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Crisis general y militarización del imperio yanqui

Myrna Donahoe, Raúl Fernández y Gilbert González (*)
Deslinde

La situación económica mundial se caracteriza por una crisis económica generalizada que incluye a todos los grandes países capitalistas y de la cual no se sustrae el más poderoso: Estados Unidos. Este último trata de salir de ella por todos los medios, utilizando los métodos pacíficos cuando puede y la agresión brutal cuando la requiere. Su despiadado ataque contra el pueblo afgano, perpetrado en nombre de la lucha contra el terrorismo, comienza a atascarse en medio de la creciente oposición popular, mientras los jerarcas del imperio yanqui se aprestan a abalanzarse sobre otro pueblo postrado, el irakí. La fraseología sobre el libre comercio comienza a convertirse en algo del pasado, a medida que la Casa Blanca aprueba descaradas medidas proteccionistas. La lucha por el control del petróleo se destaca como el punto crítico de las contradicciones entre Estados Unidos, por un lado, y la Unión Europea, Rusia y Japón, por el otro. La resistencia contra las políticas del imperio norteamericano continúa aumentando y la arrogancia, prepotencia y militarismo norteamericanos promueven una creciente marea de descontento por todo el planeta.

La crisis económica ha adquirido proporciones mundiales

Cuando comienza una segunda década del proceso de dominación de Estados Unidos denominado "globalización", todos los grandes poderes económicos del mundo atraviesan una seria crisis económica. El mundo entero se encuentra en recesión, sin que se vislumbre en el horizonte la posibilidad de un cambio de dirección en el futuro cercano.

Japón se encuentra en medio de su cuarto periodo recesivo en menos de diez años, con un sistema financiero en situación precaria debido al peligroso endeudamiento de sus principales bancos. En la Unión Europea, su principal economía -la germana- ha declinado durante todo el año, con un sector manufacturero que entró en recesión en el mes de julio, mientras el desempleo alcanzó niveles récord de más de cuatro millones en el mes de agosto. La producción industrial está en declive en las otras dos principales economías: Francia e Italia. Otro tanto ocurre en el Reino Unido, donde la producción industrial también atraviesa una profunda recesión. Por otra parte, las economías de los otrora venerados "tigres" asiáticos -Indonesia, Malasia, Tailandia, Filipinas, Taiwán y Corea del Sur- no han podido salir de la crisis que asoló la región a fines del siglo; todas encaran un grave problema de endeudamiento externo, con numerosos bancos al borde de la quiebra.

En América Latina, la crisis afecta profundamente a sus principales economías. Argentina, el modelo neoliberal por excelencia de la última década, se debate en la más seria debacle económica de su historia, con la mitad de su población sumida en la pobreza. Brasil se tambalea en la cuerda floja, víctima de la especulación financiera internacional, lo cual ejerce su poder para desestabilizar de antemano a cualquier gobierno que se le ocurra modificar la dependencia gaucha con respecto a la banca internacional. A consecuencia del Tratado de Libre Comercio, TLC, en México los niveles de empleo y el PIB per cápita ni siquiera se acercan a los obtenidos antes de l994; la agricultura mexicana desaparece rápidamente ante el embate de las importaciones provenientes de la subsidiada agricultura estadounidense. Otras regiones del mundo, como Africa y Centroamérica, se encuentran apabulladas por una abrumadora miseria. En contraste, en China y Vietnam -naciones donde el proceso de crisis económica aún no toca fondo- todavía persiste un cierto nivel de control estatal sobre el sistema bancario y los flujos de capital, así como alguna protección, en rápido proceso de desaparición, de los mercados domésticos. O sea que sólo donde el modelo neoliberal no se ha aplicado a ultranza es donde la crisis no alcanza sus proporciones máximas.

Estados Unidos, centro de la crisis

La crisis mundial incluye a Estados Unidos, cuya economía se debilita desde finales de 2000. Esto hace que por primera vez desde l974 se encuentren simultáneamente en recesión todas las economías de los países capitalistas más avanzados.

