En homenaje a Theodor W. Adorno (1903 -1969),
con motivo de los cien años de su nacimiento. En la destrucción del aura estética Adorno veía un
proceso que forzaba al espectador a convertirse en un consumidor pasivo e
irreflexivo, y que por tanto imposibilitaba las experiencias estéticas; el arte
de masas que resultaba de la nueva reproducción técnica no representaba para él
más que una “desestetificación del arte” (Entkunstung der Kunst). Benjamin, por
su parte, en el arte de masas tecnificado veía sobre todo la posibilidad de
nuevas formas de percepción colectiva; ponía todas sus esperanzas en el hecho
de que , en la experimentación inmediata del arte por parte del público, las
iluminaciones y experiencias que hasta el momento sólo se habían dado en el
proceso esotérico de goce solitario del arte pudieran producirse en forma
profana.
Axel Honneth [1] Con los diversos métodos de su reproducción técnica
han crecido en grado tan fuerte las posibilidades de exhibición de la obra de
arte, que, por un fenómeno análogo al que se había producido en los comienzos,
el desplazamiento cuantitativo entre las dos formas de valor características de
las obras de arte ha dado lugar a un cambio cualitativo, el que afecta a su
naturaleza misma. A saber, en los tiempos primitivos, y a causa de la
preponderancia absoluta de su valor de culto, la obra de arte fue antes que nada
un instrumento de magia que sólo más tarde fue reconocido hasta un cierto punto
como obra de arte; de manera parecida, hoy la preponderancia absoluta de su
valor de exposición le asigna funciones enteramente nuevas, entre las cuales
bien podría ocurrir que aquella que es para nosotros la más vigente –la función
artística- llegue a ser accesoria. Por lo menos es seguro que actualmente la
fotografía y además el cine son claros ejemplos de que las cosas van en ese
sentido. Walter
Benjamin[2] Entiéndame bien. No quiero garantizar la autonomía
de la obra de arte como reserva, y creo con usted que lo aurático en la obra de
arte está a punto de desaparecer; no sólo mediante la reproductibilidad
técnica, dicho sea de paso, sino sobre todo por el cumplimiento de la propia
ley formal autónoma (…) Pero la autonomía, es decir, la forma objetual de la
obra de arte, no es idéntica con lo de mágico que hay en ella: igual que no se
ha perdido del todo la objetualización del cine, tampoco se ha perdido la de la
gran obra de arte. Theodor
W. Adorno[3] La mundialización es antes que nada la instalación
mundial del sistema técnico de producción tanto de símpolos como de bienes
materiales. Desde Occidente y hasta el Extremo Oriente se está produciendo una
enorme mutación, donde los poderes de producción simbólica, que antes eran
religiosos, artísticos, políticos e intelectuales, están ahora siendo sometidos
e integrados al aparato y a los criterios industriales y comerciales: el
sistema técnico absorbió completamente al sistema mnemotécnico. Bernard
Stiegler[4] En 1944, cuando Max
Horkheimer y Theodor W. Adorno publican en Nueva York Dialektik der
Aufklärung (libro que ha sido traducido al español como “Dialéctica del
Iluminismo” , “Dialéctica de la Ilustración” o también “Dialéctica de la
Razón”), la Segunda Guerra Mundial arreciaba en Europa y se vivía la época de
los totalitarismos (fascismo y stalinismo). En su obra El discurso filosófico
de la Modernidad[5]
, Jurgen Habermas habla con razón de este libro de Adorno y Horkheimer como
de “su libro más negro” (Pg. 135), por su visible inspiración que allí aparece
en la obra de Sade así como de Nietzsche, “los escritores negros de la
burguesía” (Id.). Habermas muestra que los máximos representantes de la llamada
Escuela de Francfort llevan en este libro la crítica del pensamiento ilustrado
a un punto tal que el propio recurso de la crítica, la razón, es “sobrepujada”
al extremo de su propia destrucción: “Este es el paso que da la Dialéctica
de la Ilustración –autonomiza la crítica incluso contra los propios
fundamentos de la crítica” (Pg. 146). Entonces, “La crítica, al volverse contra
la razón como fundamento de la validez de la crítica, se hace total”. (Pg.
149). La dialéctica de la crítica total es otro nombre para la dialéctica
negativa adorniana. Uno de los dos apéndices
incluidos en Dialektik der Aufklärung trata de la Kulturindustrie[6],
la Industria Cultural. En este texto, escrito seguramente por Adorno, la
crítica de la modernidad ilustrada se extiende al campo de las industrias
ligadas a la difusión de la cultura apoyadas ahora en las nuevas tecnologías:
la fotografía, la radio, el cine… Para Adorno, la industria cultural es un
elemento más del universo totalitario fascista. En su libro Después de la
gran división[7],
el crítico cultural alemán Andreas Huyssen sostiene que “... siempre que
Adorno dice ´fascismo`, está diciendo también ´industria cultural`” (Pg. 74).
