LA POLARIZACIÓN IZQUIERDA/DERECHA: ENTRE LAS URNAS Y LA CALLE
James Petras
22 de mayo de 2002
(reproducido de Rebelión)
Los medios de comunicación, los académicos y los políticos convencionales han centrado su atención en el aumento del poder electoral de la derecha y de la extrema derecha. La reciente primera ronda electoral francesa, en la que el voto combinado de la extrema derecha aglutinó al 20% del electorado, suele ser mencionada como ilustrativa del giro hacia la extrema derecha. En el espacio de unos pocos días, sin embargo, más de medio millón de manifestantes se echaron a las calles de Paris y de otras ciudades en contra de Le Pen.
Mi tesis es que no hay un giro generalizado hacia la derecha, sino más bien una agudización de la polarización entre derecha e izquierda, con aquélla manifestándose en las urnas y ésta en la calle. Esta polarización es el reflejo de diversas y complejas situaciones y adopta una gran variedad de formas y expresiones. El mismo concepto de polarización derecha/izquierda requiere una explicación debido a la confusión política que envuelve a los conceptos de "izquierda" y "derecha".
Vamos a proceder definiendo los términos de nuestra discusión para después analizar y describir la polarización y concluir centrándonos en el análisis de sus implicaciones teóricas y políticas.
Académicos, periodistas y publicistas políticos han creado una gran cantidad de confusión con su negligente catalogación de los regímenes políticos. Por ejemplo, el líder político francés Le Pen es clasificado correctamente como de "extrema derecha" debido a su retórica racista y xenófoba. Sin embargo, la Administración Bush, implicada en guerras (Afganistán, Colombia), golpes de Estado (Venezuela) y planes para futuras guerras (Irak), es calificada erróneamente como "conservadora", en lugar de ser catalogada correctamente como "régimen de extrema derecha". Igualmente, la Gran Bretaña de Tony Blair y la Francia de Jospin y la anterior Administración de Clinton son catalogadas como de "centro izquierda", a pesar de que recortaron drásticamente programas de bienestar social y promovieron la especulación financiera y las conquistas militares en los Balcanes y, en el caso de Jospin, privatizaron más empresas del sector público que ninguno de sus predecesores conservadores. Claramente, la etiqueta más adecuada es la de "conservador" o "centro-derecha".
En la práctica, muchos de los políticos de centro-derecha no son "conservadores" en el sentido genérico de que apoyan las disposiciones constitucionales vigentes: Blair y Clinton rebasaron ampliamente las limitaciones constitucionales al usurpar poderes de guerra en los Balcanes, mientras que Jospin privatizó Air France, France Telecom y las industrias de Defensa sin contar con la autorización del Parlamento. La transición del "centro-derecha" a la derecha y la extrema derecha tiene sus raíces precisamente en las repercusiones negativas que sus políticas socio-económicas tienen sobre sus electorados populares
Hoy en día la fuerza significativa y dinámica de la auténtica izquierda se encuentra en la calle, halla su expresión en movilizaciones masivas y no en el proceso electoral. En Italia, 300.000 personas se manifestaron en contra del capital y dos millones en contra de Berlusconi; en España, 400.000 personas, en su mayoría manifestantes anti-capitalistas, protestaron en contra de la cumbre de la UE y de la presidencia española de Aznar. Lo que antes se llamaba "centro-izquierda" se ha desplazado hoy hacia el centro-derecha o hacia la derecha, y lo que era considerado como derecha se ha convertido en extrema derecha.
En la actualidad, el centro-izquierda se halla debilitado o es inexistente; los debates electorales tienen lugar entre el centro-derecha, la derecha y la extrema derecha. A diferencia de la izquierda, los partidos de la derechas operan a través de las instituciones del poder y tienen poca capacidad o interés para promover movilizaciones en la calle, salvo en períodos de campaña electoral.
Las políticas que definen a todas las variedades de la derecha incluyen los siguientes elementos: privatización de empresas públicas, recortes de los servicios del sector público, desregulación de la economía, debilitamiento de los sindicatos, activación de leyes que precarizan el empleo y las coberturas sociales y apoyo a las guerras imperiales, pasadas y futuras. Las diferencias entre los diferentes partidos de derecha incluyen diversos grados de proteccionismo (Bush y Le Pen estarían a la cabeza, Blair y Aznar serían más "liberales"), inmigración (la mayoría de la derecha europea es restrictiva, Le Pen y Haider son partidarios de la expulsión), Oriente Medio (los EEUU y Le Pen apoyan a Sharon incondicionalmente, el resto de los europeos son moderadamente críticos).
En Latinoamérica la derecha y la extrema derecha abarcan a casi todos los regímenes que apoyan las guerras e intervenciones de los EEUU, aceptan la Zona Latinoamericana de Libre Comercio y siguen las recetas de instituciones europeo-estadounidenses tales como el FMI. En realidad, se hallan incluidos en ese rubro todos los regímenes del área excepto Cuba y Venezuela.
En Latinoamérica la izquierda electoral -es decir, el centro-izquierda-o bien se ha movido hacia el centro-derecha --y hasta más a la derecha incluso--, o bien es una fuerza minoritaria. La máxima expresión de la izquierda realmente existente se encuentra en los grandes movimientos sociopolíticos y en los alzamientos populares de carácter organizado como los que han derrocado a dos presidentes en Ecuador, a cuatro presidentes en Argentina y al presidente de Bolivia. La izquierda tiene muchas expresiones, demandas y formas de acción diferentes. Pero existe un vínculo común que las une a todas: el hecho de que su acción descansa en movilizaciones masivas en la calle -acción directa-y su rechazo del imperialismo americano (Plan Colombia, ALCA, etc), del pago de la deuda externa, de las políticas de ajuste estructural y de otras prescripciones del FMI. En la mayoría de los casos, apoya la reforma agraria, la nacionalización de los bancos, el incremento drástico del papel económico del Estado a través de inversiones públicas en servicios sociales, protección y promoción del mercado doméstico, nuevas formas directas de representación popular y mayor igualdad social vía legislación tributaria de carácter progresivo, expropiación de monopolios y confiscación de fortunas ilegales.
Existe todavía una izquierda electoral, particularmente en Europa (Francia e Italia, principalmente) y en Latinoamérica (Argentina, Brasil, México, Ecuador), pero no ha tenido un impacto significativo en su papel institucional: solo cuando los activistas y líderes de la izquierda electoral se convierten en partes de un movimiento mayor de acción directa consiguen tener algún impacto.
Resumiendo, las antiguas divisiones electorales entre el centro-izquierda y la derecha se han convertido al día de hoy en irrelevantes: la mayoría de los partidos Comunistas y Socialdemócratas han adoptado políticas de centro-derecha y de derecha, favoreciendo al capital y a las guerras imperiales y abandonando la legislación social del Estado de Bienestar. Las divisiones izquierda/derecha, no obstante, son más relevantes que nunca si tomamos como protagonistas a los crecientes movimientos de masa de izquierda y a las fuerzas electorales/institucionales de la derecha.
Los éxitos electorales de los partidos políticos de ultraderecha en Francia (Le Pen), Austria (Haider), Israel (Sharon) están directamente relacionados con el giro hacia la derecha de las antiguas coaliciones de "centro-izquierda". Los regímenes putativos de "centro-izquierda" han demostrado estar a favor de la reducción del gasto público -amenazado así el sistema de Seguridad Social que ampara a los ancianos--, a favor de la reducción de las barreras arancelarias en detrimento de los pequeños agricultores, a favor de aplicar medidas de inmigración selectiva, y han introducido la "flexibilidad laboral" (abaratando el precio del trabajo y dando facilidades al despido de trabajadores de mayor edad), incrementando de ese modo la precariedad laboral, enfatizando medidas policiales en lugar de invertir en empleo para atajar la violencia juvenil, etc. El resultado del giro derechista es que sectores significativos del pueblo se sienten engañados y abandonados por los partidos tradicionales de derecha y de izquierda. Además, el antiguo "centro-izquierda" ha ampliado e intensificado la privatización de empresas públicas, convirtiéndose así en la percepción popular en una coalición de grandes empresarios, indistinguible de la derecha tradicional.
