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Ella para él, él para el Estado y los tres para el Mercado

 

Globalización y género

Chusa Lamarca Lapuente
 

"Ella para él y él para el estado" decía Hobbes, uno de los padres del liberalismo político y económico. Con esta frase, resumía el reparto de roles, la división sexual que durante siglos ha separado el espacio privado del espacio público y que reflejaba la subordinación de la mujer al varón y de ambos al Estado. Casi cuatro siglos después, la globalización económica capitalista aporta un nuevo actor en este reparto de funciones. El mercado irrumpe como principio articulador básico y totalizador alrededor del cual giran las mujeres, los hombres y los propios estados.

El mercado capitalista con su nuevo patrón de acumulación mundial marca un nuevo orden de vida para todas las personas. Los procesos de globalización no sólo afectan a las relaciones internacionales, sino también a la vida cotidiana. Ya no es el Estado totalizador, sino el mercado el que domina todo. Son los poderes económicos los que van adquiriendo una mayor injerencia en las decisiones que afectan a la vida de los seres humanos, mientras que el poder político pierde influencia. Hoy, cuando se habla de economía globalizada, son precisamente las economías domésticas las que no se sustentan. ¿Qué posibilidades de elegir tienen las mujeres en las sociedades de mercado sino es elegir entre cinco marcas distintas de detergente pertenecientes a la misma multinacional? ¿Qué poder político real sino el de ser escaparates de un sistema que hoy demanda la igualdad y la paridad como un ardid para legitimarse, y que así legitima su exclusión? ¿Cómo darle la vuelta a ese calcetín viejo, agujereado y vacío que es la política tradicional y hacer que la política retorne o torne de una vez por todas a los asuntos verdaderamente importantes, a los intereses reales de las personas y de las sociedades? ¿Cómo puede el mercado valorar con argumentos que no sean estrictamente monetarios, un trabajo que produce bienes y servicios no destinados a la venta, pero básicos y esenciales para que funcione el resto? Y ahora que las mujeres han entrado en el ámbito público, ¿cómo se las apañará el mercado para que los varones hagan el camino inverso y por fin asuman sus responsabilidades dentro de la esfera doméstica?

A lo largo de la Historia, las mujeres han desempeñado un papel fundamental en el desarrollo y mantenimiento de los núcleos familiares, de las comunidades y de las sociedades, un papel que nunca ha sido valorado, sino denigrado y minusvalorado y que permanece aún hoy invisible, sin valor económico y social. Sin embargo, las familias, las sociedades, los Estados, las empresas y la economía mundial están en deuda con las mujeres.

A pesar de los logros en la lucha de las mujeres, las reglas del juego siguen siendo masculinas y a esto se suma que la globalización es en sí misma androcéntrica. Sus valores son la competencia, el egoísmo, el individualismo, la compraventa, el beneficio por encima de todo, la razón instrumental y la ausencia de ética. La globalización obedece a la lógica de un solo género, induce a pensar, sentir y funcionar en clave típicamente masculina.

Los hechos sociales se pueden analizar desde una perspectiva feminista débil: ofrecer un enfoque general que incluya la dimensión de género como mera parte integrante del conjunto, esto es, como algo anecdótico, marginal, específico o particular; o se pueden analizar desde una perspectiva feminista fuerte: partir del enfoque de género como elemento estructurador de todo el conjunto, ya que el género, por afectar transversalmente a todos y cada uno de los hechos sociales, debe ser una de las claves esenciales para analizar el resto. Este segundo enfoque será el que mueva estas páginas.

¿Qué es la globalización?

Con la caída de las economías planificadas del Este y la conversión de China a una economía de mercado, el capitalismo parece haberse convertido hoy en el único sistema existente, extendido a escala mundial. La globalización no es ni más ni menos que la extensión del capitalismo a escala global.

La globalización es un proceso con una doble vertiente: extensiva e intensiva; por un lado, abarcar potencialmente todo el espacio físico planetario y por otro, afectar a todas las áreas de la actividad humana. La globalización es, nos dicen sus acérrimos defensores, la creación de un espacio mundial de intercambio económico, productivo, financiero, político, ideológico y cultural, pero bajo la nueva terminología se oculta la vieja aspiración del capital: la producción y el crecimiento económico a costa de lo que sea. La globalización es, en realidad, la expansión de las empresas capitalistas y la intensificación del poder económico. Dominada por las grandes transnacionales y los mercados financieros, el único objetivo de la globalización es la obtención de más y mayor beneficio económico. Este globalitarismo pretende abarcar todos los territorios y ámbitos de relación humana para integrarlos en el mercado y cimentarlos en relaciones monetarias.

Globalización y neoliberalismo no son términos sinónimos, pero actualmente se produce una repetida concordancia entre el fenómeno físico de la globalización y el fenómeno ideológico del neoliberalismo. Gracias a la globalización parece como si hubiera triunfado un único modelo económico e ideológico en el mundo, el modelo neoliberal. De Norte a Sur y de Este a Oeste, el neoliberalismo se nos presenta hoy como un nuevo y deseado paraíso a alcanzar cuya única receta para aspirar a él consiste en reconducir todos nuestros quehaceres hacia la esfera de la más pura y dura competitividad y cuyo único motor es la búsqueda del beneficio económico y monetario. El capitalismo globalizante es una especie de rey Midas que transforma todo lo que toca en mercancía.

Hoy al capitalismo se le han añadido algunos adjetivos: imperialista, corporativo, transnacional o global, pero sus bases son las mismas que las de antaño.

1. Distintas perspectivas de la globalización: económica, financiera, tecnológica, cultural, ambiental, ideológica...

El término "globalización" hoy tan de moda, se aplica en múltiples sentidos. Por un lado, se utiliza para reflejar la consideración del mundo como un gran hipermercado global en el cual se producen, se adquieren y se comercializan productos en cualquier parte del planeta. En este sentido se habla de globalización económica, esto es, un aumento del comercio exterior que se ve favorecido por la apertura y liberalización de los mercados y por el impacto de la actual revolución tecnológica sobre las comunicaciones tanto físicas (transportes), como electrónicas (información). Hay quienes afirman y con razón, que el aspecto clave de la globalización, es la gran movilidad del capital financiero, la existencia de un gran casino planetario donde diariamente y a la instantánea velocidad de la luz, las redes electrónicas mueven e intercambian sin control miles de millones de dólares. Este dinero circulante no tiene nada que ver con la producción y la economía real, sino con la especulación y la economía virtual y, sin embargo, condiciona la economía y la vida reales.