La economía estadounidense comenzó a dar señales negativas en los últimos meses del año 2000 y entró en franca recesión por tres trimestres consecutivos en 2001. Durante el último trimestre de ese año presentó un ligero repunte que aparentaba afianzarse en el primer trimestre de 2002, cuando la economía aumentó al ritmo de 5%. Pero ya para el segundo trimestre se restableció la corriente descendente del Producto Nacional Bruto, cosa que continúa hasta la actualidad. El breve crecimiento económico de Estados Unidos se debió a tres factores transitorios que ya han dejado de tener efecto: primero, después de nueve meses seguidos de contracción económica y de más de un año de declive en la producción manufacturera, los inventarios de productos industriales desaparecieron casi por completo. El momentáneo aumento de la producción se debió a la necesidad de reemplazar los desaparecidos stocks de productos manufacturados, sin que se produjeran nuevas inversiones en plantas de producción y sin que siquiera se presentara un aumento generalizado de la economía a causa del alza en el consumo, el cual creció poco o nada durante el periodo en cuestión. Una segunda causa fue la política monetaria puesta en práctica durante todo 2001 y que continúa en 2002, mediante la cual la Reserva Federal redujo las tasas de interés con el propósito de abaratar los costos del dinero y promover el consumo y la inversión. En tercer lugar, y a raíz de los atentados terroristas de septiembre de 2001, el gobierno federal puso en acción una serie de medidas tendientes a apuntalar la economía nacional, a saber: una reducción impositiva enfocada hacia los grandes monopolios y los sectores más ricos del país; generosos subsidios de cientos de millones de dólares para las compañías de aviación afectadas por la reducción en el transporte aéreo y el turismo; y un aumento de los gastos de defensa: al enorme presupuesto militar de 396 mil millones de dólares, que representa un 36% de los gastos militares del mundo entero, se le añadieron 32 mil millones de dólares.

Con todo, la economía ha vuelto a caer por segunda vez, fenómeno bautizado por algunos economistas como recesión de "doble bajón". Una serie de factores ha hecho que el segundo "bajón" sea más difícil de superar que el primero. La lista comienza con el destape de una serie de escándalos financieros en los que están involucradas algunas de las mayores compañías norteamericanas: Enron, Global Crossings, Worldcom, Xerox y otras. Lo que se ha descubierto es que estos monopolios venían engañando a sus socios e inversionistas, utilizando todo tipo de trucos contables para esconder pérdidas y presentar ganancias falsas. Desde hace años la aparente prosperidad y crecimiento de estas grandes corporaciones, y por ende de la economía norteamericana, constituía un fraude mayúsculo. El resultado ha sido una serie de quiebras de estos enormes monopolios y las mayores bancarrotas en la historia de Estados Unidos. La tabla que sigue incluye la fecha oficial de quiebra y el monto de la bancarrota, en millones de dólares, desde diciembre de 2001:

Tabla 1: Quiebras de algunas multinacionales estadounidenses

Empresa

Fecha  

Monto

Enron  

21/12/01

63,400

Kmart  

22/1/02

17,000

Global Crossing

28/1/02  

25,500

NTL

8/5/02  

16,800

Adelphia

25/6/02  

24,400

Worldcom

22/7/02

103,800

     

Los escándalos y las quiebras tuvieron funestas consecuencias para sus trabajadores, quienes perdieron sus empleos y pensiones; y para los accionistas, que vieron desaparecer sus inversiones bursátiles. Es importante hacer notar que, por una parte, los maquillajes contables de estas compañías contaron en todo momento con la aquiescencia tácita de grandes bancos prestamistas como Citicorp, en el caso de Enron, y la complicidad de las grandes firmas de contabilidad; y, por otra, sufrieron grandes pérdidas firmas de Wall Street que manejan enormes fondos de inversión, incluyendo los fondos de pensiones. Se trata entonces de una competencia a muerte entre grandes monopolios inversionistas.

Los escándalos, quiebras y enormes pérdidas de los accionistas han provocado el continuo y vertiginoso descenso del valor en las bolsas de todo el mundo. Se estima que entre enero y julio de este año desaparecieron más de siete mil millones de dólares en valores bursátiles en Estados Unidos. El índice de Wall Street perdió más del 30% en lo que va del año, con similares descensos en las bolsas de Tokio, Londres, París y Francfort. Estas gigantescas pérdidas han ocasionado la restricción del gasto de los consumidores norteamericanos, cosa que no había sucedido durante el primer "bajón".

El desempleo estadounidense ni siquiera disminuyó durante el efímero periodo de recuperación ocurrido a principios de año, llegando a niveles de 5.9%, no vistos en más de diez años. Vale la pena recalcar que buena parte de los pocos nuevos empleos creados en los últimos meses se generaron en el sector estatal, a consecuencia del incremento en los gastos militares destinados a operaciones en el extranjero y a la seguridad interna contra un posible terrorismo. Asimismo, las únicas grandes empresas cuyas acciones han subido en los últimos meses son las que reciben contratos para la producción bélica, como Boeing, General Dynamics y Northrup Grumman.

