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Chechenia y los pueblos sin Estado

Heinz Dieterich Steffan

El drama de Moscú ha hecho impostergable un debate global sobre los pueblos sin Estado. Su irrupción a escala mundial, desde el Cáucaso hasta la Oceanía y desde el País Vasco hasta Quebec, es una de las grandes tendencias de evolución de este siglo que requiere una solución democrática a fondo, si se quiere desactivar el enorme potencial de violencia que implica.

La bomba de tiempo que representa la falta de autonomía de cientos de pueblos y culturas que se encuentran en la camisa de fuerza de Estados-naciones centralizadas, tiene su génesis en diferentes épocas históricas: en China aparece hace tres mil años, mientras que en Europa (Francia) y América (Imperio incaico) "apenas" lleva seiscientos años. Los motivos que generan el problema son, sin embargo, relativamente uniformes a través de los tiempos y regiones geoculturales y pueden resumirse en un factor central: los intereses expansivos de dominación y explotación de determinadas elites locales.

Los estados nacionales modernos son el resultado de la violencia e imposición exitosa de esos intereses elitistas sobre los pueblos circundantes. En el caso del Estado español, por ejemplo, son las elites de Castilla y Aragón que conjuntamente someten a los pueblos de Cataluña, Galicia, Navarra y del País Vasco, para agrandar su base de poder económico y militar frente a los rivales europeos (Francia, Inglaterra, Alemania) y no-europeos, como los árabes y turcos.

Fueron actos de colonización violenta que después se repitieron en Africa y América y que, en algunos casos, pretendieron la asimilación de los pueblos sometidos y en otros, su simple sometimiento mediante el terrorismo de Estado. "Asimilación" significaba, por supuesto, la destrucción de las identidades autóctonas, tal como explica elocuentemente Antonio de Nebrija ante los Reyes Católicos, cuando su alegato de mercadotecnia trata de convencer al poder central de financiar su novedosa gramática española como instrumento imperial imprescindible para dominar a los pueblos sojuzgados militarmente.

Nacidos de la opresión y explotación elitista, los Estados-nación muestran ser una creación sorprendentemente resistente a los cambios de la historia, reprimiendo con violencia todo intento de los sometidos a recuperar parte de la antigua autodeterminación e idiosincrasia perdida. Sólo a medio milenio de su creación en Europa, por ejemplo, se rompe la camisa de fuerza de los Estados imperiales mediante la descolonización formal después de 1945, pero el problema sigue al interior de los antiguos y nuevos Estados nacionales.

Una segunda dinámica revisora se inicia con la disolución de la Unión Soviética y la gradual sustitución del Estado nacional por el regional. La guerra de Chechenia, al igual que la independencia de las Repúblicas bálticas, es parte de la disolución del Estado imperial ruso; el conflicto en Irlanda del Norte y en el País Vasco responde a la gradual transferencia de funciones del Estado nacional al regional, en este caso, a la Unión Europea.

Dentro de este cruce de tendencias evolutivas seculares y hasta milenarias en la economía, la política y la cultura de la humanidad, la recuperación de la autodeterminación se produce en algunos casos con asombrosa facilidad, prácticamente como un acto administrativo, como en el caso de las Repúblicas bálticas, mientras que en otros se vuelve una tragedia épica como en Vietnam, Palestina o el Cáucaso, tal como recuerda Leon Tolstoi en uno de sus relatos (Hadji Murad) sobre la conquista militar de Chechenia por los ejércitos zaristas (1839-1854).

Si la recuperación del derecho a un Estado propio se convierte en una via crucis o no, depende de varios factores. En el Cáucaso se combinan todas las variables posibles para complicar una solución independentista. Es una zona geoestratégica para el nuevo orden energético mundial, en el cual las transnacionales de Estados Unidos, Rusia y de la Unión Europea libran una guerra sin cuartel, y en la cual las tres potencias y China se enfrentan en un conflicto hegemónico sobre el control de la región. Más de sesenta lenguas y cientos de grupos étnicos y comunidades, incluyendo muchos rusos, con diferentes religiones, forman un mosaico heterogéneo en los valles de esta zona montañosa, cuya extensión territorial no trasciende la de España.

La nueva irrupción de los pueblos sin Estado en la política mundial requiere un marco de negociación global que sólo puede ser proporcionado por las Naciones Unidas (ONU), con soluciones que podrían variar desde amplias autonomías hasta la formación de Estados nacionales independientes, según el caso. Las demandas de los pueblos son, en muchas regiones, legítimas y hoy día no hay justificación para mantenerlos dentro de relaciones de fuerza que determinadas elites medievales les impusieron a sangre y fuego.

Desde el punto de vista de la clase dominante europea, por ejemplo, no hay razón para no concederle a los escoceses o vascos un Estado propio, si así lo desean mayoritariamente, porque no afectaría la razón de ser del Estado regional europeo que es la competencia con Estados Unidos. Se trataría, esencialmente, de un reacomodo interno de un bloque imperial que, en su conjunto, no le quitaría poder hacia el exterior. Debilitaría, sin embargo, el poder de negociación de las elites francesas y españolas frente a las elites alemanas e inglesas, hecho que explica, porque Madrid y París no conceden procesos de autodeterminación en sus territorios.

El problema de los pueblos sin Estado nacional adolece de dos deficiencias fundamentales: a) no ha recibido la atención política necesaria de la comunidad mundial para desactivar su potencial de violencia y, b) no ha sido tratado adecuadamente en su complejidad teórica. La llamada "cuestión nacional" está siendo discutido separadamente de la interrogante sobre su carácter democrático y socioeconómico; de esta manera, la demanda de un Estado propio no trasciende el ámbito de un mero derecho formal que en la realidad puede combinarse con cualquier contenido reaccionario y neocolonial.

Los países de Asia Central son el mejor ejemplo de esta problemática. Al salirse del dominio del Estado central ruso-soviético, se convirtieron en Estados patrimoniales al estilo de los Estados feudal-mercantil-neocoloniales de Medio Oriente, como Arabia Saudita, controlados por mafias y oligarquías parasitarias, que no representan ningún progreso para sus pueblos ni para la humanidad.

La liberación nacional de los pueblos del control elitista extranjero ---y sus oligarquías internas--- es un axioma inalienable del derecho internacional. Pero este tópico sólo puede convertirse en un vehículo de vanguardia mundial, si deja de mimetizar al Estado clasista feudal-burgués, sustituyéndolo por el Estado de la futura sociedad postcapitalista: el Estado de la democracia participativa.

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