Sin embargo, la palabra globalización no se usa sólo referida a la globalización económica o financiera, sino que abarca muchos más aspectos. Se trata de un proceso que parece integrar o englobar todas las actividades de nuestro planeta, tanto las actividades económicas, como las actividades sociales, culturales, laborales, tecnológicas, ambientales, etc. La globalización entraña una interdependencia de las sociedades, parece como si las fronteras geográficas, materiales y espaciales del planeta desaparecieran. Las redes de comunicación ponen en relación e interdependencia a todos los países, culturas y sociedades, nuestro mundo se habría convertido en una aldea homogeneizada y global y, sin embargo, en esta gran aldea unos son los beneficiados y otros los perjudicados, el planeta es una aldea desigual.

Como vemos, la palabra globalización se ha convertido en un término comodín que se utiliza en todo tipo de contextos, sin embargo, la globalización se entiende de manera engañosa si no se vincula a procesos de dominación y apropiación.

2. Instrumentos para llevar a cabo la globalización:

a. Organismos internacionales: FMI, BM, OMC, G-7, Foro Económico Mundial, OCDE...

El papel de los grandes organismos económicos internacionales es fundamental para la configuración del nuevo orden mundial. El poder económico y político se centraliza desde las distintas instituciones globales (FMI, BM, OMC, G-7, OCDE, Foro Económico de Davos..) para exportar e imponer los modelos occidentales de desarrollo, de tecnología y de expertos, al resto del mundo. Quizás parezca excesivo hablar de teorías mundiales conspirativas, pero lo cierto es que la "mano invisible" del mercado tiene un pulso muy firme y actores bien concretos. Obedece a los dictados de las grandes instituciones económicas internacionales BM, FMI y OMC y está gobernada por las agendas de las grandes transnacionales, con el beneplácito, sometimiento y apoyo de los gobiernos nacionales. El "libre" comercio es, de hecho, una reglamentación del comercio para aumentar las ventajas del capital.

El FMI, el BM y la OMC se han convertido en las autoridades centrales para efectuar las negociaciones financieras y comerciales mundiales, ya que el mercado no opera en el vacío, sino que se necesitan reglas para liberalizar el comercio y las finanzas, privatizar los sectores públicos y otras esferas que antes quedaban al margen del mercado, y para favorecer los procesos de transnacionalización del capital para que éste no vea constreñido por los estados nacionales y por la democracia. Las instituciones nacionales y supranacionales fueron así reformadas e instrumentalizadas para ponerse al servicio del gran capital.

Tanto el FMI como el BM y la OMC están al servicio del capital privado. El papel del BM, por ejemplo, no se limita a conceder préstamos a los países "pobres" y "en desarrollo", sino que impulsa a estos países a abrir sus economías mediante la libre circulación de capitales y mercancías, reordena sus sistemas productivos, aviva la exportación de recursos naturales y acentúa el endeudamiento externo, lo que a su vez ocasiona más sobreexplotación de estos recursos para hacer frente a la deuda. La deuda de los países del mal llamado "Tercer Mundo" absorbe el 25% de sus ingresos por exportaciones. Por su parte, las recetas del FMI son controlar la deuda y la inflación, privatizar el patrimonio público y reducir los gastos sociales, lo que induce, igualmente, a reducir el papel de los Estados y abrir las economías al mercado global para que las transnacionales campen a sus anchas.

Las mujeres son las que se han visto más negativamente afectadas por los programas de ajuste estructural impuestos por el FMI y el BM. Estos programas y las políticas de "desarrollo" han impuesto la austeridad fiscal que limita el gasto público. La privatización de los servicios públicos ha conducido a la pérdida de empleo en sectores donde generalmente había más mujeres que hombres: salud, educación...; a la pérdida de protección y de servicios sociales, de los cuales dependen las mujeres para combinar su trabajo con las responsabilidades familiares; a una menor asistencia de las niñas a las escuelas; a un menor acceso a los servicios de salud reproductiva, con un aumento de la desnutrición y de la mortalidad infantil, especialmente de las niñas; a una cada vez mayor tendencia al despido de mujeres por estar embarazadas, al abandono de los derechos por maternidad y a un aumento de prácticas discriminatorias basadas en el papel reproductivo de las mujeres; a la eliminación o reducción de subvenciones sobre elementos básicos como alimentos, electricidad, agua o combustibles lo que incrementa las presiones domésticas sobre los hogares, administrados en su mayoría por mujeres; a la inmigración de mujeres de países en desarrollo a países desarrollados, que se ven obligadas a abandonar a sus familias y adoptar en los países "ricos" trabajos precarios, como trabajadoras domésticas, subcontratadas o que incluso, se ven obligadas a ejercer la prostitución; el impacto ambiental de la globalización y el uso cada vez más frecuente de productos que han sido prohibidos en países industrializados, como los pesticidas, tienen un efecto nocivo para millones de trabajadoras agrícolas.

Las políticas fiscales promovidas por los organismos internacionales aumentan los impuestos indirectos sobre el valor agregado de bienes y servicios, es decir, repercuten sobre lo que pagan las personas que consumen - precisamente las mujeres, ya que ellas siguen encargándose de administrar la casa, el alimento y manutención de la familia- (esto está justificado cuando se trata de bienes de lujo, pero no de bienes de primera necesidad), mientras que se bajan los impuestos directos a las ganancias del capital (capitalistas y varones).

Mientras que el BM invierte en programas de salud y educación públicas, por otro lado anima a la privatización de estos servicios en aras de la "eficiencia" económica. Esto conduce a una reducción del acceso a estos servicios por parte de los sectores más desfavorecidos, especialmente las mujeres. Además, el BM que sistemáticamente había considerado a las mujeres como sujetos "pasivos" a la hora de aplicar sus políticas, ahora les confiere un papel destacado y considera que la contribución económica femenina es fundamental para el desarrollo: su utilización como mano de obra barata aporta más beneficios al capital. Las mujeres han sido siempre las más perjudicadas por este sistema global de explotación y el abaratamiento de sus salarios ha hecho que se incremente la pobreza femenina en las dos últimas décadas. Como siempre, su trabajo dentro del hogar, sin horario de cierre, sin descanso semanal, sin vacaciones y, sobre todo, sin salario, sigue considerándose como inactividad y no contabiliza en los balances macroeconómicos. La mitad de la humanidad no existe para las mentes más preclaras de la ciencia económica, que suelen ser varones y de Chicago.

b. Organismos regionales supranacionales: Unión Europea, TLC, ASEAN, etc.