Esta apreciación se justifica en la medida que la descripción que en este texto
se hace de la sociedad da cuenta de una construcción totalitaria articulada
como un sistema en el que nada escapa a la lógica de la razón instrumental tal
como ya la venía caracterizando Max Weber. Sabemos que Adorno accede al
análisis de la sociedad y de la esfera política a través de un encaminamiento
que parte de la filosofía del arte como consecuencia de su temprano interés por
la música y la interpretación de su significado (se puede decir que existe una
filosofía de la música sólo a partir de Adorno). Esta particular posición
permite al filósofo efectuar una síntesis inédita y precursora entre arte y
política, así como entre cultura y sociedad. Las vinculaciones así establecidas
le han permitido perfeccionar significativamente el esquema forjado por Marx en
el que las relaciones entre “infraestructura” económica y “superestructura”
jurídico-cultural se establecían de un manera poco dilucidada. Para Adorno, los
totalitarismos del siglo XX aparecen como configuraciones de estructuración
continua en las que economía y sociedad, política y cultura se compenetran
indisolublemente hasta constituirse en sistemas estáticos presididos por la
conciencia reificada de las masas. Aquí el rol de la industria cultural
y sus medios tecnológicos en constante perfeccionamiento es precisamente el de
complementar la administración total de la sociedad con un método de
reificación de la conciencia hasta suprimir toda posibilidad de escapatoria.
Esta visión no es muy lejana a la que está contenida en la metáfora del
“estuche de acero” que utilizara Weber refiriéndose al advenimiento de una
sociedad totalmente administrada. Walter Benjamin interviene,
desde un ángulo particular e indirecto, en la problemática relacionada con la
industria cultural, específicamente a través de dos textos importantes: Pequeña
historia de la fotografía (1932) y La obra de arte en la época de su
reproductibilidad técnica (1936). Sabemos que Adorno apreciaba sobremanera
a Benjamin en tanto teórico y no hay duda de que mantenía con él una deuda en
más de un aspecto referido a la conformación de su propio pensamiento. Sin
embargo emprende su cerrada crítica contra la industria cultural sin ignorar
que el punto de vista de Benjamin dista mucho de ser
concluyente en relación al cine y la fotografía, dos de los pilares
tecno-artísticos sobre los cuales se levanta esta industria cultural. En
opinión de Axel Honneth, quien se empeña en confinar el pensamiento de Adorno y
Horkheimer en lo que él llama “el marco de referencia funcionalista de la
teoría crítica”, Benjamin se sitúa en una posición antifuncionalista y,
precisamente, “…entró en conflicto con la dirección del instituto(de Francfort)
por el problema de los efectos sociales y culturales de los nuevos medios de la
cultura de masas moderna” (Op. cit. Pg. 467). Honneth explica que “Adorno pudo
llegar a un estricto rechazo de las nuevas formas de arte no sólo por su
inconclusa insistencia en la idea que sólo la obra de arte esotérica tiene
valor cognoscitivo, sino también por causa de su rígido funcionalismo” ” (Op.
cit. Pg. 468). Sin embargo, es seguro que el contenido del intercambio teórico
extremadamente rico y complejo que existió entre Adorno y Benjamin, sobre este
tema así como sobre muchos otros, difícilmente puede ser evacuado mediante
tales simplificaciones. Sin duda Honneth, que de toda evidencia se cuenta entre
aquellos que tratan de contribuir a encontrar una salida a las graves
contradicciones que atraviesan a las sociedades capitalistas contemporáneas
recurriendo a las posibilidades teóricas que ofrecería la intervención de la acción
comunicativa entre los actores sociales en conflicto, está interesado en
aislar, superar y olvidar el agobiante pesimismo que caracteriza la reflexión
de Adorno y Horkheimer contenida en Dialektik der Aufklärung, y en
particular la sección escrita por Adorno referida a la Kulturindustrie,
que cuestiona en profundidad la posibilidad misma de ampliar los espacios de
libertad a través de una industria que somete a la disciplina de la
racionalidad instrumental todos los ámbitos del arte y la cultura, incluidos
por supuesto el que ocupan los medios de comunicación. Como era inevitable, desde
el término de la guerra y el fin del nazismo, hasta nuestros días, otros
autores emprenderán una revisión de las tesis de Adorno sobre la Kulturindustrie.
