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LAS DOS ALAS DEL ÁGUILA

William K.Tabb
(Monthly Review)

Peter Marcuse ha escrito (Monthly Review, July-August 2000) que la globalización “es un no-concepto en la mayoría de los usos: un simple catálogo de todo lo que parece diferente, al menos desde 1970, cualquier avance en tecnología de la información, el extenso uso de la carga aérea,, la especulación en divisas, el creciente flujo de capitales a través de las fronteras, la Disneyficación de la cultura, el mercado de masas, el calentamiento global, la ingeniería genética, el poder corporativo multinacional, la nueva división internacional del trabajo, el poder reducido de los estados-nación, el post-Fordismo.” El problema es más que el uso descuidado de las palabras, la inclusión de todo significa que el término significa poco menos que nada. Y lo más importante, “el término nubla todo esfuerzo por separar la causa del efecto, analizar lo que se está haciendo, por quién, para quién, para qué y con qué efecto”. Para contestar estas preguntas es necesario reenmarcar la discusión. Ni el amorfo discurso de la globalización de cualquier ciencia social ni la previamente dominante sobre la soberanía del estado-nación son satisfactorios para esta tarea.

El pensamiento económico está organizado en torno al estado-nación, ya que es ciencia política. La soberanía de las naciones es asumida y la tarea es cómo asegurar una mayor cooperación en la solución de problemas mutuos. El mundo ha sido conceptualizado como un sistema de estados soberanos y hablamos, por ejemplo, del comercio internacional. Ahora se nos sugiere que como resultado de un proceso todavía amorfo de globalización la simetría entre estados y mercados se ha quebrado. Algunos aseguran que la nación como la unidad propia de análisis fue relevante sólo para un corto período histórico, quizás desde fines del siglo XIX a la última parte del siglo XX. Otros concluyen que dado que las relaciones se han ido complicando en redes ya no son jerárquicas ni territoriales. Desde este punto de vista, desde que individuos y organizaciones están inmersas en redes mundiales y exhiben múltiples y competitivas lealtades, el período territorial ya se a terminado. Desde nuestro punto de vista, el foco en la integridad territorial ha sido siempre engañoso para la mayoría de los pueblos del mundo. A través de la mayor parte de la historia ha habido imperios, usando el término para denotar un sistema de interacción en donde una metrópoli ejerce efectiva soberanía política sobre la política interna y externa de la periferia subordinada.

El término intermedio entre una “globalización” enteramente amorfa y el “imperio” más concreto es “hegemonía” y, como imperio, la hegemonía es usada de muchas maneras. En los estudios internacionales dominantes se acepta ampliamente que en el período Post Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos construyó lo que ha sido llamado una hegemonía”depositaria de apuestas”. Se arguye que al hacer instituciones internacionales más transparentes y responsables , que adherían a las reglas de la ley, y a políticas de veto con aliados, Estados Unidos hizo una sociedad desigual pero viable, aceptable para otros países. Los aliados que cooperan con Washington tienen influencia en la manera en que éste ejerce su poder. Este regateo institucional reduce la ventura del hegemón o del unilateralismo al atar al hyperpoder a un conjunto de reglas que él mismo ha ayudado a crear. Pudo ser conveniente para muchos someterse al liderato americano, dentro de este marco, ya que el poder americano estaba limitado. Para los EEUU el beneficio era que por actuar con restricciones y de una manera confiable, ganaba mayor cooperación. Es este acomodo el que se dice está siendo amenazado por el vuelco de la administración Bus hacia el unilateralismo.

Lo que está aquí en cuestión es la elección entre dos estrategias imperiales de los EEUU: una hegemonía ajustada a promover primordialmente la globalización neoliberal en términos particularmente favorables a los EEUU, y una hegemonía alternativa que empuja hacia el establecimiento de un imperio más formal de los EEUU. Estos dos pasos representan estrategias alternativas que una clase gobernante imperialista tendrá que escoger, aun cuando en muchos respectos ambas pueden ser complementarias.