A su vez, la globalización se construye también a través de los bloques económicos regionales y subsistemas globales. El mercado impone la progresiva integración de los Estados en bloques económicos regionales como la Unión Europea, APEC en el área del Pacífico o el Tratado de Libre Comercio en América del Norte. Los superbloques son los que dictan las normas para el reparto mundial de la tarta en sus zonas de influencia. Dentro de ellos promocionan un mercado interior que es "libre" de boquilla, porque se oculta bajo una fuerte capa de proteccionismo e intervencionismo disimulados. Los países de la periferia del sistema, aunque han hecho intentos por establecer ciertos bloques comerciales entre países próximos (tipo Mercosur en América del Sur, ASEAN en el sudeste asiático o el Mercado Común Centroamericano), acaban plegándose a las exigencias de los grandes bloques mediante los acuerdos comerciales de carácter global. En todos estos acuerdos los grandes mantienen sus privilegios y son los pequeños los que tienen que abrir y liberalizar sus economías dejando el campo libre para las rapiñas de las multinacionales de los países del Centro.

La Unión Económica definida en Maastricht y en la que ahondan los posteriores tratados, es el motor que impulsa los procesos de globalización y concentración económica a nivel europeo. El mito de la ciudadanía europea con una identidad política y cultural ficticias se utilizó y se utiliza hoy con el único fin de justificar una unión económica y monetaria. Ha quedado bien patente la quimera de una Europa social, pues se trataba de hacer una Europa del dinero. La UE poco a poco uniformiza una Europa neoliberal sin derechos sociales, con salarios y empleo a la baja, con crecientes privatizaciones y recortes de los servicios públicos y una falta de democracia cada día en aumento. Son, como siempre, las mujeres las más afectadas por los recortes en el estado del bienestar, ya que tienen que compatibilizar el paro o un trabajo precario fuera de casa, con un trabajo doméstico obligado del que se desentienden tanto los varones como ahora el Estado. No es de extrañar que en el reciente referéndum que ha tenido lugar en Dinamarca sobre la incorporación o no de este país al euro, según las encuestas, hayan sido las mujeres las que han votado en contra de la moneda única, porque esto supone terminar con los servicios sociales como guarderías y colegios públicos, y con la atención sanitaria y asistencia social a los enfermos y a los mayores. Si estos servicios desaparecen serán ellas las que tengan que asumirlos, ya que los hombres a pesar de la tan cacareada igualdad, todavía no asumen como propias o compartidas estas funciones.

c. El verdadero motor de la globalización: Las empresas transnacionales

Hace varios siglos, los artesanos, los pequeños productores, los comerciantes y nacientes empresarios se oponían al gobierno de las monarquías absolutas pidiendo libertad económica con el grito de laissez-faire. Hoy, ese grito ha cobrado un cariz bien distinto, porque son precisamente los detentadores del poder absoluto, las grandes transnacionales, quienes reclaman esta misma consigna, mientras que el poder de los gobiernos y de las sociedades se pliega a sus dictados. El capitalismo del nuevo laissez-faire, el neoliberalismo, exige libertad absoluta para sus actividades, no hay que poner ningún tipo de barrera social, de equidad de género, laboral o medioambiental, ninguna regla o impedimento democrático, que ponga freno a la "mano invisible" del mercado. En el proceso continuo de concentración del capital, las transnacionales necesitan expandir sus actividades no sólo a todos los lugares del planeta, sino a todos los ámbitos.

Unas 300 transnacionales controlan la cuarta parte del producto bruto mundial. 200 de estas corporaciones tienen ventas que superan las economías sumadas de 182 países o ingresos superiores a los de las 4/5 partes de la humanidad. De las 100 economías mayores del mundo, 52 son empresas transnacionales. Antaño el comercio era cosa de Estados, hoy la mayor parte del comercio mundial se realiza mediante contratos entre grandes empresas. Son las transnacionales las que dominan los flujos de manufacturas dirigidos en su gran mayoría a los países ricos. Además, crecen los oligopolios y las alianzas entre uno o varios sectores económicos.

Las transnacionales que operan a escala planetaria dominan cada vez más la economía y son los gobiernos los que se ponen a su servicio. ¿Quién está decidiendo por toda la humanidad? Las políticas sociales y las decisiones de inversión se deciden supranacionalmente y luego las ponen en práctica los estados nacionales, e igualmente sucede con las inversiones fiscales, los créditos y la distribución de impuestos y recursos. Las transnacionales controlan el negocio de las armas, los sistemas monetarios y bancarios, los servicios y telecomunicaciones, deciden qué tipo de energía se implanta, qué patrón de agricultura, si se usan o no técnicas de ingeniería genética, qué alimentos comemos, qué cosas producimos y cómo repartimos.

Para el capitalismo el único objetivo es el beneficio, no le importan la vida y la salud de los trabajadores, los impactos de sus actividades sobre el medio o las desigualdades de género. El capitalismo no pretende satisfacer necesidades, sino crear demandas, que exista un creciente mercado de consumidores y un aumento constante del nivel de consumo. Se trata multiplicar las necesidades, sean éstas reales o ficticiamente creadas por los medios de comunicación de masas. El capitalismo además divide al mundo en dos mitades asimétricas: el "Primer Mundo" viene inexorablemente acompañado de una estela de múltiples Periferias, y las mujeres ocupan casi siempre la periferia de cada periferia. La economía de mercado es radicalmente opuesta a una economía social, no se basa en una producción eficiente y necesaria y en un consumo equitativo y equilibrado, sino en la sobreproducción y el hiperconsumo sólo para unos cuantos, en la proliferación de productos sin un verdadero uso social.