Una segunda razón que ha hecho más difícil de manejar la crisis es que las tasas de interés se encuentran a un nivel tan bajo que su manipulación por parte del Banco Central dejó de tener efecto. En vez de motivar a las empresas a aumentar sus inversiones, cualquier recorte adicional podría llevarlas a reducirlas, por miedo a una peor situación. Es decir, si los inversionistas no invierten no es porque el costo del dinero sea muy alto, es porque no están dispuestos a invertir aunque les regalen el dinero. Como ha dicho Bradford DeLong, economista de la Universidad de California, en Berkeley: "En 2002 Estados Unidos se unió a Japón en una "trampa de liquidez", como suelen llamar los economistas a una situación en la cual las tasas de interés son tan bajas y tienen tan poco que ver con el nivel de la demanda total, que de nada valdría reducirlas aún más para combatir una recesión". Esto significa que la única acción que el gobierno podría tomar para incidir sobre la situación sería modificar su política fiscal, gastando más (y aumentando para ello las tasas impositivas) para modificar la demanda total, cosa que en el clima político e ideológico del modelo neoliberal sería muy difícil de implementar actualmente en Estados Unidos. Tomaría años, una suprema agudización de la crisis y un repunte de la luchas obreras internas antes de que los monopolios yanquis accedieran a regresar a un modelo keynesiano de manejo fiscal de la economía. El economista DeLong comenta al respecto que en este momento Estados Unidos se encuentra "sin herramientas eficaces de manejo macroeconómico. Así de sencillo". Pero como veremos más abajo, el imperialismo se propone usar otros mecanismos para tratar de solventar el vendaval económico.

La pequeña intervención económica estatal a través de subsidios a las compañías aéreas trajo resultados mínimos. Actualmente varias de ellas, como United y American Airlines, se encuentran en serias dificultades económicas. El gobierno estadounidense ha enredado sus políticas internas en la llamada "guerra contra el terrorismo". Por una parte, mantiene al público en una zozobra constante con alertas sobre posibles ataques terroristas, lo que ahuyenta a los turistas y, en particular, difunde el pánico a volar; por otra, trata de que la economía recupere su cauce normal. La "guerra contra el terrorismo" tampoco facilita el flujo de mercancías en el mercado de importación y exportación, sino que frena los flujos comerciales. La combinación usada por Bush: aumentar los gastos militares y de seguridad interna y recortar simultáneamente los impuestos a las grandes corporaciones, ha tenido otro resultado negativo: la aparición de un creciente déficit fiscal, el primero en cinco años.

En términos generales, vale enfatizar que el milagro de la "alta tecnología", la panacea para la economía norteamericana de los años noventas, se ha venido estruendosamente abajo. Las acciones de la mayoría de las compañías de alta tecnología, como la de telecomunicaciones, se han derrumbado en los últimos tres años. Algunas emblemáticas, como Worldcom, mantuvieron su imagen mediante el fraude desfachatado y el maquillaje contable. Actualmente no existe ninguna solución "tecnológica", por ejemplo un nuevo gran invento, que conceda un respiro a la crisis monopolista de acumulación e inversión. En resumen, ni hay soluciones internas macroeconómicas ni existen milagros tecnológicos en el horizonte.

El gigantesco gobierno norteamericano sufre además un tremendo anquilosamiento burocrático en las llamadas agencias de inteligencia, que no previeron los ataques terroristas del 11 de septiembre y, de paso, revelaron la vulnerabilidad militar del Imperio. Aunque no se ha efectuado una investigación sobre las fallas de los servicios de inteligencia, a través de la prensa se ha sabido que durante el verano de 2001 habían llegado a oídos de FBI y la CIA numerosos indicios sobre actos terroristas masivos en marcha, pero que la ineficiencia y la competencia entre varias agencias hicieron que se desentendieran del problema que se venía encima. A lo cual se suma la ineficacia militar que se viene demostrando nuevamente en la fallida aventura militar afgana. La económica y la política norteamericanas apuntan hacia una intensificación de la lucha por los recursos y el poder, dentro y fuera de Estados Unidos, entre los poderosos monopolios estadounidenses. En los últimos tres años el mundo fue testigo atónito del intento de deponer al presidente Clinton, dizque por tener relaciones sexuales con una asistente de veinte años; de unas elecciones más o menos robadas por el partido republicano, que eligió un presidente con la minoría del voto popular y, por último, de la instalación de un Presidente en apariencia sumamente inepto, George W. Bush, quien instaló un gabinete compuesto por ex generales, ministros de Defensa y ejecutivos de multinacionales para dirigir al país en servicio directo del capital monopólico. Tanto Bush como su vicepresidente Cheney, provienen de la industria petrolera y ambos estuvieron involucrados en negocios turbios, tipo Enron, en los que hicieron pingues ganancias antes de arribar al poder.

