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Maura Brescia* Con los albores del milenio un nuevo fenómeno surge en la historia de la Humanidad: la era de la Globalización. Consiste en un dogma sustentado en las bases ideológicas de la doctrina neoliberal ortodoxa propagada urbi et orbe a los fieles del planeta. . Esta nueva fé se nutre de la deuda externa de los países periféricos para forzarlos a alimentar de materias primas, pero además de sus empresas más productivas, las arcas de las naciones centralistas. A partir de las tres últimas décadas se subastaron en la región de América Latina y el Caribe las fuentes de producción y trabajo que sustentaban a millones de sus habitantes. Las más prósperas de las empresas productivas y de servicios de los países dependientes y del Tercer Mundo han sido fagocitadas por las grandes transnacionales a nivel mundial. El control ejercido en las naciones latinoamericanas produjo un giro en la historia, estableciendo lineamientos nuevos con efectos demográficos, políticos, ambientales y culturales. Su resultado es la ascendente hegemonía empresarial, con el consiguiente debilitamiento político de los Estados y sus bases sociales. En la actualidad el poderío político-económico se encuentra en manos de conglomerados transnacionales y cada vez más la globalización se percibe como destino. LAS DESIGUALDADES SOCIO-ECONOMICAS América Latina es la región del mundo con la peor distribución del ingreso y la mayor concentración de la riqueza. Este es un rasgo característico desde el inicio de la conquista y la colonización, que perdura hasta nuestros días. Los límites a los liderazgos empresarios impidieron expandir el empleo e integrar al conjunto de la sociedad en un proceso generalizado de crecimiento, reduciendo las posibilidades de construir sistemas de capitalismo nacional autocentrados en la movilización del ahorro y los recursos intemos, el aprovechamiento del mercado interno, la expansión de las exportaciones y el cambio técnico. La presencia de las empresas extranjeras en América Latina y la debilidad relativa de los liderazgos empresariales nacionales fue suplida por la inversión pública y por la inversión privada extranjera. La concentración de la riqueza y la fractura social de raíz étnica contribuyeron a formar regímenes políticos excluyentes e inestables. A partir de 1958, dos grandes países, Brasil y México, a pesar de apoyar formalmente las tesis de integración regional, dieron un salto en su proceso de desarrollo en base de una industrialización más avanzada. Esta se dió con apoyo de la inversión extranjera y la protección externa que garantizó el mercado interno para una nueva ola de inversiones de las filiales de grandes empresas trasnacionales en la industria manufacturera. En el caso de México, las filiales eran básicamente norteamericanas, con lo que se articuló el ciclo de integración entre comercio e inversión con Estados Unidos, que facilitó posteriormente el Tratado de Protección de Inversiones de Libre Comercio de América del Norte. Brasil, al recibir inversiones de Europa y Japón, estableció un vínculo trasnacional que lo llevó en la década de los 70 a su vocación de global trader con exportaciones importantes de productos manufacturados; se convirtió en el único país de América Latina en tener un superávit comercial en el sector manufacturero entre 1974 y 1994. Ambos países, con sus elevadas tasas de crecimiento, representaban más de 2/3 de la producción industrial latinoamericana. Más de 224 millones de pobres existen en las naciones latinoamericanas, de los cuales 117 millones son menores de 20 años que no cuentan con fuentes fijas de empleo. Un informe de la Cepal sostiene que hubo un rebrote de pobreza en América Latina entre 1998 y 1999 debido a la crisis económica que causó la caída del PIB. Esta situación impidió a los gobiernos desarrollar programas de reactivación, de empleo y ejecutar programas de alcance social. En los países centroamericanos la desigualdad tiene varios ejes: la desigual distribución del ingreso, de los activos y del consumo; el régimen de tenencia de tierra; el acceso discriminatorio a oportunidades, así como a los servicios públicos y a la administración de justicia. Son reflejo de la desigualdad la situación de grupos vulnerables, como las mujeres jefes del hogar y las comunidades indígenas. Este panorama compromete la cohesión social indispensable para cualquier esfuerzo sostenido de desarrollo económico; situación que se ve más clara en Guatemala, ante el compromiso en los Acuerdos de Paz suscritos en 1996 de