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EL ELEMENTO IDEOLÓGICO EN LA TEORÍA ECONÓMICA

Maurice Dobb.

I

El debate en torno a la cuestión denominada el elemento “ideológico” en la teoría económica (y en general en la teoría social) ha ido creciendo en los últimos tiempos. Será odioso, al ingresar al mismo en esta etapa, embarcarse en la genealogía y búsqueda de una definición única y precisa del término. Del mismo modo es suficiente decir por el momento, que si bien guardó una relación estrecha con la “falsa conciencia” hegeliana—que sirve para obstruir la visión que el hombre tiene de sí mismo y de sus condiciones de existencia—no debe tomarse de inmediato como un sinónimo de la misma y aún menos referido en forma exclusiva al elemento ilusorio en el pensamiento (como algunos, por cierto, lo han usado). Sin duda su alusión central se refiere al carácter de relatividad histórica de las ideas, sea que éste se considere nada más que un elemento o aspecto de las mismas o las caracterice en su integridad. Pero tal relatividad histórica puede abarcar a ambas, percepción interior y parcialidad, (1) y esto se deriva quizás de la propia naturaleza de la situación de manera tal como para desafiar cualquier separación analítica completa.

De todos modos, será esta referencia la que tendremos principalmente en cuenta en lo que sigue. Quizás sea necesario añadir que cuando se utiliza la palabra “ideología”, ella debe referirse al total de un sistema de pensamiento o conjunto coordinado de opiniones e ideas –que forman un armazón—o a un grupo de un nivel más alto de conceptos conexos destinados a lograr nociones más específicas y particulares, análisis, aplicaciones y conclusiones. Como tal, dicha palabra estará relacionada generalmente con ciertas actividades y políticas pero no siempre de una manera simple, obvia o directa; y para quienes manejan la discusión a un nivel más alto (o más general), la relación puede no ser siempre plenamente consciente y aún menos explícita. En su acepción más general una ideología constituye o implica un punto de vista filosófico, en nuestro contexto presente una filosofía social, siempre que no se le atribuya una connotación demasiado formal o metodológica.

En el campo de la economía política o de la teoría económica, el papel de la ideología (y en forma implícita su definición) ha sido tratado de diversas maneras. En primer lugar, ha sido contrastada con la esencia científica del tema, llegándose a considerar a la ideología, por implicación, como la mezcla o acrecencia de postulados éticos y de los llamados “juicios de valor”. De esta manera resulta un elemento extraño en la que debería ser designada como una investigación objetiva y “positiva”, el cual aunque de una manera inevitable invade la forma de pensar sobre los asuntos prácticos de la mayor parte de la gente, merece ser purificado por un análisis más riguroso y definiciones más precisas.

Por lo tanto, la proposición de que en un mercado competitivo los factores de producción forman su precio de acuerdo con su productividad marginal o incremental, se contrapone algunas veces con la afirmación de que la gente debe ser recompensada de acuerdo con sus contribuciones a la producción, y se repudia esto último como una intrusión no científica; o, más aún, las teorías al respecto de cómo se determina en los hechos la distribución del ingreso se contrastan con postulados referidos a lo que idealmente debería ser. Algunas veces, aunque se conserve en una teoría o en una doctrina este contraste entre el elemento ideológico y el científico, los límites de lo ideológico se extienden hasta incluir otras clases de afirmaciones que las puramente éticas. Las encontramos, por ejemplo, con el nombre de proposiciones (2) “metafísicas”, las cuales no tienen cabida apropiada en una teoría científica, puesto que no se las puede probar o desaprobar; sin embargo, desempeñan una función: la de persuadir a la gente para que adopte determinadas actitudes y lleve a cabo ciertas actividades.

Joseph Schumpeter, quien entre los economistas modernos ha hecho quizás la más completa y seria contribución al debate, ha adoptado una actitud más bien diferente –podría decirse tal vez menos simplista—con respecto a esta cuestión (3). Lo que él ha separado con toda precisión y ha denominado en forma pertinente “visión”—la visión, por ejemplo, de la forma compleja de la realidad y de la naturaleza de los problemas que confronta la humanidad en cualquier situación histórica dada—es, inevitablemente, ideológica. Por lo tanto, la ideología “se inserta en el primer plano, dentro del acto cognoscitivo pre-analítico” u con el necesario comienzo de la teorización penetra “...el material provisto por nuestra visión de las cosas”; “esta visión es ideológica casi por definición”, puesto “que incorpora la descripción de las cosas tal como las vemos”. (4)

La razón que se aduce para ello parece ser en menor medida la perspectiva del acontecimiento histórico del observador –dado que éste se encuentra limitado en forma inevitable por el tiempo, el lugar y la posición que ocupa en la sociedad—que el compromiso emocional que impulsa a los hombres a formarse imágenes placenteras de sí mismos y de su especie; el hecho es que, “la forma en que vemos las cosas puede distinguirse con dificultad de las formas en que deseamos verlas” ( aunque se añade que “para la emergencia eventual de alguna cosa para la cual se puede reclamar una validez general, cuanto más honesta e ingenua es nuestra visión, más arriesgado resulta). De aquí Schumpeter llega a la conclusión de que, mientras la “Economía política” y “el Pensamiento económico” deben en general (5) estar condicionados ideológicamente casi en forma inevitable, el “análisis económico” propiamente dicho, puede ser tratado como algo independiente y objetivo; es decir, como un fuerte núcleo de técnicas e instrumentos formales, gobernados por patrones y reglas suprahistóricos, a fin de ser discutidos y apreciados en forma independiente y con los que se puede componer una historia separada que responda, sin ambigüedades, a problemas tales como el de si y “en qué sentido se ha verificado ‘progreso científico’ entre Mill y Samuelson.” (6).

Este punto de vista de Schumpeter, calificado y delimitado como lo está por numerosas reservas, se vincula con el pinto de vista del análisis económico, más tosco y más honrado de la “caja de herramientas” que es (al menos en su forma moderna) puramente instrumental y que concierne a las técnicas susceptibles de aplicación a una amplia variedad de propósitos y situaciones. Como tal, no tiene interés en los juicios normativos y no se ocupa de los propósitos específicos a los cuales se aplica, ya sea para clarificar los problemas de un monopolio que extrae beneficios, o los de aquellos otros de los planificadores en una economía socialista. Esta concepción del papel que desempeña el economista puro ha sido promovida, como es natural, por la moda de plantear las proposiciones en economía por medio de modelos y formas matemáticas, hasta el punto de haber depurado la materia de nociones, elementos o relaciones que no sean susceptibles de ser cuantificadas y expresadas en un sistema de ecuaciones.

De este intento de separar la técnica económica de su producto es por cierto adecuado decir simplemente esto: o bien el “análisis” del cual habla Schumpeter es una estructura puramente formal, sin ninguna relación con los problemas económicos o con conjuntos de interrogantes a los cuales se les está destinado esa estructura como respuesta (o como ayuda para responder) –en cuyo caso no constituye un conjunto de afirmaciones con proposiciones sin contenido económico alguno—o bien se trata de un sistema lógico diseñado para ser el vehículo de determinadas afirmaciones respecto de los fenómenos o actividades económicas. Si se trata de lo primero, no puede en verdad identificarse con la historia de las teorías económicas, como las que nos ocupan en este trabajo, porque estas teorías, como lo veremos, están muy interesadas en las proposiciones económicas, aunque en un nivel relativamente general. Si se trata de la segunda de las alternativas que hemos establecido, es seguro que no puede separarse de las respuestas a los interrogantes que formula y por lo tanto de la forma real (o supuesta) de los problemas económicos que está destinado a tratar; esto no obstante lo “rarificada” o abstracta que pueda llegar a ser la estructura de la proposición. En este caso es imposible pretender para ella la “independencia” del contenido y significado económico de las proposiciones que están condicionadas ideológicamente (según lo admite el propio Schumpeter) y por ende es imposible considerarla como supraideológica. El análisis y la generalización teóricos se construyen en forma invariable

Sobre la base de una clasificación en el sentido de utilizar lo que primero ha sido clasificado como sus unidades materiales o de cálculo; ¿y qué es la clasificación sino el trazado de límites entre objetos discretos, que a su vez se derivan del patrón estructural que uno entiende (o cree haber descubierto) en el mundo real? El propio Schumpeter aclara esto en su misma definición de “Visión” –“lo que tiene primero cualquier aventura científica”—cuando enfatiza que, “antes de embarcarse en un trabajo analítico de cualquier naturaleza, se debe seleccionar el conjunto de fenómenos que se desea investigar, y adquirir “intuitivamente” una noción preliminar de cómo permanecen éstos cohesionados, o en otras palabras, de lo que desde nuestro punto de vista parecen ser sus propiedades fundamentales”. (7)

Decir esto no es negar que se pueda hacer un estudio separado de la teoría económica sólo en su aspecto analítico, y hasta una historia escrita de este aspecto per se , considerada como el perfeccionamiento de un aparato técnico (como se podría escribir la historia de cualquier otra técnica) (8). Pero lo dudoso es saber si, en este caso, podría considerárselo como el estudio de una sección separable y definible de la misma materia; por ejemplo, como un conjunto de proposiciones o afirmaciones para cuyo apoyo se ha diseñado el aparato analítico. Esta sería una cuestión completamente diferente. Debe admitirse que en un razonamiento puede ser difícil distinguir el análisis, como instrumento, de la afirmación que se haga sobre su papel, a partir del uso particular que del análisis se requiera. Pero sí es cierto que existe una diferencia –una diferencia crucial—entre la discusión de la sintaxis de las oraciones y el contenido de afirmaciones particulares que se vierten en alguna forma sintáctica determinada. Lo que es cuestionable en grado sumo es si, en economía, o en cualquier rama de las ciencias sociales, en caso de prestar atención al contenido económico de una teoría como algo distinto de su armazón analítica, cualquier parte de la misma puede preservar la independencia y neutralidad reclamadas ( y con alguna razón) para el análisis formal mismo. (9) Dicho contenido debe consistir en algún tipo de afirmación respecto de la forma y funcionamiento del proceso económico real, no obstante lo particularizada o generalizada que pretenda ser la afirmación. Así debe ser, con toda seguridad, a menos que se haga referencia a alguna tierra enteramente imaginaria del Cathay. Aquí parece aplicable el símil de un cuadro o de un mapa, y no ya el de la herramienta o instrumento. Dentro de su disposición, debe incluirse, esencialmente, la “visión” de Schumpeter, porque la afirmación que la teoría venera como “cuadro”, o “mapa”, es por entero dependiente y relativa a dicha “visión” (10), y esta última –como Schumpeter mismo lo subraya con inteligencia—es siempre relativa a una época particular y a un lugar social en el proceso de la historia. Ningún examen de la teoría económica, y aún menos un examen histórico de los sistemas de teorías, parece justificable si niega o ignora esta relatividad. Un “modelo” matemático puede ser (e inter.alia debe ser ) examinado en su aspecto puramente formal, como una estructura consistente. Al mismo tiempo, qua que teoría económica, su misma estructura es relevante para la afirmación que está haciendo de la realidad, es decir, relevante para su poder diagnóstico. Cuando se elige una estructura con referencia a otra, el constructor del modelo no sólo está proveyendo un andamiaje o armazón dentro del cual puede funcionar el pensamiento humano, sino también enfatizando determinados factores y relaciones y excluyendo otros o arrojándolos a la sombra; (11) al hacerlo así, puede juzgársele como que está distorsionando o iluminando la realidad y, por lo tanto, permitiéndose dar una base falsa o una base válida para la interpretación y la predicción, aunque quizás sea más probable que ilumine algunos rincones o facetas de la realidad, o determinadas situaciones que resaltan, al mismo tiempo que va obscureciendo u ocultando otras totalmente. Con ello no se quiere decir, por supuesto, que cualquiera de estas distorsiones o parcialidades formen parte de la intención consciente del constructor del modelo, quien puede, por cierto, haber elegido su conformación por razones puramente formales por considerarlo intelectualmente ingenioso o estrictamente placentero. Pero en el grado en que él esté influido –por sus implicaciones económicas--, es decir, en la medida en que esté tratando de ser un economista—la conformación y proyección del modelo estarán influidas por su visión del proceso económico, y por las condiciones histórico-sociales que conforman y limitan su cuadro mental de la realidad social, cualquiera que ellas sean.