Dada la ausencia de soluciones políticas internas o tecnológicas y dado el cariz político cuasi-criminal de la camarilla dirigente que proviene del corazón del capital financiero, nos encontramos ante una gravísima situación en la cual Estados Unidos buscará remedios a sus males drástica y agresivamente, ora chantajeando, ora amenazando o simplemente echando a un lado a los aliados y amigos de ayer.

Ante la crisis, todo vale

Estados Unidos se propone utilizar todos los medios necesarios para salvarse de la crisis económica, lanzar ataques preventivos contra enemigos económicos y políticos, y mantener y afianzar su dominio sobre sus esferas de influencia, aliados y adversarios en todo el mundo. Incluso los métodos que podrían describirse como pacíficos, se basan en el chantaje, la presión y la manipulación.

En el último período se ha destapado la furia proteccionista norteamericana. El 14 de mayo, el presidente Bush refrendó la Ley Agrícola que regirá la política agropecuaria norteamericana durante los próximos diez años, consagrando enormes subsidios directos de aproximadamente 18 mil millones de dólares anuales para la que ya es la agricultura más protegida del mundo. Dichos subsidios serán utilizados en su mayoría por los productores de trigo, maíz, soya, algodón y maní, rubros en los cuales Estados Unidos mantiene un papel preponderante como exportador. La nueva ley restabalece un precio básico o de sustentación, que había sido eliminado anteriormente para algunos sectores, como la producción de lana, e incrementa el precio básico de otros productos, principalmente en el sector granos, con el propósito de garantizarle un ingreso mínimo por tonelada a las compañías agrícolas. Para dar una idea del monto de los precios de sustentación, se estima que en los próximos años los productores de soya recibirán cuatro mil millones de dólares anuales por este concepto, para mantener sus ingresos al nivel que el gobierno considera aceptable. Esta nueva medida contradice todos los pronunciamientos estadounidenses sobre el libre comercio y fue denunciada decididamente por otros países productores agrícolas, como Canadá, Alemania, Argentina y Brasil.

En el mismo mes de mayo, Washington anunció un incremento hasta de 30% en las tarifas del acero importado, lo que llevó el tema de la "guerra comercial" a las primeras páginas de la prensa europea; impuso tarifas contra las maderas importadas del Canadá y se negó a eliminar una exención de impuestos que permite a grandes multinacionales gringas no pagar ningún tributo sobre las utilidades obtenidas en sus operaciones fuera de Estados Unidos, ocasionando otra pelea con Europa en el seno de la Organización Mundial del Comercio.

La tabla que sigue nos ilustra sobre la cantidad de dinero que en la última década se han embolsillado las grandes monopolios por medio de esta exención:

Tabla 2: Beneficiarios de exención 1991-2000

Beneficiario

Millones de US$  

Boeing

1,207  

General Electric

1,155  

Motorola

551  

Caterpillar  

433

Monsanto

199

   

Los acuerdos de Doha del año pasado, no han tenido efecto alguno. Desde antes de la reunión de Seattle en 1999, ya no parecía factible una apertura mayor del comercio mundial a través de una nueva ronda de negociaciones. El zafarrancho retórico de los años pasados en pro de la liberalización comercial, no sólo está desapareciendo de la gran prensa estadounidense y de otros países capitalistas, sino que la práctica confirma su endeblez. En el año 2001, además de las políticas norteamericanas antes descritas, al menos otros veinte países impusieron medidas "anti-dumping" con el fin de proteger su propia producción, para un total de 348 medidas proteccionistas, con Estados Unidos como líder con 79 leyes anti-dumping, seguido de cerca por la Unión Europea y Canadá.

