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Latinoamérica en la encrucijada

Gustavo Fernández Colón



1. LAS TENSIONES ESTRUCTURALES DEL CAPITALISMO GLOBALIZADO

En 1996 el reconocido economista del MIT Lester Thurow, alertó en su libro El futuro del capitalismo que la gran amenaza que se cernía sobre el capitalismo globalizado, después de la implosión del mundo comunista, era una espiral descendente de estancamiento económico generalizado. Después de examinar diversos escenarios previsibles en el mediano plazo, concluía que el estancamiento crónico era tal vez el menos desfavorable, si se tomaba en cuenta la posibilidad de que una conmoción de vasto alcance afectara los cimientos del sistema económico que actualmente campea en el planeta. De hecho, Thurow recoge en la penúltima página de su libro esta afirmación lapidaria: "la única pregunta que cabrá formularse es cuándo será el gran sismo, el terremoto que hará tambalear el sistema".

Seis años después, su previsión sobre la agudización de la recesión global se está convirtiendo en una realidad tan explosiva como el petróleo del Golfo Pérsico, capaz de quemarles las manos a los líderes perplejos del Grupo de los Siete y a los expertos directores de la orquesta financiera internacional, como el exgerente del FMI Stanley Fischer, quien declaró hace más de un año, antes de retirarse del Fondo, que no le gustaría culminar su larga carrera con el fracaso que significaría una moratoria en la deuda de Argentina. Y era lógico. Los paquetes de auxilio crediticio y los planes de ajuste que Fischer y su equipo recetaron como medicinas para contrarrestar la debilidad de las economías emergentes, se han revelado ante los ojos de la humanidad como venenos mortales que agudizan en lugar de sanar los males de sus pacientes. Pero Fischer quiso intentarlo de nuevo, por última vez antes de irse, empecinado en su postura de no darles la razón a sus críticos: los ecologistas, los sindicalistas, los indígenas, los campesinos, los desempleados, los anarquistas, las feministas y los diversos grupos contestatarios que integran el movimiento antiglobalización.

La portada de la revista Newsweek del 23 de julio del 2001 pintaba muy bien la imagen del fantasma que atormentaba en sus pesadillas a los apostadores del casino global: un dominó en caída indetenible cuya primera piedra llevaba el nombre de Argentina. Pero que no nos engañe la ilusión de que esta primera pieza es la responsable del colapso en cadena de la economía mundial. Las claves hay que buscarlas más al fondo, en las tensiones estructurales que están provocando el desplome sincronizado del capitalismo global. Veamos las principales:

* concentración creciente del capital en manos de las corporaciones multinacionales
* extinción de la pequeña y mediana industria
* desempleo galopante provocado por la informatización y la robotización de los procesos productivos
* competencia hacia la baja de los salarios para atraer a los inversionistas extranjeros
* desmantelamiento de los sistemas de seguridad social creados en el pasado por el Estado de Bienestar
* sobreoferta de mercancías como resultado de la depauperación o el paro de los trabajadores y el incremento, por vía tecnológica, de la productividad
* tendencias deflacionarias generadas por la caída del consumo a nivel mundial
* abandono progresivo del gasto en infraestructura, educación y salud por parte de los estados nacionales
* competencia desigual en el comercio internacional a causa de los subsidios y barreras arancelarias utilizados por las naciones industrializadas
* asimetrías perjudiciales para los países pobres dentro de las zonas de libre comercio como el TLCAN o la propuesta del ALCA
* insostenibilidad de la deuda pública de las naciones emergentes
* incremento del endeudamiento y disminución del ahorro dentro de las economías industrializadas como los EE UU
* parasitación o expoliación de la economía productiva por parte del capital financiero
* inestabilidad en el valor de las monedas a causa de la volatilidad del capital especulativo
* creación y estallido de burbujas bursátiles por la movilidad incontrolada de estos mismos capitales
* manejo antidemocrático y sesgado, ejercido por las naciones industrializadas, de los organismos financieros internacionales y las instituciones reguladoras del comercio mundial (FMI, BM, OMC)
* insostenibilidad de un modelo de desarrollo destructor de los equilibrios ecosistémicos, que está dejando como saldo para las nuevas generaciones el calentamiento global y la alteración del clima; el incremento de desastres naturales como inundaciones, sequías, incendios, sismos y huracanes; la contaminación de mares y ríos; la deforestación y la desertización de los suelos; el envenenamiento de los alimentos; la extinción de especies animales y vegetales; el agotamiento de los recursos naturales; etc.