Esta revisión se origina, como hemos señalado, sobre todo como respuesta a la
necesidad de salir del estado de petrificación negativa en que, en teoría, la
industria cultural quedó sumida luego de la condenación formulada por el
filósofo de Francfort. Se trataba, por decirlo de algún modo, de “rehistorizar”
la evaluación que él hiciera en consonancia con los cambios sobrevenidos
después de la guerra y el hundimiento del fascismo seguido por el regreso al
sistema democrático. Adorno, que vivió hasta 1969, tuvo la oportunidad de
intervenir de variadas maneras en la reconsideración de sus opiniones acerca de
las industrias culturales, y sería del mayor interés investigar si éstas
sufrieron modificaciones en los años posteriores a 1944. Aparentemente ello no
ocurrió, al menos significativamente. Veremos sin embargo que paradojalmente
en lo que se refiere a las cuestiones de fondo que tienen relación con la
industria cultural, la argumentación de Adorno mantiene una significativa vigencia
e incluso, en ciertos aspectos relacionados con los efectos del despliegue de
la industria cultural sobre la sociedad y las personas, la radicalidad de su
posición puede aparecer hoy día, para algunos, incluso insuficiente, cuestión
que seguramente él sería el primero en reconocer como posibilidad, ya que
estaba lejos de ser un dogmático y porque su pensamiento obedecía por el
contrario a la dinámica de una suerte de cuestionamiento incesante que atacaba
sin tregua toda cristalización conceptual, incluidas aquellas que pudieran
producirse en el seno de su propia evolución. Y es así porque se formó en el
movimiento mismo del análisis de la obra de arte, es decir de aquello que
rehuye toda cosificación, aquello que el filosofo reconoce como una
revuelta permanente a la identificación y a la objetivación, al punto de
preferir no ser a ser mercancía. Adorno y Benjamin, cada uno
de ellos a partir de sus propios cuestionamientos, aunque al ritmo de
frecuentes intercambios, se enfrentaron al importante problema de las
transformaciones que se estaban produciendo en el espacio artístico como
consecuencia de los cambios que sobrevenían en la sociedad, en el ámbito
político y en la introducción de innovaciones tecnológicas tan decisivas como
la fotografía, la radiofonía, el cine. Hoy día resulta evidente que el
encuentro del arte con la industria, por mediación de la tecnología,
posibilitó una transformación completa de la vida de amplios sectores de la
población mundial, transformación que no cesa de profundizarse. No es raro que
quienes se contaban entre los primeros en intentar una reflexión de fondo sobre
el fenómeno vieran aparecer diferencias entre sus respectivas maneras de
interpretar los hechos y sus consecuencias. Sin embargo, esas diferencias no
constituyen, creemos, razón suficiente para aventurar la hipótesis de la
existencia de teorías antagónicas en el campo de la caracterización de las
industrias culturales, una que procedería del pensamiento de Benjamin y otra
debida a las elaboraciones de Adorno. Existe una carta enviada desde Londres el
18 de Marzo de 1936 a propósito de La obra de arte en la época de su
reproductibilidad técnica, en la que Adorno dirige a Benjamin una cordial
crítica motivada justamente porque en su opinión desconoce las posibilidades
liberadoras de la obra de arte autónoma en la época de la técnica[8].
