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Estados Unidos preserva y extiende su hegemonía

Raúl Fernández y Gilbert González
(Deslinde)

En los últimos meses de 2001 Estados Unidos se vio enfrascado en una contienda que involucraba tres aspectos vitales: contrarrestar las amenazas del terrorismo, reactivar su alicaída economía y avanzar en el sendero de la globalización recolonialista. En estos quehaceres se ha visto forzado a maniobrar en el escenario político mundial para mantener su posición hegemónica, esquivando una serie de tropiezos y dificultades. El siguiente artículo analiza los más recientes eventos geopolíticos.

Como consecuencia de los atentados terroristas dentro de su propio país, a finales del año pasado Estado Unidos, esforzándose por responder con la misma moneda los ataques a las Torres Gemelas de Nueva York, buscó restablecer el halo de invencibilidad que había cultivado. Mientras la guerra desatada contra Irak una década atrás se preparó durante varios meses, en esta ocasión, y en cuestión de pocas semanas, el Pentágono lanzó una intensa ofensiva aérea contra Afganistán. Tal decisión ha permitido al Coloso del Norte matar varios pájaros de un solo tiro, acometiendo varias metas económicas y políticas en materia doméstica e internacional. No obstante, mientras Bush blande su gran garrote, simultáneamente se ve obligado a caminar con mucha cautela en sus manejos con los aliados de la coalición bélica.

Inicialmente, en los días posteriores al ataque del 11 de septiembre, en círculos oficiales de Washington se acusaba a otros países –distintos a Afganistán– de ser los responsables de la atrocidad, pues se consideraba que esta última nación era incapaz de montar un atentado de semejante magnitud. En esas tempranas fechas tampoco se inculpaba a Osama bin Laden como cabecilla central de los hechos. Por el contrario, los servicios secretos rusos señalaron directamente a una poderosa secta islámica pakistaní, participante en la rebelión chechenia contra Moscú, como la organizadora de la operación.

Lo turbio del asunto y de las múltiples interrelaciones entre diversos actores se torna evidente si tenemos en cuenta que dos años atrás el presidente Clinton lanzó un ataque de misiles contra campamentos de bin Laden en Afganistán –responsabilizándolo por perpetrar atentados contra embajadas estadounidenses en África– en el cual las únicas víctimas fueron pakistaníes enviados allí por el gobierno de Islamabad, el cual había contratado a bin Laden con el fin de entrenarlos para acciones terroristas contra India en Cachemira.

Estados Unidos también hizo caso omiso de un gesto de la OTAN: la Alianza del Atlántico había invocado un artículo de su Carta que define un ataque contra cualquiera de sus miembros como uno contra toda la Alianza. Como veremos más adelante, Washington no se interesó por obtener ayuda de la OTAN, prefiriendo construir una alianza táctica con Rusia.

La Potencia del Norte buscó un blanco que le permitiera obtener simultáneamente una "victoria" palpable mediante una coalición fácil de conformar, lo cual era factible tratándose del gobierno afgano, detestado en todo el mundo y con el cual sólo tres Estados mantenían relaciones, Arabia Saudita, Pakistán y uno de los emiratos de Arabia; satisfacer a la opinión pública norteamericana afectada sicológicamente por los acontecimientos; responder rápidamente recurriendo a planes ya trazados, como lo indican informes recientes que revelan que desde junio Rusia y Estados Unidos habían realizado consultas mutuas sobre una posible acción militar conjunta contra Afganistán.

Con la finalidad de acelerar los preparativos velozmente y mediante dádivas, préstamos y limosnas económicas de todo tipo, se pegó con babas una dudosa coalición que incluía tanto amigos como enemigos. La novísima alianza contaba con todos los enemigos regionales concebibles: por ejemplo, Israel y Arafat, ensartados en la cruenta lucha palestina por la liberación nacional; India y Pakistán, se amenazan mutuamente con bombas atómicas; China y Taiwán, entre quienes el peligro de guerra aflora por momentos; y otros integrantes que han mantenido diferencias a largo plazo, como Rusia y Pakistán, e Irán y Arabia Saudita. Aunque esta alianza posibilitó un operativo exitoso contra Afganistán y, en consecuencia, abrió la puerta a los designios yanquis en Asia Central, todos y cada uno de los aliados han reafirmado sus intereses y reivindicaciones en sus conflictos particulares y regionales, lo cual ha obligado a Estados Unidos a moverse con pies de plomo en sus negociaciones y a maniobrar cuidadosamente con sus socios en los ataques.

