Raúl Fernández (*)
Deslinde
Dentro la política de globalización, las maquilas constituyen una de las modalidades preferidas por los países industrializados -especialmente Estados Unidos- para mejorar su competitividad internacional y aprovechar los menores salarios prevalecientes en las naciones menos desarrolladas. En éstas, los asalariados son sometidos a una mayor explotación, abusando especialmente de la mano de obra femenina. Dado que no transfieren tecnología avanzada a los países donde funcionan, ensamblan insumos importados desde la metrópoli para reexportarlos y frecuentemente gozan de exenciones tributarias al localizarse en zonas especiales de exportación; tampoco significan una mejoría de las economías tercermundistas y aumentan el desempleo al incrementar la oferta laboral. A pesar de todo ello, los países 'en vías de desarrollo' -incluida Colombia- compiten para que se instalen en su territorio. El presente artículo analiza las características, génesis y significado de las maquilas.
La maquila o maquiladora es sinónimo del actual proceso de 'globalización', es decir, de la nueva y masiva colonización del planeta por Estados Unidos, país que proclama y condena la soberanía nacional como un concepto obsoleto. La utilización de las maquilas, método con más de tres décadas de aplicación, no promueve el desarrollo nacional, regional o de las ciudades receptoras de tales empresas. Este resultado no debe sorprender, puesto que la idea de la maquila se basa en el atraso y la mano de obra barata de los países pobres y las regiones más deprimidas del mundo. La pobreza es el sine qua non de la maquila.
La palabra 'maquila' se originó en el medioevo español para describir un sistema de moler el trigo en molino ajeno, pagando al molinero con parte de la harina obtenida. Tal fue también la forma tradicional de producción de azúcar en los ingenios de las Antillas, que en el siglo XIX obtenían su caña de cultivadores llamados colonos; éstos cobraban en azúcar el valor de la caña entregada, de acuerdo con las normas establecidas por los mismos ingenios. La estirpe feudal y semifeudal del vocablo se remoza con el nuevo uso del término para denotar plantas de ensamblaje que se aprovechan de las míseras condiciones laborales existentes en los países dominados.
La maquila en México
A principios de la década del sesenta comenzó un desplazamiento masivo de operaciones manufactureras por parte de las grandes multinacionales hacia países del Tercer Mundo, escapando de los altos costos de producción y de las bajas tasas de ganancia de las grandes industrias en las metrópolis. Con la llegada de las operaciones de ensamblaje y producción de ropa y textiles a la frontera de México y Estados Unidos a finales de esa década, se inauguró el reino de las maquilas o maquiladoras en América Latina, que en la frontera México-Estados Unidos ya cumplió 36 años de existencia. Con el Plan Bush para América Latina, hacia finales de la década de los años ochenta, Estados Unidos trató de impulsar las economías latinoamericanas hacia la 'maquilización' continental, amenazando con reducir sus industrias nacionales a talleres de tercera categoría, salvo las empresas microscópicas o 'microempresas'.
En el caso de México, numerosas compañías norteamericanas trasladaron parte de sus operaciones a la zona fronteriza, región que ofrecía varias ventajas, a saber: a) su cercanía geográfica, que permitía a las corporaciones montar la operación de ensamblaje a pocos kilómetros de las plantas matrices; b) la posibilidad de garantizar la utilización de insumos como el agua y la electricidad, ya que numerosos municipios de la frontera mexicana están integrados a las redes eléctricas o de abastecimiento de agua de Estados Unidos; pero, sobre todo, c) la oportunidad de aprovechar el trabajo barato de cientos de miles de obreras, muchas de ellas adolescentes, que obtienen salarios ínfimos y laboran en condiciones deplorables, en particular por la toxicidad y falta de controles ambientales reinantes en dichas plantas.