Del lado de la derecha, la difuminación de diferencias con el centro-izquierda en cuestiones socioeconómicas tiene el doble efecto de empujar a la derecha más cerca de la extrema derecha en temas como la represión policial (ley y orden), inmigración (mayores restricciones) y aumento de connivencias públicas con las grandes empresas. En este contexto, las proclamas xenófobas y chauvinistas de la extrema derecha son legitimadas por la derecha, mientras que sus políticas proteccionistas y liberales atraen a los pequeños empresarios, agricultores y tenderos amenazados por las políticas liberales del antiguo centro-izquierda.
De igual importancia en la esfera internacional, las políticas extremadamente militaristas e imperialistas que surgen de Washington han contribuido a fortalecer a la extrema derecha. El apoyo de la Administración Bush al líder ultraderechista israelí Ariel Sharon y la masacre de afganos, palestinos y, próximamente, de iraquíes, refuerza y legitima la postura "antiárabe", "antimusulmana" y "antiinmigrante" de la extrema derecha. Igualmente, la adopción por parte de Washington de la causa del unilateralismo, su postura de "el imperio americano primero", y su chovinista campaña doméstica alimentada con retórica antiterrorista, se acomoda perfectamente con la posición de Le Pen, Haider y el resto de la ultraderecha europea.
Se puede argumentar con fundamento que el mayor elemento de avance e impulso para la extrema derecha lo constituye la elección y gobierno del equipo Bush-Rumsfeld-Cheney. El programa de la ultraderecha europea busca imitar a la Administración estadounidense. No obstante, la ultraderecha europea tiene un problema de relaciones públicas, puesto que está lastrada también con el equipaje ideológico de un abierto antisemitismo y de un racismo declarado públicamente.
Mientras que los medios de comunicación de masas hablan o escriben acerca de la "conservadora" Administración Bush, en realidad se trata de una Administración todo menos conservadora en lo que respecta a su esencia y a su política. La Administración Bush ha denunciado y rechazado de forma unilateral toda una serie de acuerdos internacionales de carácter fundamental: el acuerdo de Kioto sobre calentamiento del planeta, el acuerdo con Rusia sobre misiles antibalísticos, el tratado sobre guerra biológica y bacteriológica. La Administración Bush se ha opuesto a la creación de un tribunal internacional con capacidad para juzgar crímenes contra la humanidad. La Administración Bush ha impuesto tarifas aduaneras y cuotas para proteger el comercio no competitivo de madera, tejidos, azúcar, automóviles, acero y numerosas otras industrias, en violación del acuerdo GATT y de las normas de la Organización Internacional del Comercio. El régimen de Bush no preserva el status quo económico -sus políticas representan una ruptura radical y un giro hacia políticas ultraderechistas.
En el área de las relaciones internacionales, la Administración Bush ha profundizado y ampliado las políticas de conquista militar iniciadas por Clinton a través de la implementación de un estrategia de guerra permanente. La guerra de la Administración Bush contra Afganistán, sus bases militares en Asia central, Filipinas, América Latina, los Balcanes, la organización del fallido golpe de Estado militar en Venezuela, marcan un nuevo y virulento estadio de expansión militar.
Tanto en estilo como en sustancia (en forma de expansión militar unilateral), los más altos estrategas políticos de los EEUU defienden públicamente la destrucción de Afganistán, rechazan cualquier influencia europea y abrazan abiertamente la opción de intervenir en otros países. Bush llama a Sharon un "hombre de paz" en el mismo momento en que las fuerzas armadas israelíes masacran, encarcelan, torturan y desplazan a millares de palestinos.
El historial de la Administración Bush sobre la guerra y los musulmanes es mucho más ultraderechista que las retóricas de Le Pen y Haider, y, ciertamente, excede holgadamente las políticas de derechistas europeos convencionales como Berlusconi y Aznar. Le Pen habla de proteger a las industria francesa de los efectos de la "globalización", pero Bush ha instituido una vasta panoplia de barreras comerciales. Le Pen amenaza principalmente a los inmigrantes árabes, pero Bush ha encarcelado y acosado a cientos de miles de inmigrantes árabes y ha abastecido de armamento estratégico, apoyo diplomático y ayuda económica a Israel, que se dedica a expulsar de su tierra a los palestinos. Le Pen propuso proyectar el poder imperial francés hacia el mundo, pero la construcción imperial de Bush sobrepasa hasta lo inimaginable los ensueños de Le Pen. Le Pen propone aumentar los poderes de la policía y reducir el crimen y las actividades terroristas. Bush, a través del Acta Patriótica y con un presupuesto de 27 billones de dólares a su disposición, ha puesto ya en pie una batería legislativa que autoriza los tribunales militares y otras medidas policiales que violan la Constitución. Le Pen apoya con palabras la guerra de Sharon contra los palestinos, pero Bush lo auxilia con armas y dinero.
El principal área de diferencia se refiere al uso que Le Pen hace de la retórica antisemita, que es evitada por Bush. Si, tal como suponen la mayoría de los comentaristas, políticos y gurús mediáticos, Le Pen representa a la extrema derecha, entonces no cabe ninguna duda de que la Administración Bush representa a la ultra-ultraderecha. En la práctica, en cuestiones relativas a la guerra, a la política, al imperio, a los inmigrantes árabes, a los tratados internacionales --que son los temas sobre los cuales se arguye la adscripción de Le Pen a la ultraderecha--, la práctica de Bush es mucho más contundente, directa y tiene mayores consecuencias. Además, el apoyo electoral a Bush y su ascenso al poder está muy en la línea -incluso superándola-del enfoque de Le Pen. Bush recibió sólo el 24% de los votos del electorado (el 49% del 50% que votó), lo cual representa una minoría del voto popular, y recurrió a maniobras ilegales en Florida para hacerse con el poder. Le Pen y la ultraderecha obtuvieron aproximadamente el 18% de los votos y no recurrieron a métodos ilegales para llegar al poder.
Lo significativo del "ascenso de la extrema derecha" no es el apoyo electoral mayoritario, sino las políticas que se implementan una vez que llega al poder. Una vez en el poder, la minoritaria y ultraderechista Administración Bush se aprovechó de la guerra y de la manipulación masiva de la psicosis terrorista para definir la agenda política a nivel mundial y para asegurarse la mayoría en el interior. Igualmente significativo, regímenes convencionales de derechas como Chirac, Aznar y Berlusconi y antiguos centro-izquierdistas reconvertidos al conservadurismo como Blair, Jospin, Schroeder y otros colaboraron con las políticas belicistas y ultraderechistas de Washington o les presentaron una oposición inefectiva. Solo cuando las medidas proteccionistas estadounidenses sobre el acero afectaron a los intereses empresariales europeos y japoneses se decidieron éstos a responder con amenazas de sanciones. Entre los regímenes conservadores europeos, solo la Inglaterra de Tony Blair ha seguido la agenda imperial ultraderechista marcada por Washington, apoyando los planes de Bush para una futura guerra en el Golfo.
El hecho de que la ultraderecha europea esté adquiriendo prominencia no se debe solo o principalmente a cuestiones domésticas, sino a que cuenta con un modelo y un competidor en la Administración Bush. Menciono el "auge de la ultraderecha" como una suposición y no como un hecho, ya que los datos electorales comparativos del voto a Le Pen difícilmente se compadecen con la tesis de un eclosión de la ultraderecha. El voto de Le Pen en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales del 2002 fue una réplica del voto que obtuvo siete años antes. El voto combinado de la izquierda (trotskistas, comunistas, socialistas de izquierda y verdes) en la primera vuelta fue prácticamente el mismo que el de Le Pen.