Sin embargo, si algunas proposiciones económicas, de cualquier modo aquellas de mayor nivel general, son susceptibles de expresión en forma puramente matemática, parecería como que el “cuadro” de la realidad económica que ellas engloban debiera tener un carácter demasiado abstracto como para ser afectado por influencias “ideológicas” en algún grado observable y aún menos para llevar consigo cualquier prejuicio o parcialidad particulares. De aquí que el contenido de la proposición, así como su forma, podrían entonces ser calificados de “ideológicamente neutrales” y “suprahistóricos” en un grado tan alto que, por lo menos en lo que respecta a cualquier elemento históricamente relativo, en su construcción no importará y se justificará el ignorarlo. Se ha dicho con frecuencia que un sistema de ecuaciones simultáneas no conlleva per se implicaciones causales. Todo lo que dicho sistema hace es describir una situación como un conjunto de interrelaciones; es decir, una situación compuesta por un grupo de elementos internamente relacionados y tratados en forma aislada –hablando en términos comparativos—de lo que se encuentra fuera del mismo, por lo menos en la medida en que no interactúen con esto último. Pero no hace nada más que esto.

No obstante, una descripción de este tipo no alcanza a ser una explicación en el sentido de pintar la situación como un proceso económico que funciona de una determinada manera y sobre el cual existe la posibilidad de actuar y de influir. (12) Para este propósito el sistema de ecuaciones debe ser planteado para decirnos algo más; y éste “ algo más” en forma casi inevitable tiene una forma casual, ya se trate de una interacción compleja reciproca de un conjunto de variables o del tipo más simple de eslabonamiento causal unidireccional. (13) Esto se hace, en realidad, en forma muy común, aún con lo que los legos pretenden que son sistemas puramente formales descriptos en una catena de interrelaciones y nada más; es decir, se asume un orden de determinación tan pronto se discurre que algunas de las variables son de determinación exógena desde fuera del sistema, o bien se las considere como constantes, y de allí se especifiquen como data ( implícitos o explícitos) y los demás como dependientes de las relaciones internas del sistema o como las incógnitas que esperan solución. (14) Esto es verdad, por cierto, en el sistema walrasiano de equilibrio general, a pesar de las aseveraciones (o por lo menos implicaciones) que algunas veces se hicieron en contrario. El mismo Walras, como lo veremos después, no dejaba de hablar de “fuerzas (que) son la causa y las condiciones primarias de la variación de los precios”, o de los precios de los servicios productivos, “determinados en el mercado de productos” (15). En el caso de aquellos “modelos” dinámicos que han desempeñado un papel tan importante en las teorías modernas del crecimiento, el sistema de interrelaciones se interpreta en tal forma, que describe la interacción entre variables como si fueran de un tipo particular y con una dirección determinada: esto es de considerable significación para la estabilidad o inestabilidad del equilibrio al cual tiende el sistema. La interpretación particular, que da a la teoría su carácter esencial y sus implicaciones prácticas, se deriva de la introducción de hipótesis adicionales (algunas veces imputando valores particulares o variables particulares) que no forman parte del esquema en su forma pura. Además, la simple definición de lo que es la esfera propia de las interrelaciones relevantes ( y de allí los límites del sistema teórico) puede ser crucial como veremos luego; es decir, crucial en la distinción de las formas diferentes de localizar las influencias determinantes.

Asociada a la noción de teoría económica como estructura puramente formal, qua teoría del equilibrio general, está la del papel “conciliatorio” de dicho análisis económico generalizado, con respecto a las teorías rivales y opuestas (y menos generales) que antes agitaban a las escuelas contrarias. Este es un punto de vista del cual se ha oido hablar mucho en los últimos tiempos, al menos en ciertos círculos, y está evidentemente emparentado con cualquier examen crítico de la historia del pensamiento económico. Un ejemplo de ello es el de los intentos hechos, poco después de la aparición de la General Theory de Keynes, para poner de manifiesto que las diferencias de énfasis y de conclusiones entre la doctrina keynesiana y la pre-keynesiana dependen de valores o “formas” distintas, implícitamente supuestas para ciertos parámetros o para relaciones funcionales generalizadas ( y en algunos casos supuestos implícitos de independencia). Así pues, la teoría general de la general theory debería representar a las doctrinas contendientes como casos especiales de la forma más comprensiva y “ verdadera” de la proposición. Sin embargo, lo que la “conciliación” parece haber significado en este caso fue poco más que la afirmación según la cual una clase de mecanismo caracterizaba a un tipo de situación y otra clase de mecanismo era apropiada para una situación diferente (por ejemplo, donde algún factor especial “que expansiona” es suficiente para mantener el pleno empleo y/o la capacidad plena en funcionamiento).

Quizás un ejemplo más pertinente es la sugestión de la cual se ha oído hablar hace poco (como consecuencia del renovado interés por el enfoque clásico), con el fin de demostrar que no existe oposición real entre las que habían sido, por tradición, teorías rivales del valor, las de Ricardo y Marx, por una parte, y la de Jevons y la escuela austriaca, por la otra, o sea que, en cualquier sistema de ecuaciones del equilibrio general ( del tipo walrasiano, por ejemplo) habrán de incluirse tanto las cantidades del gasto en mano de obra como las razones de sustitución del consumidor ( o utilidades marginales) y, con una interpretación adecuada, se puede enfatizar la influencia determinante, ya sea de una o de otra. (16) De esta manera, la formalización creciente de la materia se identificó con una creciente neutralización de la influencia ideológica y para ejemplificar el progreso científico se sostuvo el argumento que Schumpeter buscaba encontrar en el examen histórico de la marcha del análisis económico per se. Si este progreso en las técnicas analíticas involucrara alguna restricción a los límites de la materia a estudiar en comparación con aquellos más generosamente delineados por los pioneros clásicos, esto sería algo digno de aplaudirse y no de deplorarse. A lo sumo tendría que ser considerado como un costo bien compensado pir la ganancia resultante en cuanto al rigor científico.

Todo lo que se puede decir en forma breve, creo, respecto de tal cuerpo supuestamente “neutral”, es que cuando se lo formula y analiza con cuidado se descubre que está extremadamente desprovisto de contenido fáctico; es decir, su aparente neutralidad se debe a que contiene muy poco en lo que se refiere a una afirmación real acerca de las situaciones o procesos económicos y sus conductas, tan poco, quizás, como para despertar serias dudas con respecto a su derecho a ingresar de cualquier manera dentro del rango de una teoría económica, en el sentido de una teoría que explique la acción y la conducta social. Para ser calificado como teoría, ese cuerpo debe estar estructurado en forma tal, que demuestre como están determinados ciertos resultados o eventos; y un sistema de equilibrio, definido en términos de un conjunto de equivalencias o identidades, puede llegar a ser nada más que una serie de tautologías. (17)

Cuestionar el estatus de un cuerpo de teoría de este tipo, aparentemente neutral, no equivale a negar la existencia de ciertas generalizaciones de alto nivel que se aplicar a una variedad de situaciones económicas, incluyendo hasta situaciones pertenecientes a diferentes sistemas institucionales. Los escritores marxistas siempre han admitido, por ejemplo, que existen proposiciones generales, y aun “ Leyes “ que se aplican a todos los modos de producción o sistemas socioeconómicos, o en alguna forma a todos los sistemas que incorporan una característica común, tal como la producción de mercancías para la venta en un mercado, y de ahí alguna forma de división del trabajo y del cambio. ( 18 )

Además, para tomar un ejemplo de los modernos “ Modelos de crecimiento “ ( El modelo de Von Neuman, por ejemplo ), existen ciertas interrelaciones entre cantidades en el crecimiento económico, que se aplicaran a cualquier sistema económico, dado solamente un mínimo de supuestos comunes en cuanto a los precios y a la flexibilidad de los mismos, a las posibilidades técnicas y a las elasticidades de oferta. Pero no se deduce de manera alguna que estas interrelaciones consistan simplemente en proposiciones analíticas con referencia a un equilibrio ( indefinido ) de variables interrelacionadas: si así fuera, como hemos visto, su significación para la práctica sería muy trivial, y con toda probabilidad podrían ser ignoradas, aun como armazón, para afirmaciones más concretas, sin mayor pérdida de inspiración. Por cierto que una restricción de este tipo no se aplica a la clase de proposiciones generales a las cuales nos estamos refiriendo, en torno a situaciones de cambio o a relaciones estructurales en el crecimiento, lo cuál no impide hablar en términos causales respecto de los factores que afectan a los precios relativos de equilibrio o de las influencias condicionantes sobre el proceso de crecimiento.

Una vez más debe subrayarse, quizás, para evitar cualquier posibilidad de equivocación, que no se trata de manera alguna de negar un lugar en la teoría económica a las proposiciones de interdependencia compleja, mutua o recíproca, sumadas a las proposiciones más familiares de causalidad simple y directa del tipo de “dado A, se deduce que B” o “A es una condición necesaria: suficiente para que ocurra B”. La cuestión es que (como lo hemos ya subrayado) estas proposiciones, en la medida en que definen la naturaleza de la interdependencia, hablan de la forma y y diseño de las situaciones y procesos reales, con lo cual dependen, en algún grado, por lo menos de la “visión” de estos últimos, y de ninguna manera son puramente formales o a priori. Es bastante curioso que lo que hemos dicho se aplique a gran parte del análisis puro subyacente en la teoría de la “optimización” (con sus afiliaciones a la economía normativa, como veremos en un momento) ,así también como a las proposiciones del equilibrio general del tipo walrasiano.

Por ejemplo, tómese cualquier proposición de que ciertas variables están interrelacionadas, tal como la simple afirmación de que el nivel actual de la producción, la tasa de crecimiento de la misma y la cantidad de los insumos de mano de obra, en el sistema, son interdependientes. Es verdad que esta afirmación no implica la dirección de la dependencia, la cual es por entero recíproca. Pero tan pronto como se introduce el supuesto según el cual (por postulación o por conocimiento de cuál es la situación general o “encuadre” del problema) dos cantidades cualesquiera de nuestro ejemplo deben ser tomadas como dadas, en el sentido de ser tratadas como variables independientes (o exógenamente determinadas), se deducirá, como es natural, que la otra queda ipso facto determinada ( es decir, se convierte en la variable dependiente). Por lo tanto, si en una fecha cualquiera, la fuerza de trabajo se toma como un factor dado, como un rasgo de la situación demográfica ( juntamente con el imperativo político de su plena ocupación), para cada nivel dado de producto final circunstante, habrá una tasa de crecimiento que es la máxima posible; de tal manera que si, además, se toma como necesario un determinado nivel de producto ( como un dato histórico o debido a que se hace menester para un cierto nivel mínimo de salarios reales o de consumo) entonces queda determinada como resultante la máxima tasa factible de crecimiento. Si, añadiendo una cuarta variable a la situación, en forma de elección entre métodos alternativos de producción (o técnicas) se postula una tasa de crecimiento dada (como el objetivo político factible) de una economía planificada, resulta entonces que existe una determinada elección óptima de los métodos de producción (y por ello del consumo) , en forma consistente con el mantenimiento del objetivo perseguido (o en forma alternativa, la de maximizar la tasa de crecimiento que sea posible con cualquier nivel dado de consumo corriente). Por lo tanto, una transición desde una simple proposición de dependencia mutua a un teorema de la optimización requiere, por una parte, la postulación de algún objetivo normativo (la “función objetiva”) y, por la otra alguna limitación (o limitaciones), como un rasgo aceptado de las situaciones presentes, como pueden serlo los recursos económicos dados, a disposición de la producción (puesto que sin una limitación de los mismos no sería el caso de economizar su uso y no habría problema económico a resolver).