reconocer la Identidad y Derechos de los Pueblos Indígenas. En algunos países más del 70% de la población vive en situación de pobreza, en Nicaragua, casi dos tercios de la población; en El Salvador, algo menos de la mitad, y sólo en Costa Rica algo menos de la cuarta parte. En la actualidad alrededor de 20 millones de centroamericanos viven en situación de pobreza, de los cuales 14 millones viven en condiciones de indigencia. Otro tanto ocurre con la distribución del ingreso. En Guatemala y Honduras, el cuartil más pobre de la población participa en menos del 6% del ingreso, mientras que el decil más rico participa en más del 37%. En contraste, en Costa Rica los coeficientes son del 9% y del 27%, respectivamente. El predominio de las empresas transnacionales produjo un aumento de la internacionalización y concentración industrial, que repercutió sobre las estructuras de mercado y los patrones de distribución. Se sumó una fuerte caída en el nivel de remuneraciones reales, que junto a la combinación de insuficientes puestos de trabajo y salarios reprimidos causó la principal explicación de la elevada incidencia de la pobreza que continúa registrándose en toda la región. Latinoamérica no ha avanzado en el principal desafío de la región: resolver la pobreza y la inequidad. Uno de cada tres latinoamericanos sobrevive con menos de dos dólares diarios. La heterogeneidad en Latinoamerica se aprecia tanto por los tamaños geográficos como por las disparidades en los ingresos. México, Argentina o Chile son economías ricas y desarrolladas en comparación con Haití y Honduras. Pero todos los países de la región evidencian un alto grado de disparidad en la distribución interna de los ingresos. AMÉRICA LATINA: ELECCIONES BAJO LA GLOBALIZACIÓN Afortunadamente para América Latina, en la mayoría de los casos el voto libre y los gobiernos civiles son la característica del momento. La región no acepta como legítimas otras vías de hecho que fueron frecuentes durante la centuria que terminó, y por el contrario está revaluando el concepto de democracia para hacerla más firme y efectiva. A diferencia de las concepciones dominantes hace algunos años, las instituciones formales no bastan hoy como parámetros para identificar una democracia y las exigencias se extienden a la lucha contra la corrupción, la participación de la sociedad civil y la satisfacción de las necesidades básicas de la gente. Ideológicamente en los últimos años, en las derechas latinoamericanas se ha constituido una realpolítik que toma la forma de servicio liso a las corporaciones. Ante esto, la centro-izquierda se encoge y reduce sus demandas. En los países en donde se plantea una elección, el sistema corporativo ya ha echado raíces. Es desde el poder donde se plantean las estrategias para un desarrollo continuista, lo que se llama seguir sosteniendo el modelo. Se les ve realizar un gran esfuerzo para unificar a las tendencias corporativas sobre el apoyo al modelo, el reconocimiento de los intereses comunes, el reparto de los espacios económicos y de poder. Si eso fracasa, se aspira a que uno de los sectores sacará más votos y llegará a la decisión en una segunda vuelta, en donde todos los partidarios del modelo le darán el triunfo con las garantías consiguientes para el poder corporativo. El sistema de partidos ha sido generalmente débil en América Latina. Con excepción del antiguamente consolidado bipartidismo uruguayo, del multipartidismo chileno hasta la década de los 70, del peronismo de antaño, el sistema de partidos era de poca consistencia y de escasa inserción nacional. En la medida que la participación política se extiende, los partidos alcanzan una cierta representación social de los sectores emergentes, como son capas medias y sectores populares. Es el caso de la izquierda oficialista y el centro laico y cristiano en Chile, del radicalismo y del peronismo argentino, de Acción Democrática en Venezuela, del APRA en Perú, de Liberación Nacional en Guatemala, de los partidos populistas brasileños y ecuatorianos, entre otros. La transformación más importante ocurrida a nivel de los partidos pareciera ser que éstos tienden a perder su carácter representativo de intereses sectoriales, transformándose en partidos nacionales de orientación más integrativa, mientras disminuye la participación de los ciudadanos en la formación de la voluntad política y aumenta la de contribuir al proceso de legitimación del poder. Más allá de las variaciones entre países, se puede establecer una generalizada tendencia a los acuerdos y consensos entre fuerzas políticas que solían