István Mészáros.
Este ensayo está basado en el Prefacio a la reciente edición turca de Socialismo o Barbarie: del "siglo Americano" al cruce de caminos, de István Mészáros. Fue escrita con anterioridad a la reciente invasión de Iraq por los EEUU.
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No es la primera vez en la historia que el militarismo gravita como una pesadilla en la conciencia de la gente. Para entrar en detalles habría que ir bastante lejos. Sin embargo, aquí sólo será necesario ir atrás en la historia sólo hasta el siglo XIX cuando el militarismo, como un instrumento principal en la ejecución política, llegó por sí mismo, con el despliegue del imperialismo moderno a una escala global, en contraste con variedades más tempranas—y mucho más limitadas. Hacia el último tercio del siglo XIX, los imperios británico y francés no serán los únicos gobernantes prominentes de vastos territorios. Los Estados Unidos, también, dejó su pesada huella al apoderarse directa o indirectamente de las ex colonias del Imperio Español en América Latina, agregando a esto la sangrienta represión de las grandes luchas libertarias en las Filipinas, e instalándose como gobernantes en toda esta área, de una manera que aún persiste de una forma o de otra. Tampoco podríamos olvidar las calamidades causadas por las ambiciones imperialistas del "Canciller de Hierro", Bismarck. Y su agravada continuación por parte de sus sucesores, que resultó en la erupción de la Primera Guerra Mundial y sus secuelas de profundos antagonismos, que acarrearon consigo el revanchismo nazista de Hitler y que tan claramente diseñaron los contornos de la misma Segunda Guerra.
Son bastante obvios los peligros y los inmensos sufrimientos causados por todos los intentos de solucionar problemas sociales profundamente arraigados, mediante la intervención militarista, en cualquier escala. Sin embargo, si miramos más de cerca las tramas históricas de las aventuras militaristas, llega a ser espantosamente claro que éstas muestran una mayor intensificación, y escalas crecientes, desde enfrentamientos locales a las dos horrendas guerras mundiales en el siglo XX, hasta llegar a acercarse a la aniquilación potencial de la humanidad al aproximarnos a nuestro tiempo.
Es muy relevante mencionar en este contexto al distinguido oficial prusiano, estratego práctico y téorico, Karl Marie von Clausewitz (1780-1831), que murió en el mismo año que Hegel, ambos víctimas del cólera. Von Clausewitz, en los últimos treinta años de su vida, fue director de la Escuela Militar de Berlin , y en su libro póstumo---Vom Kriege (De la Guerra, 1833)—ofreció una definción clásica de la relación entre la guerra y la política, que se cita con bastante frecuencia:"la guerra es la continuación de la política por otros medios".
Esta famosa definición se mantuvo hasta muy recientemente, pero ya ha llegado a ser insostenible en nuestro tiempo. Ella asume la racionalidad de las acciones que conectan los dos dominios de la política y de la guerra, como continuación el uno del otro. En este sentido, la guerra en cuestión ha de ser ganable, al menos en principio, aún cuando errores de cálculo que conduzcan a una derrota pueden ser contemplados a un nivel instrumental. La derrota en sí misma no podría destruir la racionalidad de la guerra como tal, ya que después—por desfavorable que fuere –una nueva consolidación de la política de la parte derrotada, podría planear otro round de guerra como continuación racional de su política por otros medios. Por eso, la condición absoluta de la ecuación de von Clausewitz que debía satisfacerse era la ganabilidad de la guerra en principio, a fin de poder recrear un "ciclo eterno" de politica que conduce a la guerra, y de nuevo a políticas que lleven a otras guerras, y así ad infinitum. Los actores para tales enfrentamientos eran los estados nacionales. No importando cuan monstruoso pudiera ser el daño inflingido por ellos a sus adversarios, y aun a su propio pueblo (recordemos a Hitler!), la racionalidad del empeño militar estaba garantizada si la guerra podía considerarse ganable en principio.
Hoy día la situación es cualitativamente diferente por dos razones principales. Primera, el objetivo para una guerra viable en la presente fase del desarrollo histórico, de acuerdo con los requerimientos objetivos del imperialismo –la dominación mundial por el estado capitalista más poderoso, a tono con su propio designio político de una ruda "globalización" autoritaria (adornada con el "libre cambio" en un mercado global dirigido por los E.U.)—es en última instancia inganable, aunque perfilaría la destrucción de la humanidad. Este objetivo no puede considerarse ni imaginarse como objetivo racional, de acuerdo con el requerimiento racional estipulado de "la continuación de la política por otros medios", conducido por una nación o grupo de naciones contra otro. La agresiva imposición de la voluntad de uno sobre otros, aún si por razones tácticas cínicas la tal guerra es absurdamente disfrazada como una "guerra puramente limitada", que llevará a "otras guerras puramente limitadas y con un final impreciso abierto", sólo puede ser calificada como irracionalidad total.