El punto esencial aquí es que esta transición se hace (o se comienza, por lo menos) tan pronto como uno llena el cuadro con algunos rasgos adicionales de una situación real. Al hacerlo, quedan implicados, de inmediato, ciertos indicadores de la dirección de la dependencia. Lo que es más aún, este “relleno del cuadro” puede hacerse casi en forma inconsciente y, por lo tanto, no ser explícito, debido a que la mente humana puede pensar en situaciones de integridad, aunque tenga la intención de abstraer de ellas sólo ciertos rasgos y tratarlos aisladamente. Es así como las diferencias de la descripción de una situación total dependiente de diferencias de “visión” y de perspectiva, pueden ser cruciales.

Hemos estado hablando de la teoría económica que describe la estructura y el funcionamiento de una sociedad de cambio, subrayando en particular, cómo explica la teoría la forma de interdependencia de las diferencias de precios y de mercados. No es necesario que se diga que ésta es una base esencial para la política, al disponer lo que se puede y lo que no se puede hacer, y con qué instrumentos puede perseguirse este o aquel objetivo. Pero las teorías del equilibrio per se ofrecen escasa orientación acerca de cual política objetiva debiera perseguirse entre la variedad de alternativas posibles; y, evidentemente, las alternativas existen a pesar del determinismo implícito en la postulación de los economistas, según la cual existen “leyes económicas”.

Esta preocupación por los fines de la política y los medios disponibles para alcanzarlos, representa en economía la tradición normativa, de la que han tendido a rehuir los positivistas, por ser un elemento extraño y una intrusión en la teoría económica, qua disciplina científica, a la cual conciernen (se dice) las afirmaciones positivas respecto a lo que es y no de lo que debería ser. No obstante, en las últimas décadas, ha demandado un respeto y atención crecientes, sin duda como respuesta a la presión cada vez mayor de los problemas relacionados con la intervención conscientemente diseñada del Estado en la esfera económica y aún más hoy día con la planificación de la economía como un todo. Por cierto que el desarrollo actual de la teoría, los elementos “positivos” y los “normativos” han resultado difíciles de separar y han tendido a fusionarse cada vez más. Además, el progreso en esta dirección se ha registrado en la esfera de las técnicas de análisis altamente formalizadas. (19) Esto ha tomado la forma de utilización de métodos de manejo de los llamados “problemas extremos” para prescribir las condiciones necesarias a la maximización de cualquier cantidad económica que se tome como “la función objetiva”. Para la elección de esta última, la técnica de maximizar per se, es por supuesto neutral; pero su interpretación económica y sus implicaciones empíricas serán crucialmente afectadas con ello. Aquí, en la elección y uso del factor de maximización está claro que existe abundante lugar para aquellas influencias ideológicas que según hemos dicho se introducen y ello en forma decisiva.

II

En la propia historia del pensamiento económico, considerado en su totalidad, existen abundantes evidencias del acondicionamiento histórico de la teoría económica, tratado como un sistema más o menos integrado, en cualquiera de las épocas, como procuraremos demostrar más adelante. Como se trata esencialmente de una ciencia aplicada, vinculada muy de cerca con los juicios y valoraciones de los sistemas y políticas reales, esto no s muy sorprendente y lo podría ser más, por cierto, si no se encontraran vestigios de tal acondicionamiento social. Además, esto es verdad aún con respecto al pensamiento económico más abstacto y a los sistemas más formalizados, los cuales, al examinarlos, resultan estar hablando con asombrosa inmediatez de la realidad económica, y han ejercido considerable influencia (si se los analiza a fondo) sobre la política real. Ello suscita la cuestión de cómo y por qié debe ser así, es decir, en cuanto a la manera y modos de este acondicionamiento social e histórico del pensamiento abstracto.

No se desearía negar que el tipo de factor subjetivo al cual alude Schumpeter (los sentimientos emocionales, los deseos, las creencias) es parte de la explicación y que, puesto que los economistas están sujetos a las debilidades usuales de la carne y del espíritu humano, se lo ha de encontrar en muchos, sino en la mayor parte de los casos, como un importante ingrediente que colorea la visión de determinados pensadores. Lo que sí puede negarse, creo, es que sea éste el único o principal modo de acondicionamiento. Se podría hablar de ello, en verdad, como de la forma menos interesante en que las relaciones sociales condicionan al pensamiento. Más fundamental, aunque quizás más difícil de identificar en casos particulares, es la medida en que éste es moldeado por los problemas que surgen desde un contexto social circunstanciado. (20)

Este contexto en sí mismo es una mezcla compleja y una interacción de ideas y sistemas de pensamiento aceptados (que más probable que improbablemente consten, en parte, de elementos metafísicos y de hipótesis no testeadas y contribuyen mucho a que se ejerza una parcialidad conservadora innata) y de los problemas que presentan los acontecimientos corrientes y las situaciones prácticas. Por lo tanto, la generalización y la práctica corriente acepadas se confrontan una a otra de continuo. Pero en esta confrontación sería erróneo concebir algo denominado “práctica”, engendrada en forma independiente y anímica como formuladora de problemas que el pensamiento habría de contemplar como observador pasivo. Siempre existe un elemento subjetivo en la marcha del conocimiento, no sólo en el sentido de que la acción y la experimentación desempeñan un papel crucial, sino también porque éstas van precedidas y configuradas por la formación de conceptos. Los problemas corrientes constituyen algo creado, tanto por la acción humana, inspiradora del pensamiento con respecto a una situación existente, como por la propia situación objetiva dada (pero cambiante); y en este sentido puede decirse que representan de continuo, en diversos grados, una contradicción entre ambas. Los problemas que surgen de esta forma constituyen, pues, el punto de partida de nuevos pensamientos, la formación de nuevos conceptos y de nuevas teorías y, en esta medida, las últimas siempre tienen relación con un contexto histórico particular.

Estos conceptos e ideas representan en parte un comentario sobre una interpretación de la situación objetiva desde la perspectiva particular en la cual se ve; o una “reflexión”, si se prefiere utilizar dicho símil en forma pasiva. Pero como las ideas y los conceptos heredados, al funcionar como medio refractario, afectan esta perspectiva y la visión resultante de esta situación, las ideas nuevas son siempre, al mismo tiempo, una visión crítica de las antiguas, que forman la herencia del pensamiento; de aquí, pues, que estas ideas por necesidad se configuran, en parte, por la relación antitética en la cual se encuentran con respecto a las antiguas, así también como por afirmaciones empíricas sobre la realidad. Por esta razón es que debate en cuanto a si las ideas tienen una genealogía propia o, por el contrario, han de reflejar siempre la realidad objetiva del momento, es propenso a ser tan insatisfactorio y frustrante. Sin embargo, lo que aquí por lo común se pasa por alto, es que, en la medida en que las ideas se van confrontando con los problemas, y los problemas se formulan ( ya sea en forma implícita o explícita, y si no directa por lo menos indirectamente) con referencia a la actividad potencial, el proceso de crítica y de desarrollo es difícil que deje de estar influido por el milieu social (o punto de referencia dentro del complejo de las relaciones sociales) del individuo o “escuela”, de quienes hacen la formulación. La acción social o económica puede sólo concebirse teniendo en el pensamiento por lo menos algún tema, sea institución, persona, grupo social, clase u organización; y para que los problemas tengan una interpretación operativa parecería que deberían de tener alguna referencia implícita de este tipo.

Esta armazón heredada, dentro de la cual (o por reacción a la cual) se formulan los problemas reales, y contra cuyo trasfondo –aunque no literalmente en términos del mismo—aparece el debate teórico, incluye de manera necesaria presupuestos y afirmaciones generales que son una mezcla de lo analítico y lo sintético. Estos forman una “tela conceptual” (así se la llama) o conjunto de categorías conceptuales o “cajas” en términos de las cuales funciona nuestro pensamiento (21) y que son cruciales, tanto para la forma en que se encuadran los problemas como para los métodos y los instrumentos diseñados para lograr las respuestas a ellos. Es muy poco posible que en la formación de las nociones generales de ste tipo quede excluido por entero el razonamiento por analogía. Es por cierto difícil suponer cómo algo que pretende ser un cuadro general de la sociedad, y por tanto de importancia para la sociedad tratada como un todo (diferente de la descripción particular de fragmentos y pedazos o facetas de la misma) puede dejar de incluir proposiciones, en forma implícita o explícita, que vayan más allá de lo que el profesor Popper podría admitir como “sintético” y “científico”. Estas proposiciones representan un panorama (necesariamente imperfecto, pero no necesariamente carente de alguna penetración verdadera) de cómo s la sociedad como un todo y de cómo funciona, panorama dentro del cual deben entrar en forma inevitable elementos subjetivos o apriorísticos de todo tipo. Estos elementos no están fuera del tiempo ni pueden ser juzgados con simplicidad por ningún tipo de patrones absolutos. Pero esto no significa que no puedan ser debatidos racionalmente y que no haya criterios mediante los cuales puedan ser criticados y valorados, por lo menos en términos de mayor o menor aproximación a la realidad. Tienen que ser juzgados (sólo) como aproximaciones; y puede haber buenas razones para sostener que una aproximación está más cerca que otra, al mismo tiempo que para sostener que existe una explicación histórico-social para el surgimiento de una aproximación particular en una época particular (en cuyo sentido la última es “históricamente pertinente”).

Cuando se habla de dichos marcos conceptuales es quizás necesario recalcar dos cosas, aunque todo el tema sea reconocidamente polémico. Parecería ser que lejos de ser superfluo, algún marco general de este tipo resulta difícil de ser obviado por los empiristas más cumplidos, y menos aún de cualquier manera en las ciencias sociales que en cosmología. El marco general es necesario aunque más no sea como base para sugerir y seleccionar las preguntas que han de servir para indagaciones ulteriores y por lo tanto para guiar investigaciones futuras y para lograr un orden dentro de una masa de investigaciones emp{irica que, sin conceptos e hipótesis más generales. Descriptivas de algún modelo de interrelaciones, aparecería tanto falto de coordinación como inexplicable. A diferencia de afirmaciones más particulares, dicho marco conceptual no puede ser verificado o refutado con facilidad. Es cierto que lo que aquí parecería importante no es tanto si está formulado o no en una forma potencialmente “testeable” o “falseable” (el criterio de Popper), sino más bien el grado de generalidad de la proposición, que es lo que la vuelve distante de la posibilidad real de refutación empírica. (23) Es en especial la última la que la torna propensa a la intrusión de la influencia ideológica. Una vez que dichas influencias han penetrado no es fácil, por lo común, detectarlas y aún combatirlas y desalojarlas. Aquí, no sólo razones de orden lógico, sino también psicológico forzarán a apelar a un concepto general, o en otro caso contribuirán a que se lo rechace y esto no sólo en un sentido de consistencia lógica, sino en el sentido más amplio de ser las “apropiadas”. Es verdad que se ha dicho que “la observación nunca es absolutamente incompatible con un esquema conceptual” (24); y los esquemas de estructuras rivales (como en cosmología el tolemaico y el copernicano) pueden continuar existiendo durante algún tiempo, cada uno con su grupo rival de discípulos y apologistas.(25) En las ciencias sociales, las controversias entre teorías generales opuestas suelen quedar notoriamente inconclusas y dilatarse en el tiempo; su conclusión, aunque ésta llega, se debe con frecuencia tanto al cambio de la moda intelectual o de los supuestos de las circunstancias, como a la lógica estricta del argumento.