Rusia se ha beneficiado

Después de veinte años de continua disputa por controlar Afganistán, Estados Unidos y Rusia, junto a países vecinos como Irán, Pakistán, Arabia Saudita e India, están a punto de encontrar una fórmula para repartirse este sufrido país. Mientras que el 2001 comenzó con la expulsión de "espías rusos" por Bush y casi toda la propaganda y discusión pública en los albores de esta nueva guerra se centró en Pakistán como el aliado fundamental, a la larga Rusia terminó como el socio principal y el factor indispensable del operativo.

Rusia ejerce una influencia histórica sobre las re-públicas de Asia Central, a saber: Turkmenistán, Kazajstán, Tayikistán, Uzbekistán y Kirguistán, que se remonta a la época de la Unión Soviética y a la imperial de los zares. Política y económicamente Asia Central es una zona clave para Rusia y Estados Unidos, al igual que para Irán, India y Pakistán. En los últimos años, Estados Unidos ha logrado entrometerse económicamente en la región, especialmente en Uzbekistán. A su vez, Rusia ha mantenido una buena amistad y una fuerte presencia militar en Tayikistán. Desde la toma del poder por parte de los talibanes para combatir al nuevo gobierno de Kabul, Rusia se alió con sus antiguos enemigos: mujaidines afganos, sobre todo de origen tayik, pero también uzbecos y de otros grupos étnicos. Para ello Moscú contó con la ayuda de India, preocupada por la extensión del poderío pakistaní en Afganistán.

La ubicación de la zona ha convertido a Rusia en una base indispensable para la guerra gringa, al paso que la presencia de avezados guerrilleros uzbecos y tayiks ha proporcionado el complemento necesario y suficiente para los ataques aéreos lanzados por Washington. Para pertrechar y proveer a las tropas de tierra fue imprescindible un masivo incremento de la presencia militar rusa en todas la repúblicas de Asia Central. En efecto, Moscú coordinó y dirigió la ofensiva invasora: por ejemplo, a finales de octubre y antes de que la Alianza del Norte lanzara su ofensiva contra ciudades controladas por los talibanes, el ministro de Defensa ruso, Ivanov, y el jefe de los servicios secretos celebraron una crucial reunión en la ciudad de Tashkent para acordar los planes bélicos.

Rusia ha obtenido ventajas sustanciales en términos de poder global gracias a su participación en la guerra. Basta repasar una serie de cambios en las decisiones adoptadas por Washington en las últimas semanas para darse cuenta de ello. Primero que todo, y para mantener contento a su amigo del momento, Estados Unidos pospuso transitoriamente las pruebas militares de los sistemas antimisiles que contravenían el acuerdo ABM de los años setentas, el cual prohíbe el uso de tales armas. Hay que recordar que todavía el verano pasado el primer ministro Putin declaraba enfáticamente en Alemania que de proseguir el Pentágono con sus planes de defensa estratégica, Moscú los contrarrestaría modificando otros aspectos de los antiguos acuerdos –por ejemplo, incorporando a sus mísiles ojivas nucleares múltiples– para tornar casi imposible el funcionamiento del sistema de defensa antimisil. Además, por aquella época la prensa informaba que el presidente ruso había arrojado sobre la mesa, como parte del paquete a negociar con Estados Unidos, el reconocimiento de Asia Central como zona de influencia rusa.

En segundo lugar, Estados Unidos ha abandonado por completo sus críticas a los cruentos métodos utilizados por el Kremlin en su intento de aplastar la insurgencia chechenia. A contrariu sensu, los medios oficiales no se han cansado de recordar las estrechas relaciones entre los rebeldes chechenios y los adeptos de bin Laden. En medio del fragor de la guerra, el secretario de Defensa norteamericano, Donald Rumsfeld, declaró que sería conveniente evitar negociar en el curso del conflicto con fuerzas no afganas, como los árabes y chechenios presentes en Afganistán, proponiendo que sería mejor eliminarlos.

No hay duda que Rusia ha fortalecido su posición en Asia Central, con la aquiescencia tácita, casi expresa, de Estados Unidos. Su ubicación geográfica, sus lazos históricos y su papel de patrono de la Alianza del Norte, le brindaron ventajosas posibilidades cuando Estados Unidos especificó que Afganistán era el enemigo en su "guerra contra el terrorismo". Los rusos pertrecharon a guerrilleros uzbecos y tayiks, enviaron asesores militares y probablemente planearon los ataques en el norte de Afganistán. Por su parte, la Alianza del Norte tiene como jefes a varios comandantes entrenados en la antigua Unión Soviética.