Las transnacionales localizan la producción guiadas únicamente por la rentabilidad a corto plazo. No dan cuentas a nadie de sus actuaciones, aunque millones de personas dependen de esas decisiones arbitrarias. No importa que el lugar físico elegido sea el menos indicado para llevar a cabo sus actividades o que el medio ambiente se vea afectado, tampoco que las personas se vean perjudicadas laboralmente, que exista discriminación en razón del género o que las sociedades sufran sus impactos. Las transnacionales funcionan de forma antidemocrática pues los derechos constitucionales, sociales, humanos, y los derechos de las mujeres se socavan en el ámbito de la empresa, allí las libertades individuales y colectivas desaparecen de hecho y de derecho. Las decisiones sobre las relaciones económicas, políticas y sociales están cada vez más centradas en decisiones privadas, sin ningún control social.

Si la Ilustración defendía los derechos del individuo-ciudadano-propietario frente al poder político, hoy nos vemos obligadas a defender los derechos individuales, ambientales y sociales, los derechos de las mujeres y los derechos soberanos de las comunidades, frente al globalitario poder económico de las transnacionales.

d. El papel del Estado (del estado benefactor al estado neoliberal): los estados sirven a la globalización y al capital transnacional

Nos hablan de que con la globalización los Estados desaparecen. Pero los estados no desaparecen, sino que cambian su papel y este papel es fundamental para llevar a cabo la globalización. Los estados adoptan políticas monetarias y fiscales de estabilidad macroeconómica, aportan la infraestructura básica para la actividad económica global (autopistas, aeropuertos, puertos, redes de comunicación, sistemas educativos, subvenciones y exenciones de impuestos a las grandes empresas, etc.) y se convierten en los aparatos de control policial y social para acallar las voces que se oponen a los dictados del capital y a los recortes sociales.

Las mujeres han sido excluidas de los principales pilares de los poderes públicos: la política y el derecho. Apartadas del Estado desde sus inicios, no es extraño que éste se haya diseñado a la medida de los varones. Aún incluso el estado del bienestar, ha tenido para las mujeres una doble moral: opresora y protectora.

El Estado del bienestar, en la mayor parte de los países, no fue realmente un Estado del bienestar, sino una sociedad fundamentada en la familia, era la familia la que proporcionaba el bienestar, más concretamente, las mujeres. Lo único que hacía y hace el Estado social es retribuir, subvencionar o apoyar a las familias para que las mujeres puedan criar a los hijos, atender a los mayores o cuidar a los enfermos. Eran las mujeres las que seguían realizando esa labor con cierta ayuda del Estado. En gran parte, las nuevas políticas que intentan conciliar la vida familiar y laboral no pretenden sino que las mujeres que trabajan y que cada vez más lo hacen en situaciones más precarias, sigan realizando las labores del bienestar, ahora que el Estado se empieza a desentender de ellas privatizándolas o reduciendo los gastos en protección social.

El Estado defendía y defiende un determinado tipo de familia: pareja heterosexual basada en el varón mantenedor que obtiene la renta, y la mujer criadora y cuidadora que se ocupa del servicio doméstico. El Estado del bienestar estaba basado en este tipo de familia, el varón obtenía las rentas a través de un empleo y cuando la mujer también estaba empleada, su salario se consideraba auxiliar al del marido. Cuando los gobiernos y los sindicatos hablaban de pleno empleo, se referían únicamente al de los varones.

La separación entre el espacio público y el espacio doméstico sigue hoy supeditada a los roles de género. Son las mujeres las que han empezado a salir a la esfera pública, pero esto no se ha traducido en un intercambio de tareas y los varones no se han integrado en la vida doméstica. Los triunfalismos sobre el camino imparable emprendido hacia la igualdad y la paridad, sobre todo con la incorporación de la mujer a la vida laboral, se quedan muy cortos. Las mujeres ahora realizan una doble jornada.

Por otro lado, también se ha puesto en cuestión la tradicional separación dual entre la esfera pública y la esfera privada. Hablan no de dos, sino de tres espacios diferenciados: público, privado y doméstico. El problema radica en cómo se entiende la esfera privada. El varón se refugia en el espacio privado para descansar de sus obligaciones y actividades públicas, pero la mujeres no descansan en el espacio privado, allí continúa su tarea diaria dedicándose al cuidado y atención de los otros. Las mujeres no parecen tener momentos de privacidad, su espacio privado no existe en el domicilio familiar. Existe un muy diferente uso del tiempo propio para las mujeres y para los hombres, ya que las mujeres por obligación y predisposición, no dedican este tiempo a sí mismas, su tiempo privado suele pertenecer a otros. Por eso se ha diferenciado entre espacio privado y espacio doméstico, las mujeres tienen que recuperar su espacio privado ya que éste se confunde con el espacio doméstico.

Cuando desde la izquierda se defiende el Estado parece una incongruencia, sobre todo desde los ambientes más acratosos, pero esta paradoja no lo es tanto, ya que se defiende únicamente lo que de social y público tiene el Estado. Lo que ocurre es que se confunden las 3 acepciones más comunes de Estado: el Estado como agente social, como estado-nación, o como sistema de poder o dominación. Las mujeres deberíamos defender el estado como agente social opuesto al mercado, ya que la mayor parte de mujeres son las que se ven más directamente afectadas por la desaparición de los servicios públicos y por la disminución de la protección social, prácticas potenciadas por el modelo de estado neoliberal.

3. ¿A QUIÉN BENEFICIA LA GLOBALIZACIÓN?

Estamos inmersas en una sociedad que ha logrado acumular una gran cantidad de recursos materiales, que posee un alto grado de conocimiento y de capacidad técnica pero que, sin embargo, no es capaz de resolver las necesidades sociales y humanas más básicas. Y la razón estriba en que el sistema capitalista globalizado sólo persigue el lucro económico para unos cuantos, y se desentiende del resto. Se trata de un sistema económicamente injusto, socialmente depredador y ecológicamente inviable. La globalización ahonda las desigualdades: sociales, económicas, de acceso a los recursos, culturales y de género, y tiene graves repercusiones sobre el medio ambiente.

a. Desigualdad social

El sistema global aumenta la pobreza y las desigualdades y sus impactos sobre los medios de vida de la gente y de las sociedades son nefastos. A escala mundial, la pobreza es la regla. De los 6.000 millones de habitantes del planeta, 1500 millones de personas viven con menos de un dólar diario.