presentarse como antagónicas en virtud de las representaciones sociales y de tajantes definiciones ideológicas. Los únicos que parecen ganar fuerza como grupo de presión son los gremios empresariales de alta concentración nacional e internacional, particularmente en períodos de transición en que son requeridos como apoyo político. Hay otros dos sectores que mantienen su importancia como grupos de presión: la Iglesia y las FF.AA. El poder de la Iglesia radica fundamentalmente en su capacidad para impulsar o condicionar la legitimidad, debido a su preocupación por prevenir acerca de los excesos de la ideología neoliberal. Por su parte, las FF.AA.después de la experiencia autoritaria no sólo han conservado su poder, sino que en algunos casos, lo han aumentado. Su preocupación fundamental es de carácter corporativo, que les permite plantearse como salvaguardia del orden ante cualquier asomo de agudización del conflicto social. Otros elementos de participación política que ven aumentada su participación son la tecnoburocracia y los medios de comunicación de masas. La tecnoburocracia basa su poder en la creciente valoración del conocimiento especializado y su influencia se hace cada vez más fuerte a nivel internacional y nacional. La aparente despolitización de muchos problemas centrales en la economía ha otorgado a los especialistas el privilegio de establecer las soluciones técnicas adecuadas. El actual consenso respecto al modelo económico refuerza el carácter aparentemente neutral de la tecnoburocracia, entregando a su decisión materias que anteriormente correspondían al debate político. La otra estrategia que moviliza el poder es su extraordinaria capacidad de control a través de los medios de comunicación, que le permite construir los mitos de sus diversas candidaturas y afirmar ideas simples en torno a las contiendas electorales. En este plan de la difusión, las derechas corporativas tienen a su disposición los medios de expresión que la llevan a llenar la mayoría de los espacios. Además, no deja de estremecer la distancia que mucha gente ha cobrado con respecto a los partidos políticos y los eventos electorales, después de una experiencia en donde han ido perdiendo los espacios ciudadanos. Toda esta situación amenaza con el abstencionismo, sobre todo entre las capas jóvenes. En la mayoría de los países latinoamericanos no existen leyes que regulen el financiamiento de los partidos políticos, por lo que, a menudo, las grandes empresas se ven tentadas a influir sobre las autoridades mediante el financiamiento informal de las campañas electorales o dando respaldo financiero a determinadas opciones del arco político. Lo que está ocurriendo en el terreno político abre vías para una reflexión más profunda sobre las nuevas condiciones que canalizan la actividad política hacia estos resultados. En esta etapa no debe despreciarse el grado en que ha comenzado a desarrollarse una nueva conciencia ciudadana y nuevos programas de transformación. EL MODELO POLITICO Las relaciones de poder sufrieron transformaciones importantes en el decenio de 1990: Con la caída del muro de Berlín en 1989 y la desaparición de la URSS en 1991 concluyó la bipolaridad militar, política e ideológica que predominaba en el mundo internacional desde fines de la Segunda Guerra mundial. En esa década Latinoamérica registró un ritmo de crecimiento, motivado por los descensos en las tasas de interés del mercado financiero internacional y a la elevada entrada de capitales a la región, producto de la privatización y de la inversión extranjera. Sin embargo, el estilo de desarrollo imperante no atendió los problemas sociales, sobre todo los del empleo, la pobreza y la marginalidad. El FMI, el BM y el OMC se convirtieron en protagonistas permanentes de la formulación y gestión de la política económica regional. El epílogo de América Latina a la globalización en el largo plazo es la actual situación, en que las políticas nacionales se formulan, condicionan o monitorean desde el exterior. La mundialización financiera influye en la situación de todos los países que integran el orden global y limita los grados de libertad de las políticas nacionales. Prevalece en América Latina un proceso de reformas cuyo eje es la inserción incondicional en el orden mundial. La política económica predominante consiste, en primer lugar, en administrar la deuda existente y en satisfacer las expectativas de los mercados. El enfoque actual sugiere que basta con respetar los derechos de propiedad y reducir los costos de transacción, desregular y dar transparencia a los mercados