Adorno empieza por dejar en claro que las diferencias se producen en el
contexto de una “base común”. Se refiere al tema del destino de la obra de
arte: “Usted sabe que el objeto ´liquidación del arte` está desde hace muchos
años detrás de mis ensayos estéticos, y que el énfasis con que defiendo, sobre
todo en cuanto a la música, el primado de la tecnología ha de entenderse
estrictamente en este sentido y en el de la Segunda Técnica de usted. No me
sorprende que encontremos aquí expresamente una base común”. Adorno ve surgir
la diferencia cuando entiende que Benjamin descalifica la obra de arte autónoma
por cuanto ésta ha perdido el aura que mantenía mientras conservara su función
de culto: “”Me parece arriesgado (…) que usted traslade ahora sin más el
concepto de aura mágica a la obra de arte autónoma, y le atribuya lisa y
llanamente una función contrarrevolucionaria.”. Y más adelante agrega: “…me
parece que el centro de la obra de arte autónoma no está en la parte mítica,
sino que es en sí mismo dialéctico: entrelaza en sí lo mágico con el signo de
la libertad”. Luego: “Por dialéctico que sea su trabajo, no lo es en la obra de
arte autónoma misma; pasa de largo por la experiencia elemental, evidente para
mi de forma cotidiana en la propia experiencia musical, de que precisamente la
consecuencia extrema en el seguimiento de la ley tecnológica del arte autónomo
lo cambia, y en lugar de la tabuización y fetichización lo aproxima al estado de
la libertad, de lo conscientemente fabricable, de lo hacedero.”. Dejaremos
hasta aquí por el momento las citaciones de esta esclarecedora carta y más
adelante volveremos sobre ella. Lo que importa por ahora es dejar establecido
que Adorno no contraponía a Benjamin una interpretación divergente centrada en
una descalificación de las nuevas formas de la obra de arte porque éstas caían
bajo el dominio de la técnica. Paradojalmente, ocurre lo contrario: Adorno cree
ver en la interpretación de Benjamin un rechazo de la “ley tecnológica del
arte”. Hay aquí posiblemente un malentendido. El trabajo de Benjamin La
obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica comenzó a circular
desde 1936, aunque seguramente es el resultado de largas reflexiones y elaboraciones
anteriores. El escrito de Adorno sobre la Kulturindustrie, incluido en Dialektik
der Aufklärung, data, como lo hemos indicado, de 1944. Los ocho años que
los separan no han transcurrido en vano. En verdad, el tema central abordado
por Adorno en 1944 no es el mismo que analiza Benjamin en 1936, aunque estén
íntimamente relacionados. Benjamin se refiere a las consecuencias que se
derivan del encuentro entre la obra de arte y las posibilidades ahora
ilimitadas de su reproducción técnica. Bajo la denominación de “reproducción
técnica”, Benjamin incluye principalmente, aunque no únicamente, la fotografía
y el cine. Su objetivo es el de demostrar que con esto se produce una
transformación histórica en el arte y un cambio de función de la obra de arte que,
ya muy alejada de su finalidad de servir al culto y despojada del aura que le
confería su condición de obra única, empieza a servir ahora, por mediación de
la tecnología y bajo la forma de reproducción masiva, a fines de otra índole,
relacionados con la política y los movimientos sociales de masas que se
despliegan en el contexto de las transformaciones que se producen en el modo de
producción. Benjamin tiene en cuenta los trastornos sobrevenidos en Europa
como consecuencia de los enfrentamientos de clase y sus efectos políticos que
se tradujeron en la Revolución Rusa y el advenimiento del fascismo en Italia y
Alemania. La utilización del arte y la cultura, reforzada por el uso de la
tecnología para fines políticos de agitación y propaganda, constituyen para él
una confirmación de sus premoniciones en relación a la obra de arte.
Extrapolando, Benjamin, al igual que Adorno, consideraba incluso la
posibilidad de que estas transformaciones pudieran concluir en la “liquidación
de la obra de arte” y su transformación en otra cosa. En l944, Adorno expone los
efectos sociales que se producen como consecuencia del encuentro entre cultura,
tecnología e industria en el marco instaurado por el predominio del capital
monopolista y sus manifestaciones políticas. La cuestión del arte está allí
inmersa pero no en primer lugar. Sin duda Adorno, tiene en consideración los
totalitarismos europeos y la utilización que éstos hacen de los referentes
simbólicos, incluida la “estetización” de la política, pero también incorpora a
su análisis el impacto que tiene sobre la sociedad el control cada vez mayor de
la cultura por la industria y el mundo de los negocios en los países
capitalistas no totalitarios, Estados Unidos en primer lugar (no olvidemos que
Adorno se encuentra en Estados Unidos desde 1938). En el contexto del control
de toda la cultura por el mercado, la situación de la obra de arte no es
más que un caso particular. En el escrito sobre la Kulturindustrie, se
hace frecuente referencia al destino de la obra de arte en la nueva realidad,
sin embargo no queda la impresión de que Adorno considere que sea la propia
obra de arte la que se ha transfigurado, sino más bien de que la industria
cultural se sirve de ésta para fines políticos y de dominación, a la vez
que, convirtiéndola en mercancía, la introduce decididamente en la esfera del
intercambio mercantil. En esta perspectiva, la
visión de Adorno parece tener mayor alcance (lo que no quiere decir
