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La Contraofensiva Imperial

Para el Foro Social de Porto Alegre,Brasil
30 de enero al 5 de febrero de 2002


James Petras

Traductor: Germán Leyens

La tesis general de este artículo es que el ataque de EE.UU. contra Afganistán es un esfuerzo por invertir el debilitamiento relativo del imperio de EE.UU. y por reestablecer su dominación en las regiones conflictivas. La guerra en Afganistán sólo forma parte de una contraofensiva imperial general con varios componentes: 1) reestablecer la subordinación de Europa a Washington, 2) reafirmar su control total en la región del Oriente Medio y del Golfo, 3) profundizar y extender la penetración militar en América Latina y en Asia, 4) aumentar la guerra militar en Colombia y proyectar su poder en todo el resto del continente, 5) restringir y reprimir la protesta y la oposición contra las corporaciones multinacionales (CMNs) y las instituciones financieras internacionales (IFIs), como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y la Organización Mundial del Comercio, reemplazando los derechos democráticos por poderes dictatoriales, 6) utilizar los gastos del estado en armamentos y los subsidios a las CMNs que están casi en quiebra (líneas aéreas, seguros, agencias de turismo) y las reducciones retrógradas de impuestos para detener una recesión que se profundiza, la que debilitaría el apoyo del público para el proyecto de construcción del imperio.

La segunda tesis es que los preparativos para la contraofensiva imperial siguieron una secuencia planificada en tres partes:

Fase 1: 11 de septiembre a 6 de octubre - Un masivo esfuerzo propagandístico que exageró y deformó la naturaleza de los ataques contra el World Trade Center y el Pentágono a fin de obtener apoyo político en todo el mundo. La campaña contra el terrorismo creó la apariencia de un "consenso mundial" a favor de Washington.

Fase 2: Del 7 de octubre al presente - Un intensivo ataque militar fue lanzado, activamente apoyado por el núcleo duro de los partidarios de EE.UU. (Gran Bretaña, Turquía, Pakistán, Francia, Italia, Japón, España, etc.) Las barreras políticas, psicológicas y legales a la participación en la guerra fueron demolidas en EE.UU., Japón y Alemania. Esto preparó la escena para nuevas intervenciones militares, aumentó la represión interna y acrecentó la especulación, bajo el pretexto de condiciones de "guerra permanente".

Fase 3: Implica una ofensiva militar general contra adversarios y críticos reales o potenciales, utilizando la intimidación (la amenaza de bombardeos masivos como en Afganistán) y una mayor presencia militar para extender y profundizar el control en regiones en crisis como Colombia.

La tercera tesis es que hay tres "crisis internacionales," 1) La crisis político-militar: La guerra de duración indefinida declarada por Washington a fin de restaurar unilateralmente su poder, imponiendo nuevos estados clientes; 2) La crisis económica: El debilitamiento y el reto al poder imperial euro-estadounidense resultante de la recesión mundial (y de la eventual depresión) y de los crecientes movimientos opositores dentro y fuera de los estados imperiales; 3) Las crisis de la oposición de izquierda: La contraofensiva de EE.UU. ha impuesto una nueva gama de problemas a los movimientos populares: mayor represión, aumento de la militarización, un esfuerzo monolítico y masivo de propaganda y la generalización del miedo y de la ira.

El nuevo orden imperial crea muchos desafíos, peligros y oportunidades para la resistencia, si la izquierda puede superar su actual desorientación. Estas tres crisis internacionales que afectan tanto al imperio como a la oposición, generan varias posibles consecuencias que resultan de sus respectivas contradicciones.

En el desarrollo de este ensayo identificaremos en primer lugar el contexto de la contraofensiva imperial, es decir el debilitamiento relativo del poder de EE.UU. Luego pasaremos a las ventajas imperiales de la guerra extendida, de duración indefinida, (como una solución a las crisis político-económicas) y a sus contradicciones.

Finalmente, consideraremos la guerra como parte de las crisis y su impacto sobre la oposición popular así como el potencial existente para una nueva resurgencia del poder popular.

Debilitamiento relativo del imperio y "la necesidad de un nuevo imperialismo"

La expresión generalmente repetida, "después del 11 de septiembre de 2001, el mundo ha cambiado," ha recibido muchos significados diferentes. El sentido más frecuente, explícitamente indicado por Washington, repetido por la Unión Europea, y amplificado por los medios de masas es que, como resultado del 11 de septiembre, se abrió una era enteramente nueva, un nuevo "período histórico" en el que se "establecieron" una nueva serie de prioridades, de relaciones de alianzas y políticas.

La perspectiva de Washington de periodicizar una nueva era histórica desde el 11 de septiembre refleja, sin embargo, sus propias pérdidas y vulnerabilidades. Desde la perspectiva del Tercer Mundo (y tal vez más allá) la "nueva era·" comienza el 7 de octubre de 2001, la fecha de la masiva intervención y bombardeo de área de Afganistán por EE.UU. El 7 de octubre es importante porque señala el comienzo de una importante ofensiva mundial contra los adversarios de EE.UU. bajo definiciones muy elásticas y amplias de "terrorismo," "refugios de terroristas," y "simpatizantes de terroristas". Marca claramente una nueva ofensiva militar contra los oponentes y competidores del poder imperial de EE.UU., incluyendo a la disensión interior.

Es importante comprender el significado dela expresión "nueva época" porque gran parte de lo que está sucediendo no es nuevo, sino más bien la continuación y la profundización de la continua agresión militar imperial que precedió al 11 de septiembre y al 7 de octubre. Igualmente, las luchas de liberación popular en muchas partes del mundo continúan sin disminución, a pesar del 11 de septiembre y del 7 de octubre, a pesar de algunos cambios significativos en su contexto.

En breve, aunque el 11 de septiembre y el 7 de octubre son eventos importantes, queda por ver si los acontecimientos que siguieron después de esas fechas marcan un nuevo período histórico desde el punto de vista cualitativo.