La preocupación con la nueva vehemencia unilateral en la política económica y exterior de los EEUU, de parte de los liberales nacionalistas, proviene de sus análisis del valor del modelo de hegemonía depositaria de apuestas. Ellos alegan que al facilitar una economía mundial más abierta y liberal, la primacía americana empuja la prosperidad global. Se dice frecuentemente que la interdependencia económica crea relaciones pacíficas entre los estados. Esta posición Clintoniana frecuentemente repite el lema que nunca países que tienen un Mc Donald han ido a la guerra. La invasión de Reagan a un Panamá rico en Mc Donalds claramente revela las intenciones no expresadas por los liberales. Por definición, las intervenciones militares de EEUU en América Latina, no son guerras.

La Doctrina Bush, por el otro lado, es vista desde una perspectiva en donde al “crear paz y democracia” mediante la guerra preemtiva y los cambios de régimen, los EEUU crea condiciones para el desarrollo económico. Se espera que los inversionistas envíen efectivo a lugares que han sido pacificados, con gobiernos democráticos estables, respetuosos de los derechos de propiedad. En este marco el uso activo de las capacidades hegemónicas de los EEUU, conduciría a expandir el comercio mundial y la inversión. La amenaza y el uso de la fuerza llegan a ser políticas para un supuesto aumento del bienestar de los pobres y de los oprimidos.. Tal decisión pudiera contribuir mucho más que las miserables y a mendido inefectivas políticas, por dar un ejemplo, del Banco Mundial. Por supuesto pocas veces se dice esto tan audazmente, pero el argumento se hace cada vez más frecuente. Más comentaristas más francos denotan cierta auto-satisfacción y auto-interés declarando que : “El Imperio premia aquellos que lo dirigen, con honores, riquezas y estatus de celebridad. Y para todos los quejosos sobre la carga del hombre blanco o su equivalente contemporáneo, pocos de entre nosotros que tuvimos la oportunidad de compartir esos premios, los desdeñamos,” (Charles S, Maier, “¿An American Empire?”, Harvard Magazine,November-December,2002,). La elite americana haría bien en hacer el bien.

Dar forma y expandir la “zona de democracia” mediante el uso del poder militar, domina la presidencia de Bush II. Ser visto como miembro de las “coalitions of the willing” es la clave de la ayuda económica y de un mejor trato en las negociaciones comerciales. Ahora ha sido siempre cierto que estar en el buen lado de los poderosos es importante. De todos modos a muchos les parece que alguna línea se ha cruzado -quizás de la hegemonía al imperio en directo.

La hegemonía se refiere a que un estado es suficientemente poderoso para mantener las reglas esenciales que gobiernan las relaciones interestatales y que está dispuesto a obrar así. Un imperio es una forma de dominación en que un estado captura el poder y gobierna sobre los otros. El Imperio sujeta a las gentes a reglas desiguales. El gobierno de una nación determina quien gobierna la vida económica y política de otra sociedad. Si tal definición se acepta, entonces es razonable hablar del Imperio Americano, aún si es un Imperio diferente al Imperio Británico o al Imperio Romano (así como estos imperios fueron diferentes el uno del otro).

En los hechos, las dos perspectivas se superponen. Los institucionalistas liberales y aún algunos autodenominados izquierdistas abogan la aceptación vacilante de la responsabilidad por pueblos y territorios que deben ser rescatados de la primitiva violencia balcánica que amenaza engullirlos si se los deja a su propia suerte. La racionalidad de los derechos humanos para guerras de intervención fue atractiva para muchos liberales para quienes la discusión sobre el petróleo y el imperio es desagradable. Para los más honestos dentro de este campo, el desacuerdo es táctico, y se enfoca en si el imperio que se basa sólo en la fuerza y en el funcionamiento sin la aprobación internacional, puede tener éxito.