Los analistas neoliberales argumentan que estos no son más que síntomas coyunturales de una transición traumática pero inevitable, hacia una economía verdaderamente abierta o de libre mercado, que para imponerse deberá vencer por completo la resistencia al cambio de políticos nostálgicos del estatismo marxista o empresarios y trabajadores sin el talento suficiente para hacerse competitivos. Pero ni los planes de ajuste del FMI ni iniciativas como la convertibilidad del peso con el dólar ensayada en la Argentina por Domingo Cavallo, resultaron soluciones viables para una crisis generada precisamente por el paradigma económico, cimentado en el individualismo competitivo, en el que tanto la derecha como la izquierda tradicionales siguen aprisionadas. Ni ha logrado resolver la coyuntura recesiva la política anticíclica de reducción de tasas de interés para incentivar el consumo y la inversión, puesta en práctica por los gobiernos de Japón, Europa y los Estados Unidos, como lo demuestra el hecho de que el Banco Central Japonés haya llegado ya al piso de la tasa cero sin conseguir el despegue de una economía sumida en el letargo desde hace una década.

Intelectuales y dirigentes políticos de izquierda, por su parte, apuestan por una estrategia de desarrollo centrada en la consolidación de mercados de alcance regional como el Mercosur, que les permitan defender a las economías emergentes latinoamericanas de los tentáculos del imperialismo norteamericano. Sin embargo, se trata de iniciativas difícilmente factibles, a causa de la aceleración que la espiral descendente de la economía mundial está provocando en la concentración sin precedentes del capital transnacional. En efecto, en la actualidad comienza a constatarse cómo están desmoronándose y siendo absorbidas las regiones de menor desarrollo comparativo por los bloques hegemónicos regidos por el dólar (con EE UU a la cabeza), el euro (motorizado por Alemania) y el yen (cada vez más liderizado por China). De hecho, estos tres ejes geoeconómicos están librando entre sí una encarnizada batalla comercial que se ha venido exacerbando a medida que se agrava la crisis, provocando la agudización de conflictos bélicos de trasfondo económico como el Plan Colombia, la invasión a Afganistán, la Guerra contra Irak y las tensiones entre China y Taiwán o entre las dos Coreas. Desconoce también esta izquierda tradicional, condicionada por los presupuestos teóricos del paradigma industrial-desarrollista que grosso modo comparte con los neoliberales de Wall Street, que el sistema capitalista (bien sea de estado, mixto o de mercado), tal y como se ha venido desarrollando hasta el presente, se halla funcionalmente atrapado en el círculo vicioso de una lógica cuyo propósito exclusivo es un crecimiento económico insostenible. De modo que tanto la izquierda como la derecha clásicas se encuentran compitiendo en una carrera absurda hacia el progreso cuya meta final es un abismo: el triple abismo de la crisis ecológica producida por un modelo de industrialización depredador y contaminante, el caos social generado por el desempleo y la pobreza a escala planetaria y la decadencia económica derivada del estrangulamiento de la economía real del trabajo productivo por la economía ficticia de la especulación financiera.

2. LA INCERTIDUMBRE DEL ACTUAL CICLO RECESIVO

Mucho se ha escrito acerca del carácter cíclico de la dinámica económica internacional. Sin embargo, la onda recesiva por la que atraviesa el mercado global en la actualidad, parece desafiar todas las previsiones teóricas acerca de su duración y profundidad. En un artículo publicado recientemente, el economista brasileño Theotonio Dos Santos corrigió el pronóstico acerca del fin de la recesión mundial que él mismo formulara a principios de los 90, cuando el repunte en el crecimiento norteamericano, reflejado sobretodo en la espectacular escalada de las acciones tecnológicas en Wall Street, hizo pensar tanto a los defensores del libre mercado como a sus críticos marxistas -Theotonio es uno de ellos- que una nueva era de crecimiento económico generalizado había comenzado (sin imaginar si quiera que una gigantesca estafa contable se ocultaba detrás de esta burbuja bursátil, como se descubriría posteriormente a raíz de la quiebra de Enron y otras corporaciones). En consecuencia, una década después, el analista brasileño corrige sus predicciones aduciendo que la recuperación que debió despegar definitivamente en los noventa, se malogró por el retraso de la Reserva Federal estadounidense en disminuir las tasas de interés que, como es sabido, fueron reducidas del 6,5% al 1,75% el año pasado. Con este razonamiento, de inesperado talante monetarista, Dos Santos justifica el desacierto de sus previsiones, fundamentadas en la teoría de los ciclos largos del marxista ruso Nikolai Kondratieff (1892-1938).