Yo diría que es más útil analizar la interrelación entre los acontecimientos y los procesos históricos antes del 7 de octubre y después, a fin de separar lo que es nuevo y significativo de lo que es efímero o establecido.

Algunos factores significativos establecen los parámetros y el contenido para nuestra discusión. El primero es el debilitamiento relativo del poder político y económico de EE.UU. durante todos los años 90 en áreas clave del mundo, particularmente en la región del Oriente Medio y del Golfo, de América Latina, Asia, y Europa, junto con un aumento de la influencia de EE.UU. en los estados balcánicos menos importantes de Kosovo, Macedonia y Serbia.

El segundo factor es la vasta expansión de los intereses económicos de EE.UU. a través de sus corporaciones y bancos multinacionales en el Tercer Mundo, y el debilitamiento gradual de los regímenes clientes que apoyan esa expansión. Evidentemente, las instituciones financieras internacionales (IFIs) tales como el Banco Mundial (BM), y el Fondo Monetario Internacional (FMI), habían agotado hasta tal punto la riqueza de las economías locales con sus políticas de ajuste estructural, las doctrinas de libre comercio y las exigencias de privatización, que los estados clientes se estaban fragmentando y debilitando y se veían plagados por elites corruptas del sector privado y políticos que saqueaban el tesoro nacional. El debilitamiento de la "estructura de control" imperial significó que la dependencia tradicional casi exclusiva de las IFIs para la extracción del superávit se estaba volviendo inadecuada. La disminución del control imperial "indirecto" de los estados empobrecidos y devastados del Tercer Mundo, requería un "nuevo imperialismo," según el periodista del Financial Times, Martín Wolf, (FT, 10 de octubre de 2001, p. 13.) En pocas palabras, las bombas y los infantes de marina, complementaron a los funcionarios del FMI y de a los programas de ajuste estructural en la "reestructuración" de las economías y asegurando la subordinación de los estados del Tercer Mundo. Como dice Wolf: "Para enfrentar el reto del estado fracasado [saqueado y consumido] lo que se precisa no son piadosas aspiraciones sino una fuerza coercitiva honesta y organizada." En otras palabras, guerras imperiales como en Afganistán, Yugoslavia, etc., deben ser acompañadas por nuevas conquistas imperialistas -la recolonización es el "nuevo imperialismo," un proceso que ya está en camino en el espacio aéreo, terrestre y marítimo de América Latina.

Desde el fin de la guerra del Golfo y la presidencia de Bush (padre) al 7 de octubre de 2001, EE.UU. venció en conflictos militares en los Balcanes y en América Central, (regiones periféricas), y sufrió una seria pérdida de influencia en regiones estratégicas. De manera similar, la economía de EE.UU. pasó por un mini-boom especulativo entre 1995 y 1999 y luego sufrió una creciente recesión al entrar en el nuevo milenio. La combinación de las victorias periféricas y de la burbuja especulativa ocultó la creciente debilidad estructural.

Las pérdidas en la influencia estadounidense pueden ser brevemente resumidas. En el Oriente Medio, la estrategia de EE.UU. de derrocar o aislar al gobierno iraní y al régimen iraquí de Sadam Husein fue un fracaso total. Esos regímenes no sólo sobrevivieron, sino que rompieron efectivamente el boicot estadounidense. Las sanciones de EE.UU. contra Irán fueron rotas, de facto, por la mayor parte de los "aliados" de EE.UU., incluyendo a Japón, la UE, los estados árabes, etc. Irán fue aceptado entre los países de la OPEC revitalizada y firmó acuerdos de energía nuclear con Rusia y contratos petroleros con Japón. Irán firmó acuerdos de inversiones y comercio con todos los principales países con la excepción de EE.UU. e incluso tres CMNs estadounidenses, trabajando a través de terceras partes, se involucraron en el comercio iraní.

Irak fue reintegrado a la OPEC, fue aceptado como miembro en las reuniones de los estados del Golfo, en las cumbres árabes y en las conferencias islámicas internacionales. Irak vendió millones de barriles "clandestinos" de petróleo a través de Turquía y Siria, claramente con conocimiento de los "regímenes de tránsito" y de los consumidores europeos occidentales.

La insurrección palestina y el apoyo unánime que recibió de los regímenes árabes (incluyendo los clientes de EE.UU.) aislaron a EE.UU. que permaneció estrechamente ligado al estado israelí. En África del Norte, Libia desarrolló fuertes lazos económicos con la UE y sus compañías petroleras, particularmente con Italia y estableció relaciones diplomáticas con numerosos países de la OTAN.

Por lo tanto, tres países productores de petróleo, identificados como objetivos importantes de la política de EE.UU., aumentaron su influencia y sus lazos con el resto del mundo, debilitando así el dominio de EE.UU. sobre la región, después de la guerra del Golfo. Evidentemente, el "Nuevo Orden Mundial" de Bush padre se encontraba en ruinas, reducido a mini-feudos, en el patio trasero, en las provincias albanesas en los Balcanes, infectadas por la mafia.

Otro signo importante de la disminución del poder de EE.UU. se mostraba en el masivo aumento de los superávit comerciales acumulados a costa de EE.UU. en Asia y en la UE. En el año 2000, EE.UU. llegó a un déficit comercial de 450 mil millones de dólares. Los 350 millones de consumidores de Europa Occidental compraron crecientemente bienes producidos en Europa -más de 2/3 del comercio de la UE fue intereuropeo. En América Latina, las CMNs europeas, particularmente las españolas, derrotaron a sus competidores estadounidenses en la adquisición de lucrativas empresas privatizadas.

Políticamente, sobre todo en América Latina, la dominación de EE.UU. estaba siendo puesta severamente a prueba por los formidables movimientos de guerrilla en Colombia, por el presidente de Venezuela, Chávez, y por los movimientos de masas en Ecuador, Brasil, y otros sitios. El colapso de la economía argentina, las crisis económicas generales en el resto del continente y la significativa pérdida de legitimidad de los regímenes clientes de EE.UU., fueron otros indicadores del debilitamiento del poder de EE.UU. en sus provincias neocolonizadas.