Mientras que Estados Unidos ofrece proteccionismo y tarifas cuando le conviene, todavía mantiene las exigencias de libre comercio en América Latina. En ese sentido, continúa insistiendo en establecer el ALCA, lo que no sería más que extender el TLC a toda América Latina. La estrategia del ALCA acabaría con lo poco que queda de agricultura e industria nacionales en América Latina. Así, no sólo México sino todo el continente se convertiría en una gran colonia del Coloso del Norte. Incluso en los tiempos de la colonia española, América Latina podía producir, si no su propias manufacturas, por lo menos la comida para alimentar a sus pueblos. Pero ni eso será posible bajo el nuevo régimen colonial. Al igual que el TLC, el ALCA tampoco es un tratado de libre comercio, sino un tratado de protección de la inversión norteamericana, que permite la libre inversión yanqui en todos los países y en todos los ramos, a la vez que busca mantener fuera de la contienda a sus competidores económicos mundiales, como la Unión Europea.

Controlar el petróleo para controlar el mundo

La particularidad de lo que va del año 2002 es la tendencia creciente de Estados Unidos a usar la fuerza militar para controlar regiones y recursos estratégicos, negándoselos a sus posibles contrincantes. La dominación norteamericana se ha convertido rápidamente en la militarización del planeta. Esta tendencia es impulsada tanto por las necesidades del Imperio como por los menesteres domésticos ocasionados por la crisis económica. El caso más claro es el de las maniobras para controlar las fuentes más importantes del petróleo.

Con la excusa de la guerra contra el terrorismo, Washington tiene importantes destacamentos armados en Asia Central y Afganistán, zonas claves para dominar la importante cuenca petrolera del Mar Caspio. Empresas, principalmente norteamericanas y británicas, han invertido substancialmente en proyectos de extracción y oleoductos petroleros, lo que explica la rapidez con que Gran Bretaña se aprestó para apoyar la aventura yanqui en Afganistán, la cual comenzó con una aparente y rápida victoria de los invasores pero ha empezado a empantanarse. Ese país ha vuelto a caer en poder de numerosos señores de la guerra, con solamente una ciudad, Kabul, en poder de las tropas de ocupación. Lo precario de la situación se hace evidente en los frecuentes atentados contra los líderes impuestos externamente, como Karzai, y en los ataques armados contra los efectivos norteamericanos. El jefe del gobierno, Karzai, apenas sobrevive gracias a una enorme guardia personal integrada por las más seleccionadas tropas de elite estadounidenses. Fuentes independientes informan de considerables bajas entre las tropas norteamericanas. Es evidente que la invasión contra Afganistán está terminando en un fracaso, complicándosele a los invasores extranjeros. Ni siquiera se han coronado dos objetivos mínimos del ataque: la captura o muerte de Bin Laden y la captura del jefe del gobierno talibán.

Aunque se encuentra al borde del fracaso, la embestida contra Afganistán sólo fue el primer paso de una ofensiva militar generalizada, anunciada por el presidente Bush en su famoso discurso de enero de 2002, en el cual identificó a Irak, Irán y Corea del Norte como las próximas víctimas de la agresión militar. Ahora Estados Unidos se prepara para lanzarse contra Irak, situación en la cual varios factores juegan un papel importante, siendo sin duda el más significativo el petróleo.

Para comprender las dimensiones del problema petrolero, son útiles ciertos datos. Primero, por medio de sus empresas multinacionales, Estados Unidos y Gran Bretaña controlan 70% del petróleo producido en el Medio Oriente. Apenas 25% se encuentra en manos de los Estados de la región, entre ellos Irak. Japón depende por completo del petróleo de esa región. Europa Central importa casi 80% de su petróleo, y hasta hace poco casi todo del Medio Oriente. Recientemente, Rusia se convirtió en proveedor de petróleo y gas natural para Alemania. Además de tener una gran producción doméstica, Estados Unidos importa más petróleo de Canadá y México que del Medio Oriente. Japón, Francia, Alemania y otros países compran su petróleo de las "grandes hermanas", las compañías norteamericanas y británicas que lo refinan y comercializan. Las empresas estatales de Arabia Saudita y Kuwait trabajan en llave con las extranjeras; todo el petróleo de este último país lo manejan Gulf Oil y British Petroleum. Por su parte, el anhelo de Francia y Alemania ha sido disponer en esa región de una fuente de petróleo, sin que esté bajo el control de Estados Unidos e Inglaterra.

