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GLOBALIZACION, POLITICAS SOCIALES Y MEDIO AMBIENTE

Eduardo Gudynas (*)

claes@adinet.com.uy

Existe un consenso creciente de que la lógica del mercado se está expandiendo en América Latina, desencadenando profundas transformaciones en sus matrices culturales y políticas. La mayor parte de los análisis de este proceso han enfocado aspectos macroeconómicos (como por ejemplo el déficit fiscal o la inflación), la privatización de empresas públicas y la reducción de las políticas sociales. Sin embargo, esta reorganización economicista tiene muchos otros efectos, en tanto expresa una forma de concebir a la sociedad y la Naturaleza.

Las propuestas de la escuela económica austríaca, propulsada por Friedrich A. Hayek y L. von Misses, más conocida en nuestros países como neoliberalismo, han sido los principales propulsores de esos cambios 1.

Aunque en ningún país se mantiene un modelo neoliberal "puro", y mientras sus postulados están perdiendo fuerza, igualmente permanece un sesgo o estilo neoliberal sobre nuestras sociedades. Aunque se habla de justicia social y equidad, hay evidencias de la permanencia de una impronta que una y otra vez muestra la presencia del reduccionismo de mercado. Por cierto que el neoliberalismo no es el único responsable del énfasis mercantil, pero sí es su motor más enérgico. A pesar de los acalorados debates que se han sucitado sobre el neoliberalismo, hay algunos temas que han pasado casi desapercibidos. En este artículo me referiré a uno de ellos: el que hace a las repercusiones de la mercantilización de estirpe neoliberal sobre las políticas sociales y ambientales. En particular se analizaran impactos comunes a esas dos esferas, para dejar en claro cómo se está colando una particular visión de la sociedad.

Varias razones sustentan la importancia de examinar esos remanentes. En primer lugar, es necesario proveerse de herramientas que permitan identificarlo y comenzar así a buscarle alternativas. En segundo lugar, es importante alertar que, cuando se toman herramientas de mercado de manera descontextualizada de sus fundamentos, se puede terminar haciendo el juego a esta postura. En tercer lugar, este "fantasma" mercantilista plantea análogas formas de concebir las relaciones entre las personas y las relaciones con la Naturaleza, existiendo un alarmante paralelo entre sus propuestas sociales y ecológicas, las que han pasado casi desapercibidas. Finalmente, sus consecuencias, como la mercantilización social y la erosión de la política, son altamente negativas. Para precisar este análisis crítico, siempre que sea posible fundamentaré los comentarios sobre citas a Hayek y otros autores neoliberales, dentro de las posibilidades de espacio. Asimismo, el análisis está inspirado en los países del cono sur.

Políticas sociales y ambientales desde el mercado

La perspectiva neoliberal además de ser un modelo económico, es también una visión amplia de la vida en sociedad. Postula al mercado como el escenario social perfecto. Su funcionamiento se basaría en la aceptación voluntaria de los individuos, a partir de sus intereses particulares, sin atender a los fines colectivos. Las interacciones sociales quedan reducidas a relaciones de mercado. El centro se pone en el individuo, y la sociedad deja de ser una categoría con características propias, reflejando en cambio un mero agregado de personas distintas, cada una atendiendo sus propios fines.

Los derechos personales son reducidos a derechos del mercado, y la libertad es presentada negativamente, como ausencia de coerción, y en especial restringida a la libertad de comprar y vender. Es en el mercado donde se realiza la libertad personal. Para asegurar su correcto funcionamiento debe estar protegido de intervencionismos, y en especial, de los provenientes del Estado.

Un breve vistazo a algunas medidas que se han tomado en los terrenos social y ecológico, servirán de ejemplo. Las políticas sociales, en particular los servicios de seguridad social, y la educación, así como las políticas ecológicas de conservación de la Naturaleza, quedan subordinadas a criterios de mercado 2.

Por ejemplo, conceptualmente y prácticamente, se ha defendido que las políticas sociales gubernamentales deben restringirse a programas de amortiguación de los impactos de las reformas de mercado, mientras que otras tareas se podrían privatizar. La lógica de esa postura apuesta a que las fuerzas libres del mercado dispararían el crecimiento económico el que, a la larga, resolvería la pobreza, de donde no se necesitaría un apoyo desde el Estado. En varios rubros a estos argumentos se le suman otros estrictamente económicos. El caso más claro se da en la reforma de la seguridad social (pasividades y jubilaciones), donde una de las principales razones es asegurar capacidad de ahorro interno mediante la capitalización de los aportes. Las políticas sociales pasan a concebirse como formas de inversión o provisión de insumos para los circuitos económicos. En el terreno educativo, se concibe a la educación como un "sector productor de insumos" para la economía, de manera de aumentar la eficiencia de los procesos productivos 3.

Las expresiones de esta corriente se expresan en los países del cono sur con la difusión de los "fondos de inversión social", en la privatización de ciertas áreas de la salud y la educación, propuestas peregrinas como el manejo "gerencial" de escuelas secundarias, y la transmutación del vocabulario: la cobertura social y la educación son una forma de "inversión", las personas son "capital humano", y se entrena en "tecnologías sociales".