De hecho, con la salida de los talibanes de Kabul Rusia obtuvo un gobierno amigo y dependiente. Una vez que el presidente Rabbani, derrocado por los talibanes varios años atrás, se instaló nuevamente en el poder, contó con el apoyo público del ministro de Defensa ruso, quién declaró sin ambages que el de Rabanni "era el gobierno oficial, y no hacen falta coaliciones de gobierno." Otros tajiks como Rabbani tomaron control de la segunda ciudad principal del norte de Afganistán: Herat. Los rusos pertrecharon por completo a la Alianza del Norte, cuyos soldados entraron en Kabul, Mazar e Sharif, Herat y otras ciudades a bordo de flamantes camiones y tanques rusos y con armas y mísiles manufacturados en dicho país. Bush no pudo hacer más que frotarse las manos y pedirle a la Alianza del Norte, con cortesía poco usual en él, que no se tomara Kabul, mientras que su secretario de Estado, Colin Powel, balbuceaba en televisión sobre la necesidad de declarar a Kabul "ciudad abierta" y hacer de ella algo como lo que se hizo con Berlín en la Segunda Guerra Mundial, o sea, repartírsela entre los ganadores de la contienda. El saldo ruso no puede ser más positivo: diez años después de abandonar el país con el rabo entre las piernas, se encuentra de vuelta y controlando gran parte de Afganistán. Algún comentarista estadounidense calificó el éxito ruso como un "verdadero golpe".

Al mismo tiempo que se desarrollaban estos eventos, Rusia demostró su nueva musculatura económica compitiendo con la OPEP en materia de precios y producción de petróleo, entrando a jugar un papel preponderante en el control de ambos aspectos de esta materia prima.

Por estos tiempos tampoco se ha escuchado nada sobre el tan cacareado tema de la expansión de la OTAN y la correspondiente oposición rusa. Más bien, Putin lanzó su propia ofensiva, proponiendo a diestra y siniestra en foros europeos el ingreso de su país a la OTAN, o sea la efectiva neutralización de tal alianza como arma ofensiva contra Moscú. La importancia rusa para los planes estadounidenses se demuestra además por la frecuencia de los conciliábulos ruso- americanos, reuniéndose Bush con Putin tres veces en la segunda mitad del año.

Claro que las ganancias no son unilaterales: Estados Unidos también ha establecido una fuerte presencia militar en Uzbekistán, ubicado en medio de Asia Central, lo que añadido a todas las bases establecidas en Arabia Saudita, Kuwait y otros países del Medio Oriente gracias a la Guerra del Golfo y al aumento de sus efectivos en Pakistán, incrementa su poderío en esa región. Asimismo Putin borró del mapa su base de espionaje en Lourdes, al sur de La Habana, como parte de este moderno arreglo entre caballeros imperialistas. Pero la reunión de grupos afganos realizada en Bonn durante los primeros días de diciembre, demostró que las ganancias rusas no son tan nítidas y que arrecia la presión de la banca internacional. Después de veinte años de guerra, Afganistán no se puede reconstruir fácilmente ni la endeudada Rusia puede hacerlo, y para tal menester el capital financiero exigió entre sus condiciones: primero, el reparto de los ministerios entre los varios bandos representados en Alemania (la Alianza del Norte, el grupo pro-gringo afiliado con el ex monarca, uno afecto a Pakistán y el último –con base en Chipre– aliado de Irán); segundo, la dimisión de Rabbani como presidente y la instalación de un jefe de gobierno interino reclutado en las filas de la facción pro gringa; y, tercero, la presencia de una fuerza militar internacional en Afganistán. El resultado es sumamente inestable: mientras que Rusia influye sobre los que controlan el territorio y las armas, Estados Unidos tiene la llave de los fondos monetarios y el control oficial del gobierno. En consecuencia, es obvio que a pesar de la flamante alianza de conveniencias la rivalidad ruso-estadounidense no tardará en aflorar, en la medida en que el poder moscovita en Asia Central siga creciendo.