En efecto, Kondratieff refutó hacia 1920 el dogma de la decadencia inevitable del capitalismo defendido por los partidarios de la III Internacional, argumentando, con base en sus estudios sobre el comportamiento de los precios durante el siglo XIX, que el sistema capitalista mundial fluctuaba de acuerdo con ciclos largos de expansión y contracción con una duración aproximada de 55 años. La investigadora venezolana Edna Esteves (Globalización, transnacionales e integración, 1998) sostiene que los tres últimos ciclos de este tipo (cada uno con sus cuatro fases de auge-crisis-depresión-recuperación) han tenido lugar entre 1848 y 1896, el primero; entre 1896 y 1944, el segundo; y entre 1944 y 2002, el último. De manera que, según este esquema, la fase de recuperación con la que llegaría a su fin la última de estas ondas ya debiera estar en marcha. Sin embargo, la recesión sincronizada en la que aún están inmersos los diferentes bloques geoeconómicos del casino global, parece contradecir las tesis de estos autores, quienes además discrepan entre sí en la periodización de la actual fase depresiva, pues para Theotonio Dos Santos la economía mundial debió "despegar a partir del 94, de acuerdo con los ciclos largos de Kondratieff" (Venezuela Analítica, 1 de abril de 2002).

Lo más llamativo de la argumentación de Dos Santos es su imbatible optimismo, pues a pesar de este retraso de una década en el despegue del mercado mundial, todavía asegura que "una de las ventajas del período de reinicio del crecimiento ha sido el redespertar de las organizaciones sociales y partidos de los trabajadores, estimulados por la perspectiva de baja del desempleo y de aproximación de una situación de pleno empleo". Lamentablemente, las noticias según las cuales el "paro" ha alcanzado su nivel más alto en veinte años en los Estados Unidos (Wall Street Journal, 17 de mayo de 2002) y el más alto en Japón en medio siglo (BBCmundo.com, 29 de enero de 2002), parecen echar por tierra su pronóstico. Con todo, resulta interesante constatar que, por una de esas paradojas del pensamiento postmoderno, el iluminismo marxista de Theotonio Dos Santos (digno del Dr. Pangloss) coincide con las predicciones que otrora formulara el más reputado de los neoliberales latinoamericanos, según lo recogió en su edición del 13 de marzo de 1997 el mismo diario WSJ, en un artículo titulado: "El mundo entra en una nueva era de crecimiento" (¡publicado justo tres meses antes del estallido de la crisis asiática!). En efecto, en este extraordinario testimonio periodístico de la capacidad ficcional de los managers de la economía globalizada se lee: "Domingo Cavallo, el arquitecto de la recuperación económica de Argentina, hace eco de esta noción. 'Hemos entrado a una edad de oro que durará décadas', dice. Pronostica que 'los historiadores van a considerar los años 90 como el momento en que se inició esa era'." En vista de tantas alucinaciones, sólo cabe pensar que el teórico brasileño debió de basar sus expectativas en torno a la inminencia del pleno empleo, en el olvido de un fenómeno crucial dentro de la sociedad de la información: el incremento sin precedentes de la productividad alcanzado en las últimas dos décadas, como resultado de la innovación tecnológica (o en otras palabras: mayor producción con menos empleos y salarios más bajos). Probablemente ésta sea también una de las causas principales de la inusitada extensión de la fase recesiva del último ciclo Kondratieff, sobre cuyo final no se ponen de acuerdo los autores. Al contrario, pareciera que la vieja tesis de la III Internacional intentara renacer de sus cenizas en las observaciones de algunos estudiosos del capitalismo globalizado, posterior a la Guerra Fría, para los cuales: "El peligro no es que el capitalismo implosione como lo hizo el comunismo. Sin un competidor viable hacia el cual la gente se pueda volcar si no está satisfecha con el trato que recibe del capitalismo, este último no se puede autodestruir. Las economías faraónica, romana, medieval y de los mandarines tampoco tenían competidores y se estancaron durante siglos hasta que finalmente desaparecieron. El estancamiento y no la implosión es el peligro". Así lo afirma el decano de la Sloan Business School del Instituto Tecnológico de Massachussets y miembro del Consejo Editorial de The New York Times, Lester Thurow (El futuro del capitalismo, 1996), una autoridad en temas económicos nada sospechoso de ser un nostálgico de aquel optimismo revolucionario de la III Internacional.