La guerra que Washington intenta desatar contra Irak es en realidad una guerra por controlar el suministro de petróleo de toda la región del Medio Oriente, incluyendo Asia Central. Esto aclara la conducta de diferentes actores en los últimos años: en la década pasada, Inglaterra apoyó sin tapujos 96bajo Thatcher o bajo Blair96 a Estados Unidos en la Guerra del Golfo y fue el primer país en colaborar con el Pentágono en la invasión a Afganistán, y hoy es portavoz de Bush en la embestida contra Irak. Ya durante la primera Guerra del Golfo, hace más de diez años, Alvin Toffler, el famoso "futurólogo" norteamericano, escribía que con el control del petróleo de la región "Estados Unidos estaba parado sobre las mangueras que controlan el suministro de energía de sus principales competidores". A su vez, en las tres ocasiones, Francia y Alemania se han mostrado reacias a participar en estas guerras promovidas para el obvio beneficio de Estados Unidos y en detrimento de la posición geopolítica europea. Es en este sentido que la guerra contra Irak constituye un conflicto de Estados Unidos contra Europa, Japón y otros de sus enemigos potenciales.

Otro dato importante es el de las reservas: después de Arabia Saudita, Irak tiene las segundas reservas mundiales probadas de crudo, mayores que las de Kuwait, Irán, Venezuela, Rusia, México y Estados Unidos. El control de la producción del petróleo iraquí es obviamente de suma importancia: con la producción de Arabia Saudita, Kuwait e Irak en sus manos, las multinacionales norteamericanas podrían definir los precios y controlar la oferta mundial de combustible.

Desde 1998, cuando Saddam Hussein expulsó a los llamados "inspectores de armas de destrucción masiva", Europa y Rusia incrementaron sus relaciones económicas con Irak, al punto que en círculos diplomáticos se hablaba -hasta principios de 2002- de la suspensión de las sanciones contra Irak. Varios países, entre ellos Francia, Rusia y China, han emprendido proyectos de negociación con Irak para explotar su petróleo. La declaratoria norteamericana de guerra contra Irak busca reversar esa tendencia, apoderándose por la fuerza de ese país y arrebatándoles a otros países la oportunidad de aprovecharse del petróleo iraquí, a menos que apoyen la movida estadounidense.

La actitud de Estados Unidos es amenazar y chantajear abiertamente, declarando sin empachos que invadirá Irak y poniendo a sus "aliados" y a las Naciones Unidas a escoger entre dos alternativas: o apoyan la jugada, legitimándola, y entonces les dará alguna participación en el reparto del petróleo iraquí, o tendrán que encarar la superioridad norteamericana, poniendo fin al papel jugado por las Naciones Unidas y a las reglas internacionales vigentes. Y aun si la ONU apoya las demandas gringas e Irak acata nuevas inspecciones (como en efecto lo ha hecho), Estados Unidos mantendría su política de "cambio de régimen" y de "guerra preventiva". No puede ser de otra forma, porque lo que está en juego es el control absoluto del petróleo del Medio Oriente. Además, los dirigentes estadounidenses piensan que con la invasión a Irak sería más fácil controlar la insurgencia de los patriotas palestinos, los cuales contarían con un aliado menos en la región. Igualmente, con otra guerra en el Medio Oriente, Washington espera hacerse a una nueva serie de bases militares, fuera de las establecidas en los últimos diez años en Arabia Saudita, Kosovo, Asia Central, Kuwait, y Qatar. La ocupación de Irak le permitiría echarle un cerco a otra víctima anunciada, Irán, y serviría para retroalimentar la dolida economía doméstica estadounidense. En la guerra contra Irak, como en la anterior contra Afganistán, también queda claro que el principal interlocutor de Estados Unidos no es Europa, que queda tirada a un lado, sino Rusia, que como potencia petrolera, con una historia de influencia en la región y dueña de armas nucleares, todavía es tratada con alguna consideración por los guerreristas norteamericanos.

En lugar de ganar aliados, Estados Unidos se aísla cada día más

Mientras que después de los ataques contra las Torres Gemelas en Nueva York, Estados Unidos recibió una dosis de buena voluntad de todo el mundo, en el año transcurrido se ha convertido en el enemigo público número uno del planeta, al paso que se generalizan e intensifican las contradicciones que su imperio encara.