De la misma manera se considera que el mercado también puede solucionar por sí mismo los problemas ambientales. Los defensores del "ambientalismo del libre mercado" sostienen que hay "argumentos fuertes que sugieren una superioridad del mercado en relación con los gobiernos, sea ella medida en términos de calidad ambiental, equidad o eficacia económica" (Baden y Stroup, 1992). Paralelamente, las políticas ambientales pasan a basarse en asignación de derechos de propiedad a los recursos naturales, desembocando en la privatización de bienes comunes. Así como se habla del capital humano, en este terreno también se propone un "capital natural", de donde la conservación es una forma de "inversión". La CEPAL (1991) indica que "... es imprescindible reconocer que los recursos naturales y ambientales son formas de capital y que, como tales, son objeto de inversión." O sea que cuando se conserva un área natural, en realidad no se están protegiendo ni las especies ni los procesos ecológicos, sino que se está invirtiendo. La conservación se convierte en un negocio. Las políticas ambientales pasan a depender más y más de mecanismos de mercado, como el pago de tasas o impuestos a la contaminación, donde aquellos que tengan el dinero suficiente podrán pagar para seguir contaminando.

El ambientalismo neoliberal puede alcanzar posiciones ridículas. En su búsqueda obsesiva de optimizar los mercados, se ha llegado al extremo de plantear que el principio de contaminador-pagador se aplicaría a aquellos afectados por la contaminación, quienes deberían pagar esos impuestos (y no el contaminador), de manera de inhibir a las personas de escoger lugares de residencia próximos a industrias contaminantes (Baumol y Oates, 1988).

Ambito Estatal y ámbito privado

El sego neoliberal no niega al Estado, sino que lo minimiza, dándole un nuevo papel, subsidiario al mercado: debe asegurar que éste funcione, en particular manteniendo los derechos de propiedad y el orden público. En el área social, estas propuestas apuntan a la transferencia de diversas tareas al ámbito privado. En ese caso las medidas extremas son, por ejemplo, la privatización de los servicios de salud o de educación. En muchas circunstancias se desatienden las medidas de fondo, por ejemplo las que aseguren pleno empleo, y se recurre a un asistencialismo descentralizado. Existe un terreno, más incierto, que es la transferencia a la "sociedad civil". Pero al tomar el concepto en sentido estricto se evidencia un amplio abanico, que va desde organizaciones no gubernamentales ciudadanas, como las que dan coberturas específicas para comedores o guarderías infantiles, a las empresas privadas, donde los ejemplos notorios son las privatización de servicios estatales o la tolerancia a éstas, como es el caso ante la proliferación de las compañías privadas de seguridad a costa del papel de la policía.

En el caso de la gestión ambiental, lo que se busca es la privatización de los recursos naturales, en particular otorgando derechos de propiedad y patentes sobre variedades de plantas y animales, y transfiriendo la gestión ambiental a organismos por fuera del Estado y del control social 4. El caso más extremo es la constitución del Instituto Nacional de Biodiversidad (INBio) de Costa Rica, bajo personería jurídica de asociación civil sin fines de lucro, pero a la que se le han cedido la potestades de la nación para la conservación y manejo de los recursos biológicos.

Aquí se evidencia el terreno confuso donde se desenvuelven los análisis y propuestas alternativas. En especial varios movimientos sociales y partidos de izquierda, con su constante crítica al Estado, muchas veces justificada, terminan haciéndole el juego a una propuesta neoliberal. No se ha atendido con la misma rigurosidad como se da esa transferencia de potestades, ya que no es lo mismo la sociedad civil expresada en una cooperativa de campesinos, que aquella representada por una asamblea de accionistas de una empresa.

El sesgo mercantil avanza sobre todo en la cotidianidad. Allí se observa una avalancha de conceptos y términos mercantiles. Pero no menos relevante, es el hecho de cómo esos cambios están pasando inadvertidos o son tomados con toda naturalidad.

Un ejemplo ilustrativo lo constituyen un tipo de declaraciones que he observado en varios países latinoamericanos. Me refiero a algún gobernante que se expresa sobre la reforma educativa o de la cobertura social en términos de ofrecer al "consumidor" un nuevo "producto" en el "mercado" social. De la misma manera, en las campañas electorales siempre se detecta algún político que se presenta como un "gerente" que vendrá a "administrar" con "eficiencia" el país, tal como si se tratara de una "empresa".

Términos como estos son utilizados incluso por personas que están muy lejos del paradigma neoliberal. Esto revela precisamente como esa concepción mercantil ha invadido nuestra vida y es invocada abiertamente. Sorprende también que esta forma de expresarse pase inadvertida; varios años atrás seguramente hubieran desencadenado furiosas reacciones por implicar una reducción de algo tan amplio y valioso como la educación, la salud o el gobierno a un producto de consumo. También es sorprendente que este lenguaje es (aparentemente) comprendido por la gente. Todo esto expresaría, a mi juicio, que está en marcha un profundo cambio cultural.

Gran parte de la sociedad se mueve al vaivén del mercado y piensa en términos de mercado: el auge de las tarjetas de crédito, la instalación de los shopping centers, la seguridad privada, la difusión y acumulación de bienes materiales (varios televisores, teléfonos, radios y otros aparatos en cada casa), y cambios de este tipo, muestran en las ciudades latinoamericanas la irrupción cultural del consumismo. Hasta se llega a generar un "marketing ecológico" para atender a los ambientalistas.

Los cimientos conceptuales

Este sesgo mercantil se nutre de una serie de preceptos que encarnan claramente la corriente neoliberal. Para ellos el mercado es el único medio para la asignación más eficiente de los recursos. Allí se genera un orden espontáneo, donde la competencia es el mecanismo básico de acción entre los individuos. De hecho, según Hayek (1968), son los individuos persiguiendo sus propios intereses y beneficios los que determinan la marcha de la sociedad. Allí no hay lugar para la razón ni para una ética de solidaridad o altruismo. Hayek (1990: 52) sostiene que: "La competencia no es otra cosa que un ininterrumpido proceso de descubrimiento, presente en toda evolución, que nos lleva a responder inconscientemente a nuevas situaciones. Es la renovada competencia, y no el consenso, lo que aumenta cada vez más nuestra eficacia". Esta propuesta se sustenta en un tipo de mercado competitivo, de donde otros órdenes de mercado que dan cabida a otros tipos de relación (reciprocidad, canje, solidaridad, etc.), son también excluídos.