El fuerte crecimiento del "movimiento contra la globalización," particularmente de sus sectores "anticapitalistas" en toda Europa Occidental, América del Norte y otras partes, desafió el poder de Washington en la imposición de nuevas reglas favorables al imperio para las inversiones y el comercio.

Confrontado con la disminución de su influencia en regiones estratégicas, una creciente crisis económica interior, el fin de la burbuja especulativa (tecnología de la información, biotecnología, fibras ópticas), Washington decidió comenzar a militarizar su política exterior (mediante el Plan Colombia) y a buscar agresivamente ventajas comparativas a través de decisiones unilaterales: la abrogación de tratados (el acuerdo anti-misiles ABM con Rusia, el Acuerdo de Kyoto, el Tribunal Internacional de Derechos Humanos, y los acuerdos contra la guerra biológica y contra el uso de minas terrestres, etc.) La acción unilateral fue considerada una manera de invertir el debilitamiento relativo, combinando la acción militar regional y la presión económica. Para contrarrestar la disminución de la influencia de EE.UU. en América Latina y aumentar su control, Washington impulsó el Acuerdo de Libre Comercio de las Américas (ALCA) para limitar la competencia europea y aumentar la dominación estadounidense. Sin embargo, encontró una oposición considerable en cuatro de los países clave de la región: Brasil, Venezuela, Colombia y Argentina.

El 11 de septiembre, (que se agregó al ataque contra el acorazado Cole en Yemen, a los ataques contra las embajadas en Kenia y Tanzania y a los intentos anteriores de destruir el World Trade Center) fue otra señal del debilitamiento relativo del poder de EE.UU., esta vez de la incapacidad de Washington de defender los centros del poder financiero y militar dentro del imperio.

El 11 de septiembre es y no es una fecha significativa. No lo es porque continuó marcando la disminución relativa de la influencia de EE.UU. Lo es porque se convierte en el momento crucial para una importante contraofensiva para invertir el debilitamiento y reconstruir un "Nuevo Orden Mundial" centrado en EE.UU.

La contraofensiva: 7 de octubre

La declaración de guerra de Washington contra Afganistán tiene dos fases importantes: la estructuración de una amplia alianza dominada por EE.UU. basada en la oposición al ataque terrorista contra el World Trade Center y el Pentágono, y más tarde en la conversión de este frente antiterrorista en un instrumento político para apoyar la intervención militar en Afganistán y más allá. La intención evidente de la administración Bush era lanzar una cruzada mundial contra los opositores al poder estadounidense, y al hacerlo, invertir el debilitamiento a fin de reconstruir un nuevo orden imperial. Desde el comienzo, los masivos bombardeos y la invasión por cientos de miembros de las Fuerzas Especiales, en misiones de muerte y destrucción, tenían el propósito de obliterar las objeciones internas a futuras guerras terrestres y a nuevas intervenciones militares. Lo que es igualmente importante, las masivas matanzas y el desplazamiento de millones de civiles sirvieron un propósito explícito de intimidación política orientada a obligar a adversarios reales o imaginarios del estado a aceptar la dominación y el control de EE.UU. sobre sus políticas extranjeras y domésticas, así como a amenazar a los movimientos sociales con que la misma violencia podría ser dirigida contra ellos.

En una palabra, la efectividad declinante de las IFIs como instrumentos de la hegemonía de EE.UU. ha llevado a Washington a basarse crecientemente en la fuerza militar bruta y en la violencia de alta intensidad. La amenaza abierta de una serie de ataques militares está contenida explícitamente en la referencia de la Administración a la invasión de Afganistán como la primera fase, con la evidente implicación de que será seguida por otras guerras imperiales. La más prominente es la amenaza de Washington de lanzar otro ataque de gran escala contra Irak, y otros "refugios" para "terroristas".

La llamada "alianza contra los terroristas" se ha fusionado en una Alianza para la Guerra (incluyendo a todos los principales países de la OTAN.) Todas las principales decisiones militares y políticas, hasta en el nivel táctico, son tomadas exclusivamente y sin la menor consulta por Washington. En otras palabras, la Alianza para la Guerra es la continuación del previo unilateralismo de Washington, sólo que ahora ha reestablecido con éxito su dominación sobre los países de la UE. Aunque la actividad hiper-cinética de Tony Blair por cuenta de la guerra de Washington ha merecido elogios del presidente y de los medios de comunicación de EE.UU., no ha conducido en lo más mínimo a alguna participación suya en la toma de decisiones.

Por lo menos en esta primera fase de la contraofensiva de EE.UU., Washington ha reestablecido su dominación sobre Europa. Aprovechando al máximo su carta más poderosa en el sistema inter-estatal, el poder militar, Washington ha buscado la militarización de las realidades político-económicas. Convirtiendo el "anti-terrorismo" en el tema dominante de todo foro internacional y regional (APEC, [Cooperación Económica de Asia y el Pacífico], ONU, OEA) Washington espera debilitar las divisiones horizontales entre clases y países ricos y pobres y reemplazarlas con una polarización vertical ideológico-militar entre los que apoyan a los adversarios definidos como "terroristas" por EE.UU. y aquellos que los resisten y consienten a su intervención militar.

Numerosos regímenes se han aprovechado de esta definición militar de las realidades socio-económicas para reprimir a los movimientos populares y de izquierda y a las organizaciones por la liberación en el Oriente Próximo, América Latina y Asia Central. La multiplicación de purgas "anti-terroristas" por parte de varios regímenes clientes sirve perfectamente la política de Washington, siempre que los movimientos recién etiquetados de terroristas se opongan a la política de EE.UU. y siempre que sus clientes autoritarios sigan aceptando el Nuevo Orden Imperial.