Desde aquella época, la industria de las maquilas en México ha permitido a las grandes compañías gringas competir en el mercado internacional, pero no ha resuelto el formidable problema del desempleo y el bienestar ni en la frontera ni en el resto de ese país latinoamericano. Más bien ha traído como consecuencia una enorme inmigración de otras ciudades y de campesinos mexicanos arruinados y de obreros desempleados en busca de trabajo.
Irónicamente, desde un principio el programa de maquiladoras en la frontera mexicana ha sido la negación del llamado 'libre comercio'. Ello es así porque las plantas maquiladoras nunca se han propuesto obtener insumos más baratos que los producidos o vendidos por las compañías mexicanas. Se trata simplemente de trasladar a México, del otro lado de la frontera, insumos producidos en Estados Unidos para tareas de ensamblaje con mano de obra barata. Por esto en México, después de más de treinta años de maquilas, los insumos locales representan sólo el 2% de los utilizados. O sea que la producción tipo maquila funciona aislada del resto de la economía y constituye un enclave sin vínculos significativos con el resto del mercado interno del país, ya que es una producción limitada única y exclusivamente a la exportación. Mientras que la maquila es un manantial de riqueza para los grandes consorcios, este mezquino resultado es poco halagüeño para los países huéspedes.
Los países que alojan la maquila, por su parte, deben contar con una adecuada infraestructura, servicios de agua y energía eléctrica, puertos, telecomunicaciones, carreteras, una legislación laboral que discipline a los trabajadores y obstaculice su lucha reivindicativa, con lo cual se hace un verdadero subsidio al capital extranjero, ya que hay que otorgarle facilidades de las cuales no gozan en muchos casos los inversionistas nacionales, y el Estado termina haciendo gigantescas inversiones que no son costeadas pero sí disfrutadas por el capital foráneo. Por eso, aunque el centro de ellas es la mano de obra barata, no se crean maquilas en lugares insalubres, remotos, incomunicados o sin la mínima infraestructura.
En México ha quedado claro que la maquila avanza en la medida en que la economía nacional se descompone. El programa de maquilas utilizaba veinte mil empleados en 1970. Hasta principios de la década del ochenta el programa creció a trompicones, aumentando y disminuyendo el número de plantas de acuerdo con los altibajos de la economía estadounidense.
Cuando comenzaron las serias crisis económicas de México fue cuando el programa de las maquilas creció. Así pues, luego de la caída del peso mexicano y de la crisis de la deuda de principios de los años ochenta, el número de plantas y de empleos comenzó a crecer vertiginosamente (recordemos que en su gran mayoría laboran con mujeres, muchas de ellas menores de edad). En este período se destacó entre los inversionistas el papel de Japón y de algunos países europeos que utilizaron la zona fronteriza para ensamblar y exportar directamente sus productos al mercado estadounidense. Tras la catástrofe económica de principios de los noventa, volvió a dispararse el programa de las maquilas, el cual llegó a emplear cientos de miles de trabajadoras hacia el año 2000. Estas cifras no alcanzan a resolver mínimamente el gigantesco problema de desempleo afrontado por México: como consecuencia de la estrepitosa crisis económica mexicana, solamente entre 1995 y 1997 desaparecieron más de un millón de empleos. En los primeros tres meses de 1995 la crisis ya había traído como resultado la pérdida de más de medio millón de puestos de trabajo como consecuencia de la quiebra de miles de pequeños empresarios. Mientras tanto, en medio de semejante crisis, un informe oficial de la Embajada de Estados Unidos en ciudad México se ufanaba de que la caída del peso y el relativo abaratamiento de los salarios había permitido un nuevo récord: ¡en esos tres meses 250 empresas maquiladoras se habían establecido en el país! Pero el crecimiento demográfico mexicano requiere generar cerca de un millón de empleos nuevos anuales. Y con la destrucción del agro mexicano -desprotegido por el Tratado de Libre Comercio de Norte América, (TLCAN), e indefenso frente a la penetración de productos agrícolas estadounidenses- se espera que en los próximos diez años más de ocho millones de pobladores del campo se conviertan en nuevos desempleados.