Se rechazan las intromisiones del Estado o de cualquier otro agente en el mercado, porque serían ataques a la libertad personal. También sostienen que nadie posee toda la información como para planificar y manejar adecuadamente la marcha de la sociedad, en tanto el conocimiento está diseminado y fragmentado, y será en el mercado donde esas piezas de información se integren. En atención a ello niegan que el Estado o cualquier otra organización pueda planificar o encauzar la marcha de la sociedad, confiando entonces en un orden espontáneo que deriva de las relaciones en un mercado competitivo (Hayek, 1994).

Esta postura va de la mano con la que privilegia el individualismo frente a las acciones colectivas, que consecuentemente se debilitan. Los seres humanos no tienen fines últimos compartidos. La minimización de la política y el Estado se reflejan en la propuesta de Hayek de un orden distinto a la democracia, y que llama demarquía. Para Hayek no puede existir algo como una justicia social porque el orden emergente del mercado es espontáneo y está basado en individuos que buscan su propio beneficio.

Por ejemplo, en 1968 sostenía que la "justicia social", entendida como medidas para evitar descensos en la posición material de grupos de personas, no es posible "sin destruir con ellos los fundamentos del orden del mercado". Véase que se anteponen los "fundamentos" del mercado a las personas. No puede desarrollarse un programa de justicia en los puntos de partida o llegada en tanto ello contraviene los principios del mercado. Su funcionamiento ya lleva implícita la idea de ganaderos y perdedores. Como no puede existir la justicia social, es mucho menos posible una "justicia ecológica" que proteja las demás formas de vida.

La exclusión de la ética

Bajo la perspectiva neoliberal, las consideraciones éticas son negadas, y se refuerza una postura de neutralidad valorativa. Desde la relatividad moral y las apelaciones a un "orden natural", esta renuncia a la ética, en realidad esconde en sí misma una postura ética. Se genera así una ética oculta que es individualista y antropocéntrica, que ve a los otros, sean personas u otros seres vivos, como simples recursos a utilizar. Unicamente se acepta una moral tradicionalista, donde se apela sobre todo a la obediencia, el sacrificio y el acatamiento, y de corte utilitarista evolucionista 5.

Se niega la posibilidad de la solidaridad y el altruismo en el hombre, al concebir que las personas son esencialmente egoístas. Es por ello que se cita una y otra vez la concepción de Adam Smith de que el hombre sólo recibirá benevolencia si logra mover "en su favor el egoísmo de los otros y haciéndoles ver que es ventajoso para ellos hacer lo que les pide", agregando que "No es la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero la que nos procura el alimento, sino la consideración de su propio interés. No invocamos sus sentimientos humanitarios, sino su egoísmo; ni les hablamos de nuestras necesidades, sino de sus ventajas". Para Smith el bien común se logra cuando se busca la "propia ganancia".

Estas afirmaciones, con más de dos siglos a cuestas, no fueron escritas por un neoliberal, pero son las invocadas hoy por ellos 6. En efecto, otro tanto sostiene Hayek (1990): "... nos vemos obligados a concluir que no está al alcance del hombre establecer ningún sistema ético que pueda gozar de validez universal."

Esto explica varias de las posturas sostenidas en el campo de las política sociales. La fuente de los principios no está en el análisis ético sino en las relaciones de mercado: "En un verdadero sistema de libre empresa, los derechos de los individuos y su propiedad son sagrados y no pierden su valor debido a conceptos filosóficos, como el bien público, o el interés público o el bien común" (Block, 1992). En el mismo sentido, el ambientalismo del libre mercado reniega de discusiones ética tales como las que consideran si los animales y plantas pueden ser sujeto de derechos, y en cambio afirma que: "El desarrollo de una ética ambiental puede ser deseable, pero difícilmente cambiará la naturaleza humana básica. En vez de intenciones, la correcta administración de los recursos depende de cómo buenas instituciones sociales controlan el interés personal a través de incentivos individuales" (Anderson y Leal, 1991).

Como la sociedad se mueve por intereses personales, el Estado puede actuar únicamente en ese plano, apelando a instrumentos de incentivos individuales. Como conciven que es la codicia la que mueve el progreso humano, las instituciones, aún las naciones, son reducidas a una compañía, y los ciudadanos a accionistas. En tanto el proceso básico es el beneficio personal, comportarse egoístamente no está mal en sí mismo, sino que lo que está mal son las condiciones que lo permiten o alientan. Si un empresario daña el ambiente contaminándolo, no es su culpa, y deberá ser perdonado, en tanto han sido "otros" los que lo han "obligado" a ello: "...hasta un industrial imbuído del espíritu público sería forzado a escoger el camino de la contaminación. Si él invierte aisladamente en caros equipamientos de prevención de gases, mientras sus concurrentes invaden la propiedad del vecino con sus partículas de polvo, estos últimos estarán en condiciones de vender por debajo de su precio y hasta de llevarlo a dejar el negocio, mas temprano o más tarde" (Block 1992).