Como era previsible, la amenaza de Washington de guerras indefinidas y extensas de conquista imperial, ha sido acompañada por la correspondiente legislación represiva que, en efecto, confiere poderes dictatoriales al presidente. Todas las garantías constitucionales son suspendidas y todos los terroristas sospechosos nacidos en el extranjero son sometidos a tribunales militares en EE.UU. - sin que importe su ubicación geográfica. Existe un amplio consenso para considerar que los poderes que ha asumido el ejecutivo para lanzarse a la guerra violan la letra y el espíritu de la Constitución y de las normas de un régimen democrático. No convence el argumento de los defensores del autoritarismo de que estas medidas evidentemente dictatoriales son sólo temporales, considerando la posición del presidente de que vamos hacia un período de guerra largo y extenso.

En otras palabras, el autoritarismo y la participación en guerras imperialistas agresivas van mano en mano, obliterando la visión democrática republicana de la revolución estadounidense.

La historia nos enseña que las guerras imperiales son siempre costosas, los beneficios económicos son desigualmente distribuidos y los costos son soportados por los trabajadores. Las medidas autoritarias sirven para reprimir o intimidar a aquellos que ponen en duda la retórica patriótica, que comienzan a descalificar la consigna belicista de: 'Los Enfrentamos Unidos', agregando, 'Pero Nos Beneficiamos por Separado'.

La resurrección de la construcción del imperio durante una recesión económica que se agrava, es una estrategia problemática. Mientras la administración rebaja los impuestos para los ricos, la guerra aumenta los gastos - ejerciendo considerable presión sobre presupuesto y la masa de los contribuyentes. El keynesianismo militar podrá estimular a unos pocos sectores de la economía, pero no invertirá la aguda disminución de los beneficios que afecta al sector capitalista en su conjunto. Además, el aumento al extremo de los aparatos represivos de los regímenes clientes para asegurarse de su aquiescencia al proyecto de construcción del imperio global, no expandirá los mercados mundiales para las exportaciones de EE.UU. En realidad, los conflictos en el exterior reducirán los mercados al profundizar las cuentas externas negativas de la economía de EE.UU.

Lo que es más significativo para el actual enfoque militar de la construcción del imperio en el período posafgano (fase 2), es que amenaza con desestabilizar las economías de Europa, Japón y de los estados del Oriente Próximo. Un ataque militar y la ocupación de Irak afectarán con certeza el flujo de petróleo a Europa y Japón y desestabilizarán la política interior en Arabia Saudita y otros países del Golfo y del Oriente Próximo. El temor a los efectos desestabilizadores de la fase dos de la construcción del imperio ya ha conducido al disenso, incluso entre los incondicionales europeos más serviles de Washington en Inglaterra. Sin embargo, considerando la visión imperial de Washington, su enfoque unilateral y su acceso a fuentes alternativas de petróleo, (México, Venezuela, Ecuador, Alaska, Canadá, etc.), un ataque militar contra Irak podría servir dos objetivos estratégicos - debilitar a los competidores europeos y eliminar a Irak como posible rival regional. El bombardeo de Irak dañaría las economías de la UE y alienaría a sus dos principales clientes árabes (Arabia Saudita y Egipto), pero Washington ha demostrado que puede echar a un lado todas las objeciones europeas y a pesar de ello asegurarse su aquiescencia.

Una nueva guerra de EE.UU., sin embargo, podría crear inseguridad entre los inversionistas a escala mundial, y el debilitamiento de Europa repercutiría negativamente en la economía de EE.UU. durante un período de crecimiento negativo. Un debilitamiento europeo inducido por la guerra podría mejorar la posición relativa de EE.UU., pero su economía se debilitaría en términos absolutos.

Al concentrarse exclusivamente en la persecución de un puñado de supuestos terroristas, el presidente Bush trata de atrapar mosquitos, y traga camellos. El daño generalizado a las economías tanto de la UE como de EE.UU. causado por una nueva guerra excede de lejos todas las posibles pérdidas que puedan ser causadas por terroristas. La imposición de la definición militar de la administración Bush a los conflictos político-económicos en el Tercer Mundo, encuentra su eco en las políticas de terrorismo de estado de Israel (contra los palestinos), de Argelia (contra los beréberes), y de Turquía (contra los kurdos) en el Oriente Próximo y en África del Norte, y en ninguna otra parte.

Los Ariel Sharon en Washington (defensores de una guerra permanente para la construcción del imperio) no han pensado virtualmente para nada en las consecuencias económicas de la intervención militar en el Oriente Próximo. El colapso de la arquitectura financiera y de los suministros de energía de los estados imperiales puede derribar un imperio mucho más rápido y con mucho mayor seguridad que cualquier red terrorista, real o imaginaria.

La contraofensiva: América Latina

La contraofensiva imperial es mundial. En la jerarquía de las regiones por reconquistar, América Latina se destaca en segundo lugar, después del Oriente Próximo. Es la región que ha facilitado a EE.UU. sus únicas balanzas de pago favorables. Sus clases gobernantes y afluentes han extraído cientos de miles de millones de dólares en transferencias ilegales a los bancos de EE.UU., y durante la última década la economía estadounidense ha recibido casi un millón de millones de dólares en beneficios, pagos de intereses, royalties, y otras transferencias. Los regímenes clientes en América Latina siguen usualmente de manera servil las posiciones de EE.UU. en los foros internacionales y proporcionan fuerzas militares nominales para sus excursiones intervencionistas, suministrando así una hoja de parra para lo que en realidad son acciones unilaterales.

Washington identificó como grupos terroristas a los movimientos de guerrilla colombianos, basados en el campesinado (FARC/ELN), el desafío más poderoso contra su dominación en el hemisferio. Con su control o influencia sobre más de un 50 por ciento de las municipalidades del país a mediados de los años 90, el avance de las FARC y el ELN junto con la política extranjera independiente del régimen de Chávez en Venezuela, y el gobierno revolucionario en Cuba, representan un polo alternativo a los serviles presidentes peones del continente que sirven al imperio.