y al sistema financiero, mantener el equilibrio fiscal y la estabilidad de precios, abrir la economía, privatizar todo lo privatizable y reducir el Estado y la acción pública a su mínima expresión. Esto no basta para remover los obstáculos al desarrollo latinoamericano e iniciar un crecimiento sostenible de largo plazo. El modelo político se construyó, en algunos países, a partir de lo que era un sistema transaccional de partidos, pero en la función modernizante fue perdiendo bases y credibilidad. En Brasil, la crisis que se veía venir se resolvió mediante una reelección. En Perú la caída del prestigio del aparato gobernante es vertical. En Ecuador, hubo seis cambios de gobernantes en los últimos seis años. En Venezuela se perfiló el amotinamiento del cuerpo electoral con respecto al sistema de partidos tradicionales. En ese país, y a consecuencia de esos hechos, vino a reproducirse un planteamiento que también comienza a desplegarse en Chile: la importancia de romper con un sistema constitucional heredado del autoritarismo militar. Los conductores políticos latinoamericanos vinculados a las empresas transnacionales y al crecimiento de una burguesía igualmente transnacionalizante, se han venido resintiendo de una incapacidad para reproducir el modelo político que habían recibido en momentos más favorables. La operación continuista se hace cada vez más difícil. Encuentra límites en México, frente al triunfo de la oposición después de siete décadas de gobierno del PIR y el empobrecimiento masivo. En el contexto de esas políticas, es muy escasa la posibilidad de mitigar la pobreza y la marginalidad. La tasa de crecimiento de los últimos tres lustros es la mitad registrada durante la etapa del crecimiento interno; ha aumentado la pobreza y la marginalidad y crecido aun más la concentración de la riqueza y el ingreso, que es uno de los peores rasgos sistémicos de la realidad latinoamericana. Los avances logrados en materia de estabilidad de precios y en los equilibrios macroeconómicos están sustentados, en buena parte de la región, por un creciente endeudamiento externo y mayor subordinación a los criterios de los acreedores. En los procesos políticos comienzan a pesar otros canales de opinión, que ya no son los de los discursos parlamentarios, desde los salones de palacio o las oficinas de los organismos internacionales. Las burocracias comienzan a ser mezquinas en formar opinión. Esta es una crisis que también alcanza a los intelectuales del sistema. Mientras, en las escuelas, en las fábricas, en las calles, en las casas, en los sindicatos, en las redes y en las columnas de la prensa, comienzan a hablarse otros lenguajes. La crítica del sistema en América Latina, que precisa reparar en los resabios neocoloniales, manifiesta una manera propia de construir una política entre masas que habían dejado de significar. En este sentido, es muy importante el modo como la gente comienza a expresar deseos que ya no encajan con las seducciones de la economía de mercado. En Chile ha habido una recuperación de la memoria que va a tener, inevitablemente, un profundo significado político. La entrada en recesión ya es aceptada por los Bancos Centrales de la mayoría de los países latinoamericanos. Su declaración en Chile por el presidente del Banco Central, llevó a examinar el descalabro del comercio y del empleo, que se enmascara con la esperanza en todas partes: que estamos afortunadamente tocando fondo y que ya comienza o estará por comenzar una vigorosa recuperación... También concurre a esta encrucijada el resto de la antigua izquierda y hasta la izquierda en vías de renovación, con las rémoras de este pasado reciente, que hasta ahora le impide acceder a un discurso inclusivo y reformador. Expresan así un sentido de clase media comprometida con el sistema, pero ya no reconocen el descontento creciente de los postergados. Viven convencidos que el sistema no tiene alternativas y por eso no acceden a su crítica, al contrario, lo defienden, y hasta quieren ayudarlo a administrarse. No reconocen el espacio que está abriendo la crisis: viven hipnotizados con el pasado éxito del capital. Mientras tanto, se puede medir el crecimiento de la violencia en Colombia o en Ecuador. Sin embargo, se queman todavía algunas reservas provistas por la estructura del sistema político. En algunos países claves se despliega la coyuntura electoral, a través de un método que consiste en crear expectativas entre contendores sin un proyecto que los diferencie claramente. En otros, como Venezuela, esa posibilidad se desvió un tanto cuando se evidenció el