LA CAÍDA DEL CAPITALISMO GLOBAL Por Gustavo Fernández Colón
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En 1996 el reconocido economista del MIT Lester Thurow, alertó en su libro "El futuro del capitalismo" que la gran amenaza que se cernía sobre el capitalismo globalizado, después de la implosión del mundo comunista, era una espiral descendente de estancamiento económico generalizado. "Sin un competidor viable hacia el cual la gente se pueda volcar si no está satisfecha con el trato que recibe del capitalismo, este último no se puede autodestruir. Las economías faraónica, romana, medieval y de los mandarines tampoco tenían competidores y se estancaron durante siglos hasta que finalmente desaparecieron. El estancamiento y no la implosión es el peligro."
La opción del estancamiento progresivo constituiría el escenario más optimista, frente a la posibilidad indeseable de un estallido capaz de conmover desde sus cimientos al sistema económico que actualmente campea en el planeta. De hecho, Thurow se reserva para la penúltima página de su libro esta afirmación lapidaria: "la única pregunta que cabrá formularse es cuándo será el gran sismo, el terremoto que hará tambalear el sistema".
Cinco años después, sus previsiones se están convirtiendo en realidades tan candentes como la lava del Etna, capaces de quemarles las manos a los líderes arrogantes pero desesperados del G7 y a los expertos directores de la orquesta financiera internacional, como el gerente del FMI Stanley Fischer, quien declaró hace poco que estaba por retirarse del Fondo y no le gustaría culminar su larga carrera con la medalla de oro de una moratoria en la deuda de Argentina. Y es lógico. Los paquetes de auxilio crediticio y los planes de ajuste que Fischer y su equipo recetaron como medicinas para contrarrestar la debilidad de las economías emergentes, se han revelado ante los ojos de la humanidad como venenos mortales que agudizan en lugar de sanar los males de sus pacientes. Pero Fischer quiere intentarlo de nuevo, por última vez antes de irse, empecinado en su postura de no darles la razón a sus adversarios: los encapuchados, los ecologistas, los sindicalistas, los indígenas, los desempleados, los anarquistas, los homosexuales, las feministas y los comunistas del movimiento antiglobalización.
La portada de la revista Newsweek del pasado 23 de julio pinta muy bien la imagen del fantasma que atormenta en sus pesadillas a los apostadores del casino global: un dominó en caída indetenible cuya primera piedra lleva el nombre de Argentina. Pero que no nos engañe la ilusión de que esta primera pieza es la responsable del colapso en cadena de la economía mundial. Las claves hay que buscarlas más al fondo, en las tensiones estructurales que presagian el desplome de la llamada sociedad de la información. Veamos las principales:
Los neoliberales argumentarán que estos no son más que síntomas coyunturales de una transición traumática pero inevitable hacia una economía verdaderamente abierta o de libre mercado, que para triunfar debe vencer por completo la resistencia al cambio de políticos nostálgicos del estatismo marxista o empresarios y trabajadores sin el talento suficiente para hacerse competitivos. Pero ni los planes de ajuste del FMI ni la propuesta de convertibilidad del peso con el dólar de Domingo Cavallo, hoy aparentemente enfrentados y en contradicción de cara al colapso argentino, son soluciones perdurables para una crisis generada precisamente por el paradigma económico, cimentado en el individualismo competitivo, en el que ambas partes siguen presas. Ni logrará resolver la coyuntura recesiva la política anticíclica de reducción de tasas de interés para incentivar el consumo y la inversión, puesta en práctica por los gobiernos de Japón y los Estados Unidos, como lo demuestra el hecho de que el Banco Central Japonés haya llegado ya al piso de la tasa cero sin conseguir el despegue de una economía sumida en el letargo desde hace una década.
Los nacionalistas de izquierda, por su parte, como quedó evidenciado en el encuentro del trío Castro-Chávez-Cardoso durante la inauguración del tendido eléctrico entre Venezuela y Brasil, siguen soñando con la integración de mercados regionales como el Mercosur que les permitan defender a las economías emergentes latinoamericanas de los tentáculos del imperialismo yanqui. Sin embargo, se trata nuevamente de una postura ingenua que, empeñada en desconocer la aceleración que la espiral descendente de la economía mundial está provocando en la concentración sin precedentes del capital transnacional, no les permite ver cómo están desmoronándose y siendo absorbidas las regiones de menor desarrollo comparativo por los bloques hegemónicos regidos por el dólar (con EE UU a la cabeza), el euro (motorizado por Alemania) y el yen (cada vez más liderizado por China). De hecho, estos tres ejes geoeconómicos están librando entre sí una encarnizada batalla comercial que se irá exacerbando a medida que se agrave la crisis, provocando la agudización de conflictos bélicos de trasfondo económico como el Plan Colombia, la Guerra del Golfo o las tensiones entre China y un Taiwán manejado por los EE UU. Desconoce también nuestra izquierda tradicional, ofuscada por el paradigma industrial-desarrollista que grosso modo comparte con los neoliberales de Wall Street, que el sistema capitalista (bien sea de estado, mixto o de mercado), tal y como lo hemos conocido hasta ahora, se halla funcionalmente atrapado en el círculo vicioso de una lógica cuyo propósito exclusivo es un crecimiento económico insostenible. De modo que tanto la izquierda como la derecha clásicas se encuentran compitiendo en una carrera absurda hacia el progreso cuya meta final es un abismo: el triple abismo de la crisis ecológica producida por una industria depredadora y contaminante, el caos social generado por el desempleo y la pobreza a escala planetaria y la decadencia económica derivada del encumbramiento de la economía ficticia del dinero por sobre la economía real del trabajo productivo.
Frente a este panorama desalentador, sólo nos queda como alternativa para sobrevivir, afrontar el reto de la construcción colectiva de un nuevo proyecto civilizatorio, basado en estrategias cooperativas y autogestionarias de producción y consumo; en el uso de energías limpias y la filosofía del reciclaje como fundamentos de la ecoindustria del futuro; y en la instauración de la democracia directa en la gestión de todos los asuntos vitales, sobre los que no puede decidirse sin el concurso de la diversidad de voces que conforman el coro polifónico de la humanidad. En fin, se trata de elegir entre la autodestrucción o el ascenso a otro peldaño en nuestra escala evolutiva, por medio del despertar a estados de conciencia y formas de convivencia con el prójimo y con la naturaleza, firmemente asentados en valores universales del espíritu como la verdad, el respeto, la justicia y la solidaridad.