Bajo un halo de fatalismo, en tanto nadie puede escapar a un egoísmo que es presentado como propio del hombre, se pasa a jerarquizar la competencia: la solidaridad en sí misma no existe, ni debe existir. Y si la solidaridad entre los hombres es negada y desplazada, para la solidaridad con la Naturaleza tampoco hay lugar.

Individualismo, posesión y competencia

Las posturas de los economistas austríacos llevan a un extremo una marcha histórica con viejos antecedentes. Karl Polanyi, en su estudio sobre el desarrollo de la economía de mercado durante el siglo XIX, lúcidamente advierte cómo el mercado fracturó al ser humano, y también cómo lo separó de la Naturaleza. Sobre el hombre y el mercado sostiene que la "separación del trabajo de otras actividades de la vida y su sometimiento a las leyes del mercado equivalió a un aniquilamiento de todas las formas orgánicas de la existencia y su sustitución por un tipo de organización diferente, atomizado e individualista" por medio de la aplicación de la libertad del contrato. Y sobre la Naturaleza y el mercado comienza reconociendo que el entorno natural está intimamente unido a las instituciones humanas: la "tierra se liga así a las organizaciones del parentesco, la vecindad, el oficio y el credo; con la tribu y el templo, la aldea, el gremio y la iglesia." Lo que el mercado logró fue que estas instituciones ligadas entre sí, y a la tierra, se subordinasen todas a aquel, reduciéndola; "la separación de la tierra y el hombre, y la organización de la sociedad en forma tal que se satisfacieran los requerimientos de un mercado inmobiliario, formaba parte vital del concepto utópico de una economía de mercado."

En esa misma línea se inscriben las opiniones de Adma Smith comentadas arriba, y las que le siguieron por pensadores como T. Hobbes y J. Locke quienes, más allá de sus diferencias, concebían al hombre inserto en el mercado. No en vano se ha acuñado el concepto de individualismo posesivo, para ilustrar una larga tradición histórica, caracterizable en que el "hombre es libre y humano en virtud únicamente de la propiedad de su persona, y que la sociedad humana consiste esencialmente en una serie de relaciones mercantiles", y que se seguiría aplicando hoy pero sin el control de la moral tradicional de aquel entonces (MacPherson, 1970).

Además del individualismo en la posesión, también se desarrolla un individualismo desde la competencia. Esto fue reconocido por Max Weber, quien advirtió que si bien el cálculo del precio es un proceso racional, resulta de una lucha entre los hombres: "El cálculo de capital en su estructura formalmente más perfecta supone, por eso, la lucha de los hombres unos contra otros." Esa lucha se ha trasladado a una competencia en un nuevo escenario, el mercado: "Todo el cálculo racional en dinero y, especialmente, en consecuencia, todo cálculo de capital, se orienta cuando la adquisición se verifica a través del mercado o en él, por el regateo (lucha de precios y de competencia) y el compromiso de intereses." De hecho, la asignación de precios resulta de esa lucha: "Los precios en dinero son producto de lucha y compromiso; por tanto, resultados de constelación de poder." Por estas razones la asignación del precio cobra nuevos atributos como "medio de lucha y precio de lucha", por un medio que está además "vinculado socialmente a la 'disciplina de explotación' y a la apropiación de los medios de producción materiales, o sea a la existencia de una relación de dominación" 7. Los hombres están compelidos a competir entre ellos, incluso en el acceso a los recursos naturales. Esta es la "ética del carnicero" de la que hablaba Adam Smith.

Estos atributos han teñido toda la modernidad, y se expresan con diferentes acentos en los modelos de progreso basados en el crecimiento económico, la apropiación material de la Naturaleza, y la competencia entre los hombres. Aquellos países que siguieron hasta hace poco un camino disitinto al capitalista, bajo el socialismo real, tampoco lograron evadir el apego industrializador, ni la luchas de poder, como tampoco alcanzaron a recrear procesos democráticos.

En la actualidad, sin otras alternativas conceptuales o prácticas, el reduccionismo de mercado ocupa el vacío de las propuestas, y es el neoliberalismo precisamente la corriente que más claramente lo defiende. Pero a diferencia de lo que secuedía en tiempo pasados, esa racionalidad economicista pasa a constituirse en fuente de preceptos morales y claves de interpretación social.

La economía neoliberal no niega la "ética del carnicero" y concibe a la sociedad como un conjunto de individuos en continua competencia. El mercado es el mejor marco institucional para ordenar esa competencia, la que es valiosa en sí misma. En efecto Hayek (1968) sostiene que la competencia es valiosa, tanto para promover algunas opciones como para desechar otras, equiparándola así a un "proceso de descubrimiento". Por medio de la competencia, atendiendo a miles de invidiuos en miles de circunstancias distintas e imprevisibles, y con el aporte de la casualidad, emerge el orden que el neoliberalismo postula.

Este proceso alimenta una reducción de la vida social al mercado, o bien la ampliación del mercado hacia otras esferas del ámbito público y privado en las que antes no incidía, o incluso una combinación de ambos. Este mismo proceso, bajo condiciones diferentes, ya fue advertido especialmente en Europa. Se recuerdan las tempranas advertencias de Jürgen Habermas y Claus Offe, y otras más recientes, como las de Alain Touraine, quien sostiene que la "reducción del liberalismo a la idea de que la sociedad debe concebirse como un conjunto de mercados" ocasionó "a la vez la participación de un mayor número de personas en todas las formas de consumo y la extensión de la marginalidad y la exclusión."