Lo significativo del voto a la ultraderecha no es su matriz doméstica, sino su imitación de la política nacional e internacional de la Administración Bush. Mientras que el respetable ultraderechista de la Administración Bush y Blair critica severamente a Le Pen y a la extrema derecha europea por sus excesos retóricos, omite deliberadamente las mayores similitudes de perspectiva global que les vincula a ellos. El éxito de la Administración Bush en obtener apoyo popular para atacar a grupos musulmanes y su campaña antiterrorista ha cautivado la imaginación de los políticos europeos ultraderechistas. Igualmente significativo, las amenazas políticas de Washington, su postura unilateralista y su proteccionismo comercial amenazan la soberanía y la expansión europeas. La débil respuesta de la derecha europea (tanto del antiguo centro izquierda como de los conservadores tradicionales) al matonismo global de Washington proporciona un terreno fértil para las políticas de "primero los franceses" de la ultraderecha, que no es sino una réplica de la política de Washington.
Si el "giro derechista" ha obtenido su máximo avance y expresión en los EE.UU, un giro similar hacia la derecha ha tomado fuerza en la política electoral europea. Si descartamos las etiquetas tradicionales de "centro izquierda" y "centro derecha" propias del pasado, la actual política de los regímenes europeos en las últimas décadas presenta un cariz, una estrategia y una práctica indefectiblemente contrarias a los intereses de los trabajadores y favorable a las grandes empresas. El giro a la derecha, sin embargo, varía en velocidad y extensión y en las características que presenta en cada país, especialmente en lo que respecta a la fuerza de los movimientos de masa y de los sindicatos. Ningún país europeo, ya esté gobernado por antiguos socialdemócratas, por cristianodemócratas, por conservadores o por cualquier otro partido tradicional, ha aumentado la cobertura social de la clase trabajadora. Al contrario, todos los regímenes han debilitado la legislación que protege el empleo, la seguridad de los trabajadores y los derechos sindicales; prestaciones sociales, sanitarias y educativas han sido recortadas en diferentes grados. Con la posible excepción de Francia (y esta excepción apenas debe nada al régimen) la jornada laboral no ha sido reducida; de hecho, la multiplicación del empleo precario y mal retribuido ha dado como resultado el pluriempleo y la jornada laboral intensiva. Los regímenes europeos han participado y brindado su apoyo a las guerras lideradas por los EE.UU, al bombardeo e invasión de Irak y Yugoslavia, con instalación de bases permanentes en Macedonia, Kosovo, Albania y Afganistán y al control aéreo todo Irak. Los regímenes europeos han adoptado la agenda "militaro-neoliberal" promovida por sus bancos y multinacionales y han financiado la expansión hacia Europa del Este, Rusia, Oriente Medio y América Latina, en muchos casos en competencia con y/o colaboración con los EE.UU. La convergencia de todos los partidos políticos europeos mayoritarios en la agenda "militaro-neoliberal" significa que existe un vacío prácticamente total en la izquierda electoral --ningún partido representa a las personas perjudicadas por las políticas neoliberales, por el expansionismo militar y por los subsidios a las grandes empresas y bancos. El sistema multipartidista europeo se han convertido en el sistema americano de "un partido y dos facciones". En este contexto de unanimidad de partidos electorales y de hostilidad y descontento popular, han emergido dos fuerzas encontradas: la ultraderecha electoral y la izquierda extraparlamentaria han surgido y han ganado el apoyo de las masas. La ultraderecha ha cosechado apoyo electoral practicando una "oposición pasiva" a las políticas de los partidos neoliberales. La base de su apoyo la constituyen personas mayores temerosas del aumento de criminalidad derivado del declive social y de las políticas neoliberales que generan el desempleo juvenil (especialmente entre los jóvenes inmigrantes). También obtienen el apoyo de pequeñas empresas y agricultores amenazados por la competencia de productos importados y de las grandes empresas. En este sentido, la ultraderecha combina una política "proteccionista" con respecto a los productores extranjeros y una "política liberal" con respecto a los monopolios domésticos. Los ultras también atraen a veteranos de guerra de conflictos coloniales, tradicionalistas cristianos e inveterados partidarios de sectas o movimientos de naturaleza fascista o cuasifascista. El atractivo más potente, sin embargo, lo ejerce el "sentimiento nacional", la afirmación de la soberanía nacional en contra de la Unión Europea controlada por las grandes empresas no democráticas, en contra de la influencia cultural de los EE.UU y a favor de una mayor independencia cultural norteamericana. La ultraderecha es hostil a los sindicatos, tanto por razones ideológicas (son dirigidos por "comunistas"), como por razones económicas (frenan la productividad). Instan a los trabajadores a unirse para "proteger sus puestos de trabajo contra los extranjeros", en lugar de aunar fuerzas contra las multinacionales que dictan sus despidos. Finalmente, la ultraderecha se hace eco del mantra antiterrorista para reforzar su consigna a favor de un Estado policial fuerte y lo combina con sus políticas antimigratorias y antiizquierdistas, a fin de atraer a derechistas convencionales. Esta mezcla de retórica antisistema combinada con un programa liberal favorable al sistema se superpone a las convencionales apelaciones de la "vieja derecha" a Dios, la patria y la vieja empresa. La vitriólica retórica de la extrema derecha agudiza la polarización política, religiosa y racial existente entre la izquierda y la derecha al tiempo que trata de oscurecer las crecientes divisiones de clase provocadas por las políticas neoliberales.
La extrema derecha ha avanzado electoralmente y ha elegido el terreno de la política institucional, pero no ha demostrado tener un poder significativo en las calles. Sus millones de partidarios son en su mayoría votantes, por razones demográficas, y porque su política está dirigida al fortalecimiento del aparato estatal capitalista y al reforzamiento de las políticas liberales en el plano doméstico, e incluso quizá al establecimiento de un "liberalismo global" una vez electos. Los ataques van dirigidos contra los partidos, no contra la policía o el ejército; contra personalidades y no contra la propiedad privada y relaciones; contra aspectos concretos de las políticas liberales, no contra el liberalismo en sí. El enfoque "exclusionista" con respecto a los no-europeos y la adopción abierta de una política de "mayor represión policial" (las políticas de "ley y orden" o de tolerancia cero) se ha nutrido de la legislación restrictiva en materia de inmigración aprobada por la nueva y vieja derecha en el poder, la campaña antiterrorista orquestada por Washington y los expeditivos poderes policiales promovidos por el ex-alcalde de Nueva York, paladín de la "tolerancia cero", Rudolph Giuliani. El enfoque institucional-electoral de la extrema derecha les ha investido de un acierta "legitimidad constitucional" -juegan con las mismas reglas que la derecha neoliberal convencional-e infundido a su convergencia programática en aspectos básicos una razón para trabajar dentro del sistema. La "polarización institucional" y la intensa competición interpartidista acerca de quién representa mejor los intereses capitalistas de Europa (pequeño capital versus gran capital, productores internacionales versus productores domésticos) eclipsa la común hostilidad de la extrema derecha y de las derechas convencionales contra la creciente oposición extraparlamentaria de izquierda.
La convergencia de ex-socialdemócratas y ex-comunistas con partidos liberales y conservadores para apoyar al capital internacional, a las guerras imperiales y a la legislación antiobrera ha provocado que cientos de miles de obreros, empleados públicos y particularmente jóvenes se hayan volcado hacia la "política callejera". Desde Seattle hasta Ottawa, desde Melbourne hasta Génova y Barcelona, decenas de millares de personas se han organizado primero en contra de la "globalización" y después en contra del capitalismo. Las manifestaciones han aglutinado a decenas de millones de personas y han conducido a la proliferación de un vasto tejido de seguidores, organizadores y grupos coordinadores internacionales. Movimientos regionales contrarios al Tratado de Libre Comercio Latinoamericano (ALCA) han crecido en fuerza y tamaño. La arena electoral ha sido desbordada debido al fuerte bloqueo institucional (el monopolio de los partidos burgueses sobre los medios de comunicación, las limitaciones consagradas en los mecanismos electorales) y porque los cuerpos legislativos electos son impotentes frente a la centralización del poder en instituciones de carácter ejecutivo, Bancos Centrales y otras instituciones no refrendadas por sufragio. La corrupción, la cooptación y la impotencia de las instituciones elegidas por sufragio han obligado a trabajadores, campesinos, desempleados, disidentes y opositores de izquierdas a adoptar formas de lucha extraparlamentaria, cosa que a la postre ha resultado ser más eficaz para plantear las cuestiones y asegurar el cambio.