3. CRISIS ECONÓMICA E INGOBERNABILIDAD

Paralelamente con esta debacle económica generalizada, se ha venido extendiendo una onda de perturbación sociopolítica que ha sido interpretada, por el discurso de las instituciones dominantes, como un asunto de gobernabilidad. Se trata de un concepto que comienza a utilizarse y a hacerse operativo, en el seno de los organismos financieros internacionales, a partir de la década de los noventa, en respuesta a la inestabilidad creciente de las democracias del tercer mundo amenazadas, presumiblemente, por la corrupción administrativa, las tensiones sociales y la violencia política. El Grupo de Gobernabilidad del Instituto del Banco Mundial (fundado, por cierto, hacia 1994), la define como el conjunto de "instituciones y tradiciones por las cuales el poder de gobernar es ejecutado para el bien común de un pueblo. Esto incluye (i) el proceso por el cual aquellos que ejercen el poder de gobernar son elegidos, monitoreados y reemplazados, (ii) la capacidad de un gobierno de manejar efectivamente sus recursos y la implementación de políticas estables, y (iii) el respeto de los ciudadanos y el estado hacia las instituciones que gobiernan las transacciones económicas y sociales para ellos" (www.worldbank.org/wbi/governance/esp).

Se trata, en el terreno de la semántica política, de un término cuyo significado se capta mejor al contrastarlo con el de su antónimo, es decir, la ingobernabilidad; la cual podemos perfectamente caracterizar colocando el signo negativo a las tres proposiciones anteriores. De esta manera, se dirá que una nación padece el indeseable atributo de la ingobernabilidad cuando: (i) se violenten los mecanismos democráticos de elección, control y reemplazo de los gobernantes, (ii) el gobierno sea incapaz de implementar políticas estables, y (iii) los ciudadanos y/o el estado no respeten a las instituciones reguladoras del orden económico y social vigente. En pocas palabras, ingobernabilidad sería sinónimo de autoritarismo, inestabilidad y anomia.

En el caso específico de América Latina, pocas naciones escapan a este calificativo. Sin embargo, habría que preguntarse también por qué es precisamente en la década de los noventa cuando se activan los mecanismos de apuntalamiento de la gobernabilidad, por parte de organismos multilaterales como el BM, el FMI, el BID y la OEA. Nosotros nos atrevemos a sostener la siguiente hipótesis: la preocupación mundial por la gobernabilidad constituye la respuesta institucional del capitalismo globalizado a la inestabilidad económica, política y social agudizada en el mundo en desarrollo a partir de la década de los noventa, como resultado de las políticas neoliberales promovidas a escala planetaria por los organismos financieros internacionales. Tres factores concurren para provocar esta respuesta: en primer lugar, el fin del ciclo de crecimiento económico ininterrumpido que se inició después de la Segunda Guerra Mundial y se revirtió a partir de la crisis de los precios petroleros de principios de los setenta, dando paso a una onda larga recesiva que aún no toca fondo; en segundo término, el derrumbe de la Unión Soviética y el consiguiente ablandamiento de los mecanismos internos del capitalismo occidental para contrarrestar las desigualdades sociales provocadas por su dinámica económica (el fin del Estado de bienestar); y, por último, la aparición de movimientos postsoviéticos de izquierda, que comienzan a ser percibidos como alternativas políticas legítimas por los pobres y excluidos de la era neoliberal (por ejemplo el EZLN en México, la CONAIE y el liderazgo del coronel Lucio Gutiérrez en Ecuador, el movimiento bolivariano en Venezuela, el activismo de los cocaleros bolivianos representados por Evo Morales y el movimiento de los Sin Tierra en el Brasil, entre otros).