Si hablamos del impacto más directo de las situaciones sobre la teoría económica, es bastante obvio –tan obvio hasta parecer un ejemplo bastante simple—que no se conciba una teoría del dinero hasta que empieza a aparecer una economía monetaria de cualquier tipo; del mismo modo, las dificultades modernas referentes a una teoría monetaria y la controversia sobre su interpretación adecuada (es decir, en lo que respecta a la influencia de la oferta de dinero sobre el resto de la economía y la eficacia de determinadas acciones realizadas por los bancos centrales), dependen del crecimiento moderno de los sustitutos del dinero, de los instrumentos del crédito y de otros medios de pago. Es por lo menos improbable que pueda formularse un “modelo” de equilibrio general, hasta que el crecimiento de las relaciones de mercado y de movilidad económica hayan alcanzado el nivel de desarrollo que había comenzado a darse en Inglaterra a mediados del siglo XIX; sin él, la misma noción de interdependencia de todos los precios podría difícilmente ser aprehendida por la mente. (26)

Parece necesario alcanzar al menos algún grado de desarrollo en estas condiciones antes de que pueda llegar a formularse la noción de un nivel general de salarios o de beneficios, como lo encontramos en Adam Smith. En forma general se requería un cierto nivel de técnica mecánica en la industria para que pudieran reconocerse los problemas especiales asociados con el capital fijo y para que se les prestara atención (y aunque Ricardo añadió un capítulo especial sobre maquinaria a su tercera edición, éste llegó como un pensamiento tardío; y su tratamiento general del beneficio lo expuso a la crítica de Marx, según la cual dejó de apreciar el papel de lo que luego llamaría el “capital constante”). El mismo contenido de los términos, en forma más notable el beneficio sobre el capital, puede variar, y en su cambio reflejar las cambiantes relaciones e instituciones.(27)

Sin duda algo similar es verdad más comúnmente respecto de las relaciones y conexiones que los pensadores sostienen como relevantes y significativas. Mientras la posibilidad del desempleo, como producto crónico de “la deficiencia de la demanda efectiva”, había sido proclamada durante largo tiempo en el “submundo de los heréticos”, es un hecho notable y por cierto significativo que esta idea, previamente ignorada, tuviera la oportunidad de reclamar reconocimiento académico sólo después del impacto de la crisis económica mundial de 1929-1931. Hasta entonces, la ley de Say imperó casi en forma indisputable dentro de las opiniones económicas admitidas, lo cual es seguramente una flagrante evidencia de cómo puede enceguecer la visión humana, hasta un punto obvio, la fuerza del prejuicio, de la tradición y de la ansiedad del deseo. ¡Cuánto menos oportunidad de penetrar la ortodoxia académica en una sociedad burguesa, tuvo la noción marxista del ingreso del capital como fruto de la explotación y la relación salario-beneficio, como antagónica y no de asociación! Es evidente, a todas luces, que difícilmente el problema pudiera haber sido jamás expuesto, si no hubiera aparecido, con la creación de un proletariado, un mercado libre para la mano de obra asalariada en sus lineamientos modernos; y aún entonces, visto desde la perspectiva de la clase dominante, lo que llamó la atención y pareció significativo, fue la libertad y no la desposesión.

Sea lo que fuere que uno pudiera llegar a esperar a priori, la historia de la economía política desde su comienzo aclara en forma abundante cuán estrecha (y aún conscientemente) estuvo ligada la formación de la teoría económica a la formación y a la defensa de la política. Aun cuando las doctrinas de la escuela clásica fueron muy abstractas, especialmente en la forma en que las expresó Ricardo (a quien Bagehot llamo “el verdadero fundador de la Economía Política abstracta”), ellas se relacionaban muy de cerca con los problemas prácticos de la época, por cierto sorprendentemente muy cerca, como ya veremos. Además, apreciar esta conexión y ver sus teorías a la luz de los problemas de política real, para los cuales buscaban una respuesta es, con frecuencia, una clave esencial para comprender la intención y el énfasis que pusieron sobre sus teorías.

De este modo, la propia estructura de The Wealth of Nations, de Adam Smith, está conformada y modelada por su preocupación respecto de las políticas mercantilistas y de las teorías sobre las cuales se asentaban. Es bien conocido el hecho de que Malthus en su Essay on Population da respuesta a los puntos de vista de Godwin sostenidos por su padre (que en esa época eran radicales), respecto de las posibilidades de un progreso material y de una futura sociedad igualitaria de felicidad humana. (28) La primera aparición pública de Ricardo como economista, formulando una teoría del dinero y de los cambios extranjeros, fue en su papel de crítico a la política del Banco de Inglaterra durante la controversia del metálico y el germen de sus teorías sobre el valor y la distribución apareció en un folleto sobre el tema en febrero de 1815, (29) el cual apuntaba al debate que en el mismo mes se sostenía en la Cámara de los Comunes sobre la nueva Ley de Granos, y cuyo objetivo era sustentar teóricamente la libre importación de los mismos. John Stuart Mill expuso , en sus Principles de 1848, doctrinas (con especial énfasis en su “aplicación social”) las que deben ser consideradas sobre la base de su defensa anterior del “radicalismo filosófico” durante la década de 1820 en la Westminster Review; y si él consideraba a su System of Logic muy importante para establecer un punto de vista empírico del conocimiento, contra “el punto de vista alemán ‘apriorístico’ del conocimiento humano”, por ser éste “el gran apoyo intelectual de doctrinas falsas y de malas instituciones”;(30) algo semejante a esto era todavía más cierto respecto de su enfoque de la economía política. Escritores como Senior y Mountifort Lonfield, inmersos en la marea de una primera reacción contra las ideas de Ricardo, estaban en verdad preocupados (y Longfield muy explícitamente) (31),por los molestos reclamos de los sindicatos y por lograr alguna justificación del beneficio, que respondiera a las incipientes críticas socialistas.

Por cierto que, en lo que a economía política se refiere, Edwin Cannan ha hecho el siguiente comentario:”Entre todas las desilusiones que prevalecen con referencia a la historia de la economía política inglesa, no hay ninguna mayor que la creencia de que la economía de la escuela y del período ricardianos fueron de un carácter totalmente abstracto e inexperto”. De los economistas del siglo XIX dice, en términos generales: “En la gran mayoría de los casos los fines prácticos eran de suprema importancia... (y) la íntima conexión entre la economía y la política del período ricardiano... nos provee de una clave para despejar muchas incógnitas”. (32)

Pero nos preguntamos,¿ en materia de enfoques sobre los problemas reales no existen diferencias de grado, por cierto de calidad, suficientes como para excluir cualquier etiqueta general adherida a teorías de algún período particular, que defina su tendenz social? Es claro que algunos pensadores tienen más que otros, un mayor conocimiento de los problemas contemporáneos particulares, ya sea en razón de sus contactos o de su experiencia, o debido a que su interés en las prescripciones de política satisface sus inclinaciones y su tipo particular de mentalidad. Además, otros menos o igualmente buenos conocedores de la escena contemporánea y de sus minucias, pueden sentir más interés por la síntesis de las ideas y por la “generalización de alto nivel”o por la elegancia formal de sistemas y teoremas de más reciente formulación, sin preocuparse por los corolarios y las prescripciones que puedan extraerse de ellas. Como ya lo hemos sugerido, dicho contraste – o quizás más bien la diferencia en el énfasis y en el enfoque—no depende necesariamente del grado de abstracción de las teorías en cuestión. Si bien en un sentido es verdad que los teoremas que tienden a un “alto nivel de generalización”, deben hacer abstracción, por su propia naturaleza, de la multiplicidad de detalles particulares, de ninguna manera se puede deducir de ello que aquellos que tienen una estrecha relación con la práctica y ejercen similares consecuencias sobre ésta, tiendan a ser menos abstractos en la formulación. Es posible que la razón consista en que por su misma hazaña de concentración sobre ciertos lineamientos y facetas de la escena total (con el fin de darles alguna relevancia operacional) ésta pueda involucrar, a su vez, una proeza en la selección y abstracción de otros aspectos, y de allí el encuadre de la realidad dentro de una perspectiva especial (y en algún sentido y en alguna medida, de una perspectiva “irreal”). Ricardo, y también quizás Walras, parecen ilustrar esto en lo que concierne a la teoría económica. En las últimas décadas no hay muchas señales de que el creciente formalismo de la teoría económica haya reducido la intrusión de problemas ideológicos en la discusión económica (por ejemplo, respecto de la estabilidad o inestabilidad de los modelos de crecimiento). (33)

En este asunto del enfoque, y de allí en el modo de selección y de abstracción, ha habido una diferencia fundamental, que influye tanto en la forma en que se consideran e interpretan los problemas, como para darle importancia cardinal en la clasificación y apreciación de las teorías. Uno de los métodos de enfoque es el prescindir de las características específicas de un sistema particular de instituciones (o “modos de producción” en términos marxistas) y concentrar la atención sobre aquellas que son comunes a todos, o por lo menos a varios sistemas distintos, y que en esta medida son suprahistóricas. Una teoría modelada de esta forma, fuera de lo que es “universal”, si se presenta como algo más que un prolegómeno (34), tiene como consecuencia que en la interpretación causal de los acontecimientos, estas características son en algún sentido primarias y que. Lo que es particular al complejo especial de instituciones, es secundario. En otras palabras, la forma especial de instituciones, es secundario. En otras palabras, la forma y ángulo de la generalización, de acuerdo con lo que se selecciona para enfatizar y de lo que se condena a la obscuridad, no puede dejar de tener influencia, no sólo sobre las actitudes y creencias de los seres humanos y, por lo tanto, sobre su actividad social (por ejemplo, si se intenta la “ingeniería social” o se pretende un cambio radical de las instituciones) sino también sobre el diagnóstico intelectual de problemas sociales y económicos particulares. La teoría no puede abstenerse de ser ideológica en este sentido. Un enfoque que parta del carácter históricamente contingente en la situación contemporánea que se analiza, per contra, lleva implicaciones opuestas. Cada uno de estos enfoques puede fracasar, por supuesto, en manifestarse fecundo para una interpretación por entero convincente o fructífera; de esta manera –probablemente la única en que los teoremas de las ciencias sociales pueden sder testeados—pueden ser refutados por la prueba de la experiencia. Lo más probable, por lo menos durante un tiempo, es que coexistan dos tipos rivales de interpretación y haya conflicto en sus consecuencias sobre la acción y la experiencia, sin que, posiblemente resalte a simple vista, la verdadera naturaleza de sus diferentes visiones de la realidad (puesto que es muy posible, y por cierto no poco común, que algunos supuestos cruciales de un teorema permanezcan implícitos e ignorados, hasta que la intensa discusión polémica y la crítica los descubra). Aun cuando esta diferencia de visión se establezca y se advierta con claridad, los puntos de vista rivales pueden encontrar defensores sinceramente convencidos, debido a que se ajustan con rigor, cada uno de por sí, a la perspectiva desde la cual las diferentes clases sociales visualizan el complejo social de las relaciones interactuantes y del cambio. En consecuencia, continúan lado a lado como escuelas rivales.

El ejemplo obvio del contraste que hemos venido describiendo (al cual retornaremos pronto) es el énfasis divergente de ese tipo de teoría, que comprende a la mayor parte de las simples teorías del “intercambio” o de las teorías de mercado, las cuales moldean los problemas económicos en términos de factores (35) “naturales” o universales y las teorías que, por subrayar las relaciones sociales de producción y/o de distribución del ingreso, han dado prominencia a los factores institucionales y han mostrado los problemas económicos en forma principalmente “institucional”. No es necesario decir que el análisis de El Capital de Marx “ con un análisis crítico de la producción capitalista”, como subtítulo de su volumen inicial, corresponde a este segundo tipo. Hemos de ver que aún antes, John Stuart Mill comprendió suficientemente el significado de este tipo de contradicción, como para aclarar, en oposición a sus predecesores, que en su opinión, en tanto “las leyes de la producción” eran naturales y universales, aquellas otras de la distribución, per contra, “formaban parte de las instituciones humanas, puesto que la manera como la riqueza se distribuye en cualquier sociedad, depende de los reglamentos o costumbres que allí prevalecen”;(36) en este sentido eran leyes de relatividad histórica y enraizadas en instituciones específicas de propiedad. Con la generación que siguió a Mill y a su enfoque sobre una teoría de la demanda en las relaciones de cambio y una derivación de la distribución del ingreso (via precio de factores), y a partir de estas relaciones de cambio volvió seguramente a ponerse énfasis sobre la perspectiva del problema económico, como si fuera un cuadro donde lo esencial estaba conformado y modelado por las condiciones universales y suprahistóricas de cualquier sociedad de cambio, sin importar cuáles fueran sus relaciones sociales particulares, su estructura de clases y sus instituciones de propiedad. De este modo, la visión sobre la naturaleza del cambio histórico –de su estructura, secuencia y mecanismos causales—influirá sobre la visión de los límites permitidos y las formas permisibles de generalización , en el caso de que las proyecciones y teoremas abstractos resultantes sean relevantes para los problemas reales y para una política factible.