Los contrastes latinoamericanos

En América Latina, el proceso de merantilización tiene sus particularidades. En particular en el cono sur, el inicio de los años 80 fue el de una gran vitalidad en la esfera política y de los movimientos sociales al tiempo de las salidas hacia regímenes democráticos. Paulatinamente comenzó un descrédito en esos gobiernos y en sus estructuras partidarias, aunque se mantenía una importante actividad de los movimientos sociales. Más recientemente, desde inicios de los 90, incluso los movimientos sociales comienzan, unos a languidecer, otros a fragmentarse, expresando motiviaciones muy distintas y algunos a corporativizarse 8.

Las reformas realizadas en América del Sur muestran una mezcla de componentes neoliberales (con diferentes énfasis) y otros intervencionistas, resultando en políticas más o menos heterodoxas. Pero el sesgo mercantilizador parece no estar afectado y es un elemento que se insinúa como común a casi todas ellas.

Se insiste en la promesa de que el mercado brindará las opciones para reducir la pobreza y que allí se alcanza el bienestar individual. Sin embargo, las posibilidades de los mercados latinoamericanos de atender las demandas sociales son muy distintas a las europeas o estadounidense. Mientras la región sigue enfrentando altos porcentajes de pobres (alrededor del 40 %) y desocupados (con un promedio mayor del 7% de desempleo urbano), lo que se ofrece es más bien una promesa de consumo. Allí se alimenta una brecha entre las aspiraciones y los logros realmente alcanzados en el consumo.

Pero además se asiste a un consumo distorsionado. Jóvenes de los sectores más empobrecidos gastan sus pocos ahorros en calzados deportivos a precios escandalosos. Mientras los "fast food" de hamburguesas tienen, en los Estados Unidos, sus consumidores entre las grupos más pobres, frente al desprecio de la clase media y alta por la "comida chatarra", en Buenos Aires, por el contrario es la clase media y adinerada las que consumen en MacDonald's, en tanto su costo es comparativamente más alto.

La felicidad pasa a centrarse en el tiempo libre, en poseer dinero para consumir, y en moverse sin ataduras en pequeños grupos de amigos. La participación en movimientos sociales más amplios oscilan entre la solidaridad y el individualismo. Por ejemplo, un análisis atento de algunas manifestaciones en los nuevos movimientos sociales muestra, a mi juicio, una nueva manifestación del individualismo de mercado. Me refiero a quienes luchan desde una perspectiva esencialmente personal contra la basura en "mi" jardín, "mi" barrio", y que olvidan la solidaridad con otros barrios o ciudades.

En casos extremos, la participación trunca que ofrece el mercado deriva en una fragmentación de grupos, dentro de los cuales se desarrollan subculturas muy férreas, que sirven para ofrecer unidad y seguridad, pero también para distanciarse del "resto". Puede apuntarse como ejemplo las "tribus" urbanas de Buenos Aires, donde los jóvenes se diferencian en "punks noventistas", "heavies argentos", "hardcores", "rapperos del subdesarrollo", "skaters de las pampas", etc. En el barrio se oscila entre nuevas formas de agresión y la irrupción de la criminalidad, frente a lazos solidarios en el trabajo y la seguridad.

Ciertamente que antes también existían expresiones de egoísmo en las sociedades latinoamericanas, pero esta mercantilización alienta su expresividad desnuda, sin un espacio de confrontación ética colectiva donde poder tamizarlas. Mientras antes se resistía al individualismo desde el espacio colectivo, hoy se lo festeja.

Pero además, este nuevo espíritu se tiñe de una atmósfera de sacrificialidad. El neoliberalismo sostiene que se deben "sacrificar unas pocas vidas en aras de otras muchas" (según afirma Hayek, 1990). En esa línea los gobiernos piden sacrificios para aceptar el nuevo orden del mercado, invocando tanto los fantasmas de males peores que habría que evitar o las promesas de un futuro luminoso. Estos sacrificios son presentados como inevitables y que, cuando ocurren, en realidad expresan la propia incapacidad de los sacrificados. Es que en el mercado todos son iguales, con las mismas potencialidades, de donde los éxitos y fracasos dependerían de las propias capacidades.

Como se puede observar, el énfasis mercantil en el sentido neoliberal viene cargado de valores y normas que sesgan a toda la sociedad. Por ello no es posible compartir posturas como las de Norbert Lechner (1992), cuando sostiene que la dinámica del mercado debe ser analizada en "relación al contexto social y no en función de discursos ideológicos", o que "el significado del mercado no hay que buscarlo en los valores de la libertad e individualismo sino en los cambios en el mercado mundial." Muy por el contrario, son precisamente los reflejos ideológicos los que permiten un tipo de relaciones de mercado sobre otras, y con ello, un tipo de dinámica social sobre otra. Asimismo, si bien es cierto que los vaivenes de los mercados globales mueven a los países latinoamericanos, no todo lo que sucede en nuestras ciudades y campos está determinado desde la bolsa de valores de Wall Street o el mercado de granos de Chicago. Por más que estemos en pequeñas balsas en las corrientes y vientos de los mercados globales, tenemos timones. Ciertamente que habrá dificultades para marcar el rumbo, pero el timón está allí y puede usarse.

Cuatro años más tarde, el mismo Lechner advierte este evance de la mercantilización de la sociedad: "la reformas estructurales en marcha desbordan ampliamente el marco económico; no sólo imponen una economía de mercado, sino que van generando una verdadera 'sociedad de mercado" con nuevas actitudes, conductas y expectativas'". Estos nuevos marcos no son impuestos por una fuerza prepotente, y por más que diversas acciones autoritarias los acentúan o aceleran, su propia permanencia requiere del consentimiento y de la participación social. Tampoco se han rebelado contra ellos las grandes mayorías en nuestros países, señalando con ello que de alguna manera los consienten o incluso alientan. Esto revela que aquí están en juego mecanismos más complejos y seguramente relacionados con mecanismos psicológicos.