Las doscientas personas más ricas del mundo tienen más que mil cuatrocientos millones de personas. Y las dos personas más ricas tienen hoy más que el conjunto de los países menos desarrollados del planeta. Hoy los individuos son más ricos que los Estados. Las desigualdades entre países crecen, pero las desigualdades también se producen dentro de los países. En Estados Unidos hay 32 millones de personas cuya esperanza de vida es de menos de 60 años, 44 millones sin cobertura médica, 45 millones viviendo por debajo del umbral de la pobreza y 52 millones de iletrados. Una de cada 10 familias de Estados Unidos pasa hambre, esto es, 10 millones de habitantes del país más rico del mundo y en plena fase de crecimiento económico, se enfrenta al problema del hambre. En la próspera Unión Europea, hay 50 millones de pobres y 18 millones de desempleados.

No todo el mundo puede ser ciudadano de la aldea global. Se estima que en el año 2001 los usuarios de Internet llegarán a los 700 millones de personas, la mayoría claro está, pertenecerán a las elites del primer mundo, porque en la era de Internet, los teléfonos móviles y el fax, la mayor parte de la humanidad no tiene ni tendrá acceso a un teléfono. Las redes necesarias en los países pobres no son las de las superautopistas de la información, sino las de canalización del agua potable y de aguas residuales, y las de la energía eléctrica. 2.000 millones de personas en el mundo no tienen acceso a la electricidad. Además, aunque existieran las nuevas infraestructuras técnicas para la red Internet, gran parte de la población no podría acceder a ella, ya que se les ha negado la educación y son analfabetos. Por otro lado, el inglés se ha asentado como la lengua de este nuevo imperio tecnológico, y menos de 1 de cada 10 personas lo habla en el mundo. Los avances tecnológicos no van parejos de los avances sociales, al contrario, acentúan las desigualdades.

b. Destrucción ambiental

El modelo de economía global capitalista repercute de manera muy nociva sobre el medio ambiente. Por un lado, la subordinación de las economías de los países "pobres" a la actividad exportadora para generar divisas a la que se ven obligados para pagar la deuda externa, ha acentuado la explotación de bosques, de recursos pesqueros y el uso de cultivos agroquímicos. Por otro lado, el comercio internacional a largas distancias, ha provocado un espectacular aumento del transporte mundial tanto de materias primas como de manufacturas, así como un incremento del consumo de energía y de la emisión de sustancias contaminantes. También, con el fin de ser más competitivos en un mercado global, hay que bajar los estándares ambientales y reducir los costos ambientales en los costos de producción. Algunos países que tenían leyes muy restrictivas en cuanto a producción de contaminantes, por ejemplo, tienen que rebajar estas legislaciones porque los actuales acuerdos internacionales o regionales sobre comercio no permiten este tipo de protecciones, alegan que poner controles ambientales va contra la libertad de comercio.

La globalización y la libertad de comercio socavan el entorno. Un mercado libre sin control ninguno que sólo persigue el beneficio económico entra en contradicción flagrante con la protección, la conservación y la sostenibilidad del medio ambiente, por más que se empeñen en hablar de desarrollo sostenible. Por donde pasa este sistema económico no vuelve a crecer la hierba. La crisis ambiental va asociada a la expansión del capitalismo y a su afán del crecimiento continuo en la búsqueda del beneficio. Cada régimen de acumulación tiene su propia forma de utilizar el medio ambiente y de explotar los recursos naturales, y el régimen capitalista ha sido el más depredador (las economías planificadas del socialismo real también han dejado un lastre de contaminación industrial y nuclear y tienen su parte de culpa en la crisis ecológica ya que se basaron en el productivismo exacerbado, pero nunca fomentaron el consumismo frenético y sin un fin social que sí promueve el capitalismo). La acumulación continua de capital necesitaba y necesita expandirse en términos de producción total y en términos de territorio total.

Los países de la Periferia se ven obligados a sobreexplotar sus materias primas para la exportación para obtener divisas como pago de los intereses de la deuda externa. La deforestación se produce por el desmonte de tierras, por la creación de monocultivos para la exportación a los países del Centro, por las explotaciones mineras y la fabricación de carbón vegetal, por la tala indiscriminada de árboles, etc. Se esquilman así los recursos madereros, los alimenticios, la pesca, los minerales y la energía de los países que eufemísticamente se denominan "pobres", cuando son los que más riquezas poseen y estas riquezas van destinadas a los países "ricos".

Además, los impactos ambientales de la producción industrial para la exportación, exigen un consumo intensivo de energía que agota los recursos no renovables y tiene graves repercusiones sobre el cambio climático, la contaminación del agua y aire y la generación de productos químicos tóxicos y el vertido de residuos. Existe incluso un comercio de desechos y de residuos tóxicos, la mayor parte de ellos van destinados a los países del Sur.

Los problemas ecológicos y ambientales son el resultado de disfunciones de carácter social y político, están determinados por la forma de relación de los seres humanos, por los patrones de consumo que siguen y por el tipo de organización que adopta la sociedad para satisfacerlos, en suma, son el resultado del modelo económico establecido. El empobrecimiento progresivo del patrimonio natural del planeta y la limitada capacidad de recuperación de los ecosistemas, esto es, la crisis ecológica y la crisis ambiental son el resultado del actual modelo globalizador, un modelo de producción y de consumo injusto, depredador con los seres humanos y la naturaleza.

c. Agigantando la brecha entre géneros

A las desigualdades sociales se acumulan las desigualdades de género y a la inversa. El género es un elemento que forma parte de las relaciones sociales y humanas y también es una forma primaria de relaciones de poder.

Cinco años después de la Cumbre de Desarrollo Social de Copenhague y la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer de Beijing celebradas en 1995, las cosas no parecen haber cambiado mucho, Según la ONU hoy hay más personas viviendo en la pobreza que hace 5 años, incluso en países con fuerte crecimiento económico, la cantidad relativa de pobres ha aumentado. Además, la pobreza tiene género femenino. Las mujeres conforman el 70% de los 1.500 millones de personas que viven en la pobreza absoluta, ellas son las que no tienen acceso a la tierra, al empleo remunerado, a la educación, a los servicios de salud, acceso al crédito, etc. A pesar de los esfuerzos hechos por algunos gobiernos locales o nacionales que se comprometieron a mejorar la situación de sus países y que específicamente acordaron asumir políticas y objetivos tendentes a la igualdad de género, las gestiones locales chocan frontalmente con las decisiones macroeconómicas adoptadas por los organismos internacionales (BM, FMI, OMC).