Como el campesino boliviano que masca la coca para matar el hambre, México se ha hecho dependiente de la maquila para mitigar su crisis, mientras que no resuelve -al igual que el boliviano- ni el desempleo, ni la pobreza, ni el subdesarrollo, o sea, las razones fundamentales de la crisis y de la creciente pobreza que lo aflige.
En tamañas circunstancias, sucede que en el último año han cerrado sus puertas varios cientos de plantas maquiladoras en la frontera y han quedado cesantes decenas de miles de empleados, fenómeno que continúa mientras se escriben estas líneas. Ello se debe a la aplicación del TLCAN. Algo al parecer tan extraño requiere explicación:
En los años ochenta y noventa el gran crecimiento de la industria maquiladora en la frontera mexicana se debió en gran medida a la instalación en la región de plantas maquiladoras de origen japonés, surcoreano y europeo, las cuales también se dedicaron a llevar sus insumos a esa zona, ensamblarlos y exportarlos directamente al mercado norteamericano. El Tratado de Libre Comercio, que mejor debería llamarse el Tratado de Inversión Protegida, incluyó entre sus principales capítulos uno titulado 'Reglas de Origen'. En éste se especifica que a partir de cierta fecha sólo se podrían ensamblar en maquiladoras ubicadas en México 'insumos domésticos' libres de aranceles. ¡Por domésticos se entendía los producidos en Estados Unidos, Canadá o México! Las plantas maquiladoras podrían utilizar otros insumos (se adivina: los provenientes de Japón, Europa), siempre y cuando pagaran elevadas tarifas de importación. El TLC simplemente se proponía sacar a Japón y Europa del área, negándoles la posibilidad de utilizar la misma mano de obra explotada por los gringos para exportar productos a Estados Unidos. Como dijera Kissinger con referencia al TLC, "se trata de un arma para combatir a nuestros contrincantes". En 2002 comenzaron a regir las Reglas de Origen, la mayor causa de la salida precipitada de numerosas plantas maquiladoras no gringas de la zona y del pronunciado declive del empleo en la región.
Naciones contra naciones
La competencia por atraer maquiladoras enfrenta a naciones contra naciones. De esta suerte, varios países de la cuenca del Caribe han entrado a competir con México en la atracción de maquilas. Compañías de origen no sólo norteamericano, también algunas provenientes de Corea, Japón, China y otros países asientan sus maquilas en Haití, Santo Domingo, Guatemala, Honduras y El Salvador para acceder al mercado gringo.
República Dominicana se ha especializado en maquilas dedicadas a producir ropa y todo tipo de confecciones para exportar a Estados Unidos. El empleo, mayormente de mujeres jóvenes, ha llegado a más de 150 mil. Por otra parte, los salarios habían disminuido de un promedio de US$ 1,33 en 1984 a 56 centavos de dólar en 1997.
Entre 1975 y 1991, la industria nacional de textiles y ropas cayó en El Salvador más de 50% ante los embates de la competencia permitida con las reglas nuevas del llamado libre comercio.
Al mismo tiempo, la industria maquiladora en el mismo ramo creció rápidamente. Como en México, la creación de estos empleos no compensa ni el número ni la remuneración de los empleos desaparecidos, al paso que la nueva 'industria' no establece lazos económicos con la economía interna.
La competencia para atraer maquilas forma parte de la competencia general entre países pobres por medio de cambios en la legislación laboral, el comercio externo, el tratamiento del capital extranjero, el manejo de las condiciones ambientales y de los recursos naturales y la diversidad biológica, etc.
De esta manera, millones de obreros -y en la maquila, obreras- han sido lanzados a trabajar en industrias domiciliarias, microempresas y maquilas desde los barrios de Puerto Príncipe (Haití) y ciudad Guatemala, pasando por Lagos (Nigeria) y Calcuta (India), donde se producen mercancías consumibles que requieren mano de obra para procesos de ensamblaje.