Un primer paso para comprender este fenómeno es reconocer que en la actual situación se plantean metas y objetivos que todos compartiríamos: el progreso, el bienestar, la participación, la creatividad. Pero por detrás de estas palabras, los verdaderos significados apuntan al mercado y al individualismo posesivo y competitivo. En un estudio particularmente esclarecedor sobre los requisitos que exigen los empresarios, P. Gentili descubrió que lo que es "bueno para la empresa" es por naturaleza "bueno para la sociedad"; aunque esa igualdad es unidireccional, ya que lo que es "bueno para la sociedad" puede no serlo para la empresa. Este autor también demuestra que los empresarios cuando requieren funcionarios creativos, en realidad lo entienden como "someterse creativamente a las normas" y "estar más calificado" quiere decir "estar mejor disciplinado". Ese análisis revela posturas que van en la misma dirección que las apelaciones de Hayek por una moral tradicionalista sustentada en la obediencia, el sacrificio y el acatamiento 9.

Establecidas estas tendencias debe avanzarse en un análisis cuidadoso que evite los reduccionismos. En primer lugar debe reconocerse que los grupos económicamente dominantes, que son los que más propalan este tipo de ideas, no poseen una postura conscientemente oscurantista ya que, desde su óptica, promueven el desarrollo tal cual lo conciben, y de allí su apelación al mercado. Bajo su perspectiva la empresa pasa a ser elogiada, y el Estado criticado, fortaleciéndose el mercado. Esto no es una crítica a la actividad empresarial, a la cual se reconoce como válida y necesaria para el desarrollo; es una crítica al reduccionismo al mercado.

La difusión de estas concepciones en la sociedad implican la participación de mecanismos psicológicos. Tanto los medios masivos de comunicación como la enseñanza formal, muchas veces han fortalecido estas tendencias, convirtiéndose en uno de los medios más eficaces para incidir en la sociedad, promoviendo un modo de ser y pensar (Evia, 1995). A ellas se suman las empresas de relaciones públicas, las de publicidad, las de selección de personal, y los institutos de formaciones empresarial y organizativa. Cada una de estas organizaciones apuntala a las otras en una misma dirección. Una empresa buscará funcionarios con las cualidades apuntadas anteriormente, y ello será lo que exigirá sus gerentes de personal, y consecuentemente eso ofrecerán las universidades y politécnicos.

No quiero decir que gran parte de la población sea manipulada por una minoría perversa, que apela a la educación y la publicidad. Sin embargo, como advierte Qualter (1994) en su estudio sobre la publicidad, si bien no es posible engañar a toda la gente al mismo tiempo, sí "es posible engañar a muchos de ellos, algunos al mismo tiempo", agregando que la actual era de masificación facilita esos engaños.

En esa línea avanza la mercantilización de la vida cotidiana, incorporándose nuevas expectativas y conductas para la distracción y el manejo del tiempo libre, la desarticulación de los ámbitos grupales cohesivos y sostenidos, una fuerte presencia de la publicidad y la promoción del "consumidor" como persona que alcanza la dicha en la maximización de ese consumo, y una formación y adoctrinamiento explícito que apoya este tipo de comportamiento (veáse por ejemplo a Chomsky, 1994).

En tanto, supuestamente el bienestar y la felicidad se compran en el mercado, desde allí no hay ni escenarios ni procedimientos para constuir colectivamente las políticas sociales y ambientales. Por la otra parte, desde el Estado puesto al servicio del mercado, los intentos de diseñar y ejecutar políticas en esas áreas se hace en términos de cálculos económicos.

La erosión de la política

La mercantilización de las políticas sociales y ambientales tiene otra consecuencia simultánea y que es la erosión de la política en su sentido amplio. Hayek señala claramente que sería fatal que la "voluntad colectiva dirija los esfuerzos de los individuos", a partir de lo cual postula un gobierno mínimo: "el poder del gobierno, en cambio, debiera confinarse a defender a los individuos de las presiones de la sociedad. Tal protección de las iniciativas y empresas individuales solamente puede lograrse mediante la institución de la propiedad privada y el conjunto total de las instituciones libertarias contenidas en la ley". Desde esta postura, centrada en el individuo, no hay casi lugar para la política sensu lato. El capitalismo de mercado empuja a la despolitización, y el noeliberalismo termina por precipitarnos a ese vacío.

Sin embargo, los procedimientos técnicos típicos del mercado, como el análisis de costo-beneficio, no son un foro para la discusión pública. Esas herramientas, basadas en una econometría, terminan generando "políticas sin debate". El filósofo inglés John O'Neill (1993) señala acertadamente que si las concepciones del bien común "no tienen un lugar en la justificación de la política pública, entonces la política se convierte en un método de agregación de cualquier ideal que pasen a tener las personas, sin discutir o juzgar esos ideales", y agrega que si estos son tratados como deseos o preferencias, la "política se convierte entonces en un ámbito subrogado del mercado donde los argumentos normativos sustantivos son irrelevantes. El análisis de costo-beneficio provee el más claro ejemplo de ese tipo de racionalidad técnicamente concebida".