Para los radicales tal aproximación está desocializada y deshistorizada hasta el extremo. El Imperialismo es hoy, como siempre lo ha sido, un proyecto consciente de clase de los sectores dominantes de las economías avanzadas, que usan la habilidad de sus estados para proyectar fuerza para ganar o retener el control sobre importantes recursos y mantener un orden mundial en donde sus intereses prevalezcan sobre todos los otros. Esto no significa que no ayude el hecho de que los propagandistas del imperialismo hablen en términos idealistas. El imperialismo reclama, como parte de su misión, estar diseminando ley y orden, estar promoviendo la justicia, la educación, la paz y la prosperidad. Esto es hoy tan cierto como lo fue hace un siglo, en el climax de las intervenciones, invasiones y cambios de régimen bajo el signo de la carga del hombre blanco. La decepción o quizás la auto-decepción hizo el proyecto más fácil, pero éste debe ser condenado y resistido no importando como esté empaquetado.

Un número de comentaristas de diversas profesiones han anotado que la diplomacia de EEUU ha tenido dos lenguajes: “una línea que desciende de los axiomas de macho de Theodor Roosevelt, la otra de los cantos presbiterianos de Woodrow Wilson” (Perry Anderson, “Force and Consent”, New Left Review, September-October 2002) Por supuesto, no es accidental que TR sea el presidente favorito de Mr.Bush Los liberales que invocan los derechos humanos están más o menos en el marco retórico de los “catorce Puntos” de Woodrow Wilson, pero ni Bush ni ninguno de los líderes de US han vacilado en poner a unos en la columna A y a otros en la columna B, o en hablar de la primacía de EEUU como si fuera la obra de Dios en el mundo.

Quisiéramos pensar de dos alas del águila. La una, la Wilsoniana, es multilateralista y precupada en construir instituciones estatales de gobierno globales. La otra es unilateralista, con una aproximación de “shock y pavor”, que sostiene que el modo de ganar respeto viene del uso del gran garrote. La primera tiende a ser liberal en los términos de la política de los EEUU , y representa al capital transnacional y a las finanzas internacionales que prefieren un sistema de comercio libre basado en la hegemonía del guardián de las oportunidades discutida más arriba. La segunda viene del lado del capitalismo cowboy, la industria petrolera, los contratistas militares, y los cruzados religiosos. Los primeros habrían sido mejor representados por una presidencia Gore, los últimos están felices con Bush en la Casa Blanca. No importando quien esté en la Oval Office, ambas alas tienen satisfechas sus necesidades aún cuando la visión estratégica sea un poco diferente. En términos del ejercicio del poder del estado cualquier intento de diferenciación entre lo militar, lo económico y lo político resbala ante su interdependencia e interacción. De todos modos, el abrazar una cruzada religiosa para rehacer el mundo y forzar a una “Vieja Europa” pusilánime a una comprensión más disciplinada de su verdadero lugar, difiere de lo que habriamos esperado de Al Gore. Estas son sobre todo diferencias de estrategia y de postura con las que se cumple con el objetivo en que todos están de acuerdo, la dominación y el control por los EEUU sobre todos los recursos de otros pueblos, la fuerza de trabajo y los mercados. La cuestión de si es mejor para cumplir estos objetivos un liderato multilateralista o un tozudo unilateralismo , es una disputa dentro de una visión de clase común. Sin embargo, esto no es lo mismo que decir que tales diferencias carezcan de importantes consecuencias-desde luego una u otra estrategia puede probarse más eficaz en un punto particular del tiempo.