El ciudadano global sigue siendo el mismo que el ciudadano ilustrado: varón blanco y con dinero porque, aunque cambien las leyes, su traducción simultánea a la esfera cotidiana no es ni mucho menos automática. La discriminación no se produce de forma tajante y unilateral por parte de una institución, una empresa o un grupo social, sino que atraviesa distintas etapas y grados y se produce tanto a nivel individual como a nivel social, político e institucional. Se ponen barreras desde los más bajos escalones: la escuela, el trabajo, el hogar... hasta los más altos: el llamado techo de cristal.

La globalización ha conducido a una desregulación del mercado laboral que ha producido una brecha entre mano de obra base, formal, estable y calificada (generalmente masculina) y una mano de obra informal y periférica, con trabajos precarios, ocasionales, temporales, a domicilio, a tiempo parcial, sin protección y con menor salario (generalmente mano de obra femenina y/o mano de obra infantil). El desempleo no sólo afecta más a las mujeres, sino que también está, en parte, relacionado con el aumento de la violencia doméstica. El peso de la pobreza sobre mujeres y niñas hace que éstas sean las víctimas de la violencia de sus compañeros masculinos, o que éstas tengan que dedicarse a la prostitución, o se vean sometidas al tráfico, la violencia o el abuso de sus derechos humanos. Incluso que se ocupen de trabajos en régimen de explotación o en ocupaciones peligrosas para la salud (Rigoberta Menchú ha denunciado que en Guatemala las mujeres amamantan a sus hijos con leche contaminada por los pesticidas agrícolas) y todo esto, sin abandonar el trabajo no remunerado de ser el soporte material y afectivo de su propia casa y su familia. La entrada de las mujeres al mercado aunque parecía que iba a liberarlas de la servidumbre doméstica, por el contrario, ha acentuado la situación de desigualdad.

La tradicional separación de roles ha hecho que se extendiera la conciencia de que las mujeres se han ocupado únicamente de la esfera reproductiva. Sin embargo, fue la revolución industrial la que incidió en la separación entre la esfera de la producción doméstica y la esfera mercantil. Fue entonces cuando el trabajo se empezó a relacionar con la producción y, a partir de ese momento únicamente se considerará trabajo aquél que establece una relación monetaria de por medio, por tanto, el trabajo de las mujeres comienza a considerarse como inactividad. Sin embargo, hasta principios del siglo XX, la vivienda familiar era el lugar de producción: alimentos, huerta, ganado, pan, vestido, etc. y las mujeres contribuían a la producción tanto o más que los varones. Es en este siglo cuando el hogar se convierte en un lugar de consumo. Al pasar de productores a consumidores, se hace necesario el acceso al dinero y las mujeres no lo tenían, sino que dependían económicamente del varón.

Otra prueba de que las mujeres han contribuido notablemente a la producción es que, dejando al margen las actividades ligadas al transporte y distribución de mercancías, el enorme crecimiento del sector servicios en las últimas décadas se ha debido en parte a la incorporación de las mujeres al empleo, ya que las labores y actividades que precisamente éstas desempeñaban en casa, son las que se ha ido integrando poco a poco en el mercado: cuidado de los niños y de los mayores, atención a los enfermos y discapacitados, preparar la comida, confeccionar, lavar y arreglar la ropa...

El mercado echa mano de las mujeres en situaciones de crisis económicas y crisis bélicas y hoy se dirige a las mujeres no para resolver sus necesidades y deseos, sino porque las mujeres constituyen un mercado que representa más del 50% de la población total, por lo que considera que éstas no pueden permanecer al margen del consumo y fuera de las pautas del sistema y más, cuando son ellas las que se encargan de abastecer y administrar la unidad familiar y de realizar las tareas de las que se desocupan tanto el Estado como la sociedad en su conjunto. No sólo el mercado no resuelve las situaciones de desigualdad, sino que las potencia. Excluye y discrimina a las mujeres pagándolas un menor salario o apropiándose de su trabajo no pagado que es el que da vida, educa, nutre y cuida a los futuros y presentes "productores" y "consumidores". Sin la mujer cumpliendo "su" papel en la esfera doméstica, los varones no podrían entrar en el ámbito público ni serían posibles la producción y el mercado capitalistas.

4. Desmontando algunos mitos:

La representación de la realidad se ha forjado históricamente bajo la mirada masculina. Que los hombres pudieran dedicarse a tiempo completo y a pleno rendimiento a la esfera pública, ha hecho que la visión masculina se presente como la única existente y su forma de ver y de explicar el mundo se ha considerado como la verdad objetiva y universal. Sin embargo, existen distintos puntos de vista y realidades contradictorias, como lo han demostrado no sólo otras culturas no occidentales que se han opuesto al etnocentrismo imperante, sino también esa inmensa minoría silenciada que constituye la mitad de la humanidad: las mujeres.

El sistema transmite ideas y valores a través de las representaciones difundidas por los medios de comunicación de masas y nos presenta la ideología imperante como algo neutro y objetivo, como la realidad. Por el contrario, el lenguaje del que se sirve una ideología es mensaje, no herramienta de comunicación. A través del lenguaje asumimos una determinada "realidad", no la realidad, sino "su realidad". Es necesario, pues, desentrañar los mitos que la supuesta objetividad de las representaciones del llamado "pensamiento único" -aliñado con buenas dosis de pensamiento androcéntrico- nos impone, porque si no podemos identificar la realidad, tampoco podemos actuar sobre ella.