La mercantilización de las relaciones sociales va dejando sin contenido a la política. El pobre desempeño de los gobiernos latinoamericanos en solucionar los problemas sociales y ambientales contribuye a este estado de cosas. No sólo las soluciones son escasas, sino que de las pocas que se intentan, muchas son inadecuadas. Los gobiernos parecen más interesados en medidas para encauzar y controlar los movimientos sociales, por sus constantes críticas a su gestión. Así, en América Latina, se ha apelado a los registros de las ONG, se imponen canales burocráticos para los reclamos ciudadanos, y se enfatiza la propaganda sobre las acciones. Para muchos, estas fallas de los gobiernos expresan en realidad una incapacidad propia del Estado, y de allí, concluyen censurando todo el ámbito político, preguntándose si los políticos realmente atienden el bien común.

Emerge así una contradicción en la herencia del liberalismo histórico, dada entre el individualismo que desemboca en egoísmo, y la necesidad de un orden político democrático, que también es de estirpe liberal, pero que exige de responsabilidad social (Cortina, 1992). Por ahora, en América Latina, parece avanzar la primera opción. El cuestionamiento neoliberal, dice Lechner (1996), hace que el "papel de la política como instancia privilegiada de representación y coordinación de la vida social" se haya vuelto problemático. Esto significa un retroceso en el fortalecimiento y democratización del ámbito público alcanzado en algunos países, especialmente durante su recuperación democrática.

El neoliberalismo fortalece un tipo de ámbito público, y hay quienes desde esa corriente o desde la vecindad liberal, alientan un traspaso de actividades a la sociedad civil, sean los grupos de base o las empresas. Pero en esa transferencia se conciben a esas instancias en meros ejecutores, conformando una política más parecida a la privatización de servicios que al fortalecimiento de la sociedad civil.

En la base de esto está el hecho de que el neoliberalismo no concibe ciudadanos sino consumidores. Con esta confusión aumenta las dificultades en generar una política ambiental. Es precisamente como ciudadano donde las personas se interesan en las cuestiones públicas que hacen a los temas de su país, mientras que cuando actúan como consumidores sólo buscan alcanzar el mejor provecho, por ejemplo comprando un bien al menor precio posible. Esta distinción crítica para las políticas ambientales, entre el ciudadano y el consumidor, fue realizada por M. Sagoff hace ya varios años (1988) 10. Es que desde el mercado no se puede intentar una regulación de la vida social, lo que podría ser considerado la "fatal arrogancia" del neoliberalismo.

De esta manera, los gobiernos, carentes de apoyos ciudadanos diversificados y plurales, quedan más y más indefensos ante las presiones de unos pocos grupos con poder económico, más interesados en sus propios provechos, y se genera así un círculo vicioso del que es difícil escapar. Carente de apoyo popular, el Estado posee márgenes de negociación cada vez menores frente a los grupos de interés, y se reduce más y más hasta el raquitismo. La ideología del progresionismo que reduce a las personas y a la Naturaleza a meros recursos pasa ser justificada desde la técnica y la economía.

Incapaces de tomar medidas profundas, los gobiernos tratan de responder a las críticas de los movimientos ciudadanos con medidas del gesto y la publicidad: campañas de educación, difusión de afiches y adhesivos. La ciudadanía percibe que esas son respuestas superficiales y aumenta su descreimiento en los políticos, potenciándose así ese círculo vicioso. Allí se cuelan neoprofetas calificados como "outsiders" que agudizan aún más el descreímiento.

Finalmente, toda esta situación abona un sentimiento más generalizado y difuso que está destruyendo la idea misma de la posibilidad de cambio (Hinkelammert, 1991). Los sueños compartidos y las utopías están languideciendo en el imaginario colectivo. La búsqueda de alternativas, los empujes para superar límites resultan seriamente dañados cuando las utopías no son tomadas en serio. Este es un cambio más profundo, mucho más que el de las modificaciones políticas y económicas que proponen los neoliberales. En la ausencia de una visión alternativa, los caminos a las posturas mesiánicas y dogmáticas están abiertos.

El énfasis mercantil hace que las relaciones sociales en el ámbito público político se erosionen y reduzcan, siendo parte del proceso de despolitización y descreimiento que se vive en varios países. Lo que se expresa no sólo por el debilitamiento de las vinculaciones a los partidos políticos tradicionales, sino también por poner en entredicho la legitimidad del Estado y la práctica política que lo sustenta. Más allá del escenario político, es todo el ámbito público el que parece reducirse al mercado.

Alternativas y reconstrucción

Si bien el empuje neoliberal viene agotándose, persisten y se profundizan las consecuencias de la mercantilización. La forma de remontar esta nueva cultura del mercado se da, a mi juicio, en una conjunción entre la propuesta de alternativas y accciones de construcción. Si bien ese análisis excede el propósito de estas notas, igualmente se pueden señalar algunos aspectos.

Es indispensable resignificar el mercado, ampliándolo y diversificándolo con nuevos tipos de relaciones bajo otros cánones que no sean la competencia y el lucro. Se deben rescatar la reciprocidad, el altruismo y la solidaridad en las relaciones mercantiles (donde las economías campesinas tienen mucho que enseñarnos) y volver a poner al mercado bajo regulación social.

El ámbito público también debe ser transformado. Es necesario reaccionar ante la erosión política. Una advertencia que a pesar de ser obvia, todavía no ha sucitado la atención que merece, es que si no existe un escenario político donde discutir colectivamente, nunca podrá construirse ni una política social ni una ambiental. En tanto el extremo mercantilista apuesta a esto, no puede esperarse de sus filas una reacción. En cambio sorprende que en muchos lugares la izquierda quede atrapada en el mismo callejón, y que con su obsesión de ofrecer imágenes de gobernabilidad apele a herramientas mercantiles que erosionan las prácticas políticas. Frente a esto se abre la necesidad de reconstruir la política, buscando los espacios de discusión común y la elaboración de propuestas colectivas que vayan más allá de los intereses particulares. En el mismo sentido, se deben abondonar posturas dogmáticas ante el Estado, sea para criticarlo buscando su desmantelamiento, como para alabarlo en la búsqueda de un beneficio propio. El Estado debe ser fortalecido, pero desde una perspectiva ciudadana, sin olvidar que éste debe servir al fin común que emerge de la discusión social.