Todo el mundo saca tajada a expensas de Estados Unidos

Otros países importantes en el ajedrez geopolítico han tratado de usufructuar la nueva guerra en beneficio propio. Tales los casos de India, Pakistán y China, mientras que en Europa, Gran Bretaña se ha constituido –como durante la guerra contra Irak– en el aliado más leal de Estados Unidos, al paso que Francia y Alemania han mantenido una discreta distancia, dictada también por sus intereses. Ahora, como hace diez años, el acceso al petróleo juega un papel decisivo en el comportamiento de las potencias europeas. También se han amarrado con traílla aliados de menor cuantía, como Israel, mientras que los en verdad menores, como México, se ignoran sin remilgos.

Antes de desatarse el conflicto bélico, Estados Unidos había comenzado a coquetear con India, esforzándose por poner a China en su mira estratégica de ataque. Por el momento esta política se ha detenido, dada la necesidad gringa de atender y proteger a su cliente histórico, Pakistán. Mientras tanto, India mantiene intactas sus relaciones con Rusia, su proveedor constante de armas, teniendo en Putin un aliado que no se cansa de repetir que los terroristas chechenios son iguales a los discípulos de bin Laden y a los que perpetran atentados en Cachemira.

Pakistán, que junto a Arabia Saudita ha promovido regímenes islámicos fundamentalistas como antídoto contra el pensamiento y la rebelión social, apoyó la toma de poder por los talibanes, buscando consolidar un espacio seguro en su retaguardia en caso de una guerra contra India. Caídos los talibanes, quizá Islamabad tenga que conformarse con dominar sólo una parte de Afganistán, la cual quedaría bajo el control de lo que el secretario Powell llamó en algún momento –en medio de la histeria de la guerra desatada por los medio de comunicación estadounidenses– "elementos moderados del Talibán", frase que consternó a los sectores más patrioteros de la prensa norteamericana.

Con respecto a China, ya desde el gobierno de Clinton Estados Unidos se preparaba a definirla como adversario estratégico. Cuando la embajada china en Belgrado fue víctima de un brutal ataque durante la guerra de Kosovo, Clinton visitó India –el enemigo tradicional de China en la región– y su administración comenzó a reestablecer con ella intercambios militares. A principios de 2001, Beijing interceptó un avión espía estadounidense, al paso que la cuestión de Taiwán por momentos entró en crisis. Actualmente, Washington ha puesto en remojo sus planes pues necesita a China y otros vecinos de Afganistán, así como la voz china en las denuncias internacionales contra el terrorismo. El ingreso de China en noviembre a la Organización Mundial del Comercio, OMC, y la mayor apertura de este mercado en medio de la crisis económica, tampoco constituían un momento conveniente para que Estados Unidos continuara criticando al régimen asiático. No se debe olvidar, sin embargo, que muy poco antes –el 29 de julio– Putin había firmado un tratado de amistad con China, especie de mensaje que enviaba a Washington en el sentido de que una alianza sino-rusa bien podría ser la respuesta a la decisión norteamericana de desarrollar un sistema de defensa antimisiles.

La entrada de China a la OMC puede acarrearle serias consecuencias internas: es posible que aumenten sus conflictos interiores a causa del probable incremento del desempleo, la quiebra de empresas pequeñas, una crisis agrícola en potencia y la masiva emigración a otros países, en particular a Europa. Pero China no es México ni Argentina: sus conflictos con Estados Unidos son graves y profundos y las multinacionales gringas difícilmente pueden apabullar al populoso país, como han hecho con muchos otros en el Tercer Mundo.

Beijing ha tomado la iniciativa de formar una zona de libre comercio en el sur y sudeste asiático, que incluye a Brunei, Camboya, Indonesia, Malasia, Filipinas, Singapur, Tailandia y Vietnam –casi dos mil millones de personas–, declarando su intención de invitar a otros a integrarla, como Corea del Sur, India y el mismo Japón, con el propósito explícito –expresado por todos los países de este bloque– de disminuir la dependencia de Estados Unidos.

Por su parte, Gran Bretaña apoyó de inmediato el ataque norteamericano contra Afganistán. Los británicos mantienen importantes inversiones –y tropas para protegerlas– en la Península Arábica. Multinacionales inglesas como la British Petroleum y la Royal Dutch Shell han invertido gruesas sumas en exploración y producción petrolera en Asia Central. Los eventos que ocurran en esa región afectan directamente al gran capital británico, por lo cual a Tony Blair no le queda otro remedio que hacerse portavoz de los yanquis. Los intereses económicos londinenses están vinculados más estrechamente con los de Estados Unidos que con los del resto de Europa. Además, Inglaterra tiene una historia multicentenaria –que se re-monta al apogeo de su imperio en la región– de comercio, inversión y dominio directo en India y Pakistán.