Las manifestaciones masivas de Seattle, Londres, Génova, Melbourne, Barcelona, han sido mucho más eficaces para politizar y activar a una nueva generación de jóvenes que todas las campañas electorales de la "izquierda" y "centro-izquierda" juntas. Las manifestaciones de las plataformas antiglobalización y anticapital han sido mucho más efectivas a la hora de llamar la atención sobre las injusticias del Nuevo Orden Imperial y las organizaciones financieras internacionales (FMI, Banco Mundial, IDF, etc) que cualquier crítica realizada en el Congreso. Los debates públicos en los foros internacionales de masas acerca de cuestiones tales como la deuda externa, la privatización o el neoliberalismo son mucho más eficaces para generar solidaridad internacional con los pobres y explotados del Tercer Mundo que el atronador silencio de los salones del Congreso de los EEUU y que los solitarios críticos de los Parlamentos europeos. Las movilizaciones extra-parlamentarias en contra del FMI, de las multinacionales, de la Organización del Libre Comercio (WTO) les han colocado a la defensiva: cada uno de los lugares en los que celebran sus reuniones es rodeado por cientos de miles de activistas y tiene que ser protegido con alambre de espino y por miles de policías auxiliados con helicópteros y vehículos blindados:
La polarización de clases enfrenta a jóvenes, agricultores, empleados y profesionales contra las clases dirigentes financieras e industriales. A medida que los antiguos partidos socialdemócratas y comunistas se desplazan hacia el centro-derecha y hacen suya la agenda neoliberal de derechas, los movimientos extraparlamentarios van ocupando el espacio de la Izquierda y se aprestan a enfrentarse a la ultraderecha y a las políticas neoliberales de la nueva y vieja derecha.
En Francia los movimientos obreros de masas de los años 1995-96 precipitaron la derrota del Gobierno de derechas; la misma presión social consiguió forzar al régimen neoliberal de Jospin a introducir la jornada laboral de 35 horas semanales antes de que se procediera a pivatizar Air France, las industrias de Defensa, las telecomunicaciones y antes de "flexibilizar" las condiciones de trabajo en beneficio de los patrones.
No fueron las tibias e impotentes resoluciones del Parlamento europeo criticando a la banca internacional lo que forzó a la Organización Mundial del Comercio a reunirse en una isla remota del Golfo Pérsico. Fue la amenaza de otra "Génova" más militante y de mayores proporciones.
La polarización entre los regímenes electorales de derechas (incluida la antigua centro-izquierda y la derecha convencional) y la izquierda extraparlamentaria se manifiesta en el Tercer Mundo, en Asia y en América Latina. En el Tercer Mundo, el "giro derechista" de Europa y los EEUU -el ascenso al poder de la ultraderecha en Washington y la acomodación europea a sus designios-ha ahondado y radicalizado la polarización izquierda-derecha.
Hay muchos indicios que demuestran el corrimiento hacia la ultraderecha en América Latina. En México, el régimen de Fox ha roto con todas las prácticas anteriores en materia de asuntos exteriores y ha abrazado de forma abierta las posiciones intervensionistas de los EEUU; propuso un Plan Pueblo-Panamá que convierte la economía mexicana en una inmensa maquiladora (economía de plantas de ensamblaje), estuvo a punto de provocar la ruptura de relaciones diplomáticas con Cuba, y, a través de su ministro de Asuntos Exteriores Jorge Castaneda, abandonó cualquier apariencia de una política exterior independiente. En el terreno de la política interior, Fox promueve la privatización progresiva de la lucrativa industria petrolífera y la aplicación de una tasa sobre los artículos básicos de consumo de la población. El régimen de Fox es un claro ejemplo de la forma y el contenido implícitos en el giro hacia la extrema derecha: subordinación absoluta al proyecto estadounidense de construcción imperial unilateral, aceptación sin restricciones del control estadounidense de todos los recursos estratégicos de la economía y aceptación incondicional de los acuerdos de "libre comercio" auspiciados por EEUU.
Mientras el régimen de Fox se desplaza progresivamente hacia la derecha, la oposición popular no ha dejado de crecer. Con motivo de las manifestaciones multitudinarias del 1 de mayo, a lo largo y ancho de toda la geografía mexicana sindicatos grandes y pequeños, organizaciones indígenas y campesinas manifestaron su repudio a la hostilidad de Fox contra Cuba y a su servilismo con respecto a la Administración Bush. La oposición parlamentaria integrada por el centro izquierda (PRD) y la derecha (PRI) critica a Fox y trata de modificar sus políticas. Sin embargo, la derrota de la agenda de Fox llegará por efecto de la presión de la masa de mexicanos que se hallan fuera de los salones del Congreso -las manifestaciones del Primero de Mayo en las calles del país.
Venezuela ha experimentado el grado más alto de polarización socio-política de su historia reciente. La derecha proimperial, dirigida, financiada y apoyada por la Administración Bush y respaldada por la totalidad de la burguesía respaldó un fallido golpe de Estado militar que fracasó por la acción de las masas pobres del campo y de la ciudad y por algunos sectores del ejército. Hasta los poderes institucionales estuvieron divididos: una minoría se alió al golpe auspiciado por los EEUU y la burguesía, mientras que una mayoría prestó su apoyo a la exitosa restauración de la democracia liberal protagonizada por las masa populares.
La extrema derecha de Washington halló su correlato en la ultraderecha venezolana. Esto se hizo evidente durante el golpe fallido de abril del 2002. Las primeras medidas adoptadas por el cabecilla del golpe, el líder empresarial Carmona, estaban en absoluta sintonía con la agenda de Washington: embargo petrolífero a Cuba, rechazo de las cuotas de producción de crudo acordadas por la OPEP, alineamiento con la política exterior de Bush, disolución de todas las instituciones elegidas por sufragio (casi todas ellas con mayoría de votos a favor de Chávez). El acceso al poder de la ultraderecha en Venezuela adoptó la forma de un régimen títere de carácter autoritario entregado de pies y manos a los designios de Washington, dispuesto a efectuar una purga masiva de todas las instituciones públicas para eliminar de ellas a cualquier representante del movimiento bolivariano (los partidarios del gobierno del presidente Chávez).
La oposición al golpe de Estado no provino inicialmente de los representantes electos, del Congreso o de las fuerzas armadas. Vino de cientos de miles de pobres, organizados o no, que tomaron las calles de Caracas y de otras grandes ciudades para reinstaurar a Chávez en el poder. Esta demostración de poder popular animó a grupos de militares "lealistas" a rechazar el golpe y provocó que los indecisos generales se decantaran a favor del sector "lealista" de las fuerzas armadas. Algunos militares que habían respaldado el golpe desde su misma concepción tuvieron que hacer verdaderas piruetas cuando constataron el fracaso del putsch, sumándose a la demanda de restauración democrática a fin de estar en mejores condiciones para imponer sus términos al repuesto presidente Chávez.
A pesar de los relatos de los medios de comunicación citando el papel relevante jugado por las fuerzas armadas, el verdadero punto de inflexión del proceso de restauración de Chávez y de la democracia radicó en los cientos de miles de personas que reocuparon Caracas y amenazaron con tomar al asalto el palacio presidencial. El grueso de las fuerzas armadas se vio enfrentado a una doble elección: o bien aliarse con los golpistas y provocar una sangrienta guerra civil de desenlace incierto, o bien intervenir para impedir al populacho tomar las riendas del Gobierno y radicalizar el proceso político. El ejército intervino tanto para frenar la radicalización popular como para reponer en el poder a Chávez y restaurar la democracia liberal. La complejidad de la polarización venezolana, en donde Chávez, representante de una mezcla de política exterior de corte nacionalista y política interior neoliberal, se enfrenta a una burguesía nacional y unos líderes sindicales absolutamente subordinados a los intereses de Washington, se superpone a una real polarización de clases. Una clase alta que goza de privilegios de gran solera y que practica el racismo, la corrupción y el pillaje se enfrenta a una masa encolerizada de pobres y a una clase media-baja en proceso de declive social azotadas por índices de desempleo superiores el 60% y por una tasa de pobreza que rebasa el 80%.