Esa discusión ciudadana también pasa por otros espacios públicos que no están ligados a los partidos políticos. Una sociedad civil fuerte y diversificada permite avanzar en ese camino, y ella deberá mantener su independencia tanto del mercado como del Estado.

La temática ambiental introduce un nuevo sesgo que está pasando desapercibido. Mientras la racionalidad de apropiación, acumulación y competencia trabajaba en contra de la justicia social, en tanto su desaparición la favorecería, ello no puede ocurrir frente a los límites ecológicos. La crisis ambiental pone en riesgo a todos, hasta quienes sustentan un progresionismo destructor. La atención a esos aspectos ambientales implica discutir valores, diseñar formas de desarrollo con algún tipo de planificación y rescatar a la justicia social. Todo ello sirve al fortalecimiento de la política y la sociedad civil en tanto la justicia social y la ecológica van de la mano.

Notas

1. Sus contribuciones más conocidas en castellano son "Camino de servidumbre" (1944), y la más reciente "La fatal arrogancia: los errores del socialismo" (1990). Las ideas neoliberales han tenido una amplia difusión en América Latina, en unos casos amparándose en gobierno autoritarios, y en otros, en gobiernos reformistas. El impacto más fuerte fue seguramente en Chile (Foxley, 1988), al que siguieron en reformas en muchos otros países. Veánse además los estudios de Hinkelammert (por ejemplo 1991), Assmann y Hinkelammert (1989), Vergara (1991), Tantaleán Arbulú (1992), y la recopilación de de Sierra (1994).

2. Veánse por ejemplo a Coraggio (1993), de Sierra (1994), Stahl (1994), Gudynas (1995), etc.

3. El Banco Mundial, en su informe de 1991, sostenía que la "educación parece promover el espíritu de emprensa", de donde es uno de los medios más importantes para promover la productividad económica.

4. Las nuevas leyes de patentes que se discuten o han sido aprobadas en México, Brasil y Argentina, apuntan en ese sentido, así como las conclusiones de la Ronda Uruguay del GATT (acuerdos sobre medidas comerciales relacionadas con la propiedad intelectual, conocidos como TRIPs).

5. Es importante precisar que aquí se parte de separar el campo de la ética (como discusión sobre los valores) del campo de la moral (como discusión de los códigos sobre, por ejemplo, lo correcto o incorrecto). La discusión ética debe anteceder al análisis moral.

6. Las similitudes en estos aspectos entre Hayek y Smith han sido señaladas reiteradamente; e.g. Godoy Arcaya (1993). El principio egoísta en Smith y sus seguidores es negado por varios autores, e.g. Sen (1989). Una parte de los alegatos se basan en los contrastes con la obra anterior de Smith, "Teoría de los sentimientos morales", los cuales son reales, y si bien sirven para liberar de esos cargos al escocés, no anulan sus proposiciones económicas. En ellas, se reconoce que las personas buscan su propio beneficio más allá de que una "mano invisible" los lleve a servir al bien común. En sus posturas no hay una búsqueda del bien común, sino que se parte del fatalismo donde cada uno busca su beneficio. Incluso es aún mejor hacerlo de esa manera: "no implica mal alguno para la sociedad que tal fin (particular) no entre a formar parte de sus propósitos, pues al perseguir su propio interés, promueve el de la sociedad de una manera más efectiva que si esto entrara en sus designios", dice Smith en "La riqueza de las naciones". No existe una necesaria contradicción entre estas dos obras, en tanto esta última describe un estado de cosas, y la otra presenta el "debería ser", visto desde la benevolencia. Además, en el momento en que Smith escribió estos textos, el incipiente ámbito económico no era fuente de códigos morales. Pero ha sido precisamente esa visión antropológica de una naturaleza egoísta del hombre, la que desde autores como Smith, Locke o Hume permearon el surgimiento de la economía y el mercado (Polanyi, 1944).

7. Los destaques son de Weber; capítulo 2 de su "Economía y sociedad".

8. Algunos autores que han hecho estudios en este sentido son Britto García (1994), García Delgado (1994), Hopenhayn (1994), y García Canclini (1995).

9. Gentili (1994) señala las siguientes equivalencias en el discurso empresarial: Sociedad = Empresa; Estado = Ineficiencia; Actividad privada = Eficiencia; y Conocimiento = Disciplina.

10. Sagoff (1988) sostiene que a nivel ciudadano se discuten valores con los que una comunidad se expresa en los procesos políticos, lo que es distinto de las preferencias de beneficio personal que se buscan satisfacer en el mercado como consumidor. Esa diferencia está en la lógica con que se actúa, en tanto en la primera predomina el "nosotros" que pone atención a los intereses colectivos, mientras que en el mercado se atiende al "yo" del provecho individual. Las advertencias de Sagoff han pasado casi desapercibidas en nuestro continente, y recién en los últimos años comienzan a ser evidentes.

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Eduardo Gudynas es investigador en el Centro Latino Americano de Ecología Social (CLAES), Casilla Correo 13125, Montevideo 11700, Uruguay. Correo-e: claes a chasque.apc.org

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Publicado en:

TAREAS, Revista Centro Estudios Latinoamericanos CELA,

Panamá, 98: 23-44, 1998.

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