La segunda razón refuerza grandemente a la primera. Pues las armas que ya se encuentran disponibles para librar la guerra o las guerras del siglo XXI son capaces de exterminar no sólo al adversario sino también a la humanidad completa, por primera vez en la historia. Ni siquiera podemos tener la ilusión de que estas armas marcan el final del camino. Otras, aún más instantáneamente letales, pueden aparecer mañana o pasado. Todavía más, amenazar con el uso de tales armas ha llegado a considerarse como una estrategia política de estado aceptable..
Asi, si ponen juntas estas dos rezones , la conclusión que obtengan es insoslayable: tener en el mundo de hoy a la guerra como el mecanismo del gobierno global , supone que nos encontramos frente al precipicio de la irracionalidad absoluta, del que no es posible escapar si seguimos aceptando el actual curso de desarrollo.. Lo que ha estado faltando de la clásica definición de la guerra elaborada por von Clausewitz, "como la continuación de la política por otros medios", ha sido la investigación de las causas más profundas de la guerra y de la posibilidad de evitarlas. La necesidad de enfrentar tales causas es hoy más urgente que antes. Ya que la guerra del siglo XXI que ya pende sobre nuestras cabezas ya no es sólo "no ganable en principio". Peor todavía: esta guerra "en principio es imposible de ganar". Consecuentemente, al tomar el camino de la guerra, como lo señala ese documento estratégico de la administración americana, del 17 de septiembre del 2002, Bus se sitúa en un extremo en donde la irracionalidad de Hitler se puede ver como modelo de racionalidad.
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Desde el 11 de septiembre del 2001, Washington ha venido imponiendo con gran cinismo sus políticas agresivas al resto del mundo. La justificación dada para el pretendido cambio de curso de la "tolerancia liberal" a lo que ahora se ha llamado "defensa resuelta de la libertad y de la democracia", es que el 11 de septiembre del 2001, los Estados Unidos llega a ser la víctima del terrorismo mundial y que para responder es imperativo librar una indefinida e indefinible –pero en los hechos arbitrariamente definida, del modo que convenga a los círculos más agresivos de los EEUU--- "guerra contra el terror". La aventura militar en Afganistán se admite que fue sólo la primera de una ilimitada serie de "guerras preventivas" en que se embarcarán en el futuro. El siguiente en la lista, es nada menos que aquél que hace poco tiempo era el aliado favorito, Irak, esto, en orden a producir la apropiación por los Estados Unidos, de los vastos recursos petroleros del Medio Oriente—lo que es crucial para llegar a controlar a otros rivales potenciales.
Sin embargo, el orden cronológico de la actual doctrina militar americana es presentado en un ordenamiento inverso. En realidad no puede haber dudas de que "el cambio de curso" posterior al 11 de Septiembre del 2001, que se dice que se hizo posible mediante la dudosa elección de George W. Bush a la Presidencia en vez de Al Gore. Pero el Presidente demócrata Clinton llevaba a cabo el mismo tipo de políticas que su sucesor republicano, sólo que en una forma camuflada. En cuanto al candidato presidencial Al Gore, declaraba en diciembre del 2002 que apoyaba plenamente la guerra contra Irak, ya que tal guerra "no significaba un cambio de régimen", sino simplemente "desarmar al régimen que posee armas de destrucción masiva" ¿Puede uno llegar a ser más cínico e hipócrita ?
Yo he estado firmemente convencido desde largo tiempo, que desde los comienzos de la crisis estructural del capital a fines de los 1960s o comienzos de los 1970s, vivimos en una nueva fase del imperialismo, con Estados Unidos como su fuerza dominante absoluta. Yo llamaba a esto en Socialismo o Barbarie, "la nueva fase histórica del imperialismo hegemónico global".
La crítica al imperialismo de EEUU –en contraste con las fantasías de moda sobre "el imperialismo deterritorializado", que se suponía no se acompañaba de la ocupación militar de otros territorios nacionales—constituye el tema central de mi libro. El largo capítulo titulado "La fase potencialmente más mortífera del imperialismo", fue escrita dos años antes del 11 de septiembre del 2001, y entregada como una conferencia pública en Atenas el 19 de octubre de 1999. Entonces subrayaba: "la forma extrema para amenazar a un adversario en el futuro—la nueva diplomacia de las cañoneras será el chantage nuclear" (pg.40) Desde el tiempo en que se publicaron esas líneas en un periódico griego, el primero de marzo del 2000 , y en un libro completo en italiano, en septiembre del 2000, el gran giro estratégico militar hacia la amenaza nuclear final—que habría de iniciar una aventura militar que precipitaría la destrucción de la humanidad—ya dejó de ser camuflada para transformarse en la doctrina oficial de los EEUU. . No podía uno siquiera imaginar que la declaración abierta de tal estrategia fuera una ociosa amenaza contra un propagandizado "eje del mal". Después de todo fue precisamente EEUU quien en la realidad usó las armas atómicas de destrucción masiva contra el pueblo de Hiroshima y Nagasaki.
