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La guerra de nuestra indignidad

Editorial
Cádiz Rebelde

Este país ha entrado en guerra.

Casi en secreto, poquito a poco, encubiertos el hecho y la decisión bajo la “ola de calor” y el despiste veraniego, con la coartada de una misión sin riesgo, de una “misión de estabilización de la paz”, este país ha entrado en guerra contra un pueblo que ha sido hambreado, asesinado, arruinado y humillado. Hemos entrado en la “guerra de los valientes” que ha desplegado el presidente Bush, contra una “presa” que hace unos meses le parecía deseable, despreciable y fácil.

Nos hemos metido de lleno en una guerra de “baja intensidad” -por el momento, al menos- según asegura, muy profesionalmente, el general Ricardo Sánchez, mando militar supremo del ejército de ocupación que, como Aznar, tiene el nombre hispano, y el corazón y las estrellas de los EEUU.

Es de “baja intensidad”, sin duda, la guerra que puede desarrollar un pueblo que ha sufrido enormemente y que desde el sufrimiento, la desesperación y el orgullo, se subleva contra la presencia de un enorme y poderosísimo ejército invasor de más 160.000 soldados.

La calificación de guerra de “baja intensidad” tiene, por el otro lado, el de los ocupantes, evocaciones siniestras porque recuerda el “derecho militar” a matar sin límites, a matar con buena disponibilidad, incluso a civiles desarmados, sin más explicaciones.

El calificativo del mando supremo norteamericano sobre la guerra que se está desarrollando en Irak implica dos mensajes distintos pero complementarios. El primero se dirige a la “opinión pública” y dice que la cosa no es para inquietarse demasiado. El segundo va dirigido a los mandos políticos y militares, y dice que en tal guerra, guerra al fin y al cabo, está permitido todo. Los buenos modales hay que dejarlos en casa. Es, por lo tanto, una pequeña guerra sucia que, eso sí, implicará a todas las fuerzas ocupantes. “Las fuerzas internacionales deben estar dispuestas para combatir”, advirtió Ricardo Sánchez, horas antes de la llegada de la Brigada “PLUS Ultra”.

La denominación de guerra de baja intensidad sustituyó a la primera que hicieron los mandos militares del Pentágono alarmados por los cambios en las bucólicas previsiones iniciales. Hablaron de “guerra de guerrillas” para explicar tanta muerte de soldados.

Hemos entrado, por voluntad exclusiva del presidente del gobierno, en una guerra injusta, en una guerra atroz, en una guerra indigna que nos deshonra a todos. En Irak la guerra ha destruido sistemáticamente el país y lo ha reducido, deliberadamente, a la pobreza extrema y al caos.

En nuestro nombre va a operar una parte de ese ejército de ocupación cuya misión es someter al pueblo iraquí y facilitar el saqueo que están realizando los Estados Unidos.

Nos hemos convertido en un país siervo, en un país vasallo, en un país mercenario, por voluntad exclusiva del presidente del gobierno. Ese es uno de los precios mayores de una guerra que tiene otros muchos.

Estamos entrando en el conflicto armado de Irak precisamente cuando las razones que justificaron la guerra y la ocupación han aparecido como enormes patrañas inventadas para hacerla inevitable. Nos disponemos a echar una mano para garantizar, con la represión a ultranza y la ocupación militar, el éxito de una guerra ilegítima e injusta cuya finalidad es el expolio de un país, la apropiación de sus riquezas, la extensión del poder imperial de los Estados Unidos.

Nada como nuestra implicación en esta guerra que no queremos y que nos hace cómplices de un crimen puede mostrar, con mayor claridad, que vivimos en una situación de ilegitimidad permanente de los poderes públicos.

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