El universo mitológico en el que se basa la globalización es muy complejo, pero intentemos desentrañar algunos de los principales mitos sobre los que se sustenta la ideología neoliberal. Decía Pessoa que no hay prosa, ni la más rígidamente científica, que no rezume algún jugo emotivo. Veamos cuál es su jugo "emotivo".

a. La globalización es un evento completamente nuevo

Nos hablan de la globalización como de una nueva era, una gran transformación que viene a sustituir a todo lo anterior. Sin embargo, los procesos de mundialización han ido parejos a toda la historia del desarrollo capitalista y las nuevas relaciones de producción y consumo no han abolido las antiguas. Los recursos y el trabajo humano siguen utilizándose como mercancías, aunque ahora se intensifica su explotación.

b. la globalización como proceso natural e irreversible

Si el mundo está gobernado por las leyes del mercado es porque se va imponiendo por la fuerza de los hechos en un proceso de evolución natural. Eso ha llevado al fin de la Historia puesto que, según ellos, nos ha conducido al mejor de los mundos posibles y al único modelo factible. Esto nosotras no nos lo creemos porque la globalización, ese "paraíso" a alcanzar, es un infierno para la mayoría, pero sí hemos llegado a pensar que este es el único mundo posible, que la globalización es un proceso imparable e irreversible. Todos sus mitos, disfrazados de objetividad y racionalidad, son los que nos impiden actuar, los que nos hacen creer que sólo es posible la respuesta del pragmatismo, la aceptación y la adaptación.

Pero la globalización no es un proceso natural ni incuestionable, los pueblos, los Estados y las personas no sólo tienen como único camino seguir la lógica del mercado. La organización social se fundamenta en las relaciones entre las personas, son ellas quienes establecen qué tipo de sociedad hay que construir y cómo se construye. No existen leyes mecánicas ni naturales, este modelo lo diseñan determinadas políticas e instituciones concretas, fijando unas reglas a la medida de unos objetivos determinados.

La Historia se ha basado en la confrontación de ideologías, posiciones políticas y luchas entre hombres. Como dice Mary Evans, en lo único que parecen estar de acuerdo los hombres es en su resistencia a la presencia de mujeres en el espacio público. Y, aunque el capitalismo haya sido el único sistema que ha quedado en pie tras el derrumbe de los países del Este, no quiere decir que este sea el único modelo que pueda existir. Son posibles cambios no globalizadores y, hasta las propias crisis del capitalismo, pueden dar un giro de 360º en el sistema económico y social.

c. Con la globalización las clases sociales desaparecen

Ya hemos dicho aquí que la globalización aumenta la pobreza y las desigualdades. De los 6.000 millones de personas en el mundo, un tercio vive bajo el umbral de pobreza. El 20% más rico posee el 86% de la renta y el 20% más pobre, el 1,6%. Se profundizan las diferencias entre países y entre personas. Tan sólo el 30% de la población mundial está en el mercado de forma completa, el 70% no están en él o lo están de forma muy parcial. Esta es la sociedad del mercado, una sociedad excluyente que trata a las personas como si fueran mercancías excedentarias y una sociedad que genera inmensas desigualdades. Las clases sociales no han desaparecido, sino que se han intensificado las diferencias sociales, pudiéndose resumir las clases en 3 grandes grupos: los incluidos, los precarios y los excluidos del sistema.

d. No hay alternativas a la globalización

Nos dicen que la globalización, por su propia naturaleza, es un proceso imparable e imposible de cambiar y regular. No es cierto, se puede regular y prueba de ello es que cada día se fijan nuevas reglas y tratados internacionales que dirigen la "mano invisible". En los últimos años se han firmado numerosos acuerdos comerciales muy complejos pero en un sentido político y económicamente contrario al que debería haber tenido. Se pueden y se deben regular las políticas sociales, ambientales y laborales. Se pueden realizar acuerdos que representen compromisos de equidad de género, igualdad laboral, prestaciones y derechos sociales, intercambios comerciales justos, controles a la especulación y responsabilidades ambientales. Lo que no existe es voluntad política de hacerlo, voluntad democrática, pero se pueden tomar acuerdos en todos los niveles: locales, regionales y globales y en todos los ámbitos. Se pueden y se deben tomar.

La imaginación es hoy más necesaria que nunca. Es preciso crear una nueva forma de entender el mundo, recrearlo, y comprender que las leyes del mercado no son inexorables, sino un tipo de relación social y humana que queremos, debemos y podemos cambiar.

5. La mercantilización de la naturaleza, de la sociedad y de los individuos ¿Cómo afecta la globalización a nuestra vida cotidiana?

Lo que no tiene precio no vale y lo que no vale no alcanza a ser un dato económico socialmente reconocido y políticamente significativo, se intenta entonces dar valor a los recursos naturales (se capitaliza la naturaleza) o al trabajo de las mujeres dentro del hogar (se capitaliza el trabajo doméstico), cuestiones que hasta ahora no se han considerado integrantes de la actividad económica y que no se incluyen en los balances macroeconómicos.

Los intentos de la economía ecológica y de la economía feminista por hacer visible a la sociedad y a los poderes económicos el verdadero valor de la naturaleza y del trabajo de las mujeres (precisamente dos de los elementos básicos e imprescindibles para la vida y que no son tenidos en cuenta), han conducido a la medición de esas actividades en términos económicos. Esta actitud muy loable, ya que se pretende hace visible lo que antes estaba tapado, sin embargo, puede reforzar la mentalidad que se pretende rechazar. Los seres humanos, el trabajo y la naturaleza no pueden ser tratados como mercancías. Las relaciones humanas y la ecología son dimensiones de la vida y de lo humano que no pueden ser tratadas como otra mercancía cualquiera, precisamente por su valor vital, no son sustituibles por ningún otro valor. Y además, existe una dimensión ética, no pueden ser reguladas por un sistema arbitrario que, intrínsecamente, produce desigualdad. La distribución del trabajo y la preservación y distribución de los recursos de la naturaleza deben hacerse al margen del mercado. Ya dijo el poeta que todo necio confunde valor y precio, así que no caigamos en la misma estupidez.

Las actividades humanas no deberían ser tratadas como mercancías (el amor, el sexo, el compañerismo, la amistad, el arte, el ocio, la cultura...), como tampoco debiera serlo el trabajo. El trabajo dejado al arbitrio del mercado condujo a la explotación y a la esclavitud, hoy quieren flexibilizar las condiciones y abandonar cualquier pacto social sobre el empleo, para devolver a los trabajadores a las inhumanas condiciones del siglo XIX. Cada vez más y más formas de relación entre las personas se incluyen en un sistema de intercambio basado en la mercantilización y la monetarización (sexo, cultura, arte, conocimiento, madres de alquiler, etc.). Es preciso remarcar que no todo tiene un valor monetario, que no todo se puede cuantificar y que la mayoría de las necesidades y aspiraciones humanas no son reducibles a simples guarismos. Además, es sarcástico que el mercado pretenda resolver los problemas que el propio mercado ha creado.