Otro indicio interesante de que el déficit de gobernabilidad no es más que un eufemismo para designar la última crisis sistémica del capitalismo globalizado, es el resurgimiento, en este mismo período, de la extrema derecha europea, como se ha podido constatar en Austria, Alemania, Holanda, Bélgica y en Francia, con el controvertido liderazgo de Le Pen. Evidencia que también comienza a manifestarse en América Latina (donde se pensó que con el fin de las dictaduras del Cono Sur la extrema derecha había quedado invalidada políticamente), como lo expresan los inquietantes signos presentes en el fugaz golpe de estado del pasado 11 de abril en Venezuela, y la orientación ideológica de los planes anunciados por los gobiernos, recientemente electos, de Uribe Vélez en Colombia y Sánchez de Lozada en Bolivia. No se olvide que los grandes adversarios históricos del llamado capitalismo democrático de Occidente, como lo fueron el comunismo y el fascismo, cobraron auge precisamente durante otro de los grandes períodos críticos en la evolución del liberalismo económico. Nos referimos a la Gran Depresión o el ciclo recesivo por el que atravesó el sistema capitalista mundial entre las dos grandes guerras de principios del siglo XX.

4. LAS OPCIONES POLÍTICAS DE AMÉRICA LATINA

Todo momento crítico en el devenir de las sociedades es también una encrucijada ante la cual los pueblos tienen que elegir, entre diversas opciones, qué camino seguirán en el siguiente tramo de su historia. Esta elección ejerce efectos irreversibles sobre el futuro, porque el tiempo no se devuelve y cada nueva opción conduce, a su vez, a dilemas distintos a los afrontados en el pasado. En la actualidad, el ciclo recesivo por el que atraviesa el conjunto de la economía mundial, está colocando aceleradamente a las élites de poder de América Latina frente a una nueva disyuntiva o punto crítico como el que antes señalábamos. Y en esta oportunidad sólo parecen ser dos, esquemáticamente, las tendencias o proyectos político-económicos que compiten por decidir el rumbo de nuestras naciones en el futuro inmediato.

Por una parte, a la derecha del espectro, los defensores del libre mercado están intensificando todos sus esfuerzos para concretar un área de libre comercio continental, que extendería a la totalidad de las naciones latinoamericanas los beneficios que el Tratado de Libre Comercio de América del Norte presuntamente le ha brindado a México, desde su entrada en vigencia el 1 de enero de 1994. Liberalización del comercio, privatización de empresas estatales, dolarización y flexibilización laboral son los puntales del programa económico de este proyecto político, impulsado desde Washington para hacerle contrapeso a la presencia de la Unión Europea como bloque económico competidor en la escena internacional. En la práctica, estos lineamientos se han venido concretando a través de los planes económicos adelantados en los últimos años por los gobiernos de El Salvador, Ecuador, Argentina y Chile, y están a la espera de su consolidación continental por medio de la instauración del Área de Libre Comercio de las Américas prevista para el 2005.

Por otro lado, los representantes de la izquierda ven con preocupación las amenazas a la soberanía económica, política, militar y cultural de nuestros países contenidas en el programa neoliberal. En efecto, las políticas orientadas al libre mercado que, bajo la tutela del FMI, se pusieron en práctica durante las dos últimas décadas en casi todo el continente, dejaron graves secuelas constatables en la caída del crecimiento, el desmantelamiento de las industrias nacionales, el aumento del desempleo, el endeudamiento crónico y la agudización de las desigualdades sociales. Todo lo cual ha traído como consecuencia una creciente inestabilidad política y un requerimiento urgente de liderazgos alternativos, en un contexto donde el escepticismo y la violencia comienzan a convertirse, para muchos, en la única carta disponible sobre la mesa de juego. Para dar respuesta a esta situación, la izquierda emergente retoma las banderas del fortalecimiento de la acción del Estado, con el fin de atender las urgentes necesidades sociales que el mercado por sí solo ha sido incapaz de satisfacer; y busca fortalecer los pactos económicos regionales como el Mercosur, para contrarrestar la embestida del capital estadounidense implícita en la propuesta del ALCA (si bien, conceptualmente, tanto el Mercosur como el ALCA son proyectos orientados a la apertura de los mercados nacionales, es decir, globalizadores). En las filas de esta izquierda hay que colocar, al menos por sus proclamas iniciales, a la revolución bolivariana del presidente Chávez; las propuestas, ahora más moderadas, de Lula Da Silva en el Brasil; los movimientos insurgentes de Colombia y México; las organizaciones indígenas y campesinas de Ecuador y Bolivia; la resistencia popular contra las privatizaciones en Perú y las protestas masivas de la población argentina contra las políticas económicas del depuesto De la Rúa y ahora de Duhalde, quien luce cada vez más impotente entre la espada del Fondo Monetario Internacional y la pared de la anarquía.