Cuando consideramos estos temas de extrema gravedad, no nos podemos dar por satisfechos con cualquier sugestión que indique hacia alguna particular y siempre cambiante coyuntura. Más bien, debemos colocarlos sobre un fondo de desarrollos económicos, sociales y políticos profundamente estructurado. Esto es muy importante si queremos plantearnos una estrategia viable para contrarrestar a las fuerzas responsables de un estado de cosas tan peligroso. La nueva fase histórica del imperialismo hegemónico global no es simplemente una manifestación de las relaciones existentes en la "big power politics", para la mayor ventaja de los EEUU, contra la cual un futuro realineamiento entre los más poderosos estados, y aún algunas muy bien organizadas manifestaciones en la arena política, pudiera afirmarse exitosamente. Desafortunadamente, lo que ocurre es mucho peor que eso. Ya que de darse tales eventualidades, si es que llegan a ocurrir, todavía tendrían que vérselas con las causas subyacentes y con las determinaciones estructurales todavía intactas.
Planteando las cosas directamente, la nueva fase del imperialismo global hegemónico está preponderantemente bajo la dirección de los EEUU, mientras los otros posibles poderes imperialistas simplemente se resignan a colgarse de los EEUU, aunque, por supuesto, de ninguna manera para la eternidad. Uno, por supuesto puede descubrir, sobre la base de las inestabilidades ya visibles, las explosiones futuras de pesados antagonismos entre los poderes mayores. ¿Pero todo eso, por si mismo, ofrece alguna respuesta a las contradicciones sistémicas en juego, sin que con eso hagan un llamado a las determinaciones causales en las raíces de los desarrollos imperialistas? Sería muy ingenio creer que esto se pudiera..
Aquí sólo quiero enfatizar una preocupación central, esto es, que la lógica del capital es absolutamente inseparable del imperativo de dominio del fuerte sobre el débil. Aun cuando uno piensa lo que es generalmente considerado el constituyente más positivo del sistema, la competencia que resulta en expansión y en avance, su compañero necesario es el impulso hacia el monopolio y la subyugación y el exterminio de los competidores que se ponen en el camino del monopolio en auto-afirmación. El imperialismo, a su turno, es el resultado necesario del incansable impulso del capital hacia el monopolio. Las fases cambiantes del imperialismo tanto encarnan como afectan los cambios en el desarrollo histórico en marcha.
Con respecto a la actual fase del imperialismo, dos aspectos íntimamente conectados son de primerísima importancia. El primero es que la tendencia última, material/ económica del capital es ir hacia la integración global, la que, sin embargo, no puede asegurar en el nivel político. Y esto se debe en una gran parte a que el sistema global del capital se despliega a lo largo de la historia en la forma de una multiplicidad de estados nacionales divididos y opuestos antagónicamente. Ni aún las más violentas colisiones imperialistas del pasado pudieron producir un resultado durable a este respecto. No pudieron imponer la voluntad del más poderoso estado nacional a sus rivales, sobre una base permanente. El segundo aspecto de nuestro problema, que es la otra cara de la misma medalla, es que a pesar de todos los esfuerzos el capital fracasa en producir el estado del capital como tal. Esta permanece como la más grave la las complicaciones a futuro, a pesar de todos los discursos sobre la "globalización" . El imperialismo hegemónico global dominado por los EEUU, es un intento del estado de EEUU por imponerse sobre los otros, tarde o temprano como "el estado internacional" del sistema capitalista. Un intento que de la partida está condenado a fracasar. Aquí también nos enfrentamos con una contradicción masiva. Ya que en el reciente y más agresivo documento estratégico de los EEUU, éste trata de justificar la proclamada "validez universal" de sus políticas en nombre de "los intereses nacionales americanos", junto con negarle a los otros esa misma posibilidad.