Monetarizar todos los recursos naturales y sociales, además de ser una tarea ridícula e impracticable y una idealización absurda, (¿cuánto vale amamantar y querer a una hija? ¿qué precio ponerle a la capa de ozono?), contribuye a potenciar la noción de que todas las actividades humanas deben estar guiadas por el afán de lucro y que la sociedad es un mercado donde todo se compra y se vende. No todas las actividades están o deben estar orientadas hacia el lucro económico y, no nos engañemos, el objetivo último del mercado no es la satisfacción de necesidades, sino la acumulación de dinero. El mercado no puede resolver esas necesidades y aspiraciones, éstas se tienen que resolver en otro sitio, en el terreno de la política, y por medio de la participación social y humana. El abanico de necesidades y objetivos es tan amplio que ni la racionalidad económica ni la racionalidad ecológica pueden determinar todas las variables humanas y ecológicas para evaluarlas en términos económicos.

Nuestras aspiraciones ecologistas o feministas no se van a solucionar por capitalizar la naturaleza o capitalizar el trabajo doméstico, incluyéndolos dentro del sistema económico existente. Determinar las externalidades sociales, ambientales y de género, y reducirlas a valores de cambio para introducirlas en la acción política es además, un modo excesivamente tecnocrático de tratar los problemas. Contribuimos con ello a hurtar el debate público, desplazamos al campo de la teoría o la gestión económica lo que debiera estar en el terreno de la política, la sociedad y la democracia. Además, aplicar la lógica del mercado a la familia y a las relaciones humanas es inviable, tiene que existir una reciprocidad, unos sentimientos y unos vínculos afectivos entre las personas que el dinero no es capaz de establecer. No es posible explicar las relaciones sociales desde el análisis coste-beneficio.

Administrar la casa era cosa de mujeres, pero administrar, controlar y mercantilizar el espacio público ha sido cosa de hombres. Sin embargo, la separación de la esfera del trabajo ha conducido a los hombres a la no responsabilidad social en el espacio doméstico: cómo se organiza socialmente el trabajo, la producción y la no producción dentro de casa. Pero también esta separación ha conducido a la irresponsabilidad social fuera de la casa, en el espacio público: lo importante es la producción y el beneficio económico y no qué se produce, qué necesidades existen y cómo se atienden, quiénes y de qué forma las llevan a cabo. Para mejorar el trabajo en el ámbito público la sociedad debiera aprender de las mujeres, puesto que en el ámbito doméstico y en la mayor parte de sus tareas productivas han ejercido estas funciones con verdadera eficacia, alejándose de la lógica productivista al uso y dándole al trabajo y a las relaciones sociales una verdadera dimensión social y humana.

Las mujeres, tradicionalmente, se han ocupado de la educación y del cuidado de los hijos, de la asistencia a los mayores y a los enfermos y de la producción comunitaria de bienestar, en suma, de lo social, de la política entendida como servicio a los demás, y no como poder sobre los demás. Sin embargo, la globalización promueve otros valores. La competencia y el beneficio económico como valores supremos, destruyen los sentimientos comunitarios y el control democrático sobre las economías y sobre la propia vida de las personas. Decía Harriet Taylor que "mientras la competencia sea la ley general de la vida humana es una tiranía excluir a una mitad de los competidores", sin embargo, la tiranía real es que la competencia sea la ley de la vida humana tanto para las mujeres, como para los hombres.

Hoy hay 5 millones de amas de casa en España y el mercado se apropia de la producción y reproducción de la vida humana, tarea que llevan a cabo éstas y otras muchas mujeres. Una posibilidad que paliaría su ausencia de renta o su dependencia económica de la pareja, sería establecer una renta básica como derecho ciudadano universal y sin contrapartidas, que también incluiría a estas mujeres. Esto paliaría en parte, sólo en parte, ésta y otras muchas situaciones de precariedad y de exclusión, ya que la solución real pasa por la coparticipación en las tareas y en la corresponsabilidad por parte de mujeres y hombres, en la socialización de las labores de cuidado, y no por el simple reparto de rentas y tareas o en la mercantilización de éstas.

La globalización capitalista nos conduce a un mundo irracional. Si todos los aspectos de la vida humana se supeditan a los requerimientos de la acumulación capitalista, si se sigue con los mismos criterios de sobreexplotación de la naturaleza y de los seres humanos, especialmente de las mujeres, y se sigue sin atender las verdaderas necesidades de la gente, cualquier política tendente a evitar la desigualdad de género estará condenada al fracaso.

La competitividad es una forma de violencia que cada vez más transciende el ámbito del discurso y se asienta en la realidad cotidiana como un elemento firme y constitutivo de la sociedad globalizada. ¿Es sólo la codicia la que debe mover el carro de la Historia y es el dinero el único valor que guía a las personas como seres sociales o individuos? Nos dicen que vivimos en el único y en el mejor de los mundos posibles, pero la mayor parte de la humanidad sabe y experimenta que esto no es cierto. Si queremos construir una sociedad humana y no una selva social, hay que cambiar radicalmente la competitividad por la cooperación y establecer unas relaciones económicas, sociales y humanas basadas en el respeto a los otros seres humanos, en la equidad de géneros y en la consideración de la base biológica que nos sustenta. Madrid, Diciembre de 2000

BIBLIOGRAFÍA:

BORDERÍAS, CRISTINA: Repensar el trabajo de las mujeres. http://www.nodo50.0rg/mujeresred/

CORTINA, ADELA: La Extinción de la mujer cuidadora. El País, 23-11-99

EVANS, MARY: Introducción al pensamiento feminista contemporáneo. Minerva Ediciones, Madrid, 1997

MURILLO, SOLEDAD: El mito de la vida privada. Siglo XXI de España Editores, Madrid, 1996

RIFKIN, JEREMY: La era del acceso. Paidós, Barcelona, 2000

SEVERO, JESSICA: La mujer en el mundo del trabajo: ¿Y el compromiso?
http://www.socwatch.org.uy/1999/esp/tematicos/commitme.htm

(de Rebelión, julio 2001)

 

 

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