La izquierda radical latinoamericana ha desconfiado siempre, y no sin razón, de estas políticas de apertura promovidas por liberales y socialdemócratas, que el propio gobierno norteamericano se niega a aplicar en su territorio cuando son inconvenientes para su industria nacional. Y las percibe más bien como armas empuñadas para la conquista total de nuestros mercados por parte de las corporaciones multinacionales, complementarias a la ayuda militar ofrecida por Washington para la lucha contrainsurgente en Centroamérica o Colombia. Situaciones recientes como el aumento de aranceles decretado por la administración Bush para proteger a la industria del acero y el incremento de los subsidios agrícolas, corroboran la verdad de estos señalamientos; mientras, al sur del Río Bravo, la otrora abundante producción cafetalera de México agoniza, como resultado de la apertura comercial impuesta en ese país por el TLCAN. Frente a estas acusaciones, la derecha acota que el alivio de la pobreza en América Latina es inviable sin la generación de empleos que hoy sólo puede propiciar la inversión extranjera, justo en un momento en que los capitales privados de la región han emigrado a las bolsas del primer mundo en busca de mayores rendimientos y seguridad jurídica, y el sector público está severamente afectado por el déficit crónico y el endeudamiento. La izquierda, por su parte, replica que la caída de los valores bursátiles y de las tasas de interés en los Estados Unidos, así como las turbias complicidades descubiertas entre la empresa privada y algunas agencias de gobierno a raíz de la quiebra de Enron y otras corporaciones, han comenzado a desdibujar la imagen de paraíso ilimitado para los inversionistas que infló durante los noventa a Wall Street; y demanda la urgente regulación de los flujos financieros internacionales para controlar la inestabilidad del sistema.

Específicamente en el caso venezolano, las agrupaciones políticas y civiles adversas al chavecismo no terminan de deslindar su propuesta del proyecto derechista promovido por Washington a través de voceros locales como Plinio Apuleyo Mendoza, Emeterio Gómez o José Luis Cordeiro; ni se perfila en ellos otro propósito de fondo que no sea el de recuperar el control del aparato estatal, del que fueron relegados a raíz del triunfo de la revolución bolivariana. Paradójicamente, Chávez ha venido desplazándose cada vez más en un viraje pragmático hacia la derecha, como lo evidencian sus últimas medidas monetarias y su interés manifiesto por preservar los flujos de inversión extranjera en sectores estratégicos como las telecomunicaciones y el petróleo. Así lo reconocen incluso un diario tan representativo de la ortodoxia financiera norteamericana como el Wall Street Journal, en su edición del pasado 15 de marzo, y algunos críticos radicales (que antes fueron sus aliados) como Alberto Müller Rojas, Pablo Medina o Douglas Bravo. Lo cierto es que el afianzamiento o la desaparición de las tendencias izquierdistas dentro del bolivarianismo, dependerá en gran medida de la consolidación en el poder de potenciales aliados sudamericanos como Lula, el avance de los movimientos insurgentes en Colombia, el ascenso de la alianza indígena-izquierdista liderizada por el coronel Lucio Gutiérrez en el Ecuador y la maduración política de la resistencia civil en el Perú y la Argentina. De no ser así, parece inevitable que la dependencia venezolana de la demanda petrolera estadounidense seguirá obligando a Chávez a mantener vigentes las alianzas estratégicas con el capital transnacional para apuntalar su permanencia en el poder, como lo revela su reciente declaración de rechazo al embargo petrolero a los Estados Unidos propuesto por Irán, Libia e Irak (en caso de una eventual invasión norteamericana a este último país), y su compromiso de garantizar, en cualquier circunstancia, el suministro de crudo a la primera potencia de Occidente. No se olvide que de un modo similar han movido sus fichas, en diversas oportunidades, las élites marxistas que gobiernan China y Cuba, para poder sobrevivir en la era del capitalismo globalizado.