Lo que tenemos hoy es un retorno a las aspiraciones por la dominación imperial al viejo estilo, y el reclamo de autoridad sobre los demás y a los privilegios de la decisión solitaria que nos hace retener el aliento. Cuando Mr. Bush dice en septiembre 20 del 2001, ante una reunión conjunta del Congreso: “Nuestra guerra contra el terror comenzó con Al Qaeda pero no termina allí. No finalizará hasta que todo grupo terrorista con alcances globales haya sido encontrado, detenido y derrotado”, estaba anunciando una guerra permanente que se sostendría por un tiempo infinito, y haciendo claro que este sería la única preocupación de su presidencia. La advertencia al resto del mundo fue hecha clara en una declaración que ya es famosa: “Toda nación en cualquier región tiene ahora que tomar una decisión. O están con nosotros o están con los terroristas”. El vicepresidente Cheney dijo que EEUU tendría que adoptar medidas militares contra “cuarenta o cincuenta países” y que la guerra duraría medio siglo o más.

Si el Imperio Americano ha de ser cuestión de un auto-interés ilustrado bajo el cual florecerían los mercados y la democracia, o si hemos de ver el franco despliegue de políticas de poder nada dispuestas a ser constreñidas por el respeto a otros países, a menos de ser forzado a hacerlo, tenemos una situación que torna infelices a muchos en el mundo. “Uno lee acerca del deseo del mundo por el liderato Americano solamente en los EEUU”, se ha señalado, “todo el resto lee acerca de la arrogancia y el unilateralismo Americano” (citado en Samuel P. Huntington, “The Lonely Superpower”, Foreign Affairs, March-April 1999).

La primacía proporciona una mayor libertad de acción sobre un espectro muy amplio de actividades y acarrea cooperación en términos favorables al hegemon. No hay nada singularmente malo acerca de la búsqueda de primacía de parte de EEUU, ni hay nada singular del carácter nacional, en el sentido de que cualquier formación mayor de estado capitalista actuaría de manera similar. Pero el debate entre la elite es diferente: ¿Cuál es la mejor manera como EEUU podría fortalecer su poder? Se da por descontado que EEUU “es el Número Uno”, y que la elite de EEUU, por razones comprensibles, prefiere tener más poder que menos, y que planea mantenerse de en esa línea. Esto significa, naturalmente, que un voluntarioso Estados Unidos puede imponer costos devastadores sobre cualquiera que se le interponga en su camino. El debate entre la elite es táctico:¿Si pudiera EEUU actuar unilateralmente, lo hará? ¿Sirve a los EEUU aparecer insensible ante las preocupaciones de los demás? Esto es, ¿se beneficia EEUU de la exposición de fuerza desnuda y del brutal empleo de sus capacidades militares, o haría mejor actuando con otros multilateralmente y a través de instituciones de gobierno global como las Naciones Unidas o la Organización Mundial de Comercio? El giro de George W.Bush después del 11 de Septiembre ha sido muy brusco. En el 2000, en el segundo debate presidencial, su posición era que el mundo se vería atraído por una América que era fuerte pero humilde, y que sentiría repulsión si la nación usaba su poder de modo arrogante. Como dicen sus críticos liberales, entonces su posición era correcta. Pero para los que están más hacia la izquierda, ellos tienen una pregunta diferente: ¿Debería EEUU gobernar el mundo? Este no es un debate sobre estrategia, unilateralismo o multilateralismo, sino una pregunta sobre cómo creamos un mundo en el que la gente viva, tenga esperanzas, perspectivas y sea valorada con equidad, y sobre cómo podemos vivir juntos en respeto mutuo de modo que reemplacemos la guerra y la explotación como mecanismos gobernantes del sistema mundial.

Los que alzan estas cuestiones necesitan darse cuenta que el giro actual de George W.Bus se basa en la misma ideología del “Consenso de Washington” que marcó al régimen de Clinton. “Los terroristas atacaron al World Trade Center, y los derrotaremos expandiendo y apoyando el comercio mundial”, dijo el Presidente poco después del 11 de Septiembre del 2001, “pareciendo implicar”-como lo comentara el New York Times “que el comercio de alguna manera estaba entre las preocupaciones de los terroristas que echaron abajo las torres”. Robert Zoellick, el representante comercial de EEUU, opinó que los oponentes a la globalización dirigida por las corporaciones pudieran tener “conexiones intelectuales” con los terroristas. Y el Presidente declaraba: “El comercio libre no es sólo una oportunidad económica, es un imperativo moral. El comercio crea trabajo para los desempleados. Cuando negociamos por mercados abiertos, le estamos dando nuevas esperanzas a los pobres del mundo. Y cuando promovemos la apertura del comercio libre, promovemos la libertad política”