necesariamente: superior) que la de Benjamín, puesto que éste último
tendía a ver que la obra de arte como tal era en su integridad engullida por la
reproductibilidad técnica, transfigurada y, lo que quedaba de ella -si es que
algo quedaba-, era destinado a nuevas funciones. Adorno, en cambio, si bien
temía la “liquidación del arte”, insinúa teóricamente la sobrevivencia de su
esencia bajo determinadas formas, incluso en las condiciones de una masiva
invasión de la cultura por la industria y el capital. Ya en la carta a Benjamin
del 18 de Marzo de 1936, a la que hemos hecho alusión más arriba, Adorno
escribe: “Cuando salva usted al cine cursi frente al cine de nivel, nadie puede
estar más d`accord que yo: pero l`art pour l`art también estaría
necesitado de redención, y el frente unitario que hay en contra, y que por lo
que yo sé va desde Brecht hasta el movimiento juvenil, podría animarle a uno
por sí solo a ello. Habla usted del juego y la apariencia como los elementos
del arte; pero nada me dice porqué el juego debe ser dialéctico y la apariencia
(…) no.” Y un poco más adelante: “Entiéndame bien. No quiero garantizar la
autonomía de la obra de arte como reserva, y creo con usted que lo aurático en
la obra de arte está a punto de desaparecer; no sólo mediante la
reproductibilidad técnica, dicho sea de paso, sino sobre todo por el cumplimiento
de la propia ley formal autónoma (…) Pero la autonomía, es decir, la forma
objetual de la obra de arte, no es idéntica con lo de mágico que hay en ella:
igual que no se ha perdido del todo la objetualización del cine, tampoco se ha
perdido la de la gran obra de arte”[9]. ¿Habrá
pasado la obra de arte a pertenecer al espacio de la negatividad, ese
mundo alternativo que Adorno construye en sus libros fundamentales, Dialéctica
negativa y Theoría Estética, y que tiene como propósito aparente
habilitar un espacio para poner lo más esencial a salvo de la destrucción que
trae el Apocalipsis capitalista? Quien quiera mirar
desprejuiciadamente, no podrá menos que reconocer que, desde el momento en que
sonó la hora de su crisis hasta nuestros días, la obra de arte autónoma, aunque
aparentemente extraviada por inéditos y abigarrados caminos, no ha
desaparecido. Desde fines del siglo XIX, y a lo largo de todo el siglo XX se
han sucedido los más complejos, imaginativos, inusitados y variados movimientos
artísticos, caracterizados, en no pequeña medida, por la voluntad de defender
la diferencia y mantener un espacio de independencia y libertad frente a la
tenaz embestida del mercado. Este, que todo lo recupera y lo aplana, puede
jactarse de haber obtenido algunas victorias, sin embargo, los recursos del
arte parecen ser inagotables: la obra de arte autónoma una y otra vez emerge
bajo nuevas e insospechadas formas. ¿Y las industrias culturales? Aunque como es natural no
hay completa coincidencia entre Benjamin y Adorno acerca del diagnóstico que se
puede hacer sobre el destino de la obra de arte en la época del capitalismo
tardío y el alto desarrollo de la industria cultural, parece imposible, como
quiere hacer Axel Honneth, apoyarse en Benjamin para debilitar la posición de
Adorno. Por de pronto, no hay que perder de vista que Benjamin murió demasiado
pronto como para llegar a conocer el fenómeno de la cultura de masas en su fase
de mayor despliegue. Además, para deconstruir teóricamente a Adorno haría falta
considerar el conjunto de su obra y no sólo el texto de 1944. En realidad,
Honneth sigue a Jurgen Habermas en su afán por hacer una reapreciación de la
Kulturindustrie, esta vez en el marco de la teoría de la acción comunicativa
por él elaborada como vía de tratamiento y posible superación del impasse
generado por los conflictos de clase en las sociedades capitalistas
industrializadas. En el libro de Andreas
Huyssen que hemos citado[10], este
autor escribe: “Desde luego, lo que Habermas intentaba hacer era introducir una
dimensión histórica en lo que unos años antes Adorno y Horkheimer habían
juzgado el sistema clausurado y aparentemente intemporal de la industria
cultural”. Aquí sólo podemos referirnos puntualmente a la teorización de
Habermas, quien se refirio en varias ocasiones a las posiciones de Horkheimer y
Adorno sobre las Industrias Culturales. Se encuentra un mayor desarrollo en el
primer tomo ( Parte IV, Nº 2, desde la Pg. 465 a 508) y también en el segundo
tomo (Parte VIII, Nº 3, desde la Pg. 542 a 572) de su obra de 1981, Teoría
de la acción comunicativa[11], así
como en El discurso filosófico de la modernidad[12],
de 1985 (Capítulo 5, desde la Pg. 135 a la 162). Efectivamente, Habermas no
acepta seguir a Horkheimer y Adorno en su pesimismo, ya que estima que éste
concluye en un “sobrepujamiento” de la crítica a tal punto radical que termina
por descalifica a la propia racionalidad de sus posibilidades
liberadoras. De algún modo, Habermas considera esta posición como una
capitulación que se explica paradojalmente por la carencia circunstancial -pero
insuperada- de recursos críticos en el pensamiento de los creadores de la teoría
crítica. En su opinión, al igual que Nietzsche, Horkheimer y Adorno
permanecen prisioneros de una forma de crítica puramente ideológica de la
modernidad cultural, percibiéndola “desde un similar (con Nietzsche) horizonte
de experiencia, con la misma sensibilidad subida de punto, y también con la
misma estrechez de visión, que los torna insensibles a los rastros y formas
existentes de racionalidad comunicativa”[13].