Comenzando a fines de la presidencia de Clinton, y crecientemente durante la administración Bush, EE.UU. declaró la guerra total a la insurgencia popular. El Plan Colombia y más tarde la Iniciativa Andina, fueron esencialmente estrategias de guerra que precedieron a la guerra afgana, pero que sirvieron para enfatizar la nueva contraofensiva imperial. Washington destinó 1.500 millones de dólares en ayuda militar a los militares colombianos y a sus suplentes paramilitares. Cientos de miembros de las Fuerzas Especiales fueron enviados a dirigir las operaciones en el terreno. Pilotos mercenarios estadounidenses, de firmas privadas, fueron subcontratados para participar en la guerra química en los campos de cultivo de coca de Colombia. Las fuerzas paramilitares se multiplicaron bajo la protección y la promoción del comando militar. El espacio aéreo, la costa marítima y los estuarios fluviales, fueron colonizados por las fuerzas armadas de EE.UU. Se establecieron bases militares en El Salvador, Ecuador y Perú para dar apoyo logístico. Funcionarios de EE.UU. establecieron una presencia operativa directa en el Ministerio de Defensa en Bogotá.

La contraofensiva mundial del 7 de octubre profundizó el proceso de militarización en Colombia. Bajo la dirección de EE.UU. la fuerza aérea colombiana viola el espacio aéreo sobre la zona desmilitarizada donde las FARC negocian con el régimen Pastrana. Las incursiones ilegales a través de la frontera de la zona han causado conflictos. La identificación de las FARC y del ELN como "terroristas" por el Departamento de Estado, los pone en la lista de objetivos que han de ser atacados por la maquinaria bélica de EE.UU. Bajo la doctrina Bush-Rumsfeld, la mitad de Colombia es un refugio de terroristas y está por lo tanto expuesta a la guerra total.

La fiebre de la guerra total llevó al Departamento de Estado a enviar una delegación oficial a Venezuela para coaccionar al gobierno de Chávez para que apoye la ofensiva imperial. Según funcionarios del Ministerio de Relaciones Exteriores de Venezuela, cuando Chávez condenó el terrorismo y la guerra de EE.UU., el Departamento de Estado amenazó al gobierno con represalias en la mejor tradición de los capos de la mafia.

La dimensión fundamental del proyecto de construcción del imperio de Washington en América Latina es el propuesto Acuerdo de Libre Comercio de las Américas. Esta proposición dará a las CMNs y a los bancos estadounidenses un acceso incontrolado a los mercados, las materias primas y a la mano de obra, mientras limita la penetración europea y japonesa y protege los mercados de EE.UU. Este sistema imperialista neomercantilista es otra iniciativa unilateral, tomada de acuerdo con los regímenes satélites de la región, sin ninguna consulta popular. Considerando los altos niveles de descontento en la región, bajo los regímenes neoliberales, la imposición del imperialismo neomercantilista, llevará probablemente a condiciones sociales explosivas y a la reemergencia de alternativas nacionalistas y socialistas. La doctrina militar anti-terrorista de Washington, con sus amenazas de intervenciones violentas y su presencia militar activa y directa, sirve de arma ideológica útil para imponer el imperio neomercantilista.

América Latina está actualmente colonizada a medias: sus banqueros, políticos, generales, y la mayor parte de sus obispos, apoyan y favorecen al Imperio. Desean una mayor "integración." La otra mitad de América Latina, la vasta mayoría de sus obreros, campesinos, indios, empleados públicos de la baja clase media, y sobre todo sus decenas de millones de desocupados que son explotados por el imperio, la rechazan y resisten. La contraofensiva imperial está orientada a intervenir a fin de sostener a sus clientes coloniales y a doblegar a la otra mitad de América Latina - la que no tiene propiedades, pero representa los intereses históricos de la región.

Estamos ingresando en un período de aún más guerras, de constantes amenazas militares, de salvajes bombardeos, y de decenas de millones de personas desplazadas. Las zonas de conflictos sociales violentos ya no se limitan al Tercer Mundo, aunque es donde la gente pagará el más alto precio. ¿Será también éste un período de revoluciones - como en el pasado? ¿Puede sostener la economía de EE.UU. una sucesión de guerras, sin socavar sus propios fundamentos? ¿Puede sobrevivir desestabilizando no sólo a sus competidores europeos y japoneses, sino también a sus socios comerciales e inversionistas?

Centralidad del estado imperial

Hay claras señales de que las bases económicas del imperio de EE.UU. se están debilitando por razones económicas y políticas. Económicamente, el sector fabricante de EE.UU. ha estado en recesión durante 18 meses y seguirá estándolo en el año 2002. Cientos de miles de millones de dólares invertidos en la tecnología de la información, en las fibras ópticas y en empresas de biotecnología han sido perdidos. Miles de empresas se declaran en quiebra al desplomarse sus ingresos. Tanto las economías "antigua" como "nueva," se encuentran en crisis profundas y prolongadas. Los sectores financieros y especulativos de la bolsa de valores dependen fuertemente de las volátiles circunstancias político-psicológicas en EE.UU. y en la economía mundial. La caída vertical de la bolsa de valores después del 11 de septiembre, y la rápida recuperación después del 7 de octubre, reflejan esa volatilidad. De manera más específica, los mercados de acciones y bonos de EE.UU. dependen fuertemente de inversionistas extranjeros, así como de especuladores locales. Esos acaudalados inversionistas así como sus equivalentes estadounidenses, invierten en EE.UU. tanto por razones políticas como económicas: buscan refugios seguros y estables para sus fortunas privadas. El 11 de septiembre sacudió su confianza, porque demostró que los propios centros del poder económico y militar eran vulnerables a un ataque y a la destrucción. Por ello se produjo esa fuga masiva.

