas de estas categorías en la población urbana del planeta.

Aùn cuando los centros responden por sólo el 18 por ciento de la población del planeta, ya que su poblaciòn es en un 90 por ciento urbana, son efectivamente el hogar de un tercio de la poblaciòn urbana mundial. (véase cuadro 1)

Las clases populares responden por los tres cuartos de la población urbana mundial, en tanto que los grupos precarios representan los dos tercios de las clases populares a escala mundial. ) Cerca del 40 por ciento de las clases populares de los centros y el 80 por ciento en las periferias están en la sub-categorìa de precarios). En otras palabras, las clases populares precarias representan (al menos) la mitad de la población urbana mundial, mucho más que en las periferias.

Una mirada a la composiciòn de las clases urbanas populares de hace medio siglo, tras la Segunda Guerra Mundial, muestra que las proporciones que caracteriza a las clases populares era muy diferente de lo que ha llegado a ser.

En aquella época, la proporción del tercer mundo no excedía a la mitad de la población urbana global (entonces, del orden de mil millones de individuos), versus los dos tercios de hoy día. Las mega-ciudades, como las que conocemos prácticamente en todos los países del Sur, no existían todavía. Había sólo unas pocas grandes ciudades, notablemente en China, India y América Latina.

En los centros, las clases populares se beneficiaban, durante el período de posguerra, de una situación excepcional basada en el compromiso histórico impuesto al capital por las clases trabajadoras. Este compromiso permitía la estabilización de la mayoría de los trabajadores en la forma de una organización del trabajo conocida como el sistema industrial "Fordista". En las periferias, la proporción de los precarios –que era, como siempre, mayor que en los centros—no excedía a la mitad de las clases urbanas populares (versus lo que es màs de un 70% en nuestros días). La otra mitad todavía consistía, en parte, en asalariados estabilizados en las formas de la economía neocolonial y de la sociedad modernizada y, en parte, en las viejas formas de las industrias artesanales.

La principal transformación social que caracteriza a la segunda mitad del siglo veinte puede resumirse en una sola estadística: la proporción de las clases populares precarias sube desde menos de un cuarto a más de la mitad de la población urbana global, y este fenómeno de pauperización ha reaparecido en una escala significativa en los mismos centros desarrollados. Esta población urbana desestabilizada ha aumentado en medio siglo de menos de menos de unos doscientos cincuenta millones a más de mil quinientos millones de personas, registrando una tasa de crecimiento que sobrepasa a la de la expansión económica, la del crecimiento poblacional o a la del mismo proceso de urbanización.

Pauperización –no existe una palabra más adecuada para designar la tendencia de la evolución durante la última mitad del siglo veinte.

Sobre todo, el mismo hecho en si mismo se reconoce y se reafirma en el lenguaje dominante : "la reducción de la pobreza" ha llegado a ser un tema recurrente de los objetivos que las políticas de gobierno declaran alcanzar. Pero la pobreza en cuestión sólo se presenta como un hecho empíricamente mensurable, sea muy crudamente a través de la distribución del ingreso (líneas de pobreza) o un poco menos crudamente en los índices compuestos ( como los índices de desarrollo humano propuestos por el Programa de Desarrollo de las Naciones Unidas), sin siquiera plantear la cuestión de la lógica y de los mecanismos que generan esta pobreza.

Nuestra presentación de estos mismos hechos va más lejos ya que nos permite precisamente comenzar a explicar el fenómeno en su evolución. Los estratos medios, el estrato popular estabilizado, y el estrato popular precario se integran todos en el mismo sistema de producción social, pero en él cumplen distintas funciones. Por supuesto, algunos quedan excluídos de los beneficios de la prosperidad. Los excluídos son absolutamente una parte del sistema y no están marginados, en el sentido de no estar integrados –funcionalmente—en el sistema.