crecimiento de un polo de fuerzas que reclamaba cambios. En cuanto a aquéllos lugares en donde la fórmula ya fue exprimida, los gobiernos deambulan hacia su enfrentamiento con el descontento popular. Como caso aparte, el gobierno cubano con su defensa a ultranza de los principios heredados de la revolución, tendrá que asumir que el mundo actual no se parece al de la guerra fría y que, por lo tanto, el modelo debe ser reformado y adaptado a los tiempos que corren. Hoy no hay agendas seguras para situaciones novedosas y escenarios que se van alterando constantemente, se exige estar alerta de las corrientes que mandan en el nuevo orden mundial. El proceso conduce hacia una misma dirección: el control transnacional del sistema de producción, de las finanzas y de la totalidad del sistema económico continental, lo que vino a implicar modificaciones nunca consensuadas, discutidas, ni menos aceptadas para la economía, la política, las sociedades y las culturas de los pueblos latinoamericanos. No caeremos en la irrealidad de pretender que nuestro continente podría haberse salvado de este fenómeno a escala planetaria. Pero creemos que el proceso se podía haber efectuado de manera más armónica y controlada. Un proceso que preservara los intereses a futuro de una población latinoamericana que presenció indefensa el traspaso a manos extranjeras de sus áreas productivas y de servicios. Un proceso que impidiera que los nuevos propietarios que detentan el control de las empresas arrebaten las fuentes de trabajo a millones de latinoamericanos. Un proceso que regule las abusivas alzas de tarifas que debe sufrir una población sumida en la pobreza endémica. Un proceso que distribuya con equidad y en bienes sociales de vivienda, salud, educación, el capital fungible producto de las privatizaciones. Un proceso que respete la preservación del entorno natural y ecológico, además de los derechos inherentes a las comunidades autóctonas. Los problemas económico-sociales que afronta la región repercuten sobre la seguridad ciudadana y afectan las posibilidades de consolidación de esa democracia que con tanto esfuerzo han alcanzado los pueblos latinoamericanos. Por ello la tarea central, en el futuro inmediato, es avanzar de la democracia política al desarrollo económico y la equidad social, a fin de resolver las desigualdades, la exclusión social, la marginalidad, la violencia y avanzar hacia objetivos de igualdad de oportunidades económicas, sociales y políticas. LA PENETRACIÓN IDEÓLÓGICA En el marco de una penetración ideológica en América Latina, se usa la globalización para justificar acciones derivadas de las relaciones de poder, tanto en el plano internacional como en el plano nacional de cada uno de los países. La apertura comercial no es un fenómeno de la mundialización, sino el fruto de los intereses dominantes de los países desarrollados para colocar sus productos y resolver sus déficit de balanza comercial. Condicionados por las nuevas exigencias de la valorización del capital, estos fenómenos entronizados por las Corporaciones Transnacionales (C.T.N.) han alcanzado dimensiones internacionales y se han desenvuelto entrelazados con otros fenómenos dentro del proceso de internacionalización del capital: la restructuración de las relaciones económicas internacionales y la conformación de una nueva división internacional capitalista del trabajo. En el contexto de este escenario se comenzó a hablar de GLOBALIZACIÓN y hoy día resulta ser el término económico más usado: ..."es un término mágico que todo lo explica, todo lo justifica y sirve además para aliviar las cargas de conciencia (de haberlas) entre las convicciones personales respecto a la lealtad a la nación y la subasta de la misma..."'. La globalización deriva de una corriente ideológica que facilita el aprovechamiento por parte de las grandes empresas transnacionales de los elevados excedentes financieros internacionales. En la búsqueda de mejor rentabilidad penetran en mercados, como el de los servicios públicos de América Latina. El debilitamiento del Estado en Latinoamérica es el fruto de la relación de fuerzas entre los que quieren darle mayor protagonismo al mercado y al sector privado, y los que buscan mantener cierta dirección económica y bases del Estado de bienestar para atender objetivos de equidad, de igualdad y de justicia social. La globalización es selectiva, lo que se refleja en los marcos regulatorios del orden mundial establecidos por la influencia decisiva de los países céntricos. De este modo, se promueven reglas generales en las áreas que benefician a