El ataque del 7 de octubre, la masiva contraofensiva mundial del imperio, y la destrucción de Afganistán, restauró la confianza de los inversionistas y llevó a un importante ingreso de capitales y a la recuperación temporal del mercado de valores. La estrategia de guerra total adoptada por el Pentágono lo fue tanto para restaurar la confianza de los inversionistas en la invencibilidad y seguridad del poder imperial, como por cualquier razón política o incluso por los futuros oleoductos. La conducta del mercado de valores, particularmente la de los inversionistas extranjeros en gran escala, a largo plazo, en el mercado de acciones y de bonos de EE.UU., parece ser motivada tanto por razones de seguridad como por el estado real de la economía de EE.UU. De ahí la paradoja entre la relación inversa entre el mercado de valores y la economía real: mientras todos los indicadores económicos de la economía real disminuyen, hacia un crecimiento negativo, el mercado de valores se recuperó temporal a sus niveles de antes del 11 de septiembre.

Hay límites, sin embargo, a esa base política para las inversiones. Es casi absolutamente seguro que un crecimiento negativo prolongado y la disminución de los beneficios (o el aumento de las pérdidas) causarán, en su momento, el fin de la recuperación y producirán un agudo descenso en el mercado de valores.

El planteamiento teórico es que a medida que se debilitan los fundamentos teóricos del imperio, el papel del estado imperial aumenta. El imperio depende aún más de la intervención estatal, revelando los lazos estrechos entre el estado imperial y los inversionistas, incluyendo a las CMNs. Lo que es igualmente significativo es que los componentes militares del estado imperial juegan un papel cada vez más dominante en el restablecimiento de la "confianza de los inversionistas," aplastando e intimidando a los adversarios, reforzando regímenes neocoloniales debilitados, imponiendo acuerdos económicos favorables (ALCA) para los inversionistas estadounidenses y perjudicial para los competidores euro-japoneses (la acción militar en el Golfo y en el Oriente Próximo.)

El antiguo imperialismo de los años 80 y 90, que dependía más de las IFIs (BM y FMI), está siendo suplantado y / o complementado por el nuevo imperialismo de la acción militar: las Boinas Verdes reemplazan a las reverencias de los funcionarios del FMI y del BM.

La OTAN, dirigida por EE.UU., extiende su dominio desde los estados clientes del Báltico a los satélites de los Balcanes y, pasando por Turquía e Israel, a las repúblicas de Asia Central y del Sur (exsoviéticas.) El eslabón que falta en esa cadena imperial son los estados del Golfo, estratégicamente importantes: Irán e Irak. Aunque esta cadena imperial es importante desde el punto de vista militar, significa más bien un costo para el imperio que una fuente de ingresos: contiene grandes riquezas, pero no las produce, por lo menos hasta ahora. Esto lo tiene claro la administración Bush, que está más interesada en destruir poderes regionales que en inversiones en gran escala en la construcción de estados coloniales, como demuestran los escasos recursos invertidos en los Balcanes, Asia, tal como será probablemente el caso, en Afganistán.

La centralidad del estado imperial en la conquista y expansión del poder de EE.UU. ha refutado las suposiciones de los principales teóricos del movimiento contra la globalización como Susan George, Tony Negri, Ignacio Ramonet, Robert Korten, etc., que piensan en términos de la "autonomía de las corporaciones globales"- Su énfasis en el papel central del mercado global en la creación de la pobreza, del dominio y la desigualdad constituye en el contexto actual un anacronismo. Ya que los estados imperiales euro-estadounidenses envían tropas para conquistar y ocupar más países, para destruir, para desplazar y empobrecer a millones, existe una gran necesidad de pasar de la antiglobalización a los movimientos antiimperialistas, de la falsa suposición de súper-estados dominados por CMNs autónomas, a la realidad de las corporaciones multinacionales ligadas a los estados imperiales.

La contraofensiva a escala mundial, guiada y dirigida por el estado imperial EE.UU., apunta a la reconstrucción del fracasado "Nuevo Orden Mundial" del período posterior a la Guerra del Golfo. En la actualidad, ante la crisis económica y la creciente resistencia popular, las multinacionales no tienen la voluntad o los recursos para actuar "autónomamente" a través de las fuerzas del mercado. El nuevo imperialismo se basa en la intervención militar (Afganistán/Balcanes), la colonización (bases militares), el terror (Colombia.) El gigante imperial avanza, de las guerras en Irak y los Balcanes a Afganistán, justificando cada nueva catástrofe humana con una descarga aún más grande de propaganda de misiones humanitarias.

La ofensiva imperial después del 7 de octubre se basa en imperativos estratégicos y económicos, y no tiene nada que ver con el "choque de civilizaciones". El imperio de EE.UU. incluye a estados musulmanes (Pakistán, Arabia Saudita, Egipto, Turquía, Marruecos, Bosnia, Albania, etc.) a estados judíos (Israel), así como a regímenes seculares, nominalmente cristianos. Lo que define la ofensiva imperial de EE.UU. no son sus aliados permanentes (de una religión / civilización o la otra), sino que sus intereses permanentes. En los Balcanes, y antes en Palestina y Afganistán, Washington estimuló a musulmanes fundamentalistas y a traficantes de drogas contra nacionalistas y socialistas seculares. Los clientes musulmanes de ayer (los talibán) son, en algunos sitios, los enemigos de hoy. El hilo que une a todas estas alianzas cambiantes es la necesidad de defender las esferas imperiales de dominación. La aparente "hipocresía" o el "doble estándar" de las elites imperiales lo es sólo desde el punto de vista del espectador que creyó erróneamente en la propaganda original del imperio y que ahora se siente "traicionado" por el cambio de clientes imperiales.

Los avances militares de EE.UU. en Afganistán están preparando el camino para nuevas guerras. La alianza militar en Afganistán está basada en los señores de la guerra tribales rivales, que viven del contrabando, del tráfico de drogas y del saqueo del botín de las guerras locales. En otras partes se vislumbran severas contradicciones estructurales y crisis futuras.