Propietarios de apartamentos en Miami y especuladores de Wall Street contra pobres habitantes de los "ranchos" que salpican las colinas que circundan Caracas. Chávez no ha organizado y satisfecho las demandas básicas de las masa de pobres que le apoyan. Sin embargo, ha politizado y dado forma política a su hostilidad en contra de los ricos y poderosos, les ha inculcado un sentimiento de orgullo racial por su origen africano y ha afirmado la identidad nacional venezolana a través de una política exterior independiente. Participación popular e independencia son dos cosas que sacan de sus casillas a Washington y a las clases dominantes locales y que les animan a preparar el terreno para el Golpe 2.
El acceso al poder de la ultraderecha en los EEUU significa luz verde para golpistas de todo pelaje y abierto apoyo público a más represión para mantener la situación de pillaje extranjero de las economías nacionales. Colombia es el tercer ejemplo del ascenso de la ultraderecha en la política electoral. El candidato presidencial Uribe, que figura como favorito, es el vocero de la consigna de Washington: guerra total contra la insurgencia popular. Mientras tanto, la Administración Bush se encuentra preparando un programa de ayuda nuevo, multianual y multimillonario, dirigido específicamente contra la guerrilla de base campesina. En Colombia el régimen de Pastrana, que cuenta con el respaldo estadounidense, rompió las negociaciones que mantenía con los insurgentes y lanzó una infructuosa ofensiva militar contra la guerrilla que provocó la escalación del conflicto y el aumento de los asesinatos de civiles no combatientes por parte de elementos paramilitares.
El Plan Colombia --el paquete de ayuda ofrecido inicialmente por Clinton para frenar el avance de la insurgencia popular en Colombia-- ha sido ampliado por la Administración Bush con el Plan Andino, que supone la militarización del Ecuador y de Perú, la creación de nuevas bases militares en San Salvador, Manta (Ecuador) y la parte central y norte del Perú, así como la intervención directa de funcionarios militares estadounidenses, de Fuerzas Especiales y de mercenarios a sueldo.
La militarización de la política colombiana auspiciada por los EEUU ha provocado una polarización que alcanza las proporciones de una guerra civil entre la oligarquía y los militares, por un lado, y la guerrilla y el campesinado, por otro. La pugna política se dirime en Colombia extramuros del Congreso. Su forma actual es la de la confrontación directa entre el Estado Mayor de las fuerzas armadas y la insurgencia popular extraparlamentaria.
La política argentina revela una polarización social y política extremas entre el "régimen electoral" no electo (el presidente Duhalde no fue plebiscitado en las urnas) y la vasta mayoría del electorado cuyo principal slogan es "¡Que se vayan todos!". La revuelta popular del 19-20 de diciembre del 2001 fue un estallido espontáneo de cólera, una manifestación de hostilidad y rechazo de la clase política en general, de los partidos mayoritarios, de los líderes provinciales, municipales y congresionales y en especial del Presidente, que huyó de la Casa Rosada en helicóptero para evitar cruzarse con los cientos de miles de ex-miembros de las clase media y de desempleados que se echaron a la calle para manifestar su ira.
La polarización social no podía ser peor: los bancos (en su mayoría de propiedad extranjera), apoyados por el Gobierno, confiscaron todos los ahorros de la clase media (más de 45 billones de dólares), mientras que entre 30 y 40 billones de dólares pertenecientes a la élite del país volaron fuera del país justo antes del congelamiento de las cuentas bancarias. La clase financiera (que obtiene unos beneficios anuales de más del 30%) propuso a través del régimen del autoelecto presidente Duhalde y con el beneplácito del FMI y del Banco Mundial que el Gobierno emitiera bonos de diez años a un interés del 2% como pago a los ahorristas cuyos ahorros los bancos afirmaban no estar en condiciones de restituir dado que los fondos habían sido evacuados a sus oficinas centrales.
Esta polarización socio-política queda reflejada en la emergencia de instituciones políticas paralelas: "asambleas populares" vecinales en las que participan miembros de la clase media depauperada, pensionistas, empleados públicos, trabajadores, desempleados y otros. Las asambleas populares reflejan la creciente politización y participación de la mayoría argentina y se postulan como alternativas a las instituciones formales que han perdido toda su legitimidad y carácter representativo.
La distancia que separa a la gran mayoría de los argentinos de sus élites políticas y clases dirigentes se ha ensanchado y ahondado como nunca lo había hecho en toda la historia de la República. Por un lado, tenemos a una clase gobernante formada por banqueros extranjeros, financieros locales y poderosos "grupos económicos" poseedores de un capital superior a los 150 billones de dólares depositados en cuentas en el extranjero y que ha confiscado los ahorros de cada uno de los argentinos, y en el otro lado tenemos a una gran masa de argentinos sin ahorros --el 30% de ellos sin empleo, el 50% de ellos viviendo por debajo del umbral de pobreza--, a pensionistas incapaces de subsistir a base de pensiones retrasadas o devaluadas de 50 dólares mensuales (y descendiendo), y a cientos de miles de empleados públicos en las provincias (trabajadores de la sanidad, maestros, funcionarios, empleados municipales, etc) que llevan meses sin cobrar su salario (y cuando lo perciben se les abona con una moneda "provincial" de curso legal restringido a la provincia). En este contexto de depauperación masiva y de cinco años de recesión económica (la industria cayó en un 20% durante el ejercicio 2001-2002), el FMI, el Banco Mundial y la Administración Bush, respaldadas por la Unión Europea, exigen mayores recortes presupuestarios, la eliminación de déficits y monedas provinciales y más despidos como condición para la concesión de nuevos préstamos. Habida cuenta del grado de polarización social y dado el aislamiento del régimen, el acatamiento de las directrices de Washington es imposible sin contar con un régimen de fuerza, bien sea una dictadura militar en toda regla o bien un régimen presidencialista dispuesto a hacerse con un poder dictatorial. La Administración Bush y el FMI reclaman abiertamente un Presidente que tenga la "voluntad" necesaria para implementar las medidas económicas necesarias para reducir las obligaciones de la deuda externa y aliviar a los bancos extranjeros de sus obligaciones financieras con respecto a los ahorristas argentinos. En este contexto en el que la disyuntiva es entre supervivencia colectiva/nacional o pobreza/desintegración inducida por la ingerencia imperialista, la mayoría popular se halla dividida por luchas intestinas entre facciones de izquierda y por la dispersión de las protestas. La polarización socioeconómica no ha cuajado aún en un liderazgo unificado y organizado capaz de desafiar al poder estatal. Y tampoco la derecha favorable a un golpe de Estado cuenta con el más mínimo apoyo social para ejecutar una intentona.
El desplazamiento hacia la derecha y la ultraderecha de los partidos gobernantes de EEUU y Europa tuvo un poderoso impacto en América latina. En primer lugar, el giro derechista en los EEUU y Europa condujo al saqueo de las economías y provocó una creciente crisis económica. En segundo lugar, ahondó la polarización socio-económica al concentrar la riqueza y alentar el fraude bancario que por valor de billones de dólares se ha realizado a expensas de los ahorristas y contribuyentes. En tercer lugar, la derecha europea y estadounidense aspira a saquear aún más a poblaciones que se hallan en estado de cuasi-indigencia y a economías en declive por medio de nuevas exigencias que impiden la recuperación económica y que hacen más fácil la transferencia de mayores volúmenes de riqueza hacia el exterior y hacia las capas superiores. Y, en cuarto lugar, dado el aislamiento total de los regímenes clientelares y el rechazo unánime de las nuevas medidas, Washington está optando de forma abierta por las intervenciones militares y por regímenes autoritarios y dictatoriales con o sin fachada electoral democrática. Nada refleja con mayor precisión el ascenso de la ultraderecha en Washington que las extremas medidas económicas y la polarización social y política de América Latina.