A su vez, Francia y Alemania carecen de acceso directo a las fuentes de petróleo en el Medio Oriente y en Asia Central. Como sucedió en la guerra contra Irak, el apoyo y participación de ambos fue moderado. El quid de la cuestión radica en que las multinacionales estadounidenses e inglesas controlan el flujo de gran parte del petróleo europeo. Tanto Francia como Alemania anhelan poseer o controlar fuentes de energía en el Medio Oriente; por eso no se afanan en apoyar a Estados Unidos e Inglaterra, los cuales simplemente defienden lo que ya manejan. París, con el visto bueno de Moscú, ha desplazado algunas tropas que tenía estacionadas en Tayikistán y hecho acto de presencia en el Océano Índico con un portaviones. Alemania y Japón han enviado pequeñas fuerzas para guardar la apariencia de apoyo mundial a los gringos en su "guerra contra el terrorismo". No obstante, el papel germano no es del todo insignificante. Entre todos los países occidentales, Alemania es el que mantiene mayor volumen de comercio con Afganistán, es la residencia de la mayor parte de afganos que han emigrado hacia Europa –más de cien mil– y sus bancos son los que manejan la mayoría de la deuda rusa con Occidente. Por ésto ha servido de anfitrión en la cita para discutir el "arreglo" de un nuevo gobierno en Kabul.

Inicialmente Israel no pudo utilizar la masacre del 11 de septiembre como hubiera querido para irse lanza en ristre contra Arafat y los palestinos, impedidos por su amo y señor, Estados Unidos, quien en ese momento no quiso arriesgar su precaria alianza por culpa de los desafueros israelíes. Posteriormente en diciembre, ya consolidadas las alianzas y su prepotencia global, Washington apoyó la andanada terrorista judía contra la Autoridad Palestina. En el curso de la guerra Estados Unidos se ha beneficiado de la ausencia de movimientos de masas en el mundo árabe e islámico, donde si bien se han presentado protestas contra los bombardeos, no existen –como en otras épocas– fuertes movimientos nacionalistas.

Una guerra en medio de la crisis económica

Todos los tejemanejes geopolíticos han tenido como telón de fondo el profundo declive de la economía norteamericana. Los actos terroristas contra las Torres Gemelas y el Pentágono sacudieron una economía muy debilitada, pero simultáneamente abrieron la puerta para la intervención económica estatal a gran escala, con gastos militares, de reconstrucción urbana, en seguridad, etc. Hasta el momento el "paquete de estímulos" directos se ha reducido al alivio tributario a grandes corporaciones, sin que se hayan diseñado programas para aquellos afectados por el paro y la recesión. Algunas ramas de la industria recibirán pingües subsidios, especialmente las aerolíneas y las grandes empresas que fabrican aviones comerciales y militares. Se espera que el aumento de los gastos dedicados a la defensa y la seguridad sirvan para estimular la alicaída economía. Mas se ha abierto la puerta ideológica y política para que en caso de profundizarse el declive, el Estado pueda jugar un papel económico decisivo. Durante la Guerra Fría los gastos de defensa fueron un sostén constante y un medio para apuntalar la economía estadounidense, lo que está volviendo a ocurrir. Además, la nueva "guerra contra el terrorismo" puede ayudar a revivir particularmente al sector de alta tecnología, uno de los más golpeados durante el último año de decadencia económica.

Aunque de todos es conocido que la actual crisis se desencadenó desde fines del año 2000 y afecta al mundo entero, por la importancia del tema cabe hacer una cronología condensada de sus detalles, recurriendo a los datos oficiales publicados en la prensa estadounidense e internacional en la segunda mitad del presente año:

La economía norteamericana comenzó a decaer en su conjunto después del primer trimestre de 2001. En junio la producción industrial bajó por octavo mes consecutivo. El 22 de julio la Reserva Federal recortó sus tasas de interés a los bancos una vez más, llegando a once recortes antes de fin de año, constituyéndolas en las menores en cuarenta años, pero sin que logren reanimar la economía. El 29 de julio las empresas de alta tecnología anunciaron despidos superiores a los 31.000 empleados en Estados Unidos y otros países. La crisis afecta a varios países que dependen de sus exportaciones de alta tecnología y comunicaciones a Estados Unidos, por ejemplo Taiwán con el 50% de sus exportaciones representadas por estos ramos, Corea del Sur con 41%, Singapur con 79% y Filipinas con 60%. El 29 de agosto diferentes sondeos dieron a conocer la pérdida de confianza de los consumidores, único factor que hasta ese momento impedía el empeoramiento de la situación económica. En agosto la producción de las maquilas mexicanas disminuyó 18%. En el segundo trimestre del año las pérdidas oficiales de las corporaciones fueron las mayores en 10 años. El mismo mes de agosto la producción manufactura continuó cuesta abajo y la construcción de nuevas viviendas se contrajo. El 1o. de septiembre el jefe de la Reserva Federal, Adam Greenspan, se lamentaba ante el Congreso por lo limitado de la política monetaria. El 3 de septiembre la revista Time aseveró en su edición semanal que estaban varadas las principales regiones de la economía mundial –Japón, Europa, los "tigres' asiáticos y América Latina–, afirmando que "cualquier chispa puede desatar una crisis económica mundial". En agosto y principios de septiembre desaparecieron cientos de miles de empleos, más que en ninguna otra ocasión durante la década; los ataques terroristas de septiembre sacudieron ramas enteras de la economía como el turismo, la aviación comercial y las empresas productoras de aviones; los países dependientes del turismo se ven seriamente afectados, contándose entre los principales Australia, Nueva Zelanda, Austria, España, Egipto, Grecia, México, todo el Caribe, Ecuador, Indonesia, Malasia y Tailandia –por ejemplo en Egipto más de 2 millones de personas trabajan en la industria del turismo y para Tailandia ésta representa el 50% de sus divisas–. En América Latina la situación se agrava, ya que la crisis económica mundial y el consecuente descenso de la demanda precipitan la caída de precios del petróleo, el cobre, el zinc y toda una gama de productos agrícolas; Argentina lleva más de 42 meses de continua recesión, la cual se agrava cada vez más. Se estima que la crisis de Taiwán es la peor en 50 años. En Europa el desempleo está aumentando y las utilidades de los grandes monopolios disminuyeron durante septiembre y octubre. En estos dos meses se registró el mayor número de quiebras de empresas en Estado Unidos en un período similar de la historia. A finales de año las dos grandes economías del mundo, Estados Unidos y Japón, se encontraban en franco proceso de retroceso y en la última se pronostica que la crisis continuará hasta el 2003. En todo el mundo el desempleo aumenta, la producción y el consumo bajan y el comercio también disminuye. La caída del consumo estadounidense verificada en octubre es la mayor en 14 años, el nivel de confianza de los consumidores el menor en 8 años y el desempleo subió de 4.9 a 5.45%, constituyéndose octubre en el décimo tercer mes consecutivo de baja en la producción industrial estadounidense, mientras que la capacidad productiva inutilizada llegó a 74%, la menor en 9 años.

El dudoso "éxito" de la reunión de la OMC

Un dudoso "éxito" en la reunión de la OMC en Qatar no evitó que el representante comercial de Estados Unidos, Zoellick, lo describiera como un "triunfo" necesario de la "guerra contra el terrorismo". Pero en realidad se trata de un supremo esfuerzo estadounidense por acelerar el proceso de globalización, el cual ha sido la fuente de su crecimiento en la última década, y por detener a corto plazo su rápido declive económico. Para Estados Unidos los objetivos de recolonización requieren de la OMC, único "modelo" disponible para proteger su estatus mundial y salvarse del empeoramiento de la recesión.

La reunión de Qatar se hizo en un local completamente restringido, viéndose forzados los mandamases de la globalización a esconderse para platicar. Al final, el conclave fue declarado un éxito sencillamente porque no terminó como el de Seattle hace dos años. La última reunión de la OMC sólo pospuso decisiones y camufló las hondas diferencias nacionales persistentes, las mismas que la llevaron al fiasco en Seattle y que dividen entre sí a los países de G-7 y a éstos con el resto del mundo.

Estados Unidos se comprometió de palabra a revisar sus métodos antidumping. También prometió estudiar nuevas medidas en materia de importación de textiles provenientes de los países pobres (no podía hacer otra cosa, pues estaba analizando concesiones especiales para Pakistán). Y tuvo que dar marcha atrás en su política contra la producción de drogas genéricas baratas en las naciones pobres, dado que semanas antes ya lo había hecho en su mismo territorio, produciendo drogas genéricas antiántrax a pesar de que las patentes son controladas por la compañía alemana Bayer. Sin embargo, inmediatamente la prensa local comentó que todo lo prometido, especialmente en materia antidumping, se vendría abajo en el Congreso. O sea que el proteccionismo estadounidense continuará impertérrito. El problema entre los dialogantes de la OMC es que cada uno quiere ser proteccionista, pero que el otro se adhiera a la apertura. Así, Washington presiona por abrir los mercados agrícolas europeos, mientras continúa subsidiando su propia agricultura con US$ 27 mil millones anuales.