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Aquí podemos ver la relación contradictoria entre una contingencia histórica—el que el capital americano se encuentre a si mismo, en el tiempo presente, en una posición preponderante—y la necesidad estructural del sistema capitalista en sí mismo. La última puede ser convocada en la forma del irresistible impulso material hacia la integración monopólica global, a cualquier costo, aún cuando éste signifique directamente dañar la misma sobrevivencia de la humanidad. Así, aún cuando uno puede computar exitosamente en el nivel político la fuerza de la contingencia histórica que prevalece en América—que fue precedida por otras configuraciones imperialistas en el pasado y que podrán ser seguidas por otras en el futuro (si llegamos a sobrevivir los explosivos peligros del presente)—la necesidad estructural o sistémica de la lógica en último término monopolística global del capital, permanecerá presionando como lo hizo siempre. Sea cual fuere la forma particular que en el futuro asuma la contingencia histórica, la necesidad sistémica subyacente continuará siendo dirigida por la tendencia a la dominación global.
El asunto entonces, no es simplemente la aventura militar de un determinado círculo político –las aventuras militaristas, esto es, aquéllas que pueden ser atajadas y exitosamente superadas al nivel político-militar. Las causas están mucho más profundamente enraizadas y no pueden ser contraatacadas sin introducir cambios muy fundamentales en las determinaciones sistémicas internas del capital como un modo de control metabólico –de reproducción total—que abraza no sólo los dominios económico y político-militar, sino también la mayoría de las mediaciones culturales y de las interrelaciones ideológicas. Aún la expresión "complejo militar-industrial" –introducida con un sentido crítico por el presidente Eisenhower, que sabía una o dos cosas acerca de eso—claramente indica que lo que nos preocupa es algo mucho más firmemente establecido y tenaz que algunas determinaciones (y manipulaciones ) político-militares que pueden ser en principio revertidas en ese nivel. La guerra como "la continuación de la política por otros medios" siempre nos amenazará dentro del marco actual de la sociedad, y ahora, con la aniquilación total. Nos amenazará tanto tiempo como seamos incapaces de enfrentar las determinaciones sistémicas en la base de las decisiones políticas que llevan a las guerras trayendo consigo políticas de antagonismos intensificados que tienen que explotar en guerras todavía mayores. Saquemos del cuadro, en beneficio del argumento y con algún optimismo, la actual contingencia histórica del capital americano y todavía nos quedamos con la necesidad sistémica del capital por un orden de producción aún más destructivo, que pone por delante contingencias históricas cambiantes y todavía específicamente más peligrosas.
La producción militarista, encarnada hoy primordialmente en el "complejo militar industrial" no es entidad independiente, reguladas por fuerzas militaristas autónomas que sólo son responsables de las guerras. Rosa Luxemburgo fue la primera en poner estas relaciones en la perspectiva adecuada cuando en una época tan temprana como 1913, en su obra clásica La Acumulación del Capital, publicada en inglés 50 años más tarde, proféticamente subrayó –y de esto hace 90 años—la importancia de la producción militarista, indicando que:
El capital en última instancia controla este movimiento automático y rítmico de la producción militarista a través de la legislatura y de la prensa cuya función es moldear la llamada "opinión pública" es por esto, que esta provincia particular de la acumulación capitalista parece capaz de una expansión infinita (Routledge, London, 1963, p. 466).
Así pues, nos preocupa esta conjunto de indeterminaciones que deben ser vistas como partes de un sistema orgánico. Si queremos combatir la guerra como un mecanismo del gobierno global, como debemos hacerlo para salvaguardar nuestra propia existencia, entonces debemos situar en su propia dimensión causal los cambios históricos que han ocurrido en las últimas décadas. El designio de un estado nacional superpoderoso por controlar a los otros, siguiendo los imperativos que emanan de la lógica del capital, sólo puede llevar al suicidio de la humanidad. Al mismo tiempo, debe reconocerse que la contradicción igualmente insoluble entre las aspiraciones nacionales que explotan cada vez en devastadores antagonismos --y el internacionalismo puede ser resuelto si se le regula sobre una base plenamente equitativa, lo que es totalmente inconcebible en el orden jerárquicamente estructurado del capital.
Por tanto, en conclusión, para poder visualizar una respuesta viable a los retos planteados en la fase presente del imperialismo hegemónico global, debemos contrarrestar la necesidad sistémica del capital por el trabajo subyugado globalmente cualquiera sea la agencia social o circunstancia social que lo provea. Naturalmente, esto es factible sólo a través de una alternativa radicalmente diferente al impulso hacia la globalización monopolista/ imperialista, en el espíritu del proyecto socialista encarnado en el despliegue progresivo del movimiento de masas. Pues sólo cuando éste llegue a ser una realidad irreversible, cuando para decirlo con las hermosas palabras José Martí "la patria sea la humanidad", sólo entonces, las contradicciones destructivas entre el desarrollo material y las relaciones políticas humanamente satisfactorias, quedarán permanentemente enterradas en el pasado.
Enero 2003
Trad.F.García para Globalización,
Versión en inglés: I.Mészáros: Militarism and the Incoming Wars