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UTOPÍAS 1973 - 2003
PROMESAS, OCASOS Y APATÍAS DEL NUEVO SIGLO*

Álvaro Cuadra

Universidad Arcis

1.- La pantalla como naturaleza muerta

Las tres décadas que se cumplen este año de aquel septiembre de 1973 obliga a la sociedad chilena a mirar en retrospectiva su historia reciente, tal es la frase periodística que inaugura cualquier declaración de buena crianza. La sociedad chilena se ve interpelada desde los medios de comunicación a exorcizar los fantasmas que todavía la habitan. Así, los actores de otrora vuelven a escena reclamando para sí protagonismos y culpas no resueltas, militares y víctimas de un drama en que las cortinas del último acto aún no acaban de caer.

Las actitudes , por cierto, frente a esta fecha son muchas y diversas. Para algunos, el Golpe de Estado de 1973 marca uno de los momentos más amargos en que el crimen y la tortura se enseñorean entre nosotros por 17 años; para otros, se trató de un mal necesario para salvar al país de una inminente dictadura comunista; para la gran mayoría, empero, es la más profunda apatía. Las nuevas generaciones parecen ajenas al drama que, por estos días, se rememora. Es interesante hacer notar este distanciamiento generacional que se ha producido, de algún modo hemos transitado desde una sociedad en que prevalecía el relato épico a una sociedad cool, donde reina la indiferencia. Es evidente que las izquierdas ya no pueden ser lo mismo tras la caída de los llamados socialismos reales, pues aún cuando subsisten algunos de sus reclamos ético - revolucionarios, su utopía de una sociedad otra se desdibuja ante el evidente fracaso del modelo y las promesas publicitarias de sociedades de consumo desbocadas. Sin ningún ánimo sarcástico, podríamos afirmar que la izquierda, en su sentido tradicional ya no vende, salvo como marca dura y algo melancólica en algunos meandros marginales, en los extramuros de la cultura de masas.

Este descrédito en que han caído ciertas narrativas emancipatorias corre paralelo con la instalación de nuevas dramaturgias massmediáticas. En efecto, los medios de comunicación se han convertido en el eje en torno al cual se articula la cultura contemporánea, son ellos los nuevos vectores por donde transitan los signos, convertidos en imágenes, sonido o palabra. En suma, la cultura está siendo sometida a un vasto y acelerado proceso de mediatización que resulta ser el perfil económico cultural de la sociedad globalizada actual. Este maridaje entre los medios de comunicación y los grandes grupos económicos no es, en sí, nada nuevo. Se podría argumentar que la industria cultural nace signada por la tutela del gran capital, constituyendo en los hechos un mercado de ofertas simbólicas sometido a los rigores de una economía capitalista.

Más allá de un diagnóstico frente a los modos de producción, circulación y recepción de los mensajes en una sociedad capitalista, se ha venido gestando otro fenómeno que corre paralelo al anterior y no menos vasto, acelerado e intenso, nos referimos a cambios inéditos en los modos de relacionarnos con los mensajes, esto es: modalidades inéditas impuestas por el desarrollo de tecnologías. Así, junto a la expansión económica cultural, asistimos a la expansión de nuevos modos de significación. Podríamos afirmar que la industria mediática marcha en todo el mundo desde la llamada Galaxia Gutenberg hacia la Galaxia Digital. El cambio que supone el ocaso de la ciudad letrada y la irrupción de una ciudad virtual, entraña mutaciones de fondo en distintos niveles y ámbitos. Por de pronto, se está debilitando un orden social fundamentado en la escritura que va desde la educación tradicional a las prácticas periodísticas, desde el modo de hacer política a los modos de participación de las masas. Sin embargo, hay mutaciones más sutiles que se relacionan con un nuevo sensorium con todas las implicancias en los modos de percibir y procesar la información tanto como en los perfiles psicosociales asociados al nuevo estado de cosas.

Desde esta perspectiva, resulta interesante y sintomático lo que ha ocurrido con los acontecimientos del 11 de septiembre en Chile. Por estos días se multiplican los especiales sobre dicho acontecimiento; de algún modo, los medios recogen en imágenes y sonidos una cierta memoria traumática de la sociedad chilena. Los filmes que marcaron la actualidad de la época se han tornado documentos históricos, de este modo la imagen ve desplazada su estatuto, ha sido desprovista de su valor informativo referencial e incluso ha sido expurgada de su carga connotativa ideológica para devenir superficie y remembranza. La mediatización no sólo es capaz de construir el presente sino también reconfigurar la historia.