En esta batalla de todos contra todos, organizada por el imperialismo, los países más pobres son los que sufren. La lógica de la maquila es implacable. Un obrero mexicano gana en un día lo que un obrero estadounidense gana en una hora. Y un obrero mexicano gana en ese día lo que un obrero chino gana en una semana. Cuanto más pobre el país, más 'competitivo' para las grandes corporaciones industriales. Para 'ganar' en esta competencia es obvio cuál es el camino a escoger: deprimir los salarios y empobrecer la población.
La experiencia de China demuestra que lejos de ser un problema fronterizo, como en el caso mexicano, la utilización de mano de obra barata femenina tiene características más generales e igualmente desastrosas. En la década de los años ochenta más de un millón de jóvenes chinas fueron reclutadas para las tenebrosas zonas de exportación, donde trabajan en condiciones infrahumanas: preparan sus alimentos de pie en recovecos de las factorías, utilizan cuartos comunales como duchas y duermen apiñadas en los mismos sitios donde laboran jornadas de diez, doce y catorce horas. En los últimos años las precarias condiciones estructurales de las fábricas han causado mortales incendios, en uno de los cuales más de doscientas adolescentes murieron calcinadas por no existir puertas de emergencia para incendios. Las maquilas que en este momento abandonan México se están relocalizando mayoritariamente en China, donde obviamente las condiciones de producción son más 'flexibles' y 'competitivas'. Actualmente existen unas doscientas 'zonas de exportación' diseminadas por 50 países del Tercer Mundo, las cuales emplean varios millones de obreros, 80% mujeres entre 16 y 25 años.
Regiones contra regiones
La competencia se da no sólo entre países pobres sino también entre regiones dentro de los países. En México algunas empresas maquiladoras comienzan a radicarse en Yucatán, donde la mano de obra es algo más barata que en la frontera. En la medida en que la industria nacional de henequén (vegetal tropical) -centrada en Yucatán- quiebra a consecuencia de la competencia de textiles extranjeros con libre ingreso, más de cincuenta mil empleados de la industria henequenera han sido despedidos en los últimos siete años. Durante el mismo período, maquilas instaladas en la región han proporcionado empleo a dos mil personas. En reciente reportaje del diario Los Angeles Times se contaba la historia de un obrero que labora diez horas diarias en la maquila, ganando un total de US$ 28 semanales, lo que no es suficiente ni siquiera para la comida de la familia, la cual vive en una casa de cartón.
Los teóricos de la globalización y el librecambio repiten incesantemente el concepto de regionalización, junto con el de globalización, y urgen a los países del Tercer Mundo a que diseñen estrategias para reordenar sus territorios y declarar provincias autónomas que les permita -por su propia cuenta e independientemente de las ya de por sí disminuidas reglas laborales, de salud, y ambientales del país- buscar acuerdos aún más onerosos por separado con empresas multinacionales. De esta manera se busca enfrentar regiones contra regiones y naciones contra naciones en una carrera hacia el abismo.
En América Latina numerosos planes de descentralización apuntan hacia este tipo de maligna competencia entre zonas de un mismo país. Y como las políticas de privatización, recorte de servicios públicos y desaparición de servicios estatales han llevado a un enorme crecimiento del desempleo y la miseria, se ofrece como solución a tales problemas instalar maquilas en zonas especiales o en regiones de un país. El caso de México, donde la maquila lleva 36 años operando, revela su ineficacia: hoy el país se encuentra mucho peor en todos los sentidos de lo que estaba en 1967: más desempleo, más pobreza, más insuficiencia alimentaria, menos industria y más deuda.
En el actual modelo, la maquila funciona en el mundo como estandarte de la producción flexible, jugando un papel clave en el incremento de las disparidades entre y dentro de los países del mundo. La maquila busca, en el mejor de los casos, utilizar modernas tecnologías con una fuerza laboral oprimida y 'flexibilizada' al estilo de la del siglo XIX.
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