Podríamos considerar como análogo, aunque como un tipo diferente de ejemplo de lo que afirmamos, el énfasis opuesto, que siempre ha existido entre los teóricos, pues hay quienes ven nuevas revelaciones provenientes de la construcción de modelos teóricos en el más alto nivel de abstracción, y quienes se impresionan lo suficiente con la multiplicidad y las diferencias concretas. Como para negarle a dicha generalización abstracta todo, menos un papel oscurantista. Un ejemplo reciente de esto último ouede hallarse en el estudio sobre la pobreza y el subdesarrollo en el sur de Asia, realizado por el profesor Gunnar Myrdal, quien, al subrayar las peculiaridades institucionales de laS ECONOMÍAS QUE ESTÁ investigando, pasa por alto las categorías que usan los economistas, por irreales e inaplicables, y descarta, para criticarlos en detalle, los modelos de crecimiento semi-matemáticos que han estado tan de moda en las discusiones sobre el desarrollo y la planificación desde la segunda guerra mundial. (37) Un problema de este tipo de relevancia y aplicabilidad no es fácil de determinar, si es que de algún modo puede determinarse por medio de cualquier criterio simple y directo. A muy largo plazo, el problema podría someterse a la prueba de contar el número de corolarios o prescripciones de las escuelas rivales que parecen haber “funcionado” en la práctica, y otorgar el espaldarazo a quien demuestre el puntaje más alto. Mientras tanto, es difícil que la decisión entre ellos no se vea influída por los usos particulares y las recetas políticas que ambas escuelas pueden haber adelantado, como consecuencias de sus respectivas teorías o puntos de vista, y por las actitudes de uno hacia ellas. Se pueden, por ejemplo, considerar las recetas políticas en cuestión como plausibles ( o no) sobre otras bases, y también por el hecho de que parezcan inferirse de algún teorema general, uno puede considerarlas como reforzantes del supuesto inicial que se tenía. A este respecto, los juicios –elaborados pragmáticamente a partir de recetas políticas, para dar apoyo a los conceptos generales—deben casi inevitablemente estar influidos por consideraciones y propensiones “ideológicas”. Parece existir una copiosa experiencia como para demostrar que en realidad lo están.

Con dichas diferencias en el tipo de generalización se vincula (aunque ello no sea evidente de inmediato) el difícil problema de cómo –si es lícito hablar de teorías sociales que tienen un carácter ideológico—se debe distinguir y clasificar este papel ideológico. Resulta innecesario decir que en la literatura polémica el uso de tales etiquetas, como “apologético”, para describir una u otra escuela de escritores y teorías, de acuerdo con su procedencia y tendenz social, ha estado lejos de ser claro o consistente. Es bien sabido que Marx hablaba de la escuela clásica de economía política (término que él mismo acuñó) como de la “escuela burguesa”. Pero al decirlo, de manera alguna quería pasar por alto sus doctrinas como enteramente negativas y engañosas por su “falsa conciencia”; por cierto que separó, para encomiar, los avances positivos del pensamiento de los clásicos y la visión científica que demostraron tener de la naturaleza de la sociedad económica (aun cuando dentro de “los límites más allá de los cuales” el pensamiento de ellos “no podía pasar”).(38)

Hasta cuando habló del período posterior a 1830, denominándolo “el de la economía vulgar”, tuvo buen cuidado en discriminar y de ninguna manera trató a todos los economistas como “púgiles a sueldo” o como una “masa homogénea de reaccionarios” (diciendo de John Stuart Mill y de otros semejantes a él, por ejemplo, que “sería un error grande clasificarlos dentro del rebaño de apologistas de la economía vulgar”).(39) Si nos acercamos al presente ¿se debe considerar a The General Theory, de J.Maynard Keynes como una crítica al capitalismo ( de la variedad de su tiempo), o como “una teoría apologista del capitalismo monopolista”, como lo reputaron algunos escritores marxistas de la época? (40). Y si la consideráramos esto último, ¿cuáles son sus derechos a que se la compare con los resultados de algún trabajo de Schumpeter que trata de proporcionar una justificación dinámica del monopolio, y ha demostrado ser de tanta influencia? Además, existe el tipo de problema, expuesto aún en fecha más reciente, por sugestión de un economista soviético (que escribió con motivo del centenario de El Capital), según el cual se puede trazar una distinción entre la economía política propiamente dicha (en el sentido clásico y marxista) y la economía de aplicación generalizada, la cual, dando por descontada la base socio-institucional de la sociedad, puede producir modelos teóricos respecto de la estructura y del funcionamiento mecánico de esa economía, modelos que tienen una validez objetiva, y, por lo tanto, por deducción deben ser diferenciados de la “apología burguesa” ( se cita como ilustración gran parte de la teoría macroeconómica moderna, en especial los modelos de crecimiento).(41) Parecería en verdad como si un papel ideológico de una teoría –al tratar de proporcionar algún tipo de justificación del sistema existente, y con ello apaciguar la crítica y prevenir la revuelta (o por el contrario, prevenir la condenación del statu quo) –debiera distinguirse del análisis teórico, que no hace más que proveer ciertos corolarios de política (por ejemplo, sobre política presupuestaria), para que el gobierno pueda hacer frente a contingencias particulares (“ingeniería social”, en un limitado contexto ad hoc). Además, no parece de ningún modo fácil de trazar la demarcación entre estos dos tipos de teoría y un estudio, aparentemente objetivo de las condiciones generales de equilibrio del mercado (estático o dinámico), del cual resulta un buen ejemplo el sistema de Walras.

Este ejemplo parecería sugerir que la respuesta depende de que el último tipo de teoría se muestre abierto a una interpretación normativa, y que ciertas conclusiones normativas se derivan en forma explícita, como lo fue en realidad el caso del sistema walrasiano cuando se le anexó el teorema referente a la maximización de la utilidad bajo condiciones de libre competencia. No puede negarse que ésta es una manera en la cual el análisis formal puede tener, y ha tenido, implicaciones apologéticas. Pero ¿es ésta la única manera? Si así fuera parecería que el análisis formal per se podría salir airoso del resultado y atribuir la función apologética a la intrusión normativa; el hecho que un tipo de análisis se preste más que otro a dicho tratamiento (por ejemplo, que coloque a la utilidad en un papel clave) es “accidental”, en lo que concierne al análisis per se. Sin embargo, adoptar este punto de vista sería omitir lo que se ha subrayado antes; esto es, que el análisis teórico debe incluir en forma inevitable un argumento causal. Los diferentes tipos de argumentos causales pueden tener distintas consecuencias para lo que es posible hacer y alcanzar por medio de la acción política y social; por lo tanto es relevante y por cierto crucial, para saber cuáles son las alternativas viables –si en verdad existe alguna alternativa viable para el marco socio-económico existente—y esto por entero dentro de los límites del razonamiento, positivo y no normativo. Se puede poner como caso el simple contraste entre el tratamiento keynesiano y prekeynesiano de los determinantes del nivel de ingreso y de empleo, el cual llevó a Keynes a describir el orden de determinación causal a partir de la inversiónahorro (vía el efecto multiplicador sobre el ingreso, de un cambio en la inversión);(42) la teoría prekeynesiana, en tanto, había tratado a la inversión como determinada y limitada por el ahorro, vía la influencia de este último sobre la tasa de interés. Es casi innecesario extenderse sobre las implicaciones sumamente importantes de este cambio teórico para la política (en particular en lo que se refiere a las técnicas y a los instrumentos operables para combatir el desempleo y para influir sobre el nivel de actividad). Aún así, se podría decir que este tipo de cambio de secuencia causal (dentro de lo que Marx hubiera denominado “la esfera de circulación”) no cambió fundamentalmente el cuadro conceptual de cómo funcionaba un sistema capitalista. Más crucial para éste es el contraste entre las teorías que enfocan la determinación de los precios, o las relaciones de cambio, a través y por medio de las condiciones de producción (costos, coeficientes de insumo y demás) y aquellas que la enfocan principalmente desde el punto de vista de la demanda.

No cabe duda que éste ha sido el contraste principal y característico entre los dos sistemas esenciales y opuestos del pensamiento económico desde el siglo XIX en adelante; y esta es una diferencia que se esconde detrás de intentos puramente formales de “reconciliarlas” o de interpretar alternativamente las diferencias entre ellas en términos exclusivamente formales. Además, el contraste es mucho más profundo de lo que parecería a primera vista, porque, como veremos, involucra una diferencia en las “fronteras” del tema, o en los factores e influencias que se incluyen dentro del círculo de influencias releantes o de factores determinantes. Para los economistas clásicos, y en especial para Marx, el estudio de la economía política y el análisis del valor de cambio partían necesariamente de aquellas condiciones socio-económicas que daban forma a las relaciones de clase de una sociedad. Adam Smith consideraba importante distinguir entre “el temprano y rústico estado de la sociedad que precedía a la acumulación de capital y a la apropiación de tierras” de aquella sociedad de clases surgida después que “el capital se hubiera acumulado en las manos de personas particulares”; en tanto, Ricardo vio “las leyes que regulan” la distribución como “el principal problema de la economía política”, puesto que éstas explicaban los principios de acuerdo con los cuales, “el producto de la tierra se divide entre tres clases de la comunidad, es decir: el propietario de la tierra, el capital del acervo o capital necesario para su cultivo y los trabajadores que la cultivan”. (43) Se podría decir que para ellos la economía política era una teoría de la distribución antes que una teoría del valor de cambio; y por cierto que Ricardo como veremos después, diseñó su teoría del beneficio antes de perfeccionar su teoría del valor como fundamento y marco referencial de la primera. Más deliberada y explícitamente, Marx siempre enfatizó la distinción entre los procesos y relaciones esenciales en la sociedad humana y el ámbito de las apariencias, e identificó al cambio, o sea, la circulación del dinero-mercancía, con el último, y las relaciones sociales de producción, con los primeros. Concentrar la atención sobre el intercambio per se, aislado de su marco socio-histórico, era la fuente de la “mala conciencia” y de la teorización ilusoria. En su polémica contra Proudhon dijo: “ En principio no hay intercambio de productos, sino intercambio de trabajos que compiten en la producción. El modo de intercambio de los productos depende del modo de intercambio de las fuerzas productivas”. (44) Vuelve a la misma idea en su referencia al “fetichismo de las mercancías” en El Capital, cuando dice: “Una determinada relación social entre los hombres asume, ante sus ojos, la forma fantástica de una relación entre las cosas”; (45) y de nuevo, en sus Theorien ubre den Mehrwert (Teorías sobre la plusvalía) –cuando habla de la economía vulgar posricardiana—dice: “la existencia del ingreso, tal como aparece superficialmente, ha sido separada de sus relaciones internas y de todas sus vinculaciones. De este modo la tierra se convierte en la fuente de la renta, el capital en la fuente del beneficio y el trabajo en la fuente de los salarios” (46). Los límites del tema, tal como los infirió, no eran por consiguiente arbitrarios, porque fueron considerados en forma consistente con su interpretación del desarrollo histórico, y como necesarios para abarcar todos los factores indispensables parra cualquier explicación que fuera a la vez completa y sustancial.