Contradicciones del imperio

La ofensiva imperial de EE.UU. enfrenta dos tipos de contradicciones que son coyunturales y estructurales. En el contexto actual, la Guerra de Afganistán polarizó a los estados musulmanes entre sus dirigentes favorables al imperio, y la masa de los simpatizantes del pueblo afgano y de Osama bin Laden. Esta polarización aún no ha producido ningún reto organizativo serio a los gobernantes clientes, aunque la crucial monarquía saudí es la más vulnerable. La victoria militar de EE.UU. y de su cliente, la "Alianza del Norte" y del régimen musulmán de coalición resultante, podría disipar a la masa amorfa de la oposición puramente musulmana. La oposición de la UE y de los estados árabes sólo se activará si Washington extiende su guerra a Irak y desestabiliza a los proveedores europeos de petróleo. Éstas y otras contradicciones coyunturales secundarias no debilitarán el impulso imperial de Washington, aunque podrían aislarlo diplomáticamente, particularmente en algunas organizaciones internacionales.

Las contradicciones estructurales más profundas a largo plazo del "Nuevo Imperialismo" se encuentran en la expansión militar durante una recesión económica que se profundiza, tanto local como mundialmente. El keynesianismo militar -el incremento de los gastos militares- no ha reducido ni reducirá la recesión, ya que afecta a pocos sectores de la economía y porque las industrias que recibirán algún estímulo -la aeroespacial, están duramente afectadas por la recesión en el mercado de la aviación civil.

Mientras la maquinaria militar del estado imperial promueve y defiende los intereses de las CMNs estadounidense, no es el proveedor de servicios más eficiente desde el punto de vista de los costos. Los miles de millones de dólares en gastos en el extranjero, exceden de lejos los beneficios inmediatos para las CMNs y no afectan la disminución de la tasa de beneficios, tampoco abren nuevos mercados, particularmente en las regiones de máxima participación militar. La intervención militar expande las regiones colonizadas sin aumentar el rendimiento del capital. El resultado neto es que las guerras imperiales, en su forma actual, socavan la inversión de capital no-especulativo, aunque ofrezca garantías a los inversionistas extranjeros.

Como en América Central, los Balcanes, y ahora en Afganistán y Colombia, EE.UU. está más interesado en destruir a sus adversarios y en establecer regímenes clientes que en inversiones en gran escala, a largo plazo, en la "reconstrucción." Después de elevados gastos militares para la conquista, las prioridades presupuestarias se transfieren a subvencionar a las CMNs estadounidenses, y a reducir los impuestos para los ricos - ya no hay más "Planes Marshall". Washington deja que Europa y Japón "despejen los escombros humanos" después de las victorias militares de EE.UU. La reconstrucción de la posguerra no intimida a posibles adversarios, los bombardeos de área de los B52 sí lo hacen. El vencedor militar en la presente coyuntura deja sin solucionar la consolidación de un régimen cliente pro-imperial. Igual como EE.UU. financió y armó la victoria fundamentalista contra el régimen afgano secular y nacionalista en 1990 y luego se retiró, conduciendo a la supremacía del régimen talibán anti-occidental, la victoria y la retirada de hoy van a tener, probablemente, resultados similares en la próxima década. La brecha entre la alta capacidad bélica del estado imperial y la debilidad de su capacidad para revitalizar las economías de las naciones conquistadas es una contradicción mayor.

Una contradicción aún más seria es el esfuerzo agresivo por imponer regímenes y políticas neoliberales, especialmente cuando los mercados de exportación, para los que fueron elaboradas, están derrumbándose y cuando los flujos externos de capital se están terminando.

La creciente recesión en EE.UU., Japón y en la UE ha dañado seriamente a los estados-clientes más leales y serviles, particularmente en América Latina. Los precios de las exportaciones "especializadas" que impulsan a los regímenes neoliberales se han desmoronado: exportaciones de café, petróleo, metales, azúcar, así como de textiles, tejidos y otros bienes manufacturados elaborados en las "zonas de libre comercio" han sufrido por las fuertes bajas de precios y la saturación de los mercados. Los poderes imperiales han respondido presionando por más "liberalismo" en el Sur, mientras aumentan los aranceles proteccionistas en el interior y los subsidios para las exportaciones. Los aranceles para las importaciones del Tercer Mundo en los países imperiales, son cuatro veces más elevados que aquellos fijados para las importaciones de otros países imperiales, según el Banco Mundial (Global Prospects and the Developing Countries 2002, www.worldbank.org.) El apoyo a las CMNs agrícolas en los países imperiales fue de 245 mil millones de dólares en el año 2000 (Financial Times, 21 de noviembre de 2001, p.13.) Como señala el informe del Banco Mundial, "la parte de las exportaciones subvencionadas ha aumentado aún más [durante la última década] para muchos productos de interés para la exportación a los países en vías de desarrollo."

La doctrina neoliberal del Viejo Imperialismo, están dando paso a la práctica neo-mercantilista del Nuevo Imperialismo. Las políticas del estado dictan y dirigen el intercambio económico y limitan el papel del mercado a un papel subsidiario -todo para beneficiar a la economía imperial.

La naturaleza altamente restrictiva de las políticas neo-mercantilistas, en el pasado y en el presente, polariza la economía entre productores locales y monopolios respaldados por el estado imperial. El debilitamiento y el colapso de los mercados en el exterior perjudican a los sectores de exportación "neoliberales". El papel altamente visible del estado imperial en la imposición del sistema neo-mercantilista, politiza al creciente ejército de los desempleados y de los trabajadores, campesinos y empleados públicos mal pagados. El colapso de los mercados en el exterior significa que se obtienen menos divisas para pagar las deudas externas. Menos exportación, significa menos capacidad para importar alimentos y bienes de equipo esenciales para mantener la producción. En América Latina, la estrategia de exportación sobre la que se basa todo el edificio imperial está derrumbándose. Sin poder importar, América Latina se verá obligada a producir localmente o abstenerse. Sin embargo, la ruptura definitiva con la estrategia de exportación y la subordinación al imperio no ocurrirán sólo por contradicciones internas - requieren una intervención política.