Durante el año pasado, y mientras mantenía su "guerra contra el terrorismo", Washington emprendió toda una serie de acciones que le ganaron el repudio de naciones, países y pueblos. Sus medidas proteccionistas causan descontento y represalias en Europa y otros lares. Simultáneamente, Bush ha optado por una vocación unilateral, repudiando -independientemente de su calidad- toda una serie de pactos sobre los cuales existe acuerdo internacional, como el tratado de Kyoto sobre el clima, la conferencia internacional sobre el racismo, la conferencia mundial sobre el desarrollo sostenible y, sobre todo, el repudio al Tribunal Penal Internacional. Estados Unidos se niega a aceptar normatividad alguna. Ningún militar norteamericano podrá ser juzgado por un tribunal internacional, así sea culpable de atrocidades contra la población en algún país del mundo. En palabras del escritor Carlos Fuentes, este año EE.UU. le ha dicho al mundo: "Mi soberanía es inviolable. La tuya no. O sea, en el mundo hay una regla para Estados Unidos y otra para los demás".

La reacción mundial frente a este tipo de actitud ha sido condenarla. Un comentarista de The Financial Times, vocero de la gran banca inglesa, se refirió al rechazo norteamericano del Tribunal Penal Internacional como "la disputa más peligrosa y divisiva entre Europa y los EE.UU. después del 11 de septiembre de 2001".

En cierto sentido, la actitud estadounidense es explicable, ya que en los últimos años sus servicios militares han estado implicados en una larga serie de crímenes y abusos contra los derechos humanos en todo el mundo. Basta enumerar las repetidas violaciones de jovencitas niponas en las bases norteamericanas en Japón; la muerte de turistas italianos en los Alpes, causada por un avión de combate norteamericano; la defunción de estudiantes japoneses, víctimas de las maniobras de un submarino yanqui; el bombardeo de la misión diplomática china en Yugoslavia; la colisión de un avión espía americano contra un avión de combate chino; el derribamiento por la CIA de un avión con misioneros en Perú; y las numerosas muertes por "daño colateral" en la reciente invasión a Afganistán.

Mientras tanto, la oposición a las política de globalización impulsadas por Estados Unidos continúa en todo el orbe: ha sido ejemplar la respuesta del pueblo argentino contra la pusilanimidad de presidentes lacayos del FMI y la banca internacional; en toda América Latina, particularmente en Brasil, los más diversos estamentos se levantan en contra del nuevo ministerio de colonias latinoamericano, escondido bajo el nombre de ALCA; el pueblo palestino continúa su lucha contra la ocupación israelita de sus territorios, manejada despiadadamente por el esbirro Sharon, a quien Bush llama "hombre de paz", recibiendo los palestinos la simpatía de las masas populares en el mundo islámico, donde la política de Sharon es vista como una prolongación de los planes de Washington para esa región del mundo.

Organizaciones internaciones de derechos humanos, como Amnistía Internacional y Human Rights Watch, se han pronunciado contra las violaciones estadounidenses de los derechos civiles y humanos de ciudadanos de origen árabe o musulmán, y la comunidad internacional se horroriza ante el tratamiento de los prisioneros en Guantánamo y las matanzas a mansalva de adversarios en Afganistán, violando las normas tradicionales de guerra. Y si hace tres años, en "el sitio de Seattle", Estados Unidos observó en su mismo seno la rebelión contra la globalización, en Johannesburgo el secretario de Estado Powel tuvo que escuchar los abucheos emitidos contra su país por delegados oficiales. Nunca antes se había visto en el mundo entero tan vasto sentimiento en contra de las políticas económicas y de expansión global de Estados Unidos.

Conclusión

Estados Unidos trata de consolidar su hegemonía mundial y resolver sus problemas económicos a través de la militarización del proceso de globalización. En los últimos años se han abierto nuevas bases militares en Ecuador, Bolivia, Brasil, Turquestán, Tayikistán, Afganistán, Arabia Saudita, Qatar, Kuwait, Kosovo, Aruba y Filipinas. Actualmente, el Pentágono planea establecer un nuevo "comando" (como el Comando Sur) en la isla de Sao Tomé 96el "comando de Guinea"96 para proteger la explotación petrolera en Nigeria, Angola y Gabón.