En contraste con este enfoque, la metodología introducida por la “revolución de Jevons”, a la cual Menger y la “escuela austriaca” dieron una formulación más sistemática, procuró derivar una explicación del valor de cambio de las actitudes de los consumidores individuales frente a las mercancías, como proveedores de valores de uso para la satisfacción de las necesidades individuales. La signifuicación de esto no es simplemente (como por lo general se ha enfocado la cuestión) que se haya puesto el énfasis en el extremo opuesto de una cadena de eventos o procesos independientes, sino más bien en dos consecuencias cruciales de este enfoque. En primer lugar, este enfoque trataba a los individuos, a su estructura de necesidades y a las elecciones y sustituciones de allí resultantes, como datos últimos del problema económico; éstos eran los últimos átomos del proceso de cambio y del comportamiento del mercado, más allá de lo cual el análisis no continuaba (es decir, no se ocupaba, y en realidad no podía hacerlo, del acondicionamiento social o interdependencia social de los deseos de los individuos y de las reacciones en su conducta). En segundo lugar, de él derivó una teoría de la distribución incidental al proceso de formación de los precios, es decir, como si los precios de “los factores originales” o servicios productivos se formaran de acuerdo con el papel que jugaban en la creación de mercancías, las cuales directa o indirectamente fueran de utilidad a los consumidores últimos. Como veremos, en la concepción de Menger existe una jerarquía simple de “bienes de primer orden” y “bienes de orden más alto”: los valores de los últimos serían dependientes de los primeros, de una manera simple, de acuerdo con su papel en el proceso unidireccional por el cual los bienes y servicios de “orden más alto” fueran transformados productivamente para los consumidores en bienes y valores de uso finales. Ésta, y no la utilización del instrumento formal de los incrementos marginales, fue la cruz de la nueva tendencia del último cuarto del siglo XIX, azón por la cual la designación de “marginalista” para describirla, es equivocada.

Aun cuando nos anticipemos a la discusión contenida en los últimos capítulos (este trabajo aparece como Introducción al libro de Dobb Teorías del Valor y de la distribución desde Adam Smith—ideología y teoría económica. Nota ed.), quizás merezca una mención incidental el hecho de que esta inclusión de una teoría de la distribución dentro de la teoría del proceso de formación de precios, como un conjunto constituyente de un conjunto más grande de procesos de mercado, considerados como un todo interrelacionado, exige un cuestionamiento en un aspecto importante. La estructura de la demanda del mercado sólo puede derivarse de los deseos, preferencias o reacciones de conducta de los consumidores, admitiendo el supuesto de que los consumidores están provistos de una cantidad dada de ingreso monetario.(47) De aquí que en el proceso general de la formación de precios, esté implícita una distribución inicial del ingreso entre los individuos, en el sentido de que ésta debe incluirse como uno de los determinantes de la estructura de la demanda, de la cual se derivan todos los precios (incluyendo los de los actores productivos); todo el proceso de formación de precios se relaciona con esta distribución postulada. En otras palabras, una teoría de la distribución, si se concibe como una teoría de precios derivados de los servicios productivos o factores, no puede ser independiente de la distribución inicial del ingreso, como premisa esencial. (48)

La consecuencia importante, aunque muy pocas veces advertida, de este contraste entre el enfoque clásico y el moderno, se deduce directamente de lo que acaba de decirse: que en el primero la distribución del ingreso es tratada como un resultado de las instituciones sociales (la pertenencia de la propiedad, por ejemplo), y de las relaciones sociales, en tanto que en el último está determinada por las condiciones del cambio. En un caso está determinada desde fuera y en el otro desde dentro del proceso de los precios de mercado ( Marx hubiera expresado lo primero diciendo que las condiciones sociales y la fuerza de las clases eran más fundamentales que las relaciones de cambio).(49) En términos clásicos, la distribución del ingreso (es decir, la relación entre salarios y beneficios) era una pre-condición de la formación de los precios relativos. Per contra, en la teoría posterior a Jevons y a la escuela austríaca, la distribución del ingreso se deriva como una parte del proceso general de la formación de los precios, como si se tratase de un conjunto constituyente de ecuaciones dentro del sistema total de ecuaciones de equilibrio del mercado (aunque no sin circularidad, como hemos visto, hasta el extremo de que debe suponerse una distribución inicial del ingreso para traducir las necesidades o preferencias de los consumidores en términos de la demanda del mercado). De este modo, se hace aparecer la distribución del ingreso como algo independiente de las instituciones de propiedad y de las relaciones sociales; como algo suprainstitucional y suprahistórico, al menos en lo concerniente a la distribución del ingreso entre factores. Veremos luego que ésta es la sustancia y esencia de la crítica a la teoría de la productividad marginal en la discusión moderna (la polémica contra la llamada escuela “neo.clásica”), aun cuando la discusión en sí misma se ha ocupado principalmente de asuntos formales, como los de la consistencia y cosas semejantes. Como lo ha expresado hace poco un escritor: “La teoría de las relaciones de producción quiso ser independiente de las instituciones de la sociedad; es decir, que las relaciones entre los hombres fueron tratadas como irrelevantes para explicar la distribución. Fue la visión de Marx la que señaló que esta separación no tenía validez ni aun en el mundo de a lógica pura y el significado de esta diferenciación, para el caso de más de un bien de capital, ha sido enfatizado por los críticos modernos de las parábolas neoclásicas.” (50)

III

En resumen, ¿a qué conclusión parece que hemos llegado? Dicho en términos breves parece ser que la distinción que Schumpeter trataba de hacer entre la economía como análisis puro y la economía como visión del proceso económico, dentro del cual entran el sesgo y la coloración ideológica, no puede ser sustentada, a menos que el primero quede restringido al marco formal, simplemente, de afirmaciones económicas, y no a la teoría económica como proposición sustancial respecto de las relaciones reales de la sociedad económica; ello es así porque dentro de la formulación de la última, y dentro del mismo acto que juzga su grado de realismo no pueden dejar de entrar la intuición histórica, la perspectiva y la visión social. Por esta razón es posible caracterizar y clasificar a las teorías económicas, aún a las más abstractas, de acuerdo con la manera como describen la estructura y las raíces de la sociedad económica y concordante con el significado de haberlas descrito así para el juicio de la historia y la práctica social contemporáneas. Por cierto que hacerlo es una parte esencial de la interpretación intelectual de las teorías en cuestión y de su lugar en la historia de las ideas; porque sin dicha apreciación falta algo crucial en nuestra comprensión de las teorías particulares, tratadas en forma aislada y consideradas exclusivamente en términos de su estructura lógica interna, a fortiori en nuestra comprensión del desarrollo del pensamiento económico. En este sentido, la apreciación histórica de la teoría y de su desenvolvimiento es esencial para cualquier evaluación plena de la teoría misma, si esto quiere significar la relación (e implicaciones) de las estructuras formales con la realidad, así como el análisis de las estructuras formales per se. Mientras las últimas pueden ser tratadas como un logro técnico, puro y simple, la primera, que se vincula decisivamente con la relevancia –es decir, si una teoría tiene objeto o no lo tiene—y con la viabilidad general como teoría social, no puede ser tratada del mismo modo.

La valoración histórica y la interpretación de la doctrina económica han consistido, por lo general, en investigar los problemas reales que las doctrinas particulares estaban destinadas a iluminar. Este es, por supuesto, uno de los elementos de la interpretación, quizás un punto de partida esencial que de cualquier manera provee de una clave sugestiva. Pero debe reconocerse que no es más que un punto de partida, y en algunos casos pueden no existir signos visibles de que la formulación concreta de un problema preceda a la invención teórica en la mente de un innovador intelectual. En otras palabras, la interpretación histórica tiene que ser concebida con más amplitud que esto y, en cierto sentido, menos literalmente. Es sensato tener presente al respecto, que el desenvolvimiento y el desarrollo del pensamiento no deben concebirse, por una parte, como una gran serie de respuestas discontinuas (o armazones para las respuestas) ante problemas que son diferentes en cada generación de aquellos de la precedente, ni tampoco, por otra parte, como una elaboración en línea recta de un conjunto básico de conceptos, por sucesiva adaptación de éstos a los problemas que emergen de los contactos con el mundo real. Los conceptos y las estructuras formales nuevas son impulsadas por el deseo de responder a las inadecuaciones de sus predecesores ( y por tanto para contradecirlas o negarlas), en lo que se refiere a la relevancia y al realismo, y para dar respuesta, en cualquier sentido simple e inmediato a los problemas contemporáneos (por ejemplo, los precios de los granos en 1815 o el desempleo en la década de 1930) aún si estos últimos dan impulso (o lo refuerzan ) para reconsiderar si la estructura conceptual tradicional es o no adecuada. Es muy corriente que el cuestionamiento de lo viejo comience a descubrir supuestos previamente latentes, que subyacen bajo el antiguo formalismo o sus corolarios convencionales; quizás sean supuestos con respecto a la situación total de la cual dependen, o referentes a la independencia (o alternativamente la contingencia específica)) de algún factor o factores involucrados, o aún, además, en cuanto al valor de ciertos parámetros que al examinarlos resultan ser cruciales para el modus operandi del modelo. Es probable que como sercuela se hagan intentos no meramente para quitar y reemplazar estos supuestos particulares, sino para construir una descripción radicalmente diferente de la situación total y para explorar las implicaciones que ellos puede traer apareado; y esto aun si un regusto por la paradoja en el innovador no añade aliciente a su búsqueda de casos donde los nuevos teoremas muestran relaciones o rindan corolarios precisamente opuestos a los antiguos.

Por cierto que esto puede no ser más que una manera de decir lo que siempre se ha dicho: que los conceptos y teoremas nuevos deben ser encarados simultáneamente, como si se hubieran modelado en respuesta a los anteriores (y por lo tanto, comparados con éstos) –como valoración crítica de su adecuación para cumplir el papel para el cual se han formulado—y como una reflexión sobre la cambiante experiencia de la humanidad y los problemas y conflictos involucrados en la actividad social del hombre, que se motiva a sí mismo por el uso de nociones abstractas aplicadas a los seres humanos en general, a sus artefactos y a las “cosas”.