Oportunidades y Desafíos para la Izquierda

A corto plazo ("la coyuntura,") la izquierda enfrenta todo el impacto de la contraofensiva imperial de Washington, con todo lo que implica en términos de más belicosidad, más amenazas y más servilismo de las elites clientes gobernantes. Sin embargo, aunque este nuevo esfuerzo de "reconquista" dirigido por los militares ha comenzado, encuentra serios obstáculos prácticos, ideológicos y políticos.

Por una parte, la ofensiva tiene lugar en medio de un importante resurgimiento de la izquierda en varios países estratégicos y un serio debilitamiento en las economías neoliberales. En Colombia, Brasil, Argentina, Ecuador y Bolivia, han emergido poderosos movimientos político-sociales y han consolidado su influencia en importantes electorados populares, mientras los respectivos regímenes clientes están profundamente desacreditados, en muchos casos con cifras de popularidad de un solo dígito.

Esta situación presenta peligros y oportunidades. Peligros provenientes de la respuesta crecientemente militarizada y represiva de Washington que es coreada por sus regímenes clientes en América Latina, como lo demostraron en la Declaración de la Conferencia Iberoamericana del 23 de noviembre de 2001 sobre el terrorismo (La Jornada, 24 de noviembre de 2001.) Las oportunidades provienen del hecho que la izquierda resurgente no ha sufrido una derrota mayor en este período (comparando con 1972-1976) y está en una posición sólida para pasar de la protesta al poder. Los regímenes neoliberales no han encontrado mercados externos para sostener la producción interna, y no han ubicado nuevos flujos de capital para compensar las vastas salidas por pagos de la deuda, remesas de beneficios, etc. La prolongada depresión en Argentina es emblemática para la dirección que ha tomado toda América Latina.

La actual crisis es sistémica, porque no sólo afecta a los trabajadores y a los desocupados - porque aumenta la pobreza, el desempleo y las desigualdades - sino por los mecanismos mismos de acumulación del capital. El capital que se acumula en América Latina es depositado en cuentas en el extranjero como "riqueza muerta". Es evidente para cualquiera, con la excepción de los académicos más obstinadamente ciegos, - que no son pocos que digamos- que el neoliberalismo está muerto y que el nuevo sistema imperial neomercantilista no deja sitio para "alternativas de mercado".

Desde esta perspectiva, lo esencial para convertir estas oportunidades objetivas en cambios estructurales sustanciales, es el poder político. Los movimientos sociales han movilizado a millones, han realizado innumerables cambios en el ámbito local, han creado un nuevo nivel promisorio de conciencia social y, en algunos casos, controlan o influencian a gobiernos locales y han logrado concesiones de las clases dominantes mediante la presión de masas. Sin embargo, hay varios aspectos que aún no han sido resueltos por estos movimientos de los que puede decirse que prefiguran una alternativa política al poder estatal.

En primer lugar, los movimientos esposan, desde el punto de vista político, una serie de exigencias programáticas y alternativas -que son positivas e importantes- pero que carecen de una comprensión política de la naturaleza del sistema imperial que se está desarrollando, sus contradicciones y la naturaleza de la crisis.

En segundo lugar, hay falta de unidad, un desarrollo disparejo entre los movimientos urbanos y rurales, entre el interior y la costa; y dentro de algunos movimientos hay rivalidades basadas en personalidades, tácticas, etc. El conglomerado de los movimientos existentes, si estuvieran unificados en un solo movimiento coherente, estaría mucho más cerca de representar un desafío al poder estatal.

En tercer lugar, muchos de los movimientos enuncian tácticas militantes y programas radicales articulados, pero en la práctica se empeñan en una negociación constante para conseguir concesiones muy limitadas, reduciendo así sus movimientos al nivel de grupos de presión dentro del sistema, en lugar de ser protagonistas en el derrocamiento del régimen. El desafío actual es cómo desarrollar un programa de transición adaptado a las exigencias inmediatas del pueblo, pero que coloque en el centro de la lucha la construcción de una alternativa socialista. El creciente autoritarismo de los regímenes clientes dirigidos por el imperio requiere la formación de movimientos de masas democráticos y antiimperialistas.

La estrategia imperial de militarización de EE.UU. para imponer un imperio neomercantilista requiere mayor capacidad para incorporar a nuevos aliados y hace necesaria la preparación para diversas formas de lucha. Los estrategas imperiales han seleccionado a Colombia como el terreno de prueba para el "Nuevo Imperialismo" porque es el país donde enfrentan el mayor desafío político-militar. Todas las fuerzas reaccionarias del hemisferio han sido movilizadas contra los ejércitos guerrilleros, así como contra los crecientes movimientos de masas. Todos los presidentes peones del hemisferio se han enrolado en la cruzada antiterrorista y las FARC y el ELN han sido identificados por el imperio como terroristas. Éxitos militares en Colombia acelerarían y alentarían la conquista militar y la colonización de América Latina, tal como sucedió cuando el golpe militar dirigido por EE.UU. en Brasil (1964) fue seguido por invasiones (República Dominicana en 1965) y subsiguientes golpes militares en Bolivia (1971), Uruguay (1972), Chile (1973), y Argentina (1976.)

Una victoria o guerra prolongada contra las guerrillas en Colombia, daría un respiro al resto de la izquierda. Por lo tanto es esencial que se extienda el máximo apoyo y solidaridad posibles a la lucha colombiana. El internacionalismo no es sólo la red solidaria contra la nueva ofensiva militar imperial, en general, sino el apoyo a los campesinos y obreros colombianos, organizados en sus "Ejércitos Populares".

Vivimos en tiempos peligrosos y plenos de esperanzas -peligros de doble filo: para el Imperio y para la izquierda. La lucha continúa.

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