A nivel interno, se planea crear una nueva secretaría del gobierno federal para la seguridad interna 96el Department of Homeland Security96, a un costo de 50 mil millones de dólares. Política e ideológicamente, Estados Unidos no se encuentra ante la crisis de los años treintas o en la situación de la década de los sesentas. En esas ocasiones, utilizó una política fiscal en la cual el Estado, a todos sus niveles, se comportaba como actor económico, montando empresas gubernamentales, construyendo carreteras y puentes e hidroeléctricas. Esta participación estatal en la economía es ahora anatema para los voceros del capital monopolista neoliberal; la única política fiscal no considerada una apostasía es el gasto militar. Claro que a la larga éste puede servir para profundizar aún más la crisis. Los gastos militares no poseen el efecto "multiplicador" de estimular otras inversiones en la economía, como lo pueden tener la construcción de una nueva central eléctrica o el mejoramiento de vías de comunicación. Gran parte del gasto bélico comprende la producción de proyectiles, que simplemente explotan y desaparecen, con un mínimo efecto de largo plazo sobre la economía productiva. Por otra parte, este gasto militar poco productivo puede empeorar la situación de una economía federal deficitaria, convirtiéndose en un bumerán en la medida en que prolongados déficit implican una presión sobre los mercados de capitales e incrementos de las tasas de interés, que serían un gran obstáculo para la recuperación económica.

En resumidas cuentas, Estados Unidos encara una situación en la cual las políticas monetarias no surten efecto y las fiscales se reducen a gastos militares (como solitaria paja a la que actualmente puede agarrarse la zozobrante economía estadounidense, lo cual los torna en la única salida inmediata al problema recesivo), agudizando la tendencia militarista de la política del Imperio.

El carácter general de la crisis, con todas las potencias capitalistas en precaria situación, intensifica la lucha por los recursos mundiales y por el control sobre regiones y zonas estratégicas, profundizando las contradicciones entre los antiguos aliados. Después de exprimirle a sus neocolonias latinoamericanas casi hasta la última gota de soberanía, Estados Unidos ahora aprieta más la rosca y la emprende 96lanza en ristre96 no ya sólo contra su empobrecido patio trasero sino también contra los países más avanzados del mundo, utilizando sin remilgos la fuerza de su poderío bélico.

Los esfuerzos estadounidenses muestran la creciente debilidad del Imperio; son las patadas de ahogado de un sistema corrupto y senil. Si bien una guerra contra Irak le proporcionaría un control táctico inmediato del petróleo regional, serían imprevisibles las consecuencias sobre sus relaciones futuras con Rusia, China y Europa. Los dirigentes de esos países continuarán buscando defender y expandir los intereses de sus respectivas naciones, lo que en las presentes circunstancias implica tratar de reducir por todos los medios el poderío norteamericano. Ejemplo: Rusia y Alemania continúan estrechando sus relaciones económicas y políticas. Cada acción estadounidense tendiente a mejorar su situación relativa produce su correspondiente consecuencia negativa. Ejemplo: el desespero gringo por explotar el mercado y la mano de obra barata en China, ocasionará un desbarajuste total en la economía mexicana, cuya industria maquiladora -productora de la mitad del total de 143 mil millones de dólares de exportaciones aztecas- comienza a desaparecer a medida que las multinacionales trasladan su ensamblaje hacia el gran país de Oriente.

El coloniaje militarista que la Casa Blanca pretende imponer al mundo no gozará de un camino tan fácil como el del imperio inglés en pasados siglos, al contrario, enfrentará a pueblos con un historial de lucha y resistencia contra los imperios coloniales. Una campaña militar contra Irak, y otras que seguramente se planean en Washington contra Irán y Corea, a la larga terminarán por socavar la economía estadounidense, tal como sucediera en la Unión Soviética.

La era de los "modelos" económicos tocó a su fin. Japón, que hace apenas doce años figuraba como el modelo a seguir en el mundo capitalista, hoy es un caso perdido. Las economías de los "tigres asiáticos" se vinieron al suelo. El milagro de la "nueva economía" de los años noventas se esfumó, encontrándose en el epicentro de la crisis actual. La pobreza se extiende por todo el mundo. Estados Unidos no dispone de ningún modelo nuevo al cual asirse. Sólo le queda intensificar su explotación y utilizar la agresión y la economía de guerra para tratar de mantener su dominio. La consecuencia que ya se ha comenzado a ver en los últimos meses será una oposición, igual de intensa y rápida, a la andanada gringa, oposición que abarcará hasta el último rincón del planeta.

12 de enero del 2003

(*)Profesores universitarios, Los Angeles, California

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