De cara a esta compleja situación en la que emergen por todo el continente movimientos tan heterogéneos como el zapatismo, la revolución pacífica venezolana, la organización de los cocaleros bolivianos, los piqueteros argentinos o las FARC, unificados fundamentalmente por su oposición visceral a las políticas neoliberales; cabe preguntarse si la demarcación clásica entre derecha e izquierda es suficiente para caracterizar la naturaleza y los fines de estos nuevos protagonistas de la escena política latinoamericana. Pues es obvio que el énfasis en el estado o el mercado como factor privilegiado para la motorización del desarrollo, ya no es una categoría eficaz para precisar conceptualmente afiliaciones y oposiciones. Piénsese, por ejemplo, en la lucha de los campesinos cultivadores de coca en Bolivia, enfrentados a un Estado aliado del imperialismo en la lucha para erradicar la producción de la droga. ¿No sería justo decir que su reclamo está más cerca de los principios del libre mercado que del control estatal de la producción? Y algo más grave aún: ¿pueden, en este momento, los programas tradicionales de la derecha y la izquierda ofrecer soluciones de fondo a las severas tensiones que amenazan con hacer colapsar al sistema capitalista a escala planetaria? Lo único claro es que la debacle del paradigma industrial-desarrollista de la modernidad, constituye una circunstancia inédita que ha dejado al desnudo la impotencia teórica y la ineficacia práctica tanto de la gerencia neoliberal como de la burocracia marxista, a la hora de dar respuesta a las demandas de las grandes mayorías empobrecidas del continente.

5. EL NUEVO CONTENIDO DE LAS LUCHAS SOCIALES

En su libro Tierra-Patria Edgar Morin reconoció la existencia de dos grandes vertientes dentro de la mundialización. Por un lado, hay una globalización de las comunicaciones y los intercambios que está haciendo posible el surgimiento de un civismo planetario y de una nueva conciencia de la unidad de la especie, basada en el respeto a la diversidad cultural. Por otra parte, hay una globalización homogeneizadora de las culturas, surgida de la mecanización de la producción y el consumo y de la búsqueda ciega del beneficio económico. Esta perspectiva permite comprender mejor la nueva configuración de los antagonismos generados en esta fase globalista del capitalismo, en la que formas inéditas de organización de la acción colectiva denotan la aparición de actores y necesidades distintos, ante los cuales las viejas categorías descriptivas de los fenómenos sociopolíticos se han tornado obsoletas. Se trata de comprender que, en los albores del tercer milenio, nos hallamos en medio de una crisis civilizatoria de la cual está emergiendo una constelación de valores y una estructura de las relaciones sociales cualitativamente distintas a todas las conocidas hasta el presente. Y nada expresa mejor, en el terreno de los hechos, la naturaleza de las contradicciones dinamizadoras de esta transición, que la reiterada oposición a los acuerdos establecidos a puerta cerrada por el Grupo de los Siete, por parte de la inmesa variedad de agrupaciones civiles congregadas bajo el rótulo del movimiento antiglobalización. De modo que hoy resulta inevitable reconocer la irrupción de nuevas configuraciones del poder político, distintas a los tradicionales partidos, que oponen a la acción de las instituciones defensoras de los intereses del capital globalizado como la OMC, el BM o el FMI; la protesta masiva de una amplia gama de sectores afectados por los mecanismos de concentración de la riqueza, exclusión social, homogeneización cultural y destrucción ecológica, propios de la lógica unidimensional del mercado. Paralelamente, al interior de cada país, comienzan a cobrar cuerpo nuevas estrategias de participación colectiva, caracterizadas -como lo ha señalado James Petras- por la movilización más bien espontánea de grandes multitudes carentes de organización jerárquica o partidista y escépticas frente al discurso político institucionalizado. Son fenómenos efervescentes impulsados por demandas de contenido social, económico, étnico, político o cultural, que están desplazando a los viejos esquemas de participación intermitente típicos de las rutinas electorales, por una dinámica de participación continua que está modificando la esencia misma de la gestión política contemporánea (Stefano Rodotà: Tecnopolítica. La democracia y las nuevas tecnologías de la comunicación. Losada, 2000). Los casos recientes de movilizaciones masivas acontecidos en Argentina, Brasil,Venezuela, México, Ecuador, Perú y Bolivia, corroboran estas apreciaciones.