La retórica de una guerra "contra la pobreza" se ha convertido en el slogan preferido de los portavoces de la OMC y del G-7. En particular Estados Unidos pregona que la pobreza es la que genera el terrorismo y que, por tanto, eliminándola con una nueva ronda de apertura comercial, también se eliminará el terrorismo.

Lo que está en juego es el petróleo

La disputa por controlar el petróleo constituye el epicentro del problema económico y geopolítico. Se estima que en pocas décadas su consumo se doblará a nivel mundial, cuando países como China lo aumenten. Ésto hace que la pelea por el dominio de tal fuente energética se redoble.

Teniendo en cuenta lo anterior, durante varios años Estados Unidos y Pakistán apoyaron la toma de poder del régimen Talibán anti-ruso, un gobierno afecto que tal vez les permitiría construir oleoductos a través de su territorio y de países no rusos. A lo cual se añade que antes de declararle la guerra, Washington se felicitaba y congratulaba a Kabul porque el gobierno Talibán había acabado las cosechas de opio en Afganistán durante la hoy casi olvidada guerra "contra las drogas". Pero, como Noriega, el aliado se le salió de las manos.

Los depósitos de petróleo en Asia Central compiten en magnitud con los de Arabia Saudita. Los rusos, quienes planifican la construcción de oleoductos y gasoductos en todas direcciones, quieren hacerlo a través de su territorio o de zonas que influyan. Por eso buscan afanosamente controlar Asia Central y la región del Cáucaso, donde se encuentran Chechenia, Georgia, Azerbaiyán y Armenia.

Rusia es el segundo exportador mundial de petróleo, con el poder de afectar los precios y niveles de producción, como recientemente lo demostró. Además, tiene la meta de convertirse en el principal proveedor de petróleo y gas natural de Europa. Inglaterra, cuya producción en el Mar de Norte disminuye rápidamente, por su parte busca proteger sus inversiones en Asia Central y en la Península Arábica.

A defenderse con xenofobia y represión

La campaña de propaganda contra el terrorismo ha llevado a Estados Unidos a promulgar toda una serie de medidas antidemocráticas con modalidades decididamente fascistas. Mientras tanto, los pronósticos de nuevos y violentos ataques terroristas que exageran la extensión y el poderío de los grupos terroristas mantienen a toda la ciudadanía en permanente zozobra y predispuesta para la guerra, cualquiera que sea. La de Afganistán configura una cortina de humo que opaca el asalto a los derechos democráticos fundamentales.

Los clamores de venganza contra los "malignos" que destruyeron las Torres Gemelas han justificado una serie de leyes y acciones fascistas dentro del país. Se han perpetrado arrestos masivos de inmigrantes y ciudadanos de origen árabe o de religión musulmana, con interrogatorios secretos, cateos de hogares sin autorización judicial y ataques y crímenes de racistas fanáticos contra hombres y mujeres árabes. Bush anunció la integración de tribunales militares para juzgar y ejecutar a supuestos terroristas en cualquier parte del mundo. El uso de la tortura para sonsacar información se baraja en los medios sin rubor alguno, algo no visto desde los tiempos de la Inquisición medieval. Antiguos defensores de los derechos de los acusados ahora afirman que "la tortura no está prohibida por la Constitución". ¡Tal es el actual estado del país que se autocataloga como el bastión de la democracia, el defensor de los "derechos humanos" y la esperanza del mundo entero! Pero Bush solicita a sus compatriotas mantener la calma, asegurándoles que los tribunales militares sólo operarían contra extranjeros, nunca contra estadounidenses. Con este fiat imperial, los ciudadanos del resto del mundo quedan a merced de la "democracia" estadounidense.