Las imágenes masterizadas en blanco y negro han cristalizado un instante, al igual que aquellos óleos sobre tela, esta poshistoria es, de algún modo naturaleza muerta. Las cintas de aquella época expanden un presente que ha quedado registrado en el imaginario colectivo, entre volutas de humo negro las llamas salen de La Moneda lamiendo nuestra mirada desde el pandemonium, capital del infierno. El holocausto, empero, ya no nos impele a acción alguna ni reclama nuestra adhesión, la imagen ya no es ni épica ni militante sino pura mediación, las llamas ya no nos queman. La sociedad chilena ritualiza de este modo aquel instante en que sí se chamuscó, experiencia exorcizada cada vez que escuchamos la voz del Presidente Allende, prometiéndonos la edénica Alameda de las Delicias.

La pantalla suspende el dolor y la pasión propia de víctimas y victimarios, las imágenes , en tanto documentos autentificados, exigen cierta asepsia. Es interesante notar que la dimensión documental se consolida tanto más cuanto la imagen se propone como no contaminada: es claro que detrás de esta pretensión se esconde el supuesto periodístico de la objetividad. La operación televisual consiste entonces en proponer la imagen como exenta de pasión y contaminación ideológica, de suerte que los documentos expuestos, sin las anteojeras de aquella circunstancia, logran poner en perspectiva los acontecimientos: verosímil periodístico que permite construir un verosímil mediático.

La virtualización de la historia sólo es concebible desde este doble movimiento, por una parte un conjunto de supuestos epistemológicos que autentifiquen la imagen como documento y, por otra parte la puesta en relato de una serie de acontecimientos. Al conjugar la pretensión mimética de las imágenes con una cierta organización temporal, surge ineluctable un constructo que llamamos verosímil o transcontexto. La paradoja de la trascontextualidad massmediática estriba en que al poner en relato imágenes de documento construye, precisamente, un tiempo ahistórico, sine data, el espacio de la mitología y la poshistoria que se resuelve en un presente perpetuo.

2.- El consumo como consumación

Las sociedades de consumo exteriorizan el estadio último de las sociedades tardocapitalistas en cuanto en ellas una función económica como el consumo deviene función simbólica o consumismo, es decir, habla social o cultura. En este sentido, la cultura del consumo no es otra cosa que la consumación de la mitología burguesa en tanto se ha abolido toda relación que no remita a la mercantilización de la vida. Al afirmar que el consumo se ha hecho cultura queremos enfatizar que la mercantilización en el seno de las sociedades burguesas se ha instalado como sentido común, y por lo mismo desaparece del imaginario. La sociedad burguesa ha llegado al punto de hacerse sociedad anónima mediante un proceso que algunos han llamado ex - nominación, esto es, mediante la extinción de toda impronta hegemónica, de todo indicio que delate la característica estructural fundamental del capitalismo, la inequidad en la distribución de la plusvalía.

El nuevo diseño socio - cultural que representan las sociedades de consumo es un complejo que reconoce, desde luego, como uno de sus vértices centrales lo que podríamos llamar el polo histórico objetivo. En efecto, la mercantilización de la vida es un tramado relacional que opera en la cotidianeidad de los actores, tanto a nivel individual, familiar o comunitario. En pocas palabras, las sociedades de consumo trazan nuevos perfiles psicosociales o como dirían los clásicos, un nuevo carácter social. A riesgo de enunciar un truismo, digamos que la cultura de consumo crea consumidores. Esto significa que la figura del consumidor emerge allí donde otrora habitó el ciudadano. La silueta del consumidor no es aquella imagen idílica del sujeto a su libre albedrío frente a una diversidad de ofertas que le seducen, por el contrario, el consumidor representa el estado actual de control social en sociedades de consumo. Lo que ha variado es, insistamos, el tramado relacional. Las sociedades de consumo, entonces, se afirman en un segundo vértice que no es otro que el polo subjetivo. Uno de los diagnósticos más cautivantes a este respecto se refiere al llamado narcisismo socio - genético.

En este marco de análisis, expuesto muy sucintamente, resulta pertinente preguntarse por las ofertas televisivas cuyo contenido remite a los sucesos de septiembre de 1973. En una primera mirada, llama la atención que la programación televisiva ha visto multiplicarse los especiales sobre el Golpe Militar, en vísperas, precisamente del 30º aniversario de aquel evento. Los medios de comunicación actualizan súbitamente un hecho que ha estado latente durante años; pareciera que, de pronto , la figura de Allende y “los mil días de la Unidad Popular” se han tornado tremendamente telegénicos. Una primera observación, notemos que se ha generado una suerte de competencia entre los diversos canales de la televisión abierta por ocuparse del tema: entrevistas, testimonios, imágenes inéditas. Una segunda observación, esta presencia televisiva de los años 70 extiende un fenómeno más amplio, cual es que muchos objetos y discursos revolucionarios de la época han sido reciclados por el mercado, convirtiendo los símbolos revolucionarios en souvenirs y fetiches.