Notas

  1. Oskar Lange,Political Economy (Varsovia y Londres,1963,t.I,pp. 327-330. En su “Note on Ideology and Tendencies in Economic research”, publicada en International Social Sciences Journal(UNESCO),f.XVI,n.4,1964,p.525, Lange escribió lo siguiente:”Las influencias ideológicas no siempre conducen a la degeneración apologética de las ciencias sociales: Bajo ciertas condiciones pueden constituir un estímulo para la investigación verdaderamente objetiva”.
  2. La profesora Joan Robinson ha respondido a la pregunta: “¿Cuáles son los criterios de una proposición ética en oposición a los de una proposición científica?”, con las siguientes palabras: “Si una proposición ideológica se trata de una manera lógica, puede ocurrir que se disuelva en cháchara carente por completo de sentido, o resulte ser un argumento circular”. A estas dos alternativas las identifica la señora Robinson con proposiciones “metafísicas”, las cuales admite que “no dejan de tener contenido” y “aunque no pertenezcan al ámbito de la ciencia, le son sin embargo necesarias” y, en las ciencias sociales por lo menos han “desempeñado un papel importante, quizás indispensable”. “Aunque la ideología pueda o no ser eliminada del mundo del pensamiento de las ciencias sociales, en el mundo de acción de la vida social es por cierto indispensable”. La noción clásica de “valor” es considerada por ella como “una de las grandes ideas metafísicas, en economía.” (Joan Robinson, Economic Philosophy, Londres 1964,pp.7-9,29 y siguientes) Véase también el rechazo de toda la noción clásica (especialmente ricardiana) del “valor real” por ser de naturaleza “metafísica”, en The Politial Element in the Development of Economic Theory, de Gunnar Myrdal, trad. Por Paul Streeten, Londres,1953,pp.62-65. Por otra parte, véanse los comentarios al respecto de R.L. Meek. Economics and Ideology and Other Essays Londres,1967,pp.210-215.
  3. En forma incdental, Schumpeter comienza negando que la ideología deba equipararse a los “juicios de valor”, y dice a este respecto: “Los juicios de valor de un economista revelan con frecuencia su ideología, pero ellos no son su ideología”. History of Economic Análisis. Nueva Yor y Londres,1954,p.37.
  4. Ibid.pp.41-42.
  5. La economía política se define como “determinados principios unificadores (normativos) tales como los principios del liberalismo económico, del socialismo, y otros” que conducen a la defensa de “un conjunto comprensivo de las políticas económicas”: al pensamiento económico lo define como “la suma total de las opiniones y deseos concernientes a los sujetos económicos, en especial los que se refieren a la política del Estado...que, en un tempo y lugar determinados, flotan en la mente del pueblo” (ibid.,p.38)
  6. Ibid pp. 38-39. En un tono semejante, el profesor J.J.Spengler ha afirmado, con confianza, que “cualesquiera que sean los efectos de la ideología, éstos tienden a disminuir de importancia a medida que la economía madura y alcanza autonomía científica” (citado por R.V. Eagley,ed. Events, Ideology and Economic Theory, Detroit,1968,p.175).
  7. Schumpeter, History of Economic Analysis,pp.561-562.
  8. Presumiblemente involucraría lo concerniente a problemas referidos a la época y ala ocasión en que por primera vez se empleó el cálculo diferencial como expresión de las proposiciones económicas y quizás a la discusión sobre su idoneidad para ciertos usos y su falta de la misma para otros; lo mismo pasaría con el uso de las “ecuaciones en diferencias”, distintas de las ecuaciones diferenciales o del álgebra de matrices; quizás también el concepto de elasticidad y la geometría de ciertos tipos de curvas y los tipos de teorías paa los cualos son relevantes: Pero se debe recordar que implícitos en las técnicas pueden existir ciertos axiomas que ocultan un enfoque filosófico determinado (véase la nota 11.)
  9. Existe, sin embargo, el punto de vista que ha sido expresado por ejemplo por el profesor F.A. Hayek, de que las proposiciones de la teoría económica tienen un carácter universal y necesario afín al de las “proposiciones sintéticas a priori; los objetos que constituyen la materia de estudio de las ciencias sociales “no son hechos físicos” sino entidades “constituídas” a partir de categorías de nuestras propias mentes. Puesto que los principios o leyes económicas no son reglas empíricas, se presume que tienen, de acuerdo con este punto de vista, tanto independencia como neutralidad, lo mismo en su contenido que en su forma. Véase la cita y comentarios sobre este punto de vista en mi libro Studies in the Development of Capitalism. Londres, 1946, p.27,nota 2. Quizás fue algo parecido a esto lo que Marshall tenía en su pensamiento cuando hablaba (en relación con la base teórica del comercio libre) de “lasd verdades económicas tan ciertas como las de la geometría”, Oficial Papers por Alfred Marshall, Londres, 1926,p.388.
  10. Se podría suponer, por cierto, que esto fue lo que Schumpeter quiso significar con la afirmación que hemos citado, en cuanto a que la ideología “ se incerta en el primer plano, dentro del acto cognoscitivo preanalítico”, a lo cual se añade: “el trabajo analítico comienza con el material provisto por nuestra visión de las cosas, y esta visión es ideológica casi por definición”,History of Economic Análisis, p.42.
  11. Aun la elección de las técnicas puede no estar desprovista de una implicación material (por ejemplo, la continuidad).
  12. En este contexto no podemos olvidar la afirmación de Wittgenstein:”En la vida... utilizamos las proposiciones matemáticas sólo con el fin de deducir, de las proposiciones que no opertenecen a las matemáticas, otras que igualmente no pertenecen a las matemáticas”.Tractatus lógico-philosophicus , Londres, 1922, p.169.
  13. Se ha afirmado que “la formulación de relaciones causales, en términos de interdependencia funcional, es precisamente la meta de las ciencias más avanzadas, las cuales han ido más allá de los conceptos imprecisos de causa y efecto”-T.Hutchinson ,The Significance and Basic Postulates of Economic Theory,Londres,1938,p.71… Por otra parte, mario Bunge ha dicho que “el descubrimiento de las interacciones no agota siempre, necesariamente, los problemas de determinación, a menos que esté en juego una simetría extrema” y que, por ejemplo, “la interpretación usual de la mecánica cuántica no barre con las causas y los efectos, sino con los nexos causales rígidos entre unas y otras.” (la llamada indeterminación cuántica” es “una consecuencia de la hipótesis idealista inherente al positivismo moderno”). Se agrega que “una interpretación causal de una fórmula matemática... no pertenece a los símbolos matemáticos sino l sistema de relaciones que vinculan los signos con las entidades de la física, la química, la biología... de las cuales se trate. Algunas veces tal interpretación no se expresa en forma explícita sino que se da por conocida”. Mario Bunge, Causality, Cambridge. Mass., 1959,pp. 14, 76-77,164.
  14. Véase F. Zeuthen,Economic Theory and Method, Londres 1955, p.23: “Si tenemos una ciencia económica especial es porque existe una conexión particularmente intensa dentro del círculo de fenómenos que se denominan económicos, dectal manera que en una gran parte del trabajo de investigación éstos pueden ser considerados, con ventaja, como variables mutuamente interdependientes, en tanto que una serie de otros fenómenos... son influidos en menor medida por los fenómenos económicos y, por lo tanto, con una muy buena aproximación pueden ser tomados como datos”. Véase también la obra del profesor Gautam Matur, a quien le ha preocupado con toda razón enfatizar la incorrección de afirmar que “en un sistema de equilibrio no existen relaciones causales, puesto que tal situación se describe por un conjunto de ecuaciones simultáneas”. Esta es una interpretación incorrecta porque “cada ecuación que describe una relación económica tiene uno o dos signos direccionales, que omitimos al escribir, pero que no deben perderse de vista cuando analizamos la solución de ecuaciones simultáneas.”, Planning for Steady Growth. Oxford, 1965,p.70.
  15. L.Walras.Elements of Pure Economics, ed.W.Jaffé.Londres,1954,pp.146-148,422. R.Benzel y B.Hansen, en su trabajo “On Recursiveness and Interdependency in Economic Models”,Review of Economic Studies, t.xxiii,1954-1955, p.153 y ss., han argumentado que la evidente “interdependencia” (solamente de un sistema walrasiano, “surge sólo porquiee el sistema es de equilibrio estático” y “un sistema de equilibrio estático sólo expresa las condiciones para que un sistema dinámico no especificado esté en equilibrio, es decir, no se repita”. Dicho sistema “es un modelo derivado... Los supuestos del equilibrio estático a lo sumo pueden ser hipótesis espaciales y nunca pueden ser aceptadas como argumento general justificativo de la interdependencia” ,pp.60-161..
  16. Véase la proposición de Leif Johansen en “Marxism and Mathematical Economics”, en Monthly Review, Nueva York, enero 1963,p.588: “Para los bienes que pueden ser reproducidos en cualquier escala...es muy fácil demostrar que un modelo completo deja aún lugar a que la teoría del valor-trabajo determine los precios, aun cuando se acepte una teoría de la utilidad marginal de la conductadel consumidor”; véase también su elaboración de este punto en su ensayo “Some Obserations on Labour Theory of Value and Marginal Utilities”, en Economics of Planning t.III,n.2, setiembre 1963, pp.89 ss.
  17. Como lo ha demostrado el Dr. L.Pasinetti, que son las teorías del beneficio del tipo de las de Irving Fisher (en términos de “una tasa de retribución del capital”). En Economic Journal, t. xxix,n.315, sep. 1969, pp.508 ss.
  18. Oscar Lange, por ejemplo, en su Political Economy t.I, Varsovia, 1963, después de distinguir “las leyes técnicas y del equilibrio de la producción” de “las leyes de la conducta humana” y de “las leyes de acción recíproca de las acciones humanas”, y luego de señalar que las primeras de éstas tienen “ la más amplia aplicación en la historia”, habla de “las leyes económicas comunes” que se aplican a “las diferentes formaciones sociales”, además de “las leyes específicas de la economía de una formación social determinada (ibid., pp.58-68); a este respecto cita el postcriptum de Engels al t.III de El Capital , donde se afirma que, puesto que “el intercambio de mercancías aparece en el período anterior al de la historia escrita”, “la ley del valor reinó en forma suprema durante un período que duró entre cinco y siete mil años”. Véase también la carta de Marx a Kugelmann del 11 de julio de 1868.
  19. Un escritor húngaro al referirse al modelo de Von Neumann (“que no es un modelo de optimización sino un modelo de equilibrio”) y al modelo de Leontief (el cual es “además de una estructura descriptiva, una causal”), afirma que “en realidad, los miembros individuales de este grupo de modelos pueden –independientemente de su estructura original—ser del mismo modo interpretados como de equilibrio descriptivo-causal o modelos de optimización teleológica. Entre estos aspectos no existe contradicción alguna”. En la programación lineal la conexión se torna explícita en “la interrelación entre el programa de actividad óptima y los precios sombra que le corresponde”, como soluciones primordiales y duales del problema. A Bródy, en “The Dual Concept of the Economy in Marx’ s Capital”, en Acta Oeconomica, Budapest, t. II, fasc. 4,1967,p.311.
  20. Véase Gunnar Myrdal: “rara vez o nunca, el desarrollo de la economía ha iluminado, por su propia fuerza, el camino de las nuevas perspectivas. La clave para la reorientación continua de nuestra labor ha llegado normalmente de la esfera de la política”, en Asian Drama, Londres 1968, t.I,p.9. “Los científicos sociales están en una posición poco común, puesto que el objetivo de sus estudios y de sus propias actividades se encuentran dentro del mismo contexto. Por el hecho de que estos estudios en sí mismos sean actividades socialmente condicionadas... (los economistas) han tratado de continuo de elevar sus investigaciones por encima del contexto social para colocarlas en un ámbito supuestamente “objetivo”... Este intento hace que los economistas sean ingenuamente inocentes de sus propias determinantes sociales” (Ibid. T.III, p.1941.
  21. Véase T.S Kuhn, TheStructure of Scientific Revolutions(International Encyclopedia of Unified Science),t.II,n.2, 1962,pp.5 y 148. Este autor ha utilizado el término “paradigma” para un grupo tal o agregado de nociones generales, o “maneras de ver el mundo”; y, con referencia a las ciencias naturales, habla de su adquisición, que implica, por cierto, “un digno de madurez en el desarrollo de cualquier campo científico determinado” (Ibíd..,p.11). Estos paradigmas “ganan su status debido a que tienen más éxito que sus competidores para resolver algunos problemas, que quienes forman el grupo de científicos que la practican han llegado a reconocer como agudos”; al mismo tiempo “la investigación científica normal va dirigida a la articulación de aquellos fenómenos y teorías ya suministradas por el paradigma” (Ibíd.., pp.23.24). Véase también del mismo autor The Copernican Revolution, Harvard, 1957; en especial las pp. 3-4 y 261-263.