La pauperización es un fenómeno moderno que no queda reducido a una falta de ingresos suficientes para sobrevivir. En realidad se trata de la modernización de la pobreza y tiene efectos devastadores en todas las dimensiones de la vida social. Los emigrantes del campo quedaban relativamente bien integrados en las clases populares estabilizadas durante la edad de oro (1945-1975)—ellos tendían a transformarse en obreros industriales. Ahora, los que están llegando con sus hijos , quedan situados en los márgenes de los principales sistemas productivos, creando condiciones favorables para la sustitución de las solidaridades comunitarias por la conciencia de clase. Mientras, las mujeres son todavía más victimizadas que los hombres por la precariedad económica, que resulta en el deterioro de sus condiciones materiales y sociales. Y si los movimientos feministas sin duda han logrado importantes avances en los planos de las ideas y de la conducta, las beneficiarias de estas ganancias son casi exclusivamente las mujeres de clase media, y ciertamente no las de las clases populares pauperizadas. En cuanto a la democracia, su credibilidad –y con eso, su legitimidad—está siendo socavada por su inhabilidad para remontar la degradación de las condiciones de fracciones en aumento de las clases populares.

La pauperización es un fenómeno inseparable de la polarización a escala mundial—un producto inherente de la expansión del capitalismo realmente existente, que por esta razón debemos llamarlo imperialista por naturaleza.

La pauperización en las clases populares urbanas se vincula estrechamente a los desarrollos que victimizan a las sociedades del tercer mundo. La sumisión de estas sociedades a las demandas de expansión del mercado capitalista apoya nuevas formas de polarización social que excluyen del acceso a la tierra a una creciente proporción de campesinos. Estos campesinos que han sido empobrecidos o han llegado carecer de tierras, alimentan –todavía más que el crecimiento poblacional—la migración hacia los cinturones de pobreza. Así, todos estos fenómenos están destinados a volverse peores en tanto los dogmas liberales no sean desafiados, y ninguna política correctiva en los propios marcos liberales pueda frenar su extensión.

La pauperización pone en cuestión tanto las teorías económicas como las estrategias en las luchas sociales.

La teoría económica vulgar convencional evita tratar los problemas reales que son planteados con la expansión capitalista. Esto, porque sustituye el análisis del capitalismo realmente existente por una teoría del capitalismo imaginario, concebido como una simple y continua extensión de las relaciones de intercambio (el mercado), el donde el sistema funciona y se reproduce sobre la base de la producción capitalista y de las relaciones de intercambio (no simplemente relaciones de mercado). Esta sustitución es fácilmente acompañada con la noción a priori, que no confirma la historia ni la argumentación racional, de que el mercado se autorregula y produce una optimización social. Entonces la pobreza sólo puede ser explicada por causas que se decretan como externas a la lógica económica, tales como el crecimiento poblacional o los errores políticos. La relación entre la pobreza y el mismo proceso de acumulación es dejada de lado por la teoría económica convencional. El virus liberal resultante, que contamina al pensamiento social contemporáneo y aniquila la capacidad para comprender al mundo, y ni decir la capacidad para transformarlo, ha penetrado profundamente a diversas izquierdas constituídas después de la Segunda Guerra Mundial. Los movimientos que actualmente se traban en luchas por alcanzar "otro mundo" y una globalización alternativa sólo serán capaces de producir avances sociales significativos si se libran de este virus a fin de construir un auténtico debate teórico. En tanto no acaben con este virus, los movimientos sociales, aún los mejor intencionados, permanecerán encadenados al pensamiento convencional, y con eso, prisioneros de proposiciones de corrección inefectivas—ésas que precisamente alimentan la retórica referente a la reducción de la pobreza.

El análisis esbozado más arriba podría contribuir a abrir este debate. Esto, porque restablece la pertinencia del enlace entre la acumulación de capital por un lado, y por el otro, el fenómeno de la pauperización . Hace ciento cincuenta años Marx iniciaba un análisis de los mecanismos detrás de este enlace, que pocos han proseguido desde entonces—y tan escasamente a una escala global.

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Edición en inglés. Monthly Review

 

Trad. Federico García

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