La operación televisual consiste en ofrecer un producto aséptico en cuanto pasado cuasi - mítico, el formato pasatista convierte las imágenes del Golpe Militar en algo descontaminado y soft , al igual que los gags publicitarios, éstos deben estar desprovistos de toda connotación hiriente o dolorosa, de suerte que el mensaje encuentre la más amplia aceptación posible. Ahora los contenidos propuestos como hechos de nuestra historia ya no apelan a grandes valores, no se trata de reeditar un llamado a la convicción , se trata de un llamado desde la seducción. Las imágenes del Golpe Militar han sido mediatizadas, esto quiere decir que se han inscrito en coordenadas del mercado de ofertas icónico-discursivas y, en cuanto ofertas apelan a la pulsión de los consumidores, seduciendo a las masas desde una retórica cool . Así como los carteles que cumplieron una función comunicativa estratégica se reciclan en tanto objetos estéticos, las imágenes de los 70 se reinstalan en el circuito de la televisión como moda rétro en que se anula todo presunto referente histórico y todo significado político concreto, sólo resta la imagen como superficie, como significante.

Si aceptamos que las imágenes registradas en los archivos televisivos no son sino significantes, cabe preguntarse por el lugar que ocupan hoy. Tal como hemos afirmado, las imágenes en cuestión han sido desprovistas de algún significado ideológico o político en el cual fueron concebidas en su momento, sin embargo no se puede colegir, de buenas a primeras, que tales imágenes no cumplan hoy una función política.

En efecto, la transcontextualización se verifica en un tiempo ahístórico , tiempo poshistórico. La cristalización temporal permite que lo audiovisual se espacialice en su propia virtualidad. La historia deviene así una serie infinita de espacios - ocurrencia, avatares. Al igual que en el Game Cube de Nintendo podemos recorrer los casos o juegos como universos cerrados en que cada espacio virtual estatuye su propia legislación. Esta fragmentación de todo discurrir histórico transforma las coordenadas espacio temporales, invitándonos a los vértigos de lo que se ha dado en llamar el espacio de flujos.

El hecho de que bajo la rúbrica Golpe de Estado se nos proponga un cosmos que curva su propio espacio impide actualizar políticamente los eventos puestos en relato. Si los hechos que se nos relatan generan su propio espacio virtual, resulta muy difícil establecer una conexión entre tales eventos y nuestra vida actual, tanto a nivel macroestructural como cotidiano. La transcontextualización no hace posible establecer relaciones entre un juego y otro.

El universo cerrado se articula desde la lógica del relato, por lo tanto no excluye la figura del antagonista, por ello los programas relativos al Golpe no se cansan de demonizar a Pinochet, operando una verdadera catarsis que, lejos de politizar el ambiente lo despolitiza aún más. La tensión que se propone entre víctimas y victimarios se administra desde la narratividad, en tanto la apoliticidad está garantizada por la transcontextualización.

Las imágenes del Golpe de Estado circulan hoy sin mayores trabas, diríase que hay una saturación de imágenes televisivas que en su exceso se tornan inanes. Nuestra historia reciente entra así en la lógica mediática en que la circulación de productos se apega a los principios de la seducción, lo efímero y la diferenciación marginal. La industria televisiva, en particular, ha convertido los años de la UP en un tópico digno de ocupar un estelar periodístico en Prime Time. El relato nos ofrece el suspense, el backstage, hablan los protagonistas, víctimas y victimarios en un plano de equivalencia nos refieren las vivencias y pormenores de aquellos días. Esta apertura de la pantalla a temáticas que han sido un tabú durante muchos años no es, como pudiera pensarse, un paso más hacia la democracia plena sino, al revés, una clausura.

Las llamas de La Moneda hacen visible la manida metáfora de un país incendiado por las pasiones políticas. Los íconos culturales de los setenta reeditan su drama : las cenizas de pasiones y sueños. Ese momento otro sólo encuentra su lugar en la televisión, en imágenes de archivo, en la memoria virtualizada. Como no es posible encontrar vasos comunicantes entre aquel tiempo otro y el hoy, surge inevitable la extemporaneidad.

La mediatización de las imágenes del Golpe Militar cierra la historicidad inmanente al suceso e inaugura su mitificación. La apoliticidad poshistórica cumple así una función política a favor del statu quo. El poder y el orden están asegurados en cuanto su reciente y traumático nacimiento ha sido desplazado a la serie mediática como una efeméride más de nuestra historia. Esta ex - nominación oculta todo origen, de este modo el actual orden de cosas se naturaliza en el imaginario social. El consumo se hace consumación, las imágenes puestas en los circuitos del mercado simbólico de masas - mediatización - consuman absolutamente la mitología poshistórica. No sólo han desaparecido las víctimas sino también los victimarios, hoy desparecen, incluso, las huellas históricas de aquel acontecimiento. El crímen perfecto es aquel que carece tanto de un cuerpo del delito como de culpables y huellas en la memoria. En esta estrategia de la desaparición lo único que queda es la oquedad donde una vez se escenificó el drama histórico , el vocinglero vacío de extensos reportajes salpicado de testimonios, imágenes , siluetas y rostros de antaño.

Santiago, agosto de 2003.-

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