Este pensamiento encontró su camino en Septiembre 2002, en la National Security Strategy of the United States of America, sometida por la Casa Blanca al Congreso. Este documento puso en pie la nueva doctrina preemptiva y prometía mantener la supremacía militar indefinida sobre todos los rivales potenciales. Pero también amarró el Consenso de Washinton a esta Doctrina Bus. Leyendo partes del documento: “Trabajaremos activamente para traer la esperanza en la democracia, el desarrollo, los mercados libres, el libre comercio a todos los rincones del mundo”. Enlista entre sus políticas bajas marginales en las tasas impositivas y políticas regulatorias y pro-crecimiento que todas las naciones deberán adoptar porque: “El concepto de 'comercio libre' surge como un principio moral antes de ser un pilar de la economía. Si usted puede hacer algo que otro valore, será capaz de vendérselo. Si otros hacen algo que valoremos, podremos comprárselo. Esta es la verdadera libertad la libertad para una persona-o una nación-para hacer la vida.” Para cualquier observador honesto esta no es la ideología de a libertad o de la democracia: es un sistema de control, una economía imperial.

En las próximas décadas los problemas del subdesarrollo serán peores en los países subdesarrollados, en muchos casos considerablemente peores. Es problemático si la jugada de Bush para transformar la región con su patronazgo a cambios de régimen mejorará esta situación. En el mundo de hoy cientos de millones se están muriendo de hambre, cientos de millones de adultos son iletrados, y cientos de millones de niños no van a la escuela. Miles de millones no tienen acceso a servicios sanitarios básicos o a medicinas de bajo costo. Las enfermedades epidémicas han regresado desde 1960, y en una escala inimaginable. Qué sentido puede tener en este mundo una mayor militarización, frente a la alternativa de una agenda desarrollo seria, que costaría menos en términos de dinero, para no decir nada en términos de vidas. Esto es algo que debe ser considerado por los americanos.. Esto es, si apagamos las noticias de la televisión y nos ponemos a pensar en estos problemas en términos de solidaridad con otros miembros de la comunidad humana global.

Las implicaciones prácticas de una alternativa de izquierda, no nos sorprendamos, son políticas exactamente opuestas al modelo del Consenso de Washington. Ese modelo favorece la liberación comercial y el crecimiento basado en las exportaciones, la liberación del mercado financiero y el movimiento sin control del capital, la privatización y menores provisiones de bienes y servicios sociales, impuestos más bajos, austeridad fiscal y monetaria, y lo que se llama la deregulación de los mercados de trabajo y la flexibilidad laboral. Cuando criticamos las políticas que han estado imponiendo las instituciones económicas del estado global, no olvidamos que estas políticas se han impuesto globalmente bajo la sombra del ala Wilsoniana de la clase gobernante de EEUU. Estas políticas aumentan la inseguridad económica y el sentido de impotencia, que son solamente acentuados con el chauvinismo nacionalista de la administración Bus y su uso de la violencia extrema. Revertir estos desarrollos precisarpa de una muy amplia coalición de la gente moralmente comprometida que quiere que este país represente otros valores. Pero para alcanzar ese otro mundo que creemos es posible y necesario se requiere de una crítica más profunda, de análisis de clase, de la auto-organización y de movimientos con conciencia de clase que busquen transformaciones radicales. Nuestra crítica va tanto contra Teddy Roosevelt como contra Wilson (o Bus y Clinton), que son alas de un pájaro de presa. Ha de ser una crítica anti-imperialista.

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