Habermas afirma que, por un lado, la teoría en la que Horkheimer y Adorno
“…hasta entonces se habían apoyado, y el proceder en forma de crítica
ideológica no daban para más” y, por otro lado, “no desarrollaron en ese momento
esfuerzo alguno tendente a practicar una revisión de la Teoría Crítica en
términos de los paradigmas vigentes de la ciencia social, porque les pareció
que el generalizado escepticismo contra el contenido de verdad de las ideas
burguesas ponía en cuestión incluso los criterios de la propia crítica
ideológica. En vista de este segundo elemento Horkheimer y Adorno se decidieron
a dar el paso verdaderamente problemático; se entregaron, al igual que el
historicismo, a un desbocado escepticismo frente a la razón, en lugar de
ponderar las razones que permitían a la vez dudar de ese escepticismo”[14]. Es en este punto donde
Habermas se separa de Horkheimer y Adorno en lo que al análisis de la
“modernidad cultural se refiere”. Habermas emprendió, como es sabido, un extraordinario
esfuerzo, aun en curso, por superar el impasse de la teoría crítica, que
desde su punto de vista habría naufragado en los límites de la “crítica
ideológica”, y lo hace mediante la construcción de una teoría de la acción
comunicativa, que busca apoyarse en los “paradigmas vigentes de la ciencia
social”, particularmente en las teorías relativas a la comunicación, así
como las teorías relativas a los sistemas. Esquematicamente, la
hipótesis de Habermas sostiene que, en la modernidad, las tentativas
provenientes del sistema por “colonizar” el “mundo de la vida” pueden ser
contenidas por medio de acciones racionales emprendidas por los miembros de la
comunidad que se organiza a través del intercambio comunicativo. Esta
apreciación podrá ser extendida desde luego al campo de las industrias
culturales, abriendo la posibilidad de una recuperación democrática y
constructiva de la cultura. ¿Será ello posible? ¿No estamos ahora con Habermas
frente a una razón utópica? Más de medio siglo ha
transcurrido desde la aparición de Dialektik der Aufklärung y, aunque
quedaron atrás los tiempos del fascismo europeo que Adorno y Horkheimer
conocieron y analizaron, y si bien es cierto que se han producido múltiples
cambios en las sociedades occidentales, todo lo relacionado con la naturaleza y
el carácter de la producción cultural masiva siguen siendo objeto de vivas
controversias en todos los medios en los que el espíritu crítico aun se
mantiene vigente. Si nos referimos al aspecto “funcional”, hay que subrayar lo
que ya muchos han observado: en la lógica del sistema económico capitalista
está siempre presente la tendencia a la concentración cada vez mayor del
capital y a la formación de monopolios excluyentes en torno a la elección,
producción y distribución de los productos. Esta tendencia ya es problemática
cuando se trata de productos comunes y corrientes. Cuando se trata de productos
culturales los efectos son incomparablemente más perniciosos, por cuanto toda
la cultura tiende a empobrecerse y nivelarse en torno a las definiciones
impuestas por los grupos más poderosos, cuya finalidad no es la de favorecer el
desarrollo “orgánico” y diferenciado de la cultura, sino asegurar los mayores
márgenes de ganancia y, consiguientemente, emprender, con el apoyo de tecnologías
más y más perfeccionadas la conquista de nuevas áreas de inversión a fin de
ampliar los mercados para los mismos productos estereotipados y la consecuente
mayor acumulación de capital. Es casi innecesario agregar que, como
consecuencia del proceso de globalización y transnacionalización de la
economía, el diseño de las políticas culturales tiende a centrarse en las
determinaciones provenientes de los países económicamente más fuertes, más
precisamente de EE.UU. y Europa occidental. Estas afirmaciones son desde luego
“lugares comunes”, pero el que lo sean no le quitan validez. Este proceso no se
ha atenuado en los últimos cincuenta años, sino que se ha profundizado. ¿Es
posible decir hoy algo diferente en relación a los contenidos de la cultura
uniformizada por las industrias culturales? Bajo el título de La
técnica y el tiempo, que evoca evidentemente el título de otro libro
señero: El ser y el tiempo de Heidegger, Bernard Stiegler desarrolla en
nuestros días una amplia investigación filosófica sobre la problemática
civilizacional interna que acompaña al proceso de control de la esfera
simbólica por las industrias culturales. No es posible entrar ahora en el
análisis y la descripción detallada de esa importante obra en curso, de la cual
ya han aparecido tres volúmenes[15].