Conclusiones

A finales de 2001 las contradicciones políticas y económicas mundiales continúan siendo las mismas. Estados Unidos se esfuerza al máximo por mantener y expandir su hegemonía, mientras las otras potencias hacen lo posible para contrarrestarla y crear lo que a veces llaman un "mundo multipolar". Washington orienta su ofensiva global en todos los sentidos: económico, ora impulsando el libre comercio (para otros), ora protegiendo económicamente a sus aliados del momento; político, presionando en todas partes el apoyo para su "guerra contra el terrorismo"; y militar, penetrando directamente con sus efectivos más regiones del mundo. Las tensiones entre los países ricos y pobres no aminoran. Al contrario, para combatir la recesión global y solucionar sus problemas económicos, los países ricos insisten en que los pobres continúen sacrificándose, abriendo sus puertas al capital extranjero, eliminando cualquier esfuerzo para proteger a sus productores nacionales e impulsando la completa privatización de la educación y los servicios de salud. Tales medidas siguen hundiendo a la gran mayoría de la humanidad en la miseria y no resuelven a largo plazo las contradicciones fundamentales del imperialismo. La fábula de la "nueva economía", con su énfasis en la alta tecnología, se ha derrumbado estrepitosamente a nivel global en todas las regiones claves: Estados Unidos, Europa, Japón, los 'tigres" asiáticos y América Latina, las cuales se debaten en profundas dificultades. El gobierno estadounidense utiliza las guerras –la de Afganistán y la más "amplia" contra el terrorismo– para extender su poderío y las otras potencias lo hacen para sacarle algún partido. Rusia ha logrado obtener ventajas de su alianza táctica con Estados Unidos; pero no tardará el momento en que reverdecerán los conflictos entre ellos.

* Ph.D., profesor de la Universidad de California, e historiador y profesor de la Universidad de California, respectivamente.



Los intereses petroleros en Asia Central

El 31 de diciembre del año pasado el presidente Bush nombró a Zalmay Khalizad como enviado especial a Afganistán. Khalizad es consejero de la compañía petrolera Unocal y ha estado envuelto en los viejos esfuerzos norteamericanos por obtener acceso directo a los recursos petroleros y gasíferos de la región, que aunque no están explotados totalmente, se cree que son los segundos más grandes del mundo después de los del Golfo Pérsico.

Khalizad propuso la creación de un oleoducto desde Turkmenistán a través de Afganistán y Pakistán, hasta el Océano Índico y participó en las conversaciones que sostuvieron las compañías petroleras con el régimen talibán desde 1997 para la construcción de un oleoducto en el occidente de Afganistán. Este proyecto, en uno de los yacimientos más grandes del mundo y liderado por la compañía Unocal, tenía un costo de dos mil millones de dólares. Khalizad hizo esfuerzos por acercar a los talibanes a EEUU y en 1997 afirmó en el The Washington Post que "Los talibanes no practican el terrorismo fundamentalista antinorteamericano practicado por Irán". Después de los atentados contra las embajadas norteamericanas en Tanzania y Kenia, Unocal abandonó sus proyectos, aplazándolos para una etapa postalibán.

Khalizad, nacido en Afganistán, es miembro de la tradicional clase dirigente afgana y cercano al rey Sahir Sha. Graduado en la universidad de Chicago, colaboró con los mujaidines que lucharon contra la invasión soviética. Fue consejero del Departamento de Estado durante la administración Reagan y posteriormente estuvo en la Subsecretaría de Defensa en el gobierno de Bush padre, durante la guerra contra Irak, y perteneció a la Corporación Rand. En el actual gobierno formó parte del equipo que bajo la dirección de Rumsfeld hizo la transición gubernamental en el Ministerio de Defensa. Perteneciente al Consejo de Seguridad Nacional, rinde sus reportes a Condoleza Rice, consejera de Seguridad Nacional, quien fuera también consejera de las compañías petroleras de Asia Central, en el equipo de directores de la Chevron, como experta en Kazahastán, donde esa empresa tiene las mayores concesiones. Esta relación entre altos funcionarios norteamericanos y las compañías petroleras fue puesta de relieve por Frank Viviano, reportero del The San Francisco Chronicle, cuando afirmó: "El mapa de los santuarios del terrorismo y de los objetivos militares norteamericanos en el medio Oriente y Asia Central es también el mapa de las principales fuentes de energía durante el Siglo XXI" (sept. 26 de 2001). El The New York Times afirmó unos días después: "En la región se encuentran el 6% de las reservas petroleras y 40% de las de gas a nivel mundial". Durante su viaje a Kazahastán, Colin Powell estimó que a la región podrían llegar inversiones por 200 mil millones de dólares en los próximos 5 ó 10 años.

23 de marzo del 2002