En consecuencia, el pensamiento contestatario emergente deberá rastrearse no tanto en los manuales clásicos del anarquismo o el marxismo, como en las declaraciones emitidas por una gran variedad de organizacones civiles, sindicales, ecológicas, indígenas y campesinas articuladas en redes al estilo del Foro Social Mundial, que han alcanzado cierta resonancia internacional a través de su oposición activa y multitudinaria a las políticas impuestas a los gobiernos de la región por las agencias multilaterales del capitalismo globalizado, como quedó evidenciado recientemente en las acciones de protesta desarrolladas en Cancún, Porto Alegre y Buenos Aires. También es necesario, para profundizar en los planteamientos de esta nueva izquierda, analizar las formulaciones de aquellos de sus representantes que, desde el gobierno o la oposición, han asumido roles protagónicos en el debate político interno de cada nación. Una revisión crítica de estos contenidos permite señalar que más allá de las demandas tradicionales de empleo, vivienda, educación y salud, expresadas sobretodo por los representantes de las clases medias empobrecidas por la crisis; sobresale la búsqueda de un modelo de desarrollo equitativo, respetuoso del contexto ecológico y las raíces culturales de cada pueblo, que posibilite la construcción de alternativas viables frente al callejón sin salida de la mundialización capitalista. En consonancia con este planteamiento, surge también la aspiración de democratizar la producción y el uso de las tecnologías a través de su apropiación activa por parte de las comunidades organizadas y no mediante su consumo pasivo en el seno de un mercado inaccesible para las mayorías. Adicionalmente, se asume la defensa de la soberanía política, territorial, económica, lingüística y cultural de los pueblos indígenas; así como la concreción del viejo sueño de una reforma agraria sustentable, que garantice la prosperidad para los pobres del campo; como objetivos fundamentales de las luchas sociales del continente. Pero tal vez el rasgo más característico y abarcante, sea el avance de inéditas manifestaciones de la democracia directa que, progresivamente, han venido deslegitimando a las instituciones tradicionales de la democracia representativa.

En todo caso, se trata de tendencias en gestación que se perfilan en su conjunto como elementos esenciales de un paradigma sociopolítico alternativo, que no sería exagerado calificar como un nuevo proyecto civilizatorio, por la profundidad de las transformaciones que está provocando en la lógica social, económica, tecnológica, política, militar, espiritual y cultural del capitalismo globalizado; incluso más allá de las interpretaciones coyunturales sobre estos procesos de cambio, formuladas en el discurso explícito de sus actores protagónicos.

Referencias:
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Esteves, E. (1998). Globalización, transnacionales e integración.Venezuela: Vadell Hermanos Editores.
Fernández Colón, G. (2001, Mayo 29). Brasil: crisis energértica, crisis del desarrollo. Venezuela Analítica [Revista en línea]. Disponible: http://www.analitica.com/va/hispanica/8013050.asp
Fernández Colón, G. (2001, Agosto). La caída del capitalismo global. Globalización [Revista en línea]. Disponible: http://www.rcci.net/globalizacion/
Fernández Colón, G. (2002, Abril). ¿Por qué fracasa el golpe de derecha en Venezuela? Globalización [Revista en línea]. Disponible: http://www.rcci.net/globalizacion/
Houtart, F. y Polet, F. (2001). El otro Davos. Globalización de resistencias y de luchas. España: Editorial Popular.
Mires, F. (2000). Teoría política del nuevo capitalismo o el discurso de la globalización. Venezuela: Nueva Sociedad.
Morin, E. (1996). Terre-patrie. France: Éditions du Seuil.
Petras, J. (2002, Mayo). La polarización izquierda/derecha: Entre las urnas y la calle. Globalización [Revista en línea]. Disponible: http://www.rcci.net/globalizacion/
Rodotà, S. (2000). Tecnopolítica. La democracia y las nuevas tecnologías de la comunicación. Argentina: Losada.
Thurow, L.(1996). El futuro del capitalismo. Argentina: Javier Vergara Editor.