Conviene sin embargo desde ya anotar que Stiegler muestra cómo, lejos de
evolucionar en un sentido liberador, las tecnologías sobre las cuales descansan
las industrias culturales, en las actuales condiciones político-económicas
permiten una progresiva alienación de las consciencias. La identificación y el
análisis de los objetos temporales permiten a Stiegler ir quizás más
lejos que Adorno, aunque no en un sentido diferente: El limite de los análisis de Horkheimer y Adorno se
encuentra en el hecho de que cuando denuncian el proceso de exteriorización
técnica de la imaginación, no explican las razones que permiten que la conciencia pueda hasta ese extremo ser penetrada
y controlada por el desarrollo de una obra cinematográfica o de cualquier
objeto temporal similar. Hay que empezar precisamente por definir la noción de
objeto temporal, para comprender el problema. Llamo temporal a un objeto
cuyo transcurrir coincide con el flujo de la consciencia de la cual es objeto,
que es por tanto también él esencialmente un flujo, y que no se constituye sino
con el correr del tiempo, como transcurrir (écoulement). Como lo ha
indicado Husserl, su paradigma es la melodía. Un objeto temporal es un tejido
de retenciones y protenciones. Ahora bien, estos procesos retencionales y
protencionales dan también su entramado a la temporalidad de la consciencia en
general, y los objetos temporales permiten al mismo tiempo modificar estos
procesos de la consciencia y, en un determinado momento, influenciar, es decir controlar,
esos procesos .[16] El cine, la radio, la
televisión, la prensa, es decir el conjunto de los medios que se encuentran
mayoritariamente en manos de las industrias culturales, que son a menudo las
mismas manos de quienes controlan el poder político en nuestras sociedades,
sirven, con la potente mediación de la tecnología, para diseñar un sistema
abrumadoramente invasivo sobre las personas, tanto más poderoso e
incontrarrestable, cuanto forma parte de los activos de las grandes empresas
que hoy reinan sobre los más amplios sectores de la producción, el comercio y
las finanzas del mundo globalizado. ¿Estamos acaso tan lejos del oprimente
escenario descrito por Adorno y revisitado ahora por Stiegler? La
obra de arte autónoma, tan cara al espíritu libertario de Adorno, ha debido
internarse por insospechados senderos para conservar, si no su total
independencia, al menos lo básico de su propia esencia. Benjamin pudo ver como,
de objeto de culto se transformó en objeto de exposición y más tarde en objeto
de utilización política. Adorno describió la manera cómo se desdobló en obra de
arte y mercancía por la intervención de la industria. Ahora, como objeto
temporal (Stiegler), la mercancía cultural, cada vez más lejos de la obra de
arte, captura el fluir de la consciencia humana en una especie de supramundo
virtual multimediatizado. La cultura independiente sigue librando su desigual
batalla. La acción comunicativa es un camino cuyas posibilidades no pueden ser
a priori desestimadas, sin embargo vemos como las fuerzas que buscan
arrastrarlo todo a la arena del mercado, hace ya tiempo que se han enseñoreado
precisamente de buena parte de los más decisivos resortes de la comunicación a
fin de manipular la cultura, incorporarla a los negocios y optimizar la ganancia.
Saber hoy lo que la técnica y los poderes podrán llegar a hacer con las
industrias culturales es tan difícil como saber lo que las industrias
culturales podrán llegar a hacer con el hombre y su consciencia. Stiegler: “Como técnica de
difusión de imágenes captadas y administradas en directo, utilizando enseguida
las técnicas del telecine y agregando a ello el registro videográfico a través
del magnetoscopio y el consiguiente montaje (lo que permite reintroducir el
tiempo de postproducción), las cuatro coincidencias televisuales forman un
sistema global de programación de objetos temporales diversos, inscritos en la
“malla” que organiza los “encuentros (“rendez-vous”), sistema de programación
de objetos temporales que constituye los archiflujos en los que los flujos
de programas se encadenan, y que es llamado precisamente una “cadena”
(“chaîne”) Como industria de programas, el broadcast organiza una
calendarización mundial controlada al segundo, basada en el time-code y
sobre una economía global del tiempo social concebido como sumatoria de
consciencias sincronizadas en la que el valor del tiempo es calculado
según criterios tales que en un mismo canal, un minuto de publicidad televisada
vale unos miles de francos a las tres de la tarde y alrededor de cien mil
francos a las ocho y media de la tarde. La franjas horarias permiten distinguir
los tipos de público y los precios de cada segundo del flujo, es decir de las
conciencias, todo ello sancionado a fin de cuentas por el rating. Esta
economía del tiempo es también una guerra entre los medias por la conquista del
tiempo limitado que el espectador puede consagrarles. Esta explotación
forzada de los tiempos de conciencia suscita sin embargo problemas de desgaste
y contaminación comparable a la que encuentra la explotación descontrolada de
los recursos naturales.” [17] Santiago, Mayo de 2003. 1) VV.AA. La teoría social hoy. Ed. Grijalbo,
Alianza, 1986. Ver el capítulo de Axel Honneth: Teoría Crítica, en Pg.