  22. Véase sobre esto, tratado de manera más general, el libro de D. Bohm,Causality and Chance in Modern Physics, Londres 1957, pp. 164-170. “No podemos llegar a conocer, en realidad, todas las relaciones recíprocas en un tiempo finito, por más largo que éste sea. Sin embargo, cuanto más aprendamos acerca de ellas, más sabremos de lo que es importante en el proceso de llegar a ser, puesto que su totalidad se define nada más que por la totalidad de todas estas relaciones... El carácter esencial de la investigación científica es el de que tiende a lo absoluto por medio del estudio de lo relativo, en su multiplicidad y diversidad inextinguibles”(Ibíd..p.170).
  23. El propio Popper ha señalado que la falseabilidad es “un asunto de graduación”, con “cero grado de falseabilidad” en materia de proposiciones metafísicas. Aun estas últimas “pueden haber ayudado... a poner orden en la imagen que el hombre tiene del mundo y, en algunos casos, han conducido a predicciones acertadas”. Karl S. Popper, The Logic of Scientific Discovery, Londres, 1959, pp. 112,116,278.
  24. T.S. Kuhn, The Copernican Revolution, Harvard 1957, p.75.
  25. . Véase ibíd., p.39, “La historia de la ciencia está mezclada con los vestigios de esquemas conceptuales en los cuales se creyó fervientemente y que desde entonces han sido reemplazados por teorías incompatibles. No hay forma de probar que un esquema conceptual sea el último. Pero, precipitada o no, esta adhesión a un esquema conceptual es un fenómeno común en las ciencias, y parece ser indispensable, porque dota a los esquemas conceptuales de una función nueva y de importancia suprema. Los esquemas conceptuales son comprehensivos: sus consecuencias no se limitan a lo que ya se conoce... La teoría trascenderá lo conocido y se convertirá primero y principalmente en una poderosa herramienta para predecir y explorar lo desconocido. Afectará al futuro de la ciencia tanto como a su pasado”.
  26. Se podría decir, quizás, que esta noción ya estaba latente, por lo menos en Smith y Ricardo; pero aunque así fuera, no había tomado todavía la forma de la determinación interdependiente y recíproca del sistema de Walras, sino más bien de la influencia de unos precios sobre otros. Aunque los gérmenes de las nociones de insumo-producto estaban presentes—como ahora se reconoce—en el Tableau de Quesney, la noción de interdependencia estaba allí nada más que en forma embrionaria y funcionaba simplemente mediante el intercambio entre la agricultura y la industra. Además, esta noción embrionaria, suficientemente significativa, parece haber hecho poco o ningún impacto sobre el pensamiento económico (salvo a través de su influencia sobre Marx) durante un siglo o más.
  27. Véase G.L.S. Tucker, Progress and Profits in British Economic Thought 1650.1850, Cambridge, 1960, p.74: “ A primera vista puede parecer que persiste, en forma más o menos continuada durante un largo período, una discusión particular; en realidad, sin embargo, por debajo de las meras similitudes verbales, pueden haber surgido nuevos significados que alteren la naturaleza total del punto en cuestión.”
  28. Véase J.M. Keynes en Essays in Biography, Londres 1961,p.98 donde se cita la autoridad del Obispo Otter (amigo de Malthus).
  29. An Essay on the Influence of a Low Price of Corn on the Profits of Stock, Londres 1815.
  30. Véase su Autobiography,Londres 1873,p.225.
  31. Lonfield, en el Prefacio a sus conferencias en Dublín, enfatiza su preocupación por demostrar “cuan imposible es generalmente regular los salarios ya sea por combinación de los trabajadores o por disposición legislativa” y en su conferencia final llega a la conclusión de que “las leyes de acuerdo con las cuales se crea la riqueza, se distribuye y se la consume, han sido forjadas por el Gran Autor de nuestras existencias, con la misma consideración por nuestra felicidad,lo cual se pone de manifiesto por las leyes que gobiernan el mundo material.” (¿Estaría quizás hablando como juez más bien que como economista?)
  32. History of the Theories of Production and Distribution in English Political Economy from 1796 to 1848, 2a. ed. Londres 1903,pp 383-384. Cuando particulariza, Cannan dice (p.391): “Para fundamentar la ley de granos, hubiera sido difícil inventar algo más efectivo que la teoría ricardiana de la distribución”; y que, en lo que se refiere a Malthus, cuando publicó la primera edición de su ensayo sobre la población, “este se sintió inspirado por la idea de provocar asentimiento, aunque no satisfacción, ante el orden de cosas existentes y por la de prevenir el prohijamiento de experimentos urgentes”, como la Revolución Francesa (p.384). J.K.Ingram atribuyó la alta reputación que Ricardo alcanzó en su época, en parte por lo menos a “una sensación de que su sistema daba apoyo a los industriales y a otros capitalistas en su creciente antagonismo contra la antigua aristocracia de los terratenientes”, A History of Political E conomy,2ª. Ed. Londres,1907,p.136.
  33. Esto a pesar de lo que Oskar lange denominó la “reciente profesionalización de la ciencia económica”, en Political Economy, Londres 1963 t.I,pp. 314-315. , con lo cual parece pensar “que se estimula al pensamiento económico más allá de los límites de las realidades e intereses del medio social en que surgió”, lo cual sucede, por lo menos hasta un cierto punto.
  34. Podría parecer que cualquier teoría histórico-social –incluyendo la marxista- debe ser de este tipo, puesto que ella intenta generalizar con respecto a sociedades históricas diferentes y a sus cambios. Puede muy bien ser verdad. Pero al hacerlo así estas teorías pueden o no concentrar su atención sobre peculiaridades que son de importancia esencial para el funcionamiento específico de una sociedad en particular; los marxistas se distinguen , precisamente, por su énfasis sobre a influencia específica de “las relaciones sociales” de producción, quer son las definitorias de cualquier modo particular de producción ( y de cambio) . En este sentido es en sí misma una forma de presentar no sólo los elementos comunes sino también las diferencias.
  35. Véase J.B. Clark, The Distribution of Wealth, N.York 1899, p.37. “La ley misma (de la distribución) es universal y, por tanto, ‘natural’ “.
  36. J.S. Mill, Principles of Political Econom , Londres 1848, t.I, p.26.
  37. El professor Myrdal escribe, por ejemplo:” Los modelos económicos han llegado a estereotipar toda esta forma de pensamiento, que hemos llamado el enfoque occidental o moderno, y que a su vdz ha influido con gran fuerza sobre los planes y las discusiones de la planificación para el desarrollo en los países del sur de Asia... Esta manera de pensar en forma de modelos ha prejuiciado sistemáticamente la visión de la realidad que tiene el planificador, de forma tal que se adecua a la conveniencia y a los intereses tanto de conservadores como de radicales... observar que los modelos son selectivos, abstractos y lógicamente consistentes y cuantificables, equivale a exponer sus limitaciones: no son comprehensivos, sino parciales; pueden ser difíciles de cuatificar... Facilitan también la omisión de lo relevante y del realismo y, en razón de las varias interpretaciones posibles de las premisas lógicamente formuladas, dan paso a las ambigüedades. Cuando los modelos se ‘aplican’, se olvida por lo general su naturaleza selectiva y por lo tanto arbitraria... Por lo general, la aplicación a los países subdesarrollados del sur de Asia, de conceptos que pueden ser apropiados para los desarrollados, conduce a lo qjue los filósofos denominan ‘errores de categoría’, o sea los de adscribir a una categoría atributos apropados para otra... Puede ser más certero abstenerse a usar el modelo, que utilizar uno prejuiciado y falso”, en Asian Drama. Londres, 1968,t.III,pp.1942,1944 y 1962.
  38. Véase el prefacio de Marx a la segunda edición del t.I de El capital, Moore y Aveling (ed), Londres 1886,pp.XXI-XXIII. Es aquí donde él habla de la economía política “que continúa siendo una ciencia sólo mientras esté latente la lucha de clases o se manifieste únicamente en fenómenos aislados y esporádicos”, y de Ricardo como del “último gran representante”de la escuela clásica; también habla allí del período comprendido entre los años 1820 y 1830, por ser “notable en Inglaterra por la actividad científica en el dominio de la economía política”. Fue el período posterior a 1830 (“cuando la lucha de clases en la práctica y en la teoría fue tomando, cada vez más, formas francas y amenazadoras”) al que trató como si sonara a “toque de dfuntos de la economía política burguesa” y como al que introdujo “en lugar de la investigación científica genuina, la mala conciencia y el malévolo intento de lo apologético”. Antes había descrito ( en los Grundrisse) a Ricardo como “el economista par excellence de la producción ( lo cual para Marx era hacer un alto elogio);; y en Theorien ubre den Meherwert iba a hablar de “la importancia científica, del gran valor histórico de la teoría de Ricardo”, a pesar de sus defectos; Theorien,Kautsky (ed), Berlin 1923, t.II ,pp.4-5, traducido al inglés por G.A.Bonner y Emile Burns, con el nombre de Theories of Surplus Value, Londres, 1951,pp.203-204.
  39. El capital, t.I, Moore y Aveling (ed), p.623 nota…
  40. Véase entre otros, el libtro devtexto de la Unión Soviética sobre Political Economy, ed en inglés Londres 1957; y una expresión un poco menos cruda de este punto de vista en k Fundamentals of Marxism-Leninism, O. Kuusinen (ed). Traducción al inglés, 1961,pp. 338-339.
  41. V. Afanaseyev,Voprosi Ekonomiki,n.7,1967,pp.14 y ss.
  42. Véase Mathur, Steady Growth, p.71, la proposición más completa del diseño causal implícito en la Teoría general de Keynes. También A.Tustin, The Mechanism of Economic Systems, Londres 1958, pp.4-7 y ss. Sobre “una secuencia de dependencia” en el sistema keynesiano.
  43. Adam Smith,An Inquirí Into the Nature and Causes of the Wealth of Nations, cuarta edición, Londres 1823, t I, cap. 6 . p.61, D. Ricardo On the Principles of Political Economy and Taxation Prefacio; Works and Correspondence of Ricardo,Straffa (ed), Cambridge, 1951, t.I,p.5.
  44. Misère de la Philosophie (ed. 1847),p.61.
  45. El capital t.I , Londres 1886,p.43.
  46. Theorien über den Meherwert, Berlin,1923, t.III, pp.521-522.
  47. Por ejemplo, en la formulación que hace Walras de la rareté, como “la causa del valor de cambio”, éste aparece como “la cantidad poseída inicialmente en las mercancías que son objetos de intercambio” ( En la Leçon 14 señala que los precios permanecen invariables cuando tiene lugar la redistribución entre sus poseedores, si (pero solamente si) “el valor de la suma de las cantidades poseídas por cada una de estas partes (para el intercambio) permanecen iguales”. Se hace referencia (pero no en forma demasiado convincente, debe añadirse) a “la ley de los grandes números” para suponer que esta condición será cumplida, por lo general, cuando las transacciones se efectúen en un mercado competitivo.
  48. Para tomar un ejemplo, supóngase una economía con dos mercancías, de las cuales x satisface una necesidad y es relativamente barata (comparada con su utilidad) e y un artículo de lujo relativamente caro, consumido sólo por aquellos que tienen altos ingresos. El hecho de que la demanda de x provenga de los grupos de bajos ingresos (e inversamente la demanda de y de quienes tienen altos ingresos) tenderá, ceteris paribus, a mantener el precio x bajo ( y el de y alto) , y del mismo modo el precio de cualquiera de los factores (por ejemplo, mano de obra) que sea más intensamente utilizado en la producción.
  49. Es verdad que Marx consideró que los salarios (y de allí—dada la productividad—la plusvalía) estaban gobernados por la ley general del valor; es decir, por “el valor de la fuerza de trabajo”. Pero su misma definición del “valor de la fuerza de trabajo”, y de allí la tasa de plusvalía, dependía de supuestos histórico-sociales, en tanto que cualquier desviación del precio corriente de la fuerza de trabajo de su valor, dependía del equilibrio de las fuerzas de las clases sociales ( es decir, de la fuerza de los sindicatos). Véase capítulo 6.
  50. Profesor G.C. Hartcourt, “Some Cambridge Controversies in the Theory of Capital”, en Journal of Economic Literature,t. VII,n.3, junio de 1969,p.395.

Publicamos este capítulo de la obra de Maurice H Dobb, Teorías del valor y de la distribución desde Adam Smith, Ideología y teoría económica, que fue editado por Cambridge University Press en 1973, y reeditado en español por editora Siglo XXI en sucesivas ediciones, la décima en 1998.

También en esta misma editora puede encontrarse de Dobb: Estudios sobre el desarrollo del capitalismo.

En homenaje. *
Sobre Maurice H, Dobb

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European Integration and Economics Methodology
W.Bonefeld: Las Políticas de la Globalización: Ideología y Crítica

Enlaces útiles para la crítica al neoliberalismo:
Pierre Bourdieu: La Esencia del Neoliberalismo: La Utopía de la explotación eterna
Human Society and the Global Economy
R.Kuttner: The Limits of Markets
Mark Weisbrot: Neoliberalim Comes Unglued
David Kotz: Russia and the Crisis of Neoliberalism
P.Kirby: The Impact of Neo-Liberalism on Chilean Society
Michael Peters: Neoliberalism
Los Neoliberalismos en América Latina
Berenice Ramírez: América Latina-los saldos de la reestructuración neoliberal

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