A lo largo y ancho de América latina la clase política ha fracasado en la tarea de impedir el colapso de los índices del nivel de vida, la depauperación de la clase media y el incremento del número de desempleados y de empleados precarios, colectivos éstos que agrupan al 50-80% de la población trabajadora. Por el contrario, la derecha (los antiguos partidos de "centro-izquierda") han sido cómplices de este proceso al aprobar legislaciones regresivas que acarrean recortes drásticos de los servicios públicos y que satisfacen las obligaciones de la deuda externa y al privatizar empresa públicas rentables. Los partidos de la izquierda electoral han sido unos críticos vociferantes pero impotentes, marginados por el crecimiento de los poderes ejecutivos y por el rol dominante de los banqueros europeos y estadounidenses y de los funcionarios del FMI, del Banco Mundial y del IDF. En muchos casos, los partidos de izquierda se han deslizado a través del espectro político hacia el centro e incluso hacia la derecha a fin de acomodarse al poder imperial. El resultado es que la polarización socio-política en América latina tiene lugar entre los movimientos extraparlamentarios y el imperialismo estadounidense-europeo ligado a las élites políticas domésticas y a las clases dirigentes.
Brasil es un buen ejemplo. En los años noventa el Partido Social Democrático brasileño de Cardoso se movió a la derecha, abrazó la política neoliberal y se alió con la ultraderecha, con el partido de los terratenientes (PFL) y con la derecha (PMDB), abrazó a Wall Street y recibió el apoyo de Washington. En las elecciones del 2002, el autotitulado Partido de los Trabajadores se movió del centro-izquierda a la derecha, hizo suya la agenda neoliberal, atacó al Movimiento de Trabajadores Sin Tierra, expresó su apoyo a Washington y se alió con el ultraderechista Partido Liberal.
Solo los movimientos sociales del tipo del Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra (MTRST) permanece para expresar y defender los intereses y demandas populares.
La calle, y no la urna electoral, es el camino para la creación de auténticas formas de representación democrática en contra de las instituciones políticas oficiales marcadas por la corrupción, la impotencia y la complicidad. Solo los movimientos de masas han sido capaces de derribar a presidentes conchabados con las instituciones imperiales en la tarea de empobrecer a la población y saquear la economía. La lista de presidentes expulsados del poder por los movimientos de masas es larga y va creciendo con el tiempo: cuatro presidentes en un solo mes en Argentina, dos presidentes en Ecuador, uno en Venezuela, Brasil y Bolivia. El poder social de los movimientos de masas ha permitido el establecimiento en granjas de más de 300.000 familias sin tierra en el Brasil, ha defendido la fuente de ingresos de miles de cultivadores de coca en Bolivia y Colombia, ha derrotado un golpe de Estado orquestado por los EEUU y ha restaurado la democracia en Venezuela.
Se aprecia un extraordinario contraste entre el poder, la integridad y la eficacia de los movimientos sociopolíticos izquierdistas de masas y la impotencia, el oportunismo y la marginalidad de los partidos electorales de izquierda. El extremismo derechista de los EEUU y de Europa ha debilitado las opciones electorales del centro-izquierda, ha minado sus bases de apoyo en los sindicatos y en la antigua clase media y ha sentado las condiciones para una confrontación clásica entre la reacción dictatorial y la revolución.
El giro hacia la ultraderecha en los EEUU ha alentado y fortalecido a la ultraderecha en todo el mundo. Existen innumerables ejemplos de ello, desde el apoyo estadounidense a la invasión y destrucción israelí de los Territorios Ocupados, a la consolidación de la dictadura militar en Pakistán del aliado de Washington general Mussharaf, hasta los estrechos lazos con el régimen indio del BJP, partido hindú extremista, antimusulman y partidario del libre mercado. En Asia Central, los dirigentes de las antiguas Repúblicas Soviéticas abren sus puertas a las bases imitares estadounidenses y se convierten así de hecho en clientes subordinados del imperio estadounidense. En la India, el régimen del BJP, alineado con la campaña antiterrorista de Washington, mantiene alianzas con los fascistas hindúes de Gujarat que organizaron los progroms antimusulmanes y asesinaron y mutilaron a millares de personas y desplazaron a más de 150.000 personas. En Pakistán, el General Mussharaf ha autorizado a las Fuerzas Especiales estadounidenses a intervenir y atacar a comunidades tribales de Pakistán, al tiempo que se organizaba un referéndum fraudulento para ampliar su mandato (obtuvo el 98% de los votos, dato del cual se hizo eco la prensa imperial occidental sin la menor muestra de sonrojo o ironía). En las Filipinas, el régimen Macapagal-Arroyo ha rebasado todas las barreras constitucionales y ha autorizado a los EUU a reimplantar bases militares y a emplear directamente a oficiales estadounidenses de alto rango en la lucha contra los separatistas musulmanes. El desplazamiento hacia la ultraderecha en Asia Central/Pakistán, India y Filipinas (mensurable por el creciente índice de recolonización del territorio, penetración militar e implacable represión de minorías y disidentes) está directamente relacionado con el ascenso al poder en los EEUU de la ultraderecha y con su interés mutuo por consolidar el poder local y ponerlo al servicio de la dominación imperial.
La alianza Bush-Sharon es el mejor ejemplo de la convergencia de la ultraderecha en el poder. La invasión militar israelí de ciudades palestinas y la política de tierra quemada que ha dejado a sin hogar a cientos de miles de personas y que ha causado decenas de miles de muertos, heridos o prisioneros en campos de concentración, fue apoyada militarmente por Washington y recibió el apoyo abrumador del Congreso y del Senado norteamericanos. En el Senado el voto fue de 94-2, y en el Congreso de 352-21. En medio de la matanza de Jenin el presidente Bush alabó a Sharon calificándole de "hombre de paz" y denunció a los resistentes palestinos como "terroristas". Poderosos líderes judíos del Congreso encabezados por el senador Lieberman establecieron la conexión, relacionando la guerra de Israel contra el pueblo palestino con la ofensiva militar estadounidense a escala global. La política ultraderechista israelí de arrasamiento de las instituciones económicas, sociales y políticas palestinas tiene como objetivo, tal como declara el escritor israelí Uri Avnery, expulsar a los palestinos de sus tierras, posición que cuenta con el apoyo público del líder de la mayoría del Congreso Richard Armey, quien reclamó la expulsión forzosa de todos los palestinos de los Territorios Ocupados. Esta versión fascista de la Solución Final procede del tercer político con más poder de EEUU, el tercero en la línea de sucesión presidencial después de Bush y el vicepresidente Cheney. El extremismo estadounidense e israelí ha polarizado completamente a la opinión pública palestina y árabe a favor de la resistencia armada y ha ejercido una presión enorme sobre los clientes políticos estadounidenses de Egipto, Arabia Saudita y sobre Yasir Arafat. Exceptuando a los tres emiratos árabes del Golfo, el eje Israel-EEUU está completamente aislado y su proyectada guerra contra Irak suscita un rechazo prácticamente unánime.
La dinámica estadounidense de adhesión a posturas extremistas en el Oriente Medio está estrechamente relacionada con los poderosos lobbies judíos de los EEUU. El Comité de Asuntos Públicos Americano-Israelíes (AIPAC), que emplea a 140 personas, es descrito por el Financial Times como "uno de los cinco principales grupos de presión en Washington" (FT, 2 de mayo del 2002, p. 4). Para propagar las políticas del Gobierno israelí y asegurarse el apoyo político y militar estadounidense a Israel la AIPAC trabaja en estrecha conexión con los 37 miembros judíos del Congreso estadounidense, con el Comité Judeo-Americano, con los presidentes de las principales organizaciones judías y con los influyentes líderes fundamentalistas ultraderechistas cristianos, especialmente con los líderes del Congreso Thomas Delay y con el líder de la mayoría en el Senado Richard "Me-alegraría-que-Israel-pillara-toda-Cisjordania" Armey. Dentro de la Administración Bush, los incondicionales partidarios ultraderechistas de Sharon incluyen a personalidades tanto judías (Perle y Wolfwitz en el Pentágono) como no judías (el vicepresidente Cheney y el secretario de Defensa Rumsfeld).