468 2) Walter Benjamin: La obra de arte en la época de
su reproducción técnica, en Discursos interrumpidos I, Aguilar,
Altea, Taurus, Alfaguara S.A. de Ediciones, Buenos Aires, 1989. 3) Theodor W. Adorno: Sobre Walter Benjamin,
Ediciones Cátedra S.A. , Madrid 1995. Pg. 141. 4) Entrevista a B. Stiegler en la revista ArtPress Nº
276, Paris, Febrero 2002. 5) J. Habermas: El discurso filosófico de la
modernidad, Altea, Taurus, Alfaguara, S.A., Madrid 1991, Pg. 135 6) Max Horkheimer – Theodor Adorno: La industria
cultural, incluido en Industria cultural y sociedad de masas, Monte Avila Editores C.A.. Sin fecha de edición. Pg.177 7) A. Huyssen: Después de la gran división,
Adriana Hidalgo editora S.A. Buenos Aires 2002, Pg. 74 8) Theodor W. Adorno: Sobre Walter Benjamin, Ediciones
Cátedra, S.A., 1995, Madrid. La carta a la que nos referimos se encuentra en
la página 138. 9) Theodor W. Adorno: Sobre Walter Benjamin,
Ediciones Cátedra, S.A., 1995, Madrid. La carta a la que nos referimos se
encuentra en la página 138. 10) Andreas Huyssen, Op. cit. Pg.
43. 11) Jurgen Habermas: Teoría de la acción
comunicativa, tomos I y II. Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara, S.A. de
Ediciones, Buenos Aires, 1989. 12) Jurgen Habermas: El discurso filosófico de la
modernidad, Altea, Taurus, Alfaguara, S.A., Buenos Aires, 1989. 13) J. Habermas: El discurso filosófico de la
modernidad; Pg. 161. 14) Idem 15) B. Stiegler: La tchnique et le temps,
Volúmen I: La faute d`Epiméthé, 1994. Volúmen II: la désorientation,1996.
Volúmen III: Le temps du cinéma et la question du mal-être, Editions
Galilée, Paris. Recientemente han sido traducidos y publicados en España los
dos primeros volúmenes de esta obra por la editorial “Hiru”. 16) Entrevista a B. Stiegler en la revista ArtPress Nº
276, Paris, Febrero 2002. 17) B. Stiegler: La tchnique et le temps,
Volúmen III: Le temps du cinéma et la question du mal-être, Editions
Galilée, Paris, 2001, Pag. 186-187. Theodor
W.Adorno, algunos enlaces: Freddy Sosa; Autonomía y Sociedad en
la Estética de Theodor Adorno DIALECTIQUES-site consacré à l’école de
Francfort THËORIQUES Revue de théorie
critique Th.Adorno & Max
Horkheimer: The Culture Industry, Enlightment as Mass Deseption Th.Adorno & Max
Horkheimer: Le Prix du Progress Th.Adorno:
Culture Industry Reconsidered Th.
Adorno: from Culture Industry Th.Adorno (The Internet
Encyclopoedia of Philosophy) Annie Palanché: A Propos
d’Adorno C,Bowman: Odysseus and
the Siren Call of Reason: The Frankfurt School Critique of Enlightenment Critical Theory and the Frankfurt
School Illuminations: The Critical
Theory Website TELOS: A Quarterly
Journal of Critical Thought Theodor W.Adorno y la Escuela
de Frankfurt Razón y sociedad en la
Escuela de Frankfurt y en K.Popper S.Vial.
La Escuela de Frankfurt J.Sazbón: El legado
teórico de la Escuela de Frankfurt "In
search of a philosophy of praxis in Adorno's negative dialectics" by Terje
Steinulfsson Skjerdal R.Wiggershaus:
Frankfurt School: Its History, Theories and Political Significance
ADORNO, BENJAMIN, EL ARTE Y LAS INDUSTRIAS CULTURALES
Jorge Michell