los países avanzados, como en el caso de la propiedad intelectual, el tratamiento a las inversiones privadas directas y la desregulación de los mercados financieros. En cambio, se limita la mundialización a través de restricciones a las migraciones de personas o al comercio de bienes de especial interés para los países en desarrollo. Las principales decisiones de inversión, cambio técnico y asignación de recursos son tomadas por agentes que operan los mercados financieros y las empresas transnacionales a escala planetaria. Los países carecen de posibilidad de desarrollar estrategias viables que contradigan las expectativas de los operadores globales y los países que sigan esta regla serán beneficiarlos de las decisiones de inversión y otras aplicaciones de recursos y distribución de mercados, dispuestas por los agentes dominantes en el sistema internacional. Lo que sorprende en este proceso no es su ejecución, que bien sabemos era imposible de impedir, frente al sometimiento económico a nivel continental. La mayoría de los gobiernos latinoamericanos no han mostrado procupación alguna por explicar públicamente qué destino se le dio al patrimonio estatal vendido. Abstinencia muy decidora, si se considera que el dinero producto de estas operaciones es un elemento fungible. En algunos casos se trató de justificar declarando que una parte de los dineros se destinaría al pago de la deuda externa y a mejorar la infraestructura educativa o a proyectos de índole social. La ideología de la globalización, que en el campo económico es conocida como neoliberalismo, goza de gran aceptación en América Latina. Coincide con la ideología del poder financiero internacional que tiene predominio y se trasmite a través de los medios de comunicación, se cumple incorporada a las condiciones exigidas en los préstamos de los organismos financieros internacionales y es apoyada por las tecnocracias de la mayoría de los gobiernos de los países de la región. A FUTURO ¿QUÉ? Los problemas internos de la región se enfrentarán con las necesarias transformaciones del modelo económico y cambios sociales, políticos e institucionales que permitarán a las sociedades latinoamericanas evolucionar de la democracia política al desarrollo económico, la sustentabilidad ecológica y la equidad social. Frente al posesionamiento político, económico, cultural y social de la globalización, cabe preguntarse qué depara este fenómeno hacia el futuro del continente latinoamericano. En relación a cómo se ha reaccionado hasta el momento, la respuesta no es optimista. Pero tampoco parece probable que la solución sea retroceder a un pasado donde primó una posición estatizadora. La despedida a esa época añorada por algunos, se dio junto con el fin de la década de los 60. Y ahora, ¿A futuro qué?. El proceso de globalización, que partió hace una década, se acelerará cada vez más, debido a la persistencia del fenómeno y a la inmediatez de la innovación tecnológica. ¿ Y América Latina y el Caribe? A menos que surja un contramovimiento al interior de los países centristas y desarrollados, una contra-reforma de la cual ya se aprecian tímidos atisbos, en nuestro continente seguiremos manteniéndonos en la periferia de las decisiones y en el acatamiento de las resoluciones. ¿A qué lleva esto?. Los analistas prevén que los países latinoamericanos tenderán, cada vez más, a la dolarización de sus economías. Ya se habla de que el aceleramiento del intercambio económico y financiero se sustentará, a futuro, en tres monedas hemisféricas: el dólar, el euro y el yen. Globalmente América Latina está ante una encrucijada y en los próximos años veremos quebrarse muchos dispositivos que estábamos acostumbrados a ver como eslabones acerados. Mientras tanto, comprobamos que en esta Nueva Economía, el dinero se ha transformado en un capital financiero transnacional, fluctuante y especulador. Un Dios monetarista, transnacional, omnipresente, omnipotente...y que carece de rostro humano. *Editorial Mare Nostrum, Santiago de Chile, noviembre de 2000.- En esta obra se analizan los procesos de privatización y las políticas gubernamentales que los avalaron en 24 países de la región de América Latina y el Caribe. Además aborda la trascendencia de la transnacionalización y de la globalización para el presente y futuro del continente latinoamericano. La periodista e investigadora Maura Brescia cursó postgrado en el Instituto de Altos Estudios de América Latina (IHEAL) y en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales (EHESS) de la Sorbonne, donde fue discípula del sociólogo Alain Touraine.