Esta poderosa constelación de fuerzas ideológicas y étnico/religiosas ha desbancado a las compañías petrolíferas estadounidenses aliadas con los productores árabes de crudo a la hora de dibujar las líneas maestras de la política estadounidense en Oriente Medio. El resultado es una política pro-israelí extraordinariamente desequilibrada basada exclusivamente en estrechas consideraciones militares y la transformación de Israel en un proveedor subrogado de operativos e instructores de contrainsurgencia que operan según testimonios en Colombia, Venezuela, Perú, Ecuador y otros países.
La guerra estadounidense-israelí contra los palestinos ha hecho de la cuestión del anticolonialismo y del antiimperialismo el eje central de confrontación en el Oriente Medio, marginando a los críticos parlamentarios de Europa y del Oriente Medio. Sharon y sus protectores estadounidenses han elevado la apuesta: rendición incondicional a la fuerza militar o resistencia armada. La ultraderecha ha minado la posición del centro. El apoyo a Sharon ha aumentado drásticamente en Israel hasta un 75% entre la población judía; en los EEUU cerca de 100.000 judíos estadounidenses desfilaron en apoyo de Sharon y el AIPAC y las organizaciones judías aliadas recolectaron cientos de millones de dólares por medio de la venta de bonos israelíes de emergencia y aseguraron el apoyo prácticamente unánime del Congreso americano y de los medios de comunicación de masas a Israel. Por otro lado, millones de europeos y decenas de millones de árabes y musulmanes han tomado posiciones a favor de la resistencia palestina. Mientras, Sharon y sus aliados laboristas proclaman su derecho a masacrar palestinos, hacen suyo el lema de Bush de que "o estás conmigo o estás contra mí" y rechazan toda crítica proveniente de las Naciones Unidas, la Cruz Roja y otras organizaciones. Los EEUU respaldaron el rechazo de Sharon a autorizar la creación de una comisión investigadora para esclarecer la masacre de Jenin.
La arrogancia colonial israelí ante la condena de la opinión pública mundial es emblemática de su confianza en el respaldo de Washington y en la capacidad de los lobbies y políticos judíos para ejercer su influencia sobre las dos cámaras del Congreso estadounidense.
La polarización entre el imperialismo y los movimientos socio-políticos constituye un factor de importancia creciente en la política europea. El movimiento antiglobalización se ha radicalizado en los últimos años, adoptando una posición anticapitalista, antiimperialista y antiisraelí en el contexto de la ofensiva militar global estadounidense y de la invasión israelí de la nación palestina. Desde Londres hasta Praga y desde Génova hasta Barcelona las manifestaciones han ido creciendo en tamaño y han ido radicalizando sus programas. Los movimientos sociales y políticos han crecido en proporción directa al giro derechista de los antiguos partidos socialdemócratas. El Partido Laborista Británico es el partido de la City de Londres, es el partido que se opone a la reducción de la jornada laboral de los trabajadores británicos y al aumento de salarios hasta equipararlos con los del resto de los países europeos. El socialista Jospin y sus satélites verdes y comunistas privatizaron más empresas públicas que los partidos políticos de la derecha convencional. Aznar, el gobernante español, ha apoyado la agenda militar global ultraderechista de Bush, ha secundado a Washington en su apoyo al fallido golpe de Estado en Venezuela y está en primera línea a la hora de apoyar los intentos del FMI por imponer nuevas medidas draconianas a la clase trabajadora argentina para rescatar a los banqueros españoles y a los monopolios españoles del petróleo y las telecomunicaciones. En sintonía con Bush y Blair, Aznar ha recortado severamente las libertades democráticas por medio de una serie de medidas antiterroristas que ha conducido a la ilegalización de partidos disidentes y ha restringido las protestas civiles pacíficas. Durante la marcha contra la cumbre de la UE de Barcelona (marzo del 2002), Aznar movilizó a más de 20.000 policías y elementos de las fuerzas armadas con helicópteros y buques de guerra para intimidar a los protestantes. La estrategia le salió rana porque más de 400.000 manifestantes llenaron las calles.
En Italia, Alemania y Francia, la política electoral se desplaza hacia la derecha y los movimientos sociales ocupan un lugar privilegiado como principal fuerza de oposición. En Francia, durante la primera vuelta de las elecciones presidenciales, la coalición encabezada por Jospin sufrió un estrepitoso fracaso, la abstención se disparó hasta cerca del 30% y el ultraderechista Le Pen se hizo con cerca del 20% de los votos emitidos. En la segunda vuelta, sin embargo, cerca de un millón de personas se manifestaron en la calle y se movilizaron en contra de la derecha fascista, consiguiendo que decreciera el apoyo obtenido por ésta. Desgraciadamente, la izquierda extraparlamentaria fue incapaz de convencer a los votantes para que rechazaran al vencedor derechista Chirac.
En Italia, más de dos millones de trabajadores se manifestaron en contra de la legislación antiobrera de Berlusconi en lo que constituyó la mayor protesta desde el final de la Segunda guerra Mundial, y consiguieron bloquear la legislación -algo que el centro-izquierda y la izquierda electorales habían sido incapaces de conseguir.
Mientras se intensifica la presión del imperialismo estadounidense y aumenta el descontento popular desde abajo, la clase dirigente europea oscila entre la crítica a los EEUU y la capitulación y el respaldo a las políticas de Washington. Los movimientos sociales y políticos europeos han obligado a los gobiernos europeos a aceptar el protocolo de Kioto, a criticar la masacre de palestinos perpetrada por Sharon, a apoyar al Tribunal Internacional de Crímenes contra la Humanidad, el acuerdo internacional contra la guerra bacteriológica y química, el tratado ABM antimisiles, y todo ello frente a la oposición unilateral de los EEUU. Por otro lado, la clase dirigente europea ha secundado la ofensiva militar de Washington, comenzando por la guerra de Afganistán. La UE apoya la posición del FMI y de los EEUU sobre Argentina y Europa y ha seguido la política comercial estadounidense consistente en proteccionismo de cara al mercado interior y liberalismo de cara al mercado exterior. Esta política ha conducido a una serie de grandes disputas comerciales causadas por la competencia con el imperialismo rival para controlar el mercado global. Las tarifas estadounidenses que gravan el acero producido en Europa y los subsidios concedidos a los productores estadounidenses han provocado las represalias europeas. La Zona de Libre Comercio propuesta por los EEUU en América latina es un intento de monopolizar mercados a expensas de Europa. Las decisiones unilaterales estadounidenses en materia de medio ambiente están diseñadas para abaratar los costes de producción de la industria estadounidense y mejorar así su posición competitiva. Las intervenciones militares estadounidenses y las atrocidades que llevan aparejadas precisan, para ser posibles, que Washington rechace cualquier autoridad judicial internacional. La dinámica de la actual carrera estadounidense por la hegemonía no incluye el compartir riqueza y mercados con su socio imperial europeo. Parafraseando a Bush, "o estás conmigo o estás con mi enemigo". El "ultraimperialismo" de la ultraderecha en el poder ha creado un cierto grado de polarización entre los EEUU y la UE, siendo Washington más fuerte en el plano militar y Europa más fuerte en el plano económico.
Hasta ahora, en todas las cuestiones centrales Europa ha capitulado ante Washington tras expresar dudas, reservaciones e incluso críticas. Con el ascenso de la derecha en Inglaterra, Italia, España y Francia, la UE seguirá la política militarista e intervensionista excepto en los casos en que ello suponga perjuicio para sus intereses estratégicos, por ejemplo una guerra contra Irak que obstruya el flujo del crudo y mine su economía. Es poco probable que las disputas comerciales lleguen a dar paso a una guerra comercial, pues Europa carece de la voluntad para enfrentarse a los EEUU. No obstante, dado el poder creciente de los movimientos anticapitalistas europeos y la militancia de los movimientos sindicales franceses, italianos y, en menor medida, alemanes, la derecha europea no puede sumarse a la agenda estadounidense sin perjudicar a sus propias multinacionales y sin provocar la oposición de las masas. La llave del ahondamiento de la polarización existente entre Europa y los EEUU la tienen en su mano los movimientos extraparlamentarios, no los cálculos capitalistas de los regímenes derechistas.
La polarización a escala mundial se está produciendo entre la ultraderecha y la derecha que detenta el poder estatal, por un lado, y la izquierda que ocupa las calles y los movimientos socio-políticos de masas, por otro. Esta es la realidad política que define a este comienzo de siglo XXI. El ascenso al poder de la ultraderecha en Washington con su doctrina de guerras permanentes y de dominación total ha ahondado la polarización en América Latina, Asia y Europa. El giro derechista del centro-izquierda y su asimilación de las posiciones de la derecha ha provocado que sean los movimientos socio-políticos de izquierda la única alternativa existente al proceso de construcción imperial emprendido por los EEUU.
El poder de la derecha/ultraderecha reside en su control del poder estatal, incluyendo a los instrumentos de represión y a las instituciones económicas básicas. Estas bases de poder proporcionan continuidad de acción y control sobre los medios de comunicación.
El poder de la izquierda reside en su capacidad para la movilización de masas y en su ocasional capacidad para derribar a líderes políticos, paralizar la actividad económica y plantar cara a las cumbres que organizan los poderes imperiales.
La debilidad de la ultraderecha/derecha reside en su posición estructural como raíz última del expolio mundial, de la explotación y la destrucción ecológica, cuyas consecuencias afectan a varios miles de millones de personas y sólo benefician a una minoría.
La debilidad de la izquierda radica en la falta de continuidad de su acción y su carencia de una clara estrategia para hacerse con el poder estatal. Poderosos en la oposición, los movimientos socio-políticos de izquierda carecen sin embargo de la vocación por acceder al poder estatal y al mando que caracteriza a la derecha.
A medida que el tiempo pasa va aumentando la intensidad del conflicto implícito en el proceso de polarización. La ultraderecha de Washington interviene militarmente en todo el planeta, presionando a sus clientes para que efectúen recortes draconianos en los programas sociales, e intensifica su acción militar. Los golpes de Estado militares, la consolidación de la dictadura militar en Pakistán y el genocidio perpetrado por Sharon en los territorios palestinos se han convertido en la norma. En la izquierda, los movimientos de masas copan las calles, la totalidad del pueblo palestino resiste, las guerrillas colombianas contraatacan, las manifestaciones anticapitalistas en Europa aumentan en tamaño y extensión. La izquierda electoral es marginada y el antiguo centro-izquierda se alinea con la derecha.
El punto teórico es que hoy en día la polarización no adopta la forma de una simple confrontación entre partidos de izquierda y el Estado. Hoy en día las mayores batallas tienen lugar entre los partidos de la izquierda extraparlamentaria y los Estados imperiales que operan en alianza con sus clientes locales. En segundo lugar, la arena política electoral está siendo desbordada por todos los flancos. La derecha gobierna a golpe de decretos ejecutivos imperiales y la izquierda responde con manifestaciones en la calle.
La derecha obtiene su poder gracias al monopolio que ejerce sobre el proceso electoral y después gobierna al servicio de los intereses de la gran empresa. La izquierda se moviliza utilizando sus redes internacionales y nacionales, Internet y dando expresión articulada a quejas compartidas por amplias capas de la población pero que son ignoradas por los "órganos electos" nominales.
Nos encontramos en un período de guerras, de creciente poder de gobiernos derechistas autoritarios, de profundización de la polarización social y de una acción extraparlamentaria cada vez más eficaz. Se trata de un período de guerras permanentes, de golpes de Estado y de construcción imperial sin fin. Estas "circunstancias impuestas" son los vectores fuerza que impulsan el resurgir de las movilizaciones de masas a lo largo y ancho de América latina.
El desenlace político de esta polarización no está predeterminado: dependerá de la intervención política de uno u otro antagonista. Existen al menos cuatro escenarios posibles:
Escenario nº 1: La polarización y la confrontación se resuelven con una vuelta a la socialdemocracia. La izquierda extraparlamentaria crece y amenaza el dominio del capital pero carece de vocación de poder. La clase dirigente, temerosa de perder poder, riqueza y propiedades, negocia con el "mal menor" -un centro-izquierda resucitado-- un pacto social que implica el reparto de la riqueza.
Escenario nº 2: La polarización se resuelve con la victoria de la derecha y la ultraderecha, que dan paso a un imperio mundial estadounidense basado en regímenes represivos tercermundistas y en un sistema político unipartidista al estilo estadounidense en Europa.
Escenario nº 3: Movilizaciones izquierdistas combinadas con conflictos intestinos de los poderes imperiales, guerras comerciales y crisis económicas culminan con la toma del poder estatal por parte de la izquierda y con el comienzo de la socialización de los medios de producción.
Escebario nº 4: Polarización continua, irresuelta y sin desenlace definitivo. El imperio estadounidense no es sostenible por su coste económico y por la debilidad de sus regímenes clientelares; los movimientos socio-políticos plantan cara a los dictadores y a los regímenes clientelares pero son incapaces de tomar el poder; la UE se agita en un torbellino de luchas de clase y de conflictos derivados de la inmigración.
A la vista de estos posibles escenarios, ¿qué hacer? ¿Qué se puede hacer para conseguir que el tercer escenario se convierta en realidad?
La tarea primera y fundamental de la izquierda extraparlamentaria es romper resueltamente todos los lazos que la unen con la izquierda electoral y concentrarse en ampliar su base da masas más allá de su base electoral original y desarrollar una estrategia de poder estatal. Esto exige la ruptura total con la izquierda sectaria y con ideólogos de la "espontaneidad" que fragmentan los movimientos y/o transforman a los poderosos movimientos de masas en grupos de presión.
En segundo lugar, la izquierda extraparlamentaria debe desarrollar continuidad de acción, tomando parte directa en las luchas cotidianas que se desarrollan a nivel de barrio y sindicato y en las luchas de los trabajadores rurales. La movilización de masas con ocasión de eventos internacionales debe estar subordinada a la construcción de organizaciones continuas orientadas a la consolidación de movimientos de clase nacionales.
En tercer lugar, los movimientos extraparlamentarios deben asumir el hecho de que su principal adversario lo constituye el imperialismo estadounidense y europeo y no una cierta vaga idea de globalización o de imperio. La claridad ideológica es esencial para la formulación de un programa alternativo. La posibilidad de un renacimiento de una fuerza electoralista de centro-izquierda es altamente improbable a causa del giro derechista. Por otro lado, incluso bajo la presión de las masas es improbable que la clase capitalista vaya a aceptar regresar al Estado de Bienestar. Casi con toda seguridad adoptará soluciones ultraderechistas. Incluso suponiendo que se produzca la reaparición de un centro-izquierda viable, difícilmente será una formación estable dado el actual grado de polarización de la escena política.
Una victoria definitiva de la derecha/ultraderecha tendría lugar en la mayoría de los lugares sin una base de masas significativa. Pero incluso una dictadura militar nacida de un golpe de Estado orquestado por los EEUU tendría que afrontar el problema de cómo gobernar sin disponer de recursos económicos (el propio régimen golpista habría sido alumbrado para continuar pagando la deuda externa, etc) e incluso sin la aquiescencia tácita de la clase trabajadora.
La izquierda debe movilizarse para impedir que la ultraderecha tome el poder, absteniéndose de pactar con la derecha bajo ninguna de sus formas. Solo a través de la independencia política, de la acumulación desde debajo del poder político y de una vocación de poder estatal podrá resolverse la